CAPÍTULO 16

Al día siguiente, el sexto desde su vuelta a la tierra, una triste reacción aguardaba a Toby. Físicamente, se sentía bien y se le había pasado el cansancio, pero emocionalmente, estaba abatido. La soledad lo envolvía como una mortaja. Luchó sin éxito por recobrar la alegría del día anterior, cuando estuvo en compañía de hombres y mujeres cuyos intereses compartía, y cuyo trabajo era el mismo que el suyo, aunque mucho más avanzado. El contraste entre su habilidad para comunicarse a nivel intelectual sobre temas abstractos y su incapacidad para adaptarse en el terreno afectivo hizo resaltar de manera violenta el vacío que tenía en vez de vida personal. No tengo existencia —pensó—. Soy nada más que una cosa del espacio, un objeto volador no identificado, sólo que ya no vuelo más, y el futuro me observa en una diapositiva. Debería estar excavando mis huesos y analizándolos químicamente, no torturándome en vida. No tendrían que haberme dejado vivir. Trató de dominarse. Se había alegrado tanto de hallarse con vida cuando recién se despertó… Asustado, pero contento. Ahora, no tenía que desear la muerte. De todos modos, quizás no viviera mucho tiempo, y debía aprovechar al máximo esta extraordinaria posibilidad, porque era nada más que una posibilidad. En su desdicha y abatimiento, cada vez tenía menos esperanzas de que alguno de sus compañeros hubiera llegado a Alfa.

En el desayuno, se mostró deprimido y callado. Shamira se inquietó, y le dijo que estaba segura de que había hecho demasiadas cosas el día anterior.

—Hoy tienes que quedarte quieto. Hace tan poco tiempo que llegaste —menos de una semana—, que no puedes haberte aclimatado.

Inesperadamente, se les unió Adreena. Vino con movimientos tan ligeros y furtivos que Toby no la oyó entrar. Levantó la vista y se la encontró sentada junto a él.

—Me parece que hoy no quiero estudiar —dijo ella, mirando el rostro triste de Toby—. Voy a dedicarte mi día, querido antepasado. ¿Qué te gustaría hacer?

—Lo dejo en tus manos —respondió él. Ya estaba recuperando el buen ánimo. En compañía de Adreena, siempre se sentía más fuerte. Era difícil pensar constantemente en el rechazo de Mariana, por una parte, y por la otra, casi imposible relegar a Adreena a un rincón en el catálogo de relaciones personales, donde él creía que le correspondía estar.

En su estimulante presencia, su estado de ánimo sombrío se recuperó un tanto: Más tarde, ella lo llevó a recorrer la casa, y conoció partes que no había visitado antes. La cocina, si se le podía llamar así, era una mezcla entre laboratorio y fábrica, clínicamente limpia y en nada parecida a ninguna otra cocina que hubiese visto. Luego salieron y vieron los soportes donde se alineaban complicadas maquinarias y ejércitos de robots. Visitaron también el jardín, con su variedad de plantas extrañamente cambiadas, descendientes de las que en un tiempo conocía; Adreena le explicaba todo de una manera entretenida y detallada. Después, observaron cómo un gran volador aterrizaba y descargaba mercaderías para la cocina, elevándose luego por sí solo, como una gigantesca paloma mensajera.

—¿Y toda la variedad de alimentos son derivados de cereales y verduras? —Sabía que sí, pero se sintió obligado a preguntar, tan amplia era la gama de comestibles.

—Sí, de cereales, nueces, legumbres, frutas y verduras. Todo va a los Centros de Alimentación en seguida de la cosecha. Las frutas y verduras se conservan por medio de un gas muy similar al que te conservó a ti durante el viaje. —Sonrió.

—Y después le agregan artificialmente proteínas.

—Sí. Debemos tener mucho cuidado con los aditamentos, proteínas y vitaminas, y también empleamos muchas algas porque los algáceos ayudan a combatir los efectos de la radiactividad.

—¿La gente no está ya aclimatada a los niveles de radiación?

—Hay diferencia de susceptibilidad. Quizás dentro de unos quinientos años, si todavía existimos, el hombre se adaptará por completo a los niveles de radiactividad.

—El verdadero temor de nuestros tiempos —dijo Toby— era que un aumento en el porcentaje de radiación produjera niños deformes. De alguna manera uno podía pretender que no se generalizara la esterilidad, pero no se podía evitar que naciera un monstruo simplemente mirando para otro lado.

—Los temores se justificaban —dijo Adreena lacónicamente—. Cuando estés más fuerte, te vamos a mostrar algunos de los microfilms más espeluznantes. Gracias a Dios que todas las deformidades más horribles fueron fatales antes del nacimiento, y para las que no lo fueron, la actitud más común en los años posteriores al caos cuando empezaron a nacer los niños otra vez, fue una mezcla de protección y de implacable selectividad.

—Seguro que se habrán matado unos a otros, y me parece lógico en un mundo donde había dos malos por cada bueno.

—¡Qué curiosa esa expresión «dos malos por cada bueno»! —Por un momento Adreena se desvió del tema; luego lo retomó—. No; ambas actitudes no son incompatibles como crees. En esa época, la extrema ternura y la total falta de sentimentalismo eran esenciales e inseparables.

—Debe haber sido espantoso, mucho peor que todo lo demás.

—Sí, pero no del modo que anticipaban en tu época. Yo he visto obras de teatro y películas y leí libros acerca de todo esto que ocurrió en la segunda mitad del siglo veinte. En cuanto tenían que enfrentar el nacimiento de monstruos, el método que empleaban era repulsivo y cruel. Pero llegado el caso, no ocurría así.

—Sin duda que la ternura más absoluta no puede suavizar la brutalidad de tener que matar a un niño.

—O no supieron nunca cómo eran verdaderamente las mujeres, o han cambiado en forma radical desde los años de caos, porque hoy en día se consideraría cruel permitir que viva un chico deforme. La actitud de la gente con respecto a ese tipo de cosas es muy distinta. En los años posteriores al caos, cuando nacían monstruos, las mismas madres los mataban. Era lo más natural y lo más caritativo que se podía hacer. Si la deformidad no era muy grande ni transmisible, la comunidad a veces intervenía para convencer a la madre de que dejara vivir al niño.

—¿Cómo podían saber si la mutilación no era hereditaria? —preguntó Toby.

—Porque las deformidades menores no siempre eran mutilaciones, sino inhibiciones en el desarrollo.

Durante un rato, no hablaron más. Toby era consciente de una mezcla de miedo y fascinación que la proximidad de Adreena había despertado en él, y disfrutó de la sensación, permitiendo que lo envolviera. Descubría dentro de sí una insospechada capacidad para experimentar sensaciones nuevas, tanto mentales como físicas.

—¿En qué piensas? —le preguntó Adreena.

—¿No lo sabes? Puedes leerme los pensamientos. —Toby sonrió.

—Ya no más, o no tanto. Aprendiste muy rápido a esconderlos. Pero por supuesto que sí sé. —Dio vuelta la cabeza, y lo miró oblicuamente. La serenidad de sus facciones al tratar el serio tema de los nacimientos de deformes fue reemplazada por un brillo mal intencionado y travieso en sus ojos de color negro verdoso. La transformación intrigó a Toby, a quien le pareció estar observando el cuadro de un santo que se convertía en el de un demonio por un truco de luz o por un simple trazo de pincel.

Sintió que se aceleraba el ritmo de su sangre. Esta criatura, esta pilla, de su propia carne y huesos, atraía a partes de sí mismo que casi no reconocía. Era como comer alimentos extraños; primero un sabor, luego otro acometían su lengua, y el gusto final podía ser muy distinto, dulce o amargo, rico o empalagoso. No, empalagoso, no. Adreena no podría serlo nunca.

Mientras caminaban y conversaban, habían errado sin rumbo fijo por el jardín, o por el campo. Toby no podría asegurar que el uno no se mezclara con el otro. La falta de cercos o límites de ningún tipo lo confundían, tanto en el mundo de lo físico como en el mental. De inmediato advirtió que se acercaban a la piscina. Por supuesto que debía haber sido intención de Adreena ir allí. Estaba seguro de que nunca hacía nada por casualidad.

—Vamos a nadar —dijo ella.

—Okey.

Se quedó encantada.

—Me intrigaba saber si alguna vez dirías «okey». Todo el mundo no hace más que decirlo, en los microfilms.

—¿Nunca lo dije? Tal vez no. Eso se debe a que, en cierto modo, todavía no he pedido sentirme cómodo con el lenguaje que utilizan ahora.

—Supongo que debe sonarte muy extraño.

—Totalmente exótico. No tiene nada que ver con el inglés que hablábamos en Inglaterra o en Norteamérica. Suena —espero que no te ofendas—, pero suena terriblemente pomposo y preciso, salvo que todos hablan muy rápido. Y ese ritmo monótono es muy oriental.

—Qué raro —acotó Adreena—. A nosotros nos suena muy correcto.

—Claro. Perdóname, no fue mi intención ser grosero, pero tú me preguntaste.

—No me ofendí. ¿Por qué habría de hacerlo? Tú eres el insólito, no nosotros. Pero hay muchísimas otras palabras que se escuchan todo el tiempo en las películas, y no las usas. No tanto, por lo menos.

—¿Por ejemplo?

—Bueno…, ciertas maldiciones. «Maldito», «mierda», «Carajo», «hijo de…», y muchas más. Tenían un matiz tan enérgico, y yo las aprendí especialmente para poder intercalarlas cuando hablara contigo, pero por alguna razón no he encontrado hasta ahora la oportunidad de emplearlas.

Toby se rió.

—Ahora que lo pienso, debo parecer un loco de mierda, hablando con tanta exactitud, por si acaso no me entienden.

—¿Ves? Ahí dijiste «de mierda». Eso quiere decir que empiezas a sentirte cómodo entre nosotros.

Mientras conversaban, se quitaron la ropa, y se zambulleron en el agua. Toby notó que ya no se avergonzaba de nadar desnudo. «Voy progresando» —pensó.

Nadaron mucho. Adreena le tomaba el pelo con su velocidad y la fuerza que tenía debajo del agua, agarrándolo de un tobillo y sumergiéndolo un milésimo de segundo más de lo necesario, de manera de hacerle sentir el intenso miedo a la muerte.

Adreena era tan incansable como una máquina. Toby debió implorarle finalmente un respiro. Salieron del agua y dejaron que el aire tibio los secara. Luego, caminaron de vuelta hasta la casa y se internaron en la sala de televisión, donde ella le mostró documentales y noticieros viejos de su época, que ya parecían cómicamente anticuados. Incluso el lenguaje, que con tanta avidez había escuchado los primeros días, ahora le sonaba raro y desafinado.

Shamira no apareció, y Adreena hizo venir un carrito con comida. Toby se sentía muy contento en compañía de Adreena; ella absorbía tan por completo su atención, que las innumerables aprehensiones que lo perseguían quedaban por el momento relegadas.

—Hoy tengo que votar —dijo ella—. Debes aprender, porque tendrás que hacerlo en su momento.

Observó. Se votaba la ubicación de un nuevo laboratorio.

—Ésta es la pantalla para el sufragio. Yo aprieto la perilla correspondiente, y mi voto se registra con los demás, se analiza y se graba. Se hace todo con computadoras, así que, casi antes de que el Comité termine de discutir el tema, ya se han emitido las opiniones, y saben lo que se piensa en cada región del mundo. Si muchos se oponen al proyecto, los motivos de esas objeciones deben ser escuchados y estudiados. Pero la decisión final por lo general depende de la gente que se vea más afectada por el proyecto. O sea que el sufragio se hace mucho más localizado, ¿entiendes?

—Sí. Es muy interesante. Pero me parece una manera muy cómoda de cumplir con los deberes cívicos, así sentados en su casa, mirando una pantalla de televisión y apretando una perilla.

Adreena se encogió graciosamente de hombros, con cierto enojo.

—¿Te parece que la comunidad o el mundo podrían beneficiarse con tu derroche de energía para ir a votar? ¿Crees que el hecho de caminar o viajar a un cierto lugar para votar, como tenían que hacerlo en tus tiempos, mejoraba tu criterio en alguna medida? ¿O lo hacía más sensato?

—No, claro que no. —Toby se sintió en desventaja, y buscó algún modo de corregir el desequilibrio—. ¿No eres demasiado joven para votar? —dijo, por fin. Por propia experiencia sabía que los jóvenes odiaban que se les recordara su juventud. Adreena no se avergonzó en lo más mínimo.

—Yo todavía no puedo votar en todos los asuntos, sino que mi facultad de hacerlo aumenta cada año, hasta que cumpla los veinticinco; en ese momento alcanzaré la ciudadanía completa.

—No hubiera pensado que a los anarquistas les importara la ciudadanía.

—Claro que nos importa. Hay muchas cosas que deben manejarse en forma centralizada: si no, los miles de pequeños esfuerzos individuales serían inútiles. A mí me parece sensato unirme para que las organizaciones centrales puedan funcionar sin tropiezos.

—Eso me suena más a democracia que a anarquía.

—Sin embargo, no lo es —se apresuró Adreena a responder—. En la práctica, la democracia significa la voluntad de la mayoría, cualesquiera sean las necesidades o los deseos de las minorías, y las minorías son sumamente importantes.

—La mejor y más pequeña minoría es el individuo, y en la democracia no hay lugar para él.

—¿Me estás diciendo que las minorías y el individuo tienen alguna posibilidad en este sistema?

—Por supuesto. Tú puedes hacer o tener cualquier cosa, ir a cualquier lado, ser cualquier cosa, en tanto y en cuanto no estorbes a ningún otro individuo.

—O sea que no eres libre de veras.

—Sí que eres libre. Esto es una actitud mental.

—¿Y la justicia? ¿Cómo se trata a los malhechores, a los que cometen infracciones contra el código moderno?

—El único delito es hacer daño a alguien, y ahí uno se siente muy mal. No es necesario que te juzguen los de afuera; lo hace uno mismo.

—¿Y da buenos resultados este sistema? El que comete un delito, nunca cree que lo hace sino al contrario, piensa que tiene justificativos. Incluso si el número de delitos hoy en día es mucho menor debido a que no existe la propiedad ni la necesidad, aún así debe haber crímenes pasionales. No me digas que la gente es tan santa que nadie odia a otra persona lo suficiente como para decidir matarlo, porque no te lo creo.

El precioso rostro de Adreena se ensombreció un instante, pero cambió tan pronto, que a Toby le pareció que se lo había imaginado.

—Sí, a veces se mata a otros, pero son casos muy, muy aislados.

—¿Cómo castigan a los asesinos? No hay tribunales, cárceles ni lugares donde detener a la gente. ¿Cómo se las ingenian? ¿O es que todos piensan, igual que el Marqués de Sade, que si uno mata a alguien no importa porque ulteriormente alguien lo va a matar a uno?

—¡No! ¡Qué espantoso! No es así en absoluto. Los que matan tienen una deformidad mental, y una persona con la mente deforme, es responsabilidad de su familia. Ellos son los que deben encargarse o deshacerse de él.

—Deshacerse de él, ¿eh? Eso sí que es siniestro y poco caritativo. ¿A eso no lo consideran interferir con la libertad del individuo?

—Ahora te estás burlando de mí y de nuestra época. No es muy bondadoso de tu parte, y sabes que tampoco es verdad. Una madre cuida a su niño, una familia cuida al miembro con problemas. La individualidad es de capital importancia, pero sólo puede lograrse teniendo una personalidad completamente madura. Y no todo el mundo lo consigue.

—Entiendo… O sea que la libertad, como siempre, es relativa.

—No entiendes. ¿Por qué eres tan terco? —Adreena cruzó los brazos y se puso a mirar el infinito.

Toby pensó que se había ofendido, y se quedó en silencio. No quería disgustarla. Aunque trató de desprenderse de su influencia, se dio cuenta de que Adreena era la persona de quien se hallaba más cerca. No había querido que fuese así, pero ella era la única persona de hoy con quien eventualmente podría establecer alguna especie de vínculo personal —probablemente no marital, si es que le permitían usar esa palabra—, ni siquiera sexual, pero no obstante un vínculo. Pensó en Mariana y Geno, y suspiró.

—¿Por qué suspiras? ¿Estás triste? ¿Es por Mariana? —En seguida se preocupó por él, cariñosa y comprensiva.

Toby se estremeció ante la pregunta tan directa.

—No estoy triste, de veras —dijo—. Sentía curiosidad…

—Eso no es verdad, ¿no? —le preguntó Adreena—. Quiero decir que te sientes desdichado, que todavía no nos entiendes. ¿Tengo razón?

—Tienes mucha razón —admitió. No quería hablar de Mariana, al menos con Adreena. No sabía cómo iba a reaccionar, y tampoco deseaba herirla. Pero le era imposible estimar la profundidad de un sentimiento o la capacidad para sentir un dolor que tenían estas personas. Parecían tan equilibrados y ecuánimes. Le resultaba casi inconcebible que sufrieran, y sin embargo debían sufrir, eran humanos. Estaba perplejo. Adreena era, al mismo tiempo, muy joven y mucho mayor que él, ¿y cómo podía uno disimular algo en un mundo donde le leían los pensamientos si por un instante bajaba la guardia?

—¿Te gustaría hablar conmigo del tema? A lo mejor puedo ayudarte… no olvides que soy atávica. ¿Quién lo hubiera creído? Yo, puedo condolerme.

Sonrió con esa sonrisa diabólica tan suya, y Toby tuvo que ahogar un impulso de agarrarla, sacudirla, de aporrearla, incluso. Tal era su locura, que debió enjugarse la frente. Nunca se perdonaría el entregarse con todo su impulso pasional a una aventura con esta niña. Eso era parte del problema. Si acaso pudiese saber a ciencia cierta lo que ya había hecho o dejado de hacer. Qué angustia pensar que podían hacerse cosas inspirado por la mente de otro, y no saber… y no poder estar seguro.

Decidió evitar el tema de Mariana, y dedicarse a Geno.

—Geno es el que más me intriga —dijo, esperando que Adreena no hubiese seguido el remolino de sus pensamientos.

—Pero si no lo conoces. A mí me parece que es Mariana la que te preocupa.

—Sí… no… no del todo. —Toby se debatía ante la mirada sagaz—. Me preocupa el misterio. Raoul me contó que Geno es igualito a mí en apariencia, y eso es algo que yo habría pensado que todos me comentarían en seguida. Me imagino los diarios de mi época y los titulares que habrían sacado «Mellizos separados por 135 años». Me parece estar viéndolos. ¿Pero qué es lo que ocurre hoy? No se dice ni una palabra. Se ignora el asunto por completo. Nadie menciona a Geno, excepto tú —por indirectas—, y lo poco que me dijo Raoul. Y sin embargo Geno es el…

Se detuvo. No quería preguntar a Adreena acerca de las intrincadas relaciones que unían a Mariana, Raoul y Geno.

—No sé muy bien cómo expresarlo —dijo, por fin—, pero siento que de alguna manera Geno tiene algo que ver con esa extraña sensación de estar fuera de foco, especialmente con Mariana. No es que quiera ser un maldito salvaje, sino que ya se me hace difícil adaptarme, y no veo por qué tengo que enfrentarme con el misterio también. ¿Puedes explicármelo?

—¡Dijiste «maldito» de nuevo! Eso quiere decir que de veras te sientes mejor, y no hay tal misterio. La gente siempre es igual con Geno, todos lo somos.

—¿Pero por qué? ¿Acaso le tienen miedo? —Toby esperaba recibir un categórico «no». Empezaba a temerse a sí mismo, y le parecía que no encontraría ubicación en esta era moderna en que todos eran tan seguros, tan faltos de las tensiones diarias a que se había acostumbrado en su vida anterior. Para sorpresa suya, no hubo negativa. En cambio, Adreena le respondió indirectamente:

—Pronto conocerás a Geno; él vuelve dentro de unos días.

—¿Tan pronto?

Habría querido preguntar más detalles del programa de vuelo de Geno y de sus costumbres cuando llegara a la tierra, pero Shamira entró en ese momento, y Toby se quedó callado. Se dio cuenta de que estaba exhausto y, cuando Shamira sugirió un descanso antes de cenar aceptó de inmediato.