Domingo. San Antonio, Texas.
Para mi gran sorpresa, a pesar de la excitación, el viernes por la noche dormí de maravilla. Me desperté al día siguiente fresca como una lechuga y de muy buen humor. Seguía estando muy nerviosa; me seguía sintiendo insegura y me aterrorizaba la idea de ser rechazada, sin embargo estaba más animada de lo había estado desde hacía una eternidad.
Me duché y me vestí canturreando. Me decidí por una falda negra ajustada y una blusa azul de seda que hacía resaltar el color de mis ojos; aunque me pareció un atuendo demasiado serio para presentarse en casa de alguien un sábado por la mañana sin avisar, solo había traído ropa de trabajo y no tenía mucho entre lo que elegir.
Bajé a desayunar a la cafetería del hotel. Aunque no tenía ni pizca de hambre —tenía el estómago encogido por los nervios— me obligué a tomarme una pieza de fruta y una tostada con el café.
A las nueve y media, con el plano que había impreso, salí a la calle y empecé a caminar sin prisa a lo largo del Paseo del Río, una pintoresca calle peatonal bordeada de comercios, bares y restaurantes. San Antonio se levantaba bajo un sol esplendido y yo quería disfrutar de cada instante.
A pesar del ritmo tranquilo de mi paso, tardé apenas quince minutos en llegar a la dirección de Jesse, el 221 de la calle Palosanto. Desde la acera de enfrente me quedé observando unos minutos el edificio de tres pisos, de paredes en estuco claro, techo de tejas rojas y balcones de madera oscura y hierro forjado. Respiré hondo y con paso decidido crucé la calle.
La entrada al edificio se hacía a través de un arco amplio de color terracota que daba a un jardín interior. En el centro había una fuente de piedra. Aquí y allá un banco de madera o una silla de metal invitaban a sentarse. Las puertas de los diferentes apartamentos estaban organizadas a lo largo de galerías abiertas quedaban al jardín. Me hizo gracia que aquel lugar se diese un aire con el hotel en el que nos habíamos quedado en San Germán del Camino.
Subí al segundo piso donde, según indicaba el buzón, se encontraba el apartamento de J. Morgan. Tuve dificultades para salir del ascensor pues tenía la sensación de que mis pies se habían quedado pegados al suelo. Volví a respirar hondo y me obligué a salir. Me arregle la ropa y llamé a la puerta tratando de disimular mi nerviosismo. La sonrisa que se me había dibujado en los labios se desvaneció tan pronto como alguien abrió y me di de bruces con la única posibilidad que no había contemplado la noche anterior: que Jesse no estuviese solo.
Siempre me han parecido forzadas e inverosímiles las escenas de las películas en que la protagonista llama a la casa del chico y le abre la puerta una mujer despampanante recién salida de la ducha: entiendo que en las películas utilicen este recurso para que la protagonista se dé cuenta de que el chico se ha estado acostando con otra, pero francamente, ¿quién abre la puerta envuelta en una toalla?
“Al parecer la chica que se está acostando con Jesse” —contestó carcajeándose mi alter ego mientras que mi mente absorbía la criatura que había abierto la puerta. Era una mujer joven, alta, de pómulos marcados y ojos azules de gato. Llevaba una toalla enrollada en la cabeza y otra cubriendo apenas parte de su cuerpo escultural.
Durante una fracción de segundo su expresión mostró sorpresa, pero enseguida me preguntó con amabilidad el motivo de mi visita.
—Buenos días, ¿qué desea?
—Humm... Yo... Verá, soy amiga de Jesse... Pasaba por aquí... Pero no quiero molestar así que lo mejor es que me vaya... —farfullé sin poder disimular lo incómoda que me sentía.
—No, no me molesta. Jesse, acaba de salir pero volverá enseguida... —respondió con naturalidad. Después sonrió, lo que hizo que se iluminasen sus perfectas facciones— ...De hecho pensaba que sería él. Olvida llevarse la llave a menudo. Si quiere puede pasar a esperarle.
Por un momento estuve a punto de salir huyendo. Pero al final decidí que sería una grosería imperdonable. Jesse no se merecía que actuase de esa manera así que, tratando de devolverle la sonrisa, acepté su invitación y entré.
—Bueno, si está segura que no le molesto. Me llamo Elisa. Conocí a Jesse en Honduras.
Extendí la mano tratando de corregir la actitud torpe y maleducada de la que había hecho prueba hasta ahora.
Al pasar a su lado me sentí completamente pequeña e insignificante: a pesar de mis diez centímetros de tacón le llegaba a la barbilla. Cuando creí que no era posible sentirse peor me di cuenta de que, bajo la toalla que llevaba enrollada al cuerpo se adivinaba una protuberancia inconfundible: aquella criatura perfecta con la que Jesse compartía su apartamento estaba embarazada.
—Hola. Me llamo Jo. ¡Espera un momento! —exclamó de repente al mismo tiempo que me examinaba de arriba abajo con descaro—. ¿No serás tú la Lis de la que tanto habla Jesse?
Asentí, al tiempo que trataba de descifrar la expresión de su cara.
—Vaya, se va a llevar una gran sorpresa cuando te vea. Pasa, pasa. Ponte cómoda mientras me visto. Disculpa que esté todo patas arriba pero como puedes ver estamos en plena mudanza.
Discretamente eche un vistazo rápido al salón: era un espacio amplio y luminoso de suelos de parquet y muebles funcionales. Dos puertas correderas de cristal se abrían a un balcón con vistas a la calle. A la derecha se podía ver una cocina americana y a la izquierda un pasillo que lógicamente daba a la o las habitaciones. Varias cajas y maletas confirmaban lo de la mudanza.
Jo desapareció por el pasillo, no sin antes proponerme que me sirviese una taza del café que acababa de hacer. Aproveché su ausencia para tratar de recuperarme. Qué idiota había sido al pensar que después de más de ocho meses Jesse seguiría soltero y sin novia. La verdad es que esa chica le pegaba cien mil veces más de lo que le podía pegar yo. No sólo era muy guapa, como él, sino que además era bastante más joven que yo; no debía tener más de 23 o 24 años. Y además, le pegase o no, iban a tener un hijo...
“Aquí la Tierra llamando a patética, patética ¿me oyes? Ante semejante humillación, yo si fuese tú, que lo soy, me iría echando chispas. ¿Qué te parece si nos vamos al bar del hotel y ahogamos en alcohol nuestras penas?”. Quería hacerle caso a mi voz interior, pero no sabía cómo hacerlo sin guardar un mínimo de decoro.
Entonces, milagrosamente, sonó mi móvil. Era Alba para saber qué tal había ido el congreso. Aunque mi jefa y amiga no lo sabía, me estaba dando la justificación perfecta para salir de aquella casa lo antes posible.
Jo volvió vestida al salón justo a tiempo de oírme decir, alto y claro:
—Por supuesto. Lo entiendo. No te preocupes. Salgo inmediatamente para allá; llegaré en menos de quince minutos.
Acto seguido corté dejando a mi amiga sorprendida y con la palabra en la boca. Después me dirigí a mi anfitriona.
—Jo, lo siento mucho pero tengo que volver inmediatamente a mi hotel. Me alegra haberte conocido. Saluda a Jesse de mi parte y dile que simplemente había pasado a decirle hola. Ya hablaremos en otro momento. Volví a estrecharle la mano y sin darle tiempo a reaccionar, salí a toda prisa.
Había andado apenas unos cien metros cuando volvió a sonar mi teléfono. Cómo era de imaginar, Alba no entendía lo que acababa de pasar y quería asegurarse de que todo iba bien.
Me disculpe sin dar demasiados detalles y luego le expliqué brevemente lo interesante que había sido el simposio. Mientras lo hacía, me senté en la primera terraza que encontré, una cafetería mexicana decorada con un sinfín de farolillos de colores. Alba se alegró mucho. Quedamos en seguir hablando en persona.
Un camarero joven se acercó tan pronto como me vio terminar de hablar. Pedí un café y un dulce de coco –aunque no pensaba ceder a la tentación del alcohol a esas horas de la mañana, tenía la intención de ahogar mis penas en cuantas más calorías mejor—.
Mientras esperaba que me trajesen el pedido, me quedé mirando a los transeúntes tratando de mantener a distancia los pensamientos sombríos que querían apoderarse de mi mente.
Y entonces vi a Jesse, que se acercaba por el mismo camino por el que yo había venido. Llevaba una camisa de cuadros sobre una camiseta negra y vaqueros desgastados. Me pareció más guapo que nunca. Como una tonta traté de esconderme tras la carta. Pero Jesse me vio enseguida, sonrió y se dirigió hacia mí con paso firme y decidido.
—¡Lis! Creía que Jo estaba tomándome el pelo. Me dijo que te había oído decir que estabas a diez minutos del hotel, así que supuse que habías venido por aquí.
Se sentó frente a mí, me tomó la mano que tenía sobre la mesa y me la presionó afectuosamente a modo de saludo haciendo que me derritiera. Por suerte, en ese preciso instante volvió el camarero con mi pedido. Agradecí la interrupción que me permitía retirar la mano sin levantar sospechas. No estaba segura de poder ocultar el efecto que me causaba un simple roce.
Jesse pidió otro café y después volvió a dirigirse a mí con su maravillosa sonrisa:
—¡Menuda sorpresa! ¿Qué te trae por San Antonio?
—He participado en un congreso sobre colaboración centroamericana en materia de lucha contra el tráfico humano. —A pesar de que traté de hablar con naturalidad, mis palabras sonaron altisonantes.
—¿Y qué tiene eso que ver con tu trabajo en la editorial?
—Nada, en realidad. Ahora trabajo para una organización de prevención y lucha contra la trata de personas.
La pregunta de Jesse me permitió lanzarme en una serie de explicaciones que, aunque innecesarias, me dieron tiempo de reponerme.
Con interés, Jesse me hizo muchas preguntas sobre el tipo de acciones que llevaba a cabo la organización, y sobre el trabajo concreto que yo realizaba para ellos. Poco a poco me fui sintiendo más cómoda.
—Y por eso estoy aquí. Intenté llamarte pero el número que tengo está fuera de servicio. Siento haberme presentado en tu casa sin avisar pero me daba pena irme sin saludar —dije cuando me sentí capaz de volver al aquí y ahora.
—No te disculpes. No sabes cuánto me alegro de que lo hayas hecho —dijo con sinceridad—. Lo único que lamento es no haber estado en casa. Espero que Jo no te haya hecho sentir incómoda.
—No, qué va, al contrario. Ha sido muy amable y me alegro de haberla conocido —dije comprobando que volvía a tener la capacidad de mentir con espontaneidad—. Es guapísima. Supongo que con lo del embarazo debéis estar muy felices.
—Bueno, no nos lo esperábamos, así que mi madre se lo ha tomado un poco a la tremenda. Ya te comenté que es una mujer muy religiosa y le hubiese gustado que los bebés llegasen después del matrimonio y esas cosas, pero en fin, poco a poco se va haciendo a la idea.
No sé si oír que lo del embarazo había sido un accidente y que no había habido boda me hacía sentirme mejor o peor.
—Hablando de bebés, ¿cómo os va a vosotros? ¿Habéis conseguido quedaros embarazados?
La pregunta me tomó completamente por sorpresa y Jesse se dio cuenta.
—Perdona mi brusquedad, Lis. No he querido meterme en lo que no me importa. ¿Cómo está Robert? —preguntó ofreciéndome la oportunidad de cambiar de tema.
—No lo sé. Hace mucho que no le veo. No divorciamos hace varios meses.
Jesse me miró sorprendido.
—Vaya, lo siento mucho.
De repente me sentí fatal. La noche anterior, antes de que me venciese el cansancio, había estado soñando despierta. En mi imaginación, después de decirle a Jesse que me había divorciado, le confesaba que seguía enamorada de él; entonces él me tomaba en sus brazos y nos besábamos y éramos felices para siempre. Por supuesto, en mi sueño Jesse no iba a tener un bebé con Miss Universo.
Jesse me seguía mirando sin saber muy bien qué decir. Esquivé su mirada pues temí que descubriera como me sentía. Quise decir algo para cambiar de tema, pero me faltaban las palabras. Me di cuenta de que Jesse estaba alargando la mano para volver a apoyarla sobre la mía. La retiré bruscamente; no podía permitir que me tocase y se diese cuenta de que estaba temblando.
De la manera más inesperada, me puse en pie y me fui deprisa sin ni siquiera despedirme.
“Bueno, supongo que si querías que estuviese seguro de que te falta un tornillo, ésta era la mejor manera de hacerlo” pensé mientras que trataba de correr tan rápido como me lo permitían mis tacones.
Jesse me alcanzó en seguida.
—Espera...
Me cogió de la mano y me obligó a detenerme. Después, sin previo aviso, me tomó en sus brazos y me besó. Durante un momento maravilloso, me colgué de su cuello y respondí apasionadamente a su beso, prolongando aquel momento que tanto había añorado.
Pero entonces recordé a Jo y al bebé. De golpe me solté de su abrazo y, para sorpresa de los viandantes, le pegué una bofetada fuerte y sonora que acompañé de un “¡¿Qué demonios estás haciendo?!”
Jesse se llevó la mano a la cara y desconcertado trató torpemente de disculparse.
—Perdóname. Al oír lo del divorcio pensé que habías venido porque todavía sentías algo por mí. No he querido ofenderte.
Hizo una breve pausa y frunció el ceño. Cuando volvió a hablar lo hizo con tono mucho menos conciliador.
—Y, de paso déjame añadir que tu respuesta inmediata ha sido cuando menos, ambigua. Lis, por una maldita vez en la vida me gustaría que me dijeses claramente lo que piensas.
Sus palabras y actitud acentuaron mi frustración.
—Por supuesto que mi respuesta ha sido ambigua. ¿Cómo quieres que sea? ¿Acaso no sabes el efecto que causas en mí? ¿Quieres que te sea sincera? Pues vale, voy a serte sincera: claro que te sigo queriendo y claro que vine a verte con la intención de confesarte mis sentimientos. Y ahora dime tú a mí: aparte de para perder hasta la última gota de dignidad que me quedaba, ¿para qué ha servido mi confesión?
La sorpresa en el rostro de Jesse parecía sincera. Me cogió la mano y volvió a acercarse a mí:
—Pues sirve para que yo no me sienta totalmente ridículo cuando te diga que yo también te sigo queriendo, que no pasa un día sin que tenga que controlar las ganas de llamarte y que si hubiese sabido lo del divorcio, hace tiempo que habría ido a verte...
Le puse la mano en la cara y dejé que la besara.
—Lis, no te entiendo. Desde el principio he sido compresivo y he tratado de aceptar que aunque sintieses algo por mí, tu marido se interponía entre nosotros. Pero ahora que ese obstáculo ya no existe, ¿por qué sigues negándote a que por lo menos le demos una oportunidad a lo nuestro?
El tono sincero con el que había dicho aquello me desarmó por completo; cada vez entendía menos lo que estaba ocurriendo.
—Me niego porque vas a tener un hijo con una mujer que te pega cien mil veces más que yo. No importa que haya sido un accidente; no importaría incluso que me asegurases que lo único que ibais a hacer era criar al niño juntos. Yo sé que no podría soportarlo....
El desconcierto y la sorpresa que se dibujó en el rostro de Jesse hizo que me callara.
—¿Puede saberse de qué me estás hablando?... Espera un momento... ¿no pensarás que...?
De repente Jesse rompió en carcajadas. Me quedé atónita sin poder reaccionar, tratando de entender qué era tan divertido hasta que Jesse consiguió controlarse y sin deshacerse de ese aire burlón tan característico, volvió a tomarme en sus brazos.
—Jo es mi hermana. Les he cedido mi apartamento unos días hasta que terminen de pintar su casa nueva.
Cerré los ojos sintiéndome completamente estúpida. Después volví a abrirlos. Yo también empecé a reírme.
—¿Cómo he podido ser tan idiota? Ahora que lo pienso, Jo se parece mucho a ti: la misma estructura ósea, los mismos ojos azules, el mismo pelo rubio oscuro.
Jesse me calló con un beso al que, esta vez, respondí sin controlarme.
Tal como lo había soñado, el resto del día y la noche estuvimos juntos, poniéndonos al corriente de nuestras vidas y recuperando el tiempo perdido.
No sé si tendremos futuro juntos. Hay muchas cosas que nos separan. Pero tampoco importa. Vamos a conformarnos con ir inventando el día a día, y después, el tiempo dirá.