Undécimo día

 

 

 

 

Me desperté muy temprano: el sol se estaba apenas levantando. A mi lado, Robert seguía durmiendo. No quise molestarle así que, en lugar de levantarme, me giré despacio, dándole la espalda. Necesitaba pensar, tratar de explicar esta angustia que sentía y que no podía evitar.

Una vez más había dormido muy mal. Volví a soñar con la niña que me pide desesperada que la ayude, que no permita que le hagan daño. En mi pesadilla sé que su vida corre peligro y que sólo yo puedo salvarla, pero que para ello tengo que recordar una información fundamental. Sin saber qué hacer, avanzo a oscuras, guiada tan sólo por sus súplicas desgarradoras, pero nunca consigo encontrarla... Cuatro o cinco veces me desperté con el corazón encogido por la impotencia de querer ayudar a esa niña y no poder hacerlo. Me costaba un poco volverme a dormir, y cuando por fin lo conseguía, volvía a tener la misma pesadilla.

¿Qué sentido tenía ese extraño sueño? Tenía que significar algo o no se repetiría de aquella manera. Quizás la niña fuese yo misma, perdida, sin la capacidad de recuperar mis recuerdos. O quizás con lo que soñase fuese con los hijos que no podía tener. Si, como sugería Robert, me fui a Honduras a comprar un bebé, tal vez la niña que pide socorro en mi sueño fuese la misma que se quedó esperando una mamá adoptiva que nunca llegó...

Robert me dijo que estaba obsesionada con la idea de ser madre, pero lo cierto es que en esos momento, sin memoria, no sentía esa necesidad, así que podía ser que mis pesadillas no fuesen más que mi subconsciente gritándome el deseo que yo había olvidado.

“¿Qué te parece si dejas el auto-psicoanálisis-de-pacotilla y disfrutas del aquí y ahora?” —oí decir a la sabia voz en mi cabeza.

Hasta el día anterior, lo único que recordaba era el accidente de avión, pero la noche pasada recordé mi boda y muchos momentos de intimidad con Robert. Al hacer el amor descubrí que mi piel no había perdido la memoria, y que mi cuerpo, al unirse al suyo, se sentía en casa.

Toda esa familiaridad debería llenarme de optimismo pues, aunque sólo hacía un par de días que había vuelto a mi vida, todo parecía indicar que pronto iba a recuperar el resto de mis recuerdos.

Uno de mis mayores temores había sido que cuando por fin estuviese el los brazos de Robert, fuese Jesse el que ocupase mi pensamiento. Sin embargo, durante toda la noche, la imagen de Jesse se mantuvo alejada de mi mente. Este simple hecho debía alegrarme. Entonces, ¿por qué me sentía intranquila y melancólica?

Probablemente fuese porque todo estaba ocurriendo demasiado rápido. Era difícil digerir tantas emociones en tan poco tiempo... Y a pesar de eso, hubiera deseado que mi recuperación fuese aún más deprisa...

Me frustraba haber sido capaz de recordar mi relación física con Robert pero no poder recordar mis sentimientos hacia él. Cada vez me sentía más cómoda a su lado, pero a pesar de eso, hasta ahora no había podido decirle que le amaba. Y es que cada vez que lo intentaba, esas sencillas palabras se me atascaban en la garganta y se negaban a salir...

“Por el amor de Dios, Elisa, que a Jesse le dijiste que le querías al cabo de dos días” —me recriminó con razón la voz de mi conciencia— “¿No crees que podrías hacer un esfuerzo por el hombre con el que te casaste? ¿El mismo que te está demostrando una y otra vez cuánto le importas?”

Aun sabiendo que el reproche de mi alter ego estaba justificado, me sentía incapaz de seguir su consejo y hacer lo que tenía que hacer. Con nostalgia recordé lo fácil que me resultó confesarle a Jesse que le quería en aquel hotel de Tegucigalpa. Sentí vergüenza al pensar en todas aquellas otras veces en que me mordí la lengua para retener las mismas palabras que ahora se negaban a salir de mi garganta. Un sentimiento profundo de culpabilidad empezó a nublarme la mente y me di cuenta de que, en aquellos instantes, me odiaba a mí misma. Me detestaba porque no conseguía borrar a Jesse de mi memoria, mientras que era incapaz de recordar mi amor por Robert. Y sobre todo me odiaba porque lo que sentía por mi amante de unos días parecía mucho más real que lo que sentía por mi marido de años...

De pronto, Robert se dio la vuelta y me abrazó. Tuve que luchar contra mi primer instinto: escapar. El ritmo tranquilo de su respiración contra mi espalda me indicó que seguía dormido. La sensación de agobio y opresión era muy fuerte, pero me obligué a quedarme donde estaba, pegada al hombre al que se suponía que debía amar. Vacié mi mente e intenté que mi cuerpo se relajase al contacto de aquel que tanto placer me había proporcionado la noche anterior. Mi respiración se fue haciendo más pausada y mi pensamiento empezó a vagar a su aire...

Pero entonces, sin poder evitarlo, recordé aquella noche en la cueva, cuando Jesse, aún inconsciente, me abrazó de la misma manera que lo estaba haciendo Robert. Me avergoncé al comparar cómo me sentí entonces, a salvo por primera vez, y como me acababa de sentir, atrapada y sin salida...

“¡Eres una ingrata y una zorra!” me gritó la voz en mi cabeza. “Quizás la diferencia tenga algo que ver con el hecho de que aquella noche estabas sola y desamparada en la selva, a pocos metros de un avión lleno de cadáveres, tratando de salvar al único otro ser humano vivo a tu alcance, a excepción de unos traficantes asesinos... ¿Conoces la expresión agarrarse a un clavo ardiendo? Pues eso, durante aquellos días, Jesse fue tu clavo ardiendo... Hoy en cambio estás en un yate, bebiendo champán y escuchando jazz... Tal vez el único peligro que te aceche sea darte un golpe al bajar la escalera o atragantarte con una ostra... Reconoce que hasta al propio Jesse le resultaría difícil parecer un valiente caballero al rescate...”

Qué razonable sonaba todo eso. Debía aceptar que el accidente y lo que ocurrió después fueron lo suficientemente traumáticos como para intensificar cualquier sentimiento. Tenía que darme cuenta de que lo que sentía por Jesse no era real.

“Pues claro, idiota. Además, si Jesse se hubiese parecido a Mister Bean, seguro que no hubieses intensificado nada”. Sonreí y el mero hecho de poder hacerlo me inyectó una dosis de optimismo. Quizás no pudiese volver a querer del todo a Robert hasta no dejar de pensar en Jesse... Y en ese caso, lo que tenía que hacer era arrancarle por completo de mi mente... No iba a ser fácil pero era lo que debía y lo que iba a hacer... Mientras tanto, iba a darle tiempo al tiempo, y pronto recuperaría la memoria y todo volvería a ser como antes.

Lo que había descubierto hasta ahora de mi carácter antes del accidente era que era una persona razonable y sensata, así que debía existir un motivo razonable y coherente que explicase el viaje a Honduras. Y aunque no fuese así y mi viaje hubiese sido tan sólo una insensatez, todo el mundo tiene derecho a hacer locuras de vez en cuando. Robert parecía dispuesto a perdonarme fuesen cuales fuesen mis motivos, así que yo debía hacer lo mismo. Quizás ya no importaba por qué lo hice y fuese mejor que no volver a recordarlo nunca.

“Pero si al final resulta que te vas a parecer Al Capone. Te recuerdo que tener y utilizar documentos falsos es un delito grave y que lo mínimo que deberías hacer, es encontrar el cómo y el por qué cometiste tal delito.”

Decidí ignorar mi voz interior. Tenía que concentrar toda mi atención en recordar mis sentimientos hacia Robert. En cuanto lo consiguiese volveríamos a ser lo que éramos. Mientras tanto tenía que fingir y no permitir que se diese cuenta de lo incómoda que me sentía cada vez que me reiteraba su amor. Iba a entrenarme diciendo te quiero hasta que me saliese de dentro...

Si había algo que me había demostrado a mí misma en los últimos días, era que podía conseguir lo que me proponía... Si había podido transportar un cadáver a cuestas, huir a través de la selva y seducir a unos desconocidos para que Jesse se ocupase de ellos, como no iba a poder decir te quiero a un hombre maravilloso que se desvivía por mi bienestar.

Llena de determinación y ternura, me di la vuelta y desperté a Robert con mis caricias. Hicimos el amor y aunque no pude decirle que le amaba, conseguí que cada gesto expresara mi aprecio. Después de desayunar volvimos al puerto. Durante el trayecto hacia casa de mi suegra me di cuenta de que estaba bastante nerviosa ante la perspectiva de pasar el fin de semana con un grupo de personas que, por mucho que me conocieran, no conseguía recordar.