XII

Lázaro

S

e trataba de una situación bastante complicada. –Matizó el carpintero-. Por una parte el pueblo de Betania clamaba un milagro y por otro a Jesús todo aquello le cogió por sorpresa. “Un milagro”. Aquellas palabras resonaban en su cabeza y hasta le hicieron dudar de sí mismo.

El carpintero se detuvo.

- ¿Y qué pasó? –Preguntó Daniel-.

- Lo que pasó podría describirse como una de las mayores casualidades en la vida de Jesús, o una ayuda de origen divino.

“Un hombre se dirigió a toda prisa hacia donde se encontraban. Mateo pensó que podría tratarse de alguien que había enloquecido y que iba a arremeter contra Jesús. Cogió de la mano a Judas, a Juan y a Simón, y se colocaron delante de su Maestro formando una cadena humana.

El hombre no se paró ni mostró intención de hacerlo. Continuó corriendo con la cara angustiada y la piel enrojecida por el cansancio y la ansiedad. Cuando se acercó lo suficiente, los que formaban la barrera endurecieron sus cuerpos, listos para recibir el impacto.

- ¡Te lo ruego, salva mi alma! –Exclamó el corredor-.

Con un movimiento brusco y a la vez esbelto, se lanzó al suelo y se deslizó entre los pies de los discípulos de Jesús hasta acabar tocando con sus labios su dedo gordo.

Lo besó.

- ¡Te lo suplico! Perdona mis pecados. –Sollozó esta vez-.

- Levántate buen hombre y dime ¿por qué quieres que te perdone?

Este levantó la cabeza y miró a su alrededor.

- No soy ningún buen hombre. Soy un asesino.

- ¿Por qué dices eso? –Preguntó sorprendido Jesús-.

- Yo he matado al Caballero. Yo soy el responsable.

Un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar esa afirmación.

- ¿Estás seguro de lo que dices? –Preguntó Jesús-.

- Sí, sí.

Jesús se arrodilló y le tocó la cabeza con suavidad. Su dócil tacto apaciguó la turbada mente del asesino que, con lágrimas en los ojos, le miró a la cara y volvió a implorar su perdón.

- Me dijeron que matarían a mi mujer y a mis dos hijos si no lo hacía. Después, en cuanto me di cuenta que no podía negarme, me pagaron generosamente para hacerlo. Yo no quería, pero la vida de mi familia estaba en peligro y el dinero… era mucho.

Jesús le secó con la mano una de las lágrimas que asomaban por sus ojos. El hombre se sintió aliviado y continuó con su relato.

- Hice exactamente lo que me dijeron. Visité al cocinero del castillo, como de costumbre, y le entregue el pedido de la semana, sólo que esta vez, había llevado una botella de vino distinta. Envuelta con un paño de bordados verdes y amarillos, como si la hierba y el sol lo estuvieran envolviendo, la botella contenía un potente veneno que mataría a Lázaro de una forma lenta y cruel. Quienes me pagaron me comentaron que no debía preocuparme, porque era imposible que alguien supiera cómo fue envenenado. Y tenían razón.

- ¿Por qué te descubres entonces? –Preguntó Jesús-.

- Hace tiempo que se habla de la visita de un Salvador. Del hijo del mismísimo Dios, y cuando me dijeron que aquel que nombraban como el Mesías había llegado a la ciudad, sentí como un fuego ardía en mi pecho y me quitaba la respiración. Y entonces te vi.

Empezó a besarle los pies de nuevo.

- No puedo soportar esta carga. No quiero ser un hombre maldito. –Dijo-.

- Te creo. –Asintió Jesús-.

- Pero puedo arreglarlo…

- ¿Cómo dices?

- Que puedo reparar el daño que he causado.

- Eso no es posible. –Dijo Jesús-.

- Sí que lo es. Sé que el veneno tarda más de seis días en causar la muerte.

- Eso es una buena noticia. Ahora debemos encontrar un antídoto. –Comentó emocionado-.

- No es necesario. –Dijo aún arrastrándose por el suelo-. Ya tengo el antídoto.

*

Jesús se puso la mano en la cara y se tapó la boca. Un pensamiento tanto extraño como perverso le poseyó. Sabedor de la carga que supondría para su alma, entendió que aquel hombre le estaba confesando un crimen y también le ofrecía un camino para enmendar su error, y él podría realizar algo maravilloso. Se le estaba ofreciendo cambiar su conciencia por la de un hombre arrepentido.

Por primera vez tuvo que colocar su integridad dentro de la balanza de los acontecimientos. Por una parte, se le brindaba la posibilidad de resucitar a un muerto, aunque por otro lado no sabía si estaba sucumbiendo a una tentación del demonio.

El futuro venidero dependía de las decisiones que tomaba, y aquella no iba a ser una excepción.

Con un rostro lleno de dudas, acarició el rostro de aquel hombre y le limpió con su túnica blanca.

- Ponte de pie, dame el antídoto y vete en paz. Has obrado mal, pero has rectificado.

Agradecido, el hombre obedeció y le entregó el antídoto. Le besó las manos y se retiró con la cabeza agachada, hasta que finalmente desapareció entre la multitud que se encontraba velando en la entrada de la tumba.

Un frasco verde, áspero y aparentemente agrietado, fue lo que aquel hombre le entregó a Jesús. Él lo miró durante un instante y enseguida se lo guardó debajo de la túnica. No quería que nadie se diera cuenta de lo que acababa de suceder.

Con el semblante repleto de incertidumbre y con una sensación de haber hecho algo malo, se acercó a la entrada de la tumba. La multitud se apartó para que el Mesías pudiera llegar hasta donde dos mujeres, abrumadas por el dolor, agradecían la visita de aquellos que llegaban para presentar sus respetos. Su aspecto, bien vestidas, delataba su origen poco humilde, aunque trataban a todo el mundo con un cariño especial, muy impropio de los ricos y poderosos.

En cuanto la figura de Jesús apareció, las dos mujeres se arrodillaron y pidieron clemencia por el alma de Lázaro.

- Por favor, te lo suplicamos, no dejes que sufra un castigo por sus pecados. No son muchos, pero no ha tenido la oportunidad de hacer todo el bien que él hubiera querido. Era un hombre honesto y de principios.

- Eso es cierto. –Afirmó la otra mujer-. Siempre ha mantenido abiertas las puertas de su casa para los necesitados y los desvalidos. Permítele entrar en el Reino de los Cielos.

Jesús las cogió de la mano y las invitó a levantarse.

- Ya veo que se trataba de un buen hombre y también creo que su espíritu es merecedor de un buen lugar en el cielo, pero yo no soy quién decide el destino de nuestras almas. Si realmente ha obrado bien durante la mayor parte de su vida, no tiene nada por lo que temer.

Abrazó a las mujeres y estas sintieron un gran alivio después de escuchar sus palabras.

- ¿Puedo entrar a verle? –Preguntó Jesús-.

- Por supuesto. –Dijo una-.

- Claro que sí. –Afirmó la otra-.

Agachó la cabeza para no golpeársela en la entrada. Observó con curiosidad las paredes de la tumba y se fijó en algo que enseguida le llamó la atención. A pesar de la altura en la que se encontraba situada la tumba y la sequedad del entorno, el interior de la roca donde estaba excavada lagrimaba agua por muchas partes. Jesús pasó su mano por la húmeda superficie y se dio cuenta de que ese líquido era más espeso que lo habitual. Se acercó los dedos a la boca y lo saboreó. ¿Qué extraño? –Susurró-. Es agria y dulce, a la vez que salada.

Se colocó por encima del cuerpo, que aparentemente yacía falto de vida, y lo tocó.

- No está del todo frío.

Se apresuró a sacar el frasco, lo abrió y vertió su contenido en la boca de Lázaro.

- ¿Funcionará? –Se preguntó a sí mismo-.

La garganta de Lázaro comenzó a temblar, como si el antídoto estuviese luchando por invadir sus entrañas. Sus fosas nasales se dilataron, sus brazos, hasta ahora pegados a su costado, se movieron espasmódicamente.

- Ghhk, ghhk.

Lázaro empezó a toser y a escupir, llenándose la cara con saliva y de un líquido de color negro.

- ¿Dónde estoy? –Preguntó intentando tomar aire-.

Se recostó y se fijó en Jesús, un hombre que jamás había visto en su vida.

- Estabas muerto y ahora has vuelto a la vida. –Le contestó Jesús-.

Lázaro se fijó con atención en el desconocido y entonces le reconoció. Las historias que había escuchado sobre él, las descripciones y los detalles, le ayudaron a visualizarlo con claridad.

- ¿Por qué decidiste salvarme? No soy nadie.

- El amor que el pueblo procesa por ti demuestra que lo que dices no es correcto. He podido oír los llantos de aquellos que lamentaban tu muerte desde muy lejos, y gracias a ellos me encuentro ahora aquí.

- ¡Oh! Gracias Señor, mi Salvador. Gracias.

- Ahora saldré y consolaré a todos los que esperan verte, y cuando te llame por tu nombre, te levantarás y saldrás para dar fe del milagro obrado.

La última afirmación reconcomió la conciencia de Jesús, pero ya no había marcha atrás. Sonrió con cierto tono de arrepentimiento y se dirigió a la salida.

- He visto lo que vuestros corazones albergan. He sentido vuestro dolor y comprendo vuestra necesidad de seguir viviendo con esperanza.

Jesús se dio la vuelta y señaló la tumba.

- ¡Lázaro, levántate y ven hacia mí! –Gritó-.

La gente se frotaba los ojos, se arrodillaban y juntaban las palmas de las manos agradeciendo el milagro. La esperanza había brotado de nuevo y florecía en sus pensamientos”.

*

- Ahora intentarás convencerme de que la actuación de Jesús no era fraudulenta. Me dirás que hay un milagro escondido en ella y que también es parte del pueblo. –Comentó Daniel indignado-.

- No, no te voy a decir eso. Esta vez el milagro está en la acción de un solo hombre. Nació en su necesidad por redimir los pecados, en el valor que otorgamos a cada una de nuestras acciones y en el modo que estas afectan todo lo que nos rodea. ¿Sabes lo difícil que es confesar un asesinato?

Daniel se sirvió un poco de vino y permaneció en silencio. De nuevo comprendió que estaba muy equivocado y no quiso interrumpir la narración del carpintero.

- Piensa en cómo sería el mundo sin el peso de la conciencia… un caos. La vida humana carecería de valor en cualquier parte y en cualquier momento; los poderosos no se detendrían ante nada, las ideas morirían al instante, el egoísmo arruinaría la unión existente entre las personas y el demonio se apoderaría de lo poco que se le escapase a la inconsciencia.

“Jesús se sentía muy debilitado. Los duros y constantes golpes de los legionarios le estaban destrozando el sistema nervioso y los analgésicos, aparte de aliviarle el dolor, empeoraban la situación.

 La cruz, que le aplastaba la espalda, ya no le pesaba; los latigazos, que silbaban como serpientes hambrientas, ya no le molestaban; su cuerpo, ajeno a lo que le sucedía, ya no le respondía. Y sin darse cuenta, tropezó y se desplomó sobre el suelo, golpeándose la cabeza y perdiendo el conocimiento. Parecía que su plan estaba a punto de fracasar”.