III
La maniobra de Tomás
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no piensa que la moral y las leyes ordenan el mundo para que podamos vivir en él con cierta paz y armonía, pero la realidad es otra. Es el dinero lo que domina los corazones de las personas y no quiero criticar a nadie por ello. Está claro que para poder comprar comida uno necesita dinero, y para poder comprar leña y así alimentar la chimenea de su casa y combatir el frío del invierno, uno también lo necesita, en fin, el dinero es necesario para sobrevivir, en especial en una gran ciudad. Y Tomás lo manejaba mejor que nadie.
En aquellos tiempos el Imperio Romano era muy poderoso, pero por desgracia para ellos, la burocracia hacía que las provisiones y salarios de los legionarios llegasen con demasiada tardanza. Y, como dice el refrán, lo que es malo para unos, suele ser bueno para otros.
Tomás se acercó a la guardia romana y comenzó a charlar con uno de los legionarios. Este comprobó que la conversación entablada no tenía nada que ver con la política o la religión y no se sintió amenazado por el curioso e inesperado visitante, además, Tomás llevaba buenos ropajes y elaboradas joyas, dignas de un ciudadano de la mejor posición. Ese detalle también llamó la atención del legionario y le inculcó respeto.
Al día siguiente Tomás regresó a la guardia y esta vez llevó consigo un cordero como regalo, en agradecimiento por sus esfuerzos de mantener la ciudad y a los distinguidos ciudadanos como él a salvo de los maleantes y malpensados. El regalo fue recibido con gran ilusión, ya que hacía más de tres días que no habían comido carne y estaban bastante hartos del seco y requemado pan de guarnición. Ante tal generosidad, todos los legionarios de la guardia simpatizaron con Tomás y no llegaron a pensar que buscaba algo a cambio de sus regalos. Día tras día regresaba y hablaba con los legionarios de sus familias, de Roma, del arte de la espada y de mujeres, principalmente de mujeres, fraguando una amistad que a priori se podía calificar como sincera y desinteresada.
No pasó mucho tiempo cuando Tomás entendió que ya podía continuar con la siguiente parte del plan. Durante tres días dejó de visitar a sus nuevos amigos de la guardia. No era por ningún motivo en especial, sólo quería preocuparles y que extrañasen los continuos regalos a los que ya se habían acostumbrado”.
- No sabía que Tomás había hecho tal cosa. –Dijo Daniel sorprendido-.
- Ni tú, ni nadie. Bueno, puede que alguno de los guardias aún esté vivo. Incluso puede que se encuentre aquí, en Roma.
El joven bebió un poco de vino y miró de reojo la corona.
- Todo esto me parece demasiado extraño.
- No me cabe ni la menor duda de ello. Aunque si lo meditas bien, tu señor te ha enviado aquí, a mi casa, en busca de una corona imposible de encontrar. Por lo cual, seguro que él sabe algo que el resto del mundo desconoce.
- ¿Como la historia de la corona que ahora me está contando?
- Efectivamente.
- Es que no me puedo imaginar a Tomás haciéndose amigo de los romanos.
- Todo tiene un motivo, y a continuación te contaré el de Tomás.
“Pasados los tres días, Tomás visitó a sus nuevos amigos llevando consigo dos cabras, cuatro gallinas y siete ánforas repletas de vino. Les comentó que deseaba emborracharse y comer hasta la saciedad, ya que no soportaba el dolor sufrido durante los últimos días. Añadió que sus familiares no sabían cómo divertirse, o al menos no sabían hacerlo tan bien como los romanos, y que más que sermones y lágrimas, él buscaba risas y canciones.
Sus amigos de la guardia, encantados por los regalos ofrecidos, no quisieron importunar a su “amigo” con preguntas innecesarias y de inmediato se reunieron para dar comienzo a la comilona. Bebieron y comieron todos por igual, o unos más que otros. No importaba. La comida y la bebida abundaba en cantidad, y el vino junto con la simpatía añadida desató algunas lenguas. Respetaban a Tomás, pero los más atrevidos no consiguieron contenerse y se sentaron a su lado.
- No estés tan triste Tomas. –Balbuceó borracho Flavio-.
El legionario era el más grande de la guardia. Con el pelo negro como el azabache y la piel morena, tostada por el sol, únicamente tenía manchas blanquecinas donde las heridas de las lanzas y las espadas habían dejado su huella. El impresionante soldado debería estar en Roma disfrutando de honores y privilegios, pero su afición por la bebida y la descarada osadía que manifestaba ante sus superiores, le había costado ese placer, consiguiendo ni más ni menos que servir en el lugar más recóndito del Imperio Romano.
- Cómo no voy a estarlo. –Contestó Tomás midiendo sus palabras-.
- Venga, cuéntame que te pasa. Mi madre solía decirme que cuando uno habla de sus sentimientos al cabo de un rato se siente mejor. Lo que ella no sabía, es que cuando yo hablo de los míos, no paro de insultar a aquellos cobardes que se llaman centuriones y que se esconden durante la batalla. –Se quejó Flavio-. Es cierto que me siento mucho mejor cuando me desahogo, pero sólo me ha servido para llegar hasta este agujero de esta ciudad en la otra punta del imperio.
Jajajajaja. Las carcajadas de los legionarios fueron seguidas por algunos insultos y un par de improperios que acostumbraban a dedicarle al emperador. Esos últimos entre susurros.
- Mi madre ha muerto. –Interrumpió Tomás con cara sombría-.
Las risas se detuvieron y los legionarios se paralizaron al instante.
- Perdóname Tomás, no lo sabía. No era mi intención…
Él interrumpió a Flavio.
- He llorado durante tres días y es suficiente, he venido aquí para olvidar, pero no os preocupéis, sé que no es vuestra intención importunarme”.
- No sabía que la madre de Tomás viviera en Jerusalén. –Comentó Daniel-.
- Es porque ella no vivía en Jerusalén. –Contestó el carpintero-.
El joven abrió los ojos de par en par. Sorprendido, pero sin dejar de masticar, movió la mano esperando escuchar lo que venía a continuación.
“Los legionarios se pusieron de pie y, borrachos y decididos, brindaron en recuerdo de la madre de Tomás y prometieron hacerle un regalo. ¿Pero qué se regala a alguien que aparentemente lo tiene todo? Flavio se acercó y le cogió del hombro.
- ¿Qué podemos hacer para honrar a tu madre? –Le preguntó-.
Tomás había alcanzado su meta, ya sólo era cuestión de plantearles lo que quería con humildad y disimulo para no recibir una negativa. Cogió un ánfora llena de vino, sirvió a los legionarios, se sentó en la mesa que estaba situada en una esquina, cerca de la armería, y fingió estar tremendamente afligido.
- No creo que sea justo pediros que cumpláis el último deseo de mi madre. Sé que sería demasiado.
- Déjanos a nosotros juzgar si es demasiado o no. –Dijo Flavio con voz bravucona-.
- Ella siempre quiso ser enterrada en las tumbas de la colina”.
El joven bajó la copa y miró al carpintero.
- ¿Todo eso para conseguir una tumba?
- Básicamente sí. Antes de la invasión romana, aquellas tumbas excavadas al pie de la colina estaban predestinadas para los más pudientes y los más respetados.
- Tomás disponía de dinero suficiente como para comprar más de una tumba. –Indicó Daniel-.
- Eso es cierto, pero ahora también se necesitaba el consentimiento de un gobernante romano, o una solicitud por parte de varios de ellos.
“Tolos los legionarios se sintieron aliviados al escuchar la petición de Tomás puesto que podían complacerle con mucha facilidad. Alzando sus copas una vez más, prometieron iniciar los trámites necesarios para solicitar una tumba al pie de la colina.
- Agradezco mucho vuestro ofrecimiento, pero no puedo aceptar este regalo.
- ¿¡Por qué!? –Gritó Flavio-. ¿No pretenderás ofendernos?
Tomás agachó la cabeza.
- No, no. No es eso. ¿Por qué iba yo a ofender a los únicos que realmente me entienden? Es que mi madre también deseaba poder descansar al lado de mi padre.
- Pues, llegado el momento, que sea enterrado junto a ella. –Afirmó Flavio intentando parecer serio-.
- Ojalá fuera tan sencillo. Ella deseaba una tumba cercana, no la misma.
- Era un poco rara ¿no?
Uno de los compañeros de Flavio le propinó un codazo en las costillas por la falta de tacto que había mostrado.
- Perdón. –Rectificó Flavio-. No quería…
- No te preocupes mi querido amigo. –Le interrumpió Tomás-. Es cierto que era muy exigente, pero qué puedo hacer yo… era mi madre.
Los legionarios permanecieron callados.
- ¿Te puedes costear las dos tumbas? –Preguntó Flavio-.
- Por supuesto, ya os he dicho que ese no es el problema.
Todos alzaron sus copas y brindaron de nuevo.
- ¡Pues que los permisos sean dos! –Gritaron eufóricos todos al unísono-“.