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La petición de Judas
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as verdades, los objetivos, las acciones y todo lo que somos, nacen de simples ideas. Las grandes obras, las impresionantes construcciones, la bondad y la caridad, el ejemplo familiar y la grandeza del honor, e incluso los extensos imperios que parecen interminables, son productos de estas. Pero, de lo que no somos conscientes, es de lo frágiles que son esas creaciones nuestras, donde lo que más está en juego… son las vidas humanas.
*
Roma, año 66 d. C.
- Busco la casa del carpintero.
- Por aquí hay unos cuantos.
- La de aquel que se dice que nunca habla.
- ¡Ah!, ese. Vive muy cerca de aquí. Baja por esta misma calle y a la segunda gira a la derecha. Es la casa con las ventanas nuevas. Siempre tiene las ventanas nuevas.
El joven, oculto bajo la capucha de una desgastada capa, agachó la cabeza a modo de agradecimiento y prosiguió su camino.
De las casas cercanas salía un olor a rancio. Un charco de agua estancada, rodeado por musgo grisáceo, repelía a quienes se acercaban, mientras con su característico tufillo animaba a las moscas, a las cucarachas y a los demás insectos de ciudad a arrimarse y así sumarse al microcosmos de bacterias, larvas, alguna que otra lagartija y, por qué no, un par de virus que en un momento no determinado infectarían a alguien.
El barrio era muy pobre. Un lugar muy inapropiado para hallar el preciado objeto que su señor le había mandado buscar. Eso le desconcertó. El amanecer de un nuevo día se posaba sobre los tejados de los edificios y, lentamente, se deslizaba por las paredes hasta que tocaba a los habitantes de la ciudad, aunque no a todos, sólo a los que vivían en las calles diagonales a la principal. Los saludos eran escasos, incluso entre vecinos, y lo que más se escuchaba era el chillido de los cerdos al ser pasados a cuchillo en un matadero cercano.
Aun así, las indicaciones eran precisas y el joven encontró la casa que buscaba sin la menor dificultad.
Pum, pum, pum.
Tres golpes secos hicieron que la puerta temblase. Al contrario que las ventanas, esta se encontraba en un estado de deterioro que cualquiera podría pensar que la casa estaba abandonada. No creo que este sea el lugar. –Pensó el joven-. Al ver que nadie le abría, se dispuso a continuar su camino y preguntar de nuevo por la casa del carpintero.
- ¿Quién es? –Preguntó una voz de mujer que apenas alcanzaba a ser un susurro-.
El joven se detuvo en seco al comprobar que la casa no estaba abandonada y después de aclararse la garganta, contestó:
- Me llamo Daniel, y vengo de Jerusalén.
- ¿Y qué es lo que buscas?
- Mi señor, Judas de Galilea, me envía en busca del carpintero.
- Vienes desde muy lejos para buscar a un simple carpintero. –Replicó la mujer-.
- En realidad vengo en busca de un valiosísimo objeto. Al parecer…
La mujer abrió la puerta y tras agarrarle de la muñeca derecha tiró de él hacia el interior de la casa.
- ¿Es que estás loco? ¿Pero no ves que aquí no hay nada de valor? Y si lo hubiera, no habría que hablar de ello en la calle porque enseguida se enterarían los ladrones y no dudarían en asaltarnos.
El joven Daniel se estiró, lleno de orgullo, y apenas supo reaccionar. Él era el hombre de confianza de Judas de Galilea, el futuro rey de Judea.
- Disculpa mi atrevimiento joven señor, sólo pretendía evitarnos una desgracia.
La mujer agachó la cabeza y se puso de rodillas a modo de arrepentimiento. No quería ser castigada por agredir a un hombre de alta posición, incluso cuando ese hombre se parecía más a un chiquillo que a un varón con edad suficiente como para lucir algo de pelo en su pecho.
- Por favor María, trae un poco de vino para nuestro invitado.
Ella asintió y se retiró sonriendo.
- ¿Eres el carpintero que ando buscando?
El hombre se sentó frente a una mesa que ni en las mejores casas se podía ver. La oscura esquina donde se encontraba, ocultaba su rostro, aunque el titilar de una vela situada en la esquina de la mesa, y la poca luz que lograba atravesar las cortinas que tapaban las ventanas, a duras penas conseguían desvelar algún rasgo característico de ese hombre con voz cultivada y dura.
- Así que te envía Judas de Galilea.
- Él será nuestro próximo rey. –Contestó el joven con cierto tono de soberbia-. Pero aún no me has contestado la pregunta.
- Yo soy quien buscas, aunque no estoy muy seguro de que sepas realmente qué es lo que andas buscando desde tan lejos.
Ahora la voz del carpintero le pareció dulce y suave, como si un cántico estuviera acariciando sus oídos.
- Sé muy bien lo que busco… señor. –Dijo ahora con más calma que antes-.
- Haz el favor a este pobre anciano y acércate a la mesa. Te invito a que compartamos el vino y el pan, como ha de hacerse siempre que un viajero busca cobijo tan lejos de su casa.
María dejó en la mesa dos cuencos de madera, una jarra de barro llena de vino, y un plato con una hogaza de pan que parecía recién hecha. El joven se sorprendió con la aparición de la mujer, ya que no se había percatado de su presencia hasta que prácticamente la tuvo encima.
- Discúlpame joven señor, no era mi intención sorprenderte.
- No debes disculparte mujer, ha sido por mí culpa, no debí despistarme.
Y nada más terminar la frase María había desaparecido casi como por arte de magia.
- Come y bebe. –Indicó el carpintero-.
- Muchas gracias.
El bocado de pan era el más dulce que jamás había probado y el trago de vino el más suave y aromático. Permaneció con la boca abierta mientras se deleitaba con tan sencillos y exquisitos bocados, mientras el carpintero sonreía tras la sombra que le mantenía a salvo de cualquier mirada indiscreta.
- ¿Cómo está mi viejo amigo Judas?
- ¿Le conoces? –Preguntó sorprendido el joven-.
- Hace ya mucho de eso. Me imagino que después de tantos años y tras sobrevivir a tantos cambios, habrá cambiado mucho, aunque puedo asegurarte que le conocía.
- Para ser un carpintero hablas demasiado bien y con muchas incógnitas. –Observó el joven y se sirvió un poco de vino-.
- Es la edad la que te da la sabiduría. Pero no hablemos de mí, dime mi joven invitado, ¿qué es lo que buscas?
- Mi señor me envió a por La Primera Corona y me indicó el camino hacia tu casa. ¿Sabes dónde puedo encontrarla?
- Así que Judas de Galilea quiere La Primera Corona para coronarse como rey de los judíos, ¿me equivoco?
- Él dice que con ella será invencible, que su poder cegará a los invasores y gracias a la sabiduría que otorga a su portador, podrá gobernar sabiamente.
- Y dime mi joven invitado, ¿sabrías describirme cómo es aquello que buscas?
Daniel tragó un poco de pan que estaba masticando.
- Debe de ser la mejor corona del mundo. Hecha de oro puro y ornamentada con perlas y piedras preciosas de incalculable valor y que, a pesar de su antigüedad, brillará como si nunca hubiera sido tocada por la mano del hombre.
El carpintero se rio.
- ¿Me equivoco? –Preguntó Daniel sin mostrarse ofendido-.
- Me temo que sí mi joven invitado… y mucho. He de contarte que existen muchas coronas en este mundo. Unas hechas con metales preciosos, otras talladas en marfil, algunas hechas de telas y magníficos encajes, y otras elaboradas con los materiales más sencillos y que se pueden encontrar en cualquier parte. Son estas últimas las que abundan en demasía y sólo una supera en valor a todas las demás.
- Como una corona de pan. –Bromeó el joven y se metió otro trozo de pan en la boca-.
- Por supuesto que no. –Dijo el carpintero riéndose-. De pan no, pero sí que puede tratarse de una corona hecha de espino.
Esto último llamó la atención de Daniel.
- Te refieres a la corona de Cristo, ¿verdad?
El carpintero pareció asentir y el joven se acercó a la mesa con el afán de conseguir ver su rostro, pero no lo consiguió.
- Quien posea la corona de Cristo no sólo gobernará sobre Judea, sino que logrará gobernar a todos los hombres.
- A La Primera Corona la llaman así, no por ser precisamente la primera que fue elaborada, sino por el sacrificio que hizo su portador. El primer rey que murió por la salvación de toda la humanidad. El primer sacrificio divino. Quien gobierne con ella deberá ofrecer mucho más de lo que pretende recibir a cambio.
- Judas de Galilea es ese alguien.
- Te veo muy seguro de ti mismo, pero de lo que no estoy tan seguro, es de que conozcas tan bien como crees a tu señor. Judas era un buen hombre, eso nunca lo dudé, aunque todos cambiamos conforme envejecemos. El Judas que yo conocí jamás dañaría a otro ser humano, en cambio el que tú me mencionas está a punto de iniciar una guerra donde muchos morirán.
- La libertad se consigue pagando un precio muy alto.
- Duras palabras en boca de una mente tan joven. –Afirmó el carpintero-.
- Pero dime, ¿dónde puedo encontrar La Primera Corona?
El carpintero cerró los ojos y con la mano izquierda deslizó la preciada reliquia hacia el centro de la mesa, donde la luz desveló su sencilla magnificencia.
- La Corona de Espino… la corona de nuestro Señor Jesucristo. –Exclamó Daniel y se arrodilló-.
Después de santiguarse tres veces, el joven se levantó y volvió a ocupar su lugar en la mesa.
- Pero, ¿cómo ha llegado a tu poder?
- Eso mi joven invitado, es una larga historia…