XI

Dolor

A

hora sentía un dolor extraño, como si los huesos se despegasen de la carne desde dentro y esta se descolgara y gravitara hacia el suelo. La horrible sensación le recorrió el cuerpo y, a pesar de esforzarse por mantener la compostura, comenzó a marearse.

La roca del león, que no se trataba más que de una roca deforme pero que se parecía bastante a dicho animal, apareció a su derecha. Nada más verla, supo que le faltaba muy poco para llegar a un punto planificado de su ruta. Raquel, hija de Marta, le esperaba a unos pocos metros para ayudarle con otro analgésico. Una línea… dos líneas… tres líneas. –Contaba Jesús-. Había recorrido infinidad de veces ese trayecto, con el fin de no dejar ningún cabo suelto, y llegó a memorizar cada línea formada por las viejas baldosas, cada curiosa forma que distinguía en las piedras y las rocas, cada detalle en los edificios y cada objeto que pudiera servirle de guía. Sabía que llegado el momento, cualquier detalle podría mantenerle a salvo de la locura y del fracaso.

Tomás se percató de la fatiga y del sufrimiento que padecía su Maestro e inmediatamente le indicó a Marta que se preparase para asistirle.

- ¿Pero si no sabemos si hará la señal? –Comentó ella-.

Tomás la miró con los ojos tristes y a la vez rociaba una sábana blanca con una considerable cantidad de un analgésico bastante más fuerte que el anterior.

- Hazme caso Raquel, el Maestro está sufriendo mucho. Estoy seguro que nos hará la señal y entonces, no debes perder ni un solo segundo en acudir a su auxilio.

Cada paso se prolongaba. Cada soplo de aire que inhalaba cargaba sus pulmones. Cada sensación que le hacía sentirse vivo le reconcomía las entrañas. Por fin consiguió llegar al punto donde Raquel podría aliviar su dolor… y levantó la mano con tanta debilidad que apenas se distinguía tal gesto. Ella, con un una firmeza digna del más valiente de los soldados durante una batalla, flanqueó a los legionarios hostigadores y se arrodilló frente a él.

- Permíteme que te seque el sudor de tu frente.

Palabras rotas se asomaron por la boca del sufridor.

- Gracias

Raquel le cubrió la cara con la sábana empapada con el potente analgésico y se la limpió con una amanerada vehemencia. Repasó con insistencia las fosas nasales y la boca, para que el Salvador, su Salvador, pudiese aspirar la mayor cantidad posible de la mezcla aplicada.

- Perdónanos a to

La vara de uno de los legionarios detuvo la súplica de Raquel y le propinó una marca de sangre en la espalda. La mujer se arrastró asustada, consciente de que si a ella le había dolido tanto ese golpe, ni se imaginaba lo que sufriría en estos momentos Jesús. Se arrastró cual comadreja en busca de un refugio para sanar sus heridas, vencida y avergonzada, y se acurrucó en los brazos de Tomás con la sábana en sus manos, agarrándola con tal fuerza que ni el más fornido de los hombres sería capaz de quitársela en ese momento.

Jesús recobró fuerzas.

La falsa sensación de potencia e invulnerabilidad que le proporcionó el analgésico le hizo levantar la cabeza de nuevo. Volvió a ser consciente de lo que sucedía a su alrededor. El rugir de las puertas de las casas cercanas al cerrarse, era un símbolo inequívoco de la debilidad de los hombres. Acobardados como caracoles que se niegan a luchar contra la más diminuta de las hormigas; atemorizados por las creencias de los fantasiosos e ignorantes, aduladores de sus personas y del escaso conocimiento del amor. Debo conseguir abrir sus puertas, y después sus corazones. –Pensó Jesús-. Soñó con una sociedad de hermanos, donde la cordura y el sentido común bastarían para detener una locura como la barbarie que estaban presenciando. Por ellos caminaba ensangrentado. Por ellos sufría. Por aquellos que no tenían el valor de abrir las puertas de sus casas, o salir a sus ventanas para clamar justicia, o que permanecían con las manos atadas frente a él con unas ataduras que ningún cuchillo podría cortar. Únicamente se liberarían al permitir que sus corazones fueran libres y soñasen junto a él un mañana hermanado.

“Levántate”

“Te han dicho que te levantes”

“Jajaja jajaja

“Levántate”

La embriaguez de la depravación hizo que los legionarios se pareciesen a locos agoreros, aduladores del mal y del dolor.

“Levántate”

Esas palabras le despistaron. Su mente, aturdida y confusa, borró toda imagen que aparecía ante él para transportarle de nuevo a otro recuerdo. Pronto tendría que vérselas con la muerte, aunque no era la primera vez que se enfrentaba a ella”.

*

- ¡Lázaro! –Exclamó Daniel-.

- Toda verdad oculta otra verdad, aún mayor. –Asintió el carpintero-. Y el engaño suele ser más complejo que lo que suele aparentar.

- ¿Quieres decir que tampoco se trató de un milagro?

- Tal y cómo tú los percibes, no.

- Seguro que se trata de otro complicado y elaborado plan.

- Pues no, en realidad fue la casualidad el mayor artífice de este “milagro”. –Dijo el carpintero-. Aquel día estaba nublado y los vientos del norte soplaban con fuerza. El ambiente grisáceo, que presagiaba la maldad que se avecinaba, arropaba el cuerpo de Jesús y el de sus discípulos, y les sumía en una profunda e inexplicable tristeza.

“En la ciudad de Betania, a tan sólo media hora de camino de Jerusalén, se palpaba un ambiente fúnebre y desolado. Lázaro, señor del castillo de Magdala, había muerto de una manera tanto repentina como misteriosa. Recién nombrado caballero y uno de los primeros en la lista de la ciudad para gobernarla, Lázaro resultó ser una esperanza para su pueblo y una amenaza para quienes vieron amenazados sus intereses por la integridad de este hombre.

Las calles se habían teñido con cubos de agua negra, que dejaban una fina cubierta hecha con motas de color oscuro, esparcidas por todas partes. Las ventanas, de costumbre vestidas con flores, ahora permanecían cerradas con mantos y ropajes negros colgando por las esquinas o por los enganches exteriores. No se olía a pan o a garbanzos cocidos, los niños no recorrían las calles corriendo y el mercado no llegó a ocupar su lugar en la plaza central durante casi cuatro días.

La gente sencilla, desde el más pobre hasta el más acaudalado, que no sentía ninguna animadversión por el caballero caído, se arrastraba con los pies descalzos delante de su tumba en señal de respeto y amor. Y los responsables de esa catastrófica desdicha, agachaban la cabeza interpretando su papel en la obra de teatro más asquerosa de todas. El asesinato.

Jesús, al ver aquella gente sufriendo, le entró la curiosidad y se acercó a la tumba de Lázaro. No era muy difícil de encontrar. Los ríos de mujeres y hombres vestidos de negro fluían desde la parte más alta a las afueras de la ciudad. Los llantos se acentuaban y los semblantes cada vez parecían más amarillentos, casi igualándose al tono pálido de la muerte.

- ¿Tanto queríais a ese hombre? –Preguntó Jesús a una mujer que descendía-.

- Era nuestra esperanza, nuestro futuro, la oportunidad de vivir en paz y con dignidad. –Contestó ella-.

Unos pasos más adelante se toparon con un grupo de hombres, junto a sus hijos, que formaban un pequeño círculo y cantaban plegarias paganas, casi olvidadas en estos tiempos.

- ¿Por qué rezáis al Dios Sol? –Dijo Jesús al acercarse-.

- Lo que sea por salvar a Lázaro. –Sollozó uno de ellos-.

Permaneció observándoles, sorprendido por el fuerte amor que se procesaba por el caballero Lázaro. No pudo evitar conmoverse y sus ojos enrojecieron. Suspiró profundamente y continuó su marcha hacia la entrada de la tumba.

Por el camino se cruzaba con algunas personas que al mirarle reconocían al Mesías. Algunos le besaron la mano, otros se postraron ante sus pies y la mayoría de ellos se aunaron a él, dirigiéndose de nuevo hacia la zona del sepulcro”.

*

- Recuerdo como el nerviosismo se apoderó de Jesús. –Masculló el carpintero-. No se esperaba esa reacción por parte de los habitantes de aquella ciudad.

“La tumba de Lázaro se encontraba a unos pocos pasos y la gente dirigió la mirada hacia Jesús y sus discípulos en busca de un milagro.

“Ha venido a salvarle”

“No puede permitir lo ocurrido”

“¿Por qué siempre el mal vence a los buenos?”

“Ha venido a obrar un milagro”