IX
Las paradas
N |
o puedo creer que Jesús hubiera planeado aguantar tanto dolor. –Dijo Daniel-.
- En su momento creyó que sería capaz de aguantarlo, pero no fue así. No obstante, también había pensado en ello y por eso creó unos puntos clave en el trayecto que llegado el momento pediría ayuda y así conseguiría aliviarse.
- ¿Cómo que aliviarse? ¿Acaso no conoces el sufrimiento del Mesías? ¿Acaso dudas del testimonio de miles de personas? Mi padre estuvo allí y me contó lo mucho que sufrió ese hombre por nosotros.
- Y así fue. –Asintió el carpintero-. Él sufrió mucho por la salvación del hombre, pero eso no significa que no se hubiera aprovechado de toda herramienta a su alcance para alcanzar su propósito. ¿Serías capaz de concebir un mundo sin sus enseñanzas? ¿Puedes imaginarte el presente, si él no lo hubiera conseguido tal y como lo hizo?
- Yo… pues…
El joven balbuceó sin saber qué contestar. Sin mover la cabeza, sus ojos miraron hacia arriba en busca de una respuesta en lo más recóndito de su imaginación. ¿Cómo sería el mundo hoy día sin que Cristo hubiera conseguido lo imposible? – Pensó-. Esa pregunta le atormentó durante unos segundos aunque en su cabeza parecieron horas. ¿De verdad un hombre como Jesús hubiera improvisado toda su vida, o es cierto que cada instante de ella fue meticulosamente planificada?
- Mi joven invitado. Si de verdad quieres cambiar las cosas e infundir valor y esperanza a los hombres, el azar no es precisamente uno de tus mayores aliados. –Dijo el carpintero llenándole la copa de vino-.
*
“El calor de su sangre le rozaba la piel y él la sentía como si de un potente ácido se tratase. Cada golpe recibido rebotaba sobre su cuerpo como una fuerza multiplicada y el peso de la cruz le parecía insoportable. Empezó a marearse y las rodillas le temblaban tanto, que de un momento a otro se desplomaría sin quedarle fuerzas para levantarse. Eso era algo que no podía permitir.
Las caras de los horrorizados espectadores, cubiertas de lágrimas y angustia, pretendían animarle con las plegarias de compasión y fuerza que irradiaban. Semblantes abatidos por el hecho de no poder hacer nada por aliviar el dolor del llamado Salvador.
Jesús no desesperó. Aunó fuerzas y tiró de la cruz, que se le clavaba en el hombro, hasta el lugar que él había designado como “primera parada”. En el momento de planificarla sólo era un punto que pretendía pasar de largo, ya que no calculaba recibir tanto castigo en tan poco tiempo, pero la había situado ahí… por si acaso. Ahora casi sonreía, aunque los músculos de su boca estaban tan cansados que apenas se notaba el gesto de felicidad.
Al bajar las escaleras, cerca de la casa de Miriam, Sana, la hija del limpiador de camellos, debía acercarse a él y darle un poco de agua. Las hierbas que Tomás había mezclado en el agua, reposaron en ella durante más de cinco días para que las propiedades analgésicas y el sabor a tomillo fresco que desprendían fueran absorbidas por el líquido. Debían de tener cuidado. Únicamente debía beber un tazón de agua; si fuese menos no tendría el mismo efecto y si por lo contrario fuese más, cabría la posibilidad de adormecer por completo a Jesús y así lo condenarían a recibir golpes en el suelo hasta incluso matarlo.
Las manos de Sana temblaban y el agua se derramaba fuera del cuenco. Debía acercarse sólo si Jesús se lo indicaba, de lo contrario corría el peligro de recibir castigo por parte de los legionarios al ofrecer agua a quien no la quiere.
Cuando Jesús se situó en el punto indicado y pudo distinguir el rostro de Sana entre la multitud, se tiró al suelo y levantó la mano como si estuviera dispuesto a hablar, o como si pretendiera rendirse.
- ¡La señal! –Exclamó Sana-.
El pulso de pronto se le templó y del cuenco ni una gota de agua derramó. Su cuerpo parecía atravesar los obstáculos, de gente y soldados, asemejándose más a un espíritu que a una mujer. Con la mirada dulce y cristalina, abrazó a Jesús con su brazo izquierdo mientras con la mano derecha le ayudaba a beberse el agua mestizada. Esto aliviará un poco tu sufrimiento. –Le susurró al oído-. Él sintió la paz de sus palabras, a la vez el potente analgésico comenzaba a surtir efecto. Sus músculos, agarrotados por el dolor, empezaron a reblandecerse y el escozor de las heridas lentamente fue remitiendo.
- ¡Quita de aquí! –Gritó uno de los legionarios y agarró a Sana tirando de ella con fuerza-.
El cuenco se le cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos que al instante se convirtieron en polvo y un soplo de viento las esparció por las escaleras, haciéndolo desaparecer. Nadie se percató de lo ocurrido; se quedaron atónitos al ver los bastonazos que le propinaron a Jesús por haberse detenido, pero a él ya le dolían menos y cuando percibió como la fuerza que emanaba su cuerpo se mezclaba con el anestésico que calmaba su dolor, se levantó con decisión y volvió a arrastrar la cruz cuesta abajo”.
- ¿Me estás diciendo que Jesús necesitó ayuda?
- Eso es. –Contestó el carpintero-. ¿Aunque no entiendo por qué te parece tan extraño? Durante toda su vida Jesús de Nazaret ayudó a mucha gente y también fue ayudado por ellos. Cada casa que le abrió sus puertas, cada plato de comida que se le invitó, cada sonrisa y cada gesto de agradecimiento que le regalaron, fueron ayudas que él recibió, aunque haya personas que no lo conciban de esta manera.
“Golpe tras golpe, blasfemia tras blasfemia, empujón tras empujón, Jesús caminaba con dificultad. El sudor que se deslizaba por la cara llegó a parar en la comisura de sus labios, remojándoselos con un sabor salado y amargo. La sensación de tener los pies mojados y el intenso calor, hicieron que su memoria se fugase de nuevo para revivir aquel día en el Mar Rojo, cuando caminó sobre las aguas”.
- Muy pocos lo saben porque no han viajado al lugar, pero el color rojo esmeralda de aquellas aguas, que a veces se asemeja a la claridad y suavidad del aceite y otras a la ruda y escarpada superficie de las montañas, reverberaba al sol como una joya difícil de alcanzar. Su color abrazaba a aquellos que visitaban sus orillas e infundía en ellos la calidez de la pasión por vivir.
Las últimas palabras apenas fueron un susurro. La voz del carpintero denotaba un fuerte sentimiento de añoranza que empalagaba su lengua y hasta casi se podía distinguir el brillo de una lágrima asomándose hacia su mejilla. El titilar de la llama de las velas coloreó de un tono naranja pálido la frente del poseedor de la corona y desvelaron unas pobladas cejas que se rizaban canosas hacia el exterior de los ojos.
Carente de explicación alguna, la luz se difuminó en una sombra gris que el joven emisario jamás había presenciado en su vida. Era lo suficientemente oscura como para ocultar de nuevo al carpintero, pero sin sumir el ambiente en lo profundo de una ceguera nocturna.
- Jesús tuvo que ingeniárselas para cruzar de un lado al otro, sin que nadie, salvo sus discípulos, le siguieran hasta su destino. Permaneció durante horas observando aquel inmenso rojizo y la marea humana que se encontraba tras él, sin poder conciliar una solución que le satisficiera. La noche cayó sobre su mente que acentuó el cansancio de lo acaecido durante los últimos días y se quedó dormido, a pesar de sus esfuerzos por no hacerlo.
“Las estrellas se fugaban, jugando en lo inmenso de la oscuridad del universo, creando un espectáculo imposible de recrear a no ser que la propia naturaleza desee hacerlo. El Mar Rojo, que hasta el momento se parecía a una balsa de aceite, comenzó a turbarse; camuflados por la noche, remolinos de viento succionaban el agua, evaporándola, para formar nubes negras, madres de la lluvia.
Cuatro gotas cayeron y salpicaron el sueño de Jesús, que se incorporó apresuradamente al darse cuenta de que se había quedado dormido. Observó el Mar Rojo y de entre las olas y las corrientes ocultas para los más sencillos de los mortales, pero no para él, vislumbró una fina estría que recorría las aguas de un lado a otro. Tan imperfecta como seductora. Recorreré el camino que nadie puede recorrer. –Pensó Jesús-.
Se apresuró y se reunió con sus discípulos, ansioso por contarles el plan que obligaría a los miles de seguidores a permanecer a salvo en este lado del mar, apartados del peligroso camino que sólo unos pocos podían, y debían recorrer. La noche aún impedía que la luz desvelara sus verdaderas intenciones y a pesar del cansancio que él y sus doce discípulos padecían, no descansaron hasta que prepararon lo necesario para llevar a cabo su nuevo plan.
Cuando los rayos de sol evocaron el calor matutino y proporcionaron un plácido despertar a quienes hasta ahora estaban durmiendo, vieron como los discípulos remaban con fiereza, luchando contra el agitado mar, mientras se dirigían hacia la otra orilla.
Algunos no supieron cómo reaccionar, otros dispersaron sus miradas en busca del Salvador, puesto que no le distinguían entre los doce; unos pocos lloraron sintiéndose abandonados y otros se enfurecieron.
- No temáis. –Dijo Jesús, caminando descalzo por la orilla-.
Aunque las olas invadían la tierra y arrastraban consigo las piedras, la arena y algunas ramas secas, por donde él pisaba el agua no llegaba a alcanzarle. Era como si le estuviera evitando, apartándose, con el fin de protegerle del frío envoltorio de sus entrañas que sería capaz de enfermar hasta al hombre más fuerte de todos los presentes.
Alzó las manos y las juntó sobre su cabeza en señal del profundo agradecimiento que profesaba por aquella gente que había decidido acompañarle sin conocer cuál iba a ser su destino.
- Por un acto de fe me habéis seguido hasta aquí, y por un acto de piedad os pido que regreséis a vuestras casas. Hacia donde yo me dirijo no podéis acompañarme. Vuestros hijos precisan de alimento, vuestras mujeres del calor de un hogar y vuestros hombres deben ocuparse de sus quehaceres, tan necesarios para vivir tanto física, como espiritualmente.
Las voces, los llantos y las desdichas, causadas por el repentino desconcierto junto con la tristeza, se silenciaron.
- ¡Queremos seguirte, no nos importan las dificultades y los peligros! –Se escuchó una voz de entre la multitud-.
- De eso estoy seguro, pero por muy peligrosa y difícil que resulte mi tarea, la vuestra lo es aún más. Amar y ser amados sin condiciones ni reparos; ser generosos, incluso con quienes no lo han sido con vosotros, pues la generosidad no es lo material que se ofrece, sino lo espiritual que se recibe a cambio. No guardéis rencor ni codiciéis lo que es de vuestros hermanos, y hermanos sois todos entre vosotros. Es más difícil lidiar con el día a día y luchar contra el infortunio de los corazones débiles, que arriesgar la vida cruzando un mar. Y por ello me despido de vosotros.
Sin esperar una reacción positiva o negativa por parte de sus seguidores, Jesús caminó por la orilla y se metió en el agua, hasta que esta llegó a cubrirle los tobillos. Entonces, ante la mirada atónita de los presentes, Jesús comenzó a deslizarse por las aguas del Mar Rojo, dirigiéndose hacia sus discípulos sin hundirse”.
“Milagro”
“Camina sobre las aguas”
“Es la voluntad del Señor”