ESCENA VIII
Popova y Smirnov.
POPOVA (entra con los ojos bajos). Muy señor mío, en mi soledad he perdido la costumbre de oír la voz humana y no soporto los gritos. ¡Le ruego encarecidamente que no altere mi sosiego!
SMIRNOV. Págueme y me iré.
POPOVA. Ya le he dicho con toda claridad que no tengo ahora dinero disponible, espere hasta pasado mañana.
SMIRNOV. También yo he tenido el honor de decirle con toda claridad: el dinero me hace falta hoy, no pasado mañana. Si usted no me paga hoy, mañana tendré que ahorcarme.
POPOVA. Pero ¿qué quiere que haga, si no tengo dinero? ¡Qué raro es usted!
SMIRNOV. Así, ¿ahora no paga? ¿No?
POPOVA. No puedo...
SMIRNOV. En este caso me quedo aquí y de aquí no me moveré mientras no cobre... (Se sienta.) ¿Pagará pasado mañana? ¡Magnífico! Yo, hasta pasado mañana, me estaré en esta posición, sentado de este modo... (Levantándose de un salto.) Yo le pregunto: ¿he de pagar mañana los intereses o no?... ¿Acaso se figura usted que bromeo?
POPOVA. Muy señor mío, ¡le ruego que no grite! ¡Esto no es una cuadra!
SMIRNOV. Yo no le pregunto por la cuadra, lo que le pregunto es si mañana he de pagar los intereses o no.
POPOVA. ¡Usted no sabe comportarse como es debido con las damas!
SMIRNOV. ¡Sé muy bien cómo he de comportarme con las damas!'
POPOVA. ¡No lo sabe, no! ¡Usted es un grosero, un mal educado! ¡Los hombres decentes no hablan de este modo con las damas!
SMIRNOV. ¡Ah, qué maravilla! Pues, ¿cómo quiere usted que le hable? ¿En francés, por ventura? (Se irrita y cecea.) Madame, je vous prie... qué feliz soy de que no me pague el dinero. ¡Ah, pardon de que la haya importunado! ¡Qué tiempo más hermoso hace hoy!
Y este luto, ¡qué bien le sienta! (Se cuadra dando un taconazo.)
POPOVA. Es poco inteligente y grosero.
SMIRNOV (parodiándola). ¡Es poco inteligente y grosero! Que yo no sé cómo he de comportarme con las damas. Señora, en mi vida he visto yo muchas más mujeres que usted gorriones. Tres veces me he batido en duelo por mujeres, he abandonado a doce, nueve me han abandonado a mí. ¡Eso es! Hubo un tiempo en que yo hacía el idiota, era sentimental, meloso, me deshacía en cumplidos, daba taconazos... Amaba, sufría, suspiraba a la luna, languidecía, me derretía, me quedaba yerto... Amaba apasionadamente, locamente, en todos los estilos, ¡el diablo me lleve!, me despepitaba como una cotorra hablando de emancipación, y los tiernos sentimientos me han costado la mitad de mi fortuna, pero ahora, ¡su seguro servidor! ¡Ahora a mí no me engatusa! ¡Basta! Ojos negros, ojos apasionados, labios de carmín, hoyitos en las mejillas, luna, susurros, tímidos suspiros, por todo eso, señora, no daría yo hoy ¡ni una moneda de cobre! No hablo de las personas presentes, pero todas las mujeres, pequeñas o grandes, son frívolas, presumidas, chismosas, envidiosas, embusteras hasta la medula de los huesos, vanidosas, mezquinas, duras de corazón, de una lógica que subleva, y en lo que respecta a eso (se da una palmada a la frente), perdone la franqueza, pero un gorrión puede dar diez puntos de ventaja a cualquier filósofo con faldas. Miras una de estas poéticas criaturas: vaporosa, etérea, semidivina, llena de encantos sin fin; ¡pero te le asomas al alma y resulta un vulgarísimo cocodrilo! (Se agarra al respaldo de una silla, la silla cruje y se rompe.) Y lo más indignante es que este cocodrilo se imagina, no sé por qué razón, que su obra maestra, su privilegio y monopolio es el tierno sentimiento. ¡Mil pares de demonios! Cuélgueme de ese clavo patas arriba si la mujer sabe amar a alguien fuera de los perros de lanas... En el amor, sólo sabe gemir y lloriquear. Donde el hombre sufre y se sacrifica, todo el amor de ella se manifiesta en pavonearse y agarrar más fuerte por la nariz. Usted tiene la desdicha de ser mujer, por sí misma conoce la naturaleza femenina. Dígame con el corazón en la mano: ¿ha visto en su vida una mujer sincera, fiel y constante? ¡No la ha visto! Son fieles y constantes únicamente las viejas y las monstruos. ¡Antes encontrará usted un gato con cuernos o una becada blanca que una mujer constante!
POPOVA. Perdón, entonces, según usted, ¿quién es fiel y constante en el amor? ¿El hombre, quizá?
SMIRNOV. ¡Sí, el hombre!
POPOVA. ¡El hombre! (Risa maligna.) ¡Que el hombre es fiel y constante en el amor! ¡Vaya novedad! (Acaloradamente.) ¿Pero, qué derecho tiene usted a decir esto? ¡Que los hombres son fieles y constantes! Bien, ya que de ello se trata, le diré que de todos los hombres que he conocido y conozco, el mejor fue mi difunto marido... Yo le quería apasionadamente, con todas las fibras de mi ser, como sólo puede amar una mujer joven y juiciosa; le he consagrado mi juventud, mi felicidad, mi vida, mi fortuna, respiraba por él, le idolatraba como una pagana y... y ¿qué se figura usted? Éste, que era el mejor de todos los hombres, me engañaba a cada paso. Después de su muerte, he encontrado en su mesa un cajón lleno de cartas amorosas, y mientras vivió —¡es horroroso recordarlo!— me dejaba sola semanas enteras, ante mis propios ojos cortejaba a otras mujeres y me traicionaba, despilfarraba mi dinero, se burlaba de mi afecto... A pesar de todo yo le amaba y le era fiel... Es más, él ha muerto y yo sigo siéndole fiel y constante. Me he encerrado para toda la vida entre cuatro paredes y no me quitaré este luto hasta la sepultura...
SMIRNOV (con despectiva risa). ¡El luto! No lo comprendo, ¿por quién me toma usted? ¡Como si no supiera yo por qué lleva usted este dominó negro y por qué se ha enterrado entre cuatro paredes! ¡Cómo no! ¡Eso es tan misterioso, tan poético! Si acierta a pasar algún joven oficial o algún poeta aficionado por delante de su finca, levantará los ojos hacia las ventanas y pensará: «Aquí vive la misteriosa Tamara, que por amor a su marido se ha sepultado entre cuatro paredes». ¡Ya conocemos esos trucos!
POPOVA (sulfurada). ¿Qué? ¿Cómo se atreve a decirme tales cosas?
SMIRNOV. Usted se ha sepultado viva; sin embargo, mire, ¡no se ha olvidado de darse polvos!
POPOVA. ¿Pero cómo se atreve a hablar conmigo de este modo?
SMIRNOV. No grite, por favor, ¡yo no soy su apoderado! Permítame llamar las cosas por su verdadero nombre. Yo no soy mujer y estoy acostumbrado a expresar mi opinión sin rodeos. ¡Y hágame el favor de no gritar!
POPOVA. ¡Yo no grito, es usted quien grita! ¡Tenga la bondad de dejarme en paz!
SMIRNOV. Deme el dinero y me iré.
POPOVA. ¡No se lo daré!
SMIRNOV. ¡Me lo dará!
POPOVA. Para que rabie, ¡no le daré ni un céntimo! ¡Puede dejarme en paz!
SMIRNOV. No tengo la satisfacción de ser ni marido suyo ni su novio, así que haga el favor de no venirme con escenas. (Se sienta.) No me gusta.
POPOVA (sofocada por la ira). ¿Se ha sentado usted?
SMIRNOV. Me he sentado.
POPOVA. ¡Haga el favor de salir!
SMIRNOV. Devuélvame el dinero... (Aparte.) ¡Ah, qué furioso estoy, qué furioso!
POPOVA. ¡No quiero hablar con insolentes! ¡Tenga la bondad de retirarse! (Pausa.) ¿No se va? ¿No?
SMIRNOV. No.
POPOVA. ¿No?
SMIRNOV. ¡No!
POPOVA. ¡Está bien! (Toca una campanilla.)