ESCENA II
SVIETLOVÍDOV (al ver a Nikita Ivánich, lanza un grito de terror y retrocede unos pasos). ¿Quién eres? ¿A qué vienes? ¿A quién buscas? (Patalea.) ¿Quién eres?
NIKITA IVÁNICH. ¡Soy yo!
SVIETLOVÍDOV. ¿Quién eres tú?
NIKITA IVÁNICH (se le acerca lentamente). Soy yo... El apuntador, Nikita Ivánich... ¡Soy yo, Vasil Vasílich!...
SVIETLOVÍDOV (se deja caer exhausto en el taburete, respira pesadamente, temblando de pies a cabeza). ¡Dios mío! ¿Quién es? ¿Eres tú... tú, Nikítushka? ¿Cómo... cómo estás aquí?
NIKITA IVÁNICH. Paso las noches aquí, en los camerinos. Sólo que, por favor, no se lo diga a Alexiéi Fómich... No tengo otro sitio donde pasar la noche, créame, Dios lo sabe...
SVIETLOVÍDOV. Tú, Nikítushka... ¡Dios mío, Dios mío! Me han hecho salir dieciséis veces, me han ofrecido tres coronas de flores y muchas cosas... todos estaban entusiasmados, pero no ha habido una sola alma buena para despertar al viejo borracho y conducirle a su casa... Soy un viejo, Nikítushka... Tengo sesenta y ocho años... ¡Estoy enfermo! Me falla el ánimo... (Coge la mano del apuntador y llora.) No te vayas, Nikítushka... Soy viejo, estoy sin fuerzas, he de morir... ¡Es espantoso, es espantoso!...
NIKITA IVÁNICH (con ternura y respeto). ¡Es hora ya, Vasil Vasílich, de que vuelva usted a su casa!
SVIETLOVÍDOV. ¡No iré! ¡No tengo casa, no tengo, no, no!
NIKITA IVÁNICH. ¡Santo Dios! ¿Se ha olvidado de dónde vive?
SVIETLOVÍDOV. ¡Allí no quiero ir, no quiero! Allí estoy solo... no tengo a nadie, Nikítushka, ni parientes, ni mujer, ni hijos... Estoy solo, como el viento en pleno campo... Moriré y nadie se acordará de mí... Me da miedo estar solo... No tengo a nadie que me dé calor, que me haga una caricia, que me ponga, borracho, en la cama... ¿De quién soy yo? ¿Quién me necesita? ¿Quién me ama? ¡No me quiere nadie, Nikítushka!
NIKITA IVÁNICH (entre lágrimas). ¡El público le quiere, Vasil Vasílievich!
SVIETLOVÍDOV. ¡El público se ha ido, duerme y se ha olvidado de su bufón! No, nadie me necesita, nadie me quiere... No tengo ni mujer ni hijos...
NIKITA IVÁNICH. Oh, no hay que afligirse por esto...
SVIETLOVÍDOV. ¡Pero yo soy un ser humano, un ser vivo! ¡Por mis venas corre sangre, no agua! Soy hidalgo, Nikítushka, de buen linaje... Antes de hundirme en este foso era oficial... de artillería... ¡Qué buen mozo era yo, qué gallardo, qué honrado, valiente y animoso! Dios mío, ¿qué se ha hecho de todo eso? Nikítushka, ¿y qué actor fui luego, eh? (Se levanta, apoyándose en un brazo del apuntador.) ¿Qué ha sido de todo esto, dónde están aquellos tiempos? ¡Dios mío! He mirado hoy este foso y lo he recordado todo, ¡todo! Este foso se me ha tragado cuarenta y cinco años de vida, ¡y qué vida, Nikítushka! Miro ahora el foso y lo veo todo hasta el último rasgo, como tu propia cara. ¡Los entusiasmos de la juventud, la fe, la vehemencia, el amor de las mujeres! ¡Las mujeres, Nikítushka!
NIKITA IVÁNICH. Es hora ya, Vasil Vasílievich, de que se vaya usted a dormir.
SVIETLOVÍDOV. Cuando era un actor joven, cuando la vehemencia empezaba a apoderarse de mí, una mujer me amó por mi actuación en escena... Era elegante, esbelta como un álamo, joven, inocente, ¡pura y fogosa como la aurora del estío! Bajo la mirada de sus ojos azules, ante su maravillosa sonrisa, se disipaban las más negras tinieblas. Las olas del mar se rompen contra las rocas, pero contra las olas de sus rizos se rompían peñas, témpanos de hielo y la nieve dura. Recuerdo un día... Me encontraba yo ante ella como estoy ahora ante ti... Aquel día estaba ella más hermosa que nunca, me miraba de tal manera que ni en la tumba podré olvidar aquella mirada... ¡Era una caricia aterciopelada, honda, el centelleo de la juventud! Embriagado, feliz, caigo de rodillas a sus pies, le pido la dicha... (Continúa con voz apagada.) Y ella... ella me dice: «¡Abandone la escena!» ¡A-ban-do-ne la es-ce-na!... ¿Comprendes? Ella podía querer al actor, pero nunca ser su mujer. Recuerdo que aquel día actué... Representaba un papel vil, bufonesco... Yo declamaba y me daba cuenta de que se me abrían los ojos... Entonces comprendí que no existe ningún arte sagrado, que todo es quimera y engaño, que yo era un esclavo, un juguete de la ociosidad ajena, ¡un bufón, un saltimbanqui! ¡Entonces comprendí al público? Desde aquel día no he creído en los aplausos ni en las coronas de flores ni en las manifestaciones de entusiasmo... ¡Sí, Nikítushka! El público me aplaude, compra mi fotografía y se gasta en ella un rublo de plata, pero yo le soy ajeno, ¡para él yo soy simplemente barro, algo así como una coima!... Por vanidad procura entrar en conocimiento conmigo, pero no se rebaja a darme por mujer a su hermana, a su hija... ¡No creo en él! (Se deja caer en el taburete.) ¡No creo!
NIKITA IVÁNICH. ¡Está usted demudado, Vasil Vasílievich! Hasta a mí me da usted miedo. ¡Vamos a su casa, sea magnánimo!
SVIETLOVÍDOV. Entonces vi claro... ¡y esa clarividencia me ha costado muy cara, Nikítushka! Después de esa historia... después de la doncella esa... empecé a dar tumbos sin ton ni son, a vivir en vano, sin mirar hacia delante... Representaba papeles de bufón, de gracioso, hacía el payaso, pervertía las mentes, sin embargo, ¡qué artista era, qué talento el mío! Enterré el talento, me hice vulgar, trivialicé mi manera de hablar, perdí mi propia imagen y semejanza... ¡Este negro foso me ha devorado, me ha tragado! No lo notaba antes, pero hoy... cuando me he despertado, he mirado hacia atrás, y a mi espalda, sesenta y ocho años. ¡Tan sólo ahora he visto la vejez! ¡La canción está cantada! (Llora.) ¡Está cantada!
NIKITA IVÁNICH. ¡Vasil Vasílich! Amigo mío, buen amigo... Sosiéguese... ¡Señor! (Grita.) ¡Petrushka! ¡Yegorka!
SVIETLOVÍDOV. ¡Y qué talento, qué fuerza! ¡No puedes imaginarte qué dicción la mía, cuánto sentimiento y gracia, cuánta riqueza de matices... (golpeándose el pecho) en este pecho! ¡Era para quedarse sin respiración!... Escucha, viejo... espera, déjame tomar aliento... Mira, aunque sea este trozo de Godunov:
La sombra de Iván el Terrible me ha prohijado,
Y desde su tumba el nombre de Dimitri me ha dado,
A mi alrededor los pueblos ha sublevado
Y en mi holocausto a Borís ha condenado.
Yo soy el tsarevich. Basta. ¡Vergüenza siento
De humillarme ante la orgullosa polaca!
Qué, ¿está mal? (Vivamente.) Espera, mira. El rey Lear... ¿Comprendes? Cielo negro, lluvia, truenos: ¡rrr!... El relámpago: ¡zhzhzh!... cubriendo de franjas claras todo el cielo, y entretanto:
¡Enfurécete, viento! ¡Sopla, mientras no te estallen las mejillas!
Vosotros, torrentes impetuosos, rodad como el huracán,
¡Sumergid las torres, las veletas de las torres!
Vosotros, raudos fuegos de azufre,
Precursores de los atroces dardos ensordecedores,
Verdugos de los robles, ¡volad en recta línea
Sobre mi blanca cabeza! Trueno celeste,
Que todo lo conmueves, ¡destroza la naturaleza entera,
Aplasta de una vez la maciza esfera de la Tierra
Y dispersa por el viento la semilla
Que a los desagradecidos hombres engendra!
(Impaciente.) ¡Pronto, las palabras del loco! (Pataleando.) ¡Recita pronto las palabras del loco! ¡No puedo esperar!
NIKITA IVÁNICH (representando el papel del loco). «¿Qué, compadre? Mejor es, creo yo, guarecerse bajo techado, que vagar bajo la lluvia. Cierto, compadre, mejor sería que hicieras las paces con tus hijas. ¡Una noche como ésta es mala para el cuerdo lo mismo que para el necio!»
SVIETLOVÍDOV.
¡Brama con todas tus entrañas!
¡Sopla, vierte, atruena y quema!
¿Por qué concederme gracia? Fuego y viento,
Trueno y lluvia, ¡no sois mis hijas!
No os reprocho la crueldad:
El reino no os di en vida,
Ni os llamé hijas mías.
¡Qué fuerza! ¡Qué talento! ¡Qué artista! Aún algo más... aún algo más así... para recordar los tiempos pasados... Tomemos (prorrumpe en una feliz carcajada) del Hamlet. Bueno, empiezo yo... ¿Con qué? Ya, con esto... (Representando el papel de Hamlet.) «¡Ah, aquí están los flautistas! ¡Dame tu flauta! (A Nikita Ivánich.) Me parece que corréis demasiado tras de mí.»
NIKITA IVÁNICH. «Creedme, príncipe, que se debe todo al amor que por vos siento y a mi celo por el rey.»
SVIETLOVÍDOV. «Hay algo que no comprendo bien. ¡Toca alguna cosa con esta flauta!»
NIKITA IVÁNICH. «No puedo, príncipe.»
SVIETLOVÍDOV. «¡Hazme este favor!»
NIKITA IVÁNICH. «¡Es la verdad, príncipe, no puedo!»
SVIETLOVÍDOV. «¡Por Dios, toca!»
NIKITA IVÁNICH. «Es que no sé tocar la flauta.»
SVIETLOVÍDOV. «Esto es tan fácil como mentir. Toma la flauta así, aplica los labios en esta parte, los dedos ahí, ¡y tocará!»
NIKITA IVÁNICH. «No he aprendido nunca.»
SVIETLOVÍDOV. «Ahora juzga tú mismo: ¿por quién me tomas? Quieres hacerme vibrar el alma y ni siquiera sabes tocar algo con esa flauta. ¿Acaso soy peor y más simple que la flauta? Tómame por lo que quieras: ¡puedes torturarme, pero no podrás jugar conmigo!» (Se ríe a carcajadas y aplaude.) ¡Bravo! ¡Bis! ¡Bravo! ¿Quién habla de vejez? ¡Al diablo! No hay vejez de ninguna clase, todo eso son tonterías, estupideces. La fuerza me brota en surtidor de todas las venas, ¡y esto es señal de juventud, de lozanía, de vida! ¡Donde hay talento, Nikítushka, no hay vejez! ¿Estás pasmado, Nikítushka? ¿Te has quedado como lelo? Espera, deja que yo mismo vuelva en mí... ¡Oh, Señor, Dios mío! Y escucha, verás qué ternura, qué delicadeza, qué música. ¡Chiss! ¡ Silencio!
Dulce es la noche ucraniana.
El cielo es transparente, las estrellas brillan.
No quiere el aire
Sacudirse la somnolencia. Apenas oscilan
Las plateadas hojas de los álamos...
(Se oye el golpe de una puerta que se abre.) ¿Qué es esto?
NIKITA IVÁNICH. Debe ser que Petrushka y Yegorka han venido... ¡Qué talento, Vasil Vasílievich! ¡Qué talento!
SVIETLOVÍDOV (grita, volviéndose hacia el lado de donde procede el ruido). ¡Por aquí, halcones míos! (A Nikita Ivánich.) Vamos a vestirnos... No hay vejez alguna, todo esto es una estupidez, un galimatías... (Se ríe alegremente a carcajadas.) ¿Pero por qué lloras? ¡Tonto de mi alma! ¿A qué viene esta llantina? ¡Ah, eso no está bien! ¡Te digo que eso no está bien, no! ¡Bueno, bueno, viejo, basta de mirarme así! ¿Por qué me miras de este modo? Bueno, bueno... (Le abraza con las lágrimas en los ojos.) No hay que llorar... Donde hay arte, donde hay talento, no hay vejez, ni soledad ni enfermedades y la propia muerte a la mitad... (Llora.) No, Nikítushka, nuestra canción ya está cantada... ¿Talento, yo? Un limón estrujado, un carámbano, un clavo comido por la herrumbre, ¡esto soy yo! Y tú, una vieja rata de teatro, un apuntador... ¡Vámonos! (Dan unos pasos.) ¿Talento, yo? En las obras serias sólo sirvo para figurar en el séquito de Fortimbrás... y para esto también soy viejo ya... Sí... ¿Recuerdas este pasaje de Otelo, Nikítushka?
¡Adiós, sosiego, adiós mi gozo!
Adiós, tropas de altos plumeros,
Y soberbios combates, donde
Se toma por virtud la ambición.
¡Adiós todo, todo! Adiós, robusto caballo mío,
Sonido de trompetas, repique de tambores,
Silbido de las flautas, bandera del rey,
Todos los honores, la gloria toda, la grandeza,
¡Y las tempestuosas inquietudes de las renombradas guerras!
NIKITA IVÁNICH. ¡Qué talento! ¡Qué talento!
SVIETLOVÍDOV. O bien esto:
¡Fuera de Moscú! Jamás volveré aquí.
Corro, sin volver la cabeza, iré buscando por él mundo
El lugar donde el alma dolorida encuentre un rincón.
¡Mi coche, venga, mi coche!
(Sale con Nikita Ivánich.)
EL TELÓN BAJA LENTAMENTE
1886