ESCENA PRIMERA
Svietlovídov (vestido de Kalkas, con una vela en la mano, sale de un camerino riendo a carcajadas).
SVIETLOVÍDOV. ¡Esto sí que tiene gracia! ¡Vaya historia! ¡Dormirse en el camerino! El espectáculo ha terminado hace mucho, todo el mundo ha salido del teatro y yo, tan tranquilo, a roncar se ha dicho. ¡Ah, carcamal, carcamal! ¡Estás hecho un viejo perro! ¡Tanto he pimplado que me he quedado dormido en un asiento! ¡Qué tío! Te felicito, ¡madre mía! (Grita.) ¡Yegorka! ¡Yegorka, diablo! ¡Petrushka! ¡Se han dormido, esos diablos, mal rayo les parta, con cien demonios y una bruja! ¡Yegorka! (Levanta el taburete, se sienta en él y coloca la vela en el suelo.) No se oye nada... Sólo responde el eco... A Yegorka y a Petrushka les he dado hoy, por su aplicación, un billetito de tres rublos a cada uno; ahora no hay quien los encuentre ni con perros... Se han ido y con toda seguridad han cerrado el teatro, esos canallas... (Sacude la cabeza.) ¡Estoy borracho! ¡Uf! ¡Cuánto vinillo y cervecilla me he metido hoy por el gaznate, por ser mi día de beneficio, Dios mío! Qué pesadez en todo el cuerpo, y qué mal sabor de boca, donde parece que me pasan la noche dos docenas de lenguas... Es repugnante... (Pausa.) Es estúpido... El viejo idiota se ha emborrachado sin saber a qué santo... ¡Uf, Dios mío!... Me duele la cintura, me estalla la cabeza y noto escalofríos por todas partes... y en el alma... frío y oscuridad, como en un sótano. Si no te importa la salud, por lo menos deberías de tener compasión de tu vejez, payaso Ivánich... (Pausa.) La vejez... Disimula cuanto quieras, hazte el gallito y el tonto, pero la vida ya está vivida... Sesenta y ocho años: tiu-tiu, ¡la cebada al rabo! No hay quien los vuelva... La botella está ya bebida y no queda más que un poco en el fondo... Quedan sólo los posos... Eso es... A eso has llegado, Vasiusha... Quieras o no quieras, es hora ya de que ensayes el papel de difunto. Mamá la muerte ya no está detrás de las montañas... (Mira delante de sí.) Con todo, llevo sirviendo en la escena cuarenta y cinco años, y parece que estoy viendo el teatro, de noche, por primera vez... Sí, por primera vez... Y es curioso, la verdad, el lobo se le comerá... (Se acerca a las candilejas.) No se ve nada... Bueno, la concha del apuntador se ve un poco... ese palco reservado, el atril... y todo lo demás ¡tinieblas! Una negra cavidad sin fondo, como una verdadera tumba, en la que se esconde la propia muerte... ¡Brr!... ¡Qué frío! De la sala viene una corriente de aire como de la chimenea de una estufa... ¡Éste es el sitio adecuado para invocar a los espíritus! Es horrible, el diablo me lleve... Qué escalofríos noto por la espalda... (Grita.) ¡Yegorka! ¡Petrushka! ¿Dónde estáis, diablos? Señor, ¿cómo estoy mentando al demonio? Ah, Dios mío, fuera estas palabras, fuera beber, ya soy viejo, es hora ya de morir... A los sesenta y ocho años, la gente acude a misa del alba, se prepara a bien morir, y tú... ¡Oh, Señor! Esas palabras impuras, ese hocico de borracho, ese traje de bufón... Sencillamente, no me mires... Voy a cambiarme de ropa en seguida... ¡Qué horrible! De este modo, si hay que quedarse toda la noche sentado aquí, se muere uno de miedo... (Se dirige hacia su camerino; en ese instante, del camerino extremo, en el fondo de la escena, sale Nikita Ivánich llevando una bata blanca.)