9
—¿Cómo es que cada vez que al fin consigo que vengas a Texas acabas marchándote a toda prisa a Las Vegas? —bromeó Max mientras yo metía mi ropa en una maleta. Arrojaba mis cosas dentro sin ni siquiera doblarlas. Tendría que sentarme encima para cerrarla, pero no me importaba. Llegar al aeropuerto cuanto antes era el objetivo.
—¿Has podido conseguir un avión? —pregunté con las manos tan trémulas que Wes me las cogió y se las llevó a su pecho. Su calidez se extendió por mis helados huesos y fue directamente a mi corazón.
—Todo va a salir bien. Tu padre se ha despertado y ha preguntado por ti. Eso son buenas noticias, ¿no? —Me miró a los ojos y me proporcionó algo a lo que asirme mientras todo lo demás a mi alrededor parecía estar desmoronándose. Sólo necesitaba llegar a Las Vegas y ver a mi padre, entonces me tranquilizaría.
Max colocó una mano en mi espalda.
—Acaban de llenar de combustible el depósito del avión de Cunningham Oil, así que podrás despegar en cuanto llegues. ¿Estás segura de que no quieres que os acompañe? —preguntó mi hermano con la voz embargada por la emoción.
Yo me volví y, envolviendo los brazos alrededor de su corpulento cuerpo, lo estreché con fuerza. Quería que supiera lo mucho que ese día había significado para mí.
—No. Gracias. Gracias por todo. Por el mejor día de Acción de Gracias que jamás he tenido. Por ser el mejor hermano con el que podría soñar. Y por estar ahí —declaré con voz trémula. Estaba a punto de venirme abajo—. Pero Maddy y yo debemos hacer esto, y yo tengo a Wes y ella tiene a Matt.
Max hinchó el pecho.
—Pero soy tu hermano. Quiero asegurarme de que estás bien. —Era un hombre verdaderamente increíble.
Wes deslizó un brazo por mi hombro.
—Yo lo haré, Max, y también me aseguraré de que Matt lo haga con Madison, aunque no creo que necesite recordárselo. Estaremos bien, de verdad. Te mantendré informado, ¿de acuerdo? —señaló extendiendo una mano.
Max asintió y se la estrechó al tiempo que colocaba la otra mano en su hombro.
—Me alegro de que te vayas a casar con mi hermana. Sé que soy algo protector y un poco exagerado en lo que respecta a estas mujeres, pero has de recordar que acabo de recuperarlas y no puedo arriesgarme a perderlas otra vez.
Wes le dio una palmada en la espalda.
—No te preocupes. Y después de la boda me gustaría hablar contigo sobre lo de comprar ese terreno.
—Es tuyo —dijo Max al instante—. Daría lo que fuera porque mi hermana viviera aquí. Que pase aquí parte del año será un sueño hecho realidad. Hablaré con Matt sobre el otro terreno. Es un hombre orgulloso procedente de una familia orgullosa. Querrán comprarlo. Quizá pueda llegar a un acuerdo con ellos para que se encarguen de cultivar su terreno, el mío y el tuyo.
Wes apretó los labios y volvió a extender la mano.
—Me parece un buen plan. ¿El primero de muchos?
Max sonrió.
—Cuenta con ello, socio.
De camino a la puerta de nuestra habitación, nos topamos con Matt y Maddy.
—Lo siento, Max, pero es papá —dijo mi hermana con la voz quebrada y una expresión de dolor en el rostro.
—No te preocupes, cielo, id a ver a tu padre.
En la escalera, abrazamos a Max, a Cyndi, a Isabel y al pequeño Jackson. Era una despedida agridulce, pero necesaria.
—Nos vemos pronto —aseguré.
—Más pronto que tarde, pequeña. Es una promesa. —Max se despidió con la mano mientras cargábamos el coche y partíamos hacia el aeropuerto.
«Ya vamos, papá. Aguanta.»
Maddy y yo nos cogimos de la mano y recorrimos el largo pasillo blanco. Habíamos estado ahí muchas veces antes, pero ese día la sensación era distinta. En cierto modo, nueva. Apreté su mano y ella hizo lo propio con la mía.
—Siempre nos tendremos la una a la otra, hermanita —afirmé repitiendo lo que solía decirle cuando éramos pequeñas. Lo hacía siempre que estábamos asustadas, o no teníamos comida, o cortaban la electricidad de nuestra casucha, o nuestro padre perdía el conocimiento en el sofá en vez de llevarnos a la escuela.
—Por siempre jamás —respondió ella, tal y como solía hacer en esas ocasiones.
Sonreí. Que yo me casara con Wes y ella con Matt no cambiaba nuestra relación. Nada lo haría. No sólo nos unía la sangre, sino que además lo nuestro se había forjado durante años de penurias cubriéndonos las espaldas y queriéndonos la una a la otra cuando a nadie más le importábamos. Sí, sabíamos que nuestro padre nos quería y nos cuidaba, pero no lo suficiente como para apartarse de la botella el tiempo necesario para mostrarnos cómo era una vida normal. Eso era algo que descubriríamos nosotras mismas, y ahora… ya lo sabíamos.
Llegamos a la puerta de su habitación. Estaba entreabierta. Al otro lado se podía oír el sonido de un noticiario televisivo. Maddy y yo entramos juntas. Nuestro padre estaba sentado en la cama, no tumbado. Llevaba el pelo gris peinado hacia atrás como si se acabara de duchar, aunque lo más probable era que se hubiera tratado de un baño de esponja. Tenía la barbilla cubierta de una barba salpicada por las canas. Sus ojos castaños se posaron sobre nosotras y las lágrimas comenzaron a caerle por las mejillas.
—Mis n-niñas… —Con rígidos movimientos, extendió las manos. Lo más probable era que todavía no pudiera utilizar los músculos de los brazos—. Dadle un abrazo a vuestro padre —dijo con la voz algo áspera por la falta de uso.
—¡Papá! —exclamó Maddy, y corrió hacia un lado de la cama.
—Papá —dije yo con solemnidad mientras contemplaba cómo abrazaba a mi hermana.
No había pasado un solo día de los últimos once meses en el que no hubiera deseado que se despertara y, por fin, por la gracia de Dios, aquí estaba. Vivo. Despierto.
—Mia, v-ven a-quí —dijo él con un carraspeo, y movió ligeramente los dedos como si quisiera indicarme que me sentara a su lado.
Maddy ya estaba tumbada en la cama, acurrucada junto a su padre. Sólo que no era el auténtico. De repente, sentí una punzada en las entrañas. Pero ahora no era el momento de abrir esas heridas.
Me acerqué a la cama en la que yacía mi padre, me senté y llevé la mano a su cabeza. Se la pasé por la frente, luego descendí por la sien y la mejilla hasta llegar a su hirsuta barba. Su piel tenía un sano resplandor rosado que no le había visto en más años de los que podía recordar. Y entonces me di cuenta de que se trataba de mi padre completamente sobrio. Y mostraba un aspecto espléndido.
—Se te ve muy bien, papá.
Levantó una trémula mano y, tras colocarla al principio en mi nuca, la dejó descansar pesadamente en mi hombro. En ese momento, me incliné sobre su pecho y me salió todo. Los meses de preocupación, el miedo de que no consiguiera sobrevivir, la creencia de que ya no vería más al único progenitor que tenía. Todo. Los tres nos echamos a llorar de forma desconsolada. Maddy y yo, con la cabeza en el pecho de nuestro padre. En un momento dado, cogí la mano de mi hermana y la coloqué encima de su corazón.
—Os quiero, ch-chicas. M-más que a nada en el mundo. Os lo d-demostraré. Seré un b-buen p-padre. L-lo juro… —Su voz se quebró varias veces y sus lágrimas caían sobre nosotras, pero no nos importó.
Nunca antes había prometido ser mejor por nosotras. En el pasado, se despertaba de una borrachera, pedía perdón, decía que no podía evitarlo, y eso era todo. Una vez, admitió que bebía para alejar la tristeza y que jugaba para olvidarse del odio que sentía por nuestra madre.
Cerré los ojos y recé para que hablara en serio esta vez, pues ésta sería la última oportunidad que tendría de redimirse.
Permanecimos ahí con la cabeza sobre el pecho de nuestro padre hasta que a los tres se nos agotaron las lágrimas y nuestra reunión mental y emocional se redujo a sorbernos la nariz y a exhalar largos suspiros.
—¡Oh! ¿H-hola? —dijo papá rompiendo el silencio que se había hecho en nuestro corrillo de tres personas.
Yo volví la cabeza y vi que Wes estaba en la puerta. Una gran sonrisa se dibujó en mi rostro. Verlo era como contemplar desde nuestra playa de Malibú un cielo despejado y lleno de estrellas en una nítida noche.
—¿Tuyo, Mia? —dijo papá con voz ronca.
Sonreí.
—Oh, sí, y tanto que es mío. —Me levanté de la cama de un salto, me limpié la cara con las manos y envolví con los brazos a mi chico.
Wes me besó en la boca y por toda la cara.
—¡Me encanta verte sonreír así, nena! —Llevó las manos a mis mejillas y, con los pulgares, me limpió las últimas lágrimas.
—Ven. Quiero presentarte a mi padre —dije con un aturdimiento que sentía de la cabeza a los pies.
Sosteniendo la mano de Wes, lo llevé hasta la cama.
—Weston Channing, te presento a mi padre, Michael Saunders. Papá, éste es mi prometido, Wes —dije con una gran dosis de orgullo.
Papá frunció el entrecejo.
—¿Prometido?
Justo cuando iba a responder, Matt entró en la habitación. Maddy dio un salto y salió disparada hacia su chico. Él la cogió y dio la vuelta sobre sí mismo con ella en los brazos. Luego ella le dio un enorme pero inocente beso.
—¡Cariño! ¡Mi padre está despierto! —Maddy no dejaba de dar saltitos, y él la abrazó con fuerza.
—¿Cariño? —Papá tosió—. ¿Mi n-niña tiene un n-novio? D-Dios mío.
—Han pasado muchas cosas desde que te hicieron daño, papá —repuse. No estaba segura de cuánto podía contarle.
—¿Hacerme daño? Los muy cabrones me asaltaron. —Reclinó la espalda y cerró los ojos.
El monitor de su corazón comenzó a pitar salvajemente. Supuse que su presión arterial debía de haberse disparado, pero tampoco sabía mucho de cosas relacionadas con la medicina.
Una enfermera entró en la habitación y evaluó el estado de papá con el ceño fruncido.
—Voy a tener que pedirles que se marchen.
—Pero… —Extendí la mano hacia mi padre—. Hacía mucho que no nos veíamos.
La enfermera negó con la cabeza, presionó unos pocos botones de las máquinas que había cerca de la cama de papá y me fulminó con la mirada.
—Hablaremos fuera. Ahora, salgan todos. Pueden volver por la mañana, cuando haya descansado.
Mis hombros se derrumbaron. Desafiante, hice a un lado a la enfermera Ratched, fui hasta mi padre y le di un beso en la mejilla.
—Descansa. Tenemos muchas cosas de las que hablar. Volveremos mañana por la mañana.
Maddy se despidió a su vez y nos encontramos con la enfermera en el pasillo. Ésta nos explicó que no le habían dicho a papá cuánto tiempo había pasado en coma. Los médicos querían hacer más pruebas de sus facultades mentales y que iniciara la terapia física de inmediato. Nos recordó asimismo que su proceso de curación llevaría tiempo y que debíamos ser pacientes.
Con la promesa de ver al doctor al día siguiente, salimos de la clínica. Wes y yo nos alojamos en una habitación del hotel que estaba al otro lado de la calle, y Maddy y Matt regresaron a su apartamento.
—¡Eh, cara de culo! ¿Cómo te va? ¿Qué tal está tu padre? —preguntó Ginelle cuando contesté la llamada.
No había querido hablar con nadie salvo con Gin. Wes se había encargado de llamar a Max. Sabía que estaba muy preocupado, pero estábamos bien. De momento no había novedades, y yo no quería darles vueltas a mis sentimientos con mi hermano. Éste nos conocía, pero no sabía cómo lidiaba yo con las cosas. Ignoraba todos los detalles de nuestra niñez y, en ese momento, yo no me encontraba en el estado de ánimo adecuado para repasarlos con él. Sabía que se mostraba tan resentido con nuestra madre como yo, pero desconocía todo lo bueno de mi padre, aparte del hecho de que lo queríamos.
Las demás llamadas que había recibido eran de amigos deseándome un feliz día de Acción de Gracias. Otra vez, una nueva experiencia.
Respiré hondo y me acurruqué en la manta.
—Hasta donde sé, bien. Sabremos más cuando veamos al médico mañana. La enfermera nos ha dicho que papá no sabe cuánto tiempo ha estado en coma. Después de que le hemos presentado a Wes y a Matt, su presión arterial se ha disparado y la enfermera nos ha echado.
—Y tú, ¿qué tal estás?
Solté un gruñido.
—Es raro. Antes de verlo, estaba enfadada con él. Mucho más de lo que había estado nunca. Y creo que estaba más que justificado. Sin embargo, cuando lo he visto extender los brazos ha sido como si volviera a ser una niña pequeña y quisiera el amor de mi padre más que ninguna otra cosa en el mundo.
Una lágrima cayó de mi mejilla a la almohada y comencé a moquear, pero no me importó. Me limpié con la sábana.
—Me parece algo completamente normal, Mia. Es decir, siempre será tu padre. Puede que no haya sido el mejor del mundo, pero al menos no os dejó —dijo Gin, intentando hacerme sentir mejor.
—¿Seguro? Cada vez que se pimplaba una botella de whisky, desaparecía. Cada trago que tomaba del mismísimo señor Jack Daniel’s lo convertía en otra persona. Una que se olvidaba de que tenía dos hijas que alimentar, vestir, llevar a la escuela… ¿Y esa última movida? ¿Un millón de dólares? Es como si estuviera pidiendo que lo mataran.
Ginelle gruñó y dejó escapar un largo suspiro.
—Puede que lo hiciera adrede.
Esa idea me atravesó como un relámpago y su energía eléctrica se extendió por cada hueso, tejido y músculo de mi cuerpo.
—Dios mío, quizá tengas razón. Es posible que fuera ignorante en lo que respecta al juego, pero nunca sería tan estúpido como para deberle un millón a un hombre como Blaine Pintero.
—A veces, cuando alguien quiere quitarse la vida, opta por la vía fácil. Tu padre debía de saber que Blaine iría a por él.
—Sí, sin duda. —Negué con la cabeza; el shock que suponía esa opción prácticamente me impedía pensar en ninguna otra cosa.
—¿Qué tal está el océano? —dijo de repente Ginelle, aunque no parecía que la pregunta se dirigiese a mí.
—Hum, las lágrimas saladas de los dioses, Ku’u lei —respondió una grave voz de hombre lo bastante cerca del teléfono como para que yo pudiera oírlo. Conocía esas palabras. Ku’u lei. Significaban «querida mía» en hawaiano. Había oído al padre de Tai decírselas a su esposa. Y Tao acababa de decírselas a mi mejor amiga. La trama se complicaba.
Con la intención de cambiar de tema, aproveché este nuevo desarrollo.
—Y ¿qué tal tu día de Acción de Gracias? ¿Comiste mucho pavo? —pregunté en un tono sugerente.
Ginelle dejó escapar un profundo gemido.
—Chica, digamos que el único pájaro que me metí en la boca fue un enorme pedazo de polla samoana.
Estallé en carcajadas. Sólo Ginelle podía hacer que un comentario relativo a Acción de Gracias resultara obsceno.
—En serio, Mia, no sé qué demonios voy a hacer cuando se marche. Sin duda, tendré que hacer acopio de pilas triple A. Ha echado a perder la posibilidad de que pueda mantener sexo con otros. —Suspiró—. Ahora sé por qué te pasaste un mes follándote a su hermano. Los hombres de la familia Niko… Dios mío, mi chichi ya nunca volverá a ser el mismo. —Soltó un largo gemido—. Cuando me mira con esos ojos negros se me abren las piernas como si fuera Moisés separando las aguas del mar Rojo.
Solté una risita.
—Estás enferma.
—Y saciada. Y me refiero a todo el tiempo. Cuando pienso que ya ha terminado y que va a dejar descansar a esa bestia que tiene entre las piernas, vuelve a sacar esa gorda polla y yo me derrito entera por ella.
—¡Ya basta! ¡Ahórrate los detalles!
—Te refieres a cosas como la forma que tiene de usar las manos para…
—«La-la-laaaaa, la-la-laaaaa, la-la-laaa-la-laaaaa.» —Me puse a tararear Jingle Bells hasta que se calló.
—Lo que pasa es que estás celosa.
—Ni por asomo.
Recordé a mi Wes follándome contra el árbol el otro día y sentí un cosquilleo entre las piernas.
Ginelle resopló.
—Ah, es cierto, te pasas todo el día dale que te pego con ese surfista que hace cine. ¿Qué tal está Wes, por cierto? —Y, bajando la voz hasta casi susurrar, añadió—: ¿Han mejorado las pesadillas?
—Sí. Hace más de una semana que no tiene una. Es un progreso enorme. Ahora se le ha metido en la cabeza la idea de comprarle un terreno a Max y construir una casa al lado del rancho de éste. Para tener un hogar lejos del hogar y tal.
—¡Genial! ¡Diversión vaquera! ¡Yi-jaaa!
Cambié de posición y me metí debajo de la manta.
—Desde luego, estaría bien poder ver a Max y a Cyndi y no perderme la infancia de mis sobrinos.
—Eh, siempre habías querido pertenecer a algún sitio. Ahora ya lo haces.
—Pero ¿qué hay de papá?
—¿Qué sucede con él? Tendrá que averiguar qué quiere hacer con su vida. No puedes tomar esa decisión por él. Eres una mujer adulta a punto de casarse con el hombre de sus sueños. Y Maddy también. Las dos tenéis vuestra propia vida. Él debería averiguar qué quiere hacer con la suya y esforzarse para conseguirlo. Esperemos que haya aprendido la lección de este viaje a Comalandia y la utilice para permanecer sobrio. Por su propio bien. No sólo por Maddy y por ti. Aunque yo tengo mi propia opinión al respecto.
Hice pucheros.
—Ya lo sé, ya lo sé. Él dice que se portará mejor con nosotras. Que será mejor hombre.
Gin soltó un resoplido.
—Lo creeré cuando lo vea. Mientras tanto, espero que todo salga bien, y me parece que tú también debes hacer lo mismo.
—¿Sabes qué? Tienes razón. Es un hombre adulto y tiene que ocuparse de sí mismo de una vez. Yo ya no puedo planear mi vida alrededor de él, ni tampoco la de ninguna otra persona.
—Así se habla. Eso es lo que quería oírte decir. Y ahora lo que quiero oír es cómo un gran samoano tatuado y musculoso les grita a los dioses hawaianos mientras yo le exprimo la polla para poder así echar un sueñecito. Maldita sea, no dejo de decirle a ese gigantón que necesito unas horas de sueño reparador. ¿Acaso me escucha él? Para nada.
Solté una risita.
—Está bien, zorrupia del quince, ve a darte un homenaje. Y dile aloha a Tao de mi parte.
—Lo haré. Te quiero. Hablamos, golfa.
—Yo a ti más, zorrón.