EPÍLOGO.
Nueve meses después.

 

 

 

 

—¿Dónde diablos se han metido Mark y Alice? —preguntó Travis, por enésima vez en las últimas tres horas.

—Travis, por Dios… Hace cinco minutos que han aterrizado. No pueden teletransportarse hasta aquí —trató de tranquilizarlo Emily.

—Además, ¿para qué coño necesitas a Mark? —protestó Parker, fingiendo tranquilidad, pero deslizando su labio inferior con desespero entre sus dientes.

—No sé. Él siempre sabe qué hacer.

—¿Y qué esperas que haga, Trav? —Se carcajeó Amy—. ¿Entrar con una escopeta de caza y sacar a ese bebé a la fuerza?

—¡Pues alguien tendrá que hacerlo! ¿Cuántas horas lleva de parto? ¿Veintitrés?

—Veintiséis —confirmó Parker.

—Hace horas que Preston no sale de ahí. Empiezo a estar preocupada de verdad —admitió Emily, recostando su cabeza contra el hombro de su marido. Él depositó un beso tranquilizador sobre su coronilla.

—Amy, ¿tu parto fue así? ¿Esto es normal?

—Yo di a luz veinte minutos después de llegar al hospital. Lo único que ha hecho Katie sin dar problemas en toda su vida fue nacer.

—Hablando del diablo… ¿La recoges tú en el colegio?

—Tengo clase dentro de una hora. ¿No ibas a ir tú?

—Yo no pienso moverme de aquí hasta que nazca el bebé. No vayas a clase, recoge a la enana y veníos para aquí.

—A sus órdenes, señor Sullivan —protestó Amy, con una mueca sarcástica—. Está bien… Yo me encargo.

—¡Hey! —los cuatro se volvieron hacia la puerta de la sala de espera, que se abría en aquellos momentos con un golpe sordo.

—¡Mark! ¡Por fin, tíos!

—Hola a todos —saludó Alice con un gesto de su mano.

—Hola, chicos. —Parker, Amy, Travis y Emily se fueron levantando para saludarlos.

—¿Ha nacido ya? —preguntó Mark, ilusionado.

—¡No, joder! Lleva veintiséis horas ahí dentro.

—Casi veintisiete.

—Pues veintisiete. Y hace como cinco horas que no sabemos nada. Preston tiene el móvil apagado y no ha salido a dar noticias.

—¿Y papá y mamá?

—Mamá en el hotel. No quieras saber dónde está papá.

—Sorprendedme.

—Se ha ido a nuestro despacho, tras unas doscientas ochenta horas de sermón sobre lo irresponsables que somos por cerrar durante dos putos días solo porque uno de nosotros va a ser padre. Esa insignificancia.

—Todos sabemos que es una estrategia para estar lejos de mamá, ¿no?

—Por supuesto. —Travis sonrió—. Por eso se lo permitimos.

—¿Cómo habéis conseguido que mamá volviera al hotel?

—Pregúntaselo a Parker.

—Digamos que le puse algunos tranquilizantes en el café y fue fácil de manejar.

—Bien… Y ahora que tenemos una madre narcotizada, un padre adicto al trabajo y un sobrino que no quiere salir, ¿qué se supone que vamos a hacer?

—Pues… me temo que lo mismo que hemos hecho las últimas veintisiete horas. Esperar —respondió Emily.

Los seis se sentaron en silencio en la lujosa sala de espera privada de la planta cuarta del Lenox Hill. Los padres de Lisa aparecieron unos minutos después, acompañados por Vivian Sullivan, quien, quizá por primera vez, permanecía callada. Eso asustó a los hermanos más de lo que ya lo hacía la prolongada falta de noticias.

—No sé por qué estáis todos tan preocupados. Mark tardó catorce horas en nacer, y los gemelos, diecisiete.

—¿Y Parker?

—¿Parker? —El menor de los Sullivan levantó la cabeza hacia su madre y esbozó una media sonrisa. Había escuchado esa historia cientos de veces en sus veinticuatro años de vida—. Treinta y una.

—¿Treinta y una horas? —Las mujeres presentes abrieron los ojos como platos, mientras Amy se estremecía y se dirigía a su novio—. Ni siquiera sueñes con dejarme embarazada, Parker. Katie será hija única toda su vida.

—Hablando de Katie…

—Sí. Me voy a recogerla. Llamadme si hay alguna novedad.

—Te acompaño fuera.

—Voy con vosotros —añadió Mark.

Salieron a la fría mañana de marzo. El Upper East Side bullía de actividad entre taxis amarillos, grupos de adolescentes con uniforme de colegio privado y compras en las tiendas más lujosas del país. Amy y Parker se despidieron con un beso que se prolongó hasta que Mark protestó en voz alta. Amy se marchó, Parker se apoyó en una pared y encendió un cigarrillo. Mark rechazó su invitación muda con un gesto de su mano.

—Te veo muy reformado —se burló Parker—. ¿Qué tal el rancho? Hace siglos que no hablamos.

—No será porque yo no llamo. ¿Dónde te metes, enano?

—En el despacho. De ocho de la mañana a nueve de la noche. No sé cómo aún no me ha dado un infarto.

—¿Te explotan esos dos mamones?

—No tanto como querrían. Ellos también le están dando duro.

—¿Os va bien?

—Nos costó arrancar. Justo ahora han entrado un par de clientes más o menos buenos y nos empezamos a ganar bien la vida.

—Bien hecho, chicos.

—Bueno, ¿y el rancho, qué?

—Genial, Park. Genial. Mejor de lo que nunca imaginamos. Tenemos diez pacientes fijos y bastantes más que vienen varias veces por semana. Casi todos niños y adolescentes. Es una pasada ver los avances.

—¿Y con Alice?

—Trabajamos juntos, doce o trece horas diarias. Y, cuando el trabajo acaba, nos vamos juntos a casa y estamos solos. Completamente solos, uno con el otro. No nos hemos separado más de tres horas desde el día de tu boda.

—¿Suenas agobiado o son imaginaciones mías?

—Son imaginaciones tuyas. Es maravilloso, Park. Paso veinticuatro horas diarias a su lado y, aun así, la echo de menos cuando va al cuarto de baño. Es perfecto.

—Vaya… —Parker no hizo ningún ademán de disimular su estupefacción—. Nunca pensé que te oiría decir algo así.

—Lo sé. A veces me cuesta reconocerme en el Mark de los últimos años. Es como… es como si, desde que Alice entró en mi vida, hubiera recuperado a la persona que nunca debí dejar de ser.

—¿Y para cuándo la boda? —preguntó Parker, entre carcajadas, devolviéndole a su hermano parte de las burlas que él había recibido desde que se había convertido en un padre de familia.

—Sí… sobre eso… Quería que fueras el primero en saberlo…

—¡Joder! ¡Era una coña! No me digas que tú también vas a casarte.

—Digamos que es un anuncio con carácter retroactivo. Hace dos semanas nos cogimos un día libre, nos largamos a Las Vegas y… —Mark levantó la mano derecha y le mostró a Parker un diminuto tatuaje en la parte inferior de su dedo anular, justo encima del lugar donde el dedo se unía a la palma de su mano—. Por supuesto, con esa esposa poco tradicional que tengo, lo de los anillos convencionales estaba descartado.

—Felicidades, tío. —A Parker la sorpresa le impidió hacer algo más que pronunciar la exigua felicitación y dar unas palmadas en la espalda de su hermano—. ¿Piensas decírselo a los demás?

—Sí, pensaba aprovechar estos días que vamos a estar todos juntos.

—Confiando en que el nieto ablande a mamá, ¿no?

—Más o menos. —Mark suspiró y miró a su hermano, que sacaba su paquete de Marlboro Red del bolsillo de su cazadora de cuero—. Dame uno, joder. Se supone que los hermanos mayores debemos ser una mala influencia para los pequeños, no al revés.

—A mí no me culpes de tus vicios. Y déjame aprovechar antes de que llegue Katie. Amy me perdonó que no lo dejara a cambio de que no fume delante de la niña.

—Yo ni lo probaba desde el día de tu boda —dijo Mark, dando una profunda calada—. Creo que me voy a marear como un crío.

—¿Y por qué esa boda secreta? —preguntó Parker, comido por la curiosidad.

—¿La verdad? No te ofendas, tío, pero me agobió la idea de una boda como la tuya, con quinientos invitados y mamá entrando en barrena.

—¿Ofenderme? Yo estuve a punto de huir varias veces, te lo aseguro.

—Y la boda de Travis fue genial, así que dejó el listón demasiado alto.

 

Travis y Emily se habían casado tres meses antes en una boda íntima pero que todos recordarían para siempre. Con poco más de veinte invitados, algunos de los cuales estuvieron a punto de no poder llegar por la severa tormenta de nieve que azotó Manhattan en los días previos, Travis había planificado la boda que Emily siempre había soñado. La ciudad no le había fallado al Sullivan que más la idolatraba, y el sol había decidido salir en el último momento para reflejarse en el blanco manto que cubría Nueva York e iluminar el día más feliz de sus vidas. Emily estaba radiante, con un vestido de manga larga y escote en pico y una capa de piel sintética. Travis estuvo a punto de desmayarse cuando la vio entrar en el Ayuntamiento, donde tuvo lugar la ceremonia civil. Tras escuchar por enésima vez las protestas de Vivian por no haberse decantado por una boda religiosa, los novios y sus invitados cruzaron el puente de Brooklyn en medio del festivo ambiente navideño para celebrar el banquete en el River Café. Paradójicamente, después de reírse durante meses de Preston, Travis había elegido Brooklyn para festejar su momento de gloria.

 

—¿Travis lleva así de histérico todo el día? —preguntó Mark con una media sonrisa burlona.

—Todo el día de hoy y todo el día de ayer. Desde el mismo momento en que Preston nos llamó para decirnos que Lisa había roto aguas. Ni siquiera se han ido a casa a dormir.

—¿Emily también lleva aquí desde ayer?

—Sí. Y no debería. Travis dice que le duele horrores la pierna, pero ella lo niega. Así que me dedico a echarle una Vicodina de vez en cuando en el café.

—¿Te has propuesto drogar a toda la familia?

—Creo que tengo algo de hierba en el coche, si te apetece unirte al club.

—¡Por Dios, Park! Que tú ya eres padre y Preston está a punto.

—Voy a matar a Alice. Tú eras el único hermano que molaba.

—¡Maaaark! —El chillido agudo de Katie cortó las risas de Parker y Mark, que se apresuraron a tirar sus cigarrillos como dos adolescentes pillados en falta.

—Pero, bueno, señorita, ¿cómo es que has crecido tantísimo? —Katie Sullivan se había convertido en toda una señorita de siete años que aterrorizaba a propios y extraños por igual.

—Ya soy casi tan alta como mamá —le respondió ella, estirándose junto a Amy.

—Como si eso fuera muy difícil… —se burló Parker, encajando con deportividad el codazo que su mujer le asestó en el costado.

Los cuatro –incluso Katie– se quedaron paralizados en el momento en que los móviles de Parker y Mark comenzaron a sonar a la vez y vieron que eran Travis y Alice quienes los llamaban. Ni siquiera se molestaron en contestar las llamadas y corrieron escaleras arriba hasta llegar casi sin resuello.

Lo que encontraron en la sala de espera amenazó con quitarles la poca respiración que les quedaba. Preston, sentado en una de las butacas del pasillo de la planta de maternidad, permanecía inmóvil con la cabeza enterrada en las palmas de sus manos. Travis, acuclillado junto a él, le susurraba algo al oído, mientras Emily se secaba las lágrimas con un pañuelo de papel arrugado entre sus manos. Por un momento, los peores presagios pasaron por las mentes de los recién llegados, hasta que las miradas y sonrisas tranquilizadoras de Vivian y Alice lograron tranquilizarlos. Emily miró a Mark y a Parker y, con un solo gesto, ellos entendieron que Preston los necesitaba a su lado.

—¿Está todo bien, Preston? —Mark se sorprendió de la profundidad de su propio tono de voz. Necesitaba asegurarse de que no había ocurrido nada grave.

—Es perfecto. Es calvo, y rosa, y tiene un montón de dedos en las manos y en los pies. —Las palabras incoherentes de Preston hicieron sonreír a sus tres hermanos. La tentación de burlarse era enorme, pero decidieron darle una tregua en homenaje a la solemnidad del momento.

—¿Y cuál es el problema entonces? —Parker no comprendía por qué su hermano no estaba pegado a la cuna de ese bebé como si le hubieran aplicado cola industrial.

—Que no voy a saber hacerlo, chicos. —Preston levantó la cabeza de repente, con los ojos abiertos como platos, hasta casi asustar a los otros tres—. No voy a tener ni puta idea. Me desmayé dos veces en el parto, ¿entendéis? ¡Dos veces! Tuvieron que dejar de atender a Lisa para atenderme a mí.

—Qué marica eres, joder —se quejó Mark, entre risas. La tregua parecía estar llegando a su fin.

—Y ni siquiera me atreví a cogerlo cuando me lo ofreció la enfermera. Tuve miedo a que se cayera y cargármelo o algo. —Preston seguía hablando, ajeno a las miradas socarronas de sus hermanos. Las lágrimas habían empezado a brotar de repente de sus ojos, y los tres se dieron cuenta de que no habían visto llorar a Preston desde que eran niños.

—Preston, escúchame. —Parker le dio una bofetada suave a su hermano para obligarlo a enfrentar su mirada—. Cuando yo era el tipo más descontrolado de todo el puto Nueva York, me encontré de repente con una niña de cinco años que hablaba de princesas y que solo quería pintarme los tatuajes de rosa. Y yo no tenía ni idea de ser padre ni quería tenerla, pero… míranos ahora. Y la cago todos los días, ¿sabes? Hacemos burradas que implican ocultarle heridas de guerra a Amy, me pide ayuda con los deberes y me invento la mitad de las cosas porque no tengo ni idea de cómo se hacen y, cada vez que salgo a la escalera de incendios a fumar a escondidas, me pilla de pleno. En eso consiste, tío. En joderla y arreglarlo. Y disfrutarlo. Así que mueve el puto culo y llévanos a conocer a ese crío.

—Y así es como el pequeño Parker se convirtió en el hermano mayor —ironizó Travis, ayudando a su gemelo a incorporarse.

Todos los siguieron de camino a la habitación y se sintieron algo decepcionados al saber que se habían llevado al bebé para hacerle una revisión. Todo el clan familiar, con la incorporación de último momento de George Sullivan, se reunió en torno a la cama de Lisa, que reía acompañada por sus padres.

—¿Qué tal estás? —le preguntó Emily, estrechándola sin importarle hacerle daño o no.

—A punto de pedir una ligadura de trompas. Y feliz, claro —respondió ella con una sonrisa—. Es precioso, chicos. Tendremos que esperar a que le crezca el pelo para saber si es Sullivan o Holmes.

—¡Ay, ojalá sea pelirrojo! —dijo Amy en voz alta, haciendo reír a Lisa y a los demás.

Las risas cesaron, convirtiéndose en un silencio reverencial, cuando una enfermera entró en el cuarto con un diminuto bebé en brazos. Se acercó a aquel grupo de visitantes, sin duda demasiado numeroso, y abrió los ojos como platos al encontrarse con un clon del padre de la criatura. Travis levantó las manos desentendiéndose del asunto, lo que provocó las risas de los presentes. Mark señaló a Preston con un gesto de su cabeza, y la enfermera se acercó a él, haciendo un ademán para cederle al niño, lo que hizo que él reculara un poco.

—Preston… —le susurró Travis al oído—. Hazlo. Ya.

Preston alargó los brazos con torpeza, pero se dejó guiar por su madre y la de Lisa para encontrar la posición correcta. Cuando tuvo a su hijo en brazos y lo miró por primera vez directamente a los ojos, que mantenía cerrados en un sueño tranquilo, supo que su vida no volvería ser la misma. Jamás. Y, contra lo que él mismo habría apostado apenas unos minutos antes, ese pensamiento lo tranquilizó. Exhaló el aire que había estado reteniendo sin ser consciente de ello y miró al grupo de personas que no apartaba la vista de su hijo.

—Familia… —La voz se le entrecortó, y carraspeó para disipar un poco la emoción—. Os presento a George Nathaniel Sullivan Holmes.

Las reacciones variaron del júbilo a la emoción, pasando por los mil elogios y la búsqueda de parecidos. Vivian se acercó a su hijo mayor, que esperaba su turno para coger en brazos a su sobrino, y le dio un beso en la mejilla.

—Bueno, hijo… Con dos de tus hermanos casados y Preston convertido en padre, ya solo falta que tú me des una alegría en forma de boda.

—Sí, mamá. Sobre eso… Creo que va a ser mejor que te sientes.

 

FIN