Jueves 23 de
junio.
Dos días para la boda.
—¡Joder, Preston! ¿Cómo puedes tardar tanto en el cuarto de baño? ¿Y desde cuándo cierras por dentro? Por Dios santo, necesito mear.
—Pasa a nuestro baño, pesado. Mark y yo ya estamos.
—¡Voy!
—¿Alguien ha hablado con las chicas?
—Amy y Emily tienen el teléfono apagado. Debieron de pegarse una buena juerga anoche.
—Yo he hablado con Lisa. Me ha dicho que van a comer a un japonés que les ha recomendado Alice. —Preston alzó las cejas con burla hacia Mark, quien estaba todavía demasiado dormido para prestarle atención—. Llegarán al rancho a última hora de la tarde.
—¿Eso hacías ahí dentro? ¿Llamar a tu novia?
—Entre otras cosas, imbécil.
—¿Nos vamos ya o vais a tener otra pelea de enamorados?
—Vámonos.
Los cuatro hermanos Sullivan saltaron al interior de la camioneta con cuatro enormes sonrisas en sus caras. Ninguno había querido verbalizarlo en los dos días en Las Vegas, pero todos eran conscientes de que había muchas posibilidades de que aquella hubiera sido su última gran aventura. Durante los últimos veintitrés años, desde el nacimiento del último de ellos, habían vivido juntos todas las aventuras imaginables. Preston y Travis se habían peleado a puñetazos hasta volver loca a su madre; Mark había encubierto ante su padre todas las correrías de los tres más pequeños; Parker había querido crecer para ser como sus hermanos mayores; se habían roto huesos, habían practicado todos los deportes imaginables, se habían emborrachado, habían aprendido a montar a caballo casi antes que a caminar y se habían protegido, siempre, de cualquier amenaza externa.
—Ha estado bien esto, ¿no? —Parker habló en nombre de todos, al tiempo que se ponía al volante de la camioneta.
—Más que bien.
—¡Eh! No os pongáis tan melancólicos, mamones. Tenemos otra despedida de soltero por delante, ¿no? ¿Me pongo a planificar ya la de Travis o no habéis quedado satisfechos con mis servicios?
—Preston, estos dos días te han consagrado como organizador de despedidas de soltero para el resto de nuestras vidas —comentó Mark, calándose bien hondo sus Ray Ban negras.
—No pensaba ceder el puesto. —Preston se carcajeó—. ¿Alguna idea para la despedida del chico sano?
—Me pongo a vuestra entera disposición —comentó el interesado.
—¿Qué os parece si la celebramos en Nueva York?
—¿Lo dices en serio? —Travis abrió los ojos como platos ante la propuesta de Mark. Presentía que sus hermanos debían de estar igual de sorprendidos.
—Lo digo en serio. Ya va siendo hora de dejar la mierda atrás. Además, tendré que enseñaros algo sobre la noche de Manhattan, chavales. No tengo demasiada esperanza de que sepáis moveros en la ciudad.
—Lo que hay que oír… Por cierto, ¿les habéis contado a las chicas lo del tatuaje? Yo no he tenido valor para que Lisa se riera de mí todavía. Dejaré que lo descubra en persona.
—Pues yo sí se lo he contado a Amy. Suerte que ella no se asusta ya con ese tema.
—Emily va a flipar, joder. ¿Sabéis si duele mucho sacárselo con láser?
—Oh, por favor. Qué dramático eres, Travis —protestó Mark—. No te saques el puto tatuaje. Será una horterada, pero es nuestro recuerdo. Además, a ti no se te va a ver. Yo lo tengo en el medio del brazo.
—Vaya carta de presentación para Alice.
—Quizá me haga ganar puntos. Me temo que su aspecto no es lo que os podáis imaginar de una doctora de treinta y cuatro años.
—¿Ah, no? Cuéntanos.
—Digamos que es más estilo Parker que estilo Travis.
—¡Eh! —protestaron al unísono los aludidos.
—Tiene el pelo rosa. Lo tenía azul cuando la conocí. Tiene la mitad del cuerpo tatuado, y creo que me quedo corto. Y piercings en la nariz, la lengua, la encía, el ombligo, partes de la oreja que no sabía que se podían agujerear y… bueno, y otros de los que no os voy a hablar.
—De repente, me apetece muchísimo que esa chica sea mi cuñada.
—A mí me apetece que sea la nuera de mamá —bromeó Travis.
—No adelantéis tantos acontecimientos. Os recuerdo que me ha prohibido intentar nada con ella.
—Y yo te recuerdo, de nuevo, —remarcó Preston—, que te quedan muchos días por delante para hacerla cambiar de idea.
—Preston, Parker… —los llamó Travis, cuando quedaba poco más de media hora para alcanzar el rancho familiar—, creo que ha llegado el momento.
—¿El momento? ¿De qué habláis? —preguntó Mark, viendo cómo Parker se desviaba a una estación de servicio. Aparcó en una zona un poco apartada y saltó del coche. Los gemelos lo siguieron a la parte trasera de la camioneta. El calor de primera hora de la tarde apretaba, pero no pudieron evitar sentarse en la plataforma trasera, como tantas veces habían hecho.
—Bueno, que hable Preston, ¿no? Él es el especialista en discursos —bromeó Travis.
—¿Qué pasa, chicos? Me estáis acojonando.
—Está bien. Hablaré yo. —Preston resopló, nervioso—. Mark, hay algo de lo que hemos estado hablando nosotros tres. Nos dejaste muy impactados el otro día, tío. Ya te dije hace tiempo que siempre había tenido la sensación de que nos ocultabas algo doloroso, pero creo que ninguno de los tres imaginábamos que lo hubieras pasado tan mal. Y todos nos alegramos muchísimo de que hayas decidido arrancar con el proyecto del rancho. De verdad, no te imaginas cuánto. Tiene una pinta magnífica lo que has planteado. Independientemente de lo de Alice, o lo que sea. Por lo tanto, queremos decirte que…
—Joder, Preston, suéltalo ya —protestó Parker—. Es acojonante cómo te enrollas.
—Cállate, enano. Parker, Travis y yo hemos hablado y hemos tomado una decisión. —Preston abrió el bolsillo exterior de su bolsa de viaje y extrajo unos papeles—. Travis ha sacrificado un par de horas de sueño para redactarlo e imprimirlo en la zona de negocios del hotel. Toma.
—¿Qué es esto? —preguntó Mark, alargando el brazo para tomar los papeles que le daba su hermano.
—Es nuestra renuncia expresa a las partes del rancho que nos corresponderían por herencia. Mamá está de acuerdo, hablamos con ella antes de firmarlo.
—¿Qué? —Mark apenas era capaz de articular palabra.
—El rancho es tuyo, al cien por cien. Dedica el dinero que te dé el abuelo a comprar caballos o máquinas o lo que sea que necesites para el proyecto. Solo faltaría que tuvieras que dedicar el dinero a pagarnos a nosotros.
—Pero, chicos, —Mark habló con la voz tomada por la emoción—, el rancho está valorado en muchísimo dinero. ¿Tenéis la menor idea de lo valioso que es esto que me estáis entregando?
Preston se encogió de hombros, y Travis quitó importancia con un gesto de su mano, pero solo Parker, que hasta entonces había permanecido en silencio, habló.
—Seguro que bastante menos valioso que un hermano que se ha tragado su propia mierda durante años, pero que siempre ha estado ahí para ayudarnos con las nuestras. Ni nos des las gracias. Con que sigas manteniendo nuestros cuartos para que vengamos de vez en cuando a tocarte los huevos será suficiente.
—No sé ni qué decir…
—Di que sí, ponte al volante y llévanos a ver a nuestras mujeres. Bastante desgracia es que seas el único Sullivan que hoy no va a tener sexo.
‖
—Te voy a echar de menos, Emily. Llámame cuando vayas a Boston. Supongo que pasaré algún tiempo allí cerrando cosas antes de incorporarme al rancho. Ya casi he acabado con mi paciente aquí en Los Ángeles.
—Vamos, Alice… ¿Por qué no te animas a venir a mi boda? —intervino Amy.
—Tú estás loca. ¿Cómo me voy a presentar de repente en tu boda?
—Hay cuatrocientos setenta invitados. Créeme, tenemos espacio de sobra para sorpresas de última hora.
—Creo que va a ser mejor que no.
—Verías a Mark —aportó Lisa con una sonrisa socarrona en la cara.
—Quizá por eso sea mejor que no. Bastante lo voy a ver cuando me incorpore al rancho.
—¿No hay ninguna posibilidad de que te convenzamos? —insistió Emily.
—No. Pero, si el trabajo en el rancho me va bien, nos veremos cuando vayáis a casa de vuestros suegros. Ahora en serio, chicas, gracias por invitarme a la despedida. Me lo he pasado fenomenal.
—¡No! Gracias a ti por llevarnos a sitios tan geniales. —Amy se acercó a abrazarla, y Emily y Lisa siguieron su ejemplo.
Tres horas después, Alice se desperezaba en una de las tumbonas de la piscina de la enorme mansión de su paciente en las colinas de la ciudad. En unos días regresaría a Boston y, esta vez sí, empaquetaría todas sus cosas camino de otra vida. Se enfrentaba al gran reto profesional de su carrera, el más ilusionante, y volvía a sentirse como cuando, a los veintidós años, había tratado a su primer paciente. Ni siquiera miró hacia la pantalla de su móvil cuando lo oyó sonar. Esa misma mañana había asignado su canción favorita de Nirvana, All Apologies, a la información de contacto de la persona que la llamaba en esos momentos. Sonrió, repantigándose en la colchoneta, y deslizó su dedo por la pantalla táctil con deleite.
—Hola, preciosa.
—Empiezas fuerte, Sullivan.
—Ya sabes. Tengo que aprovechar mi tiempo hasta que nos convirtamos en profesionales asexuados.
—Qué idiota eres.
—Bastante. ¿Qué hacías?
—Tomar el sol y bañarme en la piscina.
—Me temo que aquí en Arizona tendrás que trabajar más duro.
—Por eso tengo que coger fuerzas antes de ir.
—¿Es normal que todo lo que dices me suene sexual?
—Es muy tú.
—Así me gusta, que me vayas conociendo.
—Sí, me temo que te tengo calado. ¿Tú qué hacías?
—Nada. Esconderme en mi cuarto. Mi casa está tomada por la sexta flota.
—Sois un montón de gente, ¿no?
—Mis tres hermanos y las chicas, mis padres, la madre y la hija de Amy, y el padre de Emily.
—¡Dios! ¡El padre de Emily es genial!
—Creo que mi hermano Travis disentiría de esa opinión.
—Pues no tiene ni idea. Es una de las personas más interesantes que he conocido en mi vida.
—¿Ah, sí? ¿Y qué lugar ocupo yo en esa clasificación?
—No lo sé aún. No te conozco lo suficiente.
—Yo diría que me conoces mejor que mucha gente. Casi que la mayoría. Pero, venga, conóceme mejor. ¿Qué quieres saber?
—¿Tienes tiempo? Mira que tengo mucho peligro preguntando, eh.
—Para ti, tengo todo el tiempo del mundo.
—¿Cuántos años tienes?
—Veintisiete y medio. Serán veintiocho en diciembre. ¿Tú?
—No deberías preguntarle eso a una chica. Sobre todo a una chica que está a punto de cumplir los treinta y cinco.
—Con ese pelo rosa no parece que tengas más de veintiuno.
—Adulador.
—Un poco. ¿Qué más?
—Una un poco más personal. ¿Cuándo tuviste tu última relación?
—¿Sexual?
—¡No! ¡Eso no me interesa! Relación de pareja.
—¿Y eso sí que te interesa?
—Ya te he dicho que soy muy curiosa.
—Nunca.
—¿Nunca qué?
—Nunca he tenido pareja.
—¿En serio? ¿Nunca? ¿Ni una novia en el instituto?
—¿Salir tres veces con la misma chica a los quince se considera relación de pareja?
—Puede.
—Pues entonces hace trece años. ¿Quieres tú contarme algo sobre tus relaciones? Me hablaste de un chico con el que saliste después de… bueno, de que tu novio de la universidad muriera.
—Novia.
—¿Qué?
—Mi pareja, la que… bueno… la que se suicidó… era una chica.
—¿En serio? ¿Eres bisexual?
—Sí. No. No sé. No me gustan las etiquetas. Me he acostado con mujeres, sí. Todo empezó con que quise experimentar en la universidad y acabé enamorándome.
—¿Y qué cambió?
—¿No se supone que era yo la que hacía las preguntas?
—Quid pro quo, Alice.
—Ojalá hubiera una gran historia que contar. O al menos una que me exculpara por haberla dejado. El amor viene y va, y supongo que me desenamoré de ella. El primer año fue muy intenso, quería experimentarlo todo, y todo con ella. Lo pasamos bien. Después… dejó de ser divertido. Ella quería dar pasos adelante, conocer a mi familia, que yo conociera a la suya, hablaba de casarnos al acabar la universidad… Aun no habíamos cumplido los veinte, ¿sabes? Y el tercer año ya solo lo aguanté porque tenía miedo de su reacción, de que se hundiera, de que hiciera… de que hiciera lo que finalmente hizo.
—¿Sabes? Ahora soy capaz de ver que tú no tuviste la culpa. Quizá, si en Boston me hubieras contado la historia completa, tal cual lo has hecho ahora… Quizá habría pensado que eras una mierda culpable como yo.
—¿Y por qué ahora no?
—Por ti y por mis hermanos. Hablé con ellos en Las Vegas. Lo saben, al fin.
—¿Y qué tal fue?
—Perfecto. No sé cómo pude dudar de ellos, cómo he podido estar callado siete años. Me repitieron mil veces que yo no tenía la culpa de nada. Y no solo eso… me han regalado el rancho.
—¿Cómo dices?
—Ya lo has oído. Han… han firmado su renuncia a la parte de cada uno. El rancho es todo mío. Todo… nuestro. Del proyecto, quiero decir.
—Me alegro. Me alegro mucho, de verdad. No solo por el rancho, por lo que significa.
—Gracias. Pero… no te vas a librar del interrogatorio. ¿Tu otra relación? ¿También era una chica?
—No. Fue con el hermano de un paciente. En Seattle.
—¿Te enamoraste?
—No. Yo creo que no. Me gustaba mucho, pero yo aún estaba muy jodida. ¿Sabes lo que hice cuando, tras semanas insistiéndome, al fin salimos juntos?
—Miedo me das.
—No. Miedo me dio a mí. El suficiente como para escaparme de su casa en plena noche después de acostarme con él.
—Creo que ese comportamiento me suena de algo.
—Por eso te entendí. No me malinterpretes, Mark. Me cabreaste mucho, muchísimo. Pero, en el fondo, siempre supe por qué lo habías hecho.
—Me alegro. Pero eso no va a hacer que deje de pedirte disculpas por lo que pasó.
—Bueno… Eso no te va a hacer ningún daño —bromeó Alice.
—De todos modos, hay algo que has dicho que no tiene ningún sentido. Esa mierda de que el amor viene y va, ¿de dónde te la has sacado?
—¿Me estás diciendo que crees en el amor para toda la vida? ¿Tú, que acabas de reconocer que tuviste tu única novia en el instituto?
—Que no lo haya puesto en práctica no significa que no conozca la teoría. He visto a mis abuelos, a mis padres, ahora incluso a mis hermanos. Sé reconocer el amor verdadero y… y ese no se va.
—¿Cómo hemos acabado hablando de cosas tan serias? —Alice se aterró cuando oyó a Mark hablar sobre el amor. O se ilusionó. Ni ella misma sabría decirlo.
—No lo sé. ¿Tienes más preguntas?
—Creo que es suficiente por hoy, señor Sullivan. ¿Alguna novedad más sobre el rancho?
—No. La verdad es que, hasta la semana que viene, estoy desconectado del trabajo. Pasado mañana, tengo que casar a mi hermano pequeño.
—No me digas ahora que eres cura… —bromeó Alice.
—No. Pero soy el padrino.
—Sí, Amy y las chicas me lo contaron. Tu hermano favorito, ¿no?
—Claro. El pequeño. Siempre nos hemos llevado muy bien. Parker es genial. Los tres lo son.
—Presiento que los cuatro lo sois.
—Eso se ha parecido sospechosamente a un halago, señorita Walsh.
—Ya ves. Un día generoso lo tiene cualquiera.
—Oye… tengo que irme. Mi madre debe de estar planeando mi asesinato. Ni siquiera he saludado al padre de Emily todavía.
—Oh, dale un abrazo de mi parte cuando lo veas.
—Lo haré. Eso, si es que ha salido del despacho de mi padre. Cuando hemos llegado de Las Vegas, llevaban ya un par de horas allí metidos.
—Teniendo en cuenta lo que ocurrió con Emily… supongo que tienen mucho de lo que hablar.
—Estás al tanto, ¿no? De lo de Parker, mi padre, el juicio que no llegó a celebrarse…
—Sí. Emily nunca quiso hablar demasiado del tema, pero su padre me lo contó.
—Visto con perspectiva, Alice… no sé ni qué decirte sobre eso. Fue injusto que mi padre pagara para que Parker no fuera a juicio, pero… me alegro de que mi hermano no hubiera tenido que pasar por eso. No sé si habría podido superarlo.
—Anda, márchate con ellos. Se te cae la baba hablando de tus hermanos.
—Más se me cae cuando me acuerdo de ti.
—Frena esto, Sullivan.
—Ojalá, Alice. Ojalá pudiera frenarlo. O no.
—Hasta mañana, Mark.
‖
Mark bajó al gran salón de la casa, justo a tiempo de arrepentirse de haber salido de su trinchera. Doce personas en su casa, habitualmente tan vacía y silenciosa, eran demasiadas, incluso aunque Katie no fuera una de ellas. Pero lo era, lo cual lo hacía todo mucho más movido.
—¡Mark, hijo! ¿Se puede saber dónde estabas?
—En mi cuarto, mamá. No era tan complicado de averiguar.
—No seas impertinente. Estamos planificando el día de mañana.
—¿En serio? —ironizó Mark, y vio cómo sus hermanos se reían en voz baja—. ¿Tú planificando algo? ¡No me lo puedo creer!
—Por la mañana, llegan los padres de Lisa. Los tíos de Amy están instalados en la casa de Phoenix desde esta mañana. El tío Ed se ha hecho cargo de todos los Sullivan repartidos por el país. La madre de Emily vendrá directa para la boda junto a su marido…
—Mamá, ¿hay algún motivo por el que todo eso deba importarme?
—Vaya carácter, Mark. Solo quería saber cómo tenías tú el día de mañana.
—Sí… Ahora hablaremos de eso.
—Hijo, —Mark vio en ese momento entrar a su padre en el salón, junto a la única persona de aquella reunión a quien no conocía—, quiero presentarte al padre de Emily, Patrick Holmes. Patrick, este es Mark, mi hijo mayor.
—Encantado, señor Holmes. —Mark detectó en ellos el leve deje a whisky y humo que siempre había identificado con las reuniones importantes en el despacho de su padre.
—Patrick, por favor.
—Patrick. —Mark sonrió a aquel hombre que parecía tener tan enfilado a su hermano Travis. Amplió el gesto cuando pensó en qué habría opinado el señor Holmes si le hubiera caído en suerte como yerno cualquiera de los otros tres Sullivan.
—Papá, hay algo que quiero hablar con vosotros.
—Buenoooo, esta parece la semana de los anuncios solemnes —bromeó Parker, ganándose el codazo de un gemelo en cada costado.
—A ver, quería comentaros un tema… Mañana tengo un día muy complicado, y el rancho va a ser un caos. No me vendría mal algo de ayuda. La empresa que va a montar las carpas para la celebración y la que se va a llevar los caballos llegan sobre las once de la mañana. Antes de esa hora, tiene que estar todo el trabajo del rancho terminado. Los caballos alimentados, la superficie donde se va a celebrar la boda limpia y, sobre todo, tenemos que supervisar que la empresa que se va a llevar los caballos lo haga todo bien. Los trabajadores están avisados para venir a las seis de la mañana. Si alguno de vosotros quiere colaborar, cualquier ayuda será bien recibida.
—Yo no puedo, Mark. Tengo que ir con Lisa a recoger a sus padres a Phoenix.
—Bien jugado, Preston. Sería una mala suerte horrible que te estropearas la manicura trabajando un poco duro, para variar —se burló Travis, antes de dirigirse a su hermano mayor—. Cuenta conmigo.
—Puedes contar conmigo también —añadió Patrick, haciendo que Emily pusiera los ojos en blanco. Por supuesto, si Travis iba a realizar un trabajo duro, su padre no iba a ser menos.
—Yo también te ayudaré, hijo —se unió su padre. Amy y Lisa se miraron con una media sonrisa. En aquel salón había un claro exceso de testosterona, y ninguno de los machos alfa quería quedarse atrás a la hora de hacer un trabajo duro.
—Ni se te ocurra ofrecerte, Parker —chilló su madre, haciendo a todos dar un respingo, y dejando a su hijo menor con la palabra en la boca—. Solo faltaría que te pasara algo grave el día antes de la boda.
—Entiendo que si les pasa a Travis, a Mark o a papá nos da igual, ¿no? —le respondió de broma, provocando las risas de todos los presentes menos de la aludida.
—No digas tonterías. No va a pasar nada, pero no vamos a jugar con fuego.
—¿Dónde va a guardar la empresa esa los caballos, Mark? —se interesó su padre.
—Ya… Eso… Bueno, eso es de lo que quería hablaros. Aunque la mayoría ya lo sabéis, voy a hacerlo oficial. El lunes empieza el proyecto del rancho de equinoterapia. Hace algunas semanas, me reuní aquí con un experto y me explicó que no merecía la pena adiestrar a los caballos que tenemos ahora para esas tareas. Es mucho más productivo comprar caballos entrenados de forma específica para el trabajo que van a realizar.
—¿Entonces?
—Tengo un conocido con un rancho en Montana que siempre ha querido comprarme algunos sementales y un par de yeguas. He renegociado con él y le he vendido la yeguada casi al completo. Se los llevan mañana.
—¿A dónde se llevan a quién? —preguntó Katie, con la lengua pastosa. Se había quedado adormilada en el regazo de su madre mientras todos esperaban a que la cena estuviera servida.
—Mañana se llevan los caballos del rancho —le respondió Parker, cogiéndola en brazos. Aunque pronosticaba problemas, nunca había sido partidario de ocultarle la verdad a la niña.
—¡¡Noooo!! —El chillido de Katie asustó incluso a quienes lo esperaban. Rompió en un llanto angustioso que, para variar, incluía lágrimas. Parker había aprendido en el último año y medio lo que era el llanto sin lágrimas de Katie, una especie de equivalente infantil del chantaje emocional—. No quiero que se lleven a mi poni, no quiero… ¡No quiero!
—Katie, cariño, mírame. —Amy intervino, poniéndose tan seria que Katie se arrellanó más contra Parker, lo que lo hizo sonreír—. Seguro que Mark tendrá otros caballos que podrás montar la próxima vez que vengamos aquí.
—¡Pero yo quiero a ese! ¡Es mi poni! —Las palabras le salían ahogadas por el llanto, y las caras de todos los presentes reflejaban ternura.
—Enana, ese poni no es tuyo —le explicó Parker.
—En realidad… —interrumpió Mark, elevando un poco la voz y ganándose la atención de todos los presentes—. Pensaba esperar al sábado para deciros esto, pero bueno… Llevo un par de meses dándole vueltas a la cabeza sobre qué regalaros. Lo tenéis todo, cabrones.
—Mark… —lo reprendió Parker.
—¡Ups! Perdón. —Katie no parecía haberse dado cuenta del desliz lingüístico, pues seguía sollozando con la cabeza hundida en la camiseta de Parker—. Bueno, a lo que iba. Que tenéis demasiadas cosas y un apartamento demasiado pequeño. Así que he pensado en regalaros algo que se quede aquí para que tengáis que venir a verme a menudo.
—¿Y ese algo es…? —preguntó Parker expectante y, para qué mentir, un poco asustado.
—No es un regalo para vosotros. He dejado fuera del trato a Maverick, mi caballo, y el poni de Katie. Ese es mi regalo.
—¿En serio? —preguntó Amy, emocionada—. ¡Gracias, Mark!
—¿Has oído eso, enana? —le preguntó Parker—. Mark te ha regalado el poni. Es todo tuyo.
—¿De verdad? —Katie saltó de los brazos de Parker y se abrazó a las piernas de Mark—. ¿Es para mí?
—Sí, pequeñaja. —Mark la subió en brazos y se sorprendió de sentirse tan cómodo—. Vas a poder montarlo siempre que vengas aquí. Así que vas a tener que insistirles mucho a papá y a mamá para venir a Arizona.
—¿No me lo puedo llevar a Nueva York?
—Me temo que no, Katie —razonó Parker—. ¿Dónde dormiría?
—¿Conmigo? —aventuró la niña.
—¿No prefieres que esté aquí y tenga espacio para correr y jugar? Así estará muy contento cuando tú vengas a verlo.
—Vale.
—¿No te estás olvidando de decirle algo a Mark?
—Ay, sí. —La niña se tocó la frente con un gesto teatral—. Eres el más guapo de todos, Mark.
—Lo sé, Katie. Lo sé —acertó a responder Mark entre carcajadas.
‖
—¿Toda la manada dormida? —preguntó Preston, cuando vio a Mark y Parker unirse a él y a Travis.
—Gracias a Dios.
—Os juro que si esta dinámica de preparativos e invitados vuelve a empezar para la boda de Trav, yo emigro a Alaska —protestó Mark.
—Os puedo asegurar que no. Vamos a posponer el anuncio todo lo posible. Y Emily se quiere casar en Boston o en Nueva York. Iremos organizándolo nosotros poco a poco y se lo diremos a mamá cuando ya no pueda meter mano.
—Lo mejor de todo es que cree que lo va a conseguir —se burló Preston, dirigiéndose a Parker y Mark.
—¿Nervioso, Park?
—No. Cansado. Y un poco avergonzado. La idea de leer mis votos delante de casi quinientas personas me pone un poquito enfermo.
—¿De dónde han salido quinientos invitados?
—Vienen miembros de la familia Sullivan que ni siquiera sabía que existían. Papá ha invitado a todos sus clientes, socios, conocidos, miembros del Partido. Os juro que leí la lista de invitados y no conocía ni a la décima parte.
—Pues vaya panorama. ¿Habéis cogido cervezas?
—La duda ofende. No entiendo por qué no montamos una nevera aquí fuera.
—¿Nos acabamos esto? —Parker levantó varias veces las cejas, mostrándoles la bolsa de marihuana que les había sobrado de su viaje a Las Vegas.
—¿Últimas aventuras antes de convertirte en un hombre formal?
—Y eso me lo dice el que se va a convertir en padre en nueve meses.
—Habrá que empezar a portarse bien, ¿no? —reflexionó Preston, con una sonrisa.
—¡Ya nos portamos bien! Esto es solo… una regresión a la adolescencia —dijo Parker, dando una profunda calada.
—Pásame eso, anda. Entonces, ¿estás seguro de lo que vas a hacer?
—Pues, si no lo estuviera, sería un poco tarde para echarme atrás. Pero no es el caso. No he estado más seguro de nada en toda mi vida —afirmó Parker.
—La quieres, ¿eh?
—No sé si es la hierba o la cerveza o qué mierda me está pasando, pero ya ni me da vergüenza decirlo delante de vosotros. Sí que la quiero, joder. Es la persona a la que más quiero en este mundo.
Los cuatro hermanos bebieron en silencio.
—¿No os vais a cachondear?
—No. Hoy no. —Preston le sonrió y le echó un brazo sobre los hombros—. Nos alegramos mucho. ¿A dónde os vais al final de viaje de novios?
—No nos venía demasiado bien en estos momentos. Demasiados gastos. Y nos parecía un abuso pedirles más pasta a papá y mamá. Bueno, a Amy se lo parecía. Yo se lo habría pedido para llevarla a algún sitio. Apenas ha viajado. No sé, quizá nos escapemos un fin de semana a Vermont cuando volvamos a Nueva York.
—Oh, por favor, no te pega nada la imagen de pobre chico humilde. —Preston se rio abiertamente de su hermano pequeño—. Trae eso, Trav.
—¿De verdad pensabas que no te íbamos a regalar nada? —Parker se encogió de hombros—. Toma, imbécil.
—Pero… —Parker miró a sus dos hermanos gemelos y el sobre que le habían entregado—. ¿Estáis locos o qué?
—Loco estás tú si piensas que te vamos a permitir dejar a Amy sin viaje de novios. Una semana, Hawaii, intenta no dejarla embarazada. No quiero más de un sobrino al año o me arruinaré en Navidad —bromeó Travis.
—Joder, tíos. Esto es demasiado. Muchísimas gracias. Amy va a flipar.
—Es bastante impresentable que no le hayamos dado el regalo a ella también —comentó Preston—. Pídele disculpas de nuestra parte.
—Oh, sí. Va a estar desolada cuando sepa que nos mandáis a Hawaii.
—Creo que me he metido en un lío con Alice —Mark cambió de tema.
—¿Qué has hecho?
—Nada, nada. Es solo que…
—Te has enamorado de esa chica —interrumpió Travis.
—Como un jodido imbécil. Como Parker, más o menos —bromeó, queriendo quitar hierro a su confesión.
—Y ahora que ya estamos todos al día de lo blanditos que nos hemos vuelto los hermanos Sullivan, deberíamos ir a dormir. Mañana nos levantamos a las cinco y media, Mark, ¿recuerdas?
—Sí. Va a ser un día de locos.
—¿Os venís?
—Sí. Mañana es mi último día como soltero.
—¡Qué fuerte!