Miércoles 22 de junio.
Tres días para la boda.

 

 

 

 

El teléfono despertó a Amy a una hora bastante cercana al mediodía. Se desperezó en la enorme cama del apartamento en el que se alojaban en Santa Mónica. Emily se había encargado de reservar aquel lujoso lugar, y tanto Lisa como la propia Amy estaban más que satisfechas con el resultado. Dio una vuelta sobre sí misma y metió la cabeza bajo la almohada, pero cada sonido del móvil martilleaba en sus sienes. También lo hacía la posibilidad de que fueran Parker o Katie quienes llamaban, así que se rindió, alargó el brazo y respondió la llamada.

—Hola, nena.

—Hola, Park. —Amy sonrió y se arrebujó bajo las sabanas, sintiendo cómo parte de su resaca desaparecía por el simple hecho de escuchar la voz del amor de su vida.

—¿Estabas dormida?

—Bastante.

—¿Una noche dura?

—Creo que no bebía tanto desde… creo que nunca había bebido tanto —corrigió entre risas.

—Por aquí no fue mucho mejor. O sí. Fue una noche fantástica, en realidad.

—¿Y ya estás despierto?

—Me he despertado hace un momento. Los chicos aún duermen, y yo me daré la vuelta y dormiré otro poco. Pero necesitaba escuchar tu voz un ratito.

—Oh. —Amy suspiró—. Me alegro de que hayas llamado.

—Sigue durmiendo, nena. Hablamos más tarde.

—Te quiero, Parker.

—Y yo. Pásalo bien.

—Y tú también.

—Pero no demasiado.

—Y tú tampoco. —Los dos sonrieron y, pese a la distancia, ambos sabían que el otro estaba haciéndolo.

—Un beso.

Amy intentó volver a dormir, pero ya no fue capaz de conciliar el sueño. Parker le había revolucionado el corazón y, por muy bien que se lo estuviera pasando en Los Ángeles, deseó poder teletransportarse a su apartamento de Harlem, con Parker y su hija. Tenía que hacer un verdadero esfuerzo para que algo, cualquier cosa, aparte de ellos dos, le importara lo más mínimo.

—¿Quién es el imbécil que ha llamado? —Amy se rio al oír el tono de voz de Emily, a medio camino entre el gruñido y el bostezo.

—Parker.

—Se lo perdono porque es el novio. ¿Te ha dicho algo de Travis?

—No. Tendrás que llamar a tu novio si quieres saber algo de él.

—¿Se habrá despertado ya Alice? Quedamos en llamarla sobre esta hora para irnos de turismo. —Lisa salía en aquel momento de la ducha.

—Mírala, qué fresca está. La señorita yo-no-bebo, radiante y lista para conocer la ciudad —protestó Amy.

—Yo no tengo la culpa del ritmo infernal de chupitos que teníais ayer, guapas.

Tras unas duchas revitalizantes y una llamada rápida, Alice apareció apenas media hora después con su propio coche para recoger a las chicas frente al edificio de apartamentos. Emily y ella volvieron a abrazarse emocionadas, como si no hiciera apenas ocho horas que se habían despedido. Los recuerdos de los dos años en que habían compartido su vida a diario las embargaban cada vez que se reencontraban. Alice era diez años mayor que Emily, pero poco importaba la edad cuando habían compartido los momentos más importantes de la vida de ambas. Emily había encontrado en Alice la esperanza de volver a caminar que hasta entonces ni se había atrevido a albergar. Entre Alice, Lisa y su padre habían conseguido que jamás se rindiera a la autocompasión, que no dudara en seguir adelante con sus ejercicios cuando el dolor era tan abrasador que el hecho de recuperarse parecía quedar en segundo plano. Alice se había quedado muchas noches a dormir en la cama plegable de la habitación de Emily, solo para masajear sus piernas cuando los calambres le hacían imposible conciliar el sueño; y le había repetido hasta conseguir convencerla que esos calambres eran un buen síntoma de que cumpliría su sueño de volver a ponerse en pie por sí misma. Emily había encontrado en ella a una amiga, a una guía, a alguien a quien confiar todos los miedos e inseguridades que su vida de reclusión le habían traído. Sentimientos que muchas veces la habían hecho sentir mezquina: la envidia que a veces sentía cuando veía que Lisa continuaba con la vida que ella había tenido que dejar atrás, la vida normal de una adolescente; la injusta frustración que le provocaba a veces el optimismo inquebrantable de su padre; el rencor hacia su madre que no era capaz de superar. Alice la había escuchado, y Emily siempre había sentido que ni todo el dinero del mundo habría podido pagar lo que había hecho por ella. Hasta que un día, fue Alice quien se derrumbó en brazos de Emily, el primer día en que volvió al trabajo tras la muerte de su madre. Y entre ese día y los que le siguieron, se creó un vínculo entre ellas que ni la diferencia de edad, ni la distancia ni los diferentes rumbos de sus vidas podrían romper jamás. Ese vínculo que hacía que, aunque a veces pasaran meses sin verse, cuando se reencontraban, siempre pareciera que habían estado juntas el día anterior.

Emily nunca olvidaría el día que Alice le había comunicado que su trabajo con ella terminaría pronto. Ni su propio padre recordaba haber visto llorar a Emily de aquella manera, desde los primeros días posteriores al accidente. Había cumplido con cada una de las fases de la despedida: había creído que retrocedía en su recuperación, solo para hacer patente que necesitaba a Alice; se había enfadado con ella hasta el punto de retirarle el saludo; había intentado que ella se replanteara su diagnóstico, pese a ser lo que llevaba cuatro años deseando escuchar; y, al final, había aceptado la decisión, solo cuando Alice le hizo ver que ya no sería más su fisioterapeuta, pero que siempre sería esa persona a medio camino entre amiga y hermana mayor sin la cual Emily no encontraba el camino por el que seguir adelante. Lo que Emily no sabía era que ella, su ejemplo, sus ganas de comerse la vida, era quien había hecho que Alice dejara atrás el dolor que la había anegado hasta entonces.

Decidieron desayunar sentadas en una terraza de Venice, acabando con los últimos resquicios de la resaca en previsión de lo que sería un día de turismo a pleno sol, aderezado con la ausencia de transporte público en aquella ciudad de locos. Amy y Alice habían conectado de forma inmediata la noche anterior, así que las anécdotas y las carcajadas no dejaron de surgir entre las cuatro.

—¿Te he dicho ya que me encanta tu pelo? —Amy agarró un mechón del pelo rosa pastel de Alice.

—¿De verdad?

—Se lo dijiste unas cuatrocientas veces ayer, cuando estabais tan borrachas que no os sosteníais en pie —replicó Lisa, sonriendo tras su batido de chocolate.

—Me lo cambié al llegar a Los Ángeles. Lo he tenido azul un montón de meses.

—¡Es verdad! La última vez que te vi en Boston lo tenías azul. Como cuando nos conocimos.

—¿No era verde? Cuando te conocí, me refiero.

—No, era azul. Recuerdo que, cuando entraste por primera vez en mi cuarto, no me podía creer que fueras aquella fisioterapeuta de la que mi padre llevaba semanas hablando.

—No sé cómo tomarme eso. Aunque, por aquel entonces, tenía algunos tatuajes menos. Daba menos miedo.

—¡Huy! —intervino Amy—. Tendrías que conocer a mi novio. Tiene unos veinte tatuajes, así que no me asusto con facilidad.

—Bueno, contadme cosas de los famosos hermanos Sullivan. Estáis todas coladas por ellos, ¿no?

—Nosotras, sí. —Emily se volvió hacia ella, burlona—. ¿Y tú?

—¿Yo? Yo estoy entregada al trabajo. Mi paciente es un imbécil, pero paga bien. Escandalosamente bien, de hecho.

—No desvíes la atención. ¿Qué pasa con Mark Sullivan?

—¡Emily!

—Amy y Lisa son de confianza.

—Me ha estado llamando estos últimos días.

—¿En serio? —preguntó Lisa.

—¿Sabéis qué? Vamos a visitar todas las horteradas que nos ofrece Los Ángeles. Incluso puede que os lleve a la mierda de letras de Hollywood. Y, por la noche, dejaré que me emborrachéis y, a lo mejor, os cuento algo más.

A doscientas setenta millas de Los Ángeles, tres cuerpos masculinos se retorcían en sus camas, aún lejos de alcanzar la consciencia completa. Parker los observaba desde el salón con una media sonrisa, apurando su primer cigarrillo del día, con una taza de café reparador entre las manos.

—Os juro que no voy a volver a beber jamás. ¿Por qué me duele tanto el culo? —refunfuñó Preston tumbado en una imposible postura diagonal en su cama.

—Reconozco ese dolor a la perfección. —Parker se rio abiertamente—. Os vais a suicidar.

—¡Me cago en la puta! ¿Qué coño es esto?

—¡No! ¡No! ¡Noooo!

Preston, Travis y Mark confluyeron en la cocina de la suite con caras horrorizadas. Preston giraba sobre sí mismo, mientras bajaba con una mano la cinturilla de sus calzoncillos, tratando de alcanzar una vista completa de su nalga izquierda. Travis se agarraba la cadera derecha, mientras señalaba a Parker con un dedo acusador. Mark se tocaba incrédulo el brazo, dirigiéndose hacia su hermano pequeño con un puño amenazante.

—¿Por qué coño nos hemos tatuado esta mierda?

—¿Y se puede saber por qué pensáis que yo tengo la culpa? —Parker esbozó una media sonrisa. Hacía algo más de una hora que había descubierto, en medio de los tatuajes de su pecho, en un pequeño espacio en blanco, el dibujo de una ese de Superman todavía algo ensangrentado. Un tatuaje idéntico al que lucían sus hermanos en diferentes partes de sus cuerpos.

—¿Te has mirado al espejo? ¡No creo que fuera idea nuestra marcarnos como ganado! —insistió Travis.

—¿Es que no sabéis beber? ¿No recordáis nada de la noche de ayer?

—¿Acaso tú sí?

—Recuerdo que os dije cuatro millones de veces que no era una buena idea hacerse un tatuaje borrachos.

—¿Y por qué lo hicimos?

—Tengo partes borrosas —reconoció Parker—. Pero a ti en concreto, Trav, te recuerdo gritando que era la mejor idea que habíamos tenido jamás.

—Las chicas se van a partir el culo —dijo Preston, empezando a sonreír—. Y esto va a matar a mamá de forma definitiva.

—Dios, ¿en qué estábamos pensando? Odio los putos tatuajes. —Travis parecía ser el que peor llevaba la brillante anécdota que recordarían siempre.

—¿Superman? ¿No había algo más hortera?

—Es una ese de Sullivan. Eso sí lo recuerdo. —Mark se rindió, al fin, a la sonrisa, al tiempo que su cerebro rellenaba algunas lagunas mentales de las últimas horas de la noche.

—Esta anécdota presidirá las cenas de Acción de Gracias del resto de nuestras vidas —advirtió Parker—. ¡Travis! Deja el drama, joder. Es un bonito recuerdo.

—Es un recuerdo. Bonito, lo que se dice bonito, no es.

—En fin… —Mark se arrancó el vendaje plástico de su tatuaje e hizo una mueca de molestia—. ¿Qué hacemos hoy?

—Yo no me puedo mover. Tengo resaca, estoy agotado y me escuece la mierda esta del culo.

—Da gracias por haber reservado una suite con spa. —Mark empezó a despojarse de ropa—. Voy a darme un baño.

—¿Alguien sabe dónde se quedó mi bañador?

—Puede que las animadoras de la pool party sepan algo de eso.

—¿Podéis olvidar esa anécdota? Me apetece bastante poco que Lisa me arranque las pelotas.

—Pues compórtate.

—Vamos, Park… Estoy loco por esa chica. ¿Acaso tú no miras a nadie que no sea Amy?

—No. —Sonrió Parker, metiéndose en el jacuzzi en el que ya ahogaban la resaca sus hermanos—. Bueno, a veces. Pero de reojo. Tú les hiciste unos comentarios demasiado guarros a esas animadoras.

—¿Estáis en pelotas? —preguntó Mark, con cara de fingido horror.

—Yo sí. Bueno, creo que todos.

—Joder. Esto es lo más homosexual que hemos hecho jamás. Bueno, ¿quién va a empezar el turno de las confesiones? Yo ya cumplí con lo mío anoche.

—¿Y tú de dónde te sacas que tenemos algo que confesar? —preguntó Travis, con una mueca tensa.

—¿No me digas que quieres ser el primero?

—No he dicho nada.

—¿Preston? ¿Algo que alegar? ¿Nos vas a contar por qué llegaste tan jodido de Londres?

—No. Pero llevo un mes de locos. Hace… ¿cuánto?, ¿cuatro semanas? Hace cuatro semanas, yo era el futuro congresista, el orgullo de papá y mamá. Después mostré mis emociones en público, cogí un avión, pasé quince días de desconexión en Londres y aquí estoy, con el símbolo de Superman tatuado en el culo.

—¡Eh! Suenas arrepentido. ¿Está todo bien con Lisa?

—Sí, joder. Mejor que bien. Lisa es maravillosa. Yo… la quiero. La quiero muchísimo. Pero tengo la sensación de que he decepcionado a mucha gente.

—Vamos, Preston, no me jodas. —Mark abrió los ojos de golpe y salió de su estado relajado—. Tú siempre lo has hecho todo bien. Siempre estás contento, nos haces reír a todos, jamás te enfadas. Tú no decidiste entrar en política, lo decidieron por ti. Y dejarlo es la mejor decisión que has tomado en tu vida. De hecho, si yo no la hubiera jodido en la universidad, nadie se habría planteado que fueras tú. No te ofendas. —Preston le sonrió y dejó claro con un gesto de su mano que había entendido la intención del comentario—. ¿Crees que eres el único que ha decepcionado a la familia?

—No lo sé. Sé que yo siento que lo he hecho.

—¿Crees que el sueño de papá y mamá era que su hijo pequeño se casara a los veintitrés con una chica de veintidós que fue madre adolescente? Parker, no…

—Tranquilo, no me ofendo. —Parker se rio.

—¿Crees que a papá no le jode saber que, en cuanto se jubile, el despacho que lleva años levantando va a cerrar? Yo trabajé con él tres años y me largué a dirigir un rancho ruinoso. Travis iba a ser el sucesor, y ya lo ves ahora. Comprometido con una chica a la que conoce desde hace menos de un año.

—¿Y tú cómo coño sabes que estoy comprometido?

—¿¿Qué?? ¿Estás comprometido? —Parker se levantó en el agua.

—Has caído como un imbécil, Travis. Solo era una sospecha, pero gracias por confirmarlo. —Mark se carcajeó de su hermano.

—Estoy flipando. Pensé que tú y yo nos lo contábamos todo. —Preston salió de la bañera enfadado.

—Por Dios santo, estoy viendo el rabo de dos de mis hermanos. ¿Podéis taparos? ¿O, al menos, volver a meteros en el agua?

—Yo me voy a vestir y a correr un rato. Se me ha pasado la resaca de golpe —dijo Preston.

—¡Eh! ¡Preston! Vuelve aquí ahora mismo. —Mark decidió ejercer como hermano mayor—. Si estás cabreado, ya lo arreglaréis después. Ahora, vas a coger una botella de champán del mueble bar y vamos a celebrar la buena noticia.

—¿Cómo ha sido, Trav? —Parker volvió al jacuzzi y echó un brazo sobre los hombros de su hermano.

—Compré el anillo el día que me dijo que sí a vivir conmigo. Ya sabéis que soy un chico clásico. —Travis sonrió, encogiéndose de hombros—. La noche en que Preston y Lisa se marcharon a Londres, no aguanté más y… bueno… Nos casaremos antes de final de año.

—Felicidades. Joder, ¡qué fuerte! —Mark felicitó a Travis.

Preston se acercó a su hermano y, pese al rictus serio de su cara, abrazó a su hermano en silencio.

—Lo siento, ¿vale? —Travis habló en voz baja, solo para el oído de su gemelo—. Pensaba decírtelo, te lo juro.

Preston se limitó a asentir, todavía dolido.

—Bueno, ahora que ya todos nos hemos abrazado desnudos. ¿Qué os parece si nos tomamos unas cervezas y nos vamos al boxeo a intentar recuperar un poco de masculinidad?

—Deberías dejar de llamar, Mark Sullivan. —Alice no estaba demasiado sobria y ella era la primera consciente de que esa no era una buena noticia con semejante interlocutor al otro lado de la línea telefónica. El calor persistente en Los Ángeles había forzado unas cuantas paradas para recuperar líquidos, y la cerveza les había parecido a todas la mejor opción.

—Sabes que no voy a hacerlo. ¿Te lo has pensado?

—¿El qué?

Me agotas, Alice. —Mark sonrió en voz alta—. ¿Te has pensado si estás dentro del proyecto del rancho?

—He estado pensando en ello. Un poco. Pero hay varias cuestiones que me preocupan. ¿Por qué no dejas pasar la boda de tu hermano y, la semana que viene, me envías un dossier con los detalles técnicos?

—Te lo puedo enviar ahora mismo, en cuanto colguemos. Lo tengo en el correo electrónico en el móvil. Lo creas o no, lo reviso cada vez que tengo un momento libre.

—Ahora mismo no es buen momento. Estoy tomando algo con las chicas y…

—No me digas que estás de fiesta con mis tres encantadoras cuñadas.

—Pues sí, algo así. Tomando algo tranquilas, antes de salir.

—¿Has bebido?

—No creo que eso sea asunto tuyo.

—Puede que decida aprovechar que estás borracha para convencerte de que aceptes mi oferta.

—Debes de creer que soy imbécil. Tengo treinta y cuatro años, Mark. Soy capaz de tomarme unos cuantos margaritas y no caer en tus redes.

—¡Ah! ¿Caer en mis redes entraba en el plan? Pensé que solo estábamos discutiendo cuestiones profesionales.

—A eso me refería —gruñó Alice.

—Yo creo que no. No me digas que no te acuerdas de que en Boston hicimos algo más que hablar del rancho.

—Me acuerdo de que la cosa no acabó demasiado bien.

—Y te pido disculpas de nuevo. Ya te dije que lo haría todas las veces que hiciera falta. Pero no recuerdes solo cómo acabó. Yo me acuerdo de muchas más cosas.

—¿Por qué tengo la sensación de que tú también estás borracho?

—Porque lo estoy. Un poco. Estoy un poco borracho, tengo un símbolo de Superman tatuado en el brazo, les he confesado a mis hermanos todas las miserias de mi vida y me he acordado de una chica de pelo azul bastante más de lo que admitiría si estuviera sobrio.

—Ahora es rosa.

—¿Qué?

—Mi pelo. Que ahora es rosa.

—Mándame una foto.

—Creo que eso no sería demasiado profesional.

—Vamos, Alice. No te mientas. No supimos separar lo profesional de lo personal desde el primer momento. Qué importa. Perdóname lo que hice, olvida estas seis semanas y vente conmigo.

—¿A trabajar en el rancho? —Alice se aventuró a preguntar, deseando oír su respuesta.

—Sabes que el trabajo en el rancho implicaría vivir allí. En ese rancho solo vivo yo. Solo nos hemos visto unas cuantas horas, pero no creo que nos pudiéramos mantener alejados el uno del otro. Trabajo duro por el día y sexo, puede que también duro, por las noches. A mí me suena celestial.

—Quizá por eso no acabo de aceptar el proyecto. Soy una profesional, y me da miedo meterme en algo que no sea capaz de controlar.

—No digas eso. Yo he dejado que el miedo controle mi vida durante siete años. No tengas miedo a algo que sabemos que puede salir bien. Muy bien, de hecho.

—¿No crees que es una mala idea mezclar los negocios con el placer?

—Ahora mismo solo sé que escucharte decir la palabra ‘placer’ me la acaba de poner como una piedra.

—¡Mark! —A Alice se le escapó una risita que casi la avergonzó.

—No te escandalices, Alice. No te pega nada. No vi que te escandalizaras fácilmente en Boston.

—Las chicas me están esperando, Mark. Debería colgar.

—No voy a dejar que cuelgues sin decirme que aceptas.

—¿Que acepto qué? —coqueteó Alice.

—Alice, Alice… Que lo aceptas todo, claro.

—Quizá me arrepienta cuando esté sobria, pero… creo que estoy dentro.

—Eso me gustaría a mí.

—¿Qué?

—Estar dentro.

—Mark…

—Te dejo irte con las chicas. Dales un beso de mi parte.

—Está bien. ¿Me he vuelto loca?

—Quizá. Pero me temo que no eres la única. Un beso, Alice.

—Un beso… —respondió ella, pero él ya había colgado. Eso no impidió que Alice, como si fuera una adolescente, posara ante el espejo del aseo con la mitad de su pelo tapándole la cara y la lengua fuera, mostrando aquel piercing que tanto parecía haberle gustado a Mark en las pocas horas en que se habían visto. Negaría ante quien se lo preguntara haber descartado tres fotografías antes de enviarle la definitiva.

—¡Más margaritas! —Amy gritó al camarero de una cantina mexicana cerca del centro.

—Deberíamos dejar de beber en algún momento. —Alice se sujetó a la mesa de regreso del cuarto de baño.

—De eso nada. Hasta que no nos cuentes los avances de tu historia con Mark, no dejaremos de emborracharte.

—A lo mejor, cuando esté borracha, os confieso que no he ido al cuarto de baño a hacer pis, sino a hablar con él.

—¡Ooooh! ¡Alice está enamorada!

—Déjate de chorradas, Emily. Ahora en serio, ¿qué sabéis de él? ¿Es de fiar?

—Sí. Yo no tengo dudas —respondió Amy, segura.

—Nosotras tampoco. —Emily asintió al comentario de Lisa.

—He decidido aceptar la oferta del rancho. Es una gran oportunidad profesional. Llevo demasiados años viajando de aquí para allá, tratando a pacientes en sus casas. Salvo los dos años que estuve con Emily en Boston, no he pasado más de seis meses seguidos en la misma casa. Esto me permitiría asentarme, al menos durante un tiempo.

—¿Y cuándo lo has decidido?

—No lo sé. Cuando me he querido dar cuenta… ya le había dicho que sí. Es un tío muy insistente.

—No te engañes, Alice… Estabas deseando recibir esas llamadas de Mark. He visto revistas de caballos en el maletero de tu coche. Y una guía turística de Arizona. ¿A quién pretendes engañar?

—A ti no, desde luego. ¿Seguro que no trabajas en el FBI?

—Qué curioso. Hace unos días, tu querido Mark me acusó de ser una agente de la CIA.

—¡No es mi querido Mark!

—Alice… —Amy usó el alcohol como coartada para unirse al cotilleo—. ¿Nos estás diciendo que Mark no te gusta ni un poco? Es muy guapo y encantador.

—Durante unas horas, creí que era el hombre perfecto. —Alice se llevó una mano a la boca, queriendo retirar sus palabras.

—¿Y quién te dice que no puede volver a serlo? ¿De verdad crees que podréis trabajar en un rancho aislado del mundo sin buscaros el uno al otro?

—No lo sé.

—Ya te lo digo yo: no. —Lisa se carcajeó—. Vais a estar enganchados como conejos desde el primer minuto.

—Pero qué bruta eres, Lis.

—Chicas, no sé… Tengo… tengo miedo a enamorarme de él y que vuelva a huir.

—¿Enamorarte?

—¿Me he vuelto loca? Hace tres días lo odiaba, pero me ha llamado todos los días y… Recuerdo aquel día en Boston y… no sé, chicas. No sé qué me ha dado. No sé qué tiene. Solo sé que… me gusta. Me gusta mucho.

—Es un Sullivan, nena. Ese es el quid de la cuestión. Yo me fui a vivir con Travis a las tres semanas de que fuera el primer chico que me había besado.

—Yo me caso el sábado a los veintidós años, con el primer novio que he tenido en mi vida.

—¡Y yo estoy embarazada de Preston, con el cual no llevo ni dos meses!

—¡¿Estás embarazada?! —Todos los ocupantes de aquel bar se giraron a mirar a Amy. Y a Lisa, que había sido la destinataria de su chillido.

—Sí, joder. Estoy embarazada. Y no, no ha sido algo buscado. Y, sí, me muero por tomarme un margarita.

—Por Dios Santo, Lisa. —Emily se acercó a la enorme jarra de líquido amarillo, vació en el suelo el vaso de refresco de Lisa y lo rellenó del líquido amarillo—. Llevas dentro a un hijo de Preston Sullivan. Un margarita no le va a hacer ni cosquillas. Bebe.

—¿Tú lo sabías, Em? —preguntó Amy.

—Sí. Travis también lo sabe.

—No queríamos decírselo a nadie más para no quitaros protagonismo en vuestra boda. —Lisa tomó la mano de Amy—. Lo siento.

—Pero, ¿tú estás tonta? ¿Qué importa tener más o menos protagonismo? ¿Estáis contentos con la noticia?

—Estamos impactados, Amy. Qué te voy a contar a ti. Lo descubrimos en nuestro último día en Londres y nos ha costado digerir la noticia. Yo acabo de terminar la carrera, Preston también está en una época laboral un poco loca… Ser padres no entraba en nuestros planes.

—¿Estáis seguro de querer tenerlo?

—Esa es la clave del asunto. No lo dudamos ni un segundo. Ni cuando más acojonados estábamos. No queremos casarnos de momento, pero… —Lisa se tocó la tripa en un gesto protector—… Tendremos a este niño.

—Bueno, Alice. Esta podría ser la primera reunión de las cuatro mujeres Sullivan. ¿Nos cuentas de qué van todas esas llamadas de Mark?

—Preston, por favor. Nunca te había visto cabreado tanto tiempo —Travis suplicaba, mientras su hermano acababa de vestirse.

—Deja el tema ya, Travis, por favor. No pasa nada.

—Sí, sí que pasa. Estás raro —refunfuñó Travis.

—¿Raro? —Preston se burló—. Estoy jodido. Pero ya está. Se me pasará.

—¿Cuándo? ¿No se te puede pasar ahora?

—Travis, parece que tienes ocho años. A ver si lo entiendes. Hemos pasado veinticuatro horas diarias juntos desde que llegué de Londres. Te conté lo del embarazo…

—Perdóname, ¿vale? Ya no sé ni cómo pedírtelo. Han pasado demasiadas cosas en los últimos días. La boda de Parker, lo del embarazo… No encontré el momento. Lo siento. No sé qué más decirte.

—Travis. —Preston guardó silencio un buen rato, mientras le mantenía la mirada fija a su hermano gemelo. Por un momento, se quedaron tan inmóviles que creyeron estar frente a un espejo. De improviso, Preston se lanzó sobre su hermano y lo derribó sobre la cama—. Estás perdonado, mamón.

— Joder, Preston. Yo, casado, y tú, padre. ¿No es un poco alucinante? —Se tumbaron ambos boca arriba, con grandes sonrisas pintadas en sus caras.

—Es muy alucinante. Pero… es genial, ¿no?

—Es perfecto.

—Míralos —se burló Mark, entrando junto a Parker en la habitación que compartían los gemelos—. Nosotros esperando para ir al boxeo, y ellos tumbados mirando al techo como una pareja de enamorados.

—¿Nos vamos?

—Venga.

—¿Habéis hablado con las chicas? —preguntó Parker.

—Sí —respondieron los otros tres hermanos al unísono. Mark se dio cuenta demasiado tarde de que había metido la pata y maldijo en voz baja.

—¿Mark? ¿Tú tienes una chica de despedida de soltera en Los Ángeles? —se burló Preston.

—Joder… Estáis a todo. —Miró a sus hermanos y vio sus caras expectantes—. Síiii, he llamado a Alice. ¿Contentos?

—No lo sé —respondió Travis—. ¿Tú? ¿Contento?

—Sí. Ha aceptado involucrarse en el proyecto. La semana que viene empezaré a negociar las condiciones con ella.

—Enhorabuena, tío.

—¿Y algo un poco más personal? Por lo que me ha dicho Emily, parece que le gustaste bastante en Boston.

—¿En serio? ¿Qué te ha dicho?

—Madre mía, Mark. —Parker contuvo, solo un poco, la risa—. Pareces un adolescente.

—Vete a la mierda, enano.

—Alice le ha dicho algo así como que aquel día fue uno de los mejores de su vida.

—Joder. —Mark sonrió, ilusionado—. Vámonos al boxeo. Y, si en algún momento estoy demasiado borracho, impedid que coja el coche y me vaya a Los Ángeles a buscar a esa chica.

El combate por el título del peso medio se resolvió en el octavo asalto, con el aspirante noqueado frente al campeón. Ninguno de los otros tres hermanos fue capaz de averiguar cómo había conseguido Preston las entradas para unos asientos desde los que acabaron salpicados de sangre y sudor. Un par de horas después, en el reservado de una discoteca de decoración asiática, los cuatro compartían una botella de whisky, y sus cabezas empezaban a estar en un estado similar al de los combatientes de esa noche.

—¿No os parece acojonante que estemos en la despedida de soltero de Parker? En serio, pensadlo —reflexionó Travis.

—Parker siempre lo ha hecho todo a lo grande. Estaba claro que, cuando encontrara a su chica, iba a acabar haciendo una locura de estas. —Mark sonrió a su hermano pequeño, que se encogió de hombros con una media sonrisa pícara.

—¿Algo que confesar antes de convertirte en un hombre de bien, Parker Andrew Sullivan?

—Emmmm… Pues me temo que no. Me porto muy bien. —Parker le sacó la lengua a Preston—. Quizá no he visto los últimos capítulos de Dora la exploradora y tendré que ponerme al día al volver a casa, pero pocos más escándalos puedo proporcionaros. Me temo que el Parker salvaje ha quedado un poco atrás.

—Ya era hora —lo reprendió, quizá por última vez, Preston—. Fuiste un puto grano en el culo unos cuantos años.

—¿Y este sermón? No te pega nada, Preston.

—Solo quería confirmar que no tenías ningún bombazo que confesar, por seguir con la dinámica de esta despedida de soltero. —Preston miró a sus hermanos riéndose y decidió soltar su bomba—. Porque yo sí tengo algo que contar.

—¡Joder, Preston! ¿Algo más fuerte que haber salido en los periódicos haciendo una declaración de amor?

—Sí. Un poquito más fuerte. No sé ni por dónde empezar…

—Suéltalo ya, joder —le gritó Travis—. O se lo diré yo.

—Digamos que… allá por el mes de febrero, más o menos, vais a ser tíos.

—¿Qué? —Parker se quedó paralizado, tan impactado por la noticia como parecía Mark.

—¿Es de Lisa?

—¡Mark! Por supuesto que es de Lisa. ¿Eres gilipollas o qué te pasa?

—Perdón, perdón. Pero a veces olvidas que eres Preston Sullivan. Tu fama te precede.

—Entiendo que no es un bebé buscado —afirmó, más que preguntar, Parker.

—No. Bueno, lo hemos buscado un montón, en realidad… —Preston se rio con ganas, quizá por primera vez en la semana—. Pero no, no entraba en nuestros planes ser padres hasta dentro de unos cuantos años.

—Quizá sea un castigo divino por haberte burlado tanto de mí… —Parker golpeó a Preston en el hombro con fuerza y, a continuación, se lanzó a su espalda—. En serio, ¿estás bien?

—Sí. Estamos bien. Muy impactados, pero seguros de lo que queremos hacer.

—Ahora entiendo las caras de culo con las que llegasteis de Londres.

—Acabábamos de confirmarlo. Literalmente. Lisa llevaba con retraso los últimos días en Londres, y empezamos a temérnoslo. Decidimos no saberlo hasta después de la boda, cuando volviéramos a estar instalados en Nueva York. Al final, Lisa no se pudo aguantar y compró el test de embarazo a última hora en el aeropuerto. Se lo hizo en el avión y… bueno, de ahí las caras que teníamos al aterrizar.

—¿Y los condones, qué, Preston? ¿Qué hacías durante las clases de educación sexual? —lo reprendió Mark, instalado en su papel de hermano mayor.

—Pues, la mayoría de las veces, escaparme a fumar con Parker. —Su hermano pequeño se rio, recordando los tiempos del instituto—. Pero te juro por Dios, Mark, que fue el primer polvo sin condón que eché en mi vida. El primero. Digamos que las circunstancias no eran las más idóneas para pensar en la protección.

—Pues vaya puntería. Espero que no sea genética —bromeó Travis.

—Un momento, un momento… —interrumpió Parker, levantándose con alguna dificultad a pedir otra botella de whisky—. No te vas a librar de explicarnos esas circunstancias tan adversas para los condones.

—Es solo que… no los teníamos a mano.

—No los teníais a mano porque… —preguntó Mark.

—Porque estaban en el equipaje. Facturados. —Preston bebió un buen trago de su vaso y se rio, cabeceando por su propia indiscreción.

—¿Y vosotros estabais…? ¡No! —Parker se dio cuenta del lugar exacto donde había sido concebido su primer sobrino y estalló en un ataque de risa—. ¡Qué cabrón!

—¿En el avión? —Mark empezó a reír y contagió a todos los demás.

—Lisa me va a matar cuando sepa que os lo he contado.

—¿Me estás contando que concebiste a tu hijo a treinta mil pies de altura?

—Y supe que iba a ser padre a treinta mil pies de altura también.

—¡Vámonos al hotel! —dijo Travis, de repente—. Este sitio está muerto, y tenemos un mueble bar lleno de maravillas.

—¿Dónde se supone que estamos? —preguntó Emily, tambaleándose sobre su bastón algo más de lo habitual—. ¿Podéis ir un poco más despacio? A veces se os olvida que soy una lisiada.

—Una lisiada borracha, además —se burló Lisa, ayudándola a apoyarse en ella.

—Estamos en Sunset Strip —aclaró Alice—. Hoy he cogido de buen humor a mi paciente y ha hecho unas llamadas para que nos metan en la lista VIP del Viper Room.

—¡Qué bien! —chilló Amy, dando un saltito que estuvo a punto de acabar con sus huesos en el suelo.

—Aprovechando que la coja está borracha, —bromeó Lisa, mientras atravesaban el cordón rojo de acceso VIP a la discoteca—, deberíamos interrogarla sobre cosas que no le ha contado ni a su mejor amiga.

—¿De qué se supone que hablas, Lisa Simpson?

—Oh, vamos, Em… —ironizó Lisa, mientras las cuatro se sentaban en una mesa del reservado—. Te conozco desde que te comías los mocos en el jardín de infancia.

—Yo no me comía los mocos, imbécil.

—¿Nos vas a contar de dónde ha salido el anillo que guardas en el neceser? —preguntó, al fin, con los ojos entornados. Alice y Amy, distraídas hasta entonces con sus gintonics, levantaron la cabeza ante el reclamo.

—¿Y se puede saber qué haces tú rebuscando en mi neceser?

—¡Estaba buscando un eyeliner!

—Mírala… Cinco años sin maquillarse y, de repente, no puede vivir sin pintarse el ojo.

—¿Vas a seguir desviando el tema o nos vas a hablar de Harry?

—¿Y quién se supone que es Harry? O yo estoy demasiado borracha o tú, demasiado sobria.

—Harry es el nombre con el que he decidido bautizar a ese pedazo de diamante de Harry Winston que, no sé por qué, escondes entre el maquillaje.

—Dios… ¡Travis me va a matar!

—¡Dilo ya! —la apremió Amy.

—¡Sí! ¡Estamos prometidos!

—¿Y cuándo pensabas contárnoslo, zorra? —le preguntó Lisa, mitad en serio, mitad en broma.

—Travis y yo decidimos no decir nada hasta que pasara la boda de Parker y Amy. Si llegábamos nosotros hablando de compromiso, y Preston y tú anunciando embarazo, la boda de estos dos quedaría en el olvido.

—Nos habríais hecho un gran favor durante los preparativos —bromeó Amy.

—Y, ¿cuándo os casáis? —preguntó Alice—. Dios, Emily… Aún no me puedo creer que vayas a casarte.

—Entre Acción de Gracias y Navidad. No tenemos cerrada la fecha todavía.

—¡Qué guay! Otra boda, otro bebé… Vivian Sullivan volviéndose loca con alguien que no soy yo… No se puede pedir más —añadió Amy.

—¿Quién es Vivian Sullivan? —preguntó Alice.

—Tu futura suegra. —Emily se carcajeó, y Lisa y Amy siguieron su ejemplo.

—¡No seas idiota!

—Desembucha, Alice. Háblanos de Mark Sullivan.

—¿Qué más queréis que os cuente? Ya sabéis que he aceptado la oferta del rancho, que nos acostamos en Boston y que se largó corriendo. No hay mucho más. Puede que sepáis vosotras más sobre él que yo.

—Travis me dijo que nunca había tenido novia.

—¿Cuántos años tiene? —preguntó Alice—. Ni siquiera sé eso.

—Veintisiete, ¿no? —confirmó Amy con Lisa—. Creo que es cuatro años mayor que Parker. Debe de cumplir veintiocho dentro de poco.

—¡Joder! Y yo casi treinta y cinco.

—Bueno, mujer, no es tanta diferencia. Lo importante es… —Lisa se interrumpió y aguzó el oído—. ¿No está sonando un móvil?

—Es el mío. —Alice abrió los ojos como platos en cuanto vio el remitente de la llamada—. ¡Es él!

—¿Te está llamando a las cuatro de la madrugada?

—Cinco en Las Vegas, de hecho.

Hola —Alice respondió la llamada con voz tímida.

—Hola, Alice.

—¿Te parecen horas de llamar a una señorita?

—¿Estabas dormida?

—Nada más lejos de la realidad. Estoy en la mejor discoteca de Los Ángeles.

—¿Lo pasáis bien?

—Muy bien. ¿Tú qué haces?

—Estoy en el balcón de una suite espectacular en Las Vegas, fumándome un cigarro cubano regalo de mi abuelo, bebiendo una copa de Dom Pérignon de cuatrocientos cincuenta dólares la botella y hablando con una mujer de pelo rosa. No podría estar mejor.

—Veo que os cuidáis.

—No se nos ha dado mal la despedida. Creo que han sido mis dos mejores días de la última década. Bueno, exceptuando uno que pasé en Boston con la mujer más increíble que conozco.

—Atacas fuerte, Mark Sullivan.

—Tengo que usar todos los recursos que conozco. ¿Me has perdonado ya?

—No. Fue una cabronada muy gorda.

—Pero sigues convencida de venirte conmigo, ¿verdad?

—No son horas de mantener esta conversación, pero, bueno… He tomado una decisión, Mark, y me tienes que prometer que vas a respetar mis condiciones. Aunque sean las cuatro de la madrugada y estemos un poco borrachos.

—Acepto.

—¡Si aún no sabes cuál es la condición!

—¿Y qué? Sabes que aceptaría cualquier condición que pusieras para venirte al rancho.

—En Boston… en mi apartamento, tú me contaste que, desde que te ocurrió aquello en la universidad, solo tenías relaciones esporádicas. Sexo y nada más.

—Sí.

—Yo… Ese no es mi estilo, Mark. Y mucho menos con un proyecto profesional en el que voy a invertir más de la mitad de mis ahorros.

—Alice, yo nunca he dicho que tú fueras…

—La condición es que no intentarás nada, Mark. No quiero arriesgarme a implicarme en una relación personal que no tiene pinta de ir a acabar bien.

—Nunca sabrás si puede acabar bien si no lo intentas —la interrumpió Mark.

—Disculpa que te lo recuerde, pero es que ni siquiera empezó demasiado bien.

—Yo diría que empezó de maravilla.

Deja de bromear. —Alice lo reprendió, entre risas—. Hablo en serio, Mark. Sería una locura empezar algo más que una relación profesional ahora mismo. Si no me prometes que dejarás de intentarlo, no podré aceptar el trabajo.

—¿Es innegociable?

—Innegociable.

—Acepto.

—¿De verdad?

—Joder, Alice. Vamos a hablar claro. Me gustas. Me gustas… muchísimo. No me saco de la cabeza aquel día en Boston. Pero, por mucho que me gustes como mujer, te aseguro que me gustas también como profesional. Puedo bromear mucho, puedo coquetear y puedo asegurarte que querría tenerlo todo contigo. Todo. Pero te respeto, sé que el proyecto del rancho es imposible sin ti porque sé que jamás encontraría a nadie que me gustara tanto como tú. Como profesional, repito. Así que, si esa es tu condición, por mucho que me joda… acepto.

—Gracias. Eso que has dicho ha sido… ha sido muy bonito.

—Deberías saber por experiencia que sé decir cosas bonitas —dijo Mark, con voz ronca—. Recuerdo haberte dicho cosas al oído bastante más bonitas que esas. De hecho, recuerdo muy bien haberte hablado al oído mientras te…

—¡Mark! ¿Es que no has escuchado ni una palabra de lo que he dicho?

—Por supuesto. Y te juro que te voy a respetar igual que te juré que iba a pedirte disculpas mil veces. Por cierto, perdón, que todavía no te lo había dicho. Pero, volviendo al tema, aún no has empezado a trabajar. Tengo una semana para poder coquetear contigo todo lo que me dé la gana y quitarme las ganas.

—¿En serio crees que la mejor manera de quitarte las ganas es coquetear?

—No. Pero tengo que soltar todo mi arsenal antes de que empecemos a trabajar juntos y ya no pueda hacerlo.

—Estás como una cabra.

—No sabes cuánto. —Mark resopló. La llamada no había ido en absoluto como él esperaba, pero al menos sabía que el futuro del rancho estaría a salvo—. Me parece que me voy a ir a dormir. Comparto cama con mi hermano pequeño y oigo sus ronquidos desde aquí.

Qué apetecible —se burló Alice.

—¿Quieres que te diga lo que de verdad me apetecería?

—Emmmm… Creo que es mejor que no.

—Sí, mejor. Porque la idea incluye un pelo rosa, un piercing en la lengua y una cama de dos por dos.

—¿Hablamos mañana? —lo ignoró Alice.

—Claro. Pasadlo bien.

—Un beso, Mark. Y gracias por entenderlo.

 

—¡Mierda! ¡Joder! —gritó Mark en cuanto colgó el teléfono.

—¿Qué coño te pasa? —preguntó Travis, adormilado en el sofá de la suite.

—Perdona, tío. Acabo de colgar con Alice.

—¿Se ha echado atrás en lo de ir a trabajar contigo? —Preston levantó la mirada del teléfono móvil en el que llevaba concentrado casi una hora. Su intención inicial había sido enviarle un whatsapp rápido a Lisa, pero ninguno de los dos había podido desengancharse del teléfono.

—No. —Mark levantó la vista hacia su hermano pequeño, que salía en ese momento bostezando del dormitorio que compartían—. Pero me ha hecho prometer que no intentaría nada… personal.

—Así que vas a vivir la tortura de trabajar con ella a diario sin poder intentar llevártela a la cama —se burló Parker—. Buena suerte.

—Lo peor es que sé que le gusto. Ha aceptado que coquetee con ella hasta que empecemos a trabajar juntos, joder. Le gusto un montón. —Mark sonrió con suficiencia y dio una calada a su habano.

—No sé cómo podéis fumar esa mierda. Apesta toda la habitación.

—Trav, es asombroso lo ignorante que eres sobre los placeres de la vida. Pobre Emily. —Preston sonrió y encaró a su hermano mayor—. Mark, ¿puedes coquetear con ella durante una semana?

—Algo así. Una garantía de dolor de huevos.

—Y visitas a Lynette Lancaster —bromeó Parker.

—¡No me jodáis más! Me basto y me sobro para torturarme.

—¿Estáis todos tontos o qué? ¡Tiene una semana! Si no creéis que Mark es capaz de conquistar a una chica en una semana, es que no sabéis nada sobre los Sullivan.

—Preston, estás borracho.

—Bastante. Pero sé lo que digo. ¿Planificamos el plan de conquista o sabrás hacerlo solo, Mark?

—Creo que me las arreglaré, gilipollas.

—Yo me vuelvo a dormir. —Parker bostezó sonoramente.

—¿Te importa si me torturo un poco mientras tú roncas?