Sábado 25 de
junio.
El día de la boda.
Amy supo, en cuanto despertó, que estaba sola en la cama. Un hilo invisible la mantenía unida a Parker y sintió, antes incluso de abrir los ojos, que ese hilo estaba muy estirado. Miró hacia la mesilla de noche del otro lado de la cama y descubrió que eran las siete y cuarto de la mañana. Pero no eran las siete y cuarto de la mañana de un día cualquiera. Eran las siete y cuarto de la mañana del día de su boda.
Su corazón se sobresaltó al darse cuenta de que no era normal que Parker no estuviera en la cama a esa hora. Ella siempre se despertaba antes que él, pero intentó convencerse de que quizá ese día, con los nervios, Parker estaría volviéndose loco en algún otro lugar. Aunque algo dentro de ella le decía que las cosas iban mal. Muy mal.
Comprobó que Katie seguía profundamente dormida y decidió que el día de su propia boda, con el novio desaparecido en combate, era un atenuante perfecto para saltarse sus buenos propósitos. Abrió el cajón de la mesilla de Parker en el que sabía que él guardaba un paquete de tabaco para emergencias y salió a la terraza de la habitación.
—Al menos tú puedes fumar. Joder. ¿Es normal que el único antojo que tenga sea de tabaco? —Amy se volvió al escuchar la voz de Lisa desde una silla al fondo de la terraza.
—No. No es muy normal. Sobre todo si tenemos en cuenta que no fumas. ¿Qué haces ahí sentada?
—¿Parker también ha desaparecido?
—¿Preston también? —Amy se sobresaltó.
—Y he cotilleado la otra habitación y Travis tampoco está.
—¿Qué coño está pasando, Lisa? —Amy se derrumbó sobre una de las sillas de la terraza.
—No tengo ni idea. Llevo una hora llamándolos. Tienen los cuatro el móvil apagado.
—Parker ayer estaba muy extraño. No le di importancia, pensé que serían los nervios típicos de la boda. Me dijo que se iba a tomar unas copas con los chicos, y ni siquiera pensé en nada raro.
—Ahora que lo mencionas, Preston también estaba un poco raro. Joder. ¿Qué habrá pasado?
—Lisa, no se habrá arrepentido, ¿verdad? —Los ojos de Amy se llenaron de lágrimas—. Todo ha sido demasiado perfecto en el último año y medio. Todo. No es mi estilo que todo me salga tan bien.
—No digas chorradas, Amy —dijo Emily, saliendo en aquel momento por la puerta de su cuarto.
—¿Tú tampoco sabes nada?
—Lo que os he escuchado hasta ahora. Travis tiene el teléfono apagado desde hace horas.
—Yo lo veo claro. Parker se ha cagado, y los otros tres estarán tratando de hacerlo entrar en razón. —Amy cabeceó, pesimista.
—¡Amy, por Dios! Parker está loco por ti, eso lo sabemos todos. Es imposible que se haya arrepentido.
—Parker está loco por mí, pero hace año y medio era un chaval que solo se preocupaba por salir por la noche y yo lo he convertido en esposo y padre. No creo que sea el sueño de ningún tío verse a los veinticuatro años con una hija de seis.
—No digas tonterías, Amy. Parker quiere a Katie más que a ti —Lisa trató de sacar hierro al asunto.
—Sí, vale, muy bien. ¿Y dónde está?
—¿Estará Mark en casa? ¿O se habrá ido con ellos?
—No tengo ni idea, pero apostaría a que sí. Él también tiene el móvil apagado. No me he atrevido a salir al pasillo por si están los mayores levantados.
—Pues me temo que ha llegado el momento de hacerlo. Hace rato ya que he escuchado a Vivian en la cocina. No podremos ocultar durante mucho más tiempo que los chicos han desaparecido.
—Dios… ¿Quién se lo dice?
—Creo que deberíamos ir las tres. Y rezando para que alguien más esté levantado y nos ayude a tranquilizarla.
Amy, Emily y Lisa bajaron las escaleras de madera del rancho aún en pijama y tratando de hacer el menor ruido posible. Aún conservaban una esperanza de que la aventura de los chicos se quedara en poco más que unas copas nocturnas que se les habían ido de las manos. Si era así, cuanta menos gente se enterara antes de que aparecieran, mejor para todos.
—¡Buenos días, chicas! Estaba a punto de ir a despertaros. En breve llegará la empresa de catering, y será mejor que estéis todas duchadas antes de que lleguen las peluqueras. Amy, Parker se vestirá en la habitación de Mark. Está su traje allí guardado ya desde hace días. Así que cuenta con vuestro dormitorio entero para ti y para Katie. ¿Necesitarás ayuda con ella o podréis arreglároslas entre Michelle y tú?
—Vivian, me temo que tenemos algo que decirte.
—¿Qué ocurre, cariño? —La cara de Vivian se tornó en un rictus de preocupación.
—Los chicos no están.
—¿Qué significa que no están?
—Pues eso… —ayudó Lisa—. Ni Parker, ni Preston ni Travis han dormido aquí esta noche.
—¿Pero qué estáis diciendo?
—Ayer, poco después de que os acostarais todos, vinieron a decirnos que iban a salir a tomar una copa. Y eso es lo último que sabemos. Tienen el móvil apagado desde entonces y no sabemos dónde están.
—¡Dios mío! Voy a buscar a Mark. Seguro que él sabe qué hacer.
Emily se levantó a preparar unas tazas de café, aunque pronto se corrigió y las sustituyó por unas tilas. Estaba preocupada, muy preocupada, por Travis, pero se agarraba a la idea de que, si hubiera ocurrido algo malo de verdad, ya se habrían enterado. Al fin y al cabo, ella tenía experiencia en desgracias y sabía que las malas noticias volaban. Pero no se sacaba de la cabeza que Travis siempre era un chico responsable. Podía visualizar algunos escenarios en los que a Parker y a Preston se les pudiera haber ido la noche de las manos, pero veía imposible que algo así le ocurriera a Travis.
—Mark tampoco está. —George entró en la cocina en pijama, anudándose el cinturón de un batín de seda—. Vivian me ha dicho lo que está pasando. Decidme bien lo que sepáis.
—No sabemos más de lo que le hemos dicho a Vivian —explicó Lisa—. Ayer dijeron que querían salir a tomar algo y no han regresado.
—Pero, ¿discutisteis alguna con ellos?
—No, yo no. Todo estaba normal —respondió Lisa. Emily asintió con un gesto.
—Yo noté a Parker un poco nervioso, pero lo estuvo todo el día, así que no le di importancia. —Amy resopló, y se le llenaron los ojos de lágrimas—. Creo que deberíamos ir preparándonos para la posibilidad de que haya huido de la boda, y el resto de los chicos está intentando localizarlo.
—No digas eso, querida. —Vivian se sentó a su lado y le cogió una mano—. Parker siempre ha sido un poco imprevisible, pero es un buen chico. Es muy leal, quizá el más leal de los cuatro. Jamás se marcharía así. No te dejaría a ti y, mucho menos, a Katie.
—Pero, entonces, ¿dónde están? —Amy rompió en llanto, y Emily se acercó a abrazarla.
—Voy a dar una vuelta por el rancho. Estos gilipollas son capaces de haber llegado borrachos y haberse dormido en los establos —sentenció George.
—¿Tú no puedes hacer alguna cosa friki de las tuyas y encontrarlos, Lis? —preguntó Emily, esperanzada.
—¿Te crees que no lo he intentado? Con los móviles apagados, no tengo posibilidad de localizarlos.
—Vamos a desayunar algo. Hoy no vamos a tener tiempo de comer y tenemos que llegar a la boda con el máximo de fuerzas posible.
—Yo tengo el estómago cerrado, Vivian —comentó Amy—. Además, cada minuto que pasa estoy más convencida de que no habrá boda.
—Faltan mi coche y la moto de Mark —informó George, entrando en ese momento por la puerta de la cocina—. No entiendo nada.
—¿Y la camioneta?
—No. La camioneta está. No entiendo por qué no la han cogido. Todos prefieren usar la camioneta que el coche. Además, saben que no me gusta que lo cojan sin permiso.
—Un momento… —reflexionó Emily—. ¿Qué coche tienes, George?
—Un Cadillac.
—¿Biplaza?
—No, no. Es un sedán. Bastante grande, de hecho.
—Entonces, ¿por qué falta también la moto? Si se han ido los cuatro juntos, no tiene sentido que no hayan ido en el mismo coche.
—Ya lo había pensado —admitió George—. Pero no sé qué conclusión sacar.
—¿Parker sabe conducir motos? —preguntó Amy, sorprendida por no conocer ese dato.
—Sí. Los cuatro saben —admitió Vivian—. Pero solo Mark suele usarla.
—Pues lo veo claro. —Amy seguía sollozando, con su pesimismo en un claro crescendo—. Parker se marchó en la moto, y los otros tres salieron a buscarlo con el coche.
—Es una opción. —George ignoró las caras de su esposa y sus dos futuras nueras, que lo instaban a endulzarle las noticias a Amy—. Pero sigue sin explicar por qué salieron en mi coche y no en la camioneta.
‖
—¿Cuánto falta para llegar? —preguntó Parker, por enésima vez. Entre los gemelos, Mark y una sorprendentemente mandona Alice lo habían obligado a ocupar el asiento trasero y dormir durante el viaje para estar descansado durante la boda.
—Parker, si hace dos minutos quedaba una hora, te dejo hacer el cálculo a ti solito —respondió Preston, concentrado y luchando contra el sueño al volante, pero más paciente de lo habitual con su hermano pequeño.
—¡Joder! ¿No puedes acelerar un poco?
—¿Más, Parker? ¿Quieres que pase en la cárcel el día de tu boda?
—Tenemos que llegar antes de las nueve. Como sea.
—Se hará lo que se pueda. Lo que tenemos que hacer es parar y llamar a casa. Como las chicas se hayan despertado, deben de tener un susto tremendo.
—No podemos parar ya más veces, Preston. Métele toda la caña que puedas al coche y prepárate para recibir la mayor bronca de nuestras vidas. Nadie se va a creer que una estación de servicio estaba cerrada y en la otra no funcionaba el teléfono. Nadie. Mamá, la primera.
—Esta ha sido la noche más loca de mi vida. —A Preston le dio la risa y, contra todo pronóstico, Parker se contagió—. Y te puedo asegurar que eso es mucho decir.
—¿Tú ves a este imbécil? —Parker señaló con un gesto de su cabeza a Travis, que dormía a pierna suelta en el asiento del copiloto—. La familia Sullivan viviendo una crisis nupcial, y el tío dormido como un tronco.
—No te preocupes, que a partir de mañana le caerán a él todas las crisis nupciales.
—¿Te puedes creer lo antiguo que es? Le compró el anillo a Emily el mismo día que se fueron a vivir juntos.
—Yo creo que no folló tranquilo hasta que no se vio con la licencia matrimonial tramitada.
—Y yo que creía que era todo un playboy antes de conocer a Emily…
—Bueno, no le iba mal. Pero a él siempre le gustó más el deporte, y a mí, las mujeres.
—Pase lo que pase el día de mi boda, sé que mi momento favorito será para siempre el puñetazo que le ha dado a Mark —comentó Parker entre carcajadas.
—Tiene un buen brazo. Fue el mejor receptor de la Liga Universitaria dos años seguidos.
—Si no hubiera sido por esa rodilla…
—Todos lo veíamos ya en la NFL. Habría sido una estrella, seguro. —Preston miró a su hermano gemelo y recordó los días duros en que Travis se negaba a asumir que su carrera deportiva había llegado a su fin.
—Tú tampoco lo hacías mal, por lo que recuerdo —comentó Parker, abriendo la ventanilla del coche y sacando media cabeza por fuera para fumar un cigarrillo. La fuerza de voluntad se le había ido consumiendo con cada minuto que faltaba para llegar al rancho.
—Bah… Yo jugaba por divertirme, nunca quise ir más allá. Nunca se lo he dicho a él, pero en el primer partido que tuve que jugar después de su lesión supe que era el último. Jugar sin él… no tenía sentido.
—Preston Sullivan, esa chica te ha convertido en un blandito —dijo Travis, con la boca pastosa—. Y tú, Parker, tira esa mierda, que vas a dejar el coche apestando.
—Dios… da órdenes hasta dormido —protestó Parker, aunque se apresuró a hacerle caso. Esa noche, Travis parecía tener el puño muy suelto, y no le apetecía llegar al altar con un ojo morado.
—¿Veis el Porsche por alguna parte?
—Antes, me pareció verlo un buen trecho por delante de nosotros. Esa mujer conduce como una energúmena.
—La masculinidad de Preston se está viendo un poco mermada por el hecho de no ser capaz de alcanzar a una mujer conduciendo —se burló Parker.
—Si me das ese coche e inmunidad diplomática, ya estaría en la costa este a estas alturas.
—¿Creéis que a ella le habrá dado el cerebro para llamar a Emily y avisar de que estamos bien?
—Seguro, joder. Es una chica, siempre se dan cuenta de esas cosas.
‖
En un Porche 964 descapotable, a unos dos kilómetros y medio del Cadillac, se respiraba bastante más tranquilidad.
—Aún no sé cómo me has convencido para que haga esto, Mark Sullivan.
—Y yo aún no sé cómo estoy aguantando sin vomitar, Alice. ¿Conduces siempre así?
—¿Así cómo? ¿Rápido?
—Sí, un poquito rápido, sí —ironizó Mark.
—No tendría este coche si me gustara tomármelo con calma.
—¿Sabes que no te pega nada?
—¿El qué? ¿El coche?
—No sé. El coche y todo. Aparentas como diez años menos de los que tienes; tienes más tatuajes que Parker, lo cual es mucho decir; conduces un deportivo de los años ochenta; pero eres una de las fisioterapeutas más respetadas del país, has dado charlas en Yale y en Princeton…
—¿Has estado investigando sobre mí?
—No iba a poner el proyecto más importante de mi vida en manos de alguien sin saber todo lo posible sobre ella. Y cuando hablo del proyecto más importante de mi vida… no me refiero al rancho.
—Oh. ¿Y de esa investigación has sacado todos esos prejuicios? ¿Qué tendrán que ver los tatuajes con mi profesión?
—Nada. Simplemente, mataría por haber visto las caras de todos esos carcamales de la Ivy League cuando apareciste.
—Pues supongo que alucinarían. Les ha pasado a algunos pacientes también. Incluso diría que Patrick tuvo miedo de dejarme a solas con Emily hasta que entendió que no iba a desvalijarles la casa.
—Es un buen tipo Patrick. He tenido un par de conversaciones con él en estos días.
—¿No ha castrado todavía a tu hermano?
—No. Pero se le ven ganas. —Ambos se rieron.
—¿Tus padres no van a alucinar cuando me vean aparecer? ¿Saben al menos que existo?
—No. No tienen ni idea. No te puedes imaginar lo que ha sido mi casa esta última semana. Mi madre se ha comportado como una auténtica psicópata con los preparativos de la boda de Parker. Y, cuando empezaba a relajarse, se destapa el pastel del compromiso de Travis y Emily y el embarazo de Lisa.
—Ha debido de ser interesante.
—Sí. Ese tipo de cosas interesantes que te conducen a la locura. —Mark se rio—. Imagínate que, en medio de todo eso, les salgo yo también con que tengo novia.
—¿Eso somos?
—¿Qué?
—¿Somos novios?
—Alice… Me quitas años de vida, te lo juro. ¿Podemos dejar aquí y ahora las discusiones sobre lo que somos y no somos o sobre lo que debemos ser o no debemos ser?
—Solo quería tenerlo claro —se excusó Alice, encogiéndose de hombros—. Me gusta ser tu novia.
—¿Me has perdonado ya lo de Boston?
—Mmmm… Creo que no.
—Pues te pido disculpas de nuevo. Ya te dije que lo haría hasta que me perdonaras.
—No sé si te perdonaré algún día. Me encanta oír cómo te disculpas.
—Pues lo seguiré haciendo.
—A partir de aquí, tendrás que indicarme cómo llegar —le pidió Alice a Mark, en el momento en que abandonaban la carretera principal, ya a poco más de media hora del rancho.
—¿Quieres que cambiemos?
—Eh… Nunca le he dejado este coche a nadie.
—Bueno, siempre hay una primera vez, ¿no?
—Supongo. No tienes ni idea de la confianza que estoy depositando en ti, Mark Sullivan —afirmó Alice, apartando el coche al arcén y abriendo ya su puerta.
—Te juro que lo cuidaré como si fuera mío.
—Más te vale. ¿No deberías llamar a tus padres?
—No. Ya los habrán puesto al corriente los chicos. Deben de haberse comido una buena bronca.
‖
Eran las nueve menos cuarto de la mañana en el rancho, y a Amy le parecía llevar cien horas levantada. La única buena noticia de lo que iba de día era que Katie seguía dormida. La noche anterior se había empeñado en meterse con ella en la cama, aprovechando la ausencia de Parker, y le había hecho mil y una preguntas sobre la boda, sus funciones como niña de las flores, y también alguna algo incómoda sobre la manera en que los niños venían al mundo. Ahora agradecía haberla mandado a su cama a una hora intempestiva.
Vivian y George, Dan y Phoebe, Patrick, Michelle, Amy, Emily, Lisa e incluso el personal de servicio contenían la respiración en aquella mañana que se prometía muy feliz y que empezaba ya a augurar drama.
—He llamado a todos los servicios de emergencia. No ha habido ningún Cadillac ni ninguna BMW implicada en un accidente esta noche. Ni en Arizona ni en los estados limítrofes —informó George, descartando una posibilidad en la que todos habían pensado, pero no se habían atrevido a mencionar. Soltaron un aliento imaginario que habían estado conteniendo, pero la incertidumbre continuaba.
—Yo he llamado con excusas a todos los primos con los que tienen relación. No saben nada.
—Y yo a los amigos de Parker de Nueva York. Todos estaban en camino o ya en Phoenix, pero ninguno sabía nada tampoco.
—Pero, ¿dónde cojones se han metido esos cuatro imbéciles? —gritó George, dando un puñetazo en la mesa y convirtiéndose en el primero de los presentes en perder los nervios.
—George, tranquilízate. Vas a despertar a Katie.
—Yo tengo que salir fuera —anunció Amy—. Parker va a conseguir que vuelva a fumar.
—Vamos con ella —se disculpó Lisa.
—Sí, sí, chicas, id —las animó Vivian.
Faltaban aún unas cuantas horas para el mediodía, pero el calor arreciaba ya con dureza. Amy se dejó caer en el suelo de piedra del porche delantero de la casa y encendió un cigarrillo. Llevaba unos cuantos meses sin fumar, pero no tenía, en ese momento, presencia de ánimo como para mantenerse firme. Lisa ayudó a Emily a sentarse a su lado, y a continuación se sentó ella misma. Amy hundió la cabeza entre sus rodillas y sorbió por la nariz, tratando, en vano, de mantener a raya las lágrimas.
—Puedes coger uno. Yo no me voy a chivar —le dijo a Lisa, mirándola de reojo.
—No me tientes. No quiero arriesgarme a que salgan mis padres, o los de Preston, y me asesinen.
—Estoy por fumar hasta yo, aunque solo sea por joder al imbécil de Travis.
—Al menos tú puedes estar tranquila. Está claro que no es Travis el que ha huido —comentó Lisa.
—¿Qué dices, Lisa? No me digas que piensas que puede haber sido Preston —le preguntó Amy, incrédula.
—Piénsalo, Amy. Parker está enamoradísimo de ti, eso no hace falta ser muy listo para verlo. Está loco por ti y está loco por Katie. No ha salido huyendo en toda la semana, pese a la locura de su madre. Parker no ha huido, chicas. Cada minuto que pasa estoy más convencida de que ha sido Preston.
—No pienses eso, Lis… —Emily consoló a su mejor amiga, aunque la sombra de la sospecha había anidado también en ella.
—Pensadlo. Llevamos juntos dos meses, con dos rupturas de por medio, y estamos esperando un hijo. Yo vi su cara cuando el test de embarazo dio positivo; parecía que iba a desmayarse.
—¿Y qué cara tenías tú, Lisa? —preguntó Amy—. Por suerte o por desgracia, sé lo que es hacerse un test de embarazo cruzando los dedos para que dé negativo. No juzgues a Preston por su reacción en un momento así. Hazme caso.
—Vosotras los habéis oído hablar igual que yo. Es evidente que Preston ha sido siempre el hermano mujeriego y fiestero. Y va a ser padre a los veintiséis. Se ha largado, joder, os lo digo yo.
—Ninguna sabemos lo que ha pasado, chicas. ¿Quién os dice que no ha sido Travis? ¿O Mark? Todo es posible.
—Un momento… —Lisa las acalló con un movimiento de su mano—. ¿Qué es eso?
Cuando consiguieron incorporarse, el resto de la familia Sullivan y allegados, salían en tropel por la puerta principal de la vivienda. Aún bastante lejos del rancho, la pequeña caravana formada por un Cadillac CTS-V gris plata y un Porsche 964 Cabrio negro avanzaba, a bastante más velocidad de la deseable, por la pista de tierra que conducía a la puerta principal.
Formando en líneas regulares, Amy, Emily y Lisa, en primera fila, y el equipo de los padres, en segunda, se dirigían con rapidez hacia las cocheras. Nadie entendía la presencia de aquel coche deportivo en la escena, pero todos sabían quién se dirigía a la casa. Preston fue el primero en frenar su coche, del que descendieron los tres hermanos menores a demasiada velocidad para el recibimiento que los esperaba. Mark aparcó, por decirlo de alguna manera, justo detrás de ellos. Él también se apeó raudo, pero Alice remoloneó un poco, asustada por lo que se iba a encontrar.
—¿¿Se puede saber dónde estabas, Preston?? —Lisa se acercó corriendo a su novio, convirtiendo toda la preocupación, las dudas y la angustia de las últimas horas en ira.
—¿No os ha llamado Mark?
—¡Travis! ¡Te juro que voy a matarte!
—Mark, joder, ¿no has llamado a casa?
—Pero, ¿por qué no habéis llamado vosotros?
—¡No teníamos batería!
—¿Quién es esa mujer?
—¿¿Alice??
—¡¡¡Silencio!!! —La voz aguda de Vivian Sullivan resonó en todo el rancho. A pesar de la marabunta de gritos que reinaba una milésima de segundo antes, el silencio que siguió a su orden fue innegociable.
Amy permanecía callada y erguida delante de Parker, que la miraba a los ojos tratando de dilucidar si sus lágrimas eran de pena, de alivio o de enfado. Cuando habló, lo hizo en voz tan baja que todos los presentes se dieron cuenta de que había agotado la poca energía que le quedaba.
—Creí que me habías dejado, que te habías arrepentido y te habías marchado. Me voy al dormitorio, no vengas todavía, por favor.
Parker bajó la cabeza y asintió. Travis se acercó a Emily, pero se detuvo en el momento en que ella levantó su mano frente a él. Giró sobre sí misma y salió tras Amy. Lisa ni siquiera miró a Preston. Se limitó a ir detrás de sus amigas. Los hermanos Sullivan podían estar muy unidos y hacer cualquier cosa los unos por los otros, pero ellas no pensaban quedarse atrás.
—¡A los establos! ¡¡Ya!! —George Sullivan, que había estado callado hasta entonces, se impuso sobre sus hijos. Vio desfilar a Parker, Travis y Preston, uno tras otro, y se giró hacia su hijo mayor—. ¿Tú estás sordo o qué?
—Perdón. Ya voy. Esto… mamá, papá, quiero presentaros a…
—¡Que si estás sordo, te estoy diciendo! Déjate de presentaciones y de estupideces. Ya habrá tiempo después de que me desahogue con vosotros.
Vivian les indicó con un gesto a Michelle, Patrick, Dan y Phoebe el camino hacia la casa. Había visto esa misma escena alguna que otra vez. La adolescencia de Mark había sido más o menos tranquila, aunque no se habían librado de borracheras a destiempo y escapadas nocturnas. Con los gemelos llegó el bullicio a la familia. Travis siempre había sido un buen chico, más preocupado por el deporte que por ninguna otra cosa, pero Preston era harina de otro costal. Y con Parker, todo se había descontrolado. Había hecho justicia a la leyenda de los hermanos pequeños y, en su afán por seguir a sus hermanos, había sido demasiado precoz a la hora de hacer locuras. Ella siempre había sido una madre gritona, era consciente de ello, y todas las pequeñas disputas del día a día las resolvía sin informar a su marido. Pero cuando todo se iba de las manos, era George quien tomaba el mando. Si estaban en Phoenix, se llevaba a los chicos al garaje. En el rancho, el lugar elegido eran los establos.
—Ven aquí y dame un abrazo. —Patrick se acercó a Alice, que presenciaba toda la escena desde un incómodo segundo plano—. ¿Qué estás haciendo tú aquí?
—Creo que es demasiado largo de explicar, Patrick.
—Ven, voy a presentarte. —Patrick la tomó del brazo y la acercó al resto del grupo—. Vivian, esta es Alice Walsh. Fue la fisioterapeuta de Emily durante dos años. Es una heroína para nuestra familia. Y, si no me equivoco, va a trabajar con Mark a partir de ahora. ¿Es así?
—Sí —respondió ella con timidez.
—Encantada de conocerte, Alice. —Vivian Sullivan retomó su papel de perfecta anfitriona—. ¿Conoces a los padres de Lisa?
—Creo que coincidimos alguna vez en Boston hace años. Tú debes de ser la madre de Amy, entonces.
—Michelle. —Intercambiaron sonrisas y continuaron su camino hacia la casa.
—Encantada de conoceros a todos. Yo… creo que os debo una disculpa por todo lo que ha ocurrido.
—Estoy más que dispuesta a canjear esa disculpa por una explicación detallada. Me muero de curiosidad —dijo Vivian, con un matiz casi divertido en su tono.
No dio tiempo a demasiadas explicaciones, ya que los camiones del catering enfilaban en aquel momento el sendero de acceso a la vivienda anexa, dispuestos a continuar con los preparativos de una boda que, dado el estado en que se encontraba Amy, nadie tenía muy claro que fuera a celebrarse. Cuando llegaron a la cocina del rancho, Alice les contó la versión abreviada –y para todos los públicos, ya que Michelle sostenía a Katie entre sus brazos– de su historia.
Justo sobre sus cabezas, en el dormitorio de Parker, Amy lloraba boca abajo en la cama, en un arrebato a medio camino entre el bajón de adrenalina y la histeria previa a la boda.
—Amy, cariño, tienes que tranquilizarte —le pedía Emily, acariciándole la espalda.
—Creí que me había dejado, chicas. Lo creía de verdad. Y creí que me iba a morir. Os lo juro.
—Pero no lo ha hecho. Estoy deseando escuchar la historia completa, pero parece que todo tiene que ver con Mark y Alice, ¿no?
—Eso parece.
—Creí que todo se había ido a la mierda. ¿Os dais cuenta de que, si lo pierdo a él, me quedo sin nada?
—¿Pero qué tonterías estás diciendo, Amy? Tienes a tu madre, tienes a Katie, nos tienes a nosotras…
—¿Tenéis la menor idea de lo que era mi vida antes de que Parker apareciera?
—No hablas mucho de ello.
—Porque prefiero ni recordarlo. No tenía ni una sola amiga. Si no fuera por vosotras… ni siquiera tendría una dama de honor en mi boda. Y era pobre, ¿sabéis? Muy pobre. Y no tengo familia, aparte de mi madre, Katie y unos tíos en Ohio a los que veré hoy por primera vez en cuatro años. Mi vida ha sido una puta mierda, y he elegido el día de mi boda para darme cuenta.
—Has pasado por mucho estrés estas últimas horas. Estás desbordada. ¿Por qué no tratas de descansar un rato?
—No necesito eso. Necesito a mis amigas. —Amy las miró, un poco avergonzada. Ellas le sonrieron con ternura—. Yo… no llegué a conocer a mi padre. Se largó antes de que yo naciera. Mis primeros recuerdos son de mi madre casada con Carl, un hombre bueno que me crio como si fuera hija suya.
—La historia se repite —le dijo Lisa, dándole un pequeño apretón en la mano.
—Espero que no. Carl murió cuando yo tenía once años. Un ataque al corazón repentino. De repente, zas, mi madre y yo volvíamos a estar solas. Luego vino la adolescencia y me metí en todos los líos posibles antes de los quince. Supongo que en eso me parezco al imbécil de Parker. —Sonrió con cierta amargura—. Al final, me quedé embarazada, y mi madre y yo decidimos que la daría en adopción. Además de que era una cría que no tenía ni idea de cómo cuidar a un bebé, apenas nos llegaba el dinero para subsistir nosotras como para pensar en tener otra boca que alimentar.
—Pero no lo hiciste —ayudó Emily.
—No. Y gracias a Dios que no lo hice. Katie es lo mejor que me ha pasado en la vida. Podré tener más hijos, podré vivir junto a Parker toda la vida, pero sé que Katie siempre será lo mejor que he hecho jamás. —Amy se levantó, abrió la puerta de la terraza y encendió un cigarrillo—. No os podéis imaginar lo que fue mi vida durante sus primeros cinco años. Iba al instituto por la mañana, trabajaba por la tarde y estudiaba por la noche mientras la cuidaba. Creo que no dormí más de tres o cuatro horas ni una sola noche. Cuando entré en Columbia y conocí a Parker, trabajaba en una hamburguesería de madrugada, antes de ir a clase. Y, aun así, nunca tenía dinero para nada. Vivíamos en un apartamento minúsculo, que siempre parecía sucio por mucho que lo limpiáramos. ¿Sabéis por qué no tenía amigas? Porque no tenía tiempo para tenerlas. No estuve con un solo chico desde que me quedé embarazada hasta hace año y medio. No tenía nada, solo a Katie, a mi madre y el sueño de convertirme en abogada para darles una vida mejor. Hasta que apareció él y lo cambió todo.
—Parker te adora, Amy. Tengo la sensación de que lo que ha pasado esta noche ha sido un gran malentendido. Piénsalo. Lleváis juntos, ¿cuánto?, ¿un año?
—Un año y medio.
—¿Y cuántas veces te ha fallado?
—Nunca. No me ha fallado ni una sola vez.
—Pues ten eso en cuenta. Yo me voy a arreglar las cosas con Travis. Y, Lisa, tú deberías hacer lo mismo con Preston. Dentro de seis horas hay una boda, y todas deberíamos estar radiantes.
—¿Me hacéis un favor? —Emily y Lisa asintieron—. ¿Podéis decirle a Parker que suba en un rato?
—Claro.
‖
Mark, Preston, Travis y Parker Sullivan podían ser cuatro hombres altos y fuertes como armarios, pero salieron de los establos del rancho familiar sintiéndose poco más que niños de jardín de infancia. Su padre les había gritado como hacía años que no lo escuchaban. Quizá incluso más que aquella vez en que le habían robado las llaves de su recién estrenado coche para impresionar a unas chicas y lo habían acabado rayando contra un buzón de correos. La diferencia radicaba en que de aquello hacía algo más de diez años, y la adolescencia era una excusa perfecta para un comportamiento irresponsable. George Sullivan no se había privado de darle una fuerte colleja a Preston cuando había intentado romper la tensión con una broma, había insultado a Travis cuando le quiso quitar hierro al asunto y le había arrancado un cigarrillo de la boca a Parker de un manotazo que se había ensañado con el piercing de su labio. Con Mark la cosa no había llegado a las manos, pero se había reído con saña del moratón que lucía en su pómulo derecho. Las únicas palabras amables que habían oído de boca de su padre en aquella media hora infernal habían sido con las que había felicitado a Travis por partirle la cara a su hermano mayor. Y lo peor, sin duda, es que todos –o, al menos, los tres menores– presentían que lo peor estaba por llegar. No habían elegido unas novias mansas, la verdad.
—¡Chicos! —gritó su padre, antes de que se marcharan, y los tres se estremecieron pensando que quizá le quedaban fuerzas para un último asalto—. Yo ya os he dicho lo que os tenía que decir. Espero, con sinceridad, que esta sea la última vez que nos vemos en los establos. Id con vuestras mujeres y arreglad las cosas. Que no quede ni un fleco pendiente que os puedan reprochar en el futuro. Ellas son mucho mejores que vosotros, eso me ha quedado claro esta semana. No la jodáis.
Todos asintieron y emprendieron camino hacia la casa. Mark se quedó en la planta baja, escuchando el rapapolvo de su madre, que no se apiadó de su maltrecha cara ni se planteó que él quisiera parecer un adulto delante de su recién estrenada novia. Parker esperaba en un segundo plano. Se moría por ver a Amy, pero su madre le había prohibido subir hasta que hablara con ella. Parecía que todos y cada uno de los habitantes de la casa pensaban recordarle su mal comportamiento.
—Mamá, por favor. Tienes toda la razón, de verdad. Fui un irresponsable, tenía que haber hablado con vosotros, o al menos haberme asegurado de que los chicos sabían lo que hacía, pero… —Mark resopló y sonrió, por fin, a su madre—, mamá, ¿tú no tenías tantas ganas de que tuviera una novia?
—Claro que sí. ¿Pero de verdad era necesario que desaparecierais los cuatro la noche antes de la boda de tu hermano?
—Seguramente no, pero así ha sido. Ahora ya no puedo hacer nada por solucionarlo. ¿Me dejas que te presente a Alice?
—No seas tonto, Mark. Ya nos hemos presentado y ya hemos hablado de lo que ocurrió esta noche. Esta chica tiene bastante más cabeza que vosotros cuatro juntos. A los descerebrados de tus hermanos ni siquiera se les ocurrió pedirle a ella el teléfono para llamar. Pero ya está. Fin del tema. Hay una boda que celebrar, suponiendo que Amy no mate a Parker, que quizá sería lo que debería hacer. —Vivian finalizó su discurso con una severa mirada a su hijo menor, que hizo que a él se le cortara de cuajo un bostezo—. Ayuda a Alice a instalarse en la buhardilla. Ya he llegado a un punto en que me da igual que durmáis todos con todos. Me conformo con que nadie más desaparezca. Y, ahora, Parker Andrew Sullivan, acompáñame al despacho de tu padre.
Parker entró en el despacho como un cordero en el matadero. Se sentó en cuanto percibió el gesto de su madre indicándole que lo hiciera. No pensaba desobedecer a nadie más en todo aquel día.
—Parker…
—Mamá, lo siento. Ya no sé cómo pedir perdón ni a cuánta gente hacerlo. Me muero por subir a ver a Amy, así que, por favor, acaba rápido conmigo.
—Todo lo que nos ha contado Alice es verdad, ¿no? ¿Todo esto lo habéis hecho por Mark?
—Sí, mamá. Hubo un malentendido con las notas que nos dejó, y creímos que estaba mal. Nos equivocamos, y te juro que los cuatro lo sentimos muchísimo. —Parker se levantó del asiento en el que llevaba apenas un minuto. Llevaba doce horas en tal estado nervioso que era incapaz de estar quieto.
—Puedes fumar si quieres. No me importa.
—¿De verdad? —Parker preguntó, dubitativo. Ver a su madre tan calmada le daba casi más pavor que los gritos.
—De verdad. —Vivian sonrió a su hijo menor—. ¿Lo volverías a hacer?
—¿Qué?
—Si pudieras volver a anoche, y todos los malentendidos se dieran de la misma manera que lo hicieron, ¿te subirías a ese coche con Travis y Preston?
—No, mamá. Ninguno querríamos haberos dado este disgusto.
—Contéstame la verdad, Parker. No te olvides de que yo te traje a este mundo.
—¿La verdad? No sé si estás buscando una excusa para matarme, mamá, pero la verdad es que sí. Me volvería a subir a ese coche. Creíamos que Mark podía estar mal de verdad.
—¿Sabes, Parker? Tú nunca decepcionas.
—¿De verdad? Pues yo tengo la sensación de que me paso la vida decepcionando a gente.
—Se puede leer en ti como en un libro abierto. Mark ha sido un muro de piedra desde que le ocurrió aquello en Nueva York. —Vivian vio a su hijo levantar la vista de su cigarrillo y mirarla con fijeza a los ojos—. Sé que os lo ha contado, aún lo conozco bien. Desde aquello, ha sido imposible saber en qué pensaba o qué sentía. Preston se ha pasado la vida disfrazando con bromas todo lo que le ocurría, así que siempre ha sido imposible saber si estaba bien o mal. Y Travis… a Travis ni siquiera sé si se le ha pasado alguna vez por la cabeza algo que no fuera un balón de fútbol. Al menos hasta que conoció a Emily. Son tres chicos maravillosos, Parker, y los quiero con locura. Pero tú eres el único al que tengo la impresión de conocer de verdad.
—Siempre has dicho que soy imposible. —Parker le sonrió a su madre.
—Porque somos muy distintos, Parker. Ya sabes cómo soy, odio las cosas que se salen de las normas en las que me educaron. Y, de repente, después de tres chicos serios y formales, al menos en apariencia, llegas tú y con diecisiete años te tatúas en el pecho una cosa que ni siquiera sé lo que es. Cada vez que discutíamos contigo, aparecías con un tatuaje o con un pendiente nuevo. El pelo largo, el alcohol, la marihuana… —Vivian se rio en voz alta cuando vio a Parker dar un respingo—. ¿Te crees que soy idiota y no sabía lo que hacías? Me crie en los setenta, por si lo habías olvidado.
—Y el accidente…
—El accidente fue una desgracia, Parker. Lo peor que me ha pasado en la vida. Peor que lo de Mark, peor que cualquier cosa. No te imaginas el miedo que tuve de perderte, de que nunca volvieras a ser el mismo de antes de que ocurriera.
—Eso es todo mérito de Amy.
—No, cariño. Es mérito tuyo. Has sido siempre un buen chico, no sabes la alegría que nos dio a tu padre y a mí ver cómo te desprendías de todo aquel dolor.
—Mark está pasando ahora por lo mismo. Supongo que estás al tanto de la historia. Nunca hemos podido ocultarte nada.
—Ojalá le salga bien. Y ojalá pueda contar siempre con unos hermanos que hacen la mayor estupidez de su vida por él.
—¿Ya no estás enfadada?
—No. Tuve tanto miedo en los primeros momentos a que hubierais tenido algún accidente, a que os hubiera pasado algo… Ahora, en el fondo, y júrame que esto no va a llegar a oídos de tus hermanos… Estoy orgullosa de que lo hicierais.
—¿Orgullosa?
—Tú eres el único de mis hijos que sabe lo que es ser padre. Esta noche me habéis demostrado que, el día que tu padre y yo no estemos aquí, cuidareis unos de los otros tanto o más de lo que lo haríamos nosotros. —La perfecta fachada aristocrática de Vivian Sullivan mostró una pequeña grieta en forma de lágrima—. Haces un trabajo magnífico con Katie, por cierto.
—Mamá… —Parker se acercó a abrazar a su madre—. Te prometo que esto quedará entre nosotros. Los gemelos aún no han recibido sus collejas, y yo me muero por verlas.
—No tengas dudas de que se las daré.
—Cuando los tengas delante, —Parker le guiñó un ojo a su madre—, pídeles que te enseñen la ese de Superman.
—¿Cómo dices?
—Tú diles eso, tal cual, y ya verás —finalizó Parker con una sonrisa que marcó sus hoyuelos asimétricos.
—Hay algo más que quiero decirte, y te prometo que ya te dejo subir a ver a Amy. —Vivian hizo una pausa y acarició con cariño la mejilla de su hijo menor.
—Tú dirás.
—¿Es cierto que no le regalaste a Amy un anillo de compromiso?
—Oh, mamá, no empieces con el protocolo de nuevo, por favor.
—Parker, ¿puedes responder a mi pregunta?
—No. No le regalé un anillo. Más que nada porque le pedí que se casara conmigo en plena calle, en un arrebato que no tenía planeado, pero que ha resultado ser la mejor idea que he tenido en mi vida.
—Quiero que le des esto. —Vivian Sullivan se sacó, con evidente dificultad, un anillo del dedo anular de su mano izquierda.
—Pero, mamá… este es…
—Es el anillo de compromiso de tu abuela. Lleva en la familia York cinco o seis generaciones. No me lo he sacado desde el día que ella murió. Hoy he visto cuánto te quiere esa chica, y este anillo solo puede llevarlo alguien que quiera así a mi hijo. Además, es la forma de asegurarme de que en el futuro sea para mi nieta mayor.
—Mamá… —Parker se apartó las lágrimas con la palma de la mano y volvió a abrazar a su madre.
—Ve con ella, anda. Y haz lo que sea para que te perdone. Nunca vas a encontrar a una chica mejor.
—Lo sé. Lo tengo claro. —Le dio un beso rápido en la mejilla a su madre y se dio la vuelta antes de abandonar el despacho—. Muchas gracias, mamá. Por todo. Hasta por volverme loco esta semana.
Parker subió las escaleras de madera de tres en tres y se plantó en un segundo frente a la puerta de su cuarto. Por primera vez en su vida, llamó con los nudillos antes de entrar, aunque no esperó respuesta. Lo que encontró cuando entró en la habitación hizo que su alegría por la conversación con su madre se pinchara como un globo contra un alfiler. Amy se había quedado dormida, con los ojos llorosos y un buen puñado de pañuelos de papel a su alrededor.
—Amy, mi vida… —La despertó con una caricia en el brazo.
—Hola, Parker.
—No sé ni cómo empezar a pedirte perdón. ¿Te ha contado alguien lo que ha ocurrido?
—Fuisteis a ayudar a Mark con Alice, ¿no?
—Sí. Hemos estado en Los Ángeles.
—Eso hemos imaginado cuando la hemos visto.
—Amy, lo siento. Te pediré perdón un millón de veces si hace falta. Siento haberte estropeado el día, siento haberte hecho llorar… Siento tantas cosas que me estoy muriendo de pena, te lo juro.
—Creí que te habías marchado, Park. Creí que me habías dejado. —Amy volvió a estallar en sollozos al recordar la angustia que la había invadido durante aquellas horas infernales.
—Dios mío, Amy. ¿Cómo iba a dejarte? Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, lo que más quiero, el motivo por el que me levanto cada mañana. Me moriría sin ti. En serio, no es una frase hecha. Se me pararía el corazón.
—He pasado mucho miedo, Parker. Muchísimo. Creí que te habías arrepentido de este amago de familia que formamos.
—Amy. —Parker se sacó las zapatillas, se despojó de los pantalones y se metió junto a ella en la cama. Su rictus era serio, pero empezó a acariciar la cara de su futura esposa—. No vuelvas a decir que somos un amago de familia. Somos una familia, así, a secas. Katie, tú y yo. Desde hace un año y medio, no he tenido nunca ni una mínima duda de que mi lugar está junto a mi mujer y mi hija.
—Oh, Dios, Parker, ven aquí. —Amy apartó de un manotazo la sábana que lo cubría y se abrazó a él con una fuerza que a él le hizo daño. El mejor daño del mundo—. No me sueltes, por favor.
—Shhhh, tranquila, cariño. Deja de llorar. No llores más, por favor, porque me matas. —Parker la acunó contra él unos segundos y, a continuación, le dio un beso suave que, como solía ocurrir entre ellos, pronto cogió temperatura—. Sabes a tabaco.
—Por culpa de cierto novio a la fuga, he estado fumando toda la mañana.
—No tienes que justificarte. Ya sabes que sois mis dos vicios favoritos.
—Eres un adulador. —Amy se giró hacia el reloj de la mesilla—. Deberíamos empezar a arreglarnos.
—No. Yo voy a dormir un par de horas o llegaré cadáver al altar. Y, además, tengo algo que pedirte.
—¿Crees que estás en posición de pedirme algo tú a mí, Parker Sullivan?
—No, tienes toda la razón. No estoy en la posición adecuada. —Parker se bajó de la cama, la rodeó hasta quedar al lado de Amy e hincó la rodilla derecha en el suelo de madera—. Amy Louise Morgan, mi vida no tiene ningún sentido sin ti, ¿quieres casarte conmigo?
—Parker… —Amy vio cómo Parker abría su mano derecha y le mostraba el anillo de platino y brillantes—. Sí, claro que sí.
—Mi madre me ha regalado este anillo hace un rato. —Parker hablaba mientras deslizaba el anillo por el dedo anular de Amy—. Por eso he tardado un poco en subir. Me ha hecho prometer que algún día será para Katie.
Amy no fue capaz de articular palabra y derramó las primeras lágrimas de alegría del día. Besó a Parker y lo abrazó, sabiendo que él nunca, jamás, la soltaría.
‖
Preston encontró a Lisa llorando en su dormitorio. No era un llanto pausado, sino que grandes lagrimones atravesaban su cara, que el sol había vuelto algo pecosa, y la respiración entrecortada se llevaba su aliento. Preston se asustó, no tanto por el hecho de que nunca había visto a Lisa en aquel estado como por su miedo a no saber lidiar con la situación. Las bromas, la fingida prepotencia y los discursos de político truncado no tenían cabida en aquel momento.
—Es el embarazo, joder, no pongas esa cara de pánico.
—Lis… —Preston se acercó a ella con una sonrisa en la cara.
—Es una auténtica lástima que vivamos en esta época de corrección política. El disgusto se me habría pasado rapidísimo dándote un buen bofetón en medio de esa cara que tienes.
—Dámelo ahora, si con eso consigo que me perdones —dijo Preston, en tono de broma, aunque hasta él sabía que hablaba muy en serio.
—No estoy enfadada contigo.
—¿En serio?
—No. Hiciste lo que tenías que hacer. Yo habría hecho lo mismo por Emily.
—No sabes lo que me alegra oírte decir eso.
—Estaba preocupadísima, Preston. Primero pensé que te podía haber pasado algo y me aterroricé. ¿Te puedo decir una cosa y me prometes que no te enfadarás?
—Claro. No creo que hoy pueda enfadarme contigo.
—Yo no sabía cuánto te quería hasta que me planteé la posibilidad de que hubieras tenido un accidente o algo peor. Sabía que estaba enamorada de ti, y todo eso, ¿sabes? Pero no era consciente de hasta qué punto… de hasta qué punto te quiero.
—Yo estoy más loco por ti cada día que pasa, Lisa.
—Hay más… Cuando tu padre nos dijo que no había noticia de que hubiera ocurrido nada malo, reconozco que en parte pensaba que Parker se había acojonado. Tenía que pensarlo porque la otra única opción que me venía a la cabeza es que el embarazo te hubiera venido grande, que vieras cuántas cosas te vas a perder por culpa de esto…
—No sigas hablando, Lis. —Preston se puso más serio de lo que había estado en toda su vida—. Esta noche he tenido mucho tiempo para pensar. Sí, ha sido todo una locura. Hemos atravesado un buen trozo de país en busca de Mark. Pero también he visto lo que es una familia. Te sonará estúpido porque los Sullivan nos comportamos como una familia de locos casi todo el tiempo, pero nunca había dedicado demasiado tiempo a pensar en los lazos de sangre. Me he pasado la vida queriendo jugar al fútbol, ser abogado en Europa, llegar al Congreso… Y no ha sido hasta que ha pasado esto cuando me he dado cuenta de que lo que de verdad quiero es formar mi propia familia. Y tú eres mi familia, Lisa. Tú y el bebé que vamos a tener.
—Joder, Preston, deberías mandarme a la mierda y volver a la política. Eres un dios de los discursos.
—Lo sé. Y, ahora, ¿crees que podrías darme un poquito de amor antes de bajar a ver a mi madre y convencerla de que debo dormir un rato antes de la boda?
‖
—¿Vas a matarme? —Travis abrió la puerta del dormitorio de invitados con los ojos entornados y toda la prudencia que fue capaz de encontrar.
—Pasa, anda. Ven aquí. —Emily estaba radiante, sentada ante el viejo escritorio de Travis, sobre el que reposaba un espejo improvisado. Se estaba aplicando una crema en la cara y se giró para mirarlo de frente—. ¿Tanto miedo me tienes?
—Un poco. La he cagado esta noche, ¿no?
—Bueno, digamos que no ha sido tu mejor partido.
—¿Estás muy enfadada? Amy y Lisa parecían a punto de matar a Parker y a Preston.
—No. En realidad, no. Estuve preocupada en un primer momento, pero cuando supimos que no había habido ningún accidente por la zona, ya me quedé tranquila.
—Me alegro.
—Sí, alégrate. Si yo también hubiera entrado en barrena, como Amy y Lisa, tus padres habrían tenido que encerrarnos en las cuadras.
—¿Lisa también?
—A las dos les entró la paranoia de que las habían abandonado. —Emily puso los ojos en blanco—. Que si Preston se habría agobiado con el embarazo, que si a Parker le habría entrado miedo con la boda… Bobadas.
—No sé si alegrarme o enfadarme con que tú estuvieras tan despreocupada.
—Pues yo me alegraría. Te vas a casar con una mujer que no tiene ninguna duda de tu amor por ella.
—No debes tenerlo. Te quiero como un puto imbécil y veo que lo sabes.
—Y yo a ti, Trav. Conocerte fue el golpe de suerte definitivo de mi vida.
—Ven a la cama y dame un beso. Te he echado mucho de menos esta noche.
—Vamos a dejar el melodrama para los imbéciles de tus hermanos. Supongo que querrás dormir un rato, así que tendrás que ser rápido, Travis Sullivan —dijo Emily, lanzando sobre su cabeza la poca ropa que llevaba.
‖
Cuando Alice y Mark se vieron a solas en el estudio de la buhardilla, el silencio se apoderó de ellos. Desde el momento en que se habían encontrado ante la puerta de aquella mansión de Los Ángeles, no habían dejado de conversar. El viaje en coche, pese a la tensión por llegar a tiempo, se les había hecho corto. Se habían puesto al día de los miles de detalles que aún desconocían de la vida del otro, como si quisieran recuperar los años que no habían compartido. Pero, al entrar en aquel cuarto, fueron conscientes de que ya no había lugar para más conversación.
—Ven aquí, por Dios —le susurró Mark, casi con desesperación, tirando de la mano de ella con fuerza.
—Mark, tu familia…
—Mis padres nunca suben aquí. Solo mis hermanos, y apostaría a que ellos también traían esto en mente.
—Estamos locos, Mark. Esta es la mayor locura que he hecho en toda mi vida.
—¿Y qué? Estemos locos. ¿A quién le importa? —dijo él, levantando el bajo de la camiseta que Alice se había puesto con premura antes de salir de viaje.
—¿Sabes que yo ya estaba invitada a esta boda mucho antes de que aparecieras?
—¿Ah, sí? ¿Y por qué no pensabas venir?
—Amy me invitó cuando estuvieron las chicas en Los Ángeles. Pero no me pareció apropiado. Pensé que… pensé que te molestaría.
—¿Molestarme? ¿Tú? —Mark detuvo su maniobra de despojar a Alice de toda prenda para cabecear incrédulo.
—Siempre he pensado que tú solo querías sexo. Y yo… me temo que yo empecé a sentir algo bastante más fuerte que eso.
—Me parece que ese algo al que no le estás poniendo nombre lo siento yo desde el día que te conocí. ¿De verdad no te diste cuenta en todas nuestras conversaciones de que me estaba enamorando de ti?
—No. Te dije que sentía cosas y tu respuesta fue «¿Te crees que no lo sé?» —le reprochó Alice con una media sonrisa.
—Por Dios santo, Alice. En primer lugar, eso fue en medio de una sesión de sexo telefónico. Y, en segundo, lo que pretendía decir con eso era algo así como «¿Te crees que no sé lo que se siente, que no siento lo mismo?».
—Debes de haber sido un abogado excelente.
—Pues aún tengo más alegatos, señoría. Por ejemplo, que te dije que te quería. Y tú lo achacas a la dicha postcoital.
—¿Lo decías en serio? ¿De verdad?
—Alice, mírame. —La tomó por el mentón e hizo que enfrentara su mirada de color pardo—. Te quiero.
—Yo también te quiero, Mark. Joder, sí, te quiero.
—Lo achacaré a la dicha precoital. —Mark esbozó una media sonrisa peligrosa, y despojó a Alice de las últimas prendas que vestía—. ¿No crees que deberías quitarme algo de ropa? Llevo siete semanas sin sexo y tengo la sensación de que voy a explotar.
—¿No has estado con nadie desde…?
—No, Alice. Y te puedo asegurar que no había estado más de dos semanas sin follar desde que estaba en el instituto. Pero, después de ti… para qué iba a estar con otras. Nunca sería lo mismo.
—Oh, Mark. Llévame a la cama de una vez. Hemos esperado demasiado.
‖
Cuando Vivian Sullivan había hablado de las peluqueras, el resto de mujeres del rancho habían imaginado que un par de trabajadoras se acercarían a la casa a arreglarles el pelo antes de la boda. Ninguna se había planteado que un camión de tres ejes, con la caja habilitada como peluquería de diseño, aparcaría en el patio frontal. Cuatro trabajadores se afanaron durante un par de horas en dejarles el pelo, el maquillaje y la manicura perfectos a Michelle, Vivian, Phoebe, Alice, Amy, Lisa, Emily e, incluso, Katie.
Cuando terminaron con ellas, ya solo tenían que vestirse antes de comenzar la ceremonia. Quedaba más o menos una hora y media, así que Vivian se adelantó para despertar a Mark. Como padrinos de la ceremonia, ellos recibirían a los invitados en la puerta del rancho, donde unos autobuses contratados para la ocasión los dejarían después de trasladarlos desde el centro de Phoenix.
Katie corrió al encuentro de Parker, que descansaba en el balancín del porche trasero con una Budweiser en una mano y un cigarrillo en la otra. Vivian sonrió al verlos acurrucados contra los cojines laterales, en una postura en la que ella misma había pasado muchas horas de verano junto a sus hijos, cuando eran pequeños.
—No fumes delante de la niña, Parker.
—Es solo hoy, mamá. Estoy histérico.
—Pues no tienes por qué. Todo lo que podía salir mal ya salió mal. —Amy, Lisa y Emily se unieron a ellos y sonrieron ante el comentario de su suegra—. De lo que queda por delante me he encargado yo, así que no tienes nada que temer.
—¿Por qué estáis todas tan enfadadas con Parker? —preguntó Katie, abrazada a su cintura.
—Eres muy pequeña para entenderlo. Pero no te preocupes, Katie, —le dijo Lisa—, vas a escuchar esa anécdota el día de Navidad el resto de tu vida.
—¿Es porque se fueron a Los Ángeles a buscar a la chica del pelo rosa?
—¿Y cómo sabes tú eso?
—Porque los oí hablar ayer por la noche. Decían que Mark se había marchado y que iban a buscarlo.
—Oh, Dios mío. —Amy se tapó la cara, ocultando una sonrisa.
—Así que tuvimos la respuesta en casa durante todo el tiempo que estuvimos volviéndonos locas.
—Katie, cariño, —volvió a la carga su madre—, ¿por qué no dijiste nada? Tú sabías que Parker no estaba.
—¡Porque era un secreto! Y Parker me hizo prometer que no volvería a contar las cosas que escucho a escondidas.
—Pero Katie… —A Parker le dio la risa y todos, menos la niña, se contagiaron.
—Los mayores sois muy complicados de entender. —Katie se levantó y se marchó hacia su habitación indignada.
‖
Emily se mordía el labio, nerviosa. Lisa y ella se vestían en el dormitorio de invitados en el que, en teoría, llevaban toda la semana durmiendo. Emily había tenido miles de dudas sobre el vestido de dama de honor. Hacía años, ocho para ser exactos, que no se ponía un vestido o una falda. Al final, Amy había elegido para Lisa y para ella unos preciosos vestidos en color lavanda. El de Lisa, con escote halter y espalda al aire. El de ella, con un solo tirante y la tela drapeada sobre su pecho. La falda de ambos vestidos caía en picos asimétricos hasta casi los tobillos, y Emily sospechaba que había sido una deferencia de Amy hacia ella y sus cicatrices. Se había atrevido, también por primera vez desde su accidente, a calzarse unas sandalias de tacón, aunque considerablemente más bajo que el que llevaría Lisa. Había conseguido que la peluquera que le habían asignado comprendiera la idea de recogido flojo que ella tenía en mente y mechones de su pelo rubio enmarcaban ahora su cara.
—Nos han maquillado fatal, ¿no?
—Parecemos unas zorras —confirmó Lisa.
—Trae esa toallita, a ver si podemos solucionarlo.
—Travis se va a caer de culo cuando te vea. Estás espectacular.
—¡Pues anda que tú! Preston debe de estar preguntándose dónde ha ido a parar la chica de las sudaderas y la ortodoncia, que hace mucho que no la ve.
—¿Has castigado mucho a Travis por la escapada?
—Si a echar dos polvos le llamas castigo…
—Qué cerda. Yo lloré como una desgraciada. Este embarazo está acabando con mi imagen de chica dura.
—¿Y qué hizo él? —preguntó Emily, pasando una brocha de maquillaje por la frente de su amiga.
—Se asustó. Me pidió perdón, me hizo un discurso romántico de los suyos y…
—Y te folló como solo un Sullivan puede hacerlo.
—Exacto. —Ambas se rieron—. ¿Vamos?
—Sí. Acompáñame, por Dios. Ha llegado el horrible momento de que mi madre conozca a los Sullivan.
Travis llamó en ese momento a la puerta, para informarlas de que el autobús en el que llegaban la madre de Emily y su marido estaba entrando ya en la finca. Incluso Lisa se dio cuenta de que a Travis le costó tragar saliva cuando abrió y vio a Emily con aquel aspecto.
—Dios mío, nena… Estás increíble. —Travis se acercó a ella en dos largas zancadas y la besó en los labios con fruición.
—¡Eh, Travis! Le vas a joder el maquillaje que llevo media hora currándome.
—Cierra el pico, Lisa —le respondió él, acercando a Emily hacia él con un nada sutil empujón en su culo.
—Vamos, Trav, tenemos que… ¡Joder! —Cuando Preston vio el aspecto de su novia, se quedó sin habla, quizá por primera vez en su vida—. Ven aquí, Lisa. Estás impresionante.
—Tenemos que bajar —recordó Emily.
—Que le den por el culo a Parker. Quedémonos aquí a echar un polvo. Las camas gemelas tienen grandes posibilidades, os lo puedo asegurar —bromeó (o quizá no) Preston, ganándose un manotazo de Lisa en plena cara.
—Ese comentario ha sido demasiado sórdido incluso para ti, Preston —le dijo Travis—. Vamos a conocer a la madre de Emily. ¿Os venís?
—No, gracias. Yo ya tengo mis propios suegros, que cada uno cargue con los suyos.
‖
Eleanor Sanders descendió del autobús con el ceño fruncido. Ver a su hija Emily al pie de las escaleras le hizo relajar un poco el gesto, y se volvió hacia su marido con una sonrisa.
—Emily, cariño, estás preciosa. —Eleanor la abrazó con fuerza. La visita de unos días antes se le había hecho demasiado corta, y la ausencia de Emily durante meses, demasiado larga.
—Hola, mamá. —Emily, como solía ocurrirle, se emocionó con el gesto de su madre—. Ven, quiero presentarte a Travis. Hola, Paul. Ven tú también con nosotras.
—Claro, Em. —Paul, su padrastro, siempre había sido una figura amable en aquellas visitas a Phoenix que Emily odiaba—. Tiene razón tu madre, estás guapísima.
—Mamá, Paul, este es Travis. Trav, mi madre, Eleanor, y su marido, Paul.
—Encantado de conocerlos. —Travis se secó la mano con disimulo en la pernera de su pantalón, antes de estrechar con fuerza las del matrimonio—. Si vienen conmigo hasta la casa, les presentaré al resto de la familia.
—Tutéame, por favor, Travis. —Paul rompió la tensión latente. Su mujer guardó silencio.
—Claro, Paul.
—Supongo que ahora mismo la casa será una locura de última hora. Vamos a ir sentándonos y ya conoceremos a todo el mundo después —dijo Eleanor, sin borrar su rictus serio—. ¡Emily, hija! ¿Esos zapatos?
—¿Qué les pasa, mamá? —preguntó Emily, con actitud retadora.
—Tienen un poco de tacón, cariño. Puedes hacerte daño. ¿Por qué no te pones unas zapatillas más cómodas?
—Pero, ¿tú has visto el vestido que llevo? ¿Te parece que me lo voy a poner con unas zapatillas de running?
—Si la otra opción es que te hagas daño en las piernas, sin duda.
—No me voy a hacer daño, mamá. ¿Crees que soy imbécil? —Emily elevó el tono—. ¿Podrías hoy, por favor, dejar el drama aparcado?
—Por supuesto, hija, como tú digas —respondió, sarcástica, Eleanor, girándose hacia el acceso a la zona donde se iba a celebrar la boda.
Travis tomó a Emily del brazo y se lo apretó con fuerza, en un gesto silencioso de ánimo que ella agradeció. Preston, Lisa y Alice fueron a su encuentro, ya preparados para comenzar el desfile nupcial. Dan, Phoebe y Patrick salieron de la vivienda junto al matrimonio Sullivan, y todos se miraron con gestos entre la ilusión y el nerviosismo. Mark bajó corriendo las escaleras de la casa y besó con brevedad a Alice. Ella se ruborizó, todavía desacostumbrada a su nuevo estatus sentimental.
—¿Cómo está el novio? —preguntó Preston, con una media sonrisa.
—Histérico. Tardaré un par de años en sacar el olor a tabaco de la buhardilla.
—¿Está guapo? —preguntó Emily, burlona.
—Muy guapo. Es un Sullivan, ¿no? —respondió Mark, abrazando a Alice por detrás y levantando las cejas en dirección a ella.
—Chicas, ¿podéis subir a por Katie?
—Claro.
Emily y Lisa ahogaron un suspiro y puede que hasta una lágrima, cuando abrieron la puerta del dormitorio de Parker y vieron a Michelle dando los últimos retoques al vestido de novia de su hija. Michelle había tenido que ahorrar hasta el último centavo de sus dos exiguos sueldos para concederse el capricho de regalarle a su hija aquel precioso diseño de Vera Wang con cuerpo de encaje y falda de tul en color blanco roto. Con escote en pico y pequeños bordados en las mangas, realzaba el cuerpo espectacular de Amy más de lo que ella misma nunca imaginó que lo hiciera. Llevaba su largo pelo rubio liso y suelto, con las puntas un poco onduladas. Justo en el momento en que Emily y Lisa hicieron aparición, Michelle se afanaba en colocar un largo velo sobre su cabeza. A su lado, Katie, vestida con un vestido rosa palo con falda de bailarina y su rizado pelo negro recogido hacia atrás con una cinta blanca, estaba incluso más radiante que su madre.
—¡Katie! Estás guapísima.
—Sí que lo estoy —afirmó ella, asintiendo convencida, lo que hizo reír a todas.
—Dios, Amy. ¡Estás impresionante!
—¿Sí, verdad? —preguntó ella, emocionada.
—Parker se va a caer de culo.
—¿Cómo está? ¿Lo habéis visto?
—Solo lo ha visto Mark, y nos ha dicho que está muy guapo y muy tranquilo.
—Estoy casi segura de que una de esas cosas es cierta, y la otra, falsa.
—Vaaale. Nos ha dicho que está muy feo, pero muy tranquilo.
—Qué idiotas sois.
—Parker no puede estar feo —Katie defendió a su persona favorita del mundo.
—¿Vamos?
—Sí. ¡Ay, Dios! ¡Qué nervios!
‖
No podía negarse que la empresa de decoración había hecho un buen trabajo. Las dos carpas paralelas en las que se desarrollaría el convite posterior a la ceremonia religiosa acogían a la mayor parte de los invitados. En el espacio que quedaba entre ellas, se celebraría el rito matrimonial. A ambos lados del pasillo, se habían habilitado mullidas sillas blancas, que contrastaban con la tonalidad general de la decoración, en verde y lavanda. Desde ellas, seguirían la ceremonia los invitados más cercanos.
Vivian y Michelle ya estaban en sus respectivos asientos, y Mark ocupando su lugar en el altar cuando Parker Sullivan enfiló el pasillo. Un complicado juego de elementos decorativos hacía que los invitados no vieran a las personas que accedían a la ceremonia hasta que estaban ya en el comienzo del corredor. Muy pocas mujeres de las presentes en aquella boda se libraron de contener el aliento en el momento en que Parker comenzó a caminar, con paso firme, aunque con una media sonrisa tímida. Levantó la cabeza y vio a Mark sonreírle, como queriendo infundirle una tranquilidad que él, sin duda, no encontraba. Estaba guapo, muy guapo. Vestía un traje negro de dos piezas, hecho a medida –una pequeña concesión a su madre–, con una sencilla camisa blanca y una fina corbata negra. Si se aguzaba bien la vista, y, sin ninguna duda, la mayoría de las mujeres presentes lo estaban haciendo, se podían adivinar los tatuajes de su pecho alrededor de la corbata, tal como había intuido su madre que ocurriría. Estiró las palmas de sus manos en el momento en que se dio cuenta de que estaba abriéndolas y cerrándolas con nerviosismo desde el comienzo de su desfile nupcial. Cuando llegó junto a Mark, su hermano lo recibió con una palmada tranquilizadora en la espalda.
Si las mujeres, o cualquier amante de la belleza masculina en general, creían que habría un momento de tregua tras la entrada del novio, estaban muy equivocadas. Travis, primero, y Preston, casi de forma inmediata, acompañados por unas radiantes Emily y Lisa, irrumpieron en el salón con unas sonrisas que derritieron los corazones que no se habían fundido bajo el sol de Arizona. Las chicas se situaron a la derecha del improvisado altar, con sus vestidos casi idénticos. Los gemelos ocuparon su lugar detrás de Mark.
—Estás guapo, enano —le susurró Preston al pasar a su lado.
—Tú tampoco estás mal, marica —le respondió su hermano, en tono un poco más alto de lo deseable. Se escucharon algunas risas en la primera fila.
—¿Os han perdonado las chicas? —preguntó Mark a los gemelos.
—A mí, sí —respondió Travis con una sonrisa socarrona—. Dos veces.
—Bien hecho. ¿Preston?
—También he cumplido. —Preston se interrumpió cuando el pastor tosió de forma ruidosa y les dirigió una severa mirada que les dejó muy claro que no estaban siendo todo lo discretos que creían.
La música cambió, y todos dirigieron la mirada al lugar por el que entraba Katie, muy concentrada en su tarea como niña de las flores. Con una pequeña cesta de mimbre blanca, llena de pétalos de flores en diferentes tonos de rosa, caminaba al ritmo exacto que le había indicado su recién estrenada abuela Vivian. Hasta que, en un movimiento involuntario, levantó la cabeza y vio a Parker.
—¡¡Paaaarker!! —chilló, haciendo a todos los presentes dar un respingo, primero, y sonreír después. A continuación, tiró la cesta y echó a correr, sin que nada ni nadie pudiera detenerla. Solo se detuvo al pie del altar, con la boca abierta de sorpresa, frente a quien ya era, a todos los efectos, su padre—. ¡Estás guapísimo!
La entonación y el volumen de sus palabras fueron tan exagerados que no quedó un solo invitado en la sala sin oírla. Todos estallaron en risas.
—Tú sí que estás guapa, princesa —le respondió Parker, cogiéndola en brazos y depositando un beso sobre aquellos rizos que, por primera vez desde que la conocía, tenían un cierto orden.
Los primeros acordes de la marcha nupcial de la Marcha Nupcial de Wagner resonaron como si la acústica de aquella pradera arizoniana fuera la de una catedral gótica. Parker se volvió hacia el lugar por donde sabía que estaba a punto de aparecer la mujer de su vida y, en contra de toda lógica, los nervios abandonaron por completo su cuerpo.
—Por ahí va a entrar mamá —le susurró a Katie, estrujándola contra su cuerpo.
La aparición de Amy, del brazo de su suegro, despertó murmullos entre la audiencia. Estaba preciosa, y su sonrisa la delataba como a una persona a punto de cumplir un sueño, pero ella solo tenía ojos para Parker. Notó cómo algo hormigueaba detrás de sus párpados y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no llorar. A pocos metros de ella, esperándola para pasar el resto de su vida juntos, estaba el hombre que había cambiado el rumbo de su futuro. El chico tatuado al que conoció en su primer día de clase en la universidad y con el que discutió, se peleó y se desesperó hasta que ambos se rindieron a la evidencia de que no podían vivir el uno sin el otro. El supuesto chico malo que prefería ahora pasar las tardes jugando a las princesas con su hija de seis años que salir de fiesta con sus amigos. Su mejor amigo, su apoyo, su debilidad… el hombre de sus sueños.
Llegaron al altar en un suspiro, y Amy quiso, a la vez, que el tiempo se detuviera y que corriera lo máximo posible. George abrazó en silencio a su hijo pequeño, y los gemelos esbozaron una sonrisa burlona al detectar cierta humedad en los ojos de su padre. Amy bajó la mirada a sus pies, abrumada por el torrente de emociones que apenas lograba contener.
—Estás perfecta, nena. —Parker depositó un beso en sus labios que hizo cabecear al pastor—. Estás tan guapa que me voy a desmayar.
—Tú sí que estás guapo, Park —le respondió, con voz tímida—. Katie, cariño, tienes que bajar al suelo.
—Déjala. Ella quiere estar aquí, —dijo Parker, señalando con la mirada al hombro sobre el que ella apoyaba la cabeza—, y yo quiero que esté.
—Mamá parece una princesa. —Katie, por supuesto, no respetó el tono de susurros de la conversación de sus padres e hizo sonreír de nuevo a los invitados que la escucharon.
El pastor comenzó con las fórmulas habituales en una ceremonia de matrimonio, antes de dar paso a los votos. Parker era bueno con las palabras, muy bueno. No tan experto en discursos como Preston, claro, pero las asignaturas de oratoria en la escuela de Leyes habían sido siempre sus favoritas. Había solucionado el tema de los votos en una tarde ociosa de primavera en Nueva York. Tenía muy claro lo que quería decir y no pensaba permitir que las palabras supusieran un obstáculo. Los nervios y la emoción del momento ya eran otro asunto, claro.
—Amy Louise Morgan, cuando te conocí, yo creía saber muchas cosas, pero tardé poco tiempo en darme cuenta de que no tenía ni idea de qué iba el mundo. Tú me enseñaste más cosas en cuatro citas improvisadas de las que había aprendido en cuatro años en una de las mejores universidades del país. Me enseñaste que la vida es mejor si la recibes con una sonrisa, incluso aunque no tengas demasiados motivos para sonreír. Me enseñaste que, si tienes un sueño, es tu obligación perseguirlo. Me enseñaste que confiar tus mayores miedos a la persona de la que estás enamorado puede hacerte más digno de su amor. Me has regalado las dos cosas más importantes que tendré en toda mi vida: tu amor y a Katie. Lo único que puedo prometerte es que dedicaré toda mi vida a ser digno de lo que tú me has dado.
Parker acabó sus votos con apenas un hilo de voz, aunque eso no fue óbice para que todos los presentes escucharan lo que había dicho y que varios pañuelos, empezando por los de las madres de los contrayentes, abandonaran sus bolsos en dirección a sus ojos. Lisa maldijo en silencio a sus hormonas cuando se vio obligada a acercarse hasta su madre para coger el pañuelo que ella le entregaba. Bueno, y también maldijo un poco a Parker, que le guiñaba un ojo mientras ella volvía a su lugar junto a la novia.
Amy, al contrario que Parker, había tardado meses en escribir sus votos. Estaba tan agradecida a la vida por haber encontrado a una persona como Parker Sullivan con quien compartirla que se sentía incapaz de expresarse con palabras. Había llegado el momento y sabía que la voz le titubearía después de escuchar lo que Parker había dicho.
—Parker Andrew Sullivan, hace un año y medio, ni siquiera soñaba con que alguien como tú se fijara en alguien como yo. Sentía que pertenecíamos a mundos diferentes, y nadie me había explicado que, incluso en universos paralelos, pueden encontrarse dos almas iguales. Desde el día en que me rendí a la evidencia de que no podía vivir sin ti, has sido mi mejor amigo, mi cómplice, mi apoyo, la persona con la que más he hablado, más he reído, más he llorado y más he amado. Me has dado muchas cosas desde que te conozco, pero la más importante de todas es que te has dado a ti mismo: a mí, como esposo, y a Katie, como padre. Te quiero.
Con las palabras del pastor como telón de fondo y el Canon de Pachelbel como banda sonora, intercambiaron los anillos mirándose a los ojos. Parker demostró no haber dejado del todo de ser el Sullivan rebelde cuando ignoró las últimas palabras del pastor, dejó a Katie en brazos de Mark y se acercó a Amy con tal intención de besarla que hizo que a ella se le derritieran partes bastante indecorosas de su anatomía. Cuando el pastor, inasequible al desaliento, pronunció el célebre «puedes besar a la novia», la lengua de Parker llevaba ya un buen rato enterrada entre los labios de Amy.
Entre los aplausos de todos los presentes y alguna que otra lágrima derramada, se dirigieron todos a las carpas laterales, en las que se servía ya un cóctel informal. Todo lo informal que Vivian Sullivan había autorizado, claro. Entre Parker y Amy habían conseguido convencerla de que sentar a casi quinientas personas en un día de asfixiante calor sería una locura. Así que el catering había dispuesto mesas y sillas en una especie de desorden organizado, mientras que la comida se dispondría en dos enormes mesas centrales, una en cada carpa y decenas de camareros recorrerían el espacio sirviendo las bebidas. Una de las grandes ventajas de esa disposición, que Parker y Amy no tardaron en agradecer, fue la posibilidad de pasar el tiempo del día más importante de sus vidas con las personas que eligieran. Y, como era fácil imaginar, esas personas no fueron otras que los hermanos Sullivan y sus parejas.
—Bueno, enano, ya está hecho. ¿Se te han pasado los nervios? —le preguntó Mark con una sonrisa de oreja a oreja, agarrado de la mano de Alice.
—¿Quién te ha dicho a ti que estaba nervioso? —le respondió burlón.
—¿Preparados para ser los siguientes, chicos? —Preston se dirigió a su hermano gemelo y a Emily.
—¡Huy! De eso empezaremos a hablar mañana. Déjame respirar hoy. —Emily hizo gestos con su mano para apartar la idea de una organización de boda en la que prefería no pensar por el momento—. Además, aún no he tenido valor para comentárselo a mi madre.
—Pues quizá este sea el momento ideal. Viene hacia aquí.
—Mierda —susurró Emily, aunque todos los presentes la escucharon. Por suerte, su madre no lo hizo.
—Hola, mamá. Deja que te presente a los hermanos de Travis. —Lisa fue consciente del temblor en la voz de su mejor amiga—. Estos son Mark, Preston y Parker.
Eleanor estrechó con frialdad la mano de los dos mayores e ignoró a Parker, que hizo descender su brazo poco a poco, avergonzado.
—¡Mamá!
—Hija, venía a decirte que nosotros ya nos marchamos.
—¿Tan pronto? Todavía quedan los discursos y el brindis —trató de convencerla Travis.
—Eleanor. ¿Cómo estás? —Patrick se aproximó a su exmujer y la besó con brevedad en la mejilla. Su relación siempre había sido buena, pero en ese momento se encontraba muy enfadado por lo que acababa de escuchar. Había compartido unos cuantos días con los hermanos Sullivan y, aunque nunca podría olvidar el sufrimiento de su hija en el pasado, le quedaban pocas dudas de que eran unos buenos chicos. Incluso Travis, al que había observado con lupa, no le había dado más motivos para juzgarlo que su famosa escapada nocturna junto a sus hermanos. Y, por ella, ya había tenido que rendir cuentas ante mucha gente.
—Hola, Patrick. Le decía a Emily…
—Ya he escuchado lo que le decías a Emily. Creo que se te ha olvidado saludar a Parker, ¿me equivoco?
—Patrick, no hagas las cosas más complicadas de lo que ya son, por favor —protestó Eleanor, provocando las miradas de incomodidad del resto de los presentes. Amy agarró con fuerza la mano de Parker, decidida a que nada ni nadie lo dañara de nuevo.
—Eres tú quien hace las cosas complicadas, mamá. Y estoy empezando a hartarme. Te pido por favor que os quedéis hasta el final de la boda. Hay algo que queremos deciros.
—Di lo que tengas que decir, Emily, pero no nos obligues a quedarnos. Sabía que era una mala idea venir aquí, con las personas que… que hicieron que ahora estés así. No me siento cómoda.
—¿Sabes qué, mamá? Tienes toda la razón. —Señaló a su grupo de amigos, demasiado enfadada como para avergonzarse todavía por el comportamiento de su madre—. Son estas personas las que hicieron que ahora esté así. Así. Feliz. Con el amor de mi vida de la mano y rodeada de amigos.
—No sé cómo puedes decir que eres amiga…
—No te atrevas a terminar esa frase. Parker es uno de mis mejores amigos, —Emily lo miró, y él esbozó una breve sonrisa de gratitud en medio de su sonrojo—, y todo lo que teníamos que hablar ya lo hicimos entre él y yo. Si tú quieres seguir pensando que soy una pobre chica inválida… quizá entonces tengas razón y lo mejor será que te vayas.
—Hija, no entiendes cómo me sentí después del accidente.
—¿Tú? ¿Cómo te sentiste tú? Creo que eres tú la que nunca entendió cómo me sentí yo. Y, por cierto, Travis y yo vamos a casarnos. —Emily levantó su mano derecha y le mostró a su madre el anillo de compromiso. Eleanor contuvo el aliento, y Paul le sonrió a Emily en una mueca avergonzada—. Tienes hasta diciembre para decidir si estás dispuesta a pasar por el mal rato de asistir a una boda con los Sullivan.
—Hija…
—Os acompañaré al autobús.
Todos los presentes guardaron silencio mientras veían a Emily alejarse con su madre y su padrastro. Alice y Patrick los pusieron al corriente de la extraña relación entre ellas, y animaron a Parker, quien, como siempre que se trataba el tema de su accidente, se mostraba sombrío y avergonzado.
—No dejes que esa zorra te amargue el día, Park. —Lisa se acercó a él y lo abrazó con brevedad.
—¡Lisa! —Patrick la reprendió, aunque en su interior comprendía muy bien a la mejor amiga de su hija.
—¡Venga ya! Llevo viendo a Emily llorar por su culpa desde antes incluso del accidente. Es una bruja.
—Bueno, esto solo lo pueden solucionar unas copas —atajó Preston, indicando a un camarero que en esa pequeña reunión hacía falta mucho alcohol. Todos se dirigieron a la bandeja que portaba; todos excepto Parker, que seguía con la mirada fija en el suelo. Preston aprovechó que los demás estaban distraídos para acercarse a él—. ¿Estás bien, Park?
—No. Odio ese puto tema.
—¡Eh! Mírame. —Parker levantó los ojos hacia su hermano—. Aquello lo hemos olvidado todos. Ya has oído a Emily. Aunque solo sea por ella, vas a sonreír y a animarte, ¿me oyes? —Parker asintió con la cabeza, y Preston lo abrazó. Travis se unió a ellos en silencio.
—Tu chica es fantástica, Trav. Lo sabes, ¿no?
—No tenía ni idea, Parker —ironizó Travis, con una sonrisa cariñosa dirigida a su hermano—. Le puse un anillo en el dedo por pura casualidad.
Emily regresó, la tensión se disipó y todos los invitados dieron cumplida cuenta de las toneladas de comida que se habían dispuesto para ellos. Alice observaba la escena que se desarrollaba a su alrededor con incredulidad. Veinticuatro horas antes, había mantenido sexo telefónico con Mark; veinte horas antes, le había enviado un mensaje rompiendo toda relación entre ellos; once horas antes, él se había presentado en la puerta de su casa de Los Ángeles; y, en ese momento, no solo sabía que iba a iniciar con él un proyecto personal, profesional o de cualquier tipo, sino que presentía que iba a ser para toda la vida.
—¿En qué piensas? —ronroneó él en su oído.
—¿La verdad? En toda la locura que han sido las últimas horas.
—¿Arrepentida ya?
—No. —Alice borró la sonrisa de su cara y le habló en tono solemne—. Aterrorizada de pensar en lo que me habría perdido si no me hubiera dejado convencer por el insistente Mark Sullivan.
—¿Sabes de qué tengo ganas? —Mark se aproximó más a ella y le susurró al oído—. De que acabe toda esta mierda y tenerte solo para mí.
—¿Ah, sí? —Alice estrechó sus dedos tras la nuca de Mark—. ¿Y qué tienes en mente?
—Creo que lo primero que haré será deshacerme de este vestido. —Mark sostuvo uno de los tirantes del vestido de Alice con su dedo índice y la apretó contra su erección—. Y, luego, supongo que te follaré hasta que te olvides de tu propio nombre y solo recuerdes el mío porque lleves horas gritándolo.
—Como no os separéis un poco, vas a dar el discurso de padrino con una erección de caballo —les dijo Preston, entre risas, desde su espalda.
—Muy gracioso, Preston. ¿Falta mucho para esa tortura?
—Muchas gracias por llamar tortura al hecho de que te eligiera como padrino, Mark. —Parker se unió a ellos y le ofreció un vaso bien lleno de whisky con hielo a su hermano mayor—. Toma. Esto te ayudará.
—Me lees el pensamiento, enano. —Mark vació su vaso de un solo trago.
—¿Listo?
—¿Ya?
—Sí. Es tu turno de hacer un discurso melodramático en público. Una cosa muy Sullivan.
Los padres, padrinos y damas de honor formaron un pequeño semicírculo en el lugar donde se había celebrado la ceremonia religiosa y acogieron a Parker, Amy y Katie en medio. George Sullivan golpeó su copa con un tenedor para llamar la atención de los presentes y cedió la palabra a su hijo mayor. Mark carraspeó un par de veces antes de empezar a hablar.
—Buenas tardes a todos. Como muchos de vosotros sabréis, soy el hermano tímido de la familia, así que puede que nunca le perdone a Parker que no eligiera a Preston como padrino. Si fuera él quien diera el discurso, puede que Parker acabase siendo elegido alcalde o algo así. —La mayoría de los presentes esbozaron unas sonrisas que fueron a más cuando vieron a Preston enseñar su dedo corazón a su hermano mayor. Vivian Sullivan se lo bajó de un manotazo, y Mark continuó con su discurso—. El día que nació Parker, había una tormenta horrible en Phoenix. Yo estaba asustado y corrí buscando a mi madre, pero ella corría más que yo porque, según supe después, Parker había decidido venir al mundo. No estaba previsto hasta un par de semanas más tarde, pero Parker siempre ha hecho las cosas cuando le ha dado la gana. Travis y Preston dormían en sus cunas, algo poco habitual, y nuestros padres se marcharon al hospital dejándonos al cuidado de un par de niñeras. Yo no tenía ni cuatro años y estaba enfadado. No tenía celos, pero estaba harto de aguantar a los gemelos llorando todo el día, y me horrorizaba pensar en otro bebé en casa. Cuando nuestros padres volvieron con Parker en brazos y lo dejaron en su cuna, me acerqué poco a poco a ver de qué iba aquel asunto. Y allí me quedé, fascinado, durante horas. A mi madre le encanta contar esa anécdota cada Navidad. Cuando nacieron Travis y Preston, yo era demasiado pequeño para acordarme, así que supongo que nunca había visto un bebé. Creo que ese momento es el primer recuerdo real de mi infancia.
»Según fueron pasando los años, descubrí lo complicado que es ser el hermano pequeño. Parker se cayó unas doscientas veces de la bici, empeñado en hacer las mismas animaladas que hacíamos Travis, Preston y yo. Pero, aunque nosotros le enseñáramos los mejores trucos, fue de él de quien aprendimos que da igual cuantas veces caigas, porque lo importante es cuántas te levantes. Con el paso del tiempo, Parker se convirtió en una especie de dolor de cabeza para todos. Donde había un lío en el que meterse, allí estaba él. Papá, mamá, ahora que es un hombre de bien, quizá os cuente de cuántas cosas me eché la culpa para que no lo castigarais. Sé por experiencia que cuando alguien da algunos tumbos en la vida, es porque no ha encontrado su lugar en el mundo. El año que volví de la universidad fue el año anterior a que Parker se fuera. Los gemelos estaban en Nueva York, y nosotros fuimos casi hijos únicos durante un año. Él tenía dieciocho años, y yo ya tenía veintidós, pero ese año compartimos más cosas de las que nadie sabrá nunca. Los dos estábamos muy jodidos por razones que ahora no vienen al caso. Él se desahogaba contándome lo suyo, y yo, callándome lo mío. Pero los dos estuvimos ahí, el uno para el otro, y sé que lo estaremos siempre. Yo creo que estoy bastante cerca de encontrar mi lugar en el mundo, pero esa es una historia que contaremos en otra ocasión. —Mark localizó a Alice y le sonrió con la mirada fija en sus ojos—. Parker encontró su lugar en el mundo hace algo más de un año. La primera vez que regresó a casa después de conocer a Amy, supe que daría igual cuántos avatares les presentara la vida: Parker había encontrado su lugar. Hace unos días les dije que, en mi opinión, lo tenían todo. Y es la verdad. No solo se quieren con locura, sino que además son los padres de una niña perfecta. Como siempre decimos, Parker solo sabe hacer las cosas a lo grande. Aún no tiene veinticuatro años y, de repente, está casado y tiene una hija de seis. A mí aún me cuesta creerlo a veces. —Mark tomó aliento y afrontó el final de su discurso—. Dicen que los amigos son la familia que eliges. Yo he tenido la suerte de que los hermanos que me cayeron en suerte sean mis mejores amigos y, si los hubiera elegido yo, no lo habría hecho tan bien. —Mark tomó la copa de champán que le acercaba su madre y la alzó ante todos los presentes—. Así que permitidme proponer un brindis por el más pequeño de ellos, por la maravillosa mujer con la que ha decidido pasar el resto de su vida y por la familia que han formado. Por Parker, Amy y Katie Sullivan.
Todos los presentes brindaron y, una vez más, se vieron lágrimas de emoción entre ellos. No hubo más discursos, y, tras el brindis y un agradecimiento emocionado a Mark, Parker y Amy se prepararon para el baile. La elección de la canción con la que abrirían su vida de casados fue una de las pocas parcelas en las que Vivian les había dejado opinar. Así que ellos habían dedicado meses a enfrentar sus muy diferentes gustos musicales hasta llegar a una conclusión que había convencido a ambos. Bohemian Rhapsody no era una elección tradicional, desde luego, pero el día que la escucharon versionada por la orquesta que la interpretaba en ese momento, supieron que habían acertado.
Amy condujo a un Parker visiblemente avergonzado al centro de la pista habilitada al efecto. Bailaron durante poco más de un minuto, antes de que él hiciera un gesto a sus hermanos pidiendo un rescate. Nunca le había gustado ser el centro de atención, y mucho menos en un arte para el que carecía de las habilidades suficientes. Preston no tenía ese problema. Tampoco lo tuvo en quitarles protagonismo a los novios, arrastrando a Lisa por la pista con ese encanto natural que no se avergonzaba en mostrar en público. Travis y Emily se quedaron en un rincón, meciéndose uno en brazos del otro. Mark trataba, entre risas, de convencer a Alice, hasta que ella, al fin, aceptó.
—Me estoy muriendo de vergüenza. Todo el mundo debe de estar preguntándose quién soy.
—No te preocupes por eso. Yo tampoco conozco a casi nadie.
—Tu madre ha flipado con mi aspecto.
—Es muy probable. Pero tiene ese hijo, —Mark señaló con un gesto a Parker, que se deslizaba hacia los laterales de la pista, tratando de evitar el protagonismo—, así que no se asusta con facilidad.
—Me gusta tu familia, Mark. ¿Vienen mucho por aquí?
—Solo en las vacaciones. No suelen estar por aquí más de una semana de cada vez. No te preocupes, me tendrás casi siempre para ti sola.
—¡No lo preguntaba por eso!
—Mañana dormiremos todos la resaca de la boda, y el lunes ya se va todo el mundo.
—Y el martes empezamos con la locura del centro de terapia.
—¿Ilusionada?
—Mucho. No te puedes imaginar cuánto tiempo llevaba esperando encontrar un proyecto como este.
—No te puedes imaginar cuánto tiempo llevaba yo esperando encontrar a alguien como tú.
—¿Ah, sí? ¿Cuánto? —le preguntó, mientras él la deslizaba por la pista entre giros algo teatrales.
—Veintisiete años y medio, más o menos.
—Eso no tiene demasiado mérito. Yo he estado esperando casi treinta y cinco.
—Eso suena jodidamente parecido a una declaración de amor.
—¿Te sorprende? He dejado toda mi vida en standby para presentarme delante de tu familia como tu novia oficial.
—No sé… Me he pasado todo este tiempo siendo yo quien te perseguía. Me sorprende verte tan segura.
—No te estarás arrepintiendo, ¿verdad? —Alice frunció el ceño, y Mark lo acarició con la yema de su dedo hasta hacer desaparecer el gesto.
—Claro que no. No creo que vaya a arrepentirme en toda mi vida.
—Por cierto, en algún momento tendremos que ir a Los Ángeles a recuperar mis cosas. Solo tengo este vestido.
—Seguro que las chicas pueden prestarte algo para salir del paso. Pero sí, yo también quiero recuperar mi moto.
—Y tendré que ir a Boston a cerrar mi piso y decidir qué hago con él.
—¿Es tuyo?
—Sí, era el piso de mis padres.
—Véndelo. No pienso dejarte escapar de aquí nunca más.
—¿Tú crees que…
—¿Intentas preguntarme si alguien se daría cuenta si desaparecemos? —Mark la miró a los ojos con una media sonrisa burlona y empezó a girar con ella en brazos hacia un extremo de la pista.
—¿No se darán cuenta?
—Claro que se darán cuenta. Pero nadie se va a acercar por la casa en unas cuantas horas y no pienso desaprovechar la oportunidad —le dijo, mientras abandonaban la carpa y salían a la cálida tarde-noche.
—Esto es precioso, ¿sabes? —Alice giró sobre sí misma para no perderse ningún detalle del que iba a ser su hogar en un futuro que no se atrevía a cuantificar en tiempo.
—Pues espera a ver el valle. Se llega cabalgando unas cuantas horas desde aquí. Es urgente que aprendas a montar. A caballo, me refiero —aclaró, burlón.
—Quizá ya sepa algo. —Alice se ruborizó—. Tomé algunas clases de equitación en Los Ángeles.
—¿En serio?
—Sí. Y también estoy haciendo un curso a distancia de rehabilitación de lesiones medulares a través de equinoterapia.
—¿Y todo eso lo hiciste cuando no querías saber nada más de mí?
—Pillada. —Alice le sonrió, y él le imitó el gesto. Se acercó a ella y la abrazó por detrás, dejando las palmas de sus manos firmes sobre la parte baja del vientre de ella—. Supongo que, en el fondo de mi alma, siempre supe que nos quedaba algo por vivir.
—Alice. —Mark rodeó la vivienda, pero no abrió la puerta. Atrapó a su novia contra la puerta del porche delantero y acarició sus labios con la yema de los dedos—. ¿Crees que es posible enamorarse de alguien en diecisiete horas?
—Tiene que serlo. Es eso lo que nos pasó, ¿no?
—Es eso lo que me dio tanto miedo. ¿Podrás perdonarme algún día?
—No me vuelvas a pedir perdón, Mark. Estás perdonado.
—¿De verdad?
—Bueno, si quieres, te dejo que te trabajes un poco el perdón —coqueteó ella, sin saber que se estaba lanzando a su propia perdición.
—No tienes ni idea de lo que acabas de hacer.
Mark no habló más. Se limitó a levantar el vestido de Alice por encima de su cintura. Le susurró al oído que nadie los vería donde estaban, y ella se lanzó a su boca como un náufrago a su única oportunidad.
—Esto va a ser rápido y… duro —le dijo él, desabrochándose el pantalón de su traje a medida. Se sujetó el miembro con la mano derecha, mientras con la izquierda jugaba con los pliegues del sexo de ella. Mostró una sonrisa matadora cuando comprobó hasta qué punto estaba húmeda.
La penetró contra la pared hasta hacerle daño en la espalda, jadeando al ritmo de sus embestidas, fuertes y regulares. Mordió su cuello sin preocuparse de dejarle marcas. Ella clavó sus uñas en la americana de él con tanta ansia que creyó haber desgarrado la tela. Mark tenía razón. Fue duro, sin duda, y fue rápido. La beso hasta beberse los gritos del orgasmo de ella, y ella acogió en su interior el de él. Tardaron una eternidad en recuperar la respiración y, cuando lo hicieron, supieron que todo aquel que los mirara sabría por sus sonrisas lo que acababa de suceder.
—Voy a tener que ir arriba a recomponerme.
—Sabes que, si vas arriba, te voy a acompañar y va a haber un segundo asalto, ¿no?
Y, por supuesto, así fue.
Cuando Mark y Alice regresaron a la fiesta, la mayoría de invitados de cierta edad habían decidido marcharse. Los pocos que quedaban ocupaban las mesas y sillas más próximas al fondo de la carpa, mientras que los más jóvenes se movían al ritmo de los temas de rock favoritos de Parker, interpretados con dudoso gusto por la orquesta contratada. Mark sonrió al ver a su hermano menor, ya sin americana, con solo un par de botones de la camisa abrochados y con la corbata anudada a la cintura, con un cigarrillo colgando de sus labios, y jaleado por sus antiguos compañeros de fraternidad. Había cosas que era imposible cambiar.
—¿Nos sentamos un rato? Me has dejado agotado, insaciable novia mía.
—Mira quién va a hablar de insaciables.
—¿Lo estás pasando bien?
—¡Sí! Está siendo una boda genial.
—¿Abuelo? —Mark se giró al sentir una mano posarse sobre su hombro. Se topó de frente con la mirada verde de su anciano abuelo, tan parecida a la de sus tres hermanos menores. Él era el único que había heredado los ojos oscuros de su madre.
—¿Pero de dónde se ha sacado tu madre a tanta gente? He intentado saludarte antes, pero siempre me paraba alguien para hablar de cosas que no me interesan lo más mínimo.
—¡Eres incorregible! —Mark se carcajeó y bajó la mirada al vaso que sostenía su abuelo—. ¿Eso es whisky?
—Por supuesto. Single malt, claro. No esa mierda que están bebiendo vuestros amigos.
—¿Te has traído tu propia botella o qué? —Mark sonreía ante la singular personalidad de su abuelo.
—No digas tonterías. Hice que tu padre la encargara a Escocia y se la entregara a un camarero con la orden de que solo me lo sirviera a mí. ¿Quieres probarlo?
—Bueno… no te voy a decir que no a eso.
—Vas a entender lo que es bueno. —Nathaniel Sullivan hizo un discreto gesto a un camarero, y pronto Mark se vio con un vaso de delicioso whisky escocés en las manos—. ¿No me vas a presentar a tu amiga?
—No es mi amiga, abuelo. Es mi novia, Alice. —Alice se levantó y se dirigió al abuelo de su novio con timidez—. Alice, mi abuelo, Nathaniel Sullivan.
—Encantada, señor Sullivan.
—Jesús, hija. ¿Tienes perforada la lengua?
—Abuelo, —intervino Mark, salvando a Alice de tener que responder a su pregunta—, no seas impertinente.
—Si yo ya no digo nada… Ese descerebrado que finge tocar la guitarra en el aire y que tiene todo el pecho tatuado es mi nieto favorito. Me ha dejado sin posibilidad de juzgar a nadie por su aspecto.
—Así que Parker es tu favorito, ¿eh? —bromeó Mark—. Dios, abuelo, este whisky es increíble.
—Y espera a que tu padre y tu tío desaparezcan de aquí y te enseñe los habanos que me ha conseguido mi contacto en el mercado negro.
—Tengo un abuelo con contactos en el mercado negro. Fantástico. Después la gente se asusta de las cosas que hacemos los jóvenes Sullivan.
—Bueno, entonces, ¿esta chica es tu novia?
—Sí, —reconoció él entre risas—, desde hace unas pocas horas, pero lo es. Y también va a ser mi socia en el rancho. El martes empezaremos a poner todo en marcha.
—De eso quería hablarte. Bueno, no quería hablarte. —Vio a su abuelo hurgar en el bolsillo interior de su americana—. Quería darte esto.
—Pero… —Mark tomó el cheque de doscientos mil dólares que le tendía su abuelo, y Alice le dio un breve beso antes de dirigirse, con discreción, a hablar con las chicas—. Esto es muchísimo dinero.
—Os servirá para empezar. Si necesitas más, no dudes en pedírmelo. Tu padre me ha puesto al corriente de lo que queréis hacer, y me parece una idea excelente.
—Muchísimas gracias, abuelo. —Mark se acercó a él y lo besó en la mejilla.
—Y, ahora, cuéntame. ¿Va en serio lo de Alice?
—Todo lo en serio que puede ir algo que está empezando. Pero… creo que sí. No. Sé que sí. Va muy en serio. Hay muchas posibilidades de que sea la mujer de mi vida.
—Caramba. Jugáis fuerte tus hermanos y tú. Ya era hora de que sentarais la cabeza.
—Me habla de sentar la cabeza un hombre de ochenta y siete años que compra cigarros cubanos ilegales.
—Sí, —Nathaniel se rio a carcajadas y miró con picardía a su nieto mayor—, hablando de eso… Estoy seguro de que tus hermanos y tú tenéis algún lugar donde esconderos a hacer fechorías. ¿Me lo enseñas y les damos uso?
—Claro —le respondió Mark, uniéndose a las risas.
No habían llegado todavía al porche trasero de la casa cuando se les unió Preston. Aquel porche había sido lugar ocasional de reunión en su adolescencia, aunque, entonces, tenían que ser más discretos y solían escaparse a los establos a urdir sus aventuras. Pero, durante toda esa semana en que los cuatro hermanos habían convivido mientras esperaban la boda de Parker, el porche trasero, con su suelo de teca, su balancín y su escasa iluminación, se había consagrado como el nuevo templo de los hermanos Sullivan.
—¿Qué tramáis, escapándoos al porche con una botella de whisky? —les preguntó Preston, burlón, echando un vistazo a la botella—. De un whisky de puta madre, por cierto.
—Ya tardaba en aparecer el chico de los discursos —comentó su abuelo.
—No me lo vas a perdonar nunca, ¿verdad? —Preston pasó un brazo por el hombro de su abuelo, que se desembarazó de él como de una mosca molesta.
—No creo. Aunque esa chica es guapísima, supongo que te compensa.
—No lo dudes.
—¿Dónde está tu gemelo? Creo que es la primera vez que os veo separados desde que nacisteis.
—¿Me llamabais? —Travis apareció, a la carrera, detrás de ellos.
—Travis se va a escandalizar cuando sepa que vas a beber y a fumar, abuelo.
—No seré yo quien tenga pelotas a echarle una bronca a este hombre —desmintió Travis.
—¿Qué coño pasa aquí? ¿Los casados no tenemos ya derecho a formar parte de estas reuniones? —Parker apareció jadeando junto a ellos, vestido solo con los pantalones del traje. La camisa, la corbata y la americana parecían haber pasado a mejor vida.
—Pensábamos que tendrías dos dedos de frente y estarías disfrutando de la noche de bodas —se burló Preston.
—Ya habrá tiempo. ¿Y ese whisky?
—¿Quieres probarlo? —le ofreció su abuelo.
—¿Te queda claro quién es el favorito, Preston? A nosotros ni nos ha ofrecido.
—Hay para todos, tranquilos —dijo su abuelo, dejándose caer en el balancín. Sus cuatro nietos mayores tomaron asiento a su lado o en el suelo frente a él.
—¿Por qué no dejáis de quejaros por todo y ponéis al abuelo al día de las novedades? —contraatacó Parker, encendiendo un cigarrillo que le supo a gloria, sobre todo porque, en pleno efluvio de amor matrimonial, acababa de prometerle a Amy que dejaría de fumar en cuanto volvieran a Nueva York.
—¿De que este —señaló a Travis— se va a casar, y este —hizo lo mismo con Preston— va a tener un hijo?
—¿Papá te lo ha contado? —preguntó Mark.
—¡Qué va! A mí ya nadie me cuenta nada. Pero el diamante que lleva esa chica en el dedo casi deslumbra a medio Arizona. ¿Harry Winston, Travis?
—Evidentemente —respondió su nieto con suficiencia.
—Te hemos educado bien. —Nathaniel hizo una pausa para encender, y degustar, su habano. Les ofreció otro a sus nietos, y Mark y Preston aceptaron sin dudarlo—. Y la otra chica, la pelirroja, no ha probado ni una gota de alcohol en todo el día. Y no creo que Preston se haya enredado con una chica abstemia.
—¿Estás seguro de que no fuiste espía en la guerra? —Preston fue el primero en beber directamente de la botella, e incluso su abuelo acabó imitando el gesto.
—Si os respondiera a esa pregunta, tendría que mataros. —Nathaniel sonrió con superioridad, y todos reconocieron en su gesto el parecido con Preston—. ¿Estáis seguros de las decisiones que habéis tomado?
—Sí —respondieron los gemelos al unísono.
—Bueno, pues confiemos en que no la hayáis jodido. Por cierto, Parker, esa hija tuya —Parker sonrió orgulloso al escuchar el reconocimiento de su abuelo hacia Katie— es como el mismísimo demonio. Me ha tenido bailando subida a mis pies la mitad de la tarde.
—Y eso que no sabes hasta qué punto ha heredado tus dotes de espía.
—¿Volvemos al salón? Todavía queda una sorpresa para ti, Park —preguntó Preston.
—Qué miedo me dais vosotros dos.
De regreso a la carpa, en la que quedaban los más cercanos y los más jóvenes, Preston pidió permiso a la orquesta para tomar el micrófono.
—Como ya todos sabéis, soy el experto de la familia en discursos melodramáticos, pero hoy no me voy a extender. Travis y yo hemos preparado una pequeña sorpresa para Parker, así que… mejor dejemos que las imágenes hablen por sí mismas.
Las luces de la carpa disminuyeron de intensidad y un proyector emitió un haz de luz sobre una pantalla improvisada. Las primeras notas de Brother, de Alice in Chains, empezaron a sonar, justo en el momento en que la imagen de un bebé, sonrosado y con los labios apretados, aparecía en el centro. A esa le siguieron los mejores recuerdos de las infancias de los hermanos: Parker con un diminuto gorro de Santa Claus en brazos de Mark, con Preston y Travis sentados a sus pies portando unas diademas de reno; los cuatro hermanos subidos en sendas bicicletas con pose de rebeldes sin causa; Parker y los gemelos en Disneyworld, posando junto a Mickey Mouse, en un viaje que Mark se había perdido por un castigo implacable de su madre; Parker en su primer día de instituto, acompañado por Travis y Preston vestidos con su uniforme de futbolistas; los cuatro hermanos celebrando un cumpleaños de Mark, en la primera noche en que salieron de fiesta juntos; Parker tumbado por primera vez en la camilla de un salón de tatuajes, enseñando a la cámara un diseño tribal en su pecho; Parker y Mark subidos a dos preciosos caballos negros; Parker fumando un cigarrillo, sentado sobre la moto de Mark; Parker y Amy en la biblioteca de Columbia, discutiendo con las manos, pero sonriéndose con la mirada; Katie sentada sobre los hombros de Parker, frente a la montaña rusa Cyclone de Coney Island; y, por último, los cuatro hermanos, sonrientes y guapísimos, frente a las fuentes del Bellagio, en la única foto de la despedida de solteros en que aparecían todos juntos.
El final de la reproducción y de la canción que la acompañaba marcó, en cierto modo, el final de la celebración. La orquesta siguió interpretando baladas clásicas, pero ya solo quedaban algunas parejas aisladas bailando. Las chicas intercambiaron una significativa y burlona mirada al percatarse de que una de las parejas la formaban Patrick y Michelle. Los hermanos Sullivan no fueron tan discretos cuando sus ojos recalaron en el curioso dúo que componían Richard Bryant y Lynette Lancaster. Katie dormía sentada en el regazo de su abuela Vivian.
—Ha salido todo muy bien, ¿verdad?
—Ha salido perfecto, mamá —se apresuró a responder Parker, agradecido—. Y es todo mérito tuyo.
—Siento haber estado tan pesada esta semana.
—¿Esta semana, mamá? —se burló Mark—. Has sido pesada los últimos nueve meses.
—O los últimos treinta años —añadió Preston, ganándose una colleja de su padre. La enésima del día, por cierto.
—No seáis gilipollas. Mamá, ahora tiene que prometerme que harás por Travis lo mismo que has hecho por mí —le dijo Parker, agachándose para abrazarla y sacando la lengua a su hermano. Acababa de traspasarle un dolor de cabeza para unos cuantos meses.
—Y tú tienes que prometerme que bailarás esta canción con tu pobre madre —le pidió Vivian, pasándole a Katie a Amy—. Y no me vengas con que no sabes bailar.
—Está bien —aceptó él, tomándola de la mano y dirigiéndose a la pista.
—Preston, tío… Nosotros éramos los favoritos de mamá. Si ahora ese puesto también lo ocupa Parker, ¿quién nos queda? —protestó Travis con una sonrisa.
—¿No os llega con nosotras? —protestó Lisa, señalando también a Emily.
—Tendremos que conformarnos —respondió Preston, ganándose una mirada de reproche de su novia.
—Míralos. Jackie Kennedy y el último mohicano —comentó Mark, con una sonrisa, observando la extraña pareja que formaban su madre, impecable como a primera hora de la ceremonia y Parker, con su pecho lleno de tatuajes al aire y su pelo largo despeinado.
Todos sonrieron y emprendieron camino hacia sus habitaciones. George acompañó al abuelo hasta su coche, donde el chófer esperaba para llevarlo de vuelta a Phoenix.
—¿Estás seguro de que no quieres quedarte a dormir aquí, papá?
—Yo no duermo en el campo, hijo. Todavía no sé qué le veis a este lugar.
—Eres imposible. Y no te vayas a creer que no huelo el whisky y el tabaco desde aquí.
—Resérvate tus regañinas para tus hijos, George. Yo hace tiempo que dejé de llevar pantalones cortos.
—Ellos también, me temo.
—Habéis hecho un buen trabajo con ellos.
—Sí, eso parece.
—Cuando tu madre se fue, no pensé que la vida me fuera a dar la oportunidad de ver a mis cuatro nietos mayores felices y asentados.
—Papá… Ni yo mismo pensé que fuera a ver eso en toda mi vida.
—Pero lo están. Parker se ha casado y nos ha dado una bisnieta. Preston va a ser padre pronto, Travis va a casarse y Mark… Mark parece haber encontrado el camino al fin.
—Lo ha encontrado. Esa chica y ese proyecto de negocio son su camino.
—Podemos dar el trabajo por concluido, entonces.
—Supongo que sí. Ha sido duro, pero, al final, ha salido bien.
—Más que bien. Los cuatro chicos Sullivan han encontrado su lugar en el mundo.