Sábado 18 de junio.
Siete días para la boda.

 

 

 

 

—¡Parker! ¡Parker! ¡Vuelve aquí! —Los gritos de Vivian Sullivan resonaron en el enorme salón del rancho, despertando a los pocos habitantes de la casa que todavía permanecían en la cama. Mark atravesó el pequeño vestíbulo que separaba la cocina de la zona principal de la casa, justo a tiempo de ver a su hermano pequeño salir dando un portazo. Travis bajó los últimos escalones de un salto y chocó con su futura cuñada, que perseguía a su prometido en silencio.

—¿Qué coño pasa, mamá? —preguntó Mark.

—Por favor, hijo, modera tu vocabulario —le dijo, con una sonrisa, mientras le daba un beso de buenos días, sin alterar ni su gesto ni su peinado—. Tu hermano se ha enfadado… otra vez. Y Amy ha salido detrás de él, a ver si lo hace entrar en razón.

—¿Qué has hecho esta vez? —le preguntó Travis, con una taza de café en la mano y las pestañas todavía pegadas.

—¿Que qué he hecho yo? ¡Por Dios! —se escandalizó su madre—. Se niega a ponerse una camiseta interior para la boda. ¡Y con la camisa se le transparentan los tatuajes!

—¡Por Dios, mamá! —Mark empezó a carcajearse, al tiempo que encendía el hervidor eléctrico para prepararle a su madre la primera infusión tranquilizante del día—. Tiene tatuajes en las manos, ¿qué vas a hacer con esos? ¿Maquillárselos?

—¡Oh! ¡No se me había ocurrido! ¿Crees que será posible?

—Madre, sabes que me horrorizan los tatuajes de Parker tanto como a ti… —Travis miró a su madre con su cara más adorable, esa que hacía que, desde siempre, los gemelos fueran los chicos favoritos de mamá—, pero creo que deberías dejarlo pasar. Además, una camiseta interior es una cosa horrible, ¿no?

—Y se prevén treinta y cinco grados para el día de la boda. Sudaría como un pollo, mamá —ayudó Mark.

—Buenos días —saludó Emily. Su entrada en la cocina, por suerte para todos, distrajo la atención de Vivian del problema con Parker—. ¿Qué ha ocurrido?

—No quieras saberlo —le respondió Travis, robándole a espaldas de su madre un beso nada casto, que la hizo ruborizarse—. ¿Te vienes con Mark y conmigo a recoger a los londinenses?

—¡Claro! Tengo muchas ganas de ver a Lisa. Por cierto, Vivian, mi padre ha llamado. No ha conseguido cambiar su vuelo, así que llegará el miércoles, cuando nosotras aún estemos en Los Ángeles.

—Oh, no te preocupes, querida. Nosotros nos encargaremos de ir a recogerlo e instalarlo en el rancho. Si el miércoles mi marido no se ha unido a nosotros, habrá un divorcio además de una boda.

—Muchas gracias, Vivian —le respondió Emily, entre risas.

—¿Qué tal has pasado la noche? ¿Hay algo que necesites?

—No, no… —Emily se sonrojó, recordando lo bien que había pasado la noche junto a Travis. Mark y Travis se habían escabullido para ir a vestirse a sus cuartos y deseó que tardaran lo menos posible, para evitar meteduras de pata sobre cambios de habitaciones de madrugada—. Ha estado todo perfecto.

—¿Crees que tu amiga Lisa se encontrará cómoda compartiendo dormitorio contigo? El rancho se nos ha quedado un poco pequeño para tanta gente.

—No habrá problema. Lisa y yo hemos compartido habitación cientos de veces. Estará todo bien.

—Sí, mamá, no tienes nada de qué preocuparte —aclaró Travis, entrando en ese momento por la puerta con una media sonrisa irónica—. Estoy deseando volver a compartir cuarto con Preston. ¡Qué ganas!

—Vámonos, chicos. —Mark abrió un cajón de la cocina e hizo girar en su mano las llaves de la camioneta familiar—. Mirad quién viene por ahí.

Parker entró en la cocina, seguido de cerca por Amy, y con Katie en brazos.

—Hijo, has vuelto. ¡Qué bien! ¿Seguimos con el tema del traje?

—Amy, llévate a Katie un momento a ver los caballos, por favor —le pidió Parker, bajando a la niña al suelo sin que ello, para sorpresa de todos, implicara demasiadas protestas.

—Apestas a tabaco, hijo. ¿Cuándo dejarás ese vicio horrible? —Mark, Travis y Emily detuvieron su marcha y contuvieron el aliento a la espera del segundo asalto de la gran discusión.

—Mamá, en primer lugar, no voy a dejar de fumar, así que saca ese tema del orden del día. Y, en segundo lugar, hay tres opciones para la boda. O llevo el traje que hemos elegido, se me transparenten o no los tatuajes, o me caso con la ropa que yo llevaría, y que te puedo asegurar que es bastante diferente a un traje negro, o cojo a Amy y nos vamos esta misma tarde a Las Vegas y la boda del sábado se suspende. Sabes que soy capaz de hacer cualquiera de esas cosas. —Vio la cara de horror de su madre, las miradas divertidas de sus hermanos, y suavizó el gesto—. Soy tan generoso que dejaré que elijas tú.

—Eres imposible, Parker. Siempre lo has sido. —Su madre se terminó su infusión con parsimonia y dejó la taza en el fregadero—. Está bien. Llevarás el traje así, como a ti te gusta.

—Nosotros nos marchamos a Phoenix. ¿Quieres que te traigamos algo, Park? —informó Travis.

—¿Un revólver?

—Nos lo pensaremos. —Mark se rio—. Si a media tarde no estamos por aquí, culpad a Preston.

—Hijo, vamos a seguir. Tenemos que hablar de ese espantoso pendiente del labio.

—¡Chicos! ¡El revólver! ¡Por favor! —Mark, Travis y Emily escucharon gritar a Parker y se despidieron entre risas.

—¿Estás cómoda, Emily? Avísame si necesitas que paremos —se ofreció Mark, solícito.

—No, muchas gracias. No tengo ningún problema si estoy sentada. El sábado, con zapatos de señorita, ya será otra historia.

—Se va a poner falda por primera vez en años —informó Travis, con voz orgullosa.

—Bueno, eso todavía está por ver. Ni siquiera he visto todavía el vestido que ha elegido Amy.

—Bueno, lo importante es que tú te encuentres bien —medió Mark.

—Sí, hace ya unos años que me encuentro casi al cien por cien. Tuve mucha suerte con una fisioterapeuta muy buena que me ayudó mucho —respondió Emily, en un tono sospechosamente neutro.

—Ah, qué bien.

—Creo que la conoces, se llama Alice —respondió ella, ya sin poder aguantar la risa.

—Se lo has contado, ¿no, gilipollas? —Mark se enfrentó a Travis.

—Me ofreció sexo a cambio de información.

—Soy tu hermano, Travis. Código de hermanos, joder.

—Lo siento —le respondió su hermano, nada arrepentido, con un encogimiento de hombros.

—Así que te gustó Alice, ¿no? —interrogó Emily, echándose hacia adelante entre los dos asientos delanteros de la camioneta.

—Yo no dije eso en ningún momento.

—Entonces eres un cerdo que se la tiró y desapareció por la mañana porque ya había conseguido lo que quería, ¿no?

—¡Joder con la modosita! —Mark se volvió, desatendiendo la carretera.

—Mira hacia adelante. Con haber tenido un percance de tráfico con uno de los hermanos Sullivan me doy por satisfecha.

—Ya la irás conociendo, Mark. Te compensa contestar a sus preguntas, hazme caso.

—Me pareció una buena profesional y… bueno… me gustó. Fin del tema.

—Y por eso te marchaste por la mañana y ni siquiera diste señales de vida en el tema laboral, ¿no?

—No voy a decir ni una palabra más, Emily. Tengo mis motivos para no querer involucrarme con nadie.

—O sea, que con ella podrías haber visto la posibilidad de involucrarte sentimentalmente —afirmó, más que preguntar.

—¡Dios! ¿Tu chica es de la CIA o qué, Travis?

—Algo así. Salvado por la campana, Mark. La siguiente salida es ya la del aeropuerto —le indicó Travis, señalando el panel informativo que dejaban atrás.

—¿La novia de Preston se parece en algo a la tuya?

—Es su mejor amiga desde la guardería. Prepárate para lo peor.

—Quiero volver al rancho con mamá y Amy. Ellas son buenas —dijo Mark, con un mohín burlón en su boca.

—En el rancho está Katie, que es la peor de todas.

—Maldita sea.

Media hora después, Preston y Lisa salían con caras descompuestas por la puerta de la terminal de llegadas que Mark ya conocía tan bien después de los últimos días. Tras unos breves abrazos –entre las chicas– y palmadas en la espalda –entre los chicos–, se dirigieron de nuevo al coche.

—Vaya caras traéis. ¿Tan mal ha estado Londres? —preguntó Travis, en tono de broma.

—Londres ha estado perfecto. Tenemos jet lag, gilipollas.

—Madre mía, qué humor.

—Tengo que hablar contigo —le susurró Lisa al oído a Emily, en cuanto se acomodaron en el asiento trasero del coche junto a Preston.

—¡Y yo! —le respondió su amiga, también en voz baja—. Tenemos que urdir una conspiración de las nuestras.

—No estoy para tus chorradas, Emily. Tenemos que hablar en serio.

—¡Eh! Tranquilízate, ¿vale? Me estás asustando.

—Ya hablaremos. Ahora quiero dormir un rato —respondió Lisa, con un desplante a su amiga, antes de girarse para apoyar la cabeza en el pecho de su novio.

Regresaron al rancho conduciendo en silencio. Preston y Lisa cayeron dormidos casi en el mismo momento de subirse a la camioneta y, dado el humor que ambos habían mostrado desde que habían aterrizado, los demás decidieron respetar su descanso.

Cuando el rancho se quedó, al fin, en silencio, Mark salió al porche a relajarse un rato. Como conocía a sus hermanos, pasó por la cocina y llenó un cubo con agua fría, hielo e incontables botellines de cerveza. No le había dado tiempo a abrir el primero, cuando vio a Parker descolgarse desde la primera planta.

—¿Cuánto les das a esos dos imbéciles para aparecer?

—Cinco minutos. —Se rio Parker.

Fueron cuatro. Travis y Preston aparecieron, indignados, con una cerveza en la mano cada uno.

—Teníamos provisiones aquí fuera. No hacía falta que os arriesgarais a despertar la furia de mamá —se burló Mark—. ¿Qué coño os pasa, por cierto?

—No os lo vais a creer. Emily y Lisa han decidido dormir juntas. ¡Que tienen mucho que contarse, dicen!

—Bueno, vosotros podéis daros calorcito el uno al otro —se burló Parker.

—Dos hostias te voy a dar —replicó Preston, todavía indignado.

—Joder, Preston. Has venido de Londres con un carácter de mierda. ¿No te ha tratado bien la vieja Europa?

—Me ha tratado de maravilla —respondió, relajando el gesto—. ¿Qué tal todo por aquí?

—Parker no ha asesinado todavía a mamá, así que se podría decir que bien.

—¿Cómo lo has hecho para mantener ese piercing de macarra, hermanito? —se burló Travis.

—Pues, aunque os sorprenda, no he tenido que hacer nada. Amy se encargó de todo ella solita. Le dijo a mamá que, si me sacaba el piercing, a lo mejor no le gustaba tanto y decidía no casarse conmigo.

—Madre mía, Park, has conseguido a una mujer capaz de enfrentarse a mamá. Enhorabuena. —Preston se sumó a las risas.

—Hoy he conocido a fondo a Emily y no querría ser mamá y enfrentarme a ella. Creo que le han caído las nueras que se merece.

—¿Y tú por qué te has enfrentado a Emily? —preguntó Parker con inocencia.

—Bah, tonterías.

—No desvíes el tema. Van a acabar enterándose, así que va a ser mejor que confieses.

—Joder, Travis, dame una tregua, ¿no? —respondió Mark, malhumorado.

—¿Nos lo contáis o seguimos con el juego? —Preston se rio, mientras alcanzaba un botellín de cerveza del cubo.

—Me acosté con la antigua fisioterapeuta de Emily.

—¿Y el problema es…?

—Fui a Boston, decidimos montar juntos el rancho de equinoterapia, como socios a partes iguales. Luego, me acosté con ella, me cagué vivo y me fui antes de que se despertara sin volver a dar señales de vida. ¿Contento, Travis? ¿Quieres que confiese algo más?

—No estaría mal saber por qué decidiste largarte si te gustó tanto como parece.

—Tampoco estaría mal saber algo más sobre la despedida de soltero —Mark cambió de tema, y sus hermanos se lo consintieron. Ya había dado en esa noche más información que en los últimos siete años—. ¿Preston? ¿Cuántos somos, al final?

—Pues os vais a reír. —Preston puso su mejor cara de inocente. Se acercó a Parker y le robó un cigarrillo—. Nos vamos solo los cuatro.

—Pero, ¿qué dices? —protestó Parker—. ¿Y mis compañeros de la facultad y del instituto? ¿No te di todos los números para que invitaras al mayor número de gente posible?

—Parker, tus amigos son imbéciles. Llamé a todos. Unos me dijeron que me confirmarían al día siguiente, otros que no sabían si podrían, que tenían que preguntar en el trabajo… Así que me rayé y cancelé todo.

—Pero, ¿tú estás mal de la cabeza?

—Mira, hermanito, aún te quedan muchas cosas por aprender. Cuando alguien te llama para la despedida de soltero de un amigo en Las Vegas, la única respuesta posible es «¿Cuántas strippers va a haber?». Si tus amigos no saben verlo, no merecen venir.

—¿Strippers? ¿Cómo que strippers?

—Déjalo en mis manos.

—No, no. No quiero ni chicas desnudas, ni putas ni nada por el estilo.

—Tú déjalo todo en mis manos, hazme caso. Me he gastado casi todo el presupuesto en reservar la suite principal del MGM, entradas para el boxeo incluidas.

—Esto empieza a ponerse interesante —comentó Travis.

—Muy interesante —confirmó Mark, levantándose del balancín—. Me voy a dormir. Mañana tengo que pasarme todo el día trabajando con los caballos. Vosotros estáis de vacaciones, pero yo no.

—Sí, yo también me voy. ¿Te importa si mañana me llevo a Katie a ver los caballos? Como no es bastante hiperactiva en tierra, quiere probar a subirse en una bestia de media tonelada.

—Claro. Tráela. Hay un par de ponis que serían perfectos para ella.

—Genial. ¿Vosotros no vais a meteros en vuestras camitas gemelas, chicos?

—Qué remedio nos va a quedar, ¿no, Preston?

—Sí. Además, tengo que hablar contigo en privado. —Preston se volvió hacia su gemelo con el rictus más serio que Travis le había visto en toda su vida.

—Me estás asustando.

—Y más que te vas a asustar.