Viernes, 24 de
junio.
Un día para la boda
—Travis, ayuda a papá a empacar el pienso de los caballos. Vamos genial de tiempo. —Mark y sus improvisados ayudantes llevaban más de tres horas cerrando los últimos vestigios de la actividad ganadera del rancho. El calor arreciaba. Si la temperatura continuaba esa dinámica ascendente, la boda del día siguiente iba a ser una auténtica locura.
—¿Hay algo más que pueda hacer, Mark? —preguntó Patrick.
—Vamos a ayudar a Travis y a mi padre. Me temo que trabajáis mejor de lo que esperaba. Ya casi hemos terminado.
—Genial. Oye, Mark, supongo que, por algún tipo de código que los hijos únicos no entendemos, no me vas a contar nada escandaloso, pero ¿tu hermano es un tipo de fiar?
—Si no lo fuera, jamás te lo diría, Patrick. —A Mark se le escapó una carcajada—. Pero no es el caso. Puede que Travis sea el mejor de todos nosotros. Es un tío sano, responsable, trabajador, deportista… De verdad, lo peor que puedo decir de él es que no tiene ni la mitad de marcha en el cuerpo que el resto de los Sullivan.
—Eso no me parece una mala noticia. Quiere a mi hija, ¿verdad?
—Mucho. Por lo que he escuchado es difícil no quererla, ¿no?
—Es fantástica. No ha tenido una vida fácil.
—No sé qué decir. Todos sabemos lo que ocurrió, pero a mí aún me resulta incómodo hablar de ello.
—¿Sabes? Creí que me iba a dar un infarto cuando me enteré de que Emily estaba enamorada del hermano del chico que la había atropellado.
—No me extraña.
—Pero, después, fui yo quien la animé a luchar por él. Aunque, no te voy a engañar, se me ha hecho complicado ver a Parker.
—Yo… yo lo comprendo. Sé que no fue nada comparado con lo que pasó Emily, y supongo que te dará igual saberlo, pero la vida de Parker también se vino abajo después del accidente. Yo vivía en casa cuando ocurrió y vi en qué se convertía. Perdió el curso en el instituto y se encerró en sí mismo. Fue una bendición para todos que aparecieran Amy y Katie en su vida.
—Emily siempre ha sido especial. No te puedes imaginar la fuerza que demostró, cómo luchó para volver a caminar. Es… es casi un milagro.
—He conocido a su fisioterapeuta. —Mark no tenía ni idea de por qué le estaba contando eso al padre de su futura cuñada, pero lo cierto es que se sentó sobre la valla de madera del cercado y echó de menos tener a mano un cigarrillo. Maldito Parker.
—¿A Alice?
—Sí. Va a trabajar conmigo en el proyecto del rancho de terapia.
—No tienes ni idea de lo afortunado que eres. Alice es lo mejor que le pasó a Emily en su vida.
—Quizá eso sea Travis —bromeó Mark.
—No. Es Alice. —Patrick sonrió—. En serio, no te puedes imaginar lo que esa chica hizo por Emily. Sin ella, es muy probable que siguiera en una silla de ruedas.
—Preston y Parker me han hablado mucho de Emily. Y Travis también, claro. No hay una sola persona que no diga que es una mujer fantástica. A Travis parece haberle tocado la lotería con ella, pero te puedo asegurar que ella también se lleva un buen premio.
—Parecéis buenos chicos. Los Sullivan, me refiero.
—¡Hey! ¡Mark! ¿Estás de coña o qué? ¿Pretendes que hagamos papá y yo todo el trabajo? —le gritó Travis desde el interior de los establos.
—¡Ya vamos!
Eran poco más de las diez cuando dieron las tareas por concluidas. Despidieron a los trabajadores hasta la reunión que Mark tendría con ellos la siguiente semana, para reorganizar sus trabajos a la nueva condición del negocio. Mark y Travis se sacaron las camisetas para secarse el sudor.
—Pero, ¿qué diablos es eso, Mark? —preguntó su padre, frunciendo el ceño y señalando el bíceps tatuado de su hijo mayor.
—Joder. Esto… ¡Travis también lo tiene!
—¡Mark! ¿Eres gilipollas o qué?
—¿Me lo explicáis, por favor? —exigió su padre.
—Me temo que es un souvenir que nos hemos traído de Las Vegas.
—¿¿Los cuatro??
—Los cuatro. —Mark y Travis se miraron y estallaron en carcajadas. Su padre y Patrick tardaron algo más, pero acabaron uniéndose al coro de risas.
—No voy a decir nada. Yo también tuve vuestra edad. Pero, por lo que más queráis, que vuestra madre tarde lo máximo posible en enterarse.
—Creo que somos los primeros interesados en ello.
—¡Eh! Queda casi una hora para que lleguen las carpas y los que se van a llevar los caballos. ¿Qué os parece si los montamos por última vez? —propuso Mark.
—Fantástico.
—No sé yo si estoy ya para esos trotes —protestó su padre.
—Vamos, papá… No digas tonterías. Patrick, ¿tú montas?
—Monté un par de veces hace muchos años. ¿Me podéis asegurar que no me voy a matar?
—Monta a Maverick. Es el caballo más manso del mundo.
—¡¡Hey, Park!! —Travis vio a su hermano pequeño a lo lejos, fumando en el porche trasero de la casa, en una obvia maniobra de distracción de lo que fuera que su madre estuviera planificando en aquel momento—. ¡Escápate a montar con nosotros!
Parker tardó un suspiro en llegar corriendo a los establos. Tomó las riendas que su hermano le ofreció y montó con la agilidad de quien se ha criado entre caballos. Cuando, cincuenta minutos después, vieron llegar los camiones que iban a montar las carpas para la celebración del día siguiente, todos, incluido Patrick, habrían matado por poder quedarse un buen rato más cabalgando.
—¡Parker Andrew Sullivan! —La voz de Vivian retumbó en la pradera que separaba los establos de la vivienda principal.
—Matadme, por favor. Por compasión.
—¿Qué pretendes, saliendo a montar a caballo el día antes de tu boda? George, no me esperaba esto de ti…
—Vivian, querida, no ha pasado nada. Teníamos un rato libre y nos hemos despedido de los caballos por todo lo alto. Ya está.
—¿Y si hubiera pasado algo?
—Oh, Dios mío. —Parker suspiró y cambió de tema—. ¿Qué planes tenemos para esta tarde?
—Amy y yo supervisaremos la instalación de las carpas y la decoración. Emily nos echará una mano. Preston y Lisa llegarán con los padres de ella a última hora de la tarde. Ha llamado para decirnos que les van a enseñar un poco la ciudad antes de regresar aquí.
—No es listo ni nada Preston —susurró Travis a sus hermanos.
—He pedido a María que prepare una cena ligera para las siete y media. Hoy debemos acostarnos todos temprano. ¿Os parece bien?
—¿Nos estás diciendo que tenemos la tarde libre hasta las siete y media?
—Bueno, sí… Algo así. ¿Os parece mal?
—Evidentemente, no. Yo supervisaré que los caballos vayan en los camiones en buenas condiciones y me echaré a dormir. Estoy agotado.
—¿Dónde está Katie, nena? —preguntó Parker, dándole un breve beso a su prometida.
—Dice mi madre que estaba demasiado callada. No sabe si estará un poco malita y la ha tumbado a dormir un rato.
—Iré a verla.
‖
El dormitorio de Parker en el rancho era el más espacioso de toda la vivienda. Revestido de madera, como casi toda la casa, contaba con una cama doble recién estrenada, que ocupaba el espacio en el que antes estaba el escritorio de Parker. Su cama individual, la que había ocupado desde niño, continuaba en el mismo lugar en que había estado siempre. Aunque ahora no era un niño pecoso de profundos ojos verdes quien la ocupaba, sino una niña de pelo negro, que sollozaba en voz muy baja abrazando su almohada.
—¡Eh, eh, eh! Katie… ¿Qué es lo que pasa?
—Nada, me duele la barriga.
—¿Has comido muchas chuches?
—No. Pero me duele la barriga.
—Vaya… —Parker se giró un poco para que ella no lo viera sonreír. Presentía que Katie estaba mintiendo y él sabía cómo desenmascararla—. Porque justo te había subido un Snickers. Pero, si te duele la tripa…
—A lo mejor no me duele tanto —dudó Katie, en cuanto sus ojos se posaron en su golosina favorita.
—¿La compartimos?
—¡Sí!
—Con una condición. —Katie frunció el ceño, y Parker tuvo que hacer un esfuerzo considerable para no ceder a todos y cada uno de sus deseos—. Me tienes que contar lo que te pasa.
—Bueno…
—A ver, enana, déjate de chorradas. ¿Me haces un sitio? —Parker se sacó sus zapatillas de deporte sin desatarse los cordones y se hizo un hueco en la cama junto a Katie—. ¿Qué ocurre, pequeña?
—¿Vas a dejar de quererme, Parker?
—¿Cómo? Por supuesto que no, Katie, ¿de dónde te has sacado eso?
—Mamá siempre deja la puerta de la terraza abierta por las noches, porque tiene mucho calor. Ayer te oí hablar con Mark, y con Travis, y con Preston.
—¿Y? —Parker trató de reproducir en su mente la conversación con sus hermanos. Le daba pavor pensar qué es lo que podría haber escuchado Katie.
—Y dijiste que mamá es la persona a la que más quieres en el mundo. Y tú siempre me dices que no quieres a nadie más que a mí. —Katie rompió a sollozar de nuevo en cuanto acabó de hablar, sin que ello impidiera que cogiera un trozo de chocolatina de la mano de Parker.
—Cariño… —Parker estrujó a Katie contra su pecho y depositó un beso en su pelo—. Es una forma distinta de querer. También quiero mucho a mis padres, y a mis hermanos.
—Pero, ¿los quieres más que a mí o no?
—Yo creo que no. —Parker mordió un trozo de chocolatina y cortó otro para Katie—. ¿Te vale si te digo que siempre vas a ser mi chica favorita?
—¿Más que mamá?
—Claro. Creo que mamá se pondría triste si lo supiera, —confesó Parker en voz bajita—, así que tendrá que ser nuestro secreto, ¿vale?
—Vale. —Katie esbozó, al fin, una sonrisa enorme. A continuación, frunció de nuevo el ceño—. Pero, ¿mamá y tú vais a tener bebés?
—Supongo que sí. Dentro de algún tiempo.
—Y, cuando tengáis niños, ¿voy a seguir siendo tu chica favorita?
—Por supuesto.
—Pero… —Katie volvió a ponerse seria, y Parker supo que la cosa era seria cuando rechazó su trozo de chocolatina.
—¿Qué pasa, enana?
—Si tenéis más niños, ellos sí serán hijos tuyos.
—¿Y quién te ha dicho que tú no lo eres?
—En el cole dicen que tú no eres mi papá.
—Pues vaya idiotas. ¿A quién vas a creer? ¿A ellos o a mí?
—Pero tú y yo no nos parecemos nada. ¿Tú me pusiste en la barriga de mamá como Preston puso el bebé en Lisa?
—Pero, enana, ¿se puede saber cómo te has enterado tú de eso?
—Ya te he dicho que oigo todo lo que habláis por las noches. Y, por cierto, fumáis mucho y decís muchas palabrotas.
—Ya. Somos muy tontos. Katie, sabes que lo de Preston y Lisa es un secreto, ¿verdad? No puedes contárselo a nadie hasta que ellos lo hagan.
—Vale. Pero no me has contestado. ¿Yo nací de ti como el niño de Lisa de Preston?
—Haces unas preguntas muy difíciles, enana. —Parker resopló y se preguntó, una vez más, cómo había pasado, en año y medio, de vivir de madrugada a mantener ese tipo de conversaciones—. No. Tú ya habías nacido cuando yo conocí a mamá. ¿No te acuerdas del día que me conociste?
—Me acuerdo de un día que nos llevaste al parque de atracciones y a comer perritos. —A Parker le parecía que hacía un suspiro de aquel día loco que había marcado su relación con Amy, pero para Katie parecía ser uno de sus primeros recuerdos.
—Ese fue uno de los primeros días que te vi. Pero ya nos habíamos conocido alguna vez antes.
—Entonces, ¿ves cómo no eres mi papá?
—Al contrario, Katie. Yo quise ser tu papá en cuanto te conocí. Porque eras la niña más guapa, más buena y más simpática del mundo. Si algún día mamá y yo tenemos más niños, serán más guapos o más feos, o más llorones, o más listos o menos, pero no los habremos elegido. En cambio, a ti te elegí yo para que fueras mi niña.
—Vale. Me gusta eso que has dicho… —Katie se quedó pensativa—. ¿A ti te gustaría que te llamara papá?
—Claro. Si tú quieres. Lo guay de ti y de mí es que podemos hacer lo que nos dé la gana. Eso tampoco se lo digas a mamá. —Parker se rio—. ¿Tú quieres llamarme papá?
—En realidad, no —contestó muy seria—. Me gusta Parker. Es un nombre muy chulo.
—Pues llámame Parker. Está bien. Y, si algún día quieres llamarme papá, también estará bien.
—Vale.
—¿Quieres que durmamos un ratito? —preguntó Parker, cruzando los dedos para que ella dijera que sí.
—Vale.
—Vale.
‖
Tres puertas más allá, Travis perseguía a Emily por la habitación de invitados.
—Trav, no pienso hacerlo con mi padre a dos habitaciones de aquí y los tuyos en el salón.
—No seas tonta. He trabajado como un cabrón toda la mañana y me han prometido que me dejarán dormir.
—Ya, pero se da la circunstancia de que, en teoría, tú estás durmiendo en la habitación de al lado.
—Vamos, Em… Yo creo que hasta mi madre sabe que Preston y yo nos intercambiamos las habitaciones.
—¿Tú crees que vamos a conseguir acabar la semana sin que tus padres se enteren del compromiso?
—De momento, lo estamos haciendo de maravilla, ¿no?
—Quizá.
—Em… —Travis se apartó un poco de su novia y la miró con las pupilas llenas de sospecha—. ¿Qué has hecho?
—No me mates.
—Se lo has contado a tu padre, ¿no?
—Puede.
—Joder, Em… Dijimos que nos lo callaríamos hasta dentro de unos meses.
—Pero mira quién va a hablar. Tú se lo contaste a tus hermanos.
—¡Eh! Yo solo se lo conté a Preston. Mark y Parker lo averiguaron solitos. Además, tú se lo contaste a las chicas.
—Pero solo porque me descubrió Lisa.
—Ya.
—Entonces, ¿lo sabe todo el mundo menos tus padres?
—Eso me temo. Crucemos los dedos para que no se enteren mientras sigamos aquí. ¿Vas a contárselo a tu madre en la boda?
—No lo sé. Ni siquiera sé cómo va a reaccionar. No quiero pensar en ello.
—¿Cómo la viste el otro día en Phoenix?
—Preocupada por mí, para variar. Enfadada con el mundo, para variar. Y horrorizada con que su hija sea amiga de Parker Sullivan.
—Bueno… quizá acabe reaccionando bien, como tu padre.
—Si crees que mi madre tiene algo que ver con mi padre, es que no te he hablado lo suficiente de ellos.
—Ya. Ya lo sé. Bueno, no pienses en eso ahora. —Travis abrazó a Emily, en un gesto cariñoso que pronto derivó en algo más—. ¿No te vas a pensar un poco lo de darme mimitos?
—Enséñame otra vez ese tatuaje de Superman.
—¿No eres un poco morbosa con ese tema? Es un tatuaje horrible.
—Nada de lo que tú tienes es horrible. —Emily se acercó a él y empezó a desabrocharle los pantalones—. Además, ese tatuaje te quita un poco ese aire de pijo rancio que te traes.
—¡Oh! Lo que hay que oír… —se fingió ofendido Travis, aunque enseguida dedicó toda su atención a desabrochar los botones de la camisa de su chica—. Entonces, ¿vas a darme un poquito de amor?
—Déjate de tonterías y fóllame, Travis Sullivan.
—A sus órdenes, futura esposa.
‖
La planta superior del rancho era el equivalente inmobiliario de un horno industrial. Mark había tenido siempre su dormitorio entre el de Parker y el de los gemelos, pero se le había quedado pequeño al trasladarse al rancho de forma definitiva, así que había habilitado la buhardilla como pequeño apartamento. Tenía un aparato de aire acondicionado portátil, pero en días como aquel, con más de treinta grados a la sombra, de poco le servía. Se dio una ducha rápida de la que tuvo la sensación de salir sudando, y dejó de posponer el momento que llevaba esperando desde que se había levantado. No podía engañar a nadie. Desde que había iniciado aquella extraña relación telefónica con Alice, su momento favorito del día era aquel que empezaba en cuanto marcaba su número.
—Hola, Mark.
—Hola.
—¿Qué tal estás? ¿Muchos nervios preboda?
—Los concentra todos mi madre, así que no quedan nervios en Arizona disponibles para el resto de nosotros. Tengo muchas novedades sobre el rancho.
—¿Ah, sí? Cuéntame.
—Hoy se han llevado los caballos. El rancho está listo para empezar con el proyecto. Estoy en contacto con varios criadores para seleccionar los mejores caballos adiestrados. La idea es que en un par de semanas los tengamos. Hay que pensar en cómo habilitar las viviendas para los pacientes y sus familias. Y para ti, claro.
—¿Y cómo vamos a hacer todo eso?
—Hay una construcción anexa, algo alejada de la vivienda principal, donde pernoctan los trabajadores en épocas de mucho trabajo. Necesita algunos arreglos, pero sería perfecta para los pacientes. Caben más o menos el doble de los que necesitamos para que el rancho sea productivo, así que, si algún día llegamos a tenerlo completo, estaremos forrados.
—¿Y yo dónde voy a vivir?
—Yo tengo una cama de proporciones considerables.
—Me alegro mucho por ti. Repito: ¿yo dónde voy a vivir?
—La vivienda principal es enorme. Te juro que no te lo digo con segundas. Yo vivo en la buhardilla, y hay otros siete dormitorios, algunos con un par de plantas de separación, para que no te arriesgues a la tentación de violarme por la noche.
—¡Menos mal! No creo que pudiera resistirme.
—¿Qué hacías cuando te he llamado?
—Acabo de recoger mis cosas. Me vuelvo a Boston el domingo. Los dos días que me quedan aquí son de vacaciones. Mi paciente ha salido hoy hacia un rodaje en Europa. ¿Y tú?
—Contra todo pronóstico, mi madre nos ha liberado de preparativos esta tarde, así que estaba haciendo lo único que he hecho en estas últimas semanas.
—¿Que es…?
—Pensar en ti, claro.
—Mark…
—¿Me has perdonado ya lo de Boston?
—Mmmm… Creo que no.
—Pues te pido disculpas una vez más. ¿Crees que algún día podré dejar de hacerlo?
—Quizá.
—¿Tienes un rato para hablar?
—Tengo todo el tiempo del mundo.
—Pues cuéntame esa historia de que te has acostado con mujeres.
—¿Te supone algún problema? —Alice se tensó.
—Me supone el problema de que, cada vez que me acuerdo, se me presenta una erección inevitable.
—No me puedo creer que caigas en un estereotipo tan retrógrado.
—Sí, sí, Alice. Lo que tú digas. Explícaselo a mi polla.
—Lo haría si la tuviera delante. —Alice deseó retirar sus palabras en el mismo momento en que las dijo, pero su cerebro iba por libre cuando Mark Sullivan estaba cerca, aunque solo fuera por vía telefónica.
—¿En serio? Qué interesante.
—No me puedo creer haber dicho eso.
—Estás sola en casa, ¿verdad?
—Sí. ¿Por qué?
—Vamos, Alice, los dos tenemos ganas de lo mismo. Más que ganas, incluso… necesidad. Bastante desgracia es no estar en el mismo estado.
—No me digas que me vas a preguntar qué llevo puesto —respondió Alice, en un tono en apariencia indiferente, pero que hasta ella se dio cuenta de que sonó a ronroneo.
—Si te conozco como creo que lo hago, me imagino que no llevarás nada.
—Dejaré que te quedes con la duda.
—Me acuerdo mucho de Boston, ¿sabes? De ti, de tu cuerpo, de tu cara, de tus tatuajes…
—Creí que no te gustaban los tatuajes.
—Y no me gustaban. Pero, no me preguntes cómo, he acabado hasta yo mismo tatuado.
—Eso quiero verlo.
—¿Tú cuántos tienes?
—Uno por cada caso de éxito.
—¿En serio?
—En serio. Lo hice con el primero porque fue una especie de reto personal y, luego, ya no pude parar. Deben de ser unos quince en total.
—Quiero lamerlos todos —dijo Mark, con voz ronca.
—Y yo que lo hagas. —Alice aparcó la prudencia. Sería absurdo que se negara a sí misma que llevaba un buen rato con la mano enterrada entre sus muslos.
—Quiero volver a morderte el cuello.
—Mark, estás jugando a algo muy peligroso.
—Y quiero jugar con tus piercings.
—Mark…
—Y quiero follarte como si fuera lo último que pudiera hacer en mi vida.
—Tendríamos que parar esto a tiempo.
—¿A tiempo de qué?
—No lo sé. A tiempo de no perder la cabeza.
—Yo ya perdí la cabeza hace tiempo, Alice. Parece mentira que no lo sepas.
—No me digas esas cosas. No hace falta.
—Es que, si no te digo esas cosas, voy a tener que decirte que te toques.
—Aaaah. —Alice fue vagamente consciente de que estaba jadeando.
—Tienes la mano entre las piernas, ¿verdad? Quiero que te acaricies como yo lo hice. No como lo haces tú cuando estás sola, sino como lo hice yo.
—Sí.
—Dios, Alice… Quiero estar dentro de ti —dijo Mark, aumentando la presión de su mano derecha, que llevaba ya un buen rato dándole placer.
—Y yo necesito que vuelvas a estarlo, Mark. Yo… yo siento cosas.
—¿Crees que no lo sé?
—Creo que me voy a correr, Mark.
—Espérame. Déjame que me corra contigo.
—No puedo más. Me voy ya…
A trescientas millas de distancia, Mark y Alice alcanzaron el orgasmo al mismo tiempo. Sobraron las palabras durante un tiempo indeterminado. A lo mejor fueron segundos, a lo mejor fueron horas. Recuperaron el aliento poco a poco. Solo Mark habló.
—Creo que te quiero, Alice. Y es probable que sobre el creo que.
—Hasta mañana, Mark.
‖
Preston consideró que la terminal de llegadas del aeropuerto de Phoenix no era el lugar más adecuado para conocer a sus suegros, pero, en el estrés de aquel día previo a la boda de Parker y Amy, el protocolo había quedado un poco de lado.
—¡Mamá! —Lisa levantó la voz para llamar la atención de sus padres.
—Cariño. ¡Estás guapísima! ¿Qué tal estás?
—Muy bien, papá. Venid, que os presento. —Lisa sonreía orgullosa, mientras tomaba a Preston de la mano y lo acercaba a ellos—. Preston, estos son mis padres, Dan y Phoebe.
—Encantado de conocerlos, señor y señora Hall. —Preston sacó a relucir su mejor sonrisa y sus impecables modales de chico sureño, y Lisa dudó si poner los ojos en blanco o tirarse allí mismo de rodillas para pedirle matrimonio.
—Oh, por favor, Preston. Te hemos visto tanto por televisión que es como si te conociéramos de toda la vida. Puedes tutearnos, obviamente.
—De acuerdo. —Preston se sonrojó. Aún no se había acostumbrado al hecho de haber sido tan popular en las últimas semanas.
—¿Qué tal estáis? ¿Lo pasasteis bien en Londres?
—Sí, fue un viaje maravilloso. Preston conoce cada rincón de la ciudad, así que he tenido un guía de excepción.
—¿Comemos por aquí o queréis ir directos al rancho? —preguntó Preston.
—Lo que vosotros prefiráis.
—Teniendo en cuenta la cantidad de gente que hay en el rancho y la histeria en la que debe de haber caído mi madre, lo mejor va a ser que comamos en Phoenix —bromeó Preston.
Preston y Lisa habían decidido durante el trayecto en coche que aprovecharían el momento de intimidad con sus padres para comunicarles la noticia del embarazo. Preston prefería dejar pasar algunas semanas antes de poner a las familias al corriente de la situación, pero Lisa le había dicho que se veía incapaz de tener secretos con su madre. Los condujo al mejor restaurante de Phoenix, ubicado en uno de los hoteles de lujo de la ciudad. Quería, al menos, suavizar el impacto con una buena comida y un ambiente elegante.
—Aún tienes que explicarme cómo es que Emily y tú habéis acabado siendo novias de dos hermanos gemelos, Lis —bromeó su madre en cuanto les sirvieron el primer plato.
—Los hermanos Sullivan tienen la cualidad de ser muy insistentes, mamá.
—Bueno, vosotras también sois como hermanas, así que todo queda en familia —aportó su padre.
—¿Un poco de vino, Lisa? —ofreció su madre.
—No. No. Yo… yo… ¡tengo que conducir!
—¡Ah! Pensamos que Preston conduciría.
—Yo… esto…
—Lisa, digámoselo ya —Preston atajó sus titubeos—. Nosotros…
—¡Dime que no estás embarazada! —chilló su madre.
—¿Pero cómo va a estar embarazada, Phoebe? Si llevan cuatro días juntos…
—Ay, Dios. —Preston se tapó la cara con las dos manos, con una mueca a medio camino entre el terror y la sonrisa.
—Papá, mamá… Sí, estoy embarazada. Vamos a tener un bebé.
La noticia fue recibida con silencio. Un silencio tan denso y tan prolongado que dio tiempo a que el camarero retirara los platos, a que sirviera los segundos e, incluso, a que los observara con extrañeza.
—Decid algo, por favor —suplicó Lisa.
—Phoebe, Dan… —intervino Preston. Suponía que a momentos así se refería su abuelo cuando decía que a veces había que comportarse como un hombre—. No hemos buscado este embarazo, creo que eso no se le escapa a nadie. Cometimos una imprudencia, y este es el resultado. Pero hemos hablado mucho estos días, desde que lo sabemos. Hemos hablado muchísimo. Y tenemos muy claro que queremos tener a ese bebé. Cada día estamos menos impactados y más ilusionados.
—Pero, Lisa, tienes veintidós años —intervino su madre—. Y, tú, Preston, ¿cuántos tienes? ¿Veinticinco?
—Sí. Somos jóvenes, ya lo sé. Pero este embarazo no cambia nada. Lisa y yo íbamos a tener hijos. Quizá no ahora, pero sí dentro de unos años. Solo… las cosas se han adelantado un poco.
—¿Cuándo os casáis? —Dan rompió su silencio, después de lo que pareció una eternidad.
—No vamos a casarnos, papá. —Lisa pasó la mirada de su padre a Preston, y de vuelta a su padre—. No mires así a Preston. La decisión es mía. Si de Preston dependiera, puede que ya estuviéramos casados.
—Así que mi nieto va a ser un hijo ilegítimo.
—Por Dios bendito, Dan, —lo reprendió su mujer—, vuelve al siglo veintiuno. ¿Ilegítimo?
—No me gusta nada todo esto. —Dan tiró la servilleta sobre la mesa, se quitó sus gafas de montura metálica y se frotó los ojos con ansia—. Tu hermano se casa con una chica que tiene una hija, Emily se va a vivir con tu otro hermano a los tres minutos de conocerlo… ¿Qué coño pasa con vosotros?
—Papá, relaja el tono, haz el favor. —La paciencia de Lisa, una cualidad por la que no era conocida, empezaba a agotarse—. No pasa nada con ellos. Lo mismo se podría decir de nosotras. Ha sido un cúmulo de circunstancias.
—Mis hermanos son chicos responsables. Yo también lo soy. —La mirada de Preston se endureció. No quería tener ningún problema con su futuro suegro, pero pensaba defender lo que era suyo. Y sus hermanos, sin ninguna duda, eran más suyos que casi ninguna otra cosa—. Parker se ha hecho cargo de una niña de seis años antes de cumplir los veinticuatro. Travis está enamoradísimo de Emily, y, aunque me va a matar por romper el secreto, va a casarse con ella en los próximos meses. Mi hermano mayor va a iniciar un proyecto de negocio que va a ayudar a mucha gente. Entiendo que son demasiadas noticias y que el embarazo es algo muy impactante, pero nosotros somos felices.
—Pues eso es lo único que importa, ¿no? —ayudó Phoebe, sonriendo a aquel chico que había declarado su amor de forma pública a su hija. El vídeo del discurso de Preston, en el que había presentado su renuncia, se había convertido en un clásico ya en su casa de Boston.
—¿Papá?
—Ven aquí, anda. —Lisa se levantó como un resorte y corrió a abrazar a su padre—. ¿Cómo coño me vas a hacer abuelo antes de los cincuenta?
—Vas a ser el abuelo más guapo de toda la costa este. —Lisa le sonrió con los ojos llenos de lágrimas.
—Bueno, pues vamos a pedir una botella de champán para festejar que ese niño viene en camino.
‖
A las siete y media en punto de la tarde, tal como Vivian había previsto, María y las otras dos personas de servicio contratadas a última hora para lidiar con el caos de los días previos a la boda, indicaron a todos los habitantes del rancho que la cena estaba servida. Desde que Preston había llegado con su familia política, la vivienda se había convertido en un hervidero. Tras el reparto de habitaciones, y con todos ya instalados, Mark sonrió al escuchar, por pura casualidad, una conversación entre los padres de Lisa y Patrick, en la que este convencía a Dan de que los hermanos Sullivan eran buenos chicos, que sabían trabajar duro y que, sobre todo, harían cualquier cosa por sus hijas. Mark hizo cálculos y llegó a la conclusión de que sus propios padres debían de ser los únicos que no estaban al corriente de que Travis y Preston estaban en camino de convertirse en esposo y padre, respectivamente.
—¿Y quién es esta niña tan guapa? —Phoebe le hizo una carantoña a Katie.
—Soy Katie Morgan, pero dentro de unos meses seré Katie Sullivan, porque Parker va a ser mi papá, aunque no le voy a llamar papá porque Parker es un nombre muy chulo. —Katie cogió aire, antes de seguir con su charla—. Parker es muy guapo.
—No hace falta que le cuentes tu vida a todo el mundo, Katie —la reprendió Amy, algo ruborizada—. Ni tampoco hace falta que repitas que Parker es guapo. Él ya lo sabe.
—¡Eh! —interrumpió Parker las risas de todos—. Eso puede decirlo todas las veces que quiera.
—Sí. Katie es la única que no sabe que los guapos de la familia somos Travis y yo.
—¿Podéis comportaros como personas adultas aunque solo sea por una vez? —los reprendió Vivian—. ¿Todo el mundo tiene claro lo que debe hacer mañana?
—Dios mío, esto es una pesadilla —protestó Parker.
—Tú te callas —lo interrumpió su padre con una sonrisa—. Vivian, cariño, cuéntanos todo lo que tenemos que hacer mañana.
—Vamos a ver… —Vivian Sullivan sonrió, viendo su mayor deseo concedido—. Por la mañana empiezan a llegar los proveedores. La decoración ha quedado preciosa, podéis pasaros cuando queráis a verla. ¡Pero no toquéis nada! El catering va a instalar todo lo necesario en los barracones de los trabajadores. Las peluqueras llegan sobre las once. Les he dicho que nos peinen a todas las mujeres. Parker, ¿te has pensado lo de cortarte el pelo?
—No voy a cortarme el pelo ni un milímetro, mamá.
—Pero, hijo, te llega casi por los hombros… Mira tus hermanos, qué guapos están con el pelo corto.
—Katie, ¿tú quieres que me corte el pelo? —No se podía negar que Parker Sullivan sabía jugar bien sus bazas.
—¡No!
—Ya la has oído. En esta boda, manda ella.
—Está bien… —se rindió Vivian con una sonrisa—. Os habéis empeñado en que no haya ensayo, y no las tengo todas conmigo de que sepáis lo que tenéis que hacer. Vamos a ver… En cuanto los invitados estén ya sentados, entraremos Michelle y yo, y nos sentaremos cada una a un lado del pasillo. A continuación, entra el padrino. Mark, recorres el pasillo y te sitúas a la derecha del altar. Después va Parker. Te pones al lado de Mark y no hacéis el tonto. Serios y formales.
—Mamá, por Dios, Parker se casa mañana, y yo estoy más cerca de los treinta que de los veinte. No nos trates como cuando íbamos al instituto.
—Pues no os comportéis como tal. Y hablando de comportarse como críos, Preston, Travis… A continuación, vais vosotros. Primero Travis con Emily, y después Preston con Lisa. Y después va usted, señorita, ¿sabes lo que tienes que hacer, Katie?
—Sí. Tengo que llevar una cestita e ir tirando flores hasta el altar. Y sonreír a todo el mundo mucho.
—Muy bien, Katie, eres la única que me presta atención. —Vivian Sullivan parecía haber pasado toda la semana preocupada solo por los preparativos de la boda, pero había dedicado una cantidad considerable de tiempo a encariñarse con la que era ya, a todos los efectos, su primera nieta—. Y ya, por último, entra Amy del brazo de George. ¿Alguna duda?
—Mamá, consiste en caminar por un pasillo. De verdad, somos abogados, vivimos fuera de casa desde los dieciocho años, trabajamos duro… Creo que seremos capaces de llevar esta tarea a cabo.
—Travis, de ti no me esperaba esa respuesta. Sois todos igual de impertinentes. ¡Y sed puntuales! A las tres y media, quiero a todo el mundo vestido.
—Dios mío, que alguien cambie de tema o me va a dar un infarto —protestó Parker—. A partir de mañana, no quiero volver a oír la palabra boda en una larga temporada.
—¡Pero yo quiero hablar de la boda de Travis y Emily! —protestó Katie, dejando el comedor en absoluto silencio.
—¡Katie! ¿De dónde te has sacado tú eso?
—Oí a Emily contárselo a su padre antes.
—¿Qué boda? ¿Qué está pasando? —La voz de Vivian Sullivan se hizo tan aguda que muchos temieron por el destino de la cristalería.
—Dios… —dijeron al unísono los protagonistas de la noticia, tapándose la cara con las manos.
—¿Algo que declarar, hijo? —bromeó George, aunque con un cierto rictus de preocupación en su cara.
—No queríamos decir nada hasta que pasara esta boda. Más que nada para que a mamá no le dé un infarto…
—…y para que no meta mano en los preparativos —aportó Preston.
—…pero sí. Estamos prometidos. Emily, cielo, ya puedes ponerte el anillo. Al final, se ha acabado enterando todo el mundo.
—¡Pero qué alegría más grande! —gritó Vivian—. Fijaos bien mañana en la comida, las flores, la decoración… Contrataremos a los mismos proveedores, siempre y cuando os gusten, claro. ¿Tenéis ya elegida la fecha? Sería ideal una boda en otoño, para no tener que soportar este calor infernal. O incluso en Navidad. ¡Una boda navideña sería preciosa!
—Me voy a suicidar —dijo Travis, dejando caer la cabeza sobre la mesa.
—No. El que se va a suicidar soy yo —dijo su padre, haciendo que todos estallaran en risas.
—Mamá, no vamos a casarnos aquí. Aún no sabemos si en Boston o en Nueva York, pero nos casaremos en el este.
—¡Ah, perfecto! Así no será una repetición de la boda de Parker. Tenéis que avisarme con tiempo suficiente para cancelar mis compromisos y trasladarme para ayudaros con la organización.
—Mamá, mamá. Para. En serio. Nos vamos a encargar nosotros de todo. Fin del tema.
—Pero…
—Fin del tema. —Travis sonrió a su madre y decidió darle un poco de coba—. Has hecho un trabajo maravilloso con la boda de Parker y Amy, pero nosotros queremos algo un poco más íntimo. Te mantendremos informada, y te prometo que te dejaremos opinar. Pero la boda la organizaremos nosotros, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —aceptó Vivian a regañadientes.
—Y, por cierto, Katie, —empezó Parker—, no se cuentan en público conversaciones privadas. Travis y Emily no querían que esto se supiera todavía. Era un secreto, y tú lo has estropeado.
—Pero, Parker… ¡Tú solo me dijiste que no contara lo del bebé de Preston y Lisa!
Mark recordaría tiempo después que el salón se convirtió en un hervidero todavía más ruidoso de lo que había sido con la noticia del compromiso de Travis. Apenas le dio tiempo a sonreír por la nueva metedura de pata de Katie. Justo cuando se estaba planteando si podría ejercer de hermano mayor para librar a los gemelos de la que les estaba cayendo encima, sintió su móvil vibrar en el bolsillo de sus pantalones vaqueros. Lo que leyó en la pantalla hizo que su estado de ánimo, feliz por la dicha de sus tres hermanos, se derrumbara como un castillo de naipes en medio de un tornado.
«Mark, llevo dándole vueltas a la cabeza desde que colgué el teléfono contigo. Tenías razón. Es imposible que nos mantengamos alejados uno del otro cuando trabajemos juntos. Y es por eso por lo que tengo que tomar una decisión difícil. Renuncio al trabajo en el rancho. Prefiero decírtelo cuanto antes para que puedas buscar a otra persona con la que cumplir tu sueño. Lo siento. Me gustas, me gustas demasiado. Y eso me da miedo. No me siento capaz de empezar un proyecto tan complicado con una relación de por medio que, para mí, no sería solo sexo. Siento ser tan cobarde. Espero que sepas comprenderme y que tu proyecto tenga todo el éxito que te mereces. Perdóname».
Mark se disculpó con torpeza, excusándose en que tenía un fuerte dolor de cabeza y prefería descansar para cumplir al día siguiente con sus labores de padrino. Cuando cerró la puerta de su cuarto, creyó que se sentiría en casa, tranquilo, preparado para lidiar con la negativa que acababa de recibir. Pero no fue así. Se dejó caer sobre su cama y sintió que los ojos le hormigueaban. En los últimos años, Mark había aprendido a mantener a raya las lágrimas. Había llorado mucho después de lo que le había ocurrido a Caroline en Columbia. Hasta que un día sintió que se había secado, que sus sentimientos podían quedar en el mismo ostracismo en el que estaba él mismo. Solo había derramado alguna lágrima al contarles a sus hermanos y a la propia Alice su historia. Alice. Ella había abierto las compuertas de unos sentimientos que él pensaba que no estaban hechos para él. Dejó de resistirse y se secó las intrépidas lágrimas con el dorso de su mano. Cayó durante un buen rato en la autocompasión, en el pensamiento de que nada le salía bien, en la sensación de que seguía pagando la pena de lo que había hecho a los veinte años.
Y su tristeza duró hasta que escuchó las carcajadas de sus hermanos mientras subían las escaleras camino de sus habitaciones. Aunque solo fuera por ellos, merecía ser feliz de nuevo. De nuevo. Ni siquiera recordaba haber sido feliz algún día. Lo fue, sin duda, en su infancia y en los primeros años de su juventud. Pero todo se había truncado, y él no había sido capaz de encontrar la senda de regreso. Cogió su teléfono móvil y escribió solo cuatro palabras. «Y una mierda, Alice». Y, antes siquiera de que el mensaje hubiera llegado a su destino, él ya había tomado la decisión de hacer la mayor locura de su vida.
Mark calculó la ruta en el GPS de su teléfono móvil. Forzando su BMW Adventure al máximo, nadie le quitaría cuatro horas y media de trayecto hasta Los Ángeles. Eran las diez y media de la noche, así que debía salir cuanto antes. Y, por muy egoísta que pudiera sonar, le daba igual perderse toda la parafernalia previa a la boda. Él era el padrino, sí, pero sabía que para Parker sería suficiente con que estuviera a su lado a las cuatro menos un minuto de la tarde. Y no le importaba lo que opinara nadie que no fuera él.
Bajó a la planta principal de su casa con sigilo. Pretendía encontrar a alguno de sus hermanos despierto para que ellos estuvieran informados de sus planes, pero, al mismo tiempo, quería evitar al resto de habitantes de la vivienda, encabezados por su madre, por supuesto. Esperó algunos minutos, pero no escuchó sonidos en las habitaciones de ninguno de ellos. Regresó a su dormitorio y garabateó una nota para Parker en un par de trozos de papel que encontró perdidos en un cajón. Sus padres no tenían costumbre de subir a su refugio de la buhardilla, así que suponía que la nota la encontraría alguno de sus hermanos.
«PARA PARKER: Park, no me mates. Me he largado en la moto. Alice me ha enviado un mensaje echándose atrás en todo, y no puedo más. Lo siento. Me voy a Los Ángeles a buscarla, y la voy a traer conmigo, así que cuenta con una invitada más en tu boda. Te juro que llegaré a tiempo de llevarte al altar. Os quiero».
Se deslizó sigiloso hacia la cochera del rancho y sacó su moto, empujándola con esfuerzo con el motor apagado. Su madre los había pillado en las suficientes fechorías como para sospechar que dormía con un ojo abierto, así que no se podía arriesgar a despertarla. Encendió el motor en el camino de tierra que conducía a la finca, aceleró y se permitió unos segundos para disfrutar del agresivo ronroneo del motor. Se ajustó el casco a la barbilla, y arrancó.
‖
—No seré yo quien le eche un sermón a nadie, Park, pero si sigues a este ritmo de cervezas, mañana te vas a casar con una resaca infernal.
—Sé convivir con la resaca, Preston. Creo que no hice ningún examen de la carrera con la cabeza despejada, así que no creo que me presente muchos problemas casarme así —se defendió Parker, deslizando con ansia el pendiente de su labio entre los dientes y encendiendo su enésimo cigarrillo de la noche.
—¿Dónde coño se ha metido Mark? No me creo que vaya a faltar justo hoy a la reunión.
—Estará hablando con Alice. Le ha dado fuerte, ¿eh? —aportó Travis—. ¿Queréis que vaya a buscarlo?
—No. Ya voy yo.
Parker llamó con los nudillos con suavidad a la puerta del estudio de la buhardilla, pero, ante la falta de respuesta, abrió directamente la puerta. En un primer momento, se sorprendió al no encontrar a su hermano allí, pero enseguida reparó en la hoja de papel situada sobre la mesa de su escritorio. Cuando la leyó, toda la sangre pareció abandonarle el cuerpo y se sintió mareado. Tardó unos segundos en reponerse y salió corriendo escaleras abajo de camino al encuentro con sus hermanos.
—¡Chicos! ¡Joder! Tenemos un problema. Mark se ha largado.
—¿¿Qué??
—¿Cómo que se ha largado?
—No está. Ha dejado una nota. Leed.
Travis encendió la pantalla de su móvil para iluminar la hoja de papel que sostenía Preston. Juntaron sus cabezas para leer: «PARA PARKER: Park, no me mates. Me he largado en la moto. Alice me ha enviado un mensaje echándose atrás en todo, y no puedo más. Lo siento». Ninguno supo entonces que la leve brisa de la noche arizoniana había hecho volar la segunda hoja de papel bajo la cajonera del escritorio de Mark.
—¡Joder! ¿A dónde coño habrá ido? ¿Has probado a llamarlo?
—No contesta al móvil. Estoy preocupado. Hay que hacer algo.
—Parker, tranquilízate. Te casas dentro de dieciséis horas. Sube a tu cuarto y trata de dormir. Nosotros nos encargaremos de traerlo de vuelta —dijo Travis.
—¿Pero cómo coño voy a poder dormir si mi hermano ha desaparecido?
—Pues lo vas a intentar —se impuso Preston—. ¿Tienes alguna idea de dónde puede estar?
—Pues supongo que emborrachándose en algún tugurio de mierda. Es lo que estaría haciendo yo, supongo.
—¿Estará en Phoenix?
—No creo. En la casa de Phoenix están los tíos de Amy.
—Es que ahora mismo no hay ninguna casa vacía. En todas partes hay algún invitado a la boda. Y, si se ha ido a un hotel, no lo encontraremos nunca —aportó Preston, probando por enésima vez a marcar el número de su hermano mayor.
—¿Se habrá ido a Los Ángeles?
—Puede ser. Es la única posibilidad que tenemos para agarrarnos.
—Le acabo de enviar un mensaje para que nos llame cuanto antes —informó Parker.
—Escucha, Park. Me preocupa el tono de esa nota. Y me toca muchísimo los cojones que esto haya pasado la noche antes de tu boda. —Preston se pasó las manos por la nuca, nervioso—. Yo voy a coger el coche y darme una vuelta a ver si lo localizo. ¿Estás dentro, Trav?
—Por supuesto. Vamos a avisar a las chicas.
—Espera. Creo que la cena de esta noche ha dejado muy claro lo difícil que es mantener un secreto en esta casa. ¿Por qué no les decimos que nos vamos a tomar unas copas? Damos unas vueltas con el coche por los moteles de esta zona, nos acercamos a los antros de Phoenix por los que suele salir, y en un par de horas estamos de vuelta.
—Sí, buena idea. Vamos, Park. Súbete con Amy.
—De acuerdo. Esta va a ser una noche muy larga. No creo que pueda dormir, así que mantenedme informado de todo por mensaje, por favor.
Un cuarto de hora después, Travis arrancaba el Cadillac de su padre en el interior de la cochera. Enfiló el camino de salida de la finca con las luces apagadas; ninguno quería arriesgarse a que descubrieran su marcha. Además, ni siquiera le habían pedido el coche a su padre. Podrían haber cogido la camioneta, pero Travis y Preston no necesitaron hablar para saber que ese no era el vehículo adecuado para la aventura que se les presentaba por delante. Necesitaban toda la velocidad posible.
El silencio en el coche estaba tan cargado de tensión y de ideas no pronunciadas que los dos se sobresaltaron cuando escucharon un golpe fuerte en la carrocería. Travis frenó en seco y, pese a ir todavía muy despacio, los dos se impulsaron un poco hacia delante. Cuando miraron hacia el origen de ese ruido, los dos se sonrieron, aunque con una cierta amargura, al descubrir a Parker parado junto al coche.
—¿Qué coño haces, Park?
—¿Estáis de coña? Os vais a Los Ángeles, ¿no?
Preston y Travis se miraron durante un instante y, a continuación, bajaron la vista hacia sus regazos. Parker ya no era el niño al que podían engañar con facilidad.
—¿Os vais o no, joder?
—Sí. Pero tú no vienes, Parker. ¡Te casas mañana, maldita sea!
—Estáis de puta coña si creéis que voy a quedarme aquí. —Parker no les dio opción a responder y se subió al asiento trasero del coche—. Arranca, Trav. Estamos perdiendo un tiempo precioso.
—Parker, ¿estás seguro?
—No sé qué coño le ha pasado a Mark. Está claro que hay dos opciones. O está hundido, emborrachándose y comiéndose la cabeza, o se ha largado a Los Ángeles a intentar recuperarla. ¿Qué pensáis?
—No tengo ni puta idea —le respondió Travis, resoplando—. El Mark al que conozco, por desgracia, me tiene más pinta de haberse ahogado en whisky.
—Ya, pero el Mark de estos últimos días… —reflexionó Preston.
—Si algo se ha ganado, es un voto de confianza por nuestra parte —sentenció Parker—. Mark es otra persona desde que ha conocido a esa chica. Deja de dar vueltas, Travis. Nos vamos a Los Ángeles.
Sus dos hermanos asintieron. Travis enfiló la interestatal a una velocidad muy superior a lo recomendable. Preston y Parker siguieron llamando desde sus respectivos teléfonos móviles, pero el teléfono de Mark se había convertido en un muro que no les ofrecía respuestas. Hicieron la mayor parte del trayecto en silencio, cruzando los dedos para que no hubiera patrullas de tráfico en los alrededores. Eran casi las cuatro de la madrugada cuando divisaron a lo lejos las luces de la ciudad.
—¿Tenéis la menor idea de a dónde ir?
—Sí. Emily me estuvo enseñando la casa del paciente de Alice en Google Maps. Está en las colinas de Hollywood. No sé muy bien cómo llegar, pero la casa es espectacular y no está demasiado escondida. Espero que podamos encontrarla.
—¿Soy el único al que le está dando el canguelo de que no esté aquí?
—Ahora mismo, tengo la sensación de que no está aquí ni de coña y que estamos haciendo el ridículo.
—Joder, chicos. No seáis cenizos. —Parker estaba tan nervioso en su asiento que no podía evitar dar pequeños saltitos—. Vamos a encontrarlo.
—Ojalá tengas razón. Y, por favor, dejad que la primera hostia se la dé yo. La rodilla la tendré hecha una mierda, pero con el brazo aún puedo lanzarlo al suelo.
—No le rompas la nariz, que mamá se puede morir si hay sangre en la boda. Pero, por todo lo demás, te doy permiso para pegarle.
‖
Mark tardó poco más de cuatro horas en llegar con su moto a las colinas de Hollywood. Estaría agradecido toda su vida a las webs de cotilleo sobre los famosos, por darle la localización exacta del lugar donde vivía el paciente de Alice. Durante todo el trayecto desde el rancho hasta la ciudad, había puesto la mente en blanco y había dejado que los kilómetros fueran pasando sin permitirle cuestionarse lo que estaba haciendo.
En el fondo de su alma, sabía que había tomado la decisión correcta. Había pasado tantos años desconectado de sus emociones que, cuando conoció a Alice, el simple hecho de sentir que su corazón latía le había provocado sorpresa. Y ya no había vuelta atrás. Quería, necesitaba, que su vida volviera a conectar con su alma. Y, por suerte o por desgracia, no había encontrado otra forma de hacerlo que a través de Alice.
En cuanto localizó la casa de aquel actor tan célebre como, al parecer, insolente, sonrió. Al menos, en el peor de los casos, la vería una última vez. Vio una luz encendida, rompiendo la oscuridad de la madrugada, en la planta superior de la casa. Se sintió un poco, no demasiado, ruin al pensar que quizá ella tampoco estaba pasando una buena noche.
Aparcó su moto en un lugar algo apartado, y sacó su teléfono móvil del bolsillo de su cazadora de piel. Ahogó una mueca cuando vio más de cincuenta llamadas perdidas y varios mensajes de sus hermanos. Supuso que habrían encontrado su carta y querrían un millón de explicaciones que, sin ninguna duda, ya se encargaría de darles al día siguiente. Pero esa noche era solo suya. Suya y de Alice. Marcó su número y se desesperó durante los ocho tonos que tardó ella en responder al teléfono.
—Hola, Mark.
—Hola, Alice. ¿Dormías?
—Podría decirte que sí, pero lo cierto es que no podía.
—¿Por qué lo has hecho, Alice? ¿Por qué has acabado algo que ni siquiera había empezado?
—Yo creo que sí que había empezado.
—Pues más a mi favor. ¿Tan mal iban las cosas?
—Mark, todo lo que tenía que decir, lo dije en el mensaje.
—¿Te molesta que te haya llamado?
—No, claro que no. —Alice sonrió con amargura—. Pero me lo pone más difícil.
—Solo tú te lo pones difícil, Alice. Créeme, llevo muchos años perfeccionando lo de ponérmelo difícil. Y, ¿sabes qué? Todo lo que me ha hecho infeliz estos años son obstáculos que yo mismo me ponía en el camino. No me puedo creer que seas tan cobarde como era yo hasta hace unos meses.
—No sé si es cobardía, Mark. Sé que me gustas lo suficiente como plantearme cosas, como para… para sentir cosas en las que me gustaría poner los cinco sentidos. Y eso no es compatible con las energías que hacen falta para el proyecto que íbamos a poner en marcha.
—¿Puedo plantearte una situación hipotética?
—Supongo que sí.
—Si no existiera el proyecto del rancho… Si tú y yo nos hubiéramos conocido, yo qué sé, en la boda de Emily con mi hermano, por ejemplo… ¿Te plantearías una relación conmigo?
—No. Creo que no. Mark, tú y yo no queremos lo mismo.
—¿Por qué estás tan segura de qué es lo que yo quiero?
—Oh, vamos, Mark. Tú mismo lo dijiste. Trabajo duro por el día y sexo duro por la noche, ¿recuerdas?
—Joder, Alice, por Dios. ¿Te vas a quedar con una frase dicha en tono de broma? ¿Ya no recuerdas que esta misma tarde te dije que te quería?
—En medio de la dicha postcoital, Mark. Y no es solo eso. Ni siquiera has tenido una novia en toda tu vida.
—¿Y qué? ¿Significa eso que no puedo tenerla ahora? ¿Que no puedes ser tú?
—No me digas lo que crees que quiero oír. Lo pasamos bien en Boston, lo pasamos bien esta semana tonteando y tuvimos una excelente sesión de sexo telefónico. Mark, el lunes empieza una nueva vida profesional para ti. Olvídate de mí y ponlo en marcha.
—¿Y si te digo que, ahora mismo, preferiría tener la opción de empezar algo contigo que seguir adelante con el proyecto?
—No digas tonterías, Mark. El proyecto del rancho es tu gran ilusión.
—No lo dudes. Ver ese rancho funcionando sería un sueño hecho realidad. Pero, ahora mismo, no puedo pensar en nada que no seas tú.
—¿Qué propones, Mark?
—¿Por qué no empiezas por abrir la puerta?
—¿Qué?
—Estoy delante de la jodida mansión de tu paciente. Llevo cuatro horas subido a una moto, mi hermano se casa dentro de doce horas… Por Dios santo, abre la puerta.
Alice ya no respondió a su petición. Mark sintió que, por primera vez en horas, el aire llegaba al fondo de sus pulmones, en cuanto escuchó el chasquido metálico del enorme portón eléctrico, abriéndose en la calidez de la noche del sur de California. Cuando la vio frente a él, tuvo más claro que nunca lo que sentía. Una oleada de calor invadió su cuerpo desde el cerebro hasta la entrepierna, pasando por el corazón. Alice era todavía más guapa de lo que la recordaba. Vestía solo un escueto mono de algodón verde menta. Su pelo rosa se arremolinaba en lo alto de su cabeza, en una especie de moño despeinado. Los piercings de su cara le daban un curioso aire inocente, ahora que los veía sin ningún maquillaje alrededor. Observó sus larguísimas piernas, más bronceadas de lo que las había visto en Boston, y se fijó en que un nuevo tatuaje recorría su pierna en vertical, a lo largo de la tibia. Acababa justo en su empeine, y fijarse en sus pies descalzos le recordó a la breve intimidad que habían compartido en aquella tarde que se le antojaba tan cercana y lejana a la vez.
—¿Es nuevo? —le preguntó, señalando su pierna. Se sintió imbécil al instante. Alice tenía la capacidad para hacerle decir las cosas más estúpidas.
—Sí. Un capricho —le respondió ella, con una media sonrisa y un encogimiento de hombros—. ¿Me enseñas el tuyo?
—Nunca te emborraches con mis hermanos cerca de un estudio de tatuajes —bromeó Mark, nervioso, levantando la manga corta de su camiseta blanca y girándose hacia ella.
Alice sonrió, y el silencio se adueñó del momento. Se miraron a los ojos durante tanto tiempo que la vista se les nubló. Los dos sabían que el turno de las bromas se había acabado. Parpadearon casi al mismo tiempo, como haciéndose conscientes de la presencia del otro y se aproximaron con lentitud. Mark le sonrió, con un cierto toque de suficiencia, cuando la tuvo a escasos milímetros de él. Acercó su mano a la goma con la que ella sujetaba su pelo y lo soltó. Una cascada de color rosa cayó a ambos lados de su cara, dándole un halo extraño y perfecto. Mark enterró sus dos manos en la nuca de Alice y eliminó la poca distancia que los separaba. Cuando sus labios se tocaron, Mark supo, de inmediato, que aquella aventura nocturna había merecido la pena. Aunque no consiguiera nada más que ese beso. Abrieron los labios de forma casi inmediata, y Mark probó el sabor de Alice que no había logrado olvidar en siete semanas. Sus lenguas se entrelazaron, y Mark sonrió al sentir la bola metálica del piercing de ella chocando con sus dientes. Se sintió duro al instante y bajó la palma de su mano de la nuca de Alice a su espalda, moviéndola a un costado hasta rozar la curva de su pecho. La escuchó gemir cuando la yema de su pulgar rozó el ya excitado pezón de ella. Él también ahogó un jadeo cuando ella, casi de forma involuntaria, adelantó sus caderas hasta apretarse contra la húmeda erección de él.
—¿Qué estás haciendo aquí, Mark Sullivan?
—Demostrarte que tú no eres la única que se ha enamorado. Lo siento si en algún momento te di a entender que solo quería sexo. Lo quiero todo, Alice. Quiero todo contigo. No me he enamorado en casi veintiocho años. Por favor, no me dejes sin la oportunidad de seguir sintiendo esto.
—Mark…
—Dime que no es esto lo que quieres hacer el resto de tu vida. —Mark se jugó el todo por el todo. Ya no tenía nada que perder. O lo tenía todo. Ni él mismo lo sabía.
—Estoy cansada de que me pongas las cosas tan difíciles, Mark —susurró ella junto a su oído, mientras sus manos recorrían los prietos glúteos bajo los pantalones vaqueros de él.
—¿Yo? ¿Yo te las pongo difíciles? ¿Eso es lo que crees? Tú has hecho de mi vida un infierno, Alice. El puto mejor infierno del mundo, eso sí.
—Deja de decir esas cosas. —Alice se aupó, dejando que él la levantara bajo sus nalgas. Enroscó sus piernas alrededor de las caderas de Mark y permitió que él la acercara hasta el muro de piedra caliza de la mansión. No habrían podido dejar de jugar con sus lenguas ni aunque hubieran querido, que no era el caso.
—Vente conmigo a Arizona, Alice. Por favor. Con rancho o sin él, como sea. Pero no me dejes, por favor. Dame una oportunidad.
—Nunca, en toda mi vida, había conocido a una persona más insistente que tú, Mark Sullivan.
—¿Eso es un sí?
—Si no lo es, se le parece bastante, me temo —le respondió ella, con una enorme sonrisa que le hizo derretirse en partes muy diferentes de su cuerpo.
‖
—Travis, por Dios santo, es la quinta vez que pasamos por delante de esta casa.
—Cállate, Parker. Todo me suena. Estas mansiones… las vi todas con Emily en internet. Tiene que estar por aquí. ¿Habéis probado a llamarlo de nuevo?
—Mi móvil murió en la llamada número mil —dijo Preston—. Y el de Parker también.
—Hay un cargador en la guantera, Preston. Lo he visto hace un rato.
—Sí, yo también lo he visto. Pero, al parecer, nuestro padre es la única persona de todos los Estados Unidos que no tiene un iPhone. El cargador no es compatible.
—¡Joder! Solo nos queda el móvil de Travis, entonces. Y con menos del treinta por ciento de batería. Esto se pone cada vez más emocionante —ironizó Parker.
—¿Es que no va a responder nunca? ¡Mamón de mierda! —Travis golpeó el volante con fuerza, haciendo sonar el claxon sin querer y haciendo a los tres hermanos dar un respingo—. Le voy a dar tantas hostias que deseará no haberse enamorado nunca.
—Vamos a dar una última vuelta y paramos a tomar un café. No sé cómo estarás tú, Travis, pero yo no he venido conduciendo y, aun así, me caigo de sueño.
—Sí, yo también estoy agotado, pero me mantiene en pie la adrenalina. La adrenalina de partirle la cara, por si lo dudabais.
—¿Puedes parar un segundo? Te juro que si no me fumo un pitillo, me va a dar un ataque de ansiedad.
—Fuma en el coche si quieres, Parker. He llegado a un punto en que no me importa nada más que encontrar a ese imbécil.
—Paso. Papá ya nos va a matar por suficientes motivos, no añadamos uno más.
—Para en ese mirador, Trav. Necesitas descansar un poco.
Travis apartó el coche hacia un pequeño espacio sin asfaltar. Tiró del freno de mano con tanta fuerza que a Preston le sorprendió que no se quedara con la palanca en la mano. Parker saltó del coche ya con su cigarrillo a medio encender y la primera calada le dio una fugaz satisfacción a cada célula de su cuerpo. Sin necesidad de palabras, le lanzó su cajetilla de Marlboro a Preston, que se apresuró también a darle uso.
—Te juro que no entiendo cómo sobrevivís los no fumadores a este tipo de crisis —bromeó con Travis.
—Estoy tan nervioso que, si no me diera tanto asco, me habría acabado ya ese paquete hace rato.
—¿Creéis que, con esta escapada de casa, Mark me habrá arrebatado el puesto de Sullivan problemático?
—Sin ninguna duda. Todo lo que papá y mamá han pensado siempre de nosotros se les ha ido al carajo en la última semana. Pero, bueno, han ganado unas cuantas nueras y un par de nietos. Supongo que les compensa —sentenció Preston.
—¡Eh! ¡Chicos! —Travis parecía querer hacer un agujero en el suelo, vista la manera en que había estado recorriendo el exiguo espacio de aquel mirador—. ¡Parker! ¡Preston! ¡Joder, venid aquí! ¿Estáis sordos?
—¿Qué ocurre, Trav?
—Mirad eso. —Travis sonrió, quizá por primera vez en la noche, señalando hacia una mansión que se divisaba a la perfección desde aquel lugar en que habían ido a parar con su coche.
—¡Será cabrón! —exclamó Preston.
—Decidme que no están follando contra esa pared.
—Si no lo están haciendo aún, no creo que tarden mucho.
—No sé si ovacionarlo o joderles el polvo.
—Oh, por Dios, Travis. Sí que tardas poco en ablandarte. Dame las llaves —exigió Preston—. Por supuesto que vamos a joderles el polvo.
‖
Mark empezaba a creer que toda su relación con Alice estaba maldita o algo parecido. La tenía donde ni siquiera se había atrevido a soñar. Excitada y relajada a la vez, se derretía entre sus brazos mientras él la sostenía contra el muro de aquella mansión de lujo. Y, justo cuando todo parecía perfecto y ya se visualizaba bailando entre las caderas de Alice, algún imbécil en un coche a toda velocidad empezaba a hacer luces, gritar y tocar el claxon.
—Pero, ¿qué diablos es eso?
—No lo sé, pero si tuviera un arma a mano, ya serían historia.
—¡Oh, Dios mío! No me lo puedo creer —exclamó Mark, cuando distinguió la matrícula del Cadillac de su padre.
—¿Qué ocurre?
—Me temo que estás a punto de conocer a mis hermanos.
El lujoso sedán gris plata de George Sullivan frenó de forma sonora junto a la entrada de la casa. El neumático delantero derecho se resentiría del nada delicado choque contra el bordillo. Travis saltó del coche un buen rato antes de que el vehículo se detuviera por completo.
—¿¿Se puede saber a qué cojones estás jugando, Mark??
—¡Joder, Mark! ¿Tienes la menor idea de lo preocupados que estábamos?
—Supongo que eres Alice. De hecho, sería bastante gracioso que no fueras Alice. —Preston fue el único que mantuvo la calma y se acercó a aquella mujer que trataba en vano de disimular su cara de sorpresa y se recolocaba como podía su escueto pijama—. Soy Preston. Los dos que gritan son Travis y Parker. Al que está a punto de recibir un puñetazo creo que ya lo conoces.
—Sí. Soy Alice. —Ella se acercó a estrecharle la mano y no pudo evitar sonreír—. ¡Ups! Eso ha debido de doler.
—Para ya, Travis, joder. —Mark se echó la mano al pómulo, el lugar exacto que había elegido Travis para asestarle un puñetazo, algo más suave de lo que había planeado, pero sin duda más fuerte de lo que Mark habría querido—. Pero, ¿es que no leísteis mi nota?
—¿Esta puta nota pseudo suicida? —le preguntó Parker, sacando de su bolsillo el papel con el que se había originado toda la crisis y tendiéndosela a Mark.
—¿Y la otra hoja?
—¿Qué otra hoja?
—En la nota completa, que eran dos hojas, imbécil, —remarcó Mark, señalando a Parker—, decía que me venía a Los Ángeles y que llegaría a tiempo para la boda.
—¿Parker? —Travis se cernió amenazante sobre su hermano pequeño.
—Me parece que le debes un puñetazo al enano, Trav. —Mark, al fin, sonrió—. Joder, ¿qué estáis haciendo aquí?
—Estábamos preocupadísimos, Mark. No entendíamos nada.
—Dios… Lo siento.
—Por cierto, impresentables, —intervino Preston—, esta es Alice.
—Hola —dijeron al unísono Parker y Travis, sonrojados.
—¿Tú no te casas hoy? —Alice se dirigió a Parker con una media sonrisa.
—Mañana. Me caso mañana.
—Son las cuatro y media de la mañana. Creo que eso a lo que tú llamas mañana es, en realidad, hoy.
—Joder, esta vez mamá va a tener una razón para descuartizarnos.
—Vamos a ponernos en marcha. Mark, ¿tú qué haces?
—Alice, ¿tienes un vestido bonito?
—Pero, ¿tú estás loco? Vete a la boda de tu hermano, y el domingo hablamos.
—Oh, no… No, no, no. Bajo ningún concepto. Tú te vienes conmigo a la boda.
—No me voy a presentar en la boda de tu hermano, con toda tu familia, sin dormir y sin que nadie sepa quién soy.
—Por supuesto que vas a venir a la boda —interrumpió Parker—. Creo que el paseíto que nos hemos dado lo merece.
—Eres la primera chica a la que tenemos que venir a cortejar los cuatro Sullivan —añadió Preston.
—Tenemos cuatro horas de viaje y un huso horario de diferencia en contra, Alice. Por Dios, di que sí —suplicó Mark, con un mohín irresistible en sus labios.
—¿Cuatro horas? Ese es mi coche —dijo Alice, señalando hacia un Porsche 964 Cabrio, aparcado en el jardín—. Deja aquí la moto, Mark. En tres horas estaremos en el rancho.
—¿Ese coche es tuyo? —preguntó Preston—. Joder, Mark, tu chica sabe lo que se hace.
—No soy su chica —protestó ella.
—Oh, cielo, por supuesto que lo eres.