Viernes 17 de
junio.
Ocho días para la boda.
—¡Mark! ¡Mark! ¡¡Mark!!
—Cielo santo, mamá. Estoy aquí. ¿Qué quieres ahora? —protestó Mark. Hacía veinte minutos que se había levantado, pero su madre ya parecía tener todo su día planificado al milímetro.
—¿Tienes claros los horarios de vuelo de toda la gente que llega hoy? —Su madre entró en la cocina del rancho con su habitual aspecto impecable, seguida de cerca por Parker y Amy—. Vamos a ver… Travis y Emily llegan a las doce del mediodía desde Nueva York. Es una pena que la madre de Amy y Katie no hayan conseguido plaza en el mismo vuelo. Llegan un par de horas después. Supongo que os compensa esperarlas en el propio aeropuerto, aunque quizá Travis y Emily lleguen demasiado cansados y eso los fastidie. El caso es que…
—Mamá, por favor, tienes que tranquilizarte con los preparativos —interrumpió Mark—. Queda más de una semana para la boda. Si sigues a este ritmo, te dará un infarto y celebraremos tu funeral.
—No digas tonterías. —Su madre lo ignoró con un gesto de su mano—. Todo está perfectamente planificado. En cuanto estén aquí vuestros hermanos, todo será más sencillo. ¡María! ¡María! ¡¡María!!
—¿Me llamaba, señora? —Mark solía hacerse cargo de la vida doméstica sin ninguna ayuda externa, pero su madre había insistido en que María, la mujer que trabajaba en la casa familiar de Phoenix, se desplazara al rancho junto al resto de la familia para encargarse de las tareas en aquella semana que se intuía de locos.
—¿Has preparado la habitación de los gemelos?
—Sí, señora.
—¿Y la habitación de invitados para las chicas?
—También.
—Mamá, por Dios… —intervino Parker—. ¿Crees que Travis y Preston no duermen con ellas en Nueva York? ¿A qué viene instalarlos en habitaciones separadas aquí?
—Estoy muy poco interesada en las costumbres de mis hijos cuando no están en casa, Parker. Bastante moderna me siento dejando que vosotros compartáis dormitorio. Y lo hago solo porque dentro de ocho días estaréis casados. Así que no protestes, por favor.
—Tiene razón mamá, Park. Y Travis y Preston estarán de acuerdo, además. —Mark aguantó la risa el tiempo exacto que tardó su madre en desaparecer de la cocina, camino de algún trámite ineludible en alguna otra estancia de la casa.
—Por Dios… qué pelota eres con mamá, Mark. No te soporto —protestó Parker.
—¿Cuándo te darás cuenta de que no merece la pena discutir, hermanito? Está todo pensado. Te recuerdo que la terraza comunica esas dos habitaciones. Travis dormirá con Emily, y Preston dormirá con Lisa. Papá fingirá no darse cuenta, y mamá se quedará contenta. ¿Cuál es el problema?
—¡Por Dios! Mintiéndole a papá y a mamá a esta edad…
—¿Cómo lleváis los preparativos? ¿Os está volviendo muy locos? —les preguntó, con sincera preocupación. Mark era el único de los hermanos que vivía cerca de sus padres y era consciente de la locura en la que había pasado su madre los últimos nueve meses, con la boda de su hijo pequeño en perspectiva.
—Hoy haremos las últimas pruebas de los trajes —intervino Amy—. Se avecinan problemas.
—Buena suerte —les deseó Mark, entre risas—. Voy a vestirme. Hoy me toca hacer funciones de chófer y estaré todo el día fuera. ¿Salimos a tomar algo esta noche, cuando esté todo el mundo instalado?
—Llevamos días sin ver a Katie… Creo que nos quedaremos con ella por aquí.
—Prepárate para las protestas de Travis.
—Estoy acostumbrado a que se burlen, créeme. —Parker sonrió—. Márchate, anda, o nos tocará a nosotros pagar las consecuencias de la furia de mamá.
‖
Mark condujo los más de cien kilómetros que separaban el rancho del aeropuerto de Phoenix en silencio. Hacía menos de una semana que sus padres se habían instalado en el rancho, junto a Parker y Amy, y él no estaba acostumbrado a compartir su espacio. Se sentía extraño, rodeado por tanta gente, en aquella casa enorme que solía tener entera para él. Y aún quedaban por llegar Travis y Preston con sus novias, la madre y la hija de Amy, los padres de Lisa, y también el padre de Emily, a quien sus padres habían insistido en agasajar de forma especial. ¡Qué extraño iba a resultar todo! En medio de la locura de la boda, apenas habían tenido tiempo de pensar en ello, pero Mark estaba preocupado por el encuentro con Emily. Hasta que la casualidad había decidido unir su destino al de Travis, Emily era la chica cuya desgracia había intentado tapar con dinero la familia Sullivan. Sus tres hermanos insistían en que Emily era una mujer extraordinaria, e incluso había llegado a hacerse muy amiga de Parker, pero Mark desconfiaba de que fuera tan tolerante con sus padres. Además, estaba el tema de Alice. Había estado semanas sacándose de encima a Travis, que no comprendía por qué Mark había decidido no contar con ella para su proyecto del rancho. De hecho, ya casi ni había proyecto para el rancho. Aquel día en Boston lo había cambiado todo. Después de aquello, se había entrevistado con varios profesionales que parecían –y, probablemente, eran– idóneos para el puesto, pero él no se sacaba de la cabeza que Alice era la única persona con la que había conectado de verdad, la única que parecía haber comprendido a la perfección su proyecto. Bueno… la realidad es que era a ella a quien no conseguía sacarse de la cabeza.
Aparcó su camioneta en el único espacio que encontró disponible y se dispuso a entrar en la terminal. Comprobó en las pantallas que faltaba algo menos de media hora para que aterrizara el vuelo procedente de Nueva York en el que llegaban Travis y Emily, y aprovechó el tiempo para tomarse un café. Cuando las puertas de la terminal de llegadas se abrieron y los pasajeros empezaron a salir, Mark sintió un tirón de nervios en el estómago. Sí, le gustaba su soledad y no tenía intención de compartirla con nadie de modo permanente, pero la idea de volver a estar todos juntos, de volver a tener a sus hermanos en la que ahora era su casa, lo ilusionaba más de lo que estaba dispuesto a reconocer.
—¡Mark! —escuchó chillar a Travis y, cuando se quiso girar para buscarlo, se encontró con el más de metro noventa de su hermano colgando de su espalda.
—Aparta, mocoso. —Se lo sacó de encima con una sonrisa y se fijó en la chica que se acercaba a ellos apoyándose en un bastón—. Preséntame a esa pobre incauta que te soporta, anda.
—Emily, este es Mark, mi hermano mayor. —Mark detectó una pizca de orgullo en el tono de su hermano, y eso lo hizo sonreír de nuevo—. Mark, esta es Emily.
Se repitieron un par de fórmulas de cortesía y se dirigieron a uno de los restaurantes de la terminal. Mark no daba crédito al comportamiento de su hermano. Travis, que hasta unos meses atrás solo parecía emocionarse con el fútbol, miraba a aquella chica como si ella fuera lo único que importara en el mundo. Por lo que había escuchado, a Preston le sucedía algo parecido. Y de Parker era mejor ni hablar; se había convertido en un padre de familia con todas las letras. ¿Y él? Él continuaba siendo la misma persona en que lo había convertido su nefasta experiencia universitaria.
—¿Qué tal las cosas por casa? ¿Mamá? —preguntó Travis con una media sonrisa.
—Una locura. Veinticuatro horas diarias de preparativos. Cuesta creer que Parker esté siendo tan paciente.
—Es que ahora es un hombre serio y formal, Mark —se burló Travis—. ¿Sabemos algo de Preston?
—Llega mañana de Londres.
—Vendremos nosotros a recogerlos. Emily está deseando ver a Lisa. —Travis se volvió hacia su novia, que asintió con un gesto.
—¡Ni de coña! Ser el chófer oficial de la familia Sullivan es mi excusa para desaparecer del rancho y de la locura de mamá.
—¿Y papá? ¿Le deja opinar en algo?
—Papá es más listo que todos nosotros juntos. La ha convencido de que tiene mucho trabajo y está en la casa de Phoenix.
—Qué cabrón —dijo Travis, con cariño.
El tiempo se les pasó volando a Travis y Mark. No tanto a Emily, que permanecía mucho más callada de lo que era habitual en ella. Estaba nerviosa ante la perspectiva de enfrentarse a la familia de su novio y habría matado por tener a Lisa a su lado, pero su amiga no solo estaba al otro lado del mundo, disfrutando de su locura de amor por Preston, sino que, además, se había mostrado esquiva con ella en los últimos días.
—¡Traaaavis! —Mark se sorprendió al escuchar el chillido agudo de Katie, quien corría hacia su hermano sin importarle que la mitad de los adultos de la terminal tuvieran que esquivarla.
—Prepárate, Mark. Estás a punto de conocer a Katie Morgan, futura Katie Sullivan. Buena suerte —le susurró Emily al oído, en un tono fingidamente serio.
—¡Katie, ten cuidado! —escucharon a Michelle apresurándose tras ella.
Cuando Michelle llegó junto a ellos, Travis hizo las presentaciones pertinentes, con Katie colgada de sus brazos.
—Katie, ¿no eres un poco mayor para pedir que te cojan en brazos?
—Travis es muy guapo —respondió Katie, como si aquello lo explicara todo, provocando las risas de los presentes—. Mark también es hermano de Parker. Parker tiene muchos hermanos, y yo no tengo ninguno. ¿Dónde está Parker?
—Te está esperando en casa, enana —le contestó Emily, todavía riéndose por las ocurrencias de la pequeña y dándole un beso en la mejilla que Katie ignoró. Cuando había algún hermano Sullivan cerca, todo lo demás parecía no importarle demasiado.
En el trayecto de hora y media entre el aeropuerto y el rancho, no hubo un segundo de silencio. Katie puso al día a Mark, Travis, Emily y Michelle de todas y cada una de las virtudes que atesoraba Parker Sullivan. Cuando atravesaron las enormes puertas de madera del rancho, Mark –y presentía que el resto de ocupantes del vehículo– odiaba un poco a su hermano pequeño.
‖
Era casi medianoche, y la temperatura no bajaba de treinta grados. Las noches de verano en Arizona eran una locura, pero a Mark le gustaba el calor. Vestido solo con un pantalón corto, se mecía en el balancín del porche trasero del rancho, con el canto de los grillos como única banda sonora. La cena familiar había ido sobre ruedas, e incluso su padre se había unido en una visita relámpago antes de regresar a su oasis de tranquilidad en Phoenix. La incomodidad inicial de Emily no había pasado desapercibida a nadie, pero su padre había atajado la situación pidiendo unas disculpas públicas que Mark nunca había esperado escuchar de sus labios. Ninguno de los presentes olvidaría jamás el accidente que había marcado las vidas de Parker y Emily, pero al menos la cordialidad había sustituido a una incomodidad que habría hecho muy difícil la convivencia familiar en esa semana previa a la boda de Parker y Amy. Katie había colaborado a romper cualquier tensión latente, hablando con su lengua de trapo sobre cualquier tema que se pudiera imaginar. Cuando había caído dormida sobre el hombro de Parker, del que no se había separado ni un segundo, todos habían respirado algo aliviados.
—¿Molesto? —Ni siquiera había escuchado a Parker descolgarse por la celosía de la fachada, como solía hacer cuando era pequeño.
—No, claro que no. Siéntate.
—¿Quieres? —Parker sacó un paquete de tabaco del bolsillo de sus pantalones negros.
—No debería… Eres una influencia horrible —protestó Mark, mientras aceptaba la invitación de su hermano.
—¡Joder! ¿Es que no podéis dejar esa mierda? —Travis apareció en el porche refunfuñando.
—Buenoooo… Pues ya estamos todos. —Sonrió Mark—. ¿Has podido cambiar de habitación sin problema?
—Sí, sí. Bien jugado, Mark. A Preston le va a encantar. ¿Queréis? —Travis les mostró los tres botellines que traía en las manos.
—Claro. ¡Dios! Esto es la perfección —exclamó Parker, dando un sorbo largo a su cerveza, balanceando su cigarrillo entre los dedos y arrellanándose en el mullido cojín del balancín.
—La cena ha estado bastante bien, ¿no? Parecíamos incluso seres civilizados. —Mark seguía sorprendido con que todo hubiera resultado tan sencillo.
—Mañana llega Preston. Veréis lo que nos dura la civilización. —Se rio Parker—. ¿Novedades sobre la despedida de soltero?
—Solo sé que nos vamos a Las Vegas de martes a jueves. Preston se ha encargado de todo desde Londres.
—¿Quién va a ir a recogerlos mañana? —preguntó Travis.
—¿Y si vamos los tres? —propuso Mark.
—Yo no puedo —se quejó Parker con una mueca de fastidio—. Tengo que supervisar la distribución de las mesas, elegir parte de la música y un montón de mierdas más.
—No sé cómo lo soportas. Sí que debes de estar enamorado —se burló Travis.
—Está siendo una pesadilla. No descartéis que me lleve a Amy a la despedida de soltero y me case con ella en Las Vegas.
—Sería lo mejor que podrías hacer.
—Me voy a dormir. Mañana tendré a una niña de seis años saltándome en el estómago a las siete de la mañana.
—Buena suerte, papá —se despidió Travis, entre risas—. A mí me quedan cuatro días de vida. En cuanto llegue el padre de Emily, yo tampoco tendré una vida fácil.
—¿Te lo pone difícil?
—Me regaló una silla de ruedas el día que lo conocí, ¿entendéis? Se pone muy creativo a la hora de hablar de las lesiones que me va a provocar si le hago daño a su hija.
—Pues no se lo hagas y listo, ¿no?
—Más me vale. —Travis se despidió de Parker con una palmada en la espalda y se dirigió a su hermano mayor—. ¿Te puedo hacer una pregunta, ahora que estamos solos?
—Dime. —Mark se tensó. Presentía por dónde iban a ir los tiros.
—¿Cómo va el proyecto del rancho?
—Bien. Bien, bien —titubeó Mark—. Un poco paralizado estas semanas, con toda la locura de la boda, pero bueno…
—¿Qué ocurrió en Boston, Mark? Emily recibió un mensaje de Alice encantada el día que tú estabas allí. Y no ha querido volver a contarle nada más, solo que el proyecto se había venido abajo.
—Las cosas se complicaron. No me pareció la mejor opción.
—¿Qué pasó?
—¡Nada, joder! Nada… —añadió, tratando de tranquilizarse—. No me pareció la persona adecuada y punto.
—Y, casualmente, después de eso, no has vuelto a hacer nada relacionado con el proyecto.
—Me acosté con ella, ¿vale? —confesó Mark.
—¿Qué? —Travis abrió los ojos como platos.
—La jodí. Sí, era la persona adecuada. Sí, todo pintaba bien. Pero nos calentamos y… no me pareció la mejor manera de empezar ningún proyecto profesional.
—Emily no lo sabe. Me lo habría contado.
—No creo que a ella le hayan quedado muchas ganas de hablar de ello. Me porté como un capullo.
—¿Qué hiciste? —le preguntó Travis con una media sonrisa. Ninguno sabía nada de la vida sentimental de su hermano mayor, y siempre habían sentido curiosidad.
—Me largué antes de que se despertara.
—¿Tan mal estuvo?
—Estuvo perfecto, Travis… —Mark se levantó. La tranquilidad, la euforia familiar y la cerveza le habían soltado la lengua, y era el momento de poner freno a las confesiones—. Demasiado perfecto, joder. Me voy a dormir.
—¡Hey! —Travis llamó su atención—. No sé qué coño te mantiene alejado del mundo, y espero que algún día nos lo cuentes, pero, si las cosas fueron bien con esa chica… yo aún tengo su teléfono.
Las palabras de Travis resonaron en la cabeza de Mark durante el rato que tardó en llegar a su dormitorio. Él también conservaba el teléfono de Alice. Y había empezado a marcarlo muchas veces en las últimas semanas. Pero la cobardía y el miedo siempre habían sido más fuertes que él.