Domingo, 19 de
junio.
Seis días para la boda.
Mark, Parker y Amy intercambiaban miradas, sentados a la mesa del gran desayuno familiar de los Sullivan. Travis y Preston devoraban bacon como si una hambruna amenazara con hacer desaparecer los productos cárnicos de Arizona. Emily y Lisa daban vueltas a sus tenedores sobre la montaña de huevos revueltos que María había insistido en servirles. Algo estaba ocurriendo y, por una vez en la vida, no parecía guardar relación con la boda del sábado.
—Entonces, ¿está todo cerrado? —preguntó el patriarca de los Sullivan, que había llegado a primera hora de la mañana para instalarse en el rancho hasta el día de la boda. Todos parecieron agradecer que rompiera el silencio.
—¡Pues claro que no, George! Quedan cientos de cosas por hacer, ¿verdad, Amy?
—Emmmm… Yo creo que está todo listo, ¿no, Park?
—Yo no pienso hacer nada de nada hasta el momento del «sí, quiero».
—¿Estáis seguros?
—¡Síiii, mamáaaa! —respondieron, al unísono, los cuatro hermanos Sullivan.
Las carcajadas sirvieron para distender un poco el ambiente. Mark, Parker y Amy se marcharon con Katie hacia los establos. Mientras Mark trabajaba, ellos pensaban pasar el día montando con su hija.
—¿Y vosotros dos, qué planes tenéis para hoy? —preguntó George a los gemelos.
—Fútbol. Un partido a muerte entre hermanos.
—¿Y tu rodilla, Travis? —preguntó Vivian.
—Mamá, por Dios… Deja de preocuparte por todo. Tómate el día libre. Descansa. No sé, algo así.
—Yo no descanso desde hace veintiocho años, jovencito. Desde el mismo día en que comenzó la estirpe de los Sullivan. ¿Y vosotras, chicas? ¿Tenéis planes para hoy?
—Nos ha dicho Mark que podemos coger la camioneta. Pensábamos acercarnos a Phoenix a visitar a la madre de Emily —aclaró Lisa.
—¡Me parece perfecto! ¿Por qué no la invitas al rancho, cariño?
—No, no… No es necesario. Vendrá el día de la boda y creo que eso será suficiente para todos —se disculpó sonrojada.
‖
—Si pretendes que me olvide de todo lo que me atormenta, llevarme a ver a tu madre no me parece la mejor opción —protestó Lisa, enfilando la autopista en dirección a Phoenix.
—No vamos a ver a mi madre. O sea, sí vamos, pero al final del día. No estoy preparada para lloriqueos todavía.
—¿Y qué vamos a hacer exactamente?
—Irnos de compras. Y comer por ahí. Y, sobre todo, escapar de la casa de nuestros suegros y regalarnos un día juntas. ¿Sigue sin parecerte una buena idea?
—De repente, me parece una idea excelente.
—Y urdir un plan malévolo.
—¡Es verdad! ¿Qué era esa conspiración de la que me hablabas ayer?
—¿Te acuerdas de Alice, la fisioterapeuta que trabajó conmigo un par de años?
—Sí, claro que sí. ¿Por qué?
—Se acostó con Mark.
—¿Con Mark? ¿Cuándo? ¿Cómo?
—Mark quiere, o quería, montar un centro de terapia con caballos en el rancho. Travis me comentó que estaba buscando un fisioterapeuta, y yo le recomendé a Alice. Se vieron en Boston, congeniaron y, en principio, iban a trabajar juntos.
—¿Pero?
—Pero se enrollaron, y él desapareció sin dejar rastro.
—¿Y nosotras qué pintamos en eso?
—¡Que él está totalmente colado por ella!
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Porque ayer hablamos sobre el tema cuando íbamos a recogeros al aeropuerto. Y se le notaba un montón.
—Emily, ¿te das cuenta de que parece que tienes catorce años?
—¿Y? Cuando tenía catorce años, parecía que tenía setenta y cinco.
—Eso también es verdad. Me has convencido. ¿Qué quieres hacer?
—Vamos a buscar un sitio donde comer, y luego voy a llamar a Alice.
‖
Mark aprovechó la manguera de los establos para asearse un poco y para aliviar el asfixiante bochorno de mediodía. Pateó con la punta de su bota la precaria valla de madera y maldijo en silencio.
—¿Qué pasa, tío? —Escuchó la voz de su hermano pequeño desde el fondo del establo.
—¿Tú qué haces ahí?
—Esconderme de Katie, creo. Lleva tres horas torturándonos subida a ese poni que le has prestado.
—Es fantástica, Park. Hiperactiva pero genial.
—¿Te crees que no lo sé? —Parker sonrió—. ¿Y a ti qué te pasaba?
—Nuestro mejor caballo tiene una enfermedad genética incurable.
—Vaya. ¿Y qué repercusión tiene eso?
—Es el mejor semental del rancho. Y ahora tengo que dejar de utilizarlo. Es una ruina más. He hecho milagros para que el rancho sea sostenible, pero cada vez es más difícil.
—¿Y el proyecto de equinoterapia?
—Aparcado. Temporalmente.
—¿Por la chica que nos comentaste anoche?
—Entre otras cosas. —Mark no tenía el cuerpo para secretos. Se sentó en el travesaño de una de las cuadras y hundió la cabeza entre sus manos—. Estoy jodido, Park. Estoy muy jodido.
—¡Eh, eh, Mark! Tienes que animarte, tío. Llama a esa chica. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que te mande a la mierda?
—Tengo miedo, joder.
—¿Tú? ¿Tú tienes miedo? ¡No me jodas, Mark! Eres la última persona del mundo a la que me imagino teniendo miedo.
—Parker… —Mark pronunció el nombre de su hermano con la voz estrangulada—. No tenéis ni puta idea de quién soy. Estoy harto de esa imagen de hermano mayor todopoderoso.
—¿Qué pasa, Mark?
—Hablaremos en Las Vegas. —Mark se levantó, dejando su comentario críptico flotando entre ellos—. Tengo que seguir trabajando. ¿Nos vemos esta noche en el porche?
—Claro. —Parker sonrió a su hermano y le dio un cariñoso apretón en el antebrazo.
‖
Alice Walsh llevaba corriendo ocho kilómetros y medio cuando su lista de reproducción de metal californiano se interrumpió de forma abrupta por una llamada. Giró su brazo para ver la identidad del remitente, sonrió y respondió a través de su auricular manos libres.
—¡Hola, Em! ¿Qué tal estás?
—¡Alice! ¿Qué tal? Yo estoy fenomenal.
—¿Dónde andas?
—Estoy en Phoenix.
—¿Visitando a tu madre? ¡Ánimo! —bromeó Alice.
—No, no. Visitando a mi familia política.
—¿Familia política? ¿Tan en serio van las cosas con ese chico?
—Sí, Alice. Muy en serio. Es maravilloso.
—¡Oh, por Dios! ¡No me lo puedo creer!
—¡No te burles de mí!
—Claro que no me burlo, enana… Me alegro muchísimo por ti.
—Ya lo sé. Oye… Yo quería comentarte una cosa.
—¿Por qué presiento que no me va a gustar?
—Me he enterado de lo de Mark.
—¿Qué Mark? —fingió Alice.
—Oh, vamos, Alice. No te hagas la tonta. Omitiste algo de información cuando me dijiste que no habían ido bien las cosas con el hermano de Travis.
—Está bien. Te has enterado. ¿Y?
—Que creo que el proyecto que quería empezar contigo era una gran idea.
—Sí, claro, eso también lo sé yo. Lo que no sabía era que se iba a acostar conmigo, desaparecer y olvidarse del proyecto.
—He estado hablando mucho con Travis. Él dice que su hermano es una persona maravillosa, y a mí también me lo ha parecido en estos días que he convivido con él.
—Ah, pues muy bien. Me alegro de que vayas a tener un cuñado maravilloso —ironizó Alice.
—No seas boba. ¿Por qué no hablas con él?
—Emily, ¿estás tonta? Pasé con él un día maravilloso, quizá el mejor día de mi vida, me dormí en sus brazos… y me desperté congelada, sobre la alfombra del pasillo y sola. Y no volví a saber de él. ¿A ti te parece que debo llamarlo? ¿En serio?
—Joder, Alice, lo siento. No sabía que habían sido así las cosas.
—No te preocupes. Ya pasó. Prefiero quedarme con el recuerdo de un día genial que ponerme a decir lo que en realidad pienso de él.
—Bueno, si en algún momento quieres saber de él, yo lo tengo a mano. ¿Dónde estás trabajando ahora, por cierto?
—Estoy en Los Ángeles. Cobrando una pasta por recuperarle un hombro a un actor de carácter insufrible.
—¿En Los Ángeles? ¿En serio? ¡Pasado mañana me voy a Los Ángeles!
—¿De verdad?
—¡Sí! Se casa otro de los hermanos de Travis, y las chicas nos vamos de despedida de soltera a Los Ángeles tres días. ¡Tenemos que vernos!
—¡Claro! Si puedes escaparte un momento de la despedida, podemos ir a tomar algo.
—¿Estás de coña? ¡Tú te vienes a la despedida!
—Pero, ¿qué dices, loca? No conozco a nadie. Me muero de vergüenza.
—Solo somos tres chicas. Y una de ellas es Lisa, a la que ya conoces. ¡Tienes que venirte!
—Está bien. ¡Llámame cuando estés en LA! Puedo llevaros a sitios fantásticos.
—¡Claro!
‖
La reunión de hermanos en el porche parecía haberse convertido en una tradición ineludible. Esa noche, cuando Mark llegó, sus tres hermanos ya estaban acomodados, repartidos entre el balancín y el suelo de teca.
—Ya pensábamos que no venías.
—Me he quedado dormido encima de la cama al salir de la ducha. Recordadme el día de hoy la próxima vez que tenga tentaciones de aparcar el trabajo un par de días. He tenido que recuperar tantas tareas que mañana voy a tener agujetas hasta en los dientes.
—Quizá si entraras en razón, dejaras que papá vendiera este páramo y te pusieras a ejercer como abogado, no te ocurrirían esas cosas.
—Oh, por supuesto, Preston. ¿Cómo he podido no planteármelo? ¡Espera! Tengo una idea mejor. ¡Voy a entrar en política!
—Bueno… —Se rio Travis por lo bajo.
—Y, cuando todo el mundo me considere la mayor promesa del país, hago un discurso declarándole mi amor a mi novia. ¿Qué opinas, Preston? ¿Sería mejor idea que seguir trabajando en este páramo?
—Vale, vale, lo he captado. —Preston se carcajeó—. ¿Mucho revuelo por aquí con mi retirada?
—Si por revuelo te refieres a que fuiste portada de todos los diarios de la costa este… —aclaró Travis.
—En Londres, desconectamos de todo, ¿sabéis? Ni siquiera encendíamos la tele en el hotel ni nos conectábamos a internet más que lo justo para organizar la despedida. Fue genial.
—El abuelo está que trina contra ti —añadió Parker—. Creo que he pasado a ser su favorito. Ha llamado porque quiere verme mañana a solas.
—Pues no creo que te vayan a proponer a ti entrar en política. Tendrías un look muy rompedor para el Partido Republicano.
—Te va a soltar un montón de pasta como regalo de boda, ya verás —aventuró Mark.
—Pues no me vendría mal del todo. Hasta que pueda empezar a ejercer, tengo que seguir viviendo de la caridad de papá. Y Amy no lo lleva demasiado bien. Nada bien, de hecho.
—¿Y eso?
—Ella lleva trabajando desde los dieciséis años, desde que nació Katie. Así que le ha costado un poco entender la idea de papá de mantenernos todo este año mientras estudiábamos. De hecho, ha seguido trabajando en un McDonalds los fines de semana para pagarse sus cosas. Es lo máximo que pude negociar con ella.
—¿Cuándo te dan la nota del examen del Colegio de Abogados?
—Esta semana debería estar. Como si la boda me estuviera poniendo poco nervioso…
—¿Tienes ofertas de algún despacho ya? —se interesó Travis.
—Sí. Alguna cosa ha surgido, pero nada que me acabe de ilusionar.
—¿Tú vas a seguir en la facultad, Preston?
—A media jornada. Es lo máximo que pueden ofrecerme después de renunciar a mi puesto por la puta carrera política que al final no voy a tener. Esperemos que Lisa encuentre trabajo pronto o tendré que pedirle a Amy que me enchufe en ese McDonalds.
—He estado pensando… —Travis encaró a sus hermanos, poniéndose serio, lo cual resultaba toda una novedad—. ¿Por qué no montamos algo los tres?
—¿Montar algo de qué?
—No sé. Sullivan, Sullivan y Sullivan. Ya me imagino el cartel. —Travis representó el gesto en el aire—. ¿Por qué no?
—Estás mal de la cabeza.
—Vaya, un argumento fantástico. ¡Pensadlo! Llevo un año trabajando como un esclavo en derecho mercantil. Preston, tú tienes experiencia en derecho internacional. Y Parker seguro que sabe utilizar la fotocopiadora y la máquina de café.
—Muy gracioso, Travis. —Parker se puso serio—. ¿Crees que podría funcionar?
—¿Te lo estás planteando en serio?
—Sí. ¿Lo tienes mínimamente planificado?
—Tengo el plan de negocio hecho paso a paso.
—¡Joder! —exclamó Preston.
—Puede funcionar. Y, si no lo hace, ¿qué tenemos que perder?
—Bueno, tú tendrías que dejar tu trabajo. Es bastante pérdida, ¿no? —intervino Mark.
—Tú dejaste tu trabajo en el despacho de papá por montar el rancho. ¿Te arrepientes?
—El rancho es una ruina y cada día estoy más empantanado aquí. —Mark hizo una pausa—. Pero no me he arrepentido ni una sola vez.
—¿Veis? Además, en el futuro, Amy y Emily podrían trabajar con nosotros.
—Para entonces podríamos estar todos casados y seríamos Sullivan, Sullivan, Sullivan, Sullivan y Sullivan. No se puede negar que el nombre tiene pegada.
—Muy gracioso, Preston. Pero, hablando en serio, ¿estás dentro?
—Estoy dentro. Al cien por cien.
—Joder. ¿Lo vamos a hacer? —Travis se levantó de un salto y se terminó de golpe su cerveza. Cogió la última que quedaba. Esa noche, el ritmo de bebida había sido algo vertiginoso.
—Ha sido idea tuya, ¿no?
—Sí, pero no tenía ninguna esperanza de que fuerais a aceptar.
—¿Dejamos pasar el verano y empezamos?
—Bueno… yo aún tengo que aprobar el examen.
—Vamos, Park… Sabes que lo vas a aprobar. ¿Cuándo has suspendido tú un examen?
—Nunca —les respondió, guiñándoles un ojo y apagando su cigarrillo en el fondo del enésimo botellín de cerveza—. Me voy a la cama. Estoy un poco borracho.
—Todos lo estamos, creo —confirmó Mark, levantándose en un tambaleo.
—Sullivan, Sullivan y Sullivan solo podía empezar como una idea de borrachos. —Preston se carcajeó, apoyado en su hermano gemelo—. ¿Las chicas nos dejan dormir con ellas hoy?
—Sí. Emily y yo en la de invitados, Lisa y tú en la nuestra.
—Perfecto.
—A cumplir, chavales —se burló Parker, mientras todos se despedían.