Epílogo

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La tarde es fresca aunque ya se nota el calor de la primavera, los últimos días han sido lluviosos y no hemos podido salir mucho, aunque tampoco nos ha apetecido. Todavía sigo hambrienta y me cuesta separarme de él.

Estoy sentada en el césped, sobre una manta y Adrián tiene su cabeza apoyada sobre mis piernas cruzadas. Acaricio su pelo, sé que le gusta. Le encanta que meta los dedos entre su cabello, sobre todo cuando hacemos el amor.

A lo lejos, veo una silueta familiar. Jaime pasea de la mano de una chica joven y bonita, ¿Es su recepcionista? Podría ser, pero no la recuerdo muy bien. Verle me trae recuerdos, tristes y dolorosos. Luis, mi amigo, trató de violarme, ahora no puede ejercer como psicólogo y está en prisión preventiva a la espera del juicio. Probablemente, salga sin más, al no tener antecedentes...

Carlos, fue condenado a dos años de prisión por homicidio involuntario, en realidad me apena, eso no ha quitado peso a mi pecho, aún siento dolor porque mi madre no está. Y Adrián, bueno, el sabe que ha sido la condena más leve que podía conseguir.

Por lo demás, todo va bien de momento, algunas noches me despierto sobresaltada, preguntándome que más puede pasarnos, si se repetirán los patrones. Me asusta pensar que en esta vida nos separen, que alguno muera de forma repentina o cruel. No sé si podré resistirlo.

Prefiero no pensarlo demasiado de momento, voy a tomármelo con calma y a disfrutar de Adrián.

El aire enreda mi pelo y al agitar el rostro para deshacerme de él, veo sobre una elevación del terreno una melena larga y blanca como la nieve, nos observa. Su mirada topa con la mía y sonríe. Parece que está satisfecha, que al fin ha cumplido con su parte del trato. Me pregunto si nos habrá seguido en cada vida tratando de ayudarnos a estar juntos.

Todo lo que hemos pasado ha merecido la pena, ahora por fin es mío. Me pertenece y yo a él, desde siempre, para siempre.

La sonrisa de la mujer es sincera y con su mirada se despide, supongo que debe de acudir en auxilio de otros.

Alzo la mirada al cielo, dejo que el sol bañe mi rostro y pienso que si esta vez tampoco resulta, lo volveré a intentar en la próxima vida.

Supongo que necesitaré más de una vida para calmar el hambre, pero no me importa. Disponemos de todas las vidas que necesitemos, por algo nuestras almas están unidas por un fino hilo que no es capaz de deshacerse ni con el paso de los años.

Ella tenía razón, tan solo debía dejar que me abrazara tan fuerte que todos los pedazos se uniesen de nuevo.