Capítulo 17
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Me quedo hasta tarde trabajando, no me apetece regresar a casa y enfrentarme a mi soledad, al menos en la oficina me siento acompañada por el resto de colegas que siguen en sus despachos y por los pasos coquetos de Eugenia por el pasillo.
En casa no me espera nada más que frío, oscuridad y pensamientos a los que no deseo enfrentarme. Prefiero esquivar las preguntas que se aturullan en mi mente, engañándome con trabajo atrasado que no tengo, con emails que revisar que no son importantes y consejos a compañeros que ni siquiera necesitan.
Pero, es cerca de media noche, tiempo de retirarme a descansar hasta el día siguiente. Me obligo a apagar el ordenador, a levantar mi trasero adormecido por la larga inactividad y a mis piernas a moverse sin prisa pero sin pausa hasta el aparcamiento.
Al salir veo a Eugenia, trabajando afanosamente tras su escritorio.
—Buenas noches Eugenia, ¿Todavía aquí?
—Buenas noches Irene, sí enseguida cierro y me voy tras de ti. Por cierto, déjame decirte que tu novio está como para comérselo entero.
Sonrío, a punto estoy de decirle que tiene el camino libre, pues no me pertenece y que no tengo la intención de que sea mío; pero mi parte egoísta, esa que ha disfrutado con su beso no me lo permite.
Me dirijo al ascensor, entro y pulso el botón del garaje, cuando la puerta se abre, el aire enmohecido del aparcamiento me deja helada. No hay nadie. Nada. Solo oscuridad. Un escalofrío recorre mi cuerpo mientras trato de distraerme tratando de recordar dónde he dejado el coche aparcado. Es un gran garaje público en el que los empleados podemos aparcar gratuitamente desde que mi jefe sacó de un buen atolladero jurídico al dueño.
Palpo por la pared para tratar de dar con el interruptor que soy incapaz de encontrar y cojo las llaves. Pulso la llave para abrir el vehículo, pero en realidad lo que quiero saber es dónde parpadea para ir a buscarlo.
A lo lejos diviso el destello de las luces del coche y buscó en mi móvil la aplicación de linterna que ilumine mis pasos.
Dudo, hay algo que me hace sentir ansiosa, asustada. No sé decir porque siento que algo acecha escondido, aprovechando la oscuridad de la sombras.
Decido no dejarme amedrentar por las absurdas fantasías de mi mente, últimamente, está muy activa, demasiado.
Camino con cuidado y cuando creo que estoy cerca vuelvo a pulsar la llave y me devuelve el parpadeo, está cerca, pero junto al vehículo me parece ver una sombra oscura. Me quedo en el sitio sin poder moverme, ni respirar. No soy capaz de reaccionar. ¿Qué hago? Si trato de llamar por teléfono y en realidad hay alguien me lo impedirá. Decido poner un mensaje.
«Garaje trabajo. Peligro» y le doy a enviar. No sé a quien se lo he enviado pero me da igual, sólo necesito enviarlo a alguien.
Una alarma suena en la oscuridad y me confirma que allí, oculto, hay alguien. Decido en un momento si gritar o correr de nuevo hacia la oficina, pero cuando me giro para salir huyendo, unos brazos me cogen por la cintura.
Trato de gritar pero una de sus manos se traga mi grito, me ahoga. Mis lágrimas se mezclan con el miedo y la frustración que baña mi rostro. El hombre me levanta del suelo y trato de patalear.
—Chisss zorra. No querrás que nos oigan— murmura.
Pataleo con todas mis fuerzas, el hombre me apoya contra una de las columnas del garaje y se acerca a mí, colocando su miembro endurecido por la excitación contra mi trasero, su mano aprieta más fuerte mi boca para que deje de gritar.
Atrapada, intento golpearle, patalear, pero no puedo.
Su nariz se detiene en mi cuello y en mi nuca, aspirando mi aroma. Quiero salir corriendo y no puedo. A mi mente acude el recuerdo de tantas mujeres que han acudido a mí y me han narrado su experiencia... siempre he pensado que sabría reaccionar, pero no es así, estoy aterrada.
Trato de calmarme mientras la mano libre del hombre acaricia mi costado y la curva de mi cadera.
—Ahora zorra, prepárate porque voy a follarte.
Al escucharle siento que debo hacer algo y trato con todas mis fuerzas quitármelo de encima, aunque el pilar de hormigón dificulta mis intentos de escapar. Desesperada trato de morderle la mano, abro la boca y dejo que su asquerosa carne entre y después aprieto los dientes.
Grita, así que parece que ha funcionado.
Me insulta mientras trata de sacar su mano de mi boca, pero no estoy dispuesta a soltar mi presa, si quiere librarse tendrá que dejar parte de su ADN dentro de mi boca.
Al darse cuenta que no va a deshacerse del mordisco, me suelta y deja que entre ambos haya más espacio y ante la posibilidad de escapar, relajo la boca para soltarle y me giro para golpearle en la cara.
Me empuja con fuerza, caigo hacia atrás, noto el duro hormigón de la columna en mi cabeza y lo último que veo es un hombre aflojando el cinturón de sus pantalones.