Capítulo 3
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A la mañana siguiente cuando llego a la oficina, Eugenia me espera con un café con leche y azúcar sobre la mesa, me conoce bien, sabe que soy un desastre con patas y que nunca recuerdo tomar nada por la mañana, así que siempre me espera con algo preparado.
—Buenos días—s onrío mirando el café.
—Buenos días— contesta ofreciéndomelo —.¿Una mala noche?
Me quedo pensativa, una mala noche, muchas malas noches, una larga racha de cosas malas...
—Sí— suspiro, —aunque no muy diferente de otras muchas.
—Todo se va a solucionar, no te preocupes.
La miro un instante agradecida, es una mujer muy atractiva; su pelo largo y cobrizo, sus ojos grandes y verdes que miran con sinceridad y lo que más me gusta de ella es su honesta sonrisa.
—Gracias— le devuelvo la sonrisa y me dirijo a mi despacho. Presiento que va a ser un día interminable.
Andrés invade mi espacio antes incluso de que yo entre en mi despacho. Miro con desencanto lo abandonado que lo tengo, el polvo no se acumula gracias a que mi jefe, el señor Ruíz, tiene una chica contratada que viene algunos días, aun así se ve descuidado. Todo es gris en mi vida. Menos mis extraños sueños.
—Buenos días— saludo a mi compañero.
—Buenos días. ¡Qué mala cara traes!
—Gracias, tú estás muy guapo.
¿Qué puedo decir? Ni el maquillaje puede ocultar las marcas de cansancio que muestra mi rostro.
—¿Preparada?
—No, pero lo haré— murmuro.
Es difícil enfrentarse a este tipo de situaciones, los primeros días no pude dejar de llorar, preguntándome mil veces qué podría haber hecho para evitarlo, después me arrepenti de todo lo que no dije y de muchas cosas que sí, más tarde dejé que el dolor me inundase y las lagrimas llenaron varios días.
Al final, cuando el dolor era tan fuerte que adormecía mis sentidos, me senti lo suficientemente centrada para empezar a trabajar en el expediente de mi madre.
Debí haberme echado a un lado, pero no pude. Era como si se lo debiese. Cómo si dependiera de mí vengarla.
Pasamos el día enterrados entre los documentos del caso, pruebas médicas, testimonios de testigos, análisis clínicos, bocadillos y cafés para llevar. Antes de darme cuenta ya es de noche, Andrés se despide mucho antes de que yo esté lista para irme.
Cuando abandono la oficina no queda en ella ni una sombra, bajo al garaje y conduzco rumbo a mi casa, a mi soledad y seguramente vuelta a mis sueños.
Mi piso me recibe con la frialdad que le caracteriza, doy la luz y me pongo cómoda. Abro el frigo y desanimada veo que no hay apenas nada, así que cojo un par de yogures de fresa y me los tomo frente a la tele. No hay nada, como siempre. No logro entender cómo es posible que tenga tantos canales y nunca pongan nada que me interese.
Dejo de fondo un programa de esos de cotilleos que nadie ve pero que tienen una audiencia de escándalo para que los problemas de los demás diluyan los míos. Cansada me tumbo y estiro las piernas hartas de pasarse todo el día dobladas.
Ma permito cerrar los ojos solo un momento, no quiero dormir, solo descansar la vista pero de repente, el sol me ciega.