Capítulo 11

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A las siete decido que debo marcharme de la oficina o no llegaré a casa con tiempo suficiente para cambiarme de ropa, y la verdad, no me apetece mucho ir al cine con traje sastre.

El trayecto a casa se me hace más largo de la cuenta, parece que todos los semáforos de la ciudad se han puesto de acuerdo para tornarse rojos cuando llego a ellos.

Subo a toda prisa a mi casa y me coloco unos vaqueros y unas botas altas, cambio la camisa por un jersey de color verde. Cepillo mi pelo y lo recojo en una coleta informal, me miro de cerca y veo que todavía sobrevive algo de mi maquillaje así que solo retoco los labios con un poco de color y me voy dispuesta a recogerlo.

Al llegar, igual que la vez anterior, me espera en la puerta del edificio. Las luces del coche le iluminan dejándome ver que va vestido de manera impecable. Los vaqueros oscuros se pegan a su escultural figura y la chaqueta de cuero negra parece una segunda piel.

Está guapísimo, no entiendo por qué Luis me lo ha ocultado tantos años, la verdad es que puede que sea el típico ligón empedernido que solo disfruta con la caza y con la conquista, pero de todas formas, no lo entiendo. No lo conocía apenas, pero las palabras de Giuseppe... no podía ser tan retorcido como para tener pactado con el viejo italiano esa frase solo para impresionar, ¿verdad?

Lo cierto es que nunca se sabe, hay toda clase de maleantes, estafadores, hombres atractivos que usan ese factor a su favor y son capaces de urdir tramas enrevesadas... como yo en estos momentos.

Jaime abre la puerta del coche y entra sin pedir permiso, ya hay suficiente confianza entre los dos.

—Buenas noches, doña impuntual— dice sonriendo.

Miro el reloj del coche y veo que son las ocho y diez.

—Lo siento— me excuso —un día duro— se acerca y me besa en la mejilla, otra vez cerca de la comisura de los labios, pero sin llegar a ellos. Dejándome, como bien sabía Luis, con la miel cerca de los labios, pero sin llegar a probarla.

—¿Dónde vamos?

—Aparca, iremos paseando.

—¿Dónde dejo el coche?

—Entra al garaje.

—Está bien— obedezco y aparco dentro de su lujoso aparcamiento.

—Sígueme— dice mientras me toma de la mano.

—¿Qué sorpresa me tienes preparada?— indago.

—Te voy a llevar a un sitio especial, donde veremos la película que tu elijas y comeremos pizza, palomitas y helado.

—¡Que festín!

—Todo por mi dama.

—Bueno todavía no he decidido serlo.

—Pero lo serás— afirma cerca de mí, abrumándome.

La puerta del ascensor se abre y entramos, pulsa el último piso y en silencio comenzamos a subir.

La visión de sus manos alrededor de mis caderas, apoyándome en la pared metálica del ascensor mientras me besa y me prepara para penetrarme me golpea la mente con fuerza. Es como si fuese un nuevo sueño, un recuerdo.

La situación se me va de las manos y empiezo a preguntarme si con él será igual que en mis sueños y siento el rubor bañar mis mejillas.

—¿Tienes calor?— pregunta.

No sabes cuanto.

—Es por el abrigo— miento.

El ascensor nos avisa con su timbre artificial de que hemos llegado a nuestro destino y me guía tomando mi mano por el largo pasillo hasta la puerta de su ático.

Abre la puerta y descubro su precioso loft. No le falta de nada y está decorado con mucho gusto. Todo es limpio e... inmaculado. Esa es la palabra perfecta para describirlo. Todo está en su sitio y sin una sola mota de polvo. Me hace recordar mi desordenada casa y me avergüenzo.

Llegamos a la «zona de cine» dónde una gran pantalla de no se cuántas miles de pulgadas nos espera.

—Elige asiento, ahora vuelvo.

Me siento con miedo por si estropeo con mis vaqueros gastados la tapicería impoluta de cuero negro del gran sofá que me ha señalado.

Paso los minutos observando todo lo que me rodea, hasta que él aparece más cómodo, sin la chaqueta de cuero, con un jersey con cuello en pico por el que intuyo algo de su pecho musculoso. Su pelo no está demasiado peinado y ver algo fuera de lugar en él me gusta, le sienta bien.

—Pizza para la señorita— anuncia. —Te gusta mucho la comida italiana, ¿no? Dos días seguidos...—bromea.

—Pues no pensé en eso, ¿prefieres otra cosa? China, japonesa, mejicana... lo que quieras— digo ruborizada.

—Es perfecto, solo te tomo el pelo.

—¡Así que además tienes un gran sentido del humor!

—¿Además de ... ?— pregunta aunque sabe que no voy a responder. Qué remedio, sino, ¿cómo sobrevivir?

—Tienes razón— mascullo.

—Dime, ¿qué te apetece ver?

—No me importa, elige tú.

—¿Has visto Avatar?

—No, ¿de que trata?

—No voy a contarte de que va, la veremos. ¿Cerveza, vino...?

—Prefiero cola, si tienes.

—Sí claro. Marchando una cola —canturrea mientras va a por una.

La película comienza y comemos pizza, bebemos refrescos y palomitas de maíz recién hechas. Cuando acaba la película tengo el corazón en un puño y las lágrimas anegan mis ojos. ¡Estoy llorando delante de él!

—Lo siento— me disculpo mientras sorbo de forma poco atractiva mi nariz.

—No importa, suele pasar la primera vez que la ves.

—Es una historia tan hermosa...

—Como tú— susurra y su mano aparta un mechón descarriado de mi pelo, colocándolo tras mi oreja.

Siento el calor de la chimenea en mi piel y el que él enciende en mi pecho.

Su boca se acerca a la mía peligrosamente, mis labios desean probar lo que tiene para mí, por un lado lo deseo con todas mis fuerzas, por otro me asusta golpearme contra la dura realidad y descubrir que no es él. Sería tan doloroso...

Jaime empieza a besarme. Siento algunas mariposas pequeñas revolotear en mi estómago, aunque no estoy segura si son por él o creadas por el momento. Sus labios rozan los míos, despacio, una suave caricia mientras percibe el deseo que hay escrito en mis ojos y vuelve a rozarme, esta vez su lengua entra en juego y humedece mi labio inferior.

Un jadeo de los muchos que tengo atrapados escapa y él sonríe complacido.

En realidad sí que es un cazador experto, solo que no soy una presa incauta, soy una presa hambrienta, puede que mi hambre, mi necesidad de ser llenada sea mayor que la pasión que el placer de la caza produce en él.

Sin dudar lo atrapo con mis manos para acercarle, dejo que mi boca devore la suya y permito a mi lengua saborear su interior. Lamer su humedad, dejar que el deseo poco a poco me consuma.

El desea sexo, no me importa ni tampoco si tan solo soy una más para él. Me premia la necesidad de saber si puede ser él, si por fin podré respirar tranquila, dormir tranquila, ese anhelo hace que mi beso se convierta en puro fuego, abrasándonos y dejándonos jadeantes cuando precipitadamente se aleja de mí.

La puerta, alguien llama. Insistentemente.

Molesto apoya la frente húmeda sobre la mía y aprieta los ojos.

—¡Maldita sea! —masculla.

—No vayas —susurro, pues aún no he recuperado el aliento.

—Tengo que ir a ver quién llama, podría ser una urgencia.

Asiento mientras se levanta; al irse noto el frío instalarse, ocupando su lugar, espero su regreso con el corazón tratando de recuperar a duras penas su ritmo normal.

Unos gritos rompen la quietud, discute con alguien, ¿Luis? Me ha parecido que era su voz, pero me niego a creer que pueda ser verdad ¡No se habrá atrevido! Como una exhalación entra a la sala y me observa sentada en el sofá, seguramente sabe que estaba sucediendo por mi aspecto y me dedica una mirada de odio.

—¡Levanta!— ordena.

—¿Perdona?— digo confusa.

—Levántate de ahí, ahora mismo. ¡Nos vamos!

—Sí, papá— me burlo

—No bromeo, no te quiero cerca de Jaime, es un cerdo. Créeme cuando te digo que no quieres estar con él, solo pretende jugar contigo.

—Aunque eso fuera cierto— replico furiosa —,tú no eres nadie para ordenarme lo que tengo que hacer. ¿Quién coño te crees que eres?

Luis al escuchar mi tono afilado y molesto parpadea confuso, regresando a la realidad con el peso que supone saber que está haciendo algo fuera de lugar.

—Yo... lo siento —murmura.

—No entiendo qué coño te pasa Luis, en serio. ¡Es tu amigo!

—¡No! ¡No lo es! —grita frustrado— ¡Es un maldito bastardo que no sabe cumplir un trato!

Sus palabras salen disparadas como proyectiles en mi dirección y tardan un rato en hacerse hueco en mi mente, entonces comprendo que todo ha sido un juego, uno que no entiendo. Vuelvo la mirada hacia Jaime que mira sus zapatillas con las manos en los bolsillos, tal vez después de todo, sienta algo de culpa por comportarse como un cretino.

—¡Está bien, vosotros dos, sentaos y empezad a explicarme qué coño es lo que pasa y que demonios es ese trato, o mejor, Jaime. Empieza tú!— increpo.

Luis tiene la intención de contestar primero pero le indico con un gesto con mi mano que se calle, me interesa que Jaime sea el que diga qué está pasando.

—Supongo que no tiene sentido alguno que mienta. —suspira— Luis me pidió que tratase de conquistarte, de enamorarte, de hacerte sentir algo por mí.

—No entiendo nada. ¿Para qué sino le agradas?

—Para después dejarte.

—¿Cuál es el fin, Luis? ¿Qué ganarías tú?

—Yo...

—Luis pensaba que ibas a acudir a él en busca de consuelo— contesta Jaime en su lugar.

La respuesta de Jaime me sirve, puedo ver el rostro de Luis que es cierto, no sé qué pensar.

Las pocas mariposas que creí sentir se han vuelto a encerrar en sus crisálidas y la pena me inunda, mis esperanzas se han ido.

Agarro mi abrigo y mi bolso y me alejo ajena a sus llamadas, a sus excusas... No me importan, ya no.

Cierro la puerta tras de mí, sin pararme a pensar que puede estar sucediendo tras las paredes, tan solo quiero subir al coche y llegar a casa para enterrarme bajo las pesadas mantas de mi cama; aunque eso suponga volver a verlo, sentirlo de nuevo para al final, no tenerlo.