Capítulo 7

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Parpadeo y me topo con la fuente del ruido, el puto despertador.

—¡Joder! —exclamo frustrada —¿No tenías otro momento menos oportuno para sonar?

Miro la hora enfadada y a la vez complacida. Son las seis. Al menos esta noche he dormido algo más, aunque me haya costado despertar dos veces a punto de llegar al orgasmo y me sienta dolorida, húmeda e insatisfecha.

De nuevo, las sabanas mojadas al igual que la bragas, ésta vez ni siquiera el pijama se ha librado. Sé que llevo el pelo revuelto, incluso tengo la sensación de que me duele la espalda, como si de verdad hubiese estado apoyada contra una dura y fría pared de piedra antigua.

Las horas pasan y contemplo los primeros rayos de sol, como pasa siempre últimamente. No voy a darle más vueltas al asunto, está decidido, he tenido varias horas para tomar la decisión. Voy a llamar al colega de Luis y hablar del tema con un profesional.

Me levanto de la cama, enfadada y frustrada de nuevo, no sé por qué me molesto, es la tónica natural de mis días. Cojo el teléfono, es temprano, pero seguramente ya habrá alguien en la consulta, al tercer tono de la señal me descuelgan el teléfono, la mujer al escuchar mi nombre sabe quién soy. Sin duda Luis hizo anoche sus deberes, así que cuando cuelgo tengo una cita a las ocho de la tarde con el doctor Suárez, Jaime Suárez.

Trato de convencerme de que me va a venir bien hablar con alguien de estos sueños que me van a volver loca, necesito descansar aunque sea una sola noche, dejar de buscarle sin pretenderlo en cada rincón.

Me miro en el espejo y tengo la loca impresión de que mis labios están inflamados como si de verdad me hubiesen besado con pasión, me llevo la mano y toco mis labios... ha sido tan real... incluso el sueño está grabado en mi mente con fuerza, como si fuese mucho más que un sueño... es de locos. Voy a perder la razón a este paso, así que decido llamar a mi jefe y pedirle unos días, hace tanto que no me tomo unas vacaciones...

Desde que mi madre sufrió el accidente me volqué en el trabajo sin descanso, tratando de manejar el dolor pero ahora, creo que ha llegado el momento de parar y sanar las heridas.

Mi jefe no pone objeciones aunque me advierte que el abogado del acusado se ha puesto en contacto con nosotros para conocernos y tratar de llegar a un acuerdo predeterminado y satisfactorio para ambas partes... ¡cómo si eso fuera posible! ¿Acaso cree que va a devolverme a mi madre?

Tras la conversación cuelgo y me voy al baño, abro el agua caliente, bajo el chorro consigo relajarme y olvidarme algo mi malestar general. Una vez limpia y vestida me veo de otra forma, observo a la mujer aburrida y solitaria en la que me he convertido; al menos, mis sueños son divertidos aunque me dejen tan insatisfecha.

Me acerco a la cocina y miro en la puerta del frigorífico el calendario, en dos semanas es la vista por el caso de la muerte de mi madre. Debía haberme mantenido al margen, dejarlo en manos de algún compañero y quedarme fuera en este asunto, pero no he sido capaz. El conductor que ocasionó el accidente sobrepasaba el límite de alcohol permitido y estoy decidida a hacerle pagar por ello. Cueste lo que cueste.

Se lo debo a mi madre, ella perdió la vida. Lo más justo es que el culpable pase como mínimo una temporada en la cárcel.

Sé que eso no va a hacer que el dolor desaparezca, pero aliviará un poco esa comezón que me corroe.

Irene... resuena en mis oídos, me llamó Irene. No recordaba que en otros sueños me hubiese llamado por mi nombre, sin embargo sonaba tan familiar...

Después de malcomer, me encierro en mi habitación y tardo más de una hora en decidir que ropa será la más adecuada para contarle con todo lujo de detalles a un desconocido que es exactamente lo que pasa por mi mente y al final me decanto por ir cómoda, después de todo, me voy a tumbar en un diván durante unos cuarenta y cinco minutos.

A las siete y media bajo al garaje y me subo al coche, introduzco en el GPS la dirección que me ha facilitado la chica que me ha dado la cita y comienzo a seguir las instrucciones que la voz aguda y robótica que el GPS me indica. Siempre me hace pensar en una mujer con un orgasmo prolongado, siempre da las indicaciones como si estuviese en mitad del acto sexual, desde luego, estoy enferma.

Aparco cerca de la consulta, llamo dos veces a la puerta y una chica rubia y vestida escrupulosamente a la moda, me abre la puerta para recibirme.

—Buenas tardes señora Valle —me saluda sonriente.

¿Señora? ¡Si debe tener mi misma edad! Quizá un par de años menos o puede que cinco, pero no más. Voy a suponer que ha sido un gesto de cortesía y que no es porque piense en realidad que soy tan mayor para llamarme señora.

—Buenas tardes, puedes llamarme Irene y tutearme, no soy tan mayor— le digo sonriendo.

La chica se sonroja al instante y agacha la cabeza mientras me conduce hacia la sala de espera. Tal vez me haya pasado un poquito de la raya y haya sonado maleducada, pero bueno, estoy enferma, ¿No? Estará acostumbrada a excentricidades y contestaciones rancias.

—Jaime... —se detiene —, el doctor Suárez la atenderá enseguida.

—Muy bien, gracias— digo más condescendiente.

Cojo una revista muy usada de la mesita que hay en el centro de la solitaria y fría sala donde todo es blanco; paredes, techos, suelos e incluso los muebles, lo único de un color diferente es la televisión que muestra un negro brillante. Está apagada, veo el mando preparado para ser usado sobre la mesita, pero no me apetece ver nada en ella, así que ojeo por encima la revista sin prestar verdadera atención.

Es una revistas de esas del corazón, donde puedes averiguar datos muy importantes sobre los famosos de la tele, como cuál es su color favorito o la talla de su zapato. La suelto indignada. No sé por qué parece que últimamente me molesta todo.

—Ya puedes pasar, el doctor te espera.

—Gracias— murmuro mientras me levanto y la sigo, siento el vibrante caminar de la recepcionista, que ahora parece estar más compuesta.

Me guía al final del estrecho pasillo casi tan sinuoso como sus caderas y me señala la puerta que me llevará a mi liberación.

Cuando la puerta se abre me topo de bruces con el guapo doctor, entiendo el cambio de actitud de la recepcionista, tiene que estar encantada de trabajar aquí.

El doctor Suárez, Jaime, es un hombre alto, fuerte, guapo y encima viste con buen gusto. Todo un partido. No veo hombres así por la calle, que bien escondido lo tenía Luis.

—Buenas tardes Irene, si me permite que la tutee.

—Buenas tardes, no me importa— sonrío. ¿Cómo va a importarme que me tutee? Lo que me apetece hacer es gritarle; ¡Tutéame!¡Tutéame! Y también, ¡Haz conmigo lo que quieras en ese sofá reclinable!

—Por favor, siéntate. Charlemos mientras tomamos algo. ¿Café?¿Té?

Me quedo pensativa, la verdad es que lo que menos necesito son más excitantes...

—Agua por favor.

—¿Solo agua?

Asiento, él me mira y sonríe. ¿Puede haber un hombre más guapo? Pero bueno Irene, me riño a mí misma, es tu doctor, saca esos pensamientos impuros de tu mente. En verdad, estoy enferma.

—Y bien Irene, ¿qué te trae por aquí?

—Pensé que Luis te habría contado algo al respecto.

—Bueno, me ha comentado que tienes problemas para dormir.

—Algo así— susurró.

—¿Algo así?

—A ver...— comienzo. —No es que no duerma, duermo, algo... poco y mal. Me atormentan las pesadillas.

— ¿Sufres pesadillas?

—Bueno, quizá no el concepto habitual de pesadilla, supongo.

—¿Entonces?— me mira mientras toma un poco de té.

Sopeso la pregunta, ¿cómo explicarlo?

—La verdad es que no sé cómo explicarlo y menos a un desconocido.

—Piensa que tienes una dolencia física y estás en la consulta de tu médico de cabecera, sólo que lo que te duele ahora mismo es algo más específico y diferente a un dolor de garganta.

—Pues no sé, me duele el alma.

—Te duele el alma— repite sorprendido.

—No... en realidad es más bien que la noto hambrienta. Vacía.

—Entiendo. Y, ¿cuándo comenzó?

—Supongo que justo después de la perdida de mi madre.

—¿Murió de forma repentina?

—Sí— contesto con las lágrimas aflorando por mis ojos, recordarla aún me entristece —un accidente de coche.

—Entiendo— murmura.

Así, empiezo a contarle la historia completa; el accidente, el proceso que hay abierto en contra del conductor, los nervios, los llantos y sin darme cuenta le estoy contando con todo lujo de detalles mis sueños eróticos con un desconocido que a la vez me resulta familiar.

—Interesante.

—Freudiano diria yo.

Jaime se ríe.

—¿Conoces a Freud?

—No personalmente, pero para él todo eran frustraciones sexuales de algún tipo. ¿No?

Jaime sonríe más y muestra un delicioso hoyuelo en su mejilla derecha.

—Bueno, tus sueños, a decir verdad son muy interesantes, lo que no me queda claro es por qué después de tenerlos, no consigues dormir de nuevo.

Siento que mi rostro arde, me quema la vergüenza que siento en ese instante. Debo responder a esa pregunta, pero, ¿Cómo lo hago?¿Qué le digo?

—¿No vas a contestarme?

—¿No es hora de irme ya?

—No, aun no— vuelve a reír.

—A decir verdad... supongo que no duermo porque verás... pues eso, porque en mis sueños... ¡Ay Dios!¡Qué apuro!

—No sientas vergüenza, no duermes porque te sientes frustrada sexualmente al no llegar al orgasmo, porque sientes los sueños tan reales que llegan al punto de hacerte necesitar alivio sexual, ¿es así?

—Bueno, más o menos, supongo.

—No creas que es algo extraño, le sucede a muchas personas.

—¿No estoy loca?

—Supongo que un punto de locura, sí que tendrás, pero como todo el mundo que sueña.

—Eso me deja mas tranquila, pensé que era una ninfómana frustrada o algo peor.

El sonríe de nuevo y su sonrisa le ilumina los ojos, como en mi sueño. Pero no siento con él lo mismo que con el extraño sin rostro de mis sueños. No puede ser él. No, lo sabría, estoy segura. Aunque sería un gran reemplazo.

—Yo no le daría más importancia, además tu pareja debe ser ahora mismo un hombre muy feliz— susurra acercándose a mí.

—No hay nadie en mi vida— murmuro. —Gracias. Me quedo más tranquila, supongo que entonces no necesitaré seguir viniendo.

—A mi me encantaría seguir viendote —vuelve a decir en voz baja, inclinándose hacia mi.

Vuelvo a sonrojarme, ¿se referirá a la consulta o quizás a verme fuera de ella?

—No creo necesario volver a verte en la consulta, ya me has dejado bastante más tranquila, gracias por tu diagnóstico.

—No me refería a verte aquí en mi consulta, quiero decir que me encantaría verte como hombre, no cómo médico; pero si aceptas, no podré volver a atenderte, no podrás ser mi paciente de nuevo.

—No lo entiendo, ¿por qué?

—Conflicto de intereses.

Conflicto de intereses, repite mi mente y al instante me sonrojo de nuevo.

—Así que si deseas que nos veamos, tendrá que ser fuera de mi consulta, podríamos empezar con una cena esta noche, ¿te parece?

No sé que decir, me he quedado muda por la impresión. Le observo, es atractivo, inteligente y no lleva anillo. Así que me pregunto, ¿Por qué no? Quizá si me besa un hombre como él, real, me olvide del de mis sueños.

—Está bien, acepto tu oferta.

—¿Paso a recogerte?

—Mejor te recojo yo, ya sé dónde encontrarte— contesto mientras sonrío.

—Esta bien, te esperaré aquí a las diez si te parece.

—Perfecto. ¿Dónde iremos?

—Será una sorpresa.

—De acuerdo, hasta luego entonces.

Me abre la puerta de la consulta muy caballerosamente y deja que pase delante de él mientras su mano guía mi cintura. El contacto es cálido y agradable, aunque la verdad es que me siento un poco defraudada. No es el mismo sentimiento, la misma corriente eléctrica que prende fuego a mi alma en décimas de segundo. Ese mismo sentimiento de atracción instantánea, imposible de romper, esa que siento en mis sueños, aunque la verdad es que podría divertirme mucho averiguando si él puede llegar a hacerme sentir lo mismo que en mis sueños... tal vez la pasión nazca con el primer beso...

La chica rubia me mira molesta, supongo que no es habitual que Jaime acompañe a sus pacientes hasta la puerta y cuando posa un suave beso en mi mejilla a modo de despedida, su ceño se frunce más.

Desde luego no es nada discreta con respecto a sus sentimientos por él.

La puerta se cierra tras de mi y salgo a la calle hasta donde he aparcado mi coche. Miro el móvil, ha pasado mas tiempo del que creía, si no me doy prisa, no voy a llegar a tiempo de recogerle.

En el móvil parpadea la señal de una llamada perdida. Es de Luis, supongo que interesándose por como me ha ido la sesión. Le devuelvo la llamada desde el manos libres. El teléfono suena y suena, hasta que al otro lado una voz familiar contesta.

—¿Cómo ha ido? —pregunta directo al grano.

—Bien— digo sin más.

—¿Bien? ¿Solo eso?

—Bien, supongo. Tu amigo dice que no necesito terapia, que es algo normal lo que me ocurre.

—¿Te ha pedido una cita no es así?

—Bueno, pues... él... ¿Cómo lo sabes Luis?

—Se lo advertí, que te dejara en paz. Y ahora no quiere tratarte porque quiere entablar una relación contigo.

—No seas tan dramático, sólo es una cena.

—¡¿Has aceptado?!

—¿Por qué no Luis? Somos adultos, estamos solos, es guapo.

—Me estoy arrepintiendo de haber confiado en él.

—Bueno Luis, si te quedas más tranquilo, buscaré otro médico que me dé una segunda opinión.

—Te dejo, tengo que trabajar, mañana hablamos— es su respuesta.

—Ciao Luis— me despido aunque no estoy segura que haya llegado a escucharme.

Al colgar tan repentinamente, noto que se ha enfadado. Está molesto. No sé por qué, pero lo está.

Tal vez no debería de haber aceptado la invitación, en realidad no conozco a Jaime, pero no debe ser un mal tipo si es amigo de Luis y él no me lo habría recomendado si lo fuera. Debo creer eso, al menos, para sentirme más segura.

Subo a toda prisa a casa, me ducho, perfumo y me decido por un vestido ceñido negro más incómodo que lo que llevaba pero que me hace sentir guapa.

Me miro en el espejo, tiene un escote de vértigo, quizás me he propasado. No sé a dónde iremos. Presumo que a un sitio elegante, pero, ¿Y si me lleva a una hamburguesería? No, no lo creo y si vamos a un sitio de comida rápida, pues no me quitaré el abrigo y solucionado.

Me maquillo un poco, sin excederme, no quiero que piense que estoy dispuesta a satisfacer mi cuerpo hambriento de necesidad por un hombre que ni siquiera es real, solo en mi mente. Puede ser que haya barajado esa posibilidad, una presa fácil, una mujer reprimida, sola y que necesita un buen revolcón.

Suspiro, la suerte está echada, miro el reloj, son las diez menos diez, tendré que darme prisa si quiero llegar puntual. Bajo a por el coche y arranco pisando a fondo el acelerador, voy todo lo rápido que me permite la ley para llegar a la puerta de su consulta. He llegado solo cinco minutos tarde, no está mal, elegante dirían algunos.

Jaime me está esperando en la puerta, con un ramo de flores rojas, así que presumo que no se ha complicado y me ha traído un ramo de rosas. Abre la puerta del coche y entra, me ofrece el ramo de flores y me doy cuenta de mi error; no son rosas, son tulipanes.

—Me encantan— murmuro sorprendida, —no sé como lo has averiguado, pero son mis flores favoritas.

—Estás preciosa— me dice sonriendo.

—Tú estás muy elegante— contesto con otra sonrisa. —¿Dónde vamos?

—Sigue mis instrucciones —ordena.

—A sus órdenes, Capitán.

Me mira y vuelve a reír, esa risa de nuevo le llena la mirada, dándole un brillo encantador y en ese momento pienso en cuánto me gustaría que fuese él. Sería tan sencillo, tan fácil...