Capítulo 19

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La doctora pasa a verme algunas veces más a lo largo del día y no dejo de tener la sensación de que la conozco. La imagen de la sanadora se presenta cada vez que tengo que hablar con ella, el recuerdo de nuestros dedos unidos por la sangre y por ese hilo... sus palabras, sus gestos y sobre todo esa larga melena de un color tan particular...

Eugenia ha venido unas cuantas horas para cuidarme, el señor Ruíz se lo ha pedido.

El golpe en la cabeza gracias a las toneladas de medicinas no me molesta ya tanto, pero el miedo y sobre todo incertidumbre por no saber quién ha sido o por qué, si volverá a repetirse... no me deja descansar. No puedo saber si ha sido algo premeditado o solo fortuito y el torrente de preguntas para las que no tengo respuesta, tan solo suposiciones, se mezclan con el torbellino de emociones que Adrián me hace sentir.

Me debato durante gran parte del día sobre qué es lo mejor, si verlo o no volver a tener contacto con él nunca más. Me planteo incluso, coger una excedencia, tengo algunos ahorros y podría ir donde quisiera, un año o dos y luego, regresar.

Lo que no consigo quitarme de la cabeza es su beso, el tacto de sus manos, su cercanía y como me envuelve el calor que despierta en mi interior. Lo deseo como nunca antes he deseado a ningún otro hombre y parece que se ha dado cuenta, quizá no soy capaz de disimular mis sentimientos tan bien como pienso o tal vez, su ego es tan inmenso que no duda que al final caeré rendida entre sus brazos.

Mi vida ahora es un caos. Desde que comenzaron los sueños no he sido capaz de encontrar la tranquilidad, monotonía y el orden.

La doctora pasa a última hora de la tarde, me informa de que todo está bien y que si la noche pasa sin complicaciones, mañana podré regresar a casa. Le doy las gracias y cuando sale, llega una visita inesperada. Jaime.

—¿Qué haces aquí?— pregunto extrañada.

—Bueno he ido a tu oficina esta tarde y Andrés, tu compañero, me ha informado de lo ocurrido. He pasado para ver si estás bien, aunque supongo que me dirás que sí, porque ahora mismo estarás en estado de shock.

—Pues te equivocas, no puedo decirte que estoy bien, porque no lo estoy. Estoy aterrada.

—Vaya, eso no me lo esperaba. Me gusta. Parece que después de todo estás cuerda— bromea sentándose a mi lado y cogiendo una de mis manos.

—¿Estás bien Irene?

—Un poco magullada, pero sí.

—Tienes alguna idea de.

—No, le he dado muchas vueltas a la cabeza y no sé por qué, quién es o si se repetirá.

—¿Cuántos días te van a retener?

—Mañana si estoy bien me marcho a casa.

—¿Quieres ir a algún otro lugar?

—No lo sé. Aún no he pensado en ello.

—Si quieres pasa unos días conmigo.

—Unos días... eso no solucionaría nada.

—Lo que decidas, estará bien. Te han destrozado la cara.

—Gracias, tu también estás muy guapo.

—No pretendo herirte, es que tienes la cara inflamada.

—Sí, me golpeo con fuerza el cabrón.

—¿Luis lo sabe? —pregunta.

—No, supongo que no. Estuvo ayer por la tarde en mi despacho y le dije que no deseaba volver a verlo. Estará molesto.

—¿Quieres que se lo diga?

—No, no es necesario, no quiero verle, no puedo perdonarle lo que hizo.

—Estás siendo muy dura con él. Parece que a mí me has perdonado.

—Era mi amigo, mi mejor amigo y quiso engañarme para conquistarme. ¿Cómo voy a volver a confiar en él?

—Piensa que estaba desesperado por tenerte.

—Desesperado... el sabía la verdad. Nunca le he mentido. Y con respecto a ti, tu traición no me ha molestado tanto porque no siento por ti lo mismo que por Luis; lo quería, como un hermano, como de mi familia. A ti apenas te conozco...

—Ya, pero ahora...

—Ahora es tiempo de que las visitas se marchen— irrumpe una voz poderosa.

Sin verle, sé que es él, pero, ¿Qué hace otra vez aquí?

Jaime se levanta y se gira hacia el torrente de voz amenazadora, desde luego no ha tratado de disimular que Jaime no le gusta pese a no conocerlo.

—Disculpe —dice Jaime con sus encantadores modales —, ¿puede decirme quién es usted?

—Soy el compañero de Irene. Su compañero.

Pero... ¿Le estaba insinuando que tenemos una relación?

Jaime se vuelve hacia a mí con preguntas no pronunciadas escritas en su rostro y yo deseo contestarle, decirle que es un extraño que está más loco que yo, pero las malditas palabras no quieren salir de la garganta, se han atascado en ella y pelean por permanecer ahí.

Hay una parte de mí, que desea que se quede esta noche, por alguna razón que no llego a comprender me da seguridad estar a su lado e incluso confianza. Me hace sentir protegida, como si nada malo pudiese pasarme estando con él.

—Por favor, le vuelvo a pedir que se aleje de mi mujer y se marche por la puerta.

—¿Su mujer? ¡Por favor! Irene no pertenece a nadie, ¿Verdad?

¡No! ¡Soy libre!, deseo gritar, pero no puedo. No entiendo porqué, pero no puedo negarlo.

—Como no dices lo contrario, aceptaré que dice la verdad. Adiós.

Se marcha antes de que pueda hablar y al salir golpea con un hombro a Adrián de forma intencionada. Los dos hombres se dedican una mirada de esas de «a ver cuál de los dos está más cuadrado y golpea más fuerte».

El instante se alarga hasta el límite, puedo ver que ambos se miran con un odio que no puedo comprender, ¡Si no se conocen! Sin embargo, por extraño que parezca, ver a los dos así, me resulta familiar... ¡Tonterías! Por un momento temo que la personalidad arrolladora de ambos choque y lleguen a las manos, sin embargo Adrián me sorprende con su comportamiento.

—Disculpe— se excusa Adrián a pesar de no ser el culpable, mientras se aparta para darle paso —Adiós— se despide triunfal, sabe que es el vencedor, pero lo es porque yo se lo he permitido.

—¿Qué haces aquí?— puedo decir por fin.

—Vengo a pasar la noche contigo.

—Estarás de broma. No vas a pasar la noche aquí, conmigo.

—¿Por qué no? Ya estuve acompañándote la pasada.

—¿Dormiste anoche en el hospital?

—¿No te lo imaginabas?

—Pensé que había sido Eugenia.

—Ella llegó por la mañana y traía café para mí porque sabía que había permanecido aquí toda la noche, contigo, cuidándote.

—No deberías haberlo hecho, no era necesario y hoy tampoco.

—¿Por qué?

—Porque no somos nada.

—Eres mía. Es suficiente.

—¿Soy tuya? Por favor, deja ya de fanfarronear.

—Es la verdad. No lo has negado. Dos veces se lo he dicho a ese imbécil guapito y tú no lo has negado.

—Porque estaba alucinando y me has dejado sin palabras— me defiendo, pero, ¿Es la verdad?

—¿Seguro? Creo que te gusta la idea.

—¿Se puede ser más pedante? Creo que no, seguro que si busco insolente mequetrefe en el diccionario, aparece tu foto.

Me mira desde detrás de su vaso de café y me imagino que se ríe. Cuando la sonrisa le ilumina los ojos es imposible debatir con él, mi cuerpo se deshace en miles de mariposas que salen volando para rozar su piel morena.

—Te odio Adrián.

—Del amor al odio solo hay un paso Irene, ya te lo advertí, estás al borde, ¿Hacia dónde caerás?

—Tonterías— Replico.

—Yo te lo diré— susurra acercando esa boca que ya he probado y deseo probar de nuevo a mi oído.

Su contacto suave hace que mi cuerpo se ponga en alerta, entro en estado de shock; respiración detenida, pulso acelerado, estomago del revés y humedad entre las piernas, todo eso acompañado de pezones erizados. ¡Dios mío! Éste hombre me saca de mis casillas, me lleva al límite de mi control y mi cuerpo es tan estúpido que reacciona solo con él.

—Caerás entre mis brazos— musita mordisqueando el lóbulo de la oreja.

Un gemido sensual escapa de mis labios. ¡Malditos traidores! Sonriendo por lo que ha logrado se retrepa contra la silla puesta en un lado de la cama y sigue sorbiendo su café mientras me mira divertido.

—No tiene gracia— escupo.

—No, no la tiene.

—¿Entonces por qué sonríes?

—Porque el camisón no deja mucho a la imaginación.

Bajo la mirada y veo mis pezones erguidos perfectamente contorneados por la suave y desgastada tela del camisón del hospital. Cruzo mis brazos sobre el pecho mientras me sonrojo.

—Es que tengo frío— invento.

—Eso se puede solucionar, yo te daré calor.

—Ni se te ocurra acercarte a mí.

—¿Por qué? ¿Temes suplicarme que haga tus sueños realidad?

¡Sí!¡Joder!¡Eso mismo es lo que temo!

—Te odio— digo de nuevo.

—Lo dices tanto, que parece que tratas de convencerte a ti misma.

—Malcriado.

—Preciosa.

—Engreído.

—Mentirosa.

—Vete, me estas enfadando. Mucho.

—Lo sé. Y me encanta.

—¿Te encanta verme enfadada?

—Estás preciosa cuando te enfadas, frunces el ceño y haces un leve puchero como si fueras una niña pequeña, puedo verte incluso con ganas de hacerme burla.

Y de nuevo acierta, he estado a punto de sacarle la lengua. Me saca de mis casillas, es todo lo que menos soporto de un hombre y sin embargo, estoy loca por él, aunque no lo admitia en voz alta.

—He vuelto a acertar, ¿verdad? —dice sonriendo.

—Estoy cansada, quiero dormir.

—Sí, descansa. Mañana temprano, la policía va a venir.

—¿Para qué?

—Para tu declaración.

—Poco les voy a ayudar...

—Descansa, tal vez por la mañana recuerdes algo más, algún detalle por insignificante que parezca.

—Buenas noches— le deseo.

—Buenas noches amor— murmura.

Pienso rectificarle, pero me da la sensación que será perder el tiempo, así que a pesar de que no tengo sueño y estoy alterada con él a mi lado, cierro los ojos y espero, con un poco suerte, conseguir dormir.

Las luces se apagan y se mueve en la incómoda silla a mi lado. Trato de respirar en silencio, algo absurdo porque no quiero emitir ningún sonido pero no puedo evitar sentirle en todos lados. Su presencia altera mis sentidos.

Está ahí, junto a mí, recostado contra el respaldo de la silla y los pies apoyados en el bastidor de la cama, noto de vez en cuando el roce de sus pies junto a los míos y con cada toque, mi cuerpo se estremece de pies a cabeza.

Aprieto los dientes con fuerza, pues temo empezar a tiritar y que me castañeteen. Subo la ropa de la cama todo lo que puedo, deseo envolverme con la manta, usarla como un escudo protector que me mantenga alejada de los sentimientos que tengo por ese hombre y no desearía sentir.

—¿Tienes frio?— me susurra.

Antes de contestar, pulsa el interruptor de la luz del cabecero y se levanta. Se ha descalzado y lleva la camisa remangada hasta el codo, dejándome admirar sus fuertes antebrazos. El pelo despeinado por la postura y las arrugas de la camisa, le dan un aire hogareño. Algo que no va en sintonía con él, pero da esa impresión.

Camina despacio por el suelo frío de la habitación y de un pequeño mueble blanco, bajo la gran ventana, saca una manta. Se acerca a la cama con su paso felino y seguro, para de nuevo hacerme estremecer.

Contemplo los botones desabrochados del cuello de la camisa que me permiten entrever su pecho. Es un hombre que sin duda, deja babeando a cualquier mujer que se cruce en su camino.

Es irresistible y por eso tengo que luchar con todas mis fuerzas para no caer. Es mi manzana prohibida.

Pone la manta sobre mi cuerpo y después me arropa con dulzura, le doy las gracias en silencio, besa mi frente y acaricia mi pelo. Ha sido tan tierno... ¡Cómo deseo a ese hombre!

Odio que sea ... aunque tal vez... si deja el caso por mí, podría darle una oportunidad... ¿por qué está en él? ¿Me dijo que era alguien cercano a su familia, importante para él o lo leí en el informe?

Regresa a la silla y adopta la misma postura, subiendo sus largas y fuertes piernas al final de la cama, con cada roce fortuito, aviva las ascuas en mi estómago. Me deleito pensando lo placentero que sería dejar que las brasas se trasformasen en un fuego abrasador.

—Deberías descansar— susurra.

—Lo sé, lo intento.

—Pues deja de moverte.

—No me muevo, me mueves tú.

—¿Sigues con frío?

—No, ya no.

—Y, ¿Por qué tiemblas?

—No tiemblo.

—Si incluso la voz la tienes atribulada.

Era cierto, lo había oído.

—No lo sé, sera por el shock.

—Apártate.

—¿Qué?

—Dejame un poco de sitio.

—Ni loca.

—No pienso dejar que mueras congelada.

—Que no tengo frío.

—Está bien, cabezota.

Sus brazos me agarran y me pasa hacia un extremo de la cama del hospital, acomodándose a mi lado. Al menos tiene la decencia de ponerse sobre las mantas. El peso de su cuerpo hace que mi parte del colchón se quede más elevada que la suya por lo que sin quererlo, ruedo hacia él.

Como si no fuera bastante, ahora lo siento más. El calor se intensifica. Su cuerpo desprende calor incluso a través de las mantas. Sus brazos fuertes, su pecho duro, sus piernas largas.

Parece muy cómodo pero yo estoy aterrada por todo lo que despierta en mí y en ese momento pasa uno de sus brazos por debajo de mi cuello y me acurruca contra él.

Quiero protestar, pero no puedo. Estoy emocionada por los cuidados y los gestos dulces, no pretende otra cosa que darme calor y cuidarme, hacia tanto tiempo que nadie se preocupaba en esa forma por mí...

—¿Por qué?— pregunto.

Adrián no necesita que le diga a qué me refiero.

—Es el ex marido de mi madre.

—¿Es tu padre?— pregunto horrorizada por todas las cosas que he dicho sobre él.

—No, fue el primer marido de mi madre. Se divorciaron porque no deseaba tener familia, así que mi madre lo dejó y se casó con mi padre. Falleció hace años, irónicamente, un conductor borracho— sonríe triste —, y después ellos se volvieron a encontrar y no sé ... supongo que la pasión se avivó. No me gusta que mi madre esté sola, yo no paso mucho tiempo en casa, no tengo hermanos, así que nadie le hacía compañía. Ahora parecía feliz. No iba bebido, toma una medicación muy fuerte para la espalda, sufre una enfermedad degenerativa, artrosis. Afecta a su espalda y sufre de dolores horribles, la medicación que toma es muy fuerte, no tenía que haber conducido después de la medicación...

Le escuchaba en silencio, sopesando lo que me contaba, estaba claro que era importante para él, era parte de su familia y esa persona me había dejado a mí sin la mía. El hecho de que tal vez no estuviese bebido... que quizás fuese tan solo algo fortuito no lograba atenazar la soledad que se acumulaba en mi pecho desde que mi madre se fue.

—Pero, dio positivo— insisto.

—Es un efecto de la medicación, puede dar falsos positivos en alcohol y drogas.

—Mi madre...— murmuro con lagrimas en los ojos.

—Lo sé— me consuela —.Él también lo está pasando mal.

—No sé si podré perdonarle. No sé si podré perdonarte a ti.

Cierro los ojos y decido que no le voy a dar más vueltas por esta noche, voy a dejar que toda la información que me he negado a averiguar navegue por mi cuerpo, para poder asimilarla. Me siento tan sola y desconsolada... y el único que puede darme ese consuelo es el hombre que está cerca de mí y por una noche, me permitiré estar cerca de él.

Cuando llegue la mañana, todo habrá acabado y no volveré a verlo.