Capítulo 12
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No hay nadie excepto nosotros dos y el deseo oculto en la mirada del otro.
Me muerdo el labio suavemente, nosotros ,arropados por las sombras que bañan un callejón oscuro y sin salida, por el que ninguna persona pasa. Le apoyo contra la pared y acerco mis carnosos labios a los suyos. Nos miramos un instante, adivinando un gesto casi imperceptible pero la leve presión en mi boca, logra que sus pupilas se dilaten.
Me desea.
Alzo mi rostro hacia el de él y enredo mis brazos en su fuerte cuello. Su cuerpo se aprieta contra el mío y me dejo caer sobre él que usa la pared sucia y fría, de apoyo. Lo encierro entre mis brazos. Sin pensarlo de nuevo invado su boca.
Empiezo con un beso suave y tierno, me deja llevar el ritmo, sabe que prefiero llevar las riendas y no ser dominada; pero en el instante en el que saboreo su lengua dentro de mi boca dejo escapar un gruñido de satisfacción que incluso me sorprende y contraataco con mi propia lengua, ávida.
Dejo que su aliento cálido, dulce y afrutado al igual que el vino que hemos compartido durante la cena, embriague mis sentidos. El sexo en este momento me sabe tan bien como el alcohol que no se nos permite degustar. Gimo complacida y a él le excita sentirme así.
—Te deso tanto que duele— murmura.
Y el dolor es real, siento la erección en su entrepierna que pasea sin pudor por encima de mi sexo caliente.
La humedad traspasa el fino vestido de gasa y se mezcla con la que destila su miembro. Le imagino fiero dentro de mí, rodeado por mis largas piernas, dejando que nuestros fluidos confluyan y se mezclen para unirse por siempre y no separarse jamás.
—Me haces sentir tanto... me enciendes de una manera que creo que voy explotar para derretirme en pequeñas gotas de lava y bañar todo tu cuerpo— jadea.
Dibujo su espalda con mis dedos, dejo que acaricien el torso tenso y las dejo sobre su trasero firme, acariciándolo, apretándolo entre mis dedos que disfrutan de su contacto.
El placer le obliga a abrir los ojos y me sonríe envuelto por la lujuria y la satisfacción que le causo. Estamos hechos el uno para el otro, encajamos, somos capaces de regalar el más puro de los placeres. Ese que solo nace cuando estamos juntos, somos el alimento del alma hambrienta del otro.
No me importa estar en plena calle, aunque sea un lugar retirado, me alejo, pero tan sólo para mirarle de nuevo y contemplar su imagen oscurecida y velada por el paño de la pasión que nos cobija de los demás.
Estamos en nuestro propio mundo, uno inventado sólo para nosotros, donde todo lo demás sobra. Incluso el resto de humanidad.
—Te deseo, ahora y siempre —susurra en mi oído y después deja que su lengua resbale sibilina por mi cuello, dejando un rastro de piel mojada y vello erizado tras ella.
Asiento, lentamente sonrío, una sonrisa infernal que llena de un brillo oscuro mis ojos. Pero tras parpadear, desaparece.
Le doy la vuelta, dejando su espalda junto a mi pecho, bajo las manos por su abdomen fuerte y endurecido por el pesado trabajo, noto su corazón desbocado golpear a través de su espalda y estrellarse en mi pecho mientras mis manos se cuelan por el pantalón. Acaricio su pene de arriba abajo y dejo que su humedad empape mis manos, me gusta sentirle así, por mí, para mí...
Disfruto de sus gemidos y jadeos mientras torturo el miembro endurecido que lo que en realidad desea es estar dentro de mí... sé que el momento se acerca, ese en el que va a perder el control y no podrá atenerse a mis órdenes durante más tiempo, siento como las ganas le hacen temblar. Y ese momento, llega. El que he estado esperando, el que logra hacerle perder el control y convertirlo en una fiera salvaje que sólo puede pensar en hacerme suya.
Se da la vuelta y me agarra con fuerza para alzarme en vilo, usando la pared como apoyo para que sostenga parte de mi peso.
Enredo sin pensarlo mis largas piernas alrededor de su cintura, descubriendo la tersa y nívea piel de mis muslos a su mirada. Apoya la frente sobre la mía, mirándome intensamente, dejando que nuestros cuerpos intercambien la pasión encendida, calentando cada uno al otro con un fuego interno que prenden nuestras miradas, alimentan con sus caricias y enardecen con sus besos.
Gimo desesperada, suavemente, casi un susurro. Un susurro alentador.
Él acaricia mis piernas de arriba abajo y roza su cuerpo contra el mío, sus manos aprietan mis muslos, desesperadas, y después se elevan hasta alcanzar la curva de mis caderas, entrelazarse en mi cintura y al final, conquistar mis senos turgentes por el deseo que crecen sin descanso.
Me apresa como un predador a su presa, dispuesto a no soltarme. Jamás.
Me inclino hacia atrás fijando mi vista en un punto indefinido del firmamento y cierro los ojos para disfrutar plenamente de las sensaciones que ese hombre me regala.
De nuevo, regresa a mis piernas; aparta con cuidado la suave tela de mis bragas y me penetra con una fuerte y segura embestida que me llena de un placer desbordante. Grito, por el placer y la sorpresa de su embestida... me devuelve una mirada perversa, haciéndome cómplice de una fechoría prohibida pero que nos encanta.
—Chiss —susurra.
Asiento dejando que un nuevo jadeo sea mi voz.
Su movimiento se reanuda dentro de mi, con suavidad me permite que disfrute del momento que dilata saliendo y entrando muy despacio de mi interior.
Mis manos agarran con fuerza su cuello para atraerlo más adentro, como si la piel, la carne y los huesos de ambos sobrasen, sólo el placer y el deseo tienen cabida entre nosotros; mis uñas dejan marcas en la piel morena de él, que gruñe de satisfacción.
Lentamente llega esa sensación que me recuerda que no puedo contenerlo por más tiempo, aunque desearía alargar ese instante para siempre, no es posible. Sus movimientos se aceleran mientras acaricia mis piernas y entierra su rostro en el hueco de mi cuello, llenando todo el espacio entre nosotros de musicales jadeos y gemidos.
Me uno a él con un largo e intenso gemido, gritándole que estoy al borde, ése al que solo él me lleva. Ese mismo que me arroja a un mar tempestuoso de pasión y que me arrastra a playas lejanas, placenteras y de las que no deseo salir nunca.
Aprieto con fuerza su espalda, con mis piernas le atrapo ferozmente y dejamos que nuestras almas se muevan al compás de nuestros cuerpos, en una danza que solo juntos somos capaces de bailar, al compás de unos acordes vestidos de seda, coloreados de pasión y ciegos por la lujuria.
El ritmo cada vez es más rápido hasta volverse frenético. Enloquecida dejo escapar un largo gemido, después otro y otro más mientras las oleadas del mar de deseo que hay entre ambos me transportan a un mundo lejano, borracha de pasión.
Los gemidos del hombre me acompañan enterrándose más adentro de mi cuerpo, dejando que sus gritos se mezclen con los míos hasta hacerse uno solo, largo y profundo.
Cuando el oleaje cesa, seguimos unidos, suspendidos en el tiempo, con el sabor del placer fresco en nuestros labios.
Estoy exhausta y complacida, pero sigo hambrienta de él. Necesito mucho más para saciar este hambre que se ha despertado furioso, para saciar mi amor por él.
Me besa el cuello, la oreja, la mejilla; mis labios están inflamados por los besos anteriores, mi nariz, la frente...
Agotado apoya su cabeza en el hueco de mi pecho y permanecemos así un instante eterno, atrapados en el otro, con los ojos cerrados, incapaces de abrirlos al haberlo entregado todo, abrazados.