Capítulo 21

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El día se levanta tan gris como yo, la policía llega a primera hora y le cuento todo lo sucedido, lo que recuerdo. Después dejo el hospital tras recoger el informe de alta. Me siento triste, vacía y puede que arrepentida, ¿De verdad merece la pena todo este sufrimiento? Me planteo de nuevo todo, no puedo creer que mi madre desee que sufra, estoy segura que allí dónde esté, me está mirando enfadada por mi comportamiento infantil.

Me planteo si realmente creo que estar con él deshonra a mi madre o si tan solo, me asustan los sentimientos tan profundos que despierta en mí.

Al dejar el hospital me cruzo con la doctora Fernández, su larga cabellera blanca me recuerda tanto a la que tenía la sanadora en mi sueño...

—Todo va a irte bien en ésta vida— musita —.Sólo deja que te abrace fuerte y se unan todos los pedazos rotos...

Antes de poder contestar, decir algo, ella ha desaparecido, prefiero no darle más importancia, en mi cabeza no caben más cosas a pesar de lo intrigante de sus palabras.

Llego a casa, sin más compañía que mi propia soledad. Me derrumbo en el sofá y dejo que las lagrimas relajen mi cuerpo. Estoy cansada. De todo.

Necesito ir cerrando asuntos en mi vida, si no, al final me voy a volver loca de verdad.

La mañana pasa tranquila entre arrebatos y llantos. Cuando cae la tarde recibo una llamada, es Andrés.

No me apetece mucho hablar con nadie, pero en dos días es el juicio de mi madre y eso es lo que me alienta a descolgar.

Hablamos durante mucho rato, me pone al día de todo. Asiento distraída, no estoy centrada en estos momentos, no puedo, el aroma de su piel se ha pegado a la mía y no me abandona por más fuerte que frote mi cuerpo.

Sus besos ocupan mi mente y sus caricias aún arden en mi piel. Todos los sueños que he tenido hasta ahora, me hacen dudar. ¿Quizá éramos nosotros? La frase de la doctora Fernández me atraviesa. Una mujer mayor, sanadora, que hace referencia al hilo que nos une... Sé que es de locos pero no puedo dejar de pensar que tal vez...

Los pensamientos me atormentan y decido salir, necesito que el aire frío me despeje la mente, camino sin rumbo como si fuese una peonza dando vueltas hasta detenerse. Cuando me detengo cansada me encuentro cerca de la casa de Luis. Lo hecho de menos. Me ha fallado, me ha herido y aún así lo hecho de menos. Supongo que tras tantos años juntos es lo normal pero, no puedo perdonarle que jugase conmigo. Él solo se hizo esas ilusiones, nunca le dí esperanzas o ánimos. Siempre supo que para mi era como mi hermano, nada más. A pesar de todo, no puedo evitar pensar en él cuando necesito desahogarme, ahora no puedo. Sólo lo tenía a él. Y a mi madre. Ahora ninguno está. Triste, lo sé.

Meto las manos en los bolsillos de mi abrigo y agacho la mirada, me duele pensar que ya no estará más en mi vida. Saco el móvil para mirar la hora, tal vez... deba contárselo. Recuerdo al ver el móvil el mensaje de auxilio que envié. Busco y veo que a quién le envíe el mensaje, fue a Luis.

Si le llegó ese mensaje, ¿Por qué no ha venido a verme?¿Por qué no me devolvió la llamada?

Un escalofrío me hace temblar, no puede ser... ¡No se atrevería!

Todo gira deprisa encajando pequeñas piezas de un puzle que hay dentro de mi cabeza. Recuerdo el sonido de un móvil seguido de mi mensaje. La voz ronca aunque familiar. La coincidencia de su visita por la tarde... Siento que pierdo el control que voy a caer, me falta el aire por más que trato de respirar... y entonces, unas manos me agarran.

Grito, me doy la vuelta y golpeo con furia a mi agresor.

—Tranquila Irene, soy yo —susurra su voz, calmándome.

—¿Qué haces aquí?

—Vengo a hablar con Luis el psicólogo forense del caso, vive en ese edificio de en frente. Ha estado tratando a Carlos, el acusado desde el accidente. ¿Qué te sucede?

—Adrián, creerás que es de locos, pero creo que fue Luis, mi amigo, quién me atacó.

—¿Has llamado a la policía?

—Aún no.

—¿Qué te hace pensarlo?

—Cuando estaba en el garaje a punto de coger el coche, el parpardeo de las luces me mostró una sombra, me asusté y pensé que no tendría ninguna oportunidad de llamar a alguien por eso mandé un mensaje. Estaba muy oscuro y no me importaba quién fuese el receptor, sólo necesitaba que alguien supiese que estaba en peligro... —me interrumpo, trago la saliva que se ha acumulado en mi boca de golpe, al recordar lo siguiente.

—Ya estás a salvo— murmura abrazándome con fuerza, llenándome del calor que solo él prende en mi cuerpo.

—Cuando envié el mensaje, a los segundos, un móvil se escuchó en el garaje solitario...

—¿Crees que fue el de Luis?

—Había olvidado lo del mensaje, pero ahora lo he recordado y al mirar he comprobado que se lo envíe a él, entonces, ¿Por qué no lo envió a nadie?¿Por qué no se molestó en llamar para comprobar que sucedía?

—Es raro, tienes razón.

—Además le mordí, con fuerza. En la mano derecha.

—Hay que avisar a la.... — sus palabras se congelan en la fría noche.

Ha salido corriendo furioso, es lo último que he visto, su rostro preocupado cambiar a uno fiero. Dirijo mi mirada hacía dónde se dirige y entonces lo veo, es Luis. Saliendo de su casa, con la mano derecha vendada. La misma que mordí.

Con manos temblorosas saco el móvil y llamo a emergencias, no sé que les digo, mi mente está al otro lado de la calle, dónde Adrián golpea sin compasión a Luis, que trata de protegerse de los golpes con sus brazos.

Salgo corriendo hasta el lugar y obligo a Adrián a detenerse.

—Irene, ¿estás bien? Acabo de leer tu mensaje, iba ahora mismo para tu casa...

—Mientes Luis, fuiste tú.

—¿De qué hablas?

—Enseñame tu mano, ¿Qué te ha pasado?

—Un golpe— contesta restándole importancia.

—¡Cómo hayas sido tú maldito bastardo...!— interrumpe Adrián.

—Sé que has sido tú y sé que esconde esa venda, no es un golpe, es un mordisco. Yo te lo dí— murmuro.

Luis abre los ojos, sabe que no tiene escapatoria. La sirenas de la policía rompen el murmullo helado de nuestra conversación.

—Vienen a por ti —digo triste —, no sé por qué lo hiciste.

—Tu te lo buscaste, zorra—musita.

Y es lo último que dice, Adrián golpea con tal fuerza su rostro que le deja sin sentido.

La policía llega con el trabajo hecho, nos toma declaración y se llevan a Luis todavía confuso, esposado. Les veo marcharse y algo en mí se rompe, una amistad tan duradera, tan fuerte... se ha hecho pedazos, como todo en la vida. Como todo en mi vida.

Recuerdo a mi madre, iba a recogerme para cenar juntas. Una cena tranquila que se trasformó en el peor día de mi vida.

Miro a Adrián, sé que no es el culpable y creo que es hora de que hablemos sobre lo que realmente importa. Estoy segura que mi madre lo comprenderá.

—Necesito un chocolate caliente— murmuro.

El asiente y sin permiso, cuelo mi brazo por el suyo, apoyo la cabeza en su hombro y paseo tranquila.

Si estamos unidos por un hilo que no se ha deshilachado a lo largo de los siglos, no tiene sentido que trate de romperlo. Mejor rendirse.