Capítulo 2
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La oscuridad es mi compañera, no hay vuelta atrás. Lo hecho, hecho está. No voy a consentir que mi padre se salga con la suya, no en esta cuestión. Ya tuve que soportar ver cómo el hombre al que había elegido, terminó desposado con mi hermana.
Ese día supe que a él solo le importaba la dote y no yo, como siempre había jurado. Cualquiera de nosotras le valía para sus propósitos y cuando mi padre le exigió que me dejase a cambio de una mayor dote para casarse con mi hermana menor, él aceptó sin dudar y mi corazón se rompió.
A nadie le importó. Los odiaba. A todos los hombres; a mi padre por desear elegir a mi esposo, a todos los que solo se acercaban a mí por el maldito dinero, por la dote que mi padre otorgaría a mi futuro esposo.
Mi madre no había concebido hijos varones, así que cuando la muerte se llevase a mi padre, yo, la mayor de las cinco hermanas iba a heredar el gran patrimonio de mis padres, o para ser más exactos, mi futuro marido iba a heredarlo.
No es justo. Ahora, en una semana será mi boda. En esta ocasión para no darme la oportunidad de rechazarlo, mi padre me ha prohibido conocerlo, ni siquiera sé como es físicamente.
Y yo... no puedo decir nada, tan solo obedecer. Por eso huyo.
No he llevado conmigo muchas pertenencias, solo algunas monedas, mi hermoso y rápido semental y algo de ropa. Voy al galope, necesito alejarme todo lo que pueda y más de mi padre, antes que alguien se percate que he abandonado la casa.
El frío viento de la noche azota mi rostro y eso hace que me sienta viva por una vez en la vida. Libre.
El bosque a cada paso se cierne más sobre mí, la vegetación se vuelve más espesa, ocultando de mi vista el cielo estrellado y dejando mis ojos sumidos en la oscuridad. Confío en Juno, mi caballo, le he llamado así en honor al mes en el que nació.
No sé por qué he recordado de repente su nacimiento, en cuanto estuvo fuera de las entrañas de su madre y se puso de pie, la primera a la que miró fue a mí y desde ese día, fue mío convirtiéndose en mi mejor amigo.
Confío en él, en sus capacidades para mantenerme a salvo. Aún así, debo confesar que me asusta un poco la inmensidad de la noche y sobre todo me aterra no saber qué voy a hacer a partir de ahora, sola.
Juno acelera la marcha y resuella con fuerza, algo debe de haberle asustado, pero... ¿qué?. Hay algo en el bosque.
Escucho los aullidos y gruñidos. Lobos. Nos persiguen.
No sé que hacer, estoy bloqueada tratando de no golpearme contras las ramas de los árboles, junto a los que Juno pasa a toda velocidad, no sé como salir de ésto, ni siquiera se me ha ocurrido llevar algún tipo de arma para defenderme de un posible asalto, ni una pequeña daga.
Me agacho todo lo que puedo y me abrazo con fuerza al cuello de Juno para no caer en la estrepitosa huida.
Puedo sentir a los lobos acercándose, casi puedo notar sus alientos sedientos de sangre en mi cuello, las lágrimas se congelan en mis ojos cerrados por el mismo pánico que atenaza mi garganta.
Juno relincha con fuerza, creo que uno de ellos le ha alcanzado en la pata trasera. Rezo una plegaria corta encomendando mi alma a Dios, porque sé que voy a morir. Demasiado joven, tal vez. Pero, el destino es impredecible e imparcial.
Advierto como Juno trastabilla, vamos a caer y acabaremos deshechos entre los dientes afilados de los lobos.
La caída no es tan dolorosa como había pensado, aún así, no me atrevo a abrir los ojos, la muerte nos acecha y no tengo fuerzas para mirarla a la cara. Me aferro a Juno con toda la fuerza que poseo, si tengo que morir, lo haré abrazada a lo único que de verdad me ama por mí misma, sin importarle nada más que yo.
Un disparo rompe mis pensamientos, quejidos de lobos estallan en mis oídos y otro disparo acaba con los gruñidos. Después nada. Solo silencio.
—¿Está bien señorita? —pregunta una voz masculina y suave a mi lado.
No sé si abrir los ojos, estoy muy asustada. Mi mente trata de digerir a toda prisa los acontecimientos, pero no es capaz. Me retiene paralizada.
—Señorita —repite la voz —, ¿está bien? ¿La han herido? Ya se han ido. Han huido.
Abro los ojos y aún agarrada con fuerza al cuello de Juno que resopla tan asustado como yo, me topo con la mirada oscura de un joven apuesto. No debe ser mucho mayor que yo, pero irradia una seguridad en sí mismo que yo no poseo.
—Estoy bien —farfullo temblorosa —.¿Los lobos? —pregunto de nuevo, solo por asegurarme.
—Han huido por los disparos, creo que he herido a alguno. Usted, ¿se encuentra bien?
—Yo... eso creo, pero Juno... ¡Lo han herido! —exclamo asustada.
—Tranquila señorita, ahora mismo le hecho un vistazo, apártese de Juno y póngase junto a Abril.
—¿Abril?¿Quién es Abril?— pregunto extrañada.
—Mi yegua— contesta sonriendo. Mi corazón se desboca .—Al parecer— continúa —no soy el único que pone a sus animales el nombre del mes en el que han nacido.
Sonrío, ha acertado y me resulta curioso. Pensé que era la única que tenía esas ideas descabelladas.
Mientras el joven está agachado comprobando las heridas de Juno, observo sin el pudor de saberme observada al hombre. Es alto, fuerte y sus manos están curtidas por el duro trabajo, a pesar de todo, sus ropas son delicadas y finas. Sus piernas, bajo los estrechos pantalones de montar y flexionadas por la postura en la que examina al animal, dejan a la vista todos los músculos formados que ni siquiera la oscuridad es capaz de disimular.
Su cuerpo está formado sin duda por realizar trabajos duros. Quizá sea el hijo de un granjero venido a más. Uno que ha tenido la fortuna de contraer matrimonio con la hija de algún noble de bajo rango... ¿quién sabe?
Es muy atractivo y posee una belleza ruda y salvaje, de tez oscura y ojos claros, no se si son azules o verdes debido a la escasa luz, pero es un hombre atento y caballeroso, no necesito luz para darme cuenta de eso. Uno de esos hombres que no dudarían en dar su vida a cambio de los que ama. Un hombre como el que siempre he soñado.
—¿Qué hace sola en el bosque, señorita? —pregunta arrancándome de mis pensamientos.
—Alysa, mi nombre es Alysa.
—Encantado, mi nombre es Matthew.
Matthew repito. Su nombre me gusta, me recuerda la masculinidad que desprende.
—Encantada y muchas gracias por salvarme la vida. No sé porqué he olvidado mis buenos modales —musito avergonzada, pero lo sé.
—En una situación así, no es para menos, pero aún no ha contestado a mi pregunta. ¿Qué hace a estas horas en el bosque y sin escolta?
Abro la boca para contestar, pero no se me ocurre que puedo inventar para salir del paso. La verdad es que me he comportado de manera inconsciente, así que me decanto por la verdad.
—La verdad, es que solo pensé en huir.
—¿De qué huye? ¿Alguien le ha hecho daño?
—No todavía, pero sucederá.
Él enarca una ceja extrañado por mis palabras.
—Juno está bien, no podrá cabalgar todavía y habrá que lavarle la herida y vendar la pata. Necesitará varios días de descanso. No podrá cabalgar y menos con peso extra, pues eso solo agravaría su herida desgarrándola más.
—¿Es usted doctor?
—Algo así —contesta sonriendo —.¿Hacia dónde se dirigía a estas horas de la noche?. Quiero decir, ¿a dónde dirige su huida? ¿Tiene algún refugio?
Sonríe mientras lo pregunta, acariciando el cuello de Juno con suavidad y no puedo dejar de imaginar que es mi cuello por el que pasa los dedos. Su risa es casi infantil, le llena la mirada haciéndola brillar. Seguramente a plena luz del día, me habría dejado sin aliento.
—Me dirigía a casa de un familiar.
—¿De quién huye?
—De mi padre.
—¿De su padre?¿Es un mal hombre?
—No, supongo que no lo es... solo desea un matrimonio por conveniencia.
—¿No le gusta su prometido?
—No lo sé, no me han dejado conocerlo.
—Quizá si se lo hubiera pedido a su padre...
—Mi padre solo piensa en deshacerse de nosotras.
—¿Deshacerse?
—Sí, ya ha casado a todas mis hermanas, sólo falto yo.
—Eso no es malo.
—Lo es si te obligan a pasar el resto de tu vida con un hombre por el que no sientes nada.
—El amor puede llegar con el tiempo.
—No, yo quiero sentir amor por el hombre que me lleve al altar. Quiero sentir como si un rayo me fulminara.
—Eso debe doler— murmura divertido.
—El amor no siempre es placentero.
El sonríe de nuevo.
—Es usted una mujer con mucho carácter.
—No lo crea, no he sido capaz de enfrentarme a mi padre... he salido huyendo.
—El hombre que su padre haya elegido para usted, es un hombre con suerte.
—No, no soy una mujer fácil, lo sé.
—Ahí reside el encanto. Tratar de domar a una mujer como usted, que deliciosa tarea— ronronea junto a mí.
Noto el rubor colorear mis mejillas hasta el borde del incendio, agradezco la oscuridad y la intimidad del bosque.
—Necesito algo con lo que vendar a su caballo, ¿por casualidad llevaría usted algún chal?
Lo sopeso un momento y me doy cuenta que no llevo más que un par de blusas y faldas de repuesto, a parte de los pantalones de montar. Abro el pequeño hatillo y saco los pantalones rasgándolos por las costuras.
—¿Le servirá?
—Sí, me vendrá bien.
De manera profesional, como si muchas veces antes lo hubiese hecho, venda la pata de Juno que se queja un poco.
Me acerco a mi montura, y agarro por el cuello a mi amigo mientras le susurro palabras tranquilizadoras.
—Ya hemos terminado, buen chico Juno. Ahora vamos a tratar de andar.
Asiento y me doy cuenta de que estoy llorando.
—Se va a poner bien —murmura limpiando las lagrimas de mi rostro.
—Perdone —musito.
No dice nada y comenzamos a caminar despacio, cada uno agarrando las riendas de su animal.
—Si está cansada puede montar a Abril.
—¿Y usted?
—Yo puedo caminar.
—¿Cuánto cree que tardará en recuperarse?
—Depende de cuánto tiempo esté dispuesta a darle para descansar.
—No puedo detenerme, debo alejarme de él.
—¿De su padre?
—Sí, si me encuentra...
—Si lo desea, puedo cambiarle la montura, si tan importante es para usted huir.
—¿Y dejar a Juno?
—Usted se llevaría a Abril.
—Se lo agradezco pero no puedo aceptar. Abril es una yegua preciosa, pero no podría dejar a Juno con un desconocido.
—Yo lo cuidaría muy bien —dice mientras se acerca a mí, despacio, ocupando todo el espacio libre a mi alrededor, agotando el oxígeno.
Le miro por encima de mis largas pestañas, esperando que me bese, lo deseo. No sé que tiene pero hace que lo desee, hace que quiera arrojarme a sus brazos. De nuevo sé que es él, porque el hambre de nuevo me consume.
Las nubes que ocultan la luz de la luna se alejan dejando a los rayos plateados libres de la prisión que suponían para ellos.
Es un hombre muy apuesto aunque no puedo discernir su rostro con claridad. Parece estar interesado en mí, no en el dinero, las tierras o el titulo.
Los brazos masculinos se apoderan de mi cintura y me atrapan con fuerza cerca de su cuerpo. Su boca es igual de brusca y posa sus labios demasiado carnosos para pertenecer a una boca masculina sobre los míos.
Quedamos fundidos por la cintura y la boca en un único ser que empieza a arder con furia. Los besos cada vez son más apasionados y las lenguas bailan alocadas algún ritual que solo ellas conocen. Jadeos, gemidos...
El calor nace en mi estómago y se extiende por todo mi cuerpo, abrasándome. Despertando ese deseo desesperado por él. Una necesidad por él que nubla mis sentidos cuando sus manos se deslizan por mi estómago y se extienden por mi cuerpo.
Mis manos no pueden contenerse y acarician su espalda musculosa, su cuello fuerte y el abdomen duro bajo la ropa.
El fuego me consume y sé que nada me va a alejar de los brazos de ese hombre.
El beso acaba y nos deja sin aliento, Matthew jadea con la mirada nublada por la pasión.
—Lo siento, no debería haber dejado que esto pasara —se excusa alejándose de mi.
—No se preocupe, no importa —murmuro confusa.
—Sí importa, estoy prometido, iba de camino hacia la casa de mi futura esposa.
—¿No la conoce?
—No, iba a hacerlo ahora.
—Entonces, tampoco sabe si la ama.
—No, pero eso no importa, va a ser mi esposa y debería respetarla.
—Lo siento. No volverá a pasar— digo frustrada.
—Entonces, ¿hacía donde se dirige?
Sopeso por un momento las posibilidades, ¿qué hacer? No puedo hacer nada más que regresar a casa con las orejas gachas y pidiendo perdón.
No tengo a dónde ir, ni montura, no puedo continuar la marcha... mi aventura ha llegado a su fin. Al menos, me llevaré el recuerdo de ese beso, mi primer beso. Un beso de verdad con un hombre de verdad.
Un beso de los que derriten el alma y el corazón y después la mente, transformándote en un titere.
Un beso de los peligrosos porque logran hacerte sentir enamorada y eso precisamente es lo que acaba de sucederme. He entregado mi corazón a ese familiar desconocido que ya está prometido, pero al que no puedo reprocharle nada porque me encuentro en la misma situación, aunque sea lo último que deseo.
Caminamos despacio perdidos en la inmensidad del bosque, de manera inconsciente mi cuerpo se acerca cada vez más a él, atraída por ese magnetismo contra el que no puedo luchar.
Los aullidos rompen de nuevo el silencio y un escalofrío eriza el vello de mi nuca.
—Están lejos, ésta noche no nos molestarán más.
—Eso espero, pasé miedo. Mucho. De verdad pensé que iba a morir.
—Ha sido muy valiente.
—Una cobarde es lo que soy, huyo de mi destino por no afrontarlo.
—¿Tan malo era?
—¿Qué?
—Su prometido. ¿Tan segura está de que no será capaz ni siquiera de tolerarlo?
Lo miro un instante a los ojos y pienso en lo sencillo que sería si mi prometido fuese él. Tan fácil, tan agradable... Junto a él sería feliz, me sentiría cómoda, segura y con la sensación del revoloteo de mariposas bailando en mi estómago. Justo como había soñado siempre sentirme.
—No lo sé. La verdad es que no me lo he planteado de esa manera.
—Tal vez deberíais considerar volver a su hogar.
—Es lo que haré. No me queda otra opción; pero no dejo de preguntarme en si será un hombre tan mayor que esté a punto de dejar esta vida.
—Entonces, serás muy pronto una viuda hermosa y casadera de nuevo.
—No me gustaría tener que entregarme a un hombre al que no amo— digo sin comprender porqué soy tan sincera.
Matthew me mira de nuevo, deteniendo el paso se acerca a mí, posa sus labios en mi oído y pregunta:
—¿Nunca te habían besado?
—No, nunca.— Contesto con la voz entrecortada por la emoción que siento a su lado.
De nuevo, estoy atrapada entre sus brazos; su boca pegada a la mía, saboreando su aroma, su olor,la pasión que desprende.
Su lengua me acaricia suavemente, como si fuese seda. Suelto un gemido que el atrapa en su boca y su lengua se vuelve más osada.
Mi cuerpo se asemeja a una hoguera a la que solo faltaba añadir algo de madera, y ahora, la lumbre arde con fuerza y me consume. Muero de deseo, necesito ser de ese hombre, aunque sólo sea una vez.
Parece que todo lo que llevo encima me estorba, me sobra la ropa y la también la piel. Deseo que me penetre hasta el alma, que acaricie mi cuerpo desnudo procurándome miles de sensaciones placenteras.
Mi espalda golpea contra algo firme y rugoso, un árbol.
Me alza y mis piernas se enroscan a su cintura dejando expuesta, indefensa y aturdida mi mente por sus besos largos y deliciosos. Se aprieta contra mi pecho que late desbocado y su miembro late endurecido entre sus piernas y junto a las mías.
Sus embestidas, incluso con la ropa puesta, me procuran un placer inmenso que arranca a mi garganta jadeos desesperados por tenerle más adentro. Necesito que su miembro me atraviese y llene mi corazón. Es todo lo que deseo, todo lo que sueño e iba a ser de otra.
Al recordarlo lo detengo. No quiero, pero he de hacer lo correcto, ¿por qué? No tengo ni idea; ¿Qué es lo que me impide seguir adelante?. Sólo puedo pensar en que en algún lugar hay una chica que lo anhela y que no merece ser humillada por su prometido de esa forma. La decisión de alejarle de mí me mata. Alejarlo significa de nuevo morir de deseo.
—Lo siento— susurro con la voz ronca —pero no puedo, no puedes, no podemos.
—¿Qué sucede?
—Estás prometido.
—Soy consciente de ello.
—Entonces... Aléjate, no deberías besarme así.
—Sí debo, quiero y lo haré.
—No, ella no se merece que la engañes. Es solo una víctima inocente.
—Una víctima inocente que pretende huir de su padre y de su prometido dejándolo solo frente al altar.
Por un momento siento que voy a desfallecer, no es verdad. No puede ser él. Todo está confuso en mi mente rebosante de deseo, nublada por la lujuria y la pasión. Solo escucho lo que en realidad deseo oír.
—No, no puedes ser tú...
—Si puedo serlo y lo seré, si me aceptas.
Me acerco de nuevo a él y enlazo mis brazos alrededor de su cuello, atrayéndolo, besándolo ahora sin miedo o vergüenza.
Sé que ahora hay una posibilidad de ser feliz junto a él, quizá esta vez mi padre no ha errado en su decisión.
Las lágrimas escuecen en mis ojos cerrados mientras doy gracias al cielo por haberle puesto en mi camino.
—No puedo creer, que seas tú. ¿Cómo lo supiste?
—Te vi marcharte a hurtadillas, debería haber llegado al caer la tarde, pero tuve un pequeño problema.
—¿Qué ocurrió?
—Nada, bandidos.
—¿Nada? ¿Bandidos? ¿Estás bien?
—Sí, estoy entre tus brazos.
Y los besos se suceden. Ambos nos perdemos en el otro sin poder pensar en nada más
Mis caderas le exigen más y cuando le susurro que me haga suya, no puedo resistir más y me penetra; despacio, dejando que mi cuerpo se acostumbre a él. Dejándome sentir el placer que tanto he anhelado, mientras la humedad y el calor de mi interior lo envuelven agradecidos.
—Este es el sitio justo donde deseo morir. Eres mi paraíso. Lo mejor que me ha regalado la vida. Solo serás mía.
Gemimos al unísono, moviéndonos al mismo ritmo silencioso donde los jadeos se enlazan sin dejar adivinar a quién pertenece cada uno, al igual que nuestras manos, bocas, cuerpos...
A parte de nosotros y del ritmo acelerado de nuestros corazones que palpitan al compás de nuestro deseo creciente, nada más existe.
Noto cómo el éxtasis está a punto de fulminarme, cierro los ojos y alzo la mirada a un cielo ya iluminado por los primeros rayos de sol, para recibir esa oleada de placer que al fin, me dejará exhausta, satisfecha y feliz.
Tiemblo en el suelo, esperando con desesperación llegar al clímax. De repente, unas manos desgarran nuestros cuerpos, separándonos cruelmente.
Matthew yace en el suelo, con la mirada vacía y sorprendida, jadeando por la proximidad de la liberación. Yo, semidesnuda miro alrededor sorprendida y asustada... mi padre. Mi padre acompañado de otros hombres.
—¿Cómo te has atrevido, zorra?— grita desesperado dándome un fuerte golpe en la cara.
—Padre lo siento. —Sollozo.
—¡Morirás hijo de perra!
—¡No padre! ¡Es mi prometido! —exclamó protegiéndolo con mi cuerpo.
—¿Tu prometido? No conozco a este bastardo de nada.
Al escuchar esas palabras cortantes, lo miro a los ojos, ¿Me ha mentido solo para robarme la virginidad? ¿Me ha mentido en todo? No, no puede ser, sus besos, su cuerpo... no pueden mentir, me desea, pero, ¿Me ama?
—Señor, la deseo para mí— se justifica.
—¿Tú? ¡Eres un maldito hijo de perra! ¡Te ordené que la vigilaras y la has deshonrado!— truena una voz ruda detrás de mi padre. Un hombre mayor de barriga flácida, aparece montado en su corcel marrón.
—¿Me... mentiste? —pregunto con la voz ahogada.
—Yo... no exactamente.
—Sí, te ha mentido, no es más que uno de mis empleados —recalca el que es mi futuro esposo mirándome con desdén —.¡Ya no la quiero! —grita en dirección a mi padre —.¡No deseo una mujer que se revuelca con el hijo de una esclava!
—No puede ser— me escucho decir con lágrimas en los ojos. —¿Cómo has podido?
—No pude evitarlo— musita. —¡Y no me arrepiento!— brama ahora en voz alta.
Esas son sus últimas palabras, mi futuro esposo saca un arma y asesta un disparo certero en el corazón de Matthew.
Caigo al suelo, fulminada. Acababan de matarme a mí también, han asesinado parte de mi corazón.