Capítulo 12
GREG salió del metro y caminó en dirección al restaurante en el que debía encontrarse con Kel y MacLeod. Llevaba ya dos semanas en Nueva York, pero en lugar de haber vuelto a la rutina con normalidad estaba cada día más y más inquieto.
Todas las mañanas se despertaba excitado, tenía sueños eróticos con Fiona.
Se sentía como si ella ocupara toda su vida. Greg había descolgado el teléfono para llamarla innumerables veces, a las horas más inauditas. Sólo para oír su voz.
Kelly MacLeod le había devuelto la l amada telefónica el día anterior. Su voz, aún sin acento escocés, le había recordado a la de Fiona. Greg tenía que informarla de lo que había descubierto y no había incluido en el informe escrito.
Nada más entrar, Greg la vio sentada junto a la ventana. Le daba la luz en plena cara, su rostro tenía la misma forma ovalada que el de Fiona. Tenía el mismo largo y esbelto cuello y la misma silueta menudita. Al girarse la señorita MacLeod hacia él, Greg notó las diferencias. Los ojos de su clienta eran azul oscuro, no azul verdoso. Su cabello era rubio, no pelirrojo.
—Espero no haberla hecho esperar —comentó Greg tomando asiento frente a el a.
Kelly sonrió, pero sus ojos expresaron una tristeza que Greg no había visto en su primer encuentro con ella.
—¿Quiere usted leer la carta y pedir, y luego hablamos? —preguntó ella—.
Yo he llegado pronto, ya me he decidido.
Una vez pidieron lo que iban a tomar al camarero, Greg dijo:
—Tengo que contarle ciertos detalles que no están en el informe.
—¿Sí?, ¿acerca de Douglas y Moira? —inquirió ella.
—No, por desgracia no queda ni rastro de ellos, pero el abogado me dio cierta información que creo que tiene usted derecho a saber.
—¿De qué se trata?
—Señorita MacLeod, aquella noche nacieron tres niñas. Trillizas. Usted es una de ellas... y creo que sé dónde vive una de sus hermanas.
—¿Trillizas? —repitió Kelly incrédula—. ¿Tengo dos hermanas?
Él asintió.
—¿Y nos separaron? —siguió preguntando Kelly.
—Según el abogado, el médico y él decidieron que era la única forma de mantenerlas a las tres a salvo.
—Por culpa del hermano de mi padre, de quien mi madre huía —concluyó Kelly.
—Exacto.
—¿Y dice usted que sabe dónde vive una de mis hermanas?, ¿y la otra?
—Me limité a investigar acerca de sus padres, pero justo cuando iba a marcharme de Escocia me enteré por medio de un pariente del médico de que él también había adoptado a una niña que, casualmente, había nacido el mismo día. Creo que la hija del médico, Fiona MacDonald, es su hermana —
contestó Greg.
—¿Y se lo contó a ella?
—No —sacudió la cabeza Greg en una negativa—, no tenía por qué contárselo. Mi clienta es usted, por eso se lo cuento. Ella no sabe nada.
—Una hermana... —repitió Kelly reclinándose en el respaldo de la silla—. Así que tengo dos hermanas a las que ni siquiera conozco... —añadió cerrando los ojos—. Mi vida es cada día más extraña.
El camarero les sirvió sus platos y ambos comieron en silencio. Después, durante el café, Kelly añadió:
—Cuénteme cosas de Fiona MacDonald. ¿Llegó usted a verla?
—No sólo l egué a verla, pasé dos semanas en su casa —declaró Greg—.
Llegué allí enfermo, y ella me curó.
—¡Vaya, qué romántico! —exclamó Kelly bromeando. Greg no pudo evitar sentirse violento, y ella se dio cuenta enseguida y añadió—: Ah, así que fue más romántico aún de lo que había imaginado. Vamos, cuénteme más cosas.
—Bueno... no tanto. Creo que fui bastante mal paciente.
—Me lo imagino —comentó ella abriendo inmensamente los ojos y echándose a reír.
Greg se daba cuenta de que su clienta necesitaba saber más cosas acerca de Fiona, así que comenzó a hablarle de la cabaña, de McTavish, de Tiger y de Fiona. Debió de dejarse llevar por el entusiasmo sin darse cuenta, porque estuvo hablando durante mucho rato.
Kelly escuchó atentamente, apoyando la cabeza en las manos. Él le describió Escocia, le describió a su gente. Kelly guardó silencio cuando él terminó, lo cual lo hizo sentirse aún más violento. Sin duda le había dado bastante más información de la que ella le había pedido.
El camarero llenó sus copas. Nada más marcharse, Kelly afirmó:
—Está usted enamorado de ella.
—Claro que no, ella simplemente es la mujer que...
—Sí, soy perfectamente consciente de que el a es la mujer que... —lo interrumpió Kelly alzando una mano—. Es usted un hombre muy observador, señor Dumas. Meticuloso, incluso. Recuerda todo lo que ha visto, está claro.
No habría tenido tanto éxito en su profesión de no ser así. Pero no se trata de lo que ha dicho, sino de cómo lo ha dicho. La forma en que dice su nombre... No lo niegue. Puede que quisiera guardarlo en secreto, no lo sé, pero el hecho es que está enamorado. Si le sirve de consuelo, su secreto está a salvo conmigo —terminó Kelly esbozando una sonrisa que le recordó a la de Fiona.
—Bueno, no importa —dijo él al fin—. Me imaginé que le gustaría saber cosas acerca de ella.
—Y me gusta, sí —confirmó Kelly—. Estoy pensando. .. Ahora tengo algo de tiempo libre, y me gustaría ir a Escocia a conocer a mi hermana y al abogado.
Además, tengo un nuevo encargo para usted. Quiero que me la presente y que busque a mi otra hermana.
—No me necesita para eso, señorita MacLeod — se apresuró Greg a contestar—. Estoy seguro de que usted puede explicar...
—Pero usted la conoce mucho mejor —lo interrumpió Kelly—. Sería mucho más fácil si le diera usted la noticia antes de conocernos, ¿no le parece?
Greg no podía concentrarse, no podía siquiera pensar. ¿Cómo era posible que se hubiera delatado a sí mismo, que hubiera revelado sus sentimientos cuando lo único que quería era olvidar?
—Si viene conmigo a Escocia y se ocupa de este asunto, estoy dispuesta a pagarle lo que me pida — añadió Kel y.
Greg la observó a punto de desfallecer. Ella hablaba completamente en serio, estaba claro. Y no era de extrañar. Había estado buscando a sus padres y, aunque no hubiera encontrado exactamente lo que esperaba, sí había encontrado a una parte de su familia.
—No aceptaré su dinero, señorita MacLeod, pero si insiste, la llevaré a Escocia y le presentaré al señor McCloskey y a la señorita MacDonald —
aseguró Greg.
—¡Ah!, así que ahora es la señorita MacDonald, ¿eh? Bueno, llámela como quiera, pero espero que la prepare para recibir la noticia de que tiene una hermana.
—No sólo va a recibir la noticia de que tiene una hermana —afirmó Greg—.
Le dijeron que fue adoptada porque era la sobrina del doctor MacDonald.
Descubrir que sus padres adoptivos le mintieron supondrá un shock para ella.
—¿En serio? Entonces ya tenemos algo más en común, ¿no le parece? —
contestó Kel y mirando el reloj—. Me ocuparé de reservar los billetes de avión, señor Dumas, pero le comunico que a pesar de su caballerosa oferta, tengo intención de pagarle por sus servicios y su tiempo.
Kelly se puso en pie y se colgó el bolso al hombro, añadiendo con una sonrisa:
—Me alegro de que no incluyera nada de esto en el informe, seguro que no me habría dado tantos detalles...
—Me temo que saca usted conclusiones precipitadas, señorita MacLeod —
insistió Greg girando los ojos en sus órbitas.
—¿En serio? —sonrió Kelly—. Bueno, eso ya lo veremos.
Greg entró en casa de los Santini, los abuelos de Tina, lamentando tener que darle a Helen la noticia de que tenía que volver a Escocia. Durante el trayecto desde el restaurante había estado reflexionando sobre lo que le había dicho Kel y, y eso no lo había puesto precisamente de buen humor. Se sentía frustrado e irritado.
—Soy yo —gritó nada más entrar, dirigiéndose a la cocina.
Helen estaba dándole el toque final a una tarta de cereza. Alzó la vista sorprendida y preguntó:
—¿Se me ha parado el reloj, o es que llegas temprano?
—Llego temprano —contestó él escuetamente, sirviéndose café y sentándose.
Helen metió la tarta en el horno, programó el reloj, se sirvió un café y se sentó frente a él.
—¿Has tenido un mal día? —preguntó ella.
—Sí... un mal día, una mala semana, un mal mes...
—¿Tienes ganas de contárselo a alguien? Greg apoyó los codos sobre la mesa y se quedó mirando la taza de café antes de contestar:
—Sí, porque además es imprescindible que lo sepas.
Helen se cruzó de brazos y esperó. Sabía que, antes o después, él acabaría por hablar. Greg jamás había sabido expresar sus sentimientos, pero hacía mucho tiempo que no lo veía de tan mal humor.
—¿Has oído alguna vez esa historia que aconseja escuchar a los demás? —
comenzó Greg preguntando—. Si l ega una persona y hace un comentario acerca de tu cola, no le haces ni caso porque sabes muy bien que no tienes cola. Si llega una segunda persona y hace otro comentario sobre el mismo tema... bueno, te preguntas por qué la gente habla tanto acerca de algo que no existe. Pero si llega una tercera persona y menciona tu cola, entonces te das la vuelta y miras, porque es muy probable que te haya salido una cola sin que te des cuenta.
—Buen consejo —sonrió Helen-—. Entonces, ¿acabas de descubrir que tienes cola?
—Peor —gruñó Greg, restregándose la cara—. Mucho peor. Acabo de darme cuenta de que estoy enamorado de Fiona MacDonald. Me lo habéis dicho tú, Minnie MacDonald y ahora Kelly MacLeod.
—¿Y eso te molesta? —preguntó Helen sonriendo.
—¡Demonios, sí! ¡Claro que me molesta! ¿Cómo no iba a molestarme? ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta, que creyera que era una atracción pasajera a pesar de ser incapaz de quitármela de la cabeza?
—Así que Kelly MacLeod te ha preguntado por Fiona...
—Sí —suspiró Greg—. Me pidió que le contara cosas de el a. Y yo le conté cosas, eso es todo. Le conté lo que había observado, lo que había visto, y entonces Kelly afirmó que estaba enamorado. ¡Y eso que ni siquiera me conoce! ¿Tanto se me nota?
—Sí, creo que esa frase resume perfectamente la situación.
—Aún sigo sin creerlo —continuó Greg—. ¿Cómo es posible que me haya enamorado de una persona que vive al otro lado del océano? Es ridículo —
añadió Greg con más calma.
—No podemos controlar nuestros sentimientos, Greg. De ser así, yo jamás me habría casado con George Santini —rió Helen — . ¿Qué piensas hacer?
Greg alzó la vista y contestó en voz baja:
—No sé. Sinceramente, no lo sé. Es una insensatez. Nuestras vidas son tan diferentes, nuestras culturas son tan diferentes... Sé que ella detestaría vivir aquí, pero ¿cómo voy a irme yo allí? —preguntó Greg, sacudiendo la cabeza—. Eso suponiendo que ella sienta lo mismo por mí, claro, cosa que no está en absoluto clara.
Greg pensó en la última noche que había pasado con Fiona. Recordó su forma de aferrarse a él, su forma de reaccionar con absoluto abandono, alentándolo a seguir haciéndole el amor durante toda la noche. ¿Había sido entonces cuando la fuerte atracción que sentía por ella se había convertido en una obsesión infatigable y enervante? No podía dormir sin soñar con el a, no podía quitársela de la cabeza. Estaba distraído todo el tiempo, en casa y en el trabajo.
—¿Has hablado de esto con Tina? —preguntó Helen.
—¡Claro que no! Ella no lo comprendería.
—Puede que te l eves una sorpresa —anunció Helen—. Tina no recuerda a Jill, ¿sabes? Yo he puesto fotos de Jill por toda la casa para que el a se haga una idea de cómo era su madre, pero Tina no se acuerda. Era demasiado pequeña. A veces hace preguntas pero, sinceramente, lo que yo veo en ella es a una niña que está ansiosa por tener una mamá como las demás.
—No lo sabía.
—No, porque Tina no quiere herir tus sentimientos. Ella adora a su papá.
Sólo que su papá no puede ocupar el puesto de su madre. ¿Sabe Fiona que tienes una hija?
—Sí —asintió Greg — . No puedo creer que me encuentre en esta situación.
Nos conocimos hace sólo unas semanas.
—Tú mismo dijiste que te enamoraste de Jill nada más verla —repuso Helen.
—Sí, es verdad —sonrió Greg—, pero no estoy seguro de que eso fuera amor.
—Bueno, quizá fuera sólo deseo, pero se trasformó en amor rápidamente.
—Sí, lo sé —confirmó Greg sirviendo café en las dos tazas—. No quiero volver a pasar por todo eso. Helen.
—¿No quieres volver a enamorarte? —repitió Helen—. Ya estás enamorado.
—No quiero volver a sentirme herido, a perderla como perdí a Jill. Es demasiado doloroso, Helen — explicó Greg.
—Somos seres vulnerables, Greg —afirmó Helen—. Cada vez que nos enamoramos, nos exponemos. Forma parte de la vida. Pero eso no significa que dejemos de amar. Eso sería como dejar de vivir. Si le ocurre algo al ser amado, no podemos hacer nada excepto sentir su pérdida y seguir adelante
— continuó Helen, agarrándole la mano—. Ya te has lamentado bastante, Greg, ya es hora de que vuelvas a disfrutar del lado positivo del amor. Los dos sabemos que la vida es demasiado corta e insegura como para no atesorar cada instante que podamos junto a la persona amada. Ya es hora de que te lances por lo que quieres, Greg. Siempre he admirado tu tenacidad, jamás has dejado que nada se interponga en tu camino.
Greg alzó la vista y contestó:
—He tratado de llamar por teléfono a Fiona mil veces, pero no he tenido valor. Nunca le dije que pensaba volver... y ahora me veo obligado a hacerlo me guste o no.
—¿En serio?, ¿es que te ha pedido tu clienta que vuelvas a Escocia? —
preguntó Helen.
—Sí, quiere que vaya a ver a Fiona. Y quiere que investigue acerca de su otra hermana. Nos vamos a Escocia en cuanto tenga los bil etes, quiere que le presente a Fiona.
—Ahí lo tienes, la oportunidad perfecta para volver a verla —afirmó Helen.
De pronto se oyeron pasos corriendo por el pasillo y una voz, gritando:
—¡Papi, papi, estás aquí!
Era Tina, que entró en la cocina y se lanzó sobre él. Greg la sentó en su regazo y la abrazó.
—¿Qué tal el colé? —preguntó Greg.
—Muy aburrido —contestó Tina—. Pero ¿sabes qué? La mamá de una niña ha l evado galletas, y hemos hecho una fiesta.
—Estupendo.
—¿Puedes l evar tú galletas alguna vez? —siguió preguntando Tina, dirigiéndose a su abuela.
—¡Claro! Tú dime cuándo —contestó Helen—. Tu papá tiene una noticia para ti.
—¿Sí? —preguntó la niña.
Greg respiró hondo antes de explicarse:
—Voy a tener que volver a Escocia otra vez. Cuando estuve allí conocí a una señorita que me gustó mucho, y la echo de menos. Espero que ella también me eche de menos a mí.
—¿Quieres decir que vas a casarte con ella? — preguntó Tina.
—No lo sé, pero se lo voy a pedir —contestó Greg.
—¿Puedo ir contigo? —siguió preguntando Tina.
—Esta vez no, cariño, pero pronto vendrás —contestó Greg mirando a Helen
—. La tía de Fiona me preguntó si estaríais dispuestos a mudaros allí.
—¿Nosotros?, ¿George y yo? —preguntó Helen sorprendida.
-Sí.
—¡Vaya, qué curioso! —exclamó Helen—. George lleva tiempo pensando en jubilarse, pero le da miedo dejar el trabajo y no tener nada que hacer.
—¿Sí? Pues yo estoy pensando en abrir una sucursal en Edimburgo —dijo Greg, reflexionando en voz alta—. George podría trabajar en las oficinas...
si le parece bien.
—Entonces, ¿cuándo te marchas?
—No lo sé, mi clienta me llamará cuando tenga los billetes —contestó Greg.
—¿Vas a llamar a Fiona para avisarla? —siguió preguntando Helen.
—No lo creo —contestó Greg tras una pausa—. Prefiero hablar con ella cara a cara. Puede que me cuelgue. Cuando pienso en lo mal que me porté con ella al principio... no me extrañaría que me colgara.
—Y esa señora, ¿será mi nueva mamá? —preguntó Tina.
—Sí, si quiere casarse conmigo...
—¡Bien! —exclamó Tina dando palmadas—. Quiero tener mamá. Tú eres buena mamá... —añadió volviéndose hacia Helen, como disculpándose.
—No, yo soy tu abuela —la interrumpió Helen—. Siempre seré tu abuela.
Tienes toda la razón, ya es hora de que tengas mamá. Esperemos que Fiona esté dispuesta a formar parte de la familia Dumas... y de laSantini...