Capítulo 7
LOS ojos de Greg se oscurecieron repentinamente. De deseo, supuso Fiona.
Era natural, dadas las circunstancias. Ella sentía exactamente lo mismo, y no podía evitar preguntarse si sus ojos también lo reflejaban. Por primera vez en la vida Fiona quena disfrutar de la intimidad con un hombre, con ese hombre en concreto. Quería tocarlo y explorarlo sin interrupción, sentir su corazón bajo la palma de la mano, unirse a él formando un solo ser.
Sólo de pensarlo sintió que se le secaba la boca. Él cerró los ojos brevemente antes de decir, con cierta pena:
—Ojalá no hubieras dicho eso. Pero, ya que lo has dicho, creo que lo mejor es darnos las buenas noches.
Fiona podía ver la puerta de su dormitorio a través del arco del salón. Él se detuvo con el picaporte en la mano, giró la cabeza hacia ella y añadió:
—Por supuesto, yo jamás me aprovecharía de la situación si tú decidieras besarme, ¿verdad?
Fiona oyó aquellas palabras y sintió que su cuerpo respondía inmediatamente. Era como si no pudiera controlarlo, como si la confusión de sentimientos se produjera sólo en su mente. Porque su cuerpo sabía exactamente lo que quería. E igual que si hubiera perdido toda la fuerza de su voluntad, Fiona se acercó a él y se detuvo a escasos centímetros de su pecho.
Él tomó su cabeza con ambas manos y dijo:
—Esto no es una buena idea, y los dos lo sabemos. No quiero hacerte daño.
Por su mente cruzaron varias ideas al oír esas palabras. Fiona sabía que aunque Greg se sentía físicamente atraído hacia ella, esa atracción lo molestaba. Era una estupidez estar ahí de pie, a su lado, esperando, y sin embargo no deseaba otra cosa que dejarse envolver en sus brazos.
—Soy una persona fuerte, ¿sabes? —logró decir ella a pesar de tener un nudo en la garganta.
Los ojos de Greg brillaron burlones, divertidos ante el comentario. Luego esbozó un comienzo de sonrisa y añadió:
—«Fuerte» no es precisamente la palabra que me viene a la mente cuando pienso en ti. O cuando sueño contigo, cosa que me ocurre con una frecuencia alarmante últimamente.
Fiona no pudo articular una sola palabra más. Pero él no esperaba respuesta.
Se inclinó y, con una suavidad que ella jamás hubiera esperado de él, rozó sus labios con la boca como tratando de acostumbrarlos a ambos al contacto.
Fiona cerró los ojos y se dejó l evar, sintiendo simplemente. Todos sus pensamientos se evaporaron. Él rozó sus labios a lo largo con la punta de la lengua como si quisiera algo de ella. Fiona suspiró y entreabrió los labios.
Delicadamente, él posó la boca sobre la de ella y acercó el cuerpo hasta que Fiona sintió su sexo excitado.
Fiona no se apartó a pesar de que él no se lo impedía. En lugar de el o se acercó más, demostrándole con el o que no quería que aquel beso terminara.
Aún no.
Greg movió las manos ligeramente, con mucho tiento, hasta posarlas sobre sus hombros. Ella se puso de puntillas. Ansiaba más, aunque no sabía qué.
Hasta que él deslizó la lengua dentro de su boca. Entonces Fiona comprendió que tenía un grave problema, porque quería más, mucho más, y habría sido una estupidez continuar.
Fiona reunió todo el coraje que pudo y dio un paso atrás. Su respiración era agitada, tenía los puños cerrados. Sólo al darse cuenta comprendió que ni siquiera lo había tocado. O, al menos, no lo había tocado con las manos. Y, sin embargo, sentía como si de alguna manera, con aquel beso, hubiera tocado su alma... y Greg hubiera tocado la de ella.
—Tengo que... abrirle la puerta a McTavish para que salga un rato —dijo el a apenas sin aliento.
Greg asintió con solemnidad. Sólo sus ojos reflejaban humor.
—Claro. Buenas noches, Fiona, que duermas bien.
Greg se dio la vuelta, entró en la habitación y cerró.
Nada más oír su nombre, McTavish se acercó a Fiona por el pasillo. Ella apoyó la mano en él y juntos salieron a la cocina. El perro salió disparado nada más abrir la puerta, igual que si llevara todo el día encerrado.
Fiona lo acompañó fuera a tomar el aire fresco. La aguanieve se había transformado en niebla. Se sentó en el banco del jardín y miró a lo lejos, a la distancia.
Se sentía como un tren fuera de control, a punto de estrellarse. Necesitaba echar los frenos y parar, pero no estaba segura de que eso funcionara si pasaba mucho más tiempo con Greg.
Jamás había conocido a nadie como él, lo cual, por otra parte, no significaba nada. Siempre había vivido aislada, pero sólo había caído en la cuenta de hasta qué punto después de conocer a Greg. En lugar de sentirse molesta por no poder estar sola, Fiona había descubierto que disfrutaba de la compañía de Greg. ¿Sería capaz de volver a su rutina habitual cuando él se marchara?, ¿sentiría que le faltaba algo?
McTavish apareció de pronto y apoyó la cabeza en su pierna.
—Hola, amigo. ¿Listo para ir a la cama?
Había dicho la palabra mágica. El perro salió trotando hacia la puerta. En realidad dormía en cualquier parte, pero sabía que a esas horas su ama le daba un premio. Nada más abrir la puerta Fiona, McTavish trotó hasta la despensa. Qué fácil resultaba complacer a un perro. En cambio complacer a un hombre... Fiona no tenía experiencia en ese sentido, ni siquiera sabía cómo empezar.
Pero ¿por qué pensaba en ello? No podía entablar una relación con Greg. Él tenía una familia y un trabajo en Estados Unidos, estaba ansioso por volver a casa. Además, ella era sólo una distracción para él. En cambio para el a...
Fiona ni siquiera estaba segura de poder ser una distracción para él.
Fiona dio el premio al perro, apagó las ascuas de la chimenea y subió a su habitación. Esperaba poder dormir. No quería volver a sentir el caos de emociones que la embargaban cada vez que estaba con Greg, así que lo mejor era pasar casi todo el día fuera. Sin duda él terminaría de revisar los archivos en unos días y se marcharía. O, al menos, eso esperaba.
—Buenos días —saludó Greg al entrar en la cocina al día siguiente.
Parecía descansado. Mejor para él, pensó Fiona sirviéndole café. Ella había estado toda la noche dando vueltas en la cama. Apenas había conseguido dormir, pero había soñado con Greg. Por supuesto se trataba de sueños vagos en los que Fiona no sabía muy bien qué ocurría, pero a pesar de todo despertaban en ella una excitación y unas sensaciones que en la vida real se había negado a experimentar.
—¿Has dormido bien? —preguntó él, preocupado, observando sin duda sus ojeras.
—Sí, bien —respondió ella sin apenas mirarlo. Fiona dejó un plato ante él en la mesa y se volvió hacia el fregadero para seguir fregando.
—¿Es que no vas a desayunar? —siguió preguntando él.
—Ya he desayunado, gracias. Tengo que marcharme pronto al pueblo, y no sé cuándo volveré —contestó ella sin darse la vuelta.
—Necesito preguntarte una cosa antes de que te marches.
Fiona cerró los ojos, reprimió un suspiro y se dio la vuelta. Sí, aquella mañana estaba arrebatador. Llevaba un jersey gris que ensalzaba el color de sus ojos. Como si necesitara llamar la atención.
-¿Sí?
—He estado pensando que ahorraría mucho tiempo si fuera a ver a tu tía en lugar de revisar todos los archivos. ¿Quién sabe?, quizá ella sepa algo, quizá pueda responder a mis preguntas —comentó Greg tomando el tenedor y comenzando a desayunar.
Fiona reflexionó. Él tenía razón, era un buen plan. Además, de esa forma él la dejaría sola en casa. El problema era conseguir que su tía cooperara.
Minnie no solía salir de casa. Más aún, la importunaban los desconocidos. Y
tenía la sensación de que Greg sería para ella un shock.
—¿Qué te parece?
—La tía Minnie conoce a todo el mundo. Si tu clienta nació en Craigmor, sin duda el a conoció a sus padres. El problema es conseguir que acceda a hablar contigo.
—Lo sé —asintió Greg masticando—, la gente de Craigmor se mostró muy reacia a hablar cuando estuve allí. Vosotros, lo escoceses, sois bastante suspicaces —sonrió Greg.
—Los del pueblo son charlatanes comparados con la tía Minnie —contestó Fiona devolviéndole la sonrisa sin poder evitarlo—. Tiene reputación de ser más discreta que una tumba.
—¿Crees que accedería a hablar conmigo si tú me acompañaras? —preguntó Greg.
—¿Yo? —preguntó a su vez Fiona, sintiéndose desfallecer.
—Sí, dijiste que me la presentarías.
Fiona lo había olvidado.
—¿En serio?, ¿dije eso?
—Entonces, ¿vendrás conmigo?
—No creo que sea buena idea —contestó Fiona tras una pausa—. Tengo mucho que hacer y...
Fiona calló. Recogió el plato de Greg y se dio la vuelta para fregarlo.
—Esta mañana te has levantado con mal pie, ¿verdad? —preguntó entonces él, poniéndose en pie—. ¿A qué viene ese cambio de actitud?, ¿qué tiene de malo mi sugerencia?
—He estado pensándolo, y no creo que sea necesario que te acompañe. La l amaré por teléfono, con eso bastará. Le diré que quieres verla y para qué.
—¿Es que no te gusta tu tía?
—La adoro—declaró Fiona.
—Entonces, ¿cuál es el problema? Que tendría que pasar cuatro horas encerrada en el coche con él. Pero eso, por supuesto, no podía decírselo.
Aunque, ¿qué otra excusa tenía? Fiona se giró hacia él. ¿Hasta qué punto quería ser sincera con Greg? Lo miró fijamente a los ojos y decidió. No demasiado sincera. Fiona hizo un esfuerzo por responder con naturalidad y dijo:
—Me pillas desprevenida, eso es todo, pero si crees que puedo servirte de ayuda en tu investigación, te acompañaré.
—Bien —asintió él apartándose de la mesa. Esperaba que no se acercara a ella. Sólo la mesa se interponía entre los dos.
—¿Cuándo podemos marchamos? —siguió preguntando él.
—No antes de mediodía, tengo pacientes que atender.
—Bien, entonces seguiré revisando los archivos mientras tanto. ¿Quién sabe?, quizá encuentre lo que busco y no necesite arrastrarte a casa de tu tía.
¿Se burlaba de ella? Fíona se quedó mirándolo, tratando de averiguarlo.
Pero no vio nada raro en él. Parecía perfectamente tranquilo, mientras que a ella la idea de pasar varias horas a solas en el coche con él la alteraba. Sólo deseaba alejarse lo más posible de Greg.
—Bien, tengo que marcharme. Volveré en cuanto pueda. Tenemos que llegar antes de que anochezca —comentó ella marchándose.
Greg se metió las manos en los bolsillos de los pantalones y se quedó mirando la puerta. McTavish se acercó a la puerta y la olió.
—¿Sabes qué le pasa?, ¿por qué me ha puesto en la lista negra?
El perro movió la cola y se acercó a él. Greg le acarició la cabeza, diciendo:
—Iré por el resto de cajas. Puede que encuentre lo que busco y desaparezca de su vida esta misma noche. Por su actitud, se diría que lo está deseando.
A media mañana Greg hizo un descanso y preparó café. Miró el reloj. A esas horas Tina debía de haber llegado a casa de su abuela. Llamó por teléfono y habló con su hija y con Helen. Antes de colgar, Greg comentó:
—Si no resuelvo el misterio con este nuevo viaje a Craigmor, me vuelvo a casa. He seguido todas las pistas, pero me da la sensación de que la gente de allí no quiere ayudarme. Espero que Fiona convenza a su tía de que hable conmigo.
—¿Quién es Fiona? —preguntó Helen.