Capítulo 3

UNOS golpes la despertaron. Fiona se estiró en la cama, saliendo lentamente de un profundo sueño. Entonces se dio cuenta de que llevaba un rato oyendo aquellos golpes. Desorientada, abrió los ojos y miró a su alrededor. La luz del sol entraba por la ventana. Fiona parpadeó extrañada.

No solía quedarse dormida después del amanecer.

Entonces se acordó de Greg y recordó los tres días pasados con sus noches.

No lo había oído toser durante las últimas horas. Esperaba que se debiera a estuviera mejor, no a que ella se había quedado profundamente dormida.

Fiona miró el reloj y gimió. Eran más de las tres de la tarde, alguien llamaba a la puerta. McTavish no había ladrado, lo cual significaba que la visita era de un amigo. Fiona se acercó a la ventana del dormitorio y se asomó.

—Fiona, por favor, abre la puerta. Necesito hablar contigo, cariño.

Era la señora Cavendish.

Sarah Cavendish era una mujer encantadora, incapaz de hacer nada malo.

Pero por desgracia también era la mujer más cotilla del pueblo. Fiona no tenía ningún inconveniente en explicarle a nadie lo que había estado haciendo durante esos cuatro días, pero hubiera preferido descansar y dormir primero, y hacerlo con la mente despejada.

Bueno, era inevitable. El coche de alquiler aparcado fuera era una prueba de que tenía visita, y antes del anochecer todo el mundo en el pueblo lo sabría.

—Un momento, Sarah —gritó Fiona por la ventana—. Enseguida abro.

Fiona recogió la primera ropa que encontró, se vistió y corrió a abrir. Sarah Cavendish parecía molesta por la espera. Llevaba una cesta que debía de pesarle.

—Lo siento, Sarah, no te había oído. Pasa, deja que te lleve la cesta —saludó Fiona con una sonrisa.

—Gracias —contestó Sarah con alivio —ya no podía más. He venido andando, pensé que me sentaría bien caminar, pero a cada paso que daba la cesta me pesaba más.

—Debes de estar helada —contestó Fiona cediéndole el paso y cerrando la puerta con un empujón de la cadera—. Vamos, ven a la cocina a tomar un té.

—¿Te pillo en mal momento? —preguntó Sarah dejándose caer en una silla de la cocina.

Fiona echó el té en la tetera y esperó a que pitara el hervidor.

—No, claro que no.

—Ah —respondió Sarah—, es que como llevas el jersey del revés y el cabello revuelto...

Fiona cerró los ojos y se preguntó si debía explicarle por qué tenía ese aspecto. Parecía como si se acabara de levantar, pero eso no era asunto de Sarah.

Fiona no se habría sentido tan culpable si no se hubieran producido aquellas escenas íntimas entre Greg y ella. Necesitaba reflexionar sobre el o, verlo con perspectiva. Él estaba enfermo, tenía fiebre, no estaba en sus cabales.

Visto así, el asunto no tenía importancia, pero por desgracia en aquel momento Fiona no se sentía muy dispuesta a razonar. Estaba emocionalmente alterada.

Fiona hizo un esfuerzo por echarse a reír pero, inevitablemente, la carcajada sonó forzada. Luego se peinó con los dedos y repuso:

—Sí, qué tonta, no me había dado cuenta. Si me disculpas voy a subir un momento a arreglarme mientras esperamos a que esté el té.

Fiona subió las escaleras a toda prisa sin esperar respuesta. Cerró la puerta del dormitorio y suspiró. Podía ver su reflejo en el espejo, sus cabellos eran un desastre. Buscó un sujetador, se lo puso y le dio la vuelta al suéter. Luego corrió al baño, se cepilló el pelo, se hizo una coleta y se lavó la cara.

Finalmente bajó a la cocina.

Sarah estaba sirviendo el té. Había sacado un bizcocho de la cesta y había servido dos trozos en dos platos.

—Esta mañana he preparado dos bizcochos, así que te he traído uno para que lo pruebes. Además te he traído huevos frescos y un par de hogazas de pan recién hechas. Siempre hago demasiado pan, y como tú no tienes mucho tiempo, me figuré que no te vendría mal.

Fiona dio un sorbo de té. Tenía el estómago vacío. Hubiera preferido tomar otra cosa que no fuera bizcocho, pero era mejor que nada. De pronto se dio cuenta de que estaba hambrienta.

—Gracias, eres muy amable.

—Bueno, querida, es lo justo después de todo lo que haces tú por nosotros

—contestó Sarah ruborizada.

—Pero vosotros me pagáis por mis servicios — sonrió Fiona.

—¡Tonterías!, apenas nos cobras nada por la cantidad de horas que nos dedicas. Terese me dijo el otro día que te quedaste con sus hijos hasta que se recuperaron. No sé cómo lo haces, pero a mí me parece un milagro.

—En absoluto. Mi padre era médico, y yo tengo bastante experiencia en ese campo.

—Pero él no te enseñó nada acerca de esas hierbas que cultivas en el jardín,

¿verdad que no? —preguntó Sarah.

—No —admitió Fiona con una sonrisa—, asistí a un curso. Siempre he confiado en los remedios naturales.

Fiona terminó el té y volvió a servir las dos tazas. Luego probó el bizcocho.

Tenía demasiada mantequilla y azúcar. Estuvieron charlando un rato hasta que, finalmente, Sarah miró el reloj.

—¡Oh, vaya!, no me había dado cuenta de la hora. Tengo que volver antes de que anochezca.

—Gracias por todo —repitió Fiona mientras ambas se ponían en pie.

—Tonterías, estás demasiada delgada. Te vendría bien engordar —rió Sarah, mirándola significativamente y añadiendo —: Las mujeres están mejor un poco más rellenitas, ¿sabes?

No, otra vez no. Todas las mujeres del pueblo estaban empeñadas en buscarle novio. Le gustara o no. Fiona acompañó a la señora Cavendish a la puerta y abrió, pero entonces Sarah se detuvo un momento y añadió:

—¡Qué cabeza, cada día estoy peor! Quería preguntártelo nada más llegar, pero luego se me olvidó. ¿De quién es ese coche?

—Pues...

Una fuerte tos procedente del cuarto de invitados interrumpió a Fiona antes de que respondiera. Le resultaba muy violento explicar la presencia de Greg en su casa. La tos, sin embargo, sonaba mucho mejor.

—¡Dios mío, esa tos suena fatal! —exclamó Sarah—. No sabía que tuvieras a un enfermo en casa. Deberías habérmelo dicho, no te habría entretenido.

—Sí. tengo un enfermo en casa, y la verdad es que tengo que prepararle un té — sonrió Fiona.

—Bueno, entonces me voy. ¿Es alguien del pueblo? No conozco el coche.

—Eh... no, él no es de por aquí. Es de...

—¿Él?, ¿tienes a un hombre en tu casa? ¡Dios mío, Fiona!, ¿no te da miedo?

Deberías habernos avisado para que viniera alguien a hacerte compañía.

—No era necesario, Sarah. Está tan enfermo, que es inofensivo.

Fiona se ruborizó, recordando el instante en que él la había acariciado. La señora Cavendish lo notó enseguida.

—Sí, ¿eh? —preguntó Sarah con una sonrisa cómplice—. Bueno, entonces no te entretengo más.

Sarah se dio la vuelta y se marchó. Fiona cerró la puerta. McTavish estaba al pie de las escaleras.

—Sí, ya sé que estás muerto de hambre. Deja que vaya a ver al enfermo primero, luego te daré de comer mientras le preparo otro té.

Fiona se asomó al dormitorio y comprobó que Greg seguía durmiendo. Se acercó a la cama y lo observó. Tenía mucho mejor color, la fiebre le había bajado y respiraba con mucha menos dificultad. Se estaba curando. Había l egado el momento de que comiera algo para reponer fuerzas.

McTavish la siguió a la cocina. Fiona le dio de comer y lo dejó salir al jardín mientras preparaba tostadas y gachas. El perro volvió enseguida y rascó la puerta. Entonces entró el gato en la cocina. Olisqueó su plato y miró a su alrededor.

Tras darle de comer a Tiger, Fiona preparó una bandeja para Greg y l amó a la puerta. No hubo respuesta. Abrió la puerta y lo l amó.

—¿Señor Dumas?

—Pasa —contestó él al fin con voz ronca.

El esfuerzo lo hizo volver a toser. Sí, la tos sonaba mucho mejor, aunque sin duda aún debía de dolerle el pecho. Él se había incorporado en la cama, parecía molesto.

—Buenas tardes —saludó ella sonriente, dejando la bandeja en la mesilla—.

Te he traído algo de comer, algo fácil de digerir. Tienes que empezar a comer otra vez, espero que tengas hambre.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó él mirándola con el ceño fruncido — No comprendo qué hago aquí, no sé qué lugar es éste ni quién eres tú...

—Esto es Glen Cairn, señor Dumas. Has estado muy enfermo estos días. Te he traído té para aliviar la congestión —contestó Fiona tendiéndole la taza.

Greg miró la taza como si fuera veneno. Debía de sentirse mucho mejor.

Volvía a comportarse como la primera noche nada más llegar, se mostraba tremendamente suspicaz. Fiona se alegró.

—¿Cómo he llegado hasta aquí? —siguió preguntando Greg sin hacer ningún esfuerzo por tomar la taza que ella le ofrecía.

—Creo que te perdiste y acabaste en la carretera comarcal que llega aquí —

dijo ella inclinándose hacia él para acercarle la taza—. Esto te aliviará la tos, si es que quieres curarte.

Greg apartó las sábanas y tomó la taza. Y olió el té. Fiona le había echado canela para mejorar el sabor. Eso pareció sorprenderlo. Greg dio un trago.

Debía de tener la boca y la garganta secas. No tardó en terminárselo. Luego Fiona le tendió el cuenco de gachas, que él tomó con bastante más interés.

Se lo comió todo en un abrir y cerrar de ojos. Por último miró a su alrededor.

—Eh... necesito ir al baño.

—Hay uno debajo de las escaleras, nada más salir —asintió Fiona—.

¿Necesitas ayuda?

—No, lo que quiero es un poco de intimidad — negó él—. No llevo nada aparte de la camisa y los calzoncillos.

Tanta modestia la sorprendió. Él no debía de acordarse de que había estado dándole friegas con una toalla húmeda. Por otro lado, sin embargo, resultaba reconfortante pensar que tampoco se acordaba de los momentos de intimidad ni de los ruegos de que lo acompañara en la cama. Con un poco de suerte, si recordaba algo, creería que había sido un sueño.

Fiona asintió ruborizada, esperando que él no lo notara. Por la forma en que él había hecho el comentario, Greg debía de creer que había sido ella quien lo había desnudado.

Sin decir una palabra, Fiona salió y volvió a la cocina. Necesitaba comer algo aparte del bizcocho. Y Greg también debía de estar hambriento, a juzgar por la rapidez con la que había acabado con las gachas.

Fiona oyó un golpe y un par de imprecaciones. Luego la casa volvió a quedar en silencio. Finalmente oyó la puerta del baño. Se negaba a comprobar si él estaba bien. Si se había caído al suelo, ya lo ayudaría a levantarse después.

Preparó otros dos cuencos de gachas más, que dejó sobre la mesa de la cocina, y unas tostadas.

Acababa de terminarse la tostada cuando oyó otro ruido. Fiona alzó la vista y vio a Greg apoyado en el marco de la puerta de la cocina. Miraba a su alrededor extrañado.

Había olvidado lo alto que era. Estaba pálido después de haberle bajado la fiebre. Tenía el cabello revuelto y una barba incipiente había comenzado a cubrirle la barbilla.

Fiona trató de no sonreír. Aquel hombre resultaba adorable con su actitud malhumorada, a la defensiva y a la vez inofensiva. Fiona intuyó que no le gustaba sentirse débil e indefenso, y naturalmente trataba de ocultarlo haciéndose el duro.

Su comportamiento resultaba comprensible, pero el a no tenía por qué darle ninguna explicación. Ni quería pensar en la forma en que su presencia la afectaba. Al recordarlo, Fiona se ruborizó. Se apartó de la mesa disimulando y comentó:

—Te he preparado otro cuenco de gachas. Te sugiero que te lo comas y vuelvas a la cama. Recuperarse lleva tiempo.

—Dime, ¿es que me tienes secuestrado aquí, o qué?

—¿Qué? —preguntó ella dando un paso atrás y mirándolo.

—No comprendo qué está pasando —insistió él sin moverse del dintel de la puerta.

—Te estoy ofreciendo comida, no hay nada de malo en ello —contestó Fiona sentándose de nuevo y comenzando a untar mantequilla en la tostada.

Greg se acercó a la mesa e insistió:

—No has respondido a mi pregunta.

Fiona dio un mordisco a la tostada, masticó y tragó antes de contestar:

—Algunas preguntas son tan ridículas, que no merecen respuesta.

—¿Querer saber tu nombre te parece ridículo? — siguió preguntando él, sentándose en una silla.

—Ah, no, eso no. Me llamo Fiona MacDonald.

—Precisamente estoy buscando a una mujer que se l ama así.

—Sí, eso dijiste al l egar.

—No me acuerdo, apenas recuerdo nada de lo sucedido desde que l egué.

—Llevas aquí cuatro días —lo informó Fiona.

—¡Cuatro días!, ¿cómo es posible?

—Has estado en cama, tienes una infección en el pecho. Por suerte el té y el ungüento que te preparé parecen haberte aliviado.

—¿Es que eres médico o algo así?

—Sí, algo así —asintió Fiona—. He hecho todo lo posible por ayudarte, y según parece ha funcionado, porque por fin te has levantado y estás comiendo. Sin embargo, aunque estés mejor, seguirás débil aún durante un día o dos. Necesitas descansar para recuperarte, de otro modo volverás a recaer.

Greg se terminó el cuenco de gachas, las tostadas y el té y dijo:

—No tengo tiempo para descansar, tengo que ir al pueblo a buscar a esa mujer.

—Creía que era a mí a quien buscabas —repuso Fiona.

Greg se quedó mirándola un momento con el ceño fruncido. Luego sacudió la cabeza y dijo:

—No, no lo creo. ¿Fiona es un nombre corriente en Escocia?

—No mucho, y menos aún con un apellido como MacDonald.

—Bueno, pero es imposible que seas tú —insistió Greg restregándose la frente — . La mujer a la que busco debe de andar por los treinta años o más.

—¿Te duele la cabeza?

—¿Qué? Sí, bastante.

—Es natural, seguro que te sube la fiebre otra vez. ¿Por qué no vas a acostarte? —sugirió Fiona.

—¿Es que no has oído nada de lo que te he dicho? No tengo tiempo para acostarme, tengo que ir a Glen Cairn a buscar a esa mujer.

Fiona enlazó las manos antes de contestar:

—Señor Dumas, yo soy la única Fiona MacDonald de Glen Cairn. No hay ninguna otra. Además, caballero, estás tan inquieto y enfermo, balanceándote en la silla, que en cualquier momento te vas a caer. Te agradecería que me dejaras llevarte a la cama. Es mucho más fácil que arrastrarte inconsciente por toda la casa.