Capítulo 8

LA carretera seguía el curso de un pequeño riachuelo unos kilómetros antes de llegar a Craigmor. Fiona se sintió embargada por la tristeza, como cada vez que volvía allí. Se preguntaba si alguna vez dejaría de esperar que sus padres estuvieran en casa. Contempló el paisaje a su alrededor, y buscó algo que hubiera cambiado en el transcurso de los dos años desde que se había marchado.

Pero Craigmor seguía igual que siempre. La tienda de ultramarinos, la carnicería, la oficina postal, la iglesia... allí seguían todos los lugares que habían formado parte de su vida.

La voz de Greg la sobresaltó. —¿Por dónde sigo?

— ¡Ah! Gira al l egar a la iglesia y sigue la carretera que lleva al lago. Te indicaré cuál es su casa cuando lleguemos.

Greg siguió la sinuosa carretera hasta que Fiona le indicó. La casa de la tía Minnie no se veía desde la carretera debido a los árboles que delimitaban la propiedad. Al llegar, Greg frenó y se quedó mirando la estructura de piedra.

—¡Vaya, si es casi un castillo! —exclamó Greg.

—Casi —convino Fiona—. Tiene varios cientos de años. Hace generaciones que pertenece a la familia MacDonald.

Greg y Fiona salieron del coche y subieron las escaleras de piedra. Fiona l amó a la puerta. Como siempre, nadie contestó. Era otra de las costumbres de la tía Minnie. Siempre esperaba que, fuera quien fuera su visita, se marchara. Fiona llamó a la puerta un par de veces más. Finalmente se oyó una voz:

—¡ Ya voy, ya voy!

Becky abrió la puerta, vio a Fiona y se arrojó a sus brazos.

—¡Señorita Fiona! ¡Pero niña!, ¿por qué no nos has avisado de que venías?

¡Cuánto me alegro de verte! ¡La señorita Minnie se va aponer muy contenta!

—No lo dudo, Becky —respondió Fiona sonriendo—. He traído a un amigo.

Becky no había visto a Greg, que observaba el encuentro con las manos en los bolsillos de los pantalones. Nada más verlo se llevó una mano al corazón y exclamó:

—¡Ya sé, no me lo digas! ¡A la señorita Minnie le va a dar un ataque al corazón!

Becky se dio la vuelta y gritó:

—¡Señorita Minnie, señorita Minnie, no vas a creerlo! Ha venido la señorita Fiona con su novio. Parece que por fin va a haber boda en esta casa. Ya era hora. Vamos, digo yo. ¡Y vaya si es guapo!

Al principio Fiona había escuchado divertida los gritos de Becky, "pero al oír la última parte se sintió violenta. Se giró hacia Greg y lo miró a los ojos. Él parecía sereno. Fiona observó sus ojos brillar y sus labios sonreír por un instante. Ella estaba ruborizada de la cabeza a los pies.

—Lo siento, Greg —comenzó a disculparse Fiona.

—No hay nada de qué disculparse —la interrumpió él—. Se trata sencillamente de un error que ahora mismo vamos a corregir.

—Tienes razón, es cierto —contestó Fiona encogiéndose de hombros.

Fiona entró en la casa y se detuvo ante la puerta del salón en el que estaba su tía. La tía Minnie salía a saludarla, pero caminaba muy despacio debido a la artritis. La enfermedad la ponía de mal humor. Fiona había intuido desde el principio que aquel viaje sería un desastre, pero no tenía ni idea de que fuera a convertirse también en una farsa.

—¡Fiona! —exclamó Minnie inclinándose para abrazar y besar a su sobrina antes de posar la vista con el ceño fruncido sobre Greg—. Creo que no nos conocemos —añadió alargando la mano hacia él.

El gesto de Minnie no permitía adivinar si esperaba que Greg le estrechara la mano o se la besara. Fiona estuvo a punto de gruñir. Su tía ponía a Greg a prueba antes incluso de darle una sola oportunidad de hablar.

—Tía Minnie, quiero que conozcas a... —se apresuró Fiona a presentarlos.

—¡Déjale hablar a él! —la interrumpió Minnie bruscamente, dando un golpe con el bastón en el suelo.

Greg tomó la mano de Minnie y, con una delicadeza que sorprendió incluso a Fiona, la alzó hasta sus labios.

—Soy Gregory Dumas, señorita MacDonald. Encantado de conocerla —saludó Greg en un tono muy formal.

—¡Eres americano! —exclamó Minnie sacudiendo la cabeza—. ¡Adonde vamos a ir a parar! Bastante desgracia es ya que te mudaras a vivir a ese rincón tan aislado —añadió girándose hacia Fiona—. No toleraré que te marches a América, ¿me has oído?

—Tía Minnie, no comprendes, yo... —comenzó a explicarse Fiona con el corazón acelerado.

—¡Por supuesto que comprendo, no soy tan idiota ni tan ingenua! Comprendo perfectamente que te hayas enamorado de él, lo que me extraña es que él te haya encontrado con lo bien que te has escondido. ¡Pero un extranjero!

¿Cómo se te ha podido ocurrir una cosa así, Fiona?

Greg estalló, echándose a reír a carcajadas. Fiona se quedó mirándolo, y lo mismo hizo Minnie. Luego él comenzó a decir algo, pero al ver a las dos mujeres boquiabiertas, siguió riendo. Era evidente que trataba de controlarse, pero no podía dejar de soltar carcajadas.

—¿Qué le ocurre a este hombre? —preguntó Minnie en dirección a Fiona.

Fiona se encogió de hombros y extendió las manos en un gesto de impotencia, lo cual alentó más aún las carcajadas de Greg.

—Lo siento —dijo él al fin, sacando un pañuelo del bolsillo del pantalón—, no pretendía ser un maleducado. Es sólo que... —Greg hizo una pausa para reprimir otra carcajada—. Me siento como si acabara de entrar en escena y no me supiera mi papel.

Era curioso que a él también le pareciera una farsa, pensó Fiona. Greg estaba tremendamente atractivo cuando se echaba a reír.

—La verdad es que yo estaba pensando exactamente lo mismo —comentó Fiona sonriendo.

—Me gustaría que alguien me dijera qué pasa aquí —dijo Minnie muy seria.

Antes de que Fiona pudiera responder, Becky apareció en el dintel de la puerta y anunció:

—La cena está servida.

Fiona observó a Greg apretar los puños y alzar la vista al techo. No quería mirarla a los ojos.

—Bien, vamos. Podéis explicarme durante la cena cómo os conocisteis y cuándo pensáis casaros —dijo Minnie volviéndose hacia Greg--. Pero te lo advierto, señor Dumas, bajo ninguna circunstancia te llevarás a Fiona de aquí. Esta es su casa y aquí va a quedarse para siempre a vivir.

Greg bajó la vista y asintió con toda la solemnidad de que fue capaz, teniendo en cuenta las ganas que tenía de reír.

—Tía Minnie... —comenzó Fiona a decir con voz estrangulada.

—Ahora no —la interrumpió Minnie alzando una mano—. Lo discutiremos durante la cena. Puedes escoltarme hasta el comedor, joven —añadió en dirección a Greg.

Greg alargó inmediatamente el brazo para que Minnie se agarrara a él. El gesto sorprendió a Fiona. La tía Minnie se apoyó en él y caminó dignamente hasta el comedor en el que cabían fácilmente cuarenta personas. Sólo un extremo de la mesa estaba puesta. Minnie se sentó a la cabecera, y Greg y Fiona el uno frente al otro.

Tras sujetarle Greg la silla, Minnie le pidió que bendijera la mesa. Otra prueba, pensó Fiona, sintiendo ganas de gritar. Greg lo hizo como si fuera para él de lo más habitual. Fue breve y elocuente, y cuando terminó, Fiona observó que su tía sonreía.

De momento Greg había aprobado todos los exámenes, pero era dudoso que las cosas siguieran marchando así de bien durante toda la velada. La cena fue deliciosa.

—Vamos a ver, joven —comenzó a decir Minnie al llegar el postre—.

Cuéntame cómo os conocisteis Fiona y tú.

—Tía Minnie, me temo que estás en un... —se apresuró Fiona a decir.

—¡Tonterías! Comprendo perfectamente —volvió a interrumpirla Minnie—. Él se enamoró de ti nada más verte, lo cual dice mucho en su favor. Sabe apreciar lo bueno cuando lo tiene delante de los ojos. Y ahora déjalo hablar.

Fiona. Tú y yo hablaremos luego.

Fiona bajó la cabeza, la apoyó en las manos y cerró los ojos. Greg comenzó a hablar. Su voz sonaba sospechosamente jocosa, pero al menos no se echó a reír. Fiona deseó tomárselo ella también con buen humor. En lugar de ello se sentía más violenta que nunca.

—Vine a Escocia para investigar los orígenes de una nueva clienta mía que acaba de descubrir que es hija adoptada. La adopción había tenido lugar en Edimburgo hacía veinticinco años, y la investigación me llevó hasta Fiona —

explicó Greg.

—¿Y cómo va a ayudarte Fiona? —preguntó Minnie impaciente.

—Me dijeron que el doctor MacDonald podía darme información sobre esa adopción. Cuando descubrí que había muerto, busqué a su hija con la esperanza de que ella conservara los archivos de su padre. Llegué a casa de Fiona hace unos días, pero llegué muy enfermo. Ella me cuidó y, cuando me curé, me permitió revisar los archivos.

—¿Cómo has consentido semejante cosa? —preguntó entonces Minnie a Fiona.

Becky apareció en el dintel de la puerta. Parecía ansiosa por oír la respuesta.

—No vi razón para no hacerlo —contestó Fiona sosteniendo la mirada de su tía sin parpadear.

—Esos archivos son privados, Fiona. Deberías haberlos destruido cuando murió tu padre —afirmó Minnie.

—Quizá, pero no lo hice, así que le dejé a Greg que los revisara mientras estaba convaleciente.

—¿Se alojaba en tu casa? —preguntó Minnie incrédula.

—Estaba enfermo, tía Minnie. Era el mejor modo de cuidarlo.

—La has seducido, ¿verdad? —siguió preguntando Minnie con brusquedad y disgusto, volviéndose hacia Greg—. ¡Qué hombre más horrible! ¡La oportunidad perfecta mientras estabas enfermo en su casa, revisando archivos!

—¡Tía Minnie!, ¿cómo puedes decir una cosa así? ¡Greg se ha portado como un caballero! —exclamó Fiona.

—No, señorita MacDonald —negó Greg esa vez serio — . No he seducido a su sobrina. A pesar de lo que usted pueda creer, soy un hombre de honor. No me aprovecho de las personas. Ni de los hombres, ni de las mujeres. Y

menos aún de una joven inocente. Su acusación es completamente infundada, y además es un insulto no sólo para mí, sino también para su sobrina. Si me disculpa... —terminó Greg poniéndose en pie y abandonando el comedor.

Fiona y Minnie se quedaron sentadas, escuchando sus pisadas en el vestíbulo y el golpe de la puerta. Luego se hizo el silencio, que por fin Minnie rompió:

—¿Adonde crees que habrá ido? Fiona no alzó la cabeza, siguió mirándose las manos en el regazo. Y por toda respuesta sacudió la cabeza. Becky entró en el comedor con la bandeja del café. Al verla, Minnie añadió:

—Gracias, Becky, tomaremos el café en la biblioteca. La chimenea está encendida, ¿verdad?

—Sí, señora,

Minnie se puso en pie y miró a su alrededor como si no supiera qué hacer.

Luego desvió la vista a Fiona, que también se había puesto en pie, y añadió:

—Lo he ofendido.

-Sí.

—Me temo que a los viejos siempre nos pasa igual —continuó Minnie—. Se nos escapan las palabras de la boca. No pretendía ofenderlo.

Fiona tomó a su tía del brazo y la guió a la biblioteca. Tras sentarse ambas, comentó:

—Bueno, ¿y qué esperabas? Has estado interrogándolo desde que entró por la puerta. ¡Como si fuera un ladrón y hubiera venido a robar la plata! Jamás te había visto comportarte de un modo tan descortés, tía Minnie. Sueles ser brusca e impaciente, pero jamás descortés.

—Lo sé —admitió Minnie—. Mi comportamiento ha sido inexcusable, pero sólo pretendía protegerte. Ni siquiera se me ocurrió pensar que podía ofenderlo. Es un joven encantador, ¿verdad? —continuó la tía Minnie sirviendo leche—. Comprendo perfectamente que te hayas enamorado de él.

—Estás en un error, tía Minnie. He estado tratando de decírtelo desde que l egamos. No es mi novio, como dice Becky. Ha venido aquí sólo a trabajar, eso es todo. Le ofrecí un lugar en el que alojarse, pero volverá a su casa muy pronto. Cuando resuelva el caso, o quizá antes. Creí que tú podrías ayudarlo, por eso lo traje aquí. No se me ocurrió pensar que se produciría un malentendido así. No hay nada entre nosotros, que quede claro.

Minnie dejó la taza cuidadosamente sobre el plato y contestó:

—No hay razón alguna para que me mientas, cariño. Sé muy bien lo que es amar a un hombre.

—¡Tía Minnie!, no me estás escuchando. ¡Yo no mantengo ninguna relación romántica con Greg Dumas!

Minnie escrutó su rostro durante unos momentos y luego dijo:

—Sí, ya lo veo. Ahora lo comprendo.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Fiona, nerviosa.

—No sabes que estás enamorada de él. La verdad es que no me extraña.

Jamás te has acercado a los hombres. Siempre sospeché que el día que te enamoraras, te enamorarías de verdad.

Fiona se preguntó si su tía sufría de pronto un ataque de demencia senil.

Quizá si la hubiera visitado con más frecuencia habría notado antes los síntomas, se dijo con cierta culpabilidad, tomando su mano.

—Estás cansada, tía Minnie, no te hemos dejado acostarte. Quizá mañana te encuentres mejor.

—¡Jovencita!, no me trates como si estuviera loca sólo porque eres incapaz de reconocer tus propios sentimientos. Aunque, por el contrario, si sabes lo que sientes, es evidente que eres incapaz de admitirlo ni siquiera ante ti misma. ¿Serviría de algo que te dijera que él también se siente muy atraído hacia ti?

—No, no es cierto. Por lo poco que sé de él, acaba de perder a su mujer. Y

aún está dolido por la pérdida... eso lo sé.

—Quizá lo estuviera hasta el momento de llegar a Escocia —contestó Minnie

—, pero tú lo has despertado, lo has hecho darse cuenta de que aún está vivo. Y probablemente eso no le guste demasiado —añadió con una sonrisa cómplice.

—Tiene una hija pequeña, no sé cuántos años tiene — señaló Fiona.

—Así que si todo sale bien, te verás de pronto comenzando una nueva vida de casada y con una familia completa.

Fiona saltó de la silla y comenzó a caminar de un lado a otro.

—¿Qué tengo que hacer para hacerte comprender que Greg y yo no estamos enamorados? La idea es ridícula —afirmó Fiona tratando de no elevar la voz.

—Comprendo tu frustración, Fiona —sonrió divertida su tía—. Yo siento exactamente lo mismo que tú. Trato de hacerte comprender que, sencillamente, te niegas a admitir lo que está ocurriendo entre vosotros dos. ¡Pero si es evidente! ¡Está claro nada más veros! Niégalo si quieres.

Fiona se giró bruscamente hacia su tía. Minnie la observaba con toda tranquilidad. El corazón de Fiona comenzó a latir a toda velocidad, le costaba respirar. Minnie asintió y continuó:

—Becky se dio cuenta nada más veros. Ni siquiera tratáis de ocultarlo. Tu rostro está resplandeciente de amor. Brilla cada vez que lo miras, cada vez que él abre la boca. Sin duda tienes que sospechar algo... —Minnie hizo una pausa y observó a su sobrina, destrozada—. Lamento que la idea te resulte tan dolorosa, cariño.

Fiona había tomado asiento mientras su tía hablaba. Cuando Minnie terminó, su rostro estaba cubierto de lágrimas.

—No lo sabía —susurró Fiona.

—O no querías enterarte.

—Él volverá a Nueva York. Quizá incluso no vuelva a verlo después de esta noche — añadió Fiona.

—No, cariño —sacudió la cabeza Minnie—. Él volverá. Se ha marchado para no tener que mostrarse maleducado con una vieja que se mete donde no la l aman, pero no va a abandonarte aquí. Créeme. Volverá en cuanto se calme.

Y por si se me había ocurrido dudar de sus sentimientos hacia ti, la forma en que te ha defendido basta para desvanecer toda duda — añadió Minnie inclinándose hacia su sobrina—. Los dos habéis elegido el camino difícil, pero yo siempre he creído que el amor es capaz de vencer todos los obstáculos.

Minnie sirvió una segunda taza de café a Fiona y continuó:

—Tómate otro café y sube a acostarte. Yo me quedaré a esperar al señor Dumas. Le debo una disculpa, y si no se la doy, no podré pegar ojo.

—¿Por qué estás tan segura de que va a volver? —preguntó Fiona.

—¿Y adonde va a ir, si no? —sonrió Minnie—. Dijiste que había venido a hablar conmigo, ¿no? Además, tiene que volver a tu casa. Volverá. Antes o después. Y apuesto a que antes.

—¿Y si te equivocas?

—No sería la primera vez que durmiera en este sillón. Ni la última.

Fiona no sabía qué hacer. Estaba emocionalmente agotada. Dejó la taza sobre la mesa y dijo:

—Bien, entonces me voy. ¿Dónde quieres que duerma?

—En tu dormitorio, por supuesto. Hablaremos mañana por la mañana.

Minnie observó a su sobrina abandonar el salón. Estaba triste por ella.

Quienquiera que fuera el que hubiera dicho que estar enamorado era maravilloso, era un idiota. Estar enamorado resultaba muy doloroso. Sobre todo cuando uno no era correspondido.

Y aquellos dos jóvenes estaban precisamente en esa etapa de su relación. La situación habría sido cómica de no haber sido tan seria. A Minnie jamás se le había ocurrido pensar que Fiona podía abandonar Escocia. Era su única familia, su única heredera. Igual que había sido la única heredera de una importante suma al morir sus padres adoptivos.

Minnie apoyó la cabeza en el sillón y cerró los ojos. Se quedó dormida, pero se despertó poco después al oír llegar un coche. Se levantó y fue a abrir, tratando de l egar a la puerta antes de que Greg l amara. No había razón para despertar a Becky y a Fiona.

Al verla, Greg se sorprendió y la miró en silencio.

—Te debo una disculpa, señor Dumas —dijo Minnie—. Pasa, por favor, no quiero pillar un resfriado.

Minnie no estaba segura de que él fuera a obedecer. Greg entró, pero dejó claro su rechazo con su actitud.

—He venido a buscar a Fiona —dijo él.

—Sí, lo sé. La mandé a la cama. Pasa, por favor.

Minnie se echó a un lado para dejarlo entrar. Al pasar, ella notó que olía a cerveza. Había estado en el pub. Era la elección más natural. Minnie lo guió a la biblioteca. La chimenea seguía encendida, pero sólo quedaban unas brasas.

Sin que nadie se lo pidiera, Greg se arrodilló a echar carbón.

—Queda café, pero me temo que está frío —comentó ella.

—No importa —contestó Greg poniéndose en pie.

Minnie se sentó en su sillón y le hizo un gesto para que tomara asiento.

—No suelo decir todo lo que se me pasa por la cabeza como he hecho esta noche, me temo que he sido terriblemente descortés —se disculpó Minnie una vez más — . Lo siento. Becky te ha preparado la cama. Tu dormitorio está en la planta de arriba. Toma el pasillo de la izquierda nada más subir.

Es la segunda puerta a la derecha. Espero que estés cómodo.

Greg apoyó los codos sobre las piernas y se inclinó hacia delante antes de contestar:

—Me temo que va a alojarme usted en su casa bajo falsas apariencias, señorita MacDonald. Fiona y yo no somos novios. No vamos a casarnos. Sólo he venido aquí a trabajar, eso es todo.

—Lo sé, Fiona me lo ha explicado.

—Sé que he sido muy descortés marchándome así, pero... —Greg hizo una pausa buscando las palabras adecuadas.

—Pero no querías estrangular a una anciana estúpida — sonrió Minnie terminando la frase por él—. Sí, lo sé.

Greg pareció sorprenderse. Luego asintió y añadió:

—Sí, algo así.

—Dime, joven, ¿cómo puedo ayudarte en tu investigación?

—Diciéndome los apellidos de Moira y Douglas. Moira dio a luz a trillizas en casa de su hermano, el doctor MacDonald, en el otoño de 1978. Sólo quiero saber esos apellidos.

—Me temo que no puedo ayudarte —contestó Minnie—. Esa pareja no debía de ser de Craigmor, porque yo jamás he oído hablar de ellos. Greg se restregó la cara y suspiró.

—Siento curiosidad —añadió Minnie — . ¿Qué piensas hacer si no consigues la información que buscas?

—Volver a casa —contestó Greg encogiéndose de hombros—. No puedo hacer nada más. —Ojala supiera esos apellidos.

—Sí, ojala. Estaba convencido de que el nacimiento de trillizas en un pueblo tan pequeño sería algo tan notable, que todo el mundo lo recordaría.

—Has dicho trillizas, ¿verdad? —preguntó Minnie—. Sí, sin duda yo habría oído hablar del nacimiento de trillizas en Craigmor... de haberse producido algo así.

—Con eso contaba, pero he buscado en cajas y cajas de archivos y no he encontrado nada —explicó Greg—. Empiezo a creer que no hay nada que encontrar — añadió frotándose las sienes como si le doliera la cabeza.

Minnie lo observó durante unos instantes y luego añadió, sobresaltando a Greg:

—Fiona me ha dicho que tienes una hija. ¿Cuántos años tiene?

Greg parpadeó. ¿Fiona sabía que él tenía una hija? Debía de haberlo oído hablar por teléfono la otra tarde.

—¿Mi hija? Cinco años.

—Cinco años —repitió Minnie — . Es una edad encantadora. Hacen tantas preguntas, están tan llenos de vida...

—Sí, así es.

—Me preguntaba si te gustaría ver fotos de Fiona cuando era niña antes de irte a la cama —añadió Minnie.

Greg frunció el ceño. ¿Había mencionado Fiona que él quería ver sus fotos?

Hubiera preferido marcharse a la cama, pero sentía curiosidad.

—Sí, me gustaría.

—Hay tres álbumes, están en el tercer estante, ¿los ves? —indicó Minnie señalando una de las paredes de la biblioteca—. ¿Te importa traerlos?

Greg los recogió y volvió a tomar asiento.

—Creo que las fotos lo dicen todo, pero si tienes alguna pregunta te responderé lo mejor que pueda — comentó Minnie mientras Greg abría el primer álbum.

Greg fue pasando una hoja tras otra, contemplando la vida entera de Fiona.

La sirena de ojos resplandecientes fue pasando poco a poco de bebé a niña y de niña a adolescente. En muchas de las fotos estaba acompañada por una pareja.

—Supongo que éstos son sus padres —comentó Greg.

—Sí, son James, mi hermano, y su esposa. Fiona fue adoptada —confirmó Minnie.

—Sí, Fiona me dijo que en realidad el a era su sobrina.

—Sí, eso es lo que ella cree.

—¿Qué quiere usted decir? —preguntó Greg.

—No sé por qué, pero Jamie y Meggie decidieron contarle a Fiona que eran sus tíos.

—¿Y no lo eran?

—Meggie era hija única, y yo soy la única hermana de Jamie —respondió Minnie.

—¿Y Fiona jamás ha sospechado nada?

—No, pero siento curiosidad. Dices que tu clienta es trilliza. ¿Cuándo nació?

—El veintiocho de noviembre de 1978 —contestó Greg.

—Interesante —observó Minnie—. Fiona nació el mismo día del mismo año.

—Sí, Fiona me dijo que había nacido en otoño pero... —Greg se interrumpió y miró a Minnie —. ¿No supondrá usted que... ?

—No hay modo de saberlo, por supuesto, pero sospecho que Fiona y tu clienta son hermanas. Debo admitir que me sorprendió cuando mencionaste eso de las trillizas. Jamás había oído hablar del nacimiento de tril izas en Craigmor.

—Usted sabía que yo había estado en Craigmor antes, ¿verdad? —adivinó Greg.

—Por supuesto —asintió Minnie — , pero no creí que pudiera darte ninguna información acerca de trillizas.

—¿Y por qué ha decidido ahora contarme lo de Fiona cuando ella no sabe nada?

—No sé si contestar a esa pregunta. Esta noche he dicho ya demasiadas cosas, y me arrepiento de algunas de ellas —contestó Minnie—. No quiero tener que arrepentirme de nada más.

—Prometo que la próxima vez no me ofenderé tan fácilmente —aseguró Greg en voz baja.

—Yo no puedo saber quiénes eran los padres de Fiona —declaró Minnie—, pero si es una de las trillizas, tiene derecho a saberlo. Sin embargo no quiero que se forme una mala opinión de Jamie y de Meggie por el hecho de que le mintieran. Ni quiero privarla de la posibilidad de encontrar a algún miembro de su familia.

—Entonces, ¿por qué me lo ha dicho?

Minnie contestó eligiendo con mucho cuidado las palabras:

—Porque esta noche me he dado cuenta de que es posible que Fiona sienta algo por ti. Y, si es así, es imprescindible que sepas lo poco que sé yo acerca de su nacimiento. Es posible que tu investigación tenga un fuerte impacto sobre Fiona, y quiero que seas consciente de ello.

—¿Está usted sugiriéndome que se lo diga a Fiona? — preguntó Greg.

—No, a menos que tengas una buena prueba — contestó Minnie—. No veo razón para decírselo, de no ser así. Conocía bien a mi difunto hermano, y dudo que dejara algo escrito después de tomarse tantas molestias para ocultar su engaño.

—Quiere decir que no voy a encontrar nada en los archivos, ¿no? Sí, yo también lo creo. Si hubiera algo, ya lo habría encontrado —concluyó Greg suspirando—. Volveré a Nueva York y le contaré a mi clienta lo poco que he descubierto.

—Bien, pero, a propósito, ¿cuántos años tienes?

—Treinta y tres.

-Ah...

—¿Qué significa eso? —preguntó Greg suspicaz.

—No pretendo hacerme la interesante,-señor Dumas. Es mera curiosidad —

rió Minnie.

Greg se inclinó en el respaldo del sillón y se quedó mirando el fuego. Jamás había admitido una derrota, pero había l egado a un callejón sin salida. No Había llegado la hora de volver a casa y reanudar la rutina.

Esperaba que la tía de Fiona se equivocara. Esperaba que Fiona no sintiera nada por él. A pesar de la fuerte atracción que sentía hacia el a, sabía que acabaría por hacerle daño.

Jill había sido la primera persona a la que había amado, y la experiencia le había enseñado que el amor lo hacía muy vulnerable. Siempre resultaba más fácil seguir al pie de la letra la lección que había aprendido de niño: si no entablaba relaciones personales, jamás resultaría herido.

Fiona merecía mucho más de lo que él podía ofrecerle.