Capítulo 10
FIONA se acordó de la cena. No podía creer que fuera tan descarada como para sugerir... bueno, que estaba dispuesta a... que había considerado la posibilidad de...
Fiona se acercó. Greg jadeaba, pero ella también. Quena... necesitaba desesperadamente hacer el amor con él, pero una vez que eso estaba claro tenía miedo de que la rechazara. Greg no se había movido desde el momento en que ella lo había abrazado. Sin embargo sus labios eran tan suaves y sensuales, que Fiona pensó que no le importaba hacerlo. Al sentir por fin sus brazos aferrarse a ella fuertemente, al ver que Greg le devolvía los besos, Fiona estuvo a punto de echarse a reír. Todo saldría bien. Todo sería perfecto. Tras unos minutos arrolladores, Greg la apartó de sí, diciendo:
—No creo que esto sea muy buena idea. Fiona puso un dedo en su boca para hacerlo callar y contestó:
—No pienses, no lo analices. Sólo... quédate aquí conmigo... ahora. No te pido nada, Greg. No quiero promesas ni mentiras.
Fiona tiró del jersey de Greg hacia arriba y se lo quitó junto con la camiseta. Luego alargó las manos hacia su cinturón, pero Greg ya se lo estaba desabrochando al mismo tiempo que los vaqueros. En cuestión de segundos se había quitado las botas y toda la ropa. Estaba desnudo.
Su cuerpo era exquisito. Fiona posó las manos sobre su estómago plano, abriendo inmensamente los ojos al verlo estremecerse. Trató de retirar las manos, pero él se las sujetó a escasos centímetros de su sexo excitado.
¿Cómo era posible que...? No, eso era demasiado. No quería ni pensarlo.
—No tengas miedo de tocarme —murmuró él—. Te prometo que no te morderé.
La sonrisa de Greg se desvaneció cuando el a obedeció.
—Aunque puede que te mordisquee un poco... si te parece bien —añadió él.
Fiona sabía que su conducta era escandalosa, pero no le importaba. Greg se marcharía y no volvería a verlo jamás. Quería estar con él, y aunque Greg le hubiera puesto pegas, al menos no la había apartado de su lado.
No, no la había apartado de su lado. En lugar de ello se había tumbado en la cama, esperando a ver qué hacía ella después. El problema era que Fiona se preguntaba exactamente lo mismo.
Sentía calor y luego frío. Fiona cerró los ojos y se concentró en la calidez de la piel de Greg bajo la palma de su mano. Él dejó caer el brazo a un lado.
Los músculos de Greg eran fuertes, su piel suave. Fiona alzó la mano hacia el pecho y rodeó el pezón. Él no opuso ninguna resistencia. Sus pezones estaban casi enterrados entre el vello. Greg se estremeció y cerró los ojos, sonriendo ante las caricias que ella le hacía.
Fiona se olvidó de la cena, enfriándose en la cocina. Sólo era consciente de los sentimientos y emociones que él despertaba en su interior, muy profundamente. Y eran tan intensos, que apenas era capaz de contenerlos.
Deseaba a aquel hombre. En eso tenía que ser especialmente sincera consigo misma. Aquélla sería la última noche que lo vería. ¿Iba a dejar que se le escapara esa oportunidad, desperdiciando las últimas horas de estar con él?
Fiona se estremeció. El dormitorio estaba helado. Miró a los ojos a Greg y descubrió que él la estaba observando. Sus ojos estaban oscurecidos, su expresión era fácil de descifrar. Ella se sentía tremendamente violenta. Se tumbó en la cama junto a él y apoyó la cabeza sobre una mano.
—Eres más exquisita de lo que jamás habría imaginado, Fiona —susurró él.
Greg tenía las manos a los lados. Fiona sabía que él notaba que se sentía violenta, pero había algo más. Lo deseaba con desesperación, pero no sabía exactamente qué hacer. Una cosa era estudiar libros de anatomía y reproducción, y otra hacer el amor. Fiona comprendía el mecanismo, pero no sabía cómo iniciarlo.
—Por favor —susurró Fiona acariciándole el pecho y las piernas, rozando ligeramente el sexo de Greg.
El estaba temblando.
—Por favor, ¿qué? —preguntó él con cierto humor.
—No sé qué hacer.
Greg gruñó y se volvió hacia ella, diciendo:
—¿Por qué será que no me sorprende? ¿Qué quieres hacer, Fiona? Necesito saberlo para que no se produzcan malentendidos. Ahora no, hemos l egado demasiado lejos.
—Quiero hacer el amor contigo —confesó ella tragando, sin dejar de acariciar su piel.
El hecho de que la habitación estuviera helada no parecía afectar a Greg. Él contuvo el aliento al notar que la mano de ella rozaba su sexo.
—No te imaginas lo feliz que me hace oír eso, porque en este momento no creo que tuviera la energía suficiente como para apartarme de ti. A pesar de mis buenas intenciones.
—Parece que estás tan nervioso como yo —sonrió ella.
Él asintió y tiró de ella de modo que Fiona apoyara la cabeza sobre su brazo.
La amoldó a su cuerpo, consiguiendo acelerarle los latidos del corazón.
—Por supuesto que estoy nervioso —susurró él besándola en la boca, en los ojos, en la nariz y en las mejil as—. Hace mucho tiempo que no hago el amor, y no estoy seguro de poder controlarme y hacértelo despacio y sin asustarte.
—No me das miedo —contestó ella mirándolo a los ojos, al alma.
—Pues debería dártelo —murmuró él. Acto seguido Greg rodó por la cama hasta quedar boca arriba, colocándola a ella encima. Le quitó rápidamente la ropa interior y la alzó para besarle los pechos. Su boca cubrió primero uno de los pezones, mordisqueándolo hasta que Fiona estuvo a punto de gritar de placer. Fiona se inclinó sobre Greg con una pierna a cada lado de sus caderas y comenzó a besar cada porción de su cuerpo con esmero. Quería devolverle como fuera el placer que él le estaba dando.
Él deslizó una mano por su espalda y su costado y finalmente la introdujo entre los cuerpos de ambos. Fiona se sobresaltó ante aquel contacto tan poco familiar. Él soltó el pezón y comenzó a besarla en la boca antes de decir:
—No pasa nada. No te haré daño, te lo prometo. Greg la tocó íntimamente, sus dedos se movieron dentro del sexo de Fiona. Ella estaba muy cohibida ante el hecho de estar tan mojada, pero a él no pareció importarle. De pronto Greg cambió las posiciones de ambos y Fiona quedó tumbada boca arriba en la cama. Greg se colocó de rodillas entre sus piernas abiertas. El mágico movimiento de sus dedos la impulsó a alzar las caderas hacia él. Deseaba que siguiera acariciándola de ese modo, rítmicamente. Él debió de leerle el pensamiento, porque no paró. En lugar de ello comenzó a mover los dedos cada vez más deprisa hasta que Fiona se puso tensa y gritó.
Fiona ya no controlaba su cuerpo, sentía las más exquisitas sensaciones embriagarla. Greg hizo una pausa y la miró con una sonrisa tan tierna, que ella tuvo que luchar por controlar las lágrimas.
—Sí —susurró él—. Tus ojos cambian de color cuando haces el amor. Justo lo que me figuraba.
Greg se inclinó sobre ella y capturó su boca, besándola posesivamente, arrebatándole el aliento. Aquel beso no tenía nada que ver con el que le había dado momentos antes. Ni con el que le había dado unos cuantos días antes. Esa vez Greg le demostró su pasión, haciéndosela sentir. Le mostró el control férreo que se imponía a sí mismo, su voracidad y su necesidad.
Cuando por fin él alzó la cabeza, ella sentía como si su cuerpo se hubiera derretido.
—Puedo parar ahora si quieres —dijo él con voz tensa.
—Pero eso no sería justo para ti, ¿verdad? —preguntó ella, confusa.
—No se trata de si es justo o no, pequeña. Se trata de lo que tú quieres,
¿recuerdas? —contestó Greg—. Eres tú quien me seduce a mí.
—¡Ah! —sonrió Fiona, rodeándolo con los brazos—. Entonces no quiero que pares —añadió acariciando su oreja con la lengua.
En esa ocasión, Fiona oyó el gemido que Greg antes sólo le había permitido sentir.
—Espera —dijo él.
Greg se levantó de la cama, recogió los pantalones y buscó la cartera. Sacó un preservativo de ella y la dejó sobre la mesilla.
—Espero que esto funcione, no sé cuánto tiempo lleva en la cartera.
Greg se puso el preservativo y acarició sus piernas para que las abriera.
Estaba tan serio, tan tenso y tan concentrado, que Fiona no quería hacer o decir nada que lo distrajera.
—Dime si te hago daño —dijo él con voz ronca.
Fiona deslizó los brazos por su cuel o una vez más, estrechándolo contra sí.
Cerró los ojos y esperó, rogando por que no le hiciera demasiado daño. Lo sintió entre las piernas, abriéndola. Pero sabía que esa vez Greg no lo estaba haciendo con los dedos. Alzó las rodillas y lo abrazó con las piernas. Greg emitió un gemido y, cuidadosamente, empujó, acercándose a ella.
El sexo de Greg era enorme, eso fue lo primero que Fiona pensó. Jamás cabría ahí dentro, se dijo. Greg le había prometido parar si le hacía demasiado daño. Pero quería hacerlo por él. Greg le había proporcionado el más maravilloso clímax que jamás hubiera imaginado. Fiona se esforzó por relajarse.
La humedad de su cuerpo le facilitó la entrada. Él se balanceó suavemente sobre ella, profundizando un poco con un pequeño empujón antes de retirarse. Fiona estaba sorprendida ante las tensas sensaciones que notaba.
En un esfuerzo por intensificarlas, alzó las caderas hacia él cuando Greg empujaba, consiguiendo que entrara más profundamente sin hacerle apenas daño.
Fiona no quería que Greg parara, no quería que lo hiciera poco a poco, no quería que rompiera cuidadosamente la barrera. Con ese propósito, al volver él a empujar, Fiona alzó las caderas todo lo que pudo, apoyándose en los talones. Sintió algo ceder en su interior y, un instante después, Greg la penetró por entero. El estaba jadeando, oía su fuerte respiración junto al oído.
—Creo que he muerto y estoy en el paraíso —dijo él con un suspiro.
—Y yo creía que no cabría —murmuró ella tímidamente en su oído.
—Créeme, yo también estaba preocupado por eso. Eres tan pequeña, que creí que te haría un daño irreparable.
Fiona lo besó en la mejilla. Él estaba sudando.
—Y ahora, ¿qué? —preguntó ella echándose a reír y sacudiéndose.
Durante los siguientes minutos Greg le enseñó de diversas y placenteras maneras qué podía ocurrir después. Le hizo el amor con todo su cuerpo.
Primero lentamente, besándola. Greg movía la lengua al mismo ritmo que el cuerpo. Fiona jamás había imaginado que pudiera sentir algo tan erótico.
Eso era lo que había deseado, a pesar de no haberlo sentido jamás. Por fin estaba recibiendo tanto placer, que comenzó a jadear y a gemir, compitiendo con él.
Fiona sintió que su cuerpo se tensaba alrededor de él, que las sensaciones que la habían embargado se repetían con más intensidad de la que hubiera podido imaginar. Los movimientos de Greg comenzaron a hacerse más rápidos, su respiración se agitó aún más. Fiona lo abrazó con los brazos y con las piernas. No quería dejarlo marchar. Un repentino estallido de alivio explotó entonces en ella, su cuerpo se convulsionó y se contrajo. Greg la estrechó con fuerza contra sí, penetrándola profundamente y gritando al alcanzar el clímax él también. La sensación siguió y siguió mientras su cuerpo se contraía alrededor de él.
Greg rodó por la cama sin soltarla hasta quedar de lado. Ella enterró el rostro en su pecho. Giró la cabeza, tratando de respirar, y sintió los latidos del corazón de Greg en el oído. Fiona suspiró de satisfacción y cerro los ojos.
Pasaron unos cuantos minutos antes de que él se moviera. Greg se apartó de ella de mala gana. Salió de la cama, se puso una bata y abandonó el dormitorio. Ella siguió cada uno de sus movimientos con los ojos cerrados.
Oyó la puerta del baño, el agua del grifo. Luego hubo un silencio, pero enseguida oyó de nuevo la puerta. Fiona esperó.
Greg tardó en volver al dormitorio, pero cuando lo hizo esbozó una sonrisa tan sexy, que Fiona sintió deseos de arrojarse a sus brazos y hacer el amor de nuevo.
—¿Sabes que la cena está servida? Supongo que se habrá quedado fría —
comentó él.
Fiona se había tumbado boca arriba y se había tapado hasta el cuello al marcharse él.
—Sí, venía a decirte que ya estaba lista.
Él sacudió la cabeza y se echó a reír. En un par de pasos estuvo junto a la cama.
—Gracias por venir a decírmelo, señorita MacDonald —añadió él metiendo la mano por debajo de las sábanas y abrazando uno de sus pechos — . ¿Quieres que te traiga la bata y vayamos juntos a cenar?
—Sí, por favor.
Greg se enderezó, sonriente, y abandonó de nuevo el dormitorio. En esa ocasión no tardó en volver con la bata de Fiona.
—Su bata, madame —dijo Greg haciendo una reverencia.
Fiona, que de pronto se sintió de nuevo excitada y al mismo tiempo cohibida, se cubrió con la bata antes de arrojar a un lado la sábana. Greg meneó la cabeza, pero no hizo ningún comentario.
Fiona recalentó la cena y se sentó frente a él, que la observaba. Ambos comenzaron enseguida a comer. Hacer el amor requería mucha energía, pensó Fiona. Por eso debía reponer fuerzas, por si a él se le ocurría repetirlo otra vez. Tras fregar los platos, Fiona se disculpó y subió a la planta de arriba a ducharse.
Podía oler la fragancia de su loción de afeitar en su piel. Era una lástima que tuviera que lavarse. Quizá guardara la almohada de Greg como recuerdo del americano que le había robado el corazón.
La puerta del baño se abrió de repente. Fiona se sobresaltó. Era Greg, y estaba desnudo, sonriendo.
—¿Te importa si me meto en la ducha contigo? —preguntó él entrando en la ducha sin darle tiempo a responder—. Te frotaré la espalda.
Greg tomó el jabón y la esponja y le hizo darse la vuelta con cuidado hasta quedar de pie de espaldas a él. Entonces comenzó a frotarle la espalda, levantándole el cabello mojado de los hombros y acariciándole las caderas, los muslos y el trasero con ambas manos. Fiona jadeaba de deseo cuando por fin deslizó la mano entre el vello de su sexo.
Greg la atrajo hacia sí, alzándola para poder restregar su virilidad contra el trasero de ella. Se movió una y otra vez, excitándola hasta que estuvo lista.
Debió de intuir en qué momento ella no podía soportarlo más, porque la dejó en el suelo y cerró el grifo de la ducha. Greg salió de la bañera y la envolvió en una toalla para llevarla al dormitorio.
Había oscurecido. Greg había abierto la cama y había encendido la luz de la mesilla. Comenzó a secarla sensualmente con la toalla y, mientras lo hacía, dijo:
—Les he dado de comer a McTavish y a Tiger, he dejado al perro salir fuera y le he vuelto a abrir, y he avivado el fuego de la chimenea.
-¿SÍ?
—Sí —asintió él—. Me figuré que después de un día tan agotador nos vendría bien irnos pronto a la cama —añadió Greg con una sonrisa maliciosa.
Greg la dejó sobre la cama, se secó rápidamente y se arrodilló en medio de sus piernas abiertas una vez más. Fiona estaba descubriendo que aquella posición era de lo más placentera.
Greg empezó a acariciarla, comenzando por el cuello y los hombros y siguiendo por los pechos. Sus dedos la excitaban. Luego acarició su cintura y su vientre hasta que ella no pudo parar quieta. Fue entonces cuando comenzó a besarle el vientre y el espeso vello del pubis. Fiona se quedó helada.
—¿Qué estás haciendo?
Greg alzó la vista, sus ojos brillaban.
—Trato de mejorar tu educación, señorita Fiona. Túmbate y disfruta, ¿de acuerdo?
—Pero... —comenzó a protestar Fiona, olvidándose de lo que iba a decir.
Greg la lamió íntimamente con la lengua. En ningún libro que Fiona hubiera leído se hablaba de ello. Los dedos de Greg bailaron por sus muslos y su vientre antes de penetrarla otra vez, siguiendo el mismo ritmo que había comenzado con la lengua.
Fiona se dejó llevar por las sensaciones, permitiendo que la excitación se incrementara progresivamente en su cuerpo hasta l egar a un nuevo clímax.
Entonces alzó las caderas contra él, deseosa de que la penetrara. Al ver que él no lo hacía, Fiona abrió los ojos y lo miró inquisitivamente.
—Mañana por la mañana te va a doler, sirena. No quiero forzar las cosas.
Fiona deseaba rogarle que forzara las cosas, pero no dijo nada.
—Me temo que estoy muy escaso de preservativos, así que... —añadió él.
Fiona sonrió, sorprendiendo a Greg, y dijo:
—Pero da la casualidad de que yo sí tengo. En la planta de abajo. A veces creo que soy la farmacéutica del pueblo.
Greg cerró los ojos un segundo y tragó. Cuando volvió a abrirlos, su mirada se había oscurecido. Era evidente que la idea lo había seducido.
—¿Dónde? —preguntó Greg escuetamente, con voz ronca.
Fiona se incorporó y salió de la cama. Recogió su bata y, antes de salir del dormitorio, lo miró y dijo:
—No te muevas, enseguida vuelvo.
Greg no perdió el tiempo. Nada más volver Fiona al dormitorio, la clavó a la cama. Y ella cooperó con entusiasmo. Lo exploró mientras él la penetraba con los dedos, llevándolo al borde del clímax antes de ponerle el preservativo y guiarlo hasta su interior.
Aquella vez no hubo movimientos suaves ni palabras dulces, susurradas. La penetración fue explosiva, física, terrenal. Luego Greg continuó con las embestidas mientras Fiona alzaba las caderas. Los cuerpos de ambos brillaban de sudor. Fiona sonrió cuando Greg cayó sobre el a, colapsado. Se sentía satisfecha consigo misma. Había aprendido las técnicas del amor con sorprendente rapidez. Pero Fiona sabía, por supuesto, que jamás volvería a compartir una intimidad así con ningún otro hombre.
Mientras el sueño se apoderaba de ella, Fiona pensó en su tía Minnie.
Esperaba que Minnie hubiera disfrutado de todo ese placer con Robbie antes de morir él. Si era así, no le extrañaba que jamás hubiera vuelto a interesarse por ningún otro hombre.