Capítulo 9
A LA mañana siguiente Fiona entró en el comedor y se encontró a Greg desayunando. Él se levantó de la sil a al verla, sonrió, y la saludó:
—Buenos días.
—Tu desayuno se está calentando, Fiona —anunció Becky —. Esta mañana la señorita Minnie no va a bajar a desayunar. Me pidió que se lo sirviera en su habitación.
—¿Está enferma? —preguntó Fiona, preocupada.
—No, señorita, sólo cansada.
—Me temo que es por mi culpa —confesó Greg en voz baja en cuanto Becky se hubo marchado—. Anoche estuvimos hablando mucho rato. Debería haber dejado que se marchara a la cama.
Fiona, sorprendida, se sentó sin dejar de observar a Greg.
—Pues parece que a ti trasnochar te sienta bien — dijo ella al fin.
—No es por trasnochar, sino porque me he dado cuenta de que el caso está zanjado —explicó Greg — . Tengo que admitir mi derrota, pero la verdad es que por otro lado es un alivio —añadió sonriendo—. Y las dos cervezas que me tomé en el pub no me vinieron nada mal.
—No sabía si ibas a volver, pero la tía Minnie estaba convencida de que sí —
observó Fiona.
—Tú tía es toda una mujer —comentó Greg—. Estoy impresionado.
—¿En serio?, ¿después de lo que dijo?
—Lo dijo por tu bien — contestó Greg —. No me conocía, es natural. En realidad su reacción es perfectamente comprensible, me di cuenta en cuanto terminé la segunda cerveza. No debería haberme ofendido con tanta facilidad.
Becky entró en el comedor y dejó un plato delante de Fiona.
—Entonces supongo que no ha podido ayudarte en tu investigación, ¿no? —
preguntó Fiona nada más marcharse la sirvienta.
—No, jamás había oído hablar de Moira y Douglas, lo cual me lleva a concluir que no eran de por aquí. En realidad lo sospechaba —añadió Greg — Tampoco había oído nunca hablar del nacimiento de trillizas, y no creo que nadie más pueda darme información.
—Lo lamento.
—Sí, es una lástima.
—Así que vuelves a Estados Unidos —afirmó Fiona.
—Sí —confirmó Greg—. Si no te importa, quisiera volver a Glen Cairn nada más terminar de desayunar. Tengo que reservar un bil ete de avión y volver a tu casa a recoger mis cosas.
—Claro —admitió Fiona, incapaz de decir nada más.
Los dos siguieron desayunando en silencio. Cuando terminó, Fiona se disculpó y subió a ver a su tía.
—Pasa, Fiona —gritó Minnie desde la cama.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Fiona entrando y tocando la frente de su tía para comprobar si tenía fiebre—. Ya nos vamos, tía Min. Me alegro mucho de haber venido a verte.
—Sí, no vienes mucho, y tú lo sabes tan bien como yo —le reprochó Minnie—
Comprendo que te marcharas a Glen Cairn, yo también echo mucho de menos a Jamie y a Meggie, pero has tenido tiempo de sobra de asimilar la pérdida.
Ya es hora de que te mudes a vivir conmigo, ¿no te parece?
Fiona se dejó caer sobre una silla junto a la cama y contestó:
—Ocurre algo malo, ¿verdad? ¿Has ido al médico?, ¿qué te ha dicho?, ¿te ha hecho pruebas?
Por mucho que lo intentara, Fiona era incapaz de ver halos de colores radiantes alrededor de su tía. Quizá se debiera a lo mucho que la quería, aunque también era cierto que Minnie siempre se había mostrado un tanto difícil.
—Fiona, cariño, no me pasa nada, simplemente soy muy mayor y estoy cansada. Cada día me canso más, por eso descanso cada día más. Es natural,
¿no crees? No estoy enferma, y me niego a hacerme la víctima con la esperanza de que te compadezcas de mí y vengas a cuidarme. Quiero que vengas porque ésta es tu casa, porque somos familia. ¿Lo ves? Ya estoy haciéndome la víctima.
Fiona se echó a reír, que era exactamente lo que pretendía Minnie.
—¿Qué planes tiene tu joven amigo, aparte de l evarte a casa? —siguió preguntando Minnie.
—Está abajo, reservando por teléfono un billete de avión para Nueva York.
Se marcha.
—Lo lamento, me gustaba.
—Y tú a él —contestó Fiona.
—Bien, dile que suba a despedirse, ¿quieres, cariño? —rogó Minnie.
Fiona se inclinó, besó a su tía y obedeció, añadiendo:
—Te quiero, tía.
—Y yo a ti, pequeña. Has sido una bendición para todos nosotros.
Minnie observó a su sobrina marcharse. Sabía cuánto arriesgaba contándole a Greg las extrañas circunstancias del nacimiento de Fiona, pero él tenía que saberlo. Probablemente su clienta fuera hermana de Fiona. Y si era así, Fiona debía saber que tenía más familia aparte de ella.
Se abría una nueva etapa en la vida de Fiona, una etapa interesante. Su único pesar era que Jamie y Meggie no estuvieran allí para explicárselo todo. La sorprendía que su hermano no le hubiera contado jamás nada. De haberlo hecho, ella podría haber echado una mano.
Greg llamó a la puerta a pesar de que Fiona la había dejado entreabierta.
—Tienes buen aspecto a pesar de lo poco que has dormido —comentó Greg al entrar, acercándose a la cama sin vacilar y tomando la mano de Minnie entre las suyas.
—No sabes cuánto me alegro de oírtelo decir — rió Minnie—. Por la forma de reaccionar de Fiona, creí que estaba a punto de morir.
—Eres fantástica. Lo sabes, ¿verdad? —rió Greg.
—Naturalmente, sé que te diste cuenta nada más verme.
—Pues de hecho... —comenzó a decir Greg, dejando la frase sin terminar—.
No, en serio, conocerte me ha recompensado de tantos días perdidos aquí, buscando una pista.
—¿Sí?, ¿y conocer a Fiona ha sido algo puramente accidental?
—Bueno, ella me preocupa —admitió Greg serio.
—Sí, a mí también.
—Vive tan aislada... —añadió él.
—Sí, ahora mismo acabo de hablar de ese tema con ella —dijo Minnie haciendo una pausa—. ¿Y tú?
—No comprendo.
—¿Has pensado alguna vez venir a vivir a Escocia? —preguntó Minnie.
—No, señorita Minnie —rió Greg—, jamás se me había ocurrido. Soy neoyorquino. Además, mi hija Tina sufriría mucho si la separara de sus abuelos. Ellos nos han ayudado mucho.
—Bueno, pues diles que vengan ellos también de visita. Quizá no les importe cambiar de aires y venir aquí a vivir.
Greg encontró la idea absurda, así que contestó:
—¿Eres miembro de la Cámara de Comercio local?, ¿pretendes promocionar Escocia?
Minnie asintió sonriente, pero inmediatamente se puso seria y añadió:
—Al menos podrías pensarlo.
—Claro —dijo Greg.
No dedicaría demasiado tiempo a pensarlo, era una locura. Pero eso no se lo iba a decir a ella.
—Gracias por tu hospitalidad, ha sido una visita muy reveladora —se despidió Greg.
—De nada. A propósito, ¿has podido reservar un billete de avión?
—Sí, tengo que estar en Glasgow mañana por la noche para tomar el avión que sale al día siguiente a primera hora de la mañana.
—Comprendo. Bien, entonces tienes que irte.
—Cuídate —se despidió Greg por segunda vez, besándola en la mejilla.
—No lo dudes, no pienso morirme —sonrió Minnie.
Greg abandonó la habitación con una sonrisa en los labios. Tenía la sensación de que toda la conversación que había mantenido con Minnie MacDonald había tenido un doble sentido. ¿De dónde se había sacado ella la idea de que se mudara a vivir a Escocia? Nada más surgir la pregunta en su mente, Greg supo la respuesta. Fiona. Minnie quería que se mudara a vivir a Escocia por Fiona.
¿Jugaba a la casamentera? En ese caso era una lástima que se hubiera fijado en él, porque iba a llevarse una decepción.
Greg no tenía intención de mantener relaciones íntimas con nadie. Tenía a Tina, con eso le bastaba. Y tenía a George y a Helen. No había razón para romper una buena dinámica familiar añadiendo otra persona al cóctel.
Greg alzó la vista mientras bajaba las escaleras y vio a Fiona. Estaba de pie junto a la puerta, observándolo, con la bolsa de viaje en el suelo. Una luz dorada entraba por la ventana del vestíbulo, enmarcando su silueta. Al encontrarse sus miradas, ella sonrió. Su aspecto era juvenil, vulnerable, su cabel o brillaba alrededor del rostro. De pronto su pecho se llenó de sentimientos innombrables.
Greg hizo una pausa al llegar hasta el a y recogió las bolsas de los dos. Se dirigió a la puerta sin decir nada, y ella abrió. Ambos bajaron las escaleras hasta el coche. Una vez en la carretera, ella comentó:
—Estabas serio al salir del dormitorio de tía Minnie. ¿Te ha puesto en apuros?
—No, es que ahora mismo tengo muchas cosas en la cabeza.
—Ah, ¿has reservado un billete de avión? —siguió preguntando Fiona.
—Sí, tengo que estar en Glasgow mañana por la noche.
Fiona no dijo nada más, así que Greg desvió la vista hacia ella. Le gustaba verla de perfil. Tras observarla detenidamente, descubrió que había cierto parecido entre el a y su clienta, aunque ni los ojos ni el cabello eran del mismo color. Sin duda las trillizas no eran idénticas.
Las dos eran menuditas y de rasgos delicados. Las dos eran guapas, pero él nunca había reaccionado ante su clienta como reaccionaba ante Fiona. Greg gruñó.
—¿Qué ocurre?, ¿te duele algo? —preguntó inmediatamente Fiona.
—No, estoy bien. Supongo que estarás deseando que desaparezca para volver a tu vida de siempre, ¿no?
—Bueno, tendré que acostumbrarme, pero me las arreglaré —contestó el a.
—Sí, eso suponía.
También él se las arreglaría. Greg trató de convencerse a sí mismo de que la fuerte atracción que sentía por Fiona se debía al hecho de haber pasado juntos unos días. Además, él no había estado con ninguna mujer desde la muerte de Jill. En realidad no lo había hecho porque no había querido. Hasta ese momento. Su respuesta automática ante Fiona significaba sencillamente que su cuerpo seguía funcionando. Pero en cuanto se marchara, la olvidaría.
Llegaron a Glen Cairn a media tarde. En lugar de dirigirse directamente a casa, Greg condujo hasta la granja de Patrick McKay. Nada más verlos, McTavish echó a correr ladrando contento hacia ellos, dedicándoles a ambos exactamente la misma atención.
—Por el recibimiento, se diría que he estado fuera varias semanas —rió Fiona.
La presencia del perro en el coche contribuyó a aligerar la tensión durante el resto del trayecto. Nada más llegar a la casa, Tiger salió de donde hubiera estado escondido, se estiró, bostezó, y los miró parpadeando. Greg sacó las bolsas de viaje y entró en casa detrás de Fiona.
La casa estaba helada. Greg dejó las bolsas y encendió la chimenea del salón.
Luego entró en su dormitorio y cerró la puerta. Entre lo poco que había dormido la noche anterior y la tensión emocional de aquel día, estaba agotado. En cuestión de minutos se quedó dormido.
Fiona preparó la cena. Había guardado silencio durante todo el trayecto, reflexionando sobre qué sería de su vida cuando se marchara Greg. Había soñado con él todas las noches. En uno de esos sueños, ella lo perseguía y le rogaba que se quedara. En otro él volvía a Escocia, subía a su dormitorio y se tumbaba a su lado. La despertaba con sus besos, excitándola e incitándola a responder y a desnudarlo. Fiona había soñado que lo besaba y lo acariciaba, disfrutando de la posibilidad de hacer el amor con él. Se había despertado de repente, excitada. Y jamás admitiría ante nadie, aparte de sí misma, que se había sentido muy desilusionada al descubrir que todo había sido un sueño.
Fiona dio de comer a los animales, puso la mesa y fue a buscar a Greg. No había vuelto a verlo desde que habían l egado. El salón estaba vacío, pero caldeado. Llamó a la puerta de su dormitorio, pero no obtuvo respuesta. La abrió, y se lo encontró dormido. Estaba boca abajo, con los brazos extendidos. Le colgaban los pies por el borde, aún llevaba puestas las botas.
—Greg... la cena está lista.
No hubo respuesta. Fiona se acercó y volvió a l amarlo, pero él no se despertó. Entonces ella se sentó al borde de la cama y comenzó a acariciarle la espalda. Sentía el calor de su cuerpo, olía la fragancia de su loción de afeitar. Sin pensarlo demasiado, deslizó la mano por debajo del jersey y la camiseta y disfrutó, acariciando su piel desnuda y su espalda musculosa. Los vaqueros le impedían seguir acariciándolo más abajo. Greg se estiró, rodó lentamente por la cama hasta quedar boca arriba, bostezó y abrió los ojos.
—Eso ha estado bien —murmuró él.
-¿El qué?
—Despertar con un masaje en la espalda.
—Lo siento, no sabía que estuvieras despierto — se disculpó Fiona, completamente ruborizada—. Cuando estabas enfermo te daba masajes con ungüento para bajarte la fiebre. Supongo que es la costumbre...
—Fiona... —la llamó él con ojos oscurecidos.
—Lo sé, no hay nada entre nosotros. No puede haberlo. Es sólo que...
La voz de Fiona se desvaneció. Greg alzó la mano y le acarició la mejilla con el dorso.
—No quiero hacerte daño. Ni aprovecharme de ti.
Entonces Fiona lo supo. Si dejaba que Greg se marchara sin hacer el amor se arrepentiría el resto de su vida. Y no quería arrepentimientos. Con deliberada calma, Fiona se puso en pie y comenzó a desnudarse hasta quedarse en ropa interior. Greg, sorprendido, se incorporó en la cama y preguntó:
—¿Qué estás haciendo?
Por supuesto, él sabía lo que estaba haciendo. Fiona se sentó de nuevo a su lado. La mirada de Greg, acariciando todo su cuerpo, la excitaba. Cada vez que él hacía una pausa, contemplando una porción de su piel, se echaba a temblar.
—Te estoy seduciendo —contestó ella apenas sin aliento, deslizando los brazos por su nuca y besándolo.