Miranda se apresuró a rodear la barraca. Maldita sea, la puerta estaba cerrada con una cadena.

Empezó a dar golpes en la puerta.

—¡Nick! ¡Nick, soy Miranda! Voy a dispararle al candado y a sacaros de aquí.

Le respondió una voz apagada, pero Miranda no entendió lo que decía. Ashley lanzó un grito, entre adolorido y jubiloso.

—¡Booker! ¿Dónde estás? —Miranda miró a ambos lados, pero no lo vio.

—Aquí. —La voz venía del otro lado de la barraca, y se notaba débil. Miranda temió que su herida fuera más grave de lo que daba a entender.

—Nick está dentro de la barraca con Ashley. Voy a sacarlos. No veo a Larsen por ninguna parte, pero mantén los ojos bien abiertos.

Silencio.

—¿Lance? ¿Estás bien?

—Estaré bien. Solo necesito un minuto.

Joder. Ahora tenía a dos polis gravemente heridos y a una chica. Lo primero era lo primero, tenía que liberar a Ashley, y luego pensaría en una manera de sacarlos a todos de ahí.

Miranda apuntó al candado. Necesitó dos balas para abrirlo, y luego dio una patada a la puerta.

El hedor a sangre, a sexo violento y a desechos humanos le dio de lleno, asqueroso y familiar. Tuvo un amago de arcada y giró la cabeza. Ella y Sharon habían vivido en una suciedad igual a esa.

Se quedó paralizada. Quería entrar y comprobar que Nick se encontraba bien. Pero sentía los pies cargados de plomo, como si los tuviera calzados en cemento. Cuanto más intentaba moverlos, más pesados se volvían.

Comenzó a temblar. Con solo pensar en cruzar el umbral de aquel espacio que ya empezaba a encogerse, sintió que se le entumecía todo el cuerpo. Su visión periférica comenzó a reducirse lentamente.

No. Ahora, no. Por favor.

Cayó de rodillas. Puedo hacerlo. Puedo entrar. Salvarlos.

No, no puedo. Soy débil. Me ha vencido. Volverá y acabará lo que empezó. Mató a Sharon y yo escapé. No pude salvarla. Ahora ni siquiera puedo salvarme a mí misma.

—¿Miranda?

Era la voz de Nick. Ronca y pastosa.

—¡Miranda! —Seguía siendo pastosa, pero en son de orden.

—Nick, yo… —Respiró hondo. Si no se tranquilizaba, acabaría sufriendo un ataque de nervios.

—Te necesito. Ashley te necesita. Entra de una vez. Ese tipo está a punto de volver.

Después de tantos años, el Carnicero conseguiría vencerla. Él la había convertido en una claustrofóbica. Él le había inoculado el miedo.

—Yo… no puedo.

—Sí que puedes, Miranda. Yo sé que puedes. Confío en ti. Respira hondo. —Nick balbuceó algo y tosió, esforzándose para pronunciar cada palabra—. Tú puedes —dijo, finalmente, con aliento entrecortado.

Ella podía, ¿no? Podía vencer su miedo. Tenía que vencerlo. Por Nick. Por todo lo que él había hecho por ella, por su apoyo y su valor y su amistad. No había llegado hasta allí para fallarle.

Y, además, amaba a Nick. Ahora veía con gran claridad la diferencia entre Nick y Quinn. Los amaba a los dos. Nunca se había dado cuenta de eso. Pero podía amar a dos hombres. A uno como amante, al otro como hermano.

Respira. Espira. Respira. Espira.

Volvió a respirar hondo y se obligó a entrar en la habitación que no paraba de encogerse. Las paredes empezaron a combarse hacia dentro, y a cada paso que daba se estrechaban más. Sintió el pecho totalmente apretado. No le quedaba aire.

Ahora no, no.

Temblando, cogió la cuerda que ataba a Nick. Sus dedos intentaron deshacer los elaborados nudos. Las paredes se le acercaron, como queriendo cogerla.

—Miranda —dijo Nick, con voz ronca.

—Te sacaré de aquí. —Su voz sonaba débil y temblaba de pies a cabeza. Se concentró en los nudos. Si se ocupaba en desatarlos, se olvidaría de las paredes que se estrechaban, de la fetidez, de los recuerdos de la violencia. Tenía que olvidarlo. Por Nick. Por Ashley.

Por sí misma.

—Olvídate de mí. Saca a Ashley de aquí. Luego envías a alguien a buscarme.

—No puedo, Nick. El Carnicero es David Larsen, el hermano de Delilah Parker. La policía no puede encontrarlo, pero lo han visto cerca de aquí. No te puedo dejar. Vendrá por la noche. —O incluso antes.

—No creo que pueda salir de aquí —dijo Nick, con un hilo de voz.

—No te abandonaré. —Miranda tuvo que tragarse el miedo y la vergüenza ante la posibilidad de fallar, y siguió concentrada en los nudos para no pensar en lo pequeña que se había vuelto la choza desde que había entrado—. Pensábamos que habías muerto.

—Cometí un error.

—Ya me lo contarás —dijo ella.

¡Maldita sea, los nudos eran complicados y estaban demasiado apretados! Su cuchillo. ¿Por qué no se le había ocurrido antes? No las tenía todas consigo. La habitación la estaba ahogando y ahora sudaba, como saturada por su propio pánico.

Si no se adueñaba de la situación, Ashley y Nick morirían. Y si no encontraba una manera de salir de ahí, ella y Lance Booker acabarían haciéndoles compañía.

Sin embargo, los números daban cierta seguridad. Cuatro contra uno, aunque tres estuvieran en condiciones menos que aceptables.

Sacó su cuchillo y cortó con cuidado las cuerdas para no hacerle daño a Nick. Tardó un minuto y lo consiguió. Luego se puso a desatar a Ashley.

—Nos va a matar —sollozaba la chica.

—No, no lo dejaré —dijo Miranda, y le quitó la apretada venda de los ojos. La chica intentó abrirlos, pero no pudo—. No te esfuerces. Espera un minuto.

—¡No! ¡Vendrá! ¡Y me cogerá!

—Yo escapé de sus manos una vez. Volveremos a hacerlo, tú y yo. —Miranda deseaba estar tan segura como sonaba—. Y luego pagará por lo que te ha hecho.

Y por lo que me ha hecho a mí también, añadió para sí. Ashley era tan menuda que Miranda pudo levantarla.

—¡No! ¡No! —gritó.

—Tengo que sacarte de aquí, Ashley. Tienes que moverte. Miranda la llevó hasta la puerta y la dejó en el lado de afuera. La chica, que no paraba de sollozar, estaba toda cubierta de sangre reseca y heridas. Era como mirar en un espejo de hacía doce años. Miranda tragó con dificultad y en sus ojos brotaron lágrimas. La chica se cubrió los pechos con el brazo, pero Miranda no tenía para qué ver el daño que había sufrido. Bajó la mirada y se dio cuenta de que ella también se cubría los pechos. Dejó caer las manos como si estos la quemaran.

Quería decirle a Ashley que estuviera callada, que él las oiría. Pero la verdad es que ignoraba cuán lejos o cuan cerca de la choza se encontraba David Larsen. Si iba a acudir esa noche… o en ese mismo momento.

Se desprendió de la mochila, la abrió y sacó el jersey que llevaba dentro. Se lo puso a la chica. Después, le pasó una botella de agua.

—Bebe, despacio —dijo.

Ashley la cogió, sin dejar de sollozar, acurrucada dentro del jersey demasiado grande.

Miranda cogió dos pares de calcetines gruesos y se arrodilló junto a Ashley.

—Tienes que cubrirte los pies para recuperar el calor.

—¡No me toques!

—Vale —dijo, y le dio los calcetines. Como un animal espantado, Ashley los cogió con un gesto rápido y se los llevó al pecho—. Póntelos. Los dos pares.

Buscó a Booker con la mirada y no lo vio.

—¡Lance! —llamó, con voz tensa.

—Aquí estoy —oyó una respuesta apagada. La voz venía de un lado de la barraca. No se había movido desde que Miranda había entrado. Miranda llevó a Ashley hasta donde estaba Booker apoyado contra la pared de la barraca. Dejó a la chica en el suelo y se giró hacia él.

—¿Por qué no me has dicho que estabas tan mal? —preguntó, y le levantó la camisa. Vio que tenía el pecho herido e hinchado. Le tocó apenas las costillas y él se mordió los labios para no gritar, con el rostro contorsionado por el dolor.

—Tienes al menos una costilla rota.

A Lance le costaba respirar, y a Miranda le preocupaba que tuviera un pulmón perforado.

—Nick, no podemos dejarlo aquí.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Booker.

Miranda miró por encima del hombro y frunció el ceño. Pensaba que Nick había salido detrás de ella.

—No lo sé. —Se giró hacia Lance—. Llama por radio, transmite las coordenadas y pregunta a qué hora aproximadamente llegarán los refuerzos. Diles que necesitamos trasladar a heridos totalmente inmovilizados. Voy a sacar a Nick —dijo, y volvió a la entrada.

Nick seguía tirado en el suelo. Miranda no se había dado cuenta de lo malherido que estaba. Respiró hondo, vaciló un momento y volvió al interior de aquel espacio asfixiante. Se arrodilló junto a él.

—Nick, levántate.

—No puedo. La cabeza. No veo nada.

—Te sacaré de aquí, pero tendrás que echarme una mano. ¿Puedes caminar?

—Supongo que algo.

Tardaron varios minutos, un tiempo precioso, en salir con Nick de la barraca. Miranda lo dejó sentado junto a Booker.

Nick tenía la cabeza cubierta de sangre reseca. Estaba caliente al tacto. Demasiado caliente. Tenía la mirada desenfocada. Le habían dado un fuerte golpe en la cabeza. Era probable que fueran los síntomas de una infección.

No había manera de que pudiera salir de la quebrada por su propio pie.

Necesitaba urgentemente ayuda médica.

—Miranda, vete. Coge a Ashley y vete de aquí antes de que vuelva.

—No puedo irme y dejarte aquí solo. Te matará. —Pero no veía otra solución.

—Te estoy dando una orden, Miranda.

—¡No me vengas con tus órdenes! —exclamó ella. Apoyó la cabeza en las manos y respiró hondo—. Joder, Nick, pensé que habías muerto, estaba destrozada. No me hagas esto. Ni se te ocurra hacer alguna tontería.

Él cerró los ojos y suspiró.

—No podré salir de aquí caminando, Miranda.

Ella le tocó la cabeza ahí donde tenía una herida reseca, profunda y ensangrentada.

—Nick, tienes fiebre. Necesitas un médico.

—Pues llama a uno cuando vuelvas a la ciudad.

—Lance, ¿con quién has hablado? ¿A qué hora llegarán?

—He hablado con Charlie. Tardarán entre cuarenta y cuarenta y cinco minutos.

¿Qué podía hacer ella? ¿Cargar con dos hombres a lo largo de unos cuantos kilómetros de terreno rocoso y abierto? Y ¿Ashley?

Quizá David Larsen estuviera a punto de llegar. No podían quedarse ahí sentados esperando un equipo de rescate. Él los cogería uno a uno. Y ella no estaba dispuesta a dejar a nadie atrás. Cuando volviera con ayuda, sería demasiado tarde.

Lanzó una mirada a la chica, que seguía acurrucada, cogiéndose las rodillas, meciéndose sin parar. El jersey verde oscuro que Miranda le había pasado para abrigarse y taparse la cubría entera.

Tenía la cara llena de moretones, el pelo inmundo y enredado. Olía a su propia mierda. Los cortes y heridas en todo el cuerpo quedaban ocultos, pero Miranda los había visto y sabía que Ashley estaba emocional y físicamente destrozada. Miranda conocía ese infierno donde ella había estado. Sin embargo, con el tiempo, sus heridas se habían desvanecido, todas y cada una de ellas.

Ashley le dio fuerzas. Aquella chica la necesitaba. No podían quedarse sentadas esperando que llegara alguien a ayudarles. Sobre todo si no sabían dónde estaba Larsen.

Se mordió el labio y miró a su alrededor. La barraca estaba en el extremo cerrado de la quebrada. A unos veinticinco metros de donde se encontraban, se estrechaba, y no sería fácil salir. Hacia el otro lado, se encontraban se ensanchaba hasta cientos de metros, en algunas partes, y se estrechaba a menos de diez metros en otras. Sin embargo, ella sabía perfectamente dónde desembocaba. Ahí mismo, había pocos lugares donde ocultarse. Desde luego, no había lugar para cuatro personas adultas.

Miranda no podía dejar ahí a los hombres heridos y a Ashley mientras buscaba un buen escondrijo hasta que llegaran refuerzos. Nick y Lance no llegarían muy lejos.

Se volvió hacia Nick.

—Toma —dijo, y le paso su segunda pistola.

—No quiero quedarme con tu arma.

—Tengo otra, Nick, y no me iré si no la coges. —Le cogió la mano y lo obligó a empuñarla. Él la mantuvo así.

Miranda metió su mapa en un sobre de plástico para impedir que la lluvia lo empapara y le indicó a Booker la ruta que seguiría.

—Voy hacia el este siguiendo la quebrada. Aquí dobla hacia el sur. Son muchos kilómetros, hasta llegar cerca de Big Sky, pero yo conozco un atajo en el recodo que nos llevará hasta… —señaló—… aquí. —Miró de Lance a Nick—. Seguiré el curso del lecho rocoso todo lo posible, pero para ocultar nuestro paso quizá tengamos que subir por alguna ladera. Llevo la radio, pero la fijaré en sesenta y cuatro. ¿Vale? ¿Eso significa silencio? Nada de hablar. Lo mejor que podéis hacer es seguir con vida.

Miranda miró a su alrededor y señaló a unos quince metros monte arriba.

—Lance, ¿ves esas rocas de más arriba? Él siguió la dirección de su dedo.

—Sí.

—¿Puedes llevar a Nick hasta allá arriba?

—Creo que sí.

—Tienes que hacerlo. Aquí los dos sois un blanco perfecto. Subid hasta allá y esconderos. Llama a Charlie y le cuentas el plan. Si veis a Larsen, llamad a mi frecuencia y decidme cuánto tiempo tengo. —Se ajustó la radio—. Si os ve… disparad a matar.

No era el mejor plan, pero se les acababa el tiempo.

—¿Estás bien? —le preguntó a Nick, apretándole la mano.

—Bien.

Miranda miró su reloj, y se secó la llovizna de la cara. Las 16:35. Hacía solo quince minutos que había divisado la cabaña. Parecía una eternidad.

Tenían casi cinco kilómetros que recorrer antes de que se pusiera el sol. No llegarían antes de esa hora, aunque corrieran todo el camino.

—Ashley, tenemos que irnos.

—No puedo. Déjame quedarme con ellos.

—Él te buscará. —Además, apenas había sitio suficiente en esas rocas para esconder a dos hombres.

Miranda pudo enfrentarse a su miedo en la barraca y vencer. Si ella podía con su claustrofobia, era evidente que podía liberar a Ashley. Pero solo si la chica colaboraba.

—Vamos —dijo.

—No puedo —dijo Ashley, sin parar de llorar, con las lágrimas bañándole las mejillas.

—Sí que puedes. No dejes que él gane.

—Eres más fuerte de lo que crees, Ashley —dijo Nick.

Algo en su tono de voz hizo que Miranda se volviera. Nick tenía los ojos cerrados, pero ella vio por su expresión que estaba preocupado. Y más que preocupado. Era como un mudo entendimiento. Él sabía. Había estado ahí tendido, había sido testigo de la violación de Ashley. Miranda aborrecía que hubiera tenido que pasar por eso.

Sin embargo, por primera vez en su vida, no se detuvo a pensar en ese pasado tan lejano. Había escapado del Carnicero entonces, y ahora volvería a burlarlo.

—Tenemos que irnos —repitió—. Lance, no te olvides de llamar a Charlie en cuanto os hayáis escondido en la ladera.

—Descuida.

Ashley gemía y se sacudía con cada sollozo. Pero parecía resignada a irse con Miranda cuando se incorporó penosamente, con los brazos todavía cruzados sobre el pecho.

Miranda se giró por última vez para mirar a Nick y ponerse la mochila.

—Espero encontrarte vivo cuando llegue al final de esta quebrada.