Antes de abandonar el hospital, Miranda tenía que ver a JoBeth Anderson. No tuvo problemas para convencer al guardia. A veces, tenía sus ventajas ser la ex novia de Nick.

JoBeth era una superviviente. No era Rebecca ni era ninguna de las otras chicas. Estaba viva. Más que nada, Miranda quería que supiera que era una chica fuerte, que tenía que luchar. Luchar para dar con el miserable que había secuestrado a su amiga.

Puede que oculta en su mente hubiera alguna clave para averiguar la identidad del Carnicero. Una clave que ahora estaría enterrada en su inconsciente.

JoBeth yacía reclinada en una cama de hospital, tapada casi hasta el cuello con una sábana blanca. Los monitores emitían unos suaves pitidos siguiendo el ritmo de su corazón. Otros aparatos controlaban su respiración. Su actividad cerebral. Su vida.

Estaba viva y respiraba por sus propios medios. Tenía un gota a gota en el brazo para hidratarla. El recuerdo de la semana que ella misma había pasado en ese hospital permanecía muy vivo en Miranda. Entonces, llegó a ansiar la hora de abandonarlo, y tampoco en ese momento quería estar ahí.

—Despiértate —murmuró. Si existía alguna posibilidad real de salvar a Ashley, JoBeth tenía que recuperar la conciencia lo antes posible.

Tenía gran parte de la cabeza vendada con una tira gruesa y blanca, que contrastaba con su pelo rojo y lacio. Su piel blanquecina parecía casi traslúcida, y Miranda se preguntó si el tono de su cutis se debía al ataque sufrido o si era su color natural.

—JoBeth —dijo Miranda, con la voz enronquecida por las lágrimas que quería derramar. Estaba sentada en una silla junto a la chica. Tragó saliva. No quería que JoBeth percibiera, más allá de su estado inconsciente, que ella misma estaba asustada y preocupada. Quería que la chica se contagiara de su fuerza.

—Jo —dijo, con voz más firme—. Me llamo Miranda Moore. Creo que no nos conocemos.

¿Qué decir? No había estado nunca con una víctima viva. Aunque eso, claro está, no era del todo verdad. Había conversado con víctimas de violaciones, o ayudado a excursionistas perdidos a recuperar la calma. También trataba con padres histéricos y niños desconcertados.

Pero nunca lo había hecho con una víctima del Carnicero. Excepto cuando se miraba en el espejo.

Ella podía conseguirlo. Tenía que conseguirlo. Si JoBeth guardaba en su memoria un recuerdo cualquiera, algo que pudiera conducirlos hasta el hombre que le había hecho daño, Miranda tenía que encontrar una manera de llegar a ella. Para salvar a Ashley.

—Tú has sobrevivido, JoBeth. He oído que las personas que están en coma pueden escuchar a quienes los rodean. Concéntrate en mí, JoBeth. Concéntrate. Si quieres salvar la vida de Ashley, concéntrate en lo que te digo.

¿Era el enfoque correcto? ¿Quizá no debería ni siquiera contarle que Ashley estaba en peligro? Y ¿si eso empeoraba las cosas? ¿Qué pasaría si la matara la culpa?

Yo sobreviví. Sharon murió.

Miranda cerró los ojos con fuerza y respiró hondo.

—No sé por qué no se te habrá llevado a ti también —dijo Miranda, sin quitarle los ojos de encima a la chica inconsciente—. Pero tú has tenido la suerte. Tú has sobrevivido. Has llegado hasta aquí y volverás a estar entre nosotros. Tienes que hacerlo. Por Ashley. Porque en alguna parte de tu mente adormecida se encuentra la clave de la identidad del hombre que la ha secuestrado.

Miranda no se perdonaba por no recordar más cosas de sus días en cautiverio. Por no haber sido capaz de identificar a su agresor. Al hombre que mató a Sharon. Pero recordaba su voz de las pocas veces en que le había hablado.

Puta.

¿Qué te parece esto?

Quédate.

Corre. Tienes dos minutos.

Ella repitió esas palabras para los investigadores. Para el experto en perfiles del FBI. Para el psiquiatra que tuvo que visitar por obligación. Aquellas palabras crueles, dichas con voz apagada, incluso neutra, no significaban nada para ella. El experto en perfiles, claro está, había dado que hablar con la versión de que el agresor había sido víctima de los abusos sexuales de una mujer de pequeño, y que ahora «castigaba» a su verdugo, pero ¿de qué servía eso a la investigación? Miranda no lo sabía. Desde luego, si tuvieran un sospechoso, sería de alguna utilidad. Pero la policía no tenía pistas. El FBI tampoco.

Ella no les había servido de nada.

Pero quizá JoBeth sí podría servirles.

Miranda respiró trabajosamente.

—JoBeth, yo soy la que escapó —murmuró—. El Carnicero de Bozeman. Yo escapé. Pero mi mejor amiga murió. Se llamaba Sharon y yo la quería. Como a una hermana. Lo compartía todo con ella. Jamás pensé… bueno, jamás pensé que nos podía suceder algo malo. Pero el Carnicero nos secuestró.

¿Por qué el Carnicero no se había llevado a JoBeth? Miranda no lo sabía y Quinn y Nick solo podían especular. Quizá no tuvo tiempo para meterla en su coche. Quizá le vio la cara y tal vez lo conociera. Una especulación que solo podía confirmar JoBeth Anderson.

—Jo, tienes que salir de esa nebulosa en que estás metida. Sé que te duele. Y sé que te dolerá. Pero si no te despiertas pronto, el Carnicero matará a Ashley —dijo, y tragó saliva—. Nada de esto es culpa tuya. Tienes que saberlo. Pero también tienes que despertarte y ayudarnos. Ayudar a la policía a encontrar al hombre que se llevó a Ashley. Antes de que le haga daño. Antes de que la cace.

Nada. Ningún movimiento, nada que le indicara a Miranda que JoBeth hubiera escuchado una sola de sus palabras. Miranda le apretó la mano y apoyó la frente sobre la cama, respirando profundamente.

Tenía una misión que cumplir. Tenía que encontrar a una mujer. Antes de que fuera demasiado tarde.

Al cabo de un momento, se incorporó, sintiéndose más fuerte y decidida. Le tocó el hombro a JoBeth y dijo:

—Espero que te pongas bien, Jo. Prométeme que te pondrás bien. Volveré para hablar contigo. Quizá vuelva esta noche y, si no, vendré sin falta mañana por la mañana, ¿vale?

No esperaba una respuesta. Y no la tuvo.

Quinn no pudo aparcar frente a la oficina del sheriff debido a que media docena de vehículos de distintos medios de comunicación ocupaban todo el espacio disponible. Frunció el ceño, aparcó a la vuelta de la esquina y caminó hasta el edificio, justo a tiempo para oír a Nick que hablaba desde lo alto de la escalera.

—No tengo tiempo para más preguntas. Tengo que ocuparme de la investigación.

Nick se volvió para entrar en el edificio mientras los reporteros lanzaban todo tipo de preguntas.

Quinn se metió por un callejón para evitar a los reporteros y le mostró su placa al agente que hacía guardia en la entrada de atrás. Se fue directo al despacho de Nick.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, sirviéndose una taza de café de la cafetera en el aparador.

—Joder, no tengo ni idea, pero hay uno de la CNN que está llamando al responsable de relaciones públicas para pedir una entrevista, y el tipo ese del programa de Los más buscados quiere venir este fin de semana a filmar unas secuencias sobre el Carnicero.

—No nos podría perjudicar. Esos programas los ve mucha gente. —Aunque dentro de una semana o diez días, Ashley ya estará muerta.

—¿Has visto el periódico de esta mañana? —preguntó Nick, mirándolo fijo.

—No.

Nick le lanzó la sección principal. Los titulares en la portada llamaban la atención: El Carnicero vuelve a golpear.

—¿Cómo ha conseguido meter esa noticia?

—Habrá parado las rotativas. Yo qué sé. La mayor parte del reportaje se podría haber escrito antes del secuestro de Ashley van Auden. Solo en el primero y el último párrafo se refieren a ella. —Nick hizo una pausa y tamborileó con los dedos sobre la mesa—. ¿Tú has hablado con Banks?

Quinn leyó el artículo por encima.

—No, la verdad es que no. Me lo encontré ayer en la Universidad de Montana State, donde andaba metiendo las narices.

—¿Qué le dijiste?

—Nada importante. ¿Por qué? —preguntó Quinn, alzando la mirada.

—Sigue leyendo.

Quinn siguió leyendo. Un resumen del secuestro y muerte de Rebecca… Ryan Parker que encontraba el cuerpo… un refrito tras otro de noticias ya publicadas… Banks hablaba también de la llegada de una especialista del laboratorio de criminología del FBI y añadía la información de que el rectorado le había entregado a Quinn 189 carpetas con antecedentes de estudiantes de la universidad. Señalaba el artículo: Los expedientes de los sospechosos de la desaparición de Penny Thompson habían sido devueltos a la universidad, lo que constituye un ejemplo evidente de la incompetencia y desorganización que caracterizan la investigación.

Banks también se ensañaba con la oficina del sheriff y con Nick en particular: Una fuente anónima cercana a la investigación ha declarado: «La oficina del sheriff lo ha manejado todo mal desde el principio. Ya es hora de que alguien competente tome cartas en el asunto. Vivimos en un estado de miedo permanente y esto tiene que acabar».

El artículo insinuaba que Quinn había dicho que Nick era un incompetente sin citarlo abiertamente.

¡Qué coñazo!

—Yo no le conté nada acerca de Olivia ni de los expedientes —dijo Quinn, lanzándole el periódico de vuelta a Nick—. Solo intenta sacarte de tus casillas. Es una cita anónima, Nick. No te lo tomes personalmente.

Por la expresión de su cara, Quinn supo que su amigo se había tomado muy mal la crítica.

—Estamos haciendo todo lo que podemos —dijo Quinn—. Tenemos a los mejores de los mejores examinando las pruebas. Estamos buscando en todas las cabañas y barracas conocidas. Estamos desmontando el coche de Ashley y el de Rebecca también. Y he reducido la lista de hombres que habrían conocido a Penny a unas cuantas docenas. Es bastante más abordable que los cientos de nombres que teníamos hace doce años, y los casi doscientos de ayer. Sigamos con ello.

—Tengo unas cuantas cosas que hacer —dijo Nick, incorporándose.

—¿Qué?

—Nada importante. Solo unas cuantas ideas.

—Aquí estoy yo si quieres que nos pongamos con una tormenta de ideas. Barajemos las ideas que tengamos. —Nick tenía aspecto de derrotado, algo que Quinn nunca habría esperado de su amigo.

—En serio, no es nada. Pero si sale algo de ello, te llamaré. Sigue con los amigos de Penny. Es probable que yo solo esté persiguiendo sombras.

Salió antes de que Quinn pudiera hacerle más preguntas.

Quinn frunció el ceño. Nick estaba preocupado por algo, aunque quizá solo fuera ese artículo. Aun así, quizá debería acompañarlo y ayudarle con lo que tuviera entre manos.

Miró el enorme montón de carpetas que había traído de la universidad el día anterior. Habían eliminado las de aquellos que ya no calzaban con el perfil. Quedaban cincuenta y dos posibles sospechosos. Tenía que reducir aún más la lista.

Cogió el teléfono y empezó a hacer llamadas.

• • •

Se sentía relajada, como si no estuviera dentro de su propio cuerpo, como si solo estuviera mirando cómo evolucionaba la escena, como en una película, sobre el suelo mugriento. Había visto la escena muchas veces y nunca dejaba de excitarla y repelerle a la vez.

Él jadeaba encima de la chica, follándola como si fuera una muñeca. La chica estaba ahí solo porque estaba atada a una estaca en el suelo. Él nunca había sido capaz de despertar el interés de una chica. Era como si, después de una única cita, la posible novia hubiera percibido que él albergaba oscuras fantasías en las que ella no quería tomar parte. Nunca tuvo más citas después de esa chica en Portland. Cuando ella le dijo que no, perdió los estribos. Entró en su casa y la violó. La muy tonta.

Solo ella entendía sus necesidades. Un apetito insaciable de poder hervía bajo su piel, quemándola desde adentro hacia fuera, buscando alivio. Verlo a él satisfacer sus ansias le procuraba cierto grado de alivio. Pero él era muy tonto. Cuando violaba a esas chicas, ellas seguían teniendo poder. Porque él las deseaba, las necesitaba, y ellas lo controlaban.

La chica había llorado hasta el cansancio.

Era algo que, con el tiempo, acababa. Tardaba una hora. Un día. A veces más. Pero, finalmente, la chica se resignaba a su suerte y se quedaba quieta, sin resistirse ni gritar. Solo unas lágrimas silenciosas que le corrían por las mejillas.

Le dieron ganas de reír ante todo ese absurdo. Él se portaba como una perra en celo, necesitaba que las mujeres saciaran su voraz apetito. Sin embargo, le costaba cada vez más sentir la misma satisfacción; ella lo constataba en sus abusos, cada vez más crueles. A la última chica, antes de Rebecca Douglas, la había golpeado hasta la muerte, sin siquiera darle la oportunidad de huir.

Él le daba de bofetadas a la chica, intentando que ella respondiera. El ruido de la piel contra la piel, agitándose, solía excitarla, pero ese día no estaba teniendo el efecto habitual.

Por primera vez en su vida adulta, sintió el miedo como un estremecimiento que le recorría la espalda. Salió de la barraca y respiró el aire frío y fresco de la mañana.

No temía tanto por ella como por él. Él era responsabilidad suya, y su decisión precipitada de secuestrar a otra chica al cabo de tan poco tiempo de raptar a la anterior era una insensatez. Ella intentó disuadirlo, manipularlo para que abandonara la idea, pero él se mostró inflexible. Estaba decidido a coger a la chica con o sin ella.

No podía permitir que lo hiciera solo. Él la necesitaba. Para vigilar. Para borrar sus huellas. Para protegerlo.

Las otras razones por las que decidió quedarse con él esta vez eran un poco más difíciles de discernir, incluso para ella. Sentía la compulsión de mirar, aunque no soportara la idea de verlo a él copulando con otra mujer sin participar. Si él creía obtener la máxima y más completa satisfacción cuando ella no estaba, empezaría a buscar a otras mujeres solo. Cada vez que secuestraba a una, el riesgo de que los descubrieran aumentaba. Si él se empeñaba en salir a buscarlas solo, darían con él. Era solo cuestión de tiempo.

Así que lo protegía. Y no era que esas mujeres tuvieran algo que ella no tenía. Claro que no. Lo único que ella hacía era cuidar de él, como siempre había hecho.

Él podía tener a esas mujeres, pero solo si ella participaba en el asunto.

Él se paseaba por la vida atado a una correa invisible, y todas las mujeres en su vida habían tenido esa correa en la mano. Ella. Las chicas que violaba y mataba. Y, sobre todo, la que había escapado.

Ella no lo dejó matar a Miranda Moore porque si Miranda vivía, ella lo mantenía bajo su poder. Imbécil. Era un imbécil. Pero la necesitaba.

Ahora era como si las cosas se le escaparan de las manos. Tendrían que dejar ese lugar y buscar otros parajes en donde cazar. Para protegerlo.

En cuanto acabaran con Ashley van Auden.