CAPÍTULO XXI

 

Paseábamos cogidos de la mano por una de las calles más céntricas de la pequeña ciudad que me había visto crecer. Al día siguiente se oficiaría el funeral de Tania en el cementerio local y había acudido para despedirme de ella. Aún me costaba hacerme a la idea de que ya no estaba aquí y el hecho de volver a nuestra ciudad y no encontrarla, me hizo revivir de nuevo el dolor de su ausencia, punzante y agónico. Agradecía que Tristan estuviera conmigo, él era mi único consuelo en estos momentos.

El ambiente en Nueva York seguía bastante revuelto. Después de nuestro ataque contra Excelsior, se había desencadenado un motín en el seno de la Comunidad que mi padre y sus hombres habían logrado contener de momento, ofreciendo a cambio iniciar las negociaciones con los clanes. Tristan estaba en el ojo de la tormenta por desencadenar el conflicto y se había visto obligado a intervenir en las negociaciones que lo habían sucedido. No le había sido fácil abandonar en esos momentos la ciudad, pero mantuvo su promesa de acompañarme y aunque no pudiera asistir al oficio, que tendría lugar a plena luz del día, tenerle cerca hacía todo mucho más soportable.

Aunque sólo hacía unas semanas que me había mudado a Nueva York, tenía la sensación de que habían pasado siglos desde que me había marchado de mi ciudad. Todo allí seguía igual: la gente, los edificios, los locales comerciales,… era yo la que había evolucionado desde entonces, abriendo mis miras, y ya no encajaba en ese lugar, aunque si era sincera conmigo misma, nunca lo había hecho.

Habíamos llegado con el crepúsculo para alojarnos en el hotel más decente de la ciudad, el Dragonfly, pequeño, pero céntrico y elegante. No me sentía con ánimos para abandonar la habitación, pero tras instalarnos, Tristan insistió en salir a dar una vuelta y no me atreví a confesarle que no me apetecía, de modo que cambié mis vaqueros por un conjunto un poco más sofisticado y salimos.

Pronto nos sorprendió la lluvia y tuvimos que refugiarnos en un pub. Elegí a propósito uno que no solía frecuentar, no deseaba encontrarme con rostros conocidos. El lugar estaba concurrido, lo que era normal tratándose de un sábado por la noche y lo agradecí, resultaba más fácil pasar desapercibida entre tanta gente. No había sido nunca una persona popular en mi ciudad, pero quería evitar los típicos saludos a conocidos, ¡la cordialidad no era uno de mis fuertes! Allí todo me recordaba a Tania y a mi familia y me sentía como si tuviera un nudo en la garganta, ¡me podían las emociones!

Tristan se abrió paso hasta una de las mesas vacías del fondo del local y me ayudó con su habitual caballerosidad a quitarme la cazadora de piel. Me gustó cómo sus ojos recorrieron mi cuerpo mientras me indicaba que tomara asiento, retirando una de las sillas altas para mí. No me acostumbraba a que un tipo tan increíble como él me mirara como si yo fuera el primer premio, ¿llegaría a creerme alguna vez que él me pertenecía sólo a mí?

–Estás preciosa esta noche, Giulia. Ese vestido te sienta realmente bien –dijo, acariciándome con sus hermosos ojos grises.

Lo había elegido él, ¿cómo no iba a gustarle? En una urgencia, Tristan me había llevado de compras la víspera. El problema era que no tenía nada adecuado que ponerme para asistir al funeral y no disponía de mucho tiempo para remediarlo, puesto que con la agitación de los acontecimientos recordé el evento a última hora. Él, con su habitual eficiencia, me había llevado de inmediato a una de tienda de firma de la Quinta Avenida. En condiciones normales no habría elegido un lugar tan sofisticado y caro para hacer mis compras, pero estaba extenuada tras la tensión de la víspera, de modo que no se me pasó por la cabeza protestar. Las amables dependientas nos atosigaron desde que entramos en la tienda hasta que salimos. Trataban a Tristan como a un cliente habitual y una de ellas, tras echarme un vistazo, sacó varios posibles conjuntos para mí. Yo sólo quería comprar un vestido sencillo en color negro, pero ella me hizo probarme varios modelos, animándome a desfilar con ellos delante de Tristan para que interviniera en la elección. Comprendí que la chica era muy hábil, pues Tristan elogió todos y cada uno de ellos. En un momento dado tuve que poner fin a la sesión de compras pues temía que mi personal shoppper nos vendiera toda la tienda, aunque en parte se salió con la suya y salimos cargados con bolsas de ropa demasiado sofisticada que no sabía si llegaría a ponerme en alguna ocasión.

Esa noche había elegido a propósito el modelo que más admiró él, un vestido de cuero color granate sin mangas y adornado con un sencillo cinturón elástico de color negro que afinaba mi cintura.

–Gracias, tú también estás impresionante, aunque en tu caso da igual lo que te pongas –admití, sintiendo una oleada de calor invadir mi cuerpo al contemplar su perfecta anatomía.

Me percaté de que se había puesto una corbata del mismo tono que mi vestido y el detalle me hizo sonreír, comenzábamos a actuar como una pareja, atípica, pero pareja al fin y al cabo. Él se quitó también su chaqueta de cuero y la dejó sobre el respaldo de su taburete. Llevaba una camisa de color negro, bastante entallada, que  marcaba su fuerte espalda y su esculpido torso. Entonces se me pasó por la mente una imagen de Tristan sin ropa e instantáneamente me ruboricé. No habíamos estado juntos de ese modo desde la víspera de la reunión en el laboratorio y mi subconsciente se rebelaba, ofreciéndome claramente una imagen de lo que me moría por hacer. Decidí abandonar ese pensamiento antes de que él se percatara. Estaba convencida de que en algunas ocasiones era capaz de leer mis pensamientos, especialmente cuando iban en esa dirección.

Él me dedicó una sonrisa torcida y comprendí que me había pillado. Entonces se inclinó hacia mí, rozando mis labios con los suyos y, como de costumbre, consiguiendo que mi corazón se desbocara.

–Si me sigues mirando así, te llevaré ahora mismo de vuelta al hotel –dijo entonces, en ese tono seductor que siempre conseguía derretirme.

Sonreí, ruborizándome, y tuve que contenerme para no tomarle la palabra y no ser yo quien le arrastrara a él hasta allí.

–¿Qué quieres tomar? –me preguntó entonces.

–Lo que pidas estará bien, mientras no tardes en volver –le pedí.

–No lo haré –me prometió.

Se alejó hacia la barra y le seguí con la mirada. Un grupo de mujeres que ocupaba la mesa más próxima a la nuestra, empezó a cuchichear en cuanto Tristan pasó a su lado y no me sorprendió, ¡él era todo un estímulo para los sentidos!

Jugueteé con mi móvil los escasos minutos que estuve a solas, pero, tal y como me había prometido, no tardó en retornar, transportando con habilidad en sus manos dos cocteles y un bol de golosinas.

–¿Vas a beberte un coctel? –le pregunté, extrañada.

–No, tú vas a tomarte los dos –dijo él, acercando su silla a la mía y apoyando su mano sobre mi pantorrilla, haciéndome estremecer.

–No suelo beber alcohol, no estarás intentando emborracharme, ¿verdad? –le pregunté, arqueando una ceja.

–Mira, cielo, sé lo duro que es para ti volver aquí, especialmente tratándose del funeral de tu amiga, pero me duele verte tan desolada…–me dijo–. Quizás hoy te venga bien una copa –.

–Creo que tú eres más efectivo en estos casos que una copa –admití, buscando su mano y entrelazando mis dedos con los suyos sobre mi regazo.

–¿Seguro? De ser así dime cómo ayudarte, no tengo mucha experiencia en estos temas –me confesó con preocupación.

–Tristan, no has de hacer nada en especial, si he sobrevivido a esta pesadilla ha sido sólo gracias a ti. Cuando abandoné este lugar, es cierto que dejaba atrás una parte de mi vida, pero ya nada ni nadie me ataba aquí. Nueva York y Columbia lo eran todo para mí en ese momento, pero entonces no sabía que esa experiencia sólo merecía la pena si Tania me acompañaba. Era mi sueño, pero lo compartía con ella y cuando la perdí, fue como si mi mundo se viniera abajo, ya todo carecía de sentido para mí. Cuando me sentí caer, tú me sostuviste. Pronto comprendí que sólo tú podrías devolverme la esperanza de vivir. Tras todo lo malo que me había ocurrido hasta entonces, por una vez anhelaba tener un golpe de suerte y que tú fueras el premio. Cada vez que estábamos juntos experimentaba atisbos de felicidad, pero tú no dejabas de insistir en que tenía que apartarme de ti y me sentía desconcertada. Mi instinto me decía que éramos el uno para el otro, pero tú me rechazabas una y otra vez y pronto llegué a la conclusión de que no me considerabas suficientemente buena para ti, de modo que mi mundo volvió a tornarse oscuro y solitario. Cuando nuestros caminos finalmente se entrelazaron, a pesar de la gravedad de las circunstancias, supe que teniéndote a mi lado podría superarlo todo, por difícil que fuera el reto. Por eso, Tristan, no quiero que pienses que no soy feliz. Te aseguro que lo soy y mucho, especialmente porque estás a mi lado en estos momentos tan duros, compartiendo mi dolor y haciéndolo más llevadero –le confesé.

–Estaré a tu lado siempre, Giulia, no lo dudes –me aseguró él–. Has sufrido mucho en tu corta vida y ya es hora de que comiences a ser feliz. Te prometo que a partir de ahora me dedicaré a ti en cuerpo y alma con ese fin –.

–Pero, ¿y nuestra misión? –le pregunté, casi sin aliento.

Llevaba desde la víspera intentando sacar ese tema, pero no había reunido el valor suficiente para hacerlo. Tristan había estado reunido con mi padre y su gente durante horas, mientras yo descansaba para recuperarme de mis heridas, pero después no me había puesto al día de lo que habían tratado. Le había hecho preguntas, pero él había estado esquivo, evitando hablar del tema. Sólo me había confesado que existía cierta inestabilidad en la Comunidad y que había que esperar a que los clanes alcanzaran un acuerdo. Había intentado obtener más información de mi padre cuando vino a visitarme esa misma mañana, pero fue tan poco transparente como mi novio. Volvió a insistir en que quería tener a Tristan como aliado y que convenía que se aviniera a razones, lo que me indujo a pensar que sus posturas aún no estaban en sintonía.

–Giulia, aún no he decidido qué hacer al respecto –me confesó entonces él y realmente su expresión denotaba incertidumbre–. Steel me ha hecho replantearme ciertos temas, pero por supuesto también estás tú y sabes lo importante que tu opinión es para mí –.

Sus palabras aceleraron mi corazón, que palpitaba frenético contra mi pecho. Me preguntaba qué tendría en mente y qué consecuencias tendría para nosotros. Me dedicó una mirada intensa, como incitándome a hablar, pero no quería intervenir por el momento, me había prometido no influenciarlo en esta ocasión, quería que tomara sus propias decisiones sin estar condicionado por mí.

–Creo que tenías razón –dijo al fin, exhalando.

–Siempre la tengo –bromeé, intentando hacer que el asunto pareciera más liviano.

Resultó, él no pudo evitar sonreírme.

–Giulia, cuando intentaste convencerme de que era muy probable que existirían más vampiros con un lado humano pronunciado y yo te aseguré que no era así, me equivoqué. Me negaba a creer que nuestra especie tuviera moral, puesto que mi investigación mostraba que el virus por lo general eliminaba toda traza de humanidad en un vampiro. Sin embargo ahora veo las cosas de un modo diferente. Cuando investigué las pautas de comportamiento de mis congéneres, llegué a una conclusión errónea, pensé que la transformación te convertía en un depredador de humanos y que sólo en una ínfima proporción de la población infectada esto no ocurría. Deduje que estas excepciones sólo se producían en aquellos individuos que por su resistencia física o psíquica habían conseguido en cierta medida vencer en eso al virus y mantener parte de su humanidad. Estaba equivocado, la transformación no implica una deshumanización, ha sido la Comunidad la que con su inadecuado liderazgo ha fomentado los asesinatos y la corrupción. Por el contrario, la causa que lidera tu padre es justa y si su movimiento es respaldado por los clanes más influyentes, es posible que consigamos hacer compatible el vampirismo con la sociedad humana. Sus teorías me han devuelto la fe en nuestra especie y ahora, tras conocer de primera mano a tipos que piensan como tu padre, sería incapaz de seguir adelante con mi misión –me confesó–. No es que haya olvidado que somos una raza proclive a matar humanos por naturaleza y por supuesto tampoco voy a obviar que hay muchos de nosotros que no se reconducirán por las buenas y que tendrán que ser castigados, pero he comprendido que no tengo ningún derecho a emprender una cruzada para exterminar a nuestra especie –.

Tomé una de las copas y bebí un buen trago del cocktail, pues ahora lo necesitaba. Sabía bien, salvo por la quemazón que produjo en mi garganta cuando lo tragué. Medité durante unos instantes lo que Tristan acababa de plantearme, ¿era posible que hubiera cambiado de idea de la noche a la mañana?

–Pero estás admitiendo que los humanos seguirán en peligro –dije, contrariada.

–Nadie ha dicho que la batalla esté ganada. Se presenta ante nosotros un arduo trabajo de concienciación y de reconducción del vampirismo. Steel acabará siendo nombrado el nuevo líder, no me cabe la menor duda, es un tipo carismático y sabrá ganarse a los clanes. En su mandato se establecerán las normas fundamentales de respeto obligado para cualquier vampiro, entre las que evidentemente estará el no transformar ni asesinar a humanos. Aquellos que se salten las reglas serán castigados –me explicó–. Le he hablado a tu padre de mis innovaciones y se ha propuesto ayudarme a distribuir la vacuna contra el vampirismo entre la población humana. Siempre habrá algún violador de las reglas y queremos asegurarnos de que de ser así, no se producirán más contagios. En cuanto al suero exterminador, de momento no cree oportuno que salga a la luz, de modo que lo mantendremos en secreto, sólo para usarlo en caso de estricta necesidad –.

–Estás hablando en primera persona del plural, Tristan, ¿significa eso que has llegado a un acuerdo con mi padre? –le pregunté, intrigada.

–Podría decirse que me ha hecho una oferta y que estoy pensándomelo –admitió en un tono misterioso.

–¿Puedes compartirla conmigo o es algo tan secreto que has de guardarlo también de mí? –le pregunté, irritada.

–Eres parte de mí, Giulia y como ya te he dicho tu opinión me es muy importante. No sé qué pensará Steel al respecto, pero desde luego yo quiero compartir esto contigo para que tomemos una decisión conjunta –me dijo–. Me ha pedido que me alíe con él. No sólo está interesado en mis innovaciones, sino que quiere que le asesore en las negociaciones puesto que conozco bien cómo funciona la Comunidad. He estado dándole vueltas al tema y creo que debo ofrecerle mi apoyo, al menos hasta que la situación se estabilice, ¿qué opinas al respecto? –.

–Esta opción me permite conservarte –admití–y si te soy sincera, eso es todo lo que quiero –.

–Me tendrás de todos modos, ahora no puedo ni siquiera plantearme la idea de dejarte, ¡sería insufrible! Piénsalo bien, Giulia, si me pides que me aparte de todo esto, lo haré. Ahora tú eres mi prioridad –me confesó, tomando mi rostro súbitamente entre sus manos.

–Eso no es lo que querrías, Tristan. Tú quieres ser parte de esto, tú luchas por tus ideales y ahora te han brindado la oportunidad de estar ahí e intentarlo en primera persona. No te pediría que te apartaras de todo por mí –admití.

–Pero tú no deseas algo así. Te viste involucrada en este asunto sin quererlo y no quiero que renuncies a tus sueños, ahora no tendría sentido –dijo.

–Tú eres mi sueño –le confesé–. Estaré donde tú estés y te hablo con sinceridad cuando te digo que creo que debes aceptar la oferta –.

–¿Estás segura? –me preguntó.

Asentí.

–Te prometo que sólo será hasta que la situación se estabilice, luego me perderé contigo, lejos de aquí. Podremos construir un mundo exclusivo para nosotros donde no tendrá cabida nadie más –me aseguró, ardiente.

–Haces que suene bien –admití, perdida en sus ojos.

–Y ahora creo que deberíamos volver al hotel, ¡me muero por besarte!, pero si lo hago aquí será difícil contenerme y supongo que te enfadarías conmigo si les demuestro a todas estas personas lo increíblemente enamorado que estoy de ti –me susurró, acercando sus labios peligrosamente a los míos.

Estaba completamente de acuerdo con él. Tomé el resto de mi copa de un trago y me levanté, tirando de él hacia la salida del local.

 

 

 

Apenas entramos al ascensor, Tristan se abalanzó sobre mí, arrinconándome contra la pared para besarme apasionadamente. Sus labios acariciaban persistentes los míos, mientras que sus manos recorrían mi pecho, rumbo a mi cintura, para luego afianzarse en mi trasero y apretarme contra él. Su tacto a través del fino tejido de cuero de mi vestido era exquisito, cálido y sumamente evocador, como si acariciara en directo mi piel.

El trayecto hasta el segundo piso fue más corto de lo esperado y al abrirse la puerta, nos sorprendió un carraspeo nervioso que interrumpió abruptamente nuestro apasionado beso. Un joven botones nos miraba con los ojos abiertos como platos. Tristan tiró de mí en dirección al hall, deseándole buenas noches a su paso, pero yo no pude articular palabra, no sólo por lo avergonzada que estaba por la situación, sino porque había reconocido al chico, Mathew Prescott.

–¿Le conocías? –me preguntó Tristan, como de costumbre muy observador.

–Es un antiguo compañero del instituto –dije, aún avergonzada, mientras extraía de mi bolso la tarjeta que abría la habitación.

Tristan empujó la puerta y la sostuvo para mí, sin apartar sus ojos de mi rostro.

–No me extraña que te haya echado esa mirada, esta noche estás sencillamente preciosa –dijo, tomándome de pronto por la cintura y levantándome en vilo para volver a besarme.

Se me escapó un grito de sorpresa, pero se ahogó en mis labios cuando atrapó de nuevo mi boca en la suya. Cerró la puerta de nuestra habitación de un puntapié y avanzó conmigo en brazos hacia el interior. Me dejó en el suelo, a los pies de la cama, y me quitó la cazadora, lanzándola sobre el sofá para luego hacer lo mismo con la suya.

Nunca le había deseado tanto como en ese momento. Por un lado, porque le necesitaba para apaciguar el dolor que oprimía mi pecho y sabía que si alguien podía aliviarlo, sería él y por otro, porque acababa de asegurarme que se quedaría conmigo, que abandonaba su misión definitivamente y consecuentemente la determinación de quitarse de en medio y eso me hacía muy feliz.

Él volvió a abrazarme, explorando mi espalda, mis caderas y mis muslos con sus manos.

–¡Me gusta demasiado este vestido! –murmuró junto a mi sien, haciéndome cosquillas en la oreja–. Pero seguro que me gustará más quitártelo –añadió, deslizando sus manos hacia mi espalda en busca de la cremallera.

–Espera, deja que yo te desnude primero –le pedí.

Él detuvo su avance y me miró sorprendido, pero dejó caer sus manos hacia mi cintura y me sonrió sin protestar. Llevé mis manos a su cuello y jugueteé con el nudo de la corbata, intentando hacerlo correr para extraerla por su cabeza. Lo conseguí tras un par de intentos y la dejé caer sobre la cama. A continuación comencé a desabrochar uno a uno los botones de su camisa de firma. Al retirarla por sus hombros, aspiré su olor corporal, una mezcla de desodorante, perfume y su propia esencia masculina y sentí la urgencia de recorrer su piel a besos, de modo que comencé a deslizar mis labios por su cuello mientras que mis manos recorrían su esculpido pecho y descendían por sus férreos abdominales, en dirección a su cintura. Desabroché con urgencia su pantalón y lo dejé caer al suelo y me aparté un instante para mirarle.

Su cuerpo era una provocación para mis sentidos, era demasiado perfecto y estaba totalmente dispuesto para mí. Sus ojos descansaban fundentes sobre los míos y sentí que mi vientre se estremecía, expectante. Acabó con la distancia que nos separaba en un único paso y, tomándome por la cintura, me atrajo de nuevo hacia su boca. Su mano buscó a tientas en mi espalda hasta hacerse con la cremallera del vestido y comenzó a bajarla lentamente. A continuación me agarró de los hombros y comenzó a deslizar la prenda por mis brazos, desnudándome. Sus pupilas se dilataron cuando descubrió que no llevaba sujetador, pero el vestido era tan ceñido que no lo necesitaba. Siguió bajando la prenda hasta que se encajó en mis caderas y entonces se agachó para intentar que pasara. A la vez que lo deslizaba comenzó a besar mi vientre, acariciando con su lengua el hueco de mi ombligo. Empecé a jadear, incontrolada, y enredé mis manos en su pelo, sujetando con fuerza su cabeza contra mí mientras recorría con sus labios mi piel, hasta llegar al elástico de mi braguita. Moví mis caderas para ayudarle a sacar la prenda hasta que lo consiguió y cayó al suelo, dejándome expuesta a él. Entonces tiré de su pelo para que volviera a mi altura y él lo hizo de inmediato y lo que vi en sus ojos me encendió más. En un instante me aupó por la cintura y me tomó en sus brazos, mientras me besaba. Rodeé su cuerpo con mis piernas y me aferré a su cuello. Mis elegantes zapatos de tacón de pronto cayeron al suelo y él los sorteó con habilidad mientras se desplazaba conmigo en brazos hasta la cama. Me tumbó súbitamente sobre la colcha y después se echó sobre mí, sosteniendo con sus brazos su cuerpo sobre el mío. Apenas me rozaba, pero la atracción que existía entre nosotros era como la de dos imanes.

No podía soportar por más tiempo estar tan cerca y no tocarle, de modo que me abracé a él y le atraje hacia mí. Él flexionó sus brazos y descendió lentamente hasta que nuestros cuerpos entraron en contacto. Le sentía pesado sobre mí y el calor de su piel en contacto con la mía terminó por hacerme perder el control. Me entregué a él, desesperada, buscando consuelo para el dolor que asediaba mi alma.

Hicimos el amor, primero con urgencia y después lentamente, deleitándonos el uno en el otro. Nuestros encuentros sexuales habían mejorado mucho desde que mi lado vampírico había despertado, pues podíamos permitirnos ser menos delicados el uno con el otro y eso me gustaba. A medianoche estábamos tan agotados que nos derrumbamos jadeantes sobre la cama. Había conseguido apaciguar mi dolor, pero no quería apartarme de su lado, temía que si lo hacía, la melancolía me envolvería de nuevo y decidí refugiarme en sus brazos, entrelazándome con su cuerpo. Él se durmió en primer lugar, lo que era poco habitual. Nunca había observado a Tristan mientras dormía, siempre había sucumbido yo primero al cansancio y por primera vez me deleité escuchando su respiración, profunda y pausada y admirando su bello rostro. Rodó sobre mí, apoyando su cabeza sobre mi pecho y rodeándome con sus brazos y con su pierna. No podía dormir, pero no estaba inquieta, sino feliz de tenerle a mi lado. Casi al alba me pudo el sueño y cerré los ojos con la seguridad de que si él permanecía a mi lado, podría hacer frente a todo lo que se me pusiera por delante…

 

 

 

El funeral era a las diez de la mañana, pero decidí salir una hora antes del hotel para visitar en primer lugar a los míos. Me detuve a comprar un enorme ramo de rosas blancas para depositar en las tumbas de mi familia y otro de color anaranjado para Tania, ¡siempre habían sido sus flores favoritas!

Tristan había insistido en acompañarme y esperarme en el coche, pero le convencí para que se quedara en el hotel. Sabía que se sentiría mal si me veía venirme abajo en el transcurso del funeral, cosa que seguramente ocurriría, y no podía acudir a consolarme. Su mirada cuando me fui me reveló que sufría por tener que estar allí confinado y me invadió el pesar por las limitaciones que su naturaleza le imponía y que eran tan difíciles de solventar. Aun así era preferible que me esperara allí.

Cuando alcancé la tumba de mi madre, comprobé que sobre la lápida había un ramo de rosas rojas. Me agaché y las toqué. Parecían muy frescas y deduje que serían un detalle de mi padre. Debió de traerlas en persona durante la noche, porque de haberlas encargado en la única floristería de la ciudad, la señora Potter me lo habría hecho saber cuando estuve allí para comprar mis ramos, esperando sacarme más información sobre el encargo. Aún la amaba, eso lo había leído en sus ojos cuando me había hablado de ella… y me alivió que fuera así, que ella fuera merecedora de un amor imperecedero incluso tras su muerte.

Tras pasar unos minutos en las tumbas de los Myers, me dirigí hacia el sendero que conducía a la sección en la que se oficiaría el funeral de Tania.

De pronto alguien tomó mi mano y su contacto me hizo estremecer. Me giré y, sorprendida, dejé caer el ramo de rosas de mis manos. No podía articular palabra, lo que tenía ante mis ojos era un hecho imposible, increíble y llegué a la conclusión de que había terminado por perder la cabeza. Tristan se acercó más y me rodeó con sus brazos. Hasta el momento no me había dado cuenta de que mi cuerpo temblaba ligeramente, pero lo hacía.

–Tranquila, Giulia –dijo él.

Sus ojos a la luz del sol eran cristalinos y puros, como un manantial de agua que brota de las montañas, pero involuntariamente los entrecerraba ligeramente, no acostumbrado a su resplandor. Él estaba frente a mí realmente, en esa mañana gélida y luminosa, y me miraba con devoción.

–¿Cómo es posible? –pregunté al fin, tartamudeando.

–Aún no estoy seguro al cien por cien de cómo ha sucedido. Sospechaba que podría tolerar la luz y me he decidido a comprobarlo –dijo y comprendí que para él aquello era tan increíble como para mí.

–¿Sospechabas?, ¿has salido a la luz del día sin estar seguro de que podrías sobrevivir? –pregunté, aún asustada, temiéndome que en cualquier momento Tristan se convirtiera en polvo ante mis ojos.

–Sí, así es –dijo con sinceridad–. El otro día, cuando estábamos a la deriva en el océano y el amanecer despuntó sobre nuestras cabezas, supe que algo había cambiado en mí, de lo contrario tenía que haberme quemado como cualquier vampiro expuesto a la luz del día. He estado dándole muchas vueltas a la situación y sólo he llegado a una conclusión, tiene que ser consecuencia del suero que me inyectó Excelsior –me explicó.

–Pero,… tú dijiste que era inocuo –dije.

–Sí, por supuesto que era inocuo. En el último momento decidí no llevar conmigo a la reunión el suero letal, sino el prototipo de suero de luz en el que te había prometido trabajar a partir de tus células –me confesó–. Mi instinto me dijo que podrían torcerse las cosas en la sala y consideré más sensato no poner a su alcance el suero exterminador –.

–¿Quieres decir que tuvo lo que buscaba al alcance de su mano sin saberlo? –me sorprendí.

–Bueno, en realidad yo no sabía que realmente funcionaría. Había tenido muy poco tiempo para desarrollarlo y ni siquiera lo había testado, pero no encuentro otra explicación a lo que me ocurre, Giulia. Excelsior me inyectó una cápsula y en unas horas mi cuerpo era capaz de soportar un poco la luz. Steel me devolvió el maletín y durante estos dos días he seguido inoculándome el suero. Giulia, en tu sangre estaba la respuesta –dijo, casi sin aliento.

–Pero, ¿por qué no me lo dijiste? –le pregunté, desconcertada.

–Porque tenía miedo de no atreverme a comprobar que el suero funcionaba y sabía que si te lo decía no me dejarías arriesgar lo más mínimo, por lo que decidí experimentar en secreto. Tenía el presentimiento de que iba a funcionar. Cuando te fuiste, decidí seguirte, exponiéndome un poco a la luz. Cuando vi que no sucedía nada, me expuse abiertamente –me confesó.

–Estás loco –dije, queriendo sonar furiosa, pero sabiendo que no podía enfadarme en un momento así, pues aquello era más que un sueño hecho realidad.

–Loco por ti –dijo con una sonrisa.

Me arrojé a sus brazos, demasiado emocionada para seguir hablando. Él me apretó con fuerza contra sí, inspirando mi olor.

–Hueles aún mejor cuando el sol te acaricia –murmuró.

Le miré de nuevo, incrédula, y él se entretuvo en secar mis lágrimas con sus dedos.

–Deberíamos movernos, vamos a llegar tarde –me apremió, tomando mi mano y agachándose a por las rosas que había dejado caer a su llegada.

Entrelacé mi mano con la suya y avanzamos juntos por el sendero. El aire era frío, pero el sol nos acariciaba. Divisé a lo lejos a un grupo de gente, entre los que reconocí a los padres de Tania ¡ése era definitivamente el lugar!

Tristan se mantuvo todo el tiempo a mi lado, apretando mi mano en señal de apoyo y ofreciéndome su pecho cuando las lágrimas pudieron conmigo. Me sentía desolada porque aún pensaba que podía haber hecho algo más para salvar a Tania. Quizás si mi lado vampírico hubiera estado latente por entonces, podría haberle parado los pies a Black, pero era imposible volver atrás en el tiempo y desgraciadamente siempre llevaría la perdida de mi mejor amiga en mi conciencia. Había hecho pagar a Black por ello, pero como me había dicho Tristan, la venganza dejaba un sabor amargo, pues nunca devolvía lo que se había perdido.

Ese día frío me despedí definitivamente de la mejor amiga que jamás había tenido, mi hermana y mi confidente, una de las personas que más había amado en el mundo y que llevaría eternamente en mi corazón. ¡Hasta siempre, querida Tania!