CAPÍTULO VIII

 

 

Me levanté de muy mal humor y decidí templarme corriendo unos cuantos kilómetros bajo la lluvia, que seguía cayendo insistente sobre la ciudad. Hacía días que no corría y fue una liberación hacerlo. Mi cuerpo me pedía quemar energía haciendo deporte con frecuencia, de lo contrario entraba en un estado de hiperactividad que acababa por desquiciarme y después de lo de anoche, tenía que descargar tensión.

No me sacaba de la cabeza a Tristan y cada vez me sentía más confusa. Fue él quien empezó todo esto, no yo. Me besó en mi apartamento sin venir a cuento y desde luego anoche no le había puesto una pistola en la cabeza para que se acostara conmigo, ¿por qué diablos se había comportado de un modo tan extraño conmigo? Quizás sufría un trastorno mental, ¡iba a volverme loca!

Cuando llegué al apartamento tenía una llamada perdida en el móvil. Era de Lewis, mi compañero en el periódico. Acababa de graduarse en Periodismo por la Universidad de la Ciudad de Nueva York y había conseguido su primer empleo como reportero en prácticas en la redacción. Era bastante simpático y desde luego era el único miembro de la plantilla que me trataba como a una colega en lugar de como a una simple becaria. Decidí devolverle la llamada inmediatamente.

–¡Giulia!, ¿qué tal estás? –me preguntó entusiasmado.

–He visto tu llamada, ¿qué querías? –le pregunté y por mi tono advertí que mi mal humor seguía ahí a pesar del ejercicio, Lewis pensaría que era una antipática.

–Esta noche voy a salir con algunos colegas y he pensado que quizás te animabas a venir con nosotros –me propuso.

–No, gracias, ando un poco agobiada con un trabajo que he de entregar esta semana –me excusé.

–¡Venga ya!, tienes tiempo de sobra para hacerlo entre hoy y mañana. Eres lista, pero no sabes divertirte y creo que yo puedo enseñarte. Conozco los mejores clubes de la ciudad y será un honor hacer de Cicerone para ti, ¿qué me dices? –insistió.

–Quizás otro fin de semana –le dije, esperando que se cansara y me dejara por imposible.

–Nena, una chica como tú tiene que disfrutar de la vida. Estás en Nueva York, eres joven y guapa y si te lo propusieras, arrasarías con todo. ¡Vamos, anímate! –insistió.

Tenía razón. Tenía que esforzarme por sociabilizar y Lewis era un buen tipo, seguro que podría intentar integrarme en su grupo. Estaría bien tener amigos para variar, especialmente ahora que me sentía tan sola…

–De acuerdo, ¿dónde nos vemos? –le pregunté.

–¡Guau!, pensé que no te convencería. Podemos vernos en la estación de First Avenue sobre las nueve, ¿te parece bien? –me preguntó.

–Te veré allí –dije y colgué la llamada.

 

 

Lewis llegó puntual y nos dirigimos juntos al local donde había quedado con sus amigos. Me había vestido de nuevo con la ropa que me dieron en el club, era lo más elegante que tenía y comenzaba a sentirme a gusto con ella, incluso con los tacones. Cuando Lewis me presentó a sus amigos, deduje por sus miradas de sorpresa que mi aspecto les resultaba llamativo y me sentí un poco incómoda. Quizás no había sido tan buena idea aceptar la invitación de Lewis, pues sus amigos en comparación parecían demasiado conservadores. Sin embargo Lewis se desvivió para que me sintiera a gusto en su grupo y decidí darle una oportunidad.

Fuimos a un club bastante de moda en la Gran Manzana y milagrosamente nos dejaron pasar, según Lewis gracias a mí, y no se lo iba a discutir, me había dado cuenta de cómo me miraba el portero de la entrada. Mientras Lewis iba a por bebidas, me paseé por el local. La música no estaba mal y aunque estaba concurrido, el ambiente no era agobiante. La pista de baile estaba empezando a llenarse y pensé que si hubiera venido con Tania, ella me habría arrastrado a bailar nada más llegar porque era algo que le encantaba hacer. Todo me recordaba inevitablemente a ella, se suponía que Nueva York iba a ser nuestra aventura y ahora sin ella nada era lo mismo.

Lewis se aproximó con mi refresco y estuvimos charlando animadamente durante un buen rato. Tal y como me había parecido en el trabajo, resultó ser un tipo enrollado.

–¡Vamos a bailar! –me dijo de pronto–. ¡Vamos, tropa, a bailar! –gritó, invitando también a sus amigos.

No me importaba bailar en grupo, de modo que les seguí hasta la pista de baile y aunque al principio sólo me mecía al son de la música, al ver los aspavientos de Lewis, que resultaba bastante cómico por su falta de coordinación, terminé por desinhibirme yo también.

De pronto me sentí observada y busqué a mi admirador entre la gente. Solía ser muy perceptiva en ciertas cosas y pronto comprobé que no me equivocaba. Le localicé al borde de la pista y cuando nuestros ojos se encontraron, un escalofrío recorrió mi columna, paralizándome. Él se abrió paso entre los bailarines y llegó hasta mí. Había cambiado su habitual traje de chaqueta por una indumentaria más informal que le hacía parecer más joven. Frente a mí estaba el hombre al que más odiaba en el mundo, Aleksander Black, que me miraba con esa lujuriosa expresión que tanto aborrecía a través de sus increíbles ojos rasgados. Intentó acercarse más a mí y yo instintivamente retrocedí, de modo que cesó en su empeño.

–¡Julia, qué grata sorpresa!–dijo, levantando la voz para hacerse oír por encima de la música.

–Señor Black –respondí, mirándole altiva.

–Puedes llamarme Aleksander –me propuso con una sonrisa–. ¿Qué tal estás? Hace tiempo que no te veo por el club –.

–Comprenderá que desde que asesinaron a mi amiga, ese club no me resulta un lugar grato para trabajar –dije, sintiendo cómo me invadía la ira.

–¡Es perfectamente comprensible!, Grace mencionó que estabais muy unidas –dijo en un tono apático.

¡Maldito cínico! La sangre comenzaba a hervir en mis venas…

–Disculpe, pero he de regresar con mis amigos –dije entonces, intentando alejarme de él.

–Espera, Julia –dijo, bloqueándome el paso–. Si no quieres volver al club, puedo ofrecerte un puesto de trabajo más acorde con tus expectativas. ¿Por qué no me dejas invitarte a una copa y hablamos sobre ello? –me propuso entonces.

–Lo siento, pero no creo que nada de lo que usted me ofrezca pueda interesarme –le dije con contundencia.

Él sonrió y negó con la cabeza como si fuera una niña traviesa a la que le estuvieran echando una reprimenda.

–Creo, Giulia, que no sabes jugar muy bien tus cartas –dijo él, mirándome implacable.

–Es posible, pero nunca he pretendido entrar en su juego –le respondí con severidad.

¡Maldito cabrón! Ahí estaba, impune después de haber puesto fin a la vida de la única familia que me quedaba en este mundo. Un instinto homicida me invadió y me asusté de mí misma porque me di cuenta de que le habría intentado matar allí mismo si no hubiera un montón de personas rodeándonos.

–Cálmate, Julia –dijo él, como si apreciara mi turbación.

–¿Cómo quieres que me calme? Sé lo que le hiciste a mi amiga y no descansaré hasta que me asegure de que te pudres en prisión –siseé sin poder contenerme.

Su sonrisa se volatilizó y me miró con una expresión glacial, incluso homicida. Sabía que me la había jugado, que le había incriminado abiertamente, pero no había podido evitarlo, la furia que me invadía era incontrolable. No sabía lo que me pasaba, jamás había sido una persona violenta, pero tenerle cerca hacía despertar mis peores instintos.

–¡Giulia!, ¿te está molestando este tipo? –gritó Lewis por encima de la música, apareciendo de pronto a mi lado.

Black atravesó con la mirada a mi amigo y maldije por lo bajo, no le convenía en absoluto meterse en esto.

–No será éste tu novio, ¿verdad? –preguntó él, mirándole con desprecio y sin duda obviando mi acusación.

–¿Y qué pasa si lo soy? –respondió Lewis, encarándosele.

–¡Tranquilo, Lewis! El señor Black ya se iba –intervine, mirando a Black con dureza.

–¡Vaya! No estoy acostumbrado a que me echen de mis propios locales –dijo Black, con una sonrisa de suficiencia.

–Bien, entonces seré yo quien se largue de aquí –dije y agarrando a Lewis por la manga de la camisa, me le llevé a rastras conmigo.

–¿Quién era ese tío? –me preguntó en cuanto nos hubimos alejado.

–Un cabrón que se cree que puede tratar a la gente como le venga en gana –dije, intentando suavizar el tema.

–Deberías andarte con cuidado, Giulia. No me ha gustado nada su actitud contigo –dijo mi amigo, tenso.

–Lo haré, descuida –admití.

Después de lo ocurrido no podía permanecer en ese lugar por más tiempo. Lewis se ofreció a acompañarme hasta una parada de taxi y desde allí volví directamente a mi apartamento. Black me había arruinado la noche y no sólo eso, ahora sabía que iba tras él. Pero lo peor de todo era que temía que ese encuentro no hubiera sido fortuito, sino que como le dijo a Grace, él no se rindiera hasta tenerme. No quería ni pensar qué haría conmigo ahora que sabía que había matado a Tania, muy probablemente no dudaría en matarme a mí también para que no hablara.

Estaba asustada y cuando entré en mi apartamento decidí cerrarme a cal y canto. Pensé en Tristan, ansiaba informarle de mi encuentro con Black, pero después de lo ocurrido la noche anterior no podía volver a llamarle como una colegiala asustada. Estaba claro que quería que me alejara de él y eso sería lo que haría, aunque ahora más que nunca temía por mi vida. Pero no estaba tan loca como para esperar pacientemente a que Black viniera a por mí, de modo que recuperé el teléfono del agente Fox y le llamé. Le puse al corriente de lo sucedido y esta vez pareció tomarme más en serio porque prometió seguir a Black de cerca y aunque no era una promesa de meterle entre rejas, me dejó más tranquila que alguien supiera que si moría asesinada, el responsable no era otro que Aleksander Black.

 

 

 

A la mañana siguiente volví a salir a correr. Apenas había conseguido dormir, la tensión por el encuentro de anoche me había mantenido en vilo. A esto se añadía que seguía sin tener noticias de Tristan y aunque no quería admitirlo, estaba hecha polvo. No dejaba de pensar en él y me odiaba a mí misma por haberme colgado hasta ese punto de un tipo así.

Pasé el resto de la mañana estudiando y salí a comer algo a una cafetería del barrio porque ya no soportaba más la soledad de mi apartamento. Estaba leyendo el New York Times edición digital en mi móvil cuando vi una noticia que me dejó helada. Un joven había recibido una brutal paliza en las cercanías del club en el que había estado anoche e inmediatamente tuve un terrible presentimiento. Busqué en mi agenda el número de teléfono de Lewis y le llamé. Cuando no contestó a la tercera llamada, tuve la certeza de que ese joven era él, pero tenía que saberlo con seguridad. No sabía en qué hospital estaría, pero se me ocurrió que lo más sencillo sería llamar al agente Fox. Debía de estar harto de mí, pero contestó a la llamada con paciencia y me aseguró que en cuanto averiguara si se trataba de mi amigo, que me informaría.

En menos de media hora me devolvió la llamada. Efectivamente Lewis era la víctima y en cuanto me dijo en qué hospital estaba ingresado, me dirigí hacia allí.

Le habían dejado en estado de coma, pero al menos no había muerto. Tenía una conmoción cerebral o algo similar y estaba grave, pero no se temía por su vida, aunque no se conocían aún las secuelas que le quedarían. Su familia estaba allí y también algunos de los amigos que había conocido la víspera. Aproveché para preguntarles acerca de lo ocurrido. Al parecer él no volvió a reunirse con ellos tras acompañarme a la parada de taxi, pero ellos no le dieron demasiada importancia a su ausencia pensando que estábamos juntos. Como me temía, todos ellos habían pensado que entre Lewis y yo había algo más que amistad…

Esto era cosa de Black, él también pensó que Lewis era mi novio y debió intentar quitárselo de en medio. Iba cerrando el círculo y supe que antes o después vendría a por mí. Abandoné el hospital y telefoneé de nuevo al agente Fox. Le confesé mis sospechas y le supliqué que detuviera a Aleksander Black antes de que acabara conmigo, pero me dijo que no podía hacerlo, puesto que varios testigos aseguraron que Black no había abandonado el club la noche anterior hasta la hora de cierre, de modo que no pudo ser él quien agredió a Lewis. ¡Maldito Black!, seguro que había enviado a alguno de sus matones a hacerlo para asegurarse una coartada.

Regresé a mi apartamento con lágrimas en los ojos. Tenía miedo, nunca había tenido tanto miedo en toda mi vida. Estaba sola en Nueva York y Black lo sabía. Cuando entré en el portal, comprobé que la luz de las escaleras estaba de nuevo averiada y maldije por lo bajo. Subí hasta mi piso a oscuras, manteniéndome alerta, y me aseguré de que no había nadie en el hall antes de entrar en el apartamento. Me apresuré a abrir la puerta y la cerré inmediatamente tras de mí, echando el cerrojo e inspeccionando detenidamente el apartamento. Me adentré en el salón y de inmediato supe que algo no estaba como debería. El balcón estaba abierto y una de las hojas del ventanal golpeaba contra la otra a causa del viento.

Me volví justo a tiempo de esquivar al tipo que se abalanzaba sobre mí. Iba vestido de negro y llevaba el rostro descubierto, pero no le había visto en toda mi vida. Se movía increíblemente rápido y vino a por mí de nuevo. Me agaché y atrapé el bate de baseball que guardé la víspera bajo el sofá temiendo que tuviera que defenderme. Le golpeé con él en la cabeza y cayó redondo al suelo. Temí haberle matado, pues le había dado de lleno en la sien, pero para mi asombro se puso en pie de un salto, ileso. Volvió a acercarse y me quitó de un zarpazo el bate de la mano, arrinconándome contra la pared. Quería gritar, pero no me salía la voz y entonces le empecé a golpear con todas mis fuerzas. Gancho, patada, gancho, gancho,… La adrenalina pareció darme fuerzas y le fui apartando de mí, pero no conseguía derribarle y estaba agotando mis fuerzas. Entonces él me dio un manotazo con tal fuerza que salí despedida, choqué contra la pared y acto seguido me derrumbé en el suelo. ¿De dónde había salido ese tipo? Tenía una fuerza sobrehumana, no podría vencerle.

Se acercó a mí y me agarró por el cuello y con una sola mano me izó, levantando mis pies del suelo y empotrándome contra la pared. Si seguía apretando así mi garganta iba a asfixiarme. Entonces de su boca surgieron unos dientes largos y afilados y me rugió como si fuera un felino. Comencé a patalear, intentando liberarme.

De pronto las puertas del balcón se abrieron de par en par y Tristan surgió de la noche y entró en el apartamento. Avanzó hacia nosotros a grandes zancadas, implacable, empuñando una espada.

Mi atacante se giró para ver de quién se trataba y Tristan no dudó. Blandió la espada, alcanzando su cuello y cercenándolo de un solo golpe. La cabeza de mi atacante se separó de su cuerpo y rodó por el suelo. Entonces su agarre sobre mí cedió y me soltó. Caí contra la pared mientras su cuerpo se desplomaba en mi salón. Me escurrí hasta el suelo, sujetando mi cuello con ambas manos y contemplando horrorizada la escena, mientras que mis pulmones trataban de recuperar el oxígeno del que les habían privado. Tristan se agachó junto al cuerpo del intruso y sin vacilar atravesó su corazón con la espada. Inmediatamente su cuerpo pareció solidificarse. Comprobé que no se había derramado ni una gota de sangre en el proceso, pero aun así sentí ganas de vomitar.

Tristan se acercó a mí y se acuclilló a mi lado.

–Giulia, ¿estás bien? –me preguntó, mirándome con atención.

–Acabas de matar a… eso –dije, asustada.

–Bueno, él te iba a matar a ti, no querrías que se lo permitiera, ¿verdad? –dijo con una media sonrisa.

Negué con la cabeza, aún en estado de shock.

–No puedes quedarte aquí, debemos irnos –me dijo.

–¿Irnos? Hay un cadáver en mi apartamento. No puedo irme así, me acusarán de homicidio –dije, asustada.

–Tranquila, yo me ocupo de eso. Recoge tus cosas, no podrás volver –me advirtió.

–¿Qué no podré volver? Pero, no tengo a dónde ir –dije, sintiéndome desamparada.

–Vendrás conmigo –dijo él–. ¡Date prisa!, no tenemos mucho tiempo –insistió.

Me ayudó a levantarme y me dirigí rauda a mi habitación. Cogí una mochila y una bolsa de deporte y metí en ellas mis escasos ahorros, el ordenador portátil, mis libros y algo de ropa. Cuando volví al salón, comprobé que el cadáver ya no estaba allí. Oí ruido procedente del cuarto de baño y me dirigí hacia allí. Tristan había metido al tipo en el plato de ducha y tenía un mechero en la mano, dispuesto a incendiarlo. ¡Estaba loco!, ¿cómo iba a incinerar un cadáver en mi cuarto de baño? Iba a interrumpirle cuando de pronto el cuerpo entró en ignición y en menos de un minuto se había transformado en cenizas tan finas como arena de playa. Me acerqué, asustada, y Tristan se volvió y me dedicó una mirada de advertencia.

–Sal de aquí –me ordenó.

–¿Cómo es posible? –balbuceé mientras retrocedía.

–Es lo bueno de todo esto, nos vamos sin dejar rastro –dijo en un tono enigmático, que me confundió aún más.

Agarró la alcachofa de ducha y limpió la ceniza, que se disolvió y desapareció por el desagüe sin dejar evidencias. Acto seguido, Tristan me agarró por el brazo y se cargó mis cosas al hombro y sin perder más tiempo, abandonamos el apartamento.

 

 

 

Tristan condujo en silencio en dirección a Manhattan. Yo seguía inmersa en un estado de shock, intentando asimilar que lo que había presenciado en mi apartamento había sucedido realmente, pero no encontraba ninguna explicación razonable que lo justificara. Ahora sólo Tristan era real, el resto parecía una alucinación y empecé a pensar que quizás los últimos acontecimientos de mi vida me habían hecho perder definitivamente el juicio.

Me condujo hasta la puerta de su apartamento en silencio y una vez allí, dejó una de mis bolsas en el suelo para buscar sus llaves.

–No traerás hoy encima la ganzúa, ¿verdad? –me preguntó, arqueando una ceja–. Lo digo por si con el ajetreo hubiera perdido las llaves –.

Me sentí de pronto avergonzada, aparentemente él sabía de sobra que el otro día había forzado la puerta de su apartamento para entrar y que por lo tanto le había mentido…

Negué con la cabeza y él sonrió, extrayendo por fin su juego de llaves del bolsillo de su cazadora.

Abrió la puerta y me condujo al interior, dejando mis cosas en la encimera de la cocina. Después se aseguró de echar la llave por dentro y se aproximó a mí.

–¡Estás temblando! –dijo, tras echarme una mirada.

Se adelantó y encendió la chimenea, mientras yo le contemplaba inmóvil desde el hall.

–¡Ven aquí! –me pidió.

Me acerqué mecánicamente y me senté en el suelo, frente a la chimenea. Él me miraba con preocupación. Entonces cogió una manta de lana que descansaba sobre el respaldo de su sofá y, acercándose, me rodeó con ella.

–Estás muy pálida. Quizás estás sufriendo una bajada de tensión, te prepararé un café –me dijo.

–No quiero un café, Tristan, quiero que me expliques qué ha sucedido exactamente en mi apartamento. ¿Qué era ese monstruo? –le pregunté, desconcertada.

Su mirada se tornó esquiva y se alejó de nuevo para avivar el fuego. Le seguí con la mirada y de pronto me fijé que en su colección de espadas, uno de los soportes estaba vacío. Faltaba la que él había empuñado esa noche…

–¿Para eso usas las espadas?, ¿para matar a esos seres? –le pregunté, expectante.

Él parecía reticente a hablar del tema, pero pensaba insistir hasta que lo hiciera. Finalmente se aproximó, acuclillándose en el suelo frente a mí, pero manteniendo entre ambos una distancia prudencial. Me hacía de pantalla contra el fuego y su silueta se veía difuminada entre las llamas. Parecía un ángel vengador y pensé que quizás lo era. Tristan bien podía ser mi ángel de la guarda, por eso me sentía tan segura con él y eso explicaría también por qué no quería tener una relación íntima conmigo...

–Giulia, esto es algo complicado de explicar –dijo, mirándome intensamente.

–Mira, Tristan, como sabes no tengo a dónde ir y tampoco tengo a nadie esperándome, de modo que dispongo de todo el tiempo del mundo. Creo que llegaré a entenderlo, por complicado que sea –le aseguré.

–No me creerás –musitó.

–¿Por qué no iba a hacerlo? –pregunté extrañada, mientras él apretaba su mandíbula, visiblemente tenso–. Tristan, ¿por qué no has respondido a mi pregunta?, ¿qué fue lo que me atacó? –insistí.

–Era un vampiro –dijo él en un susurro.

–Los vampiros no existen –respondí, incrédula.

–Te equivocas, Giulia. Que los vampiros existen es un hecho, lo que ocurre es que no deberían existir –dijo él en un tono amargo.

Traté de encajar lo que me había dicho. No era que no creyera a Tristan, sólo que me era difícil asimilar algo así, pero no podía negar lo que había visto con mis propios ojos, esa cosa no era humana, de eso no cabía duda.

–¿Quién era ese tipo?, ¿por qué venía a por mí? –le pregunté.

–Era uno de los secuaces de Aleksander –dijo, mirándome con atención.

–¿Él también es un vampiro? –le pregunté casi sin aliento.

Tristan asintió y una serie de preguntas bombardearon mi mente al mismo tiempo. La primera de ellas me la respondí yo misma, Tania había muerto desangrada, de modo que ella tenía que ser una de sus víctimas. A partir de ese momento comprendí las connotaciones de las advertencias de Tristan sobre el peligro que suponía Black. El club también era un lugar peligroso como me había dicho, puesto que era frecuentado por vampiros sedientos de sangre. E incluso entendí el miedo que asomaba a los ojos de Grace cada vez que habíamos hablado sobre Aleksander Black, ella también debía conocer la verdadera naturaleza de su prestigioso cliente.

–Giulia, temí por tu vida desde el momento en que Aleksander puso sus ojos en ti. Hacía tiempo que no frecuentaba ese club, hay recuerdos que prefiero enterrar bien profundo y ese maldito lugar suele traérmelos a la memoria –comenzó Tristan–. Ese día, él quería verme y me citó allí. Estuve a punto de no acudir a la cita, pero me alegro de haberlo hecho, ¿sabes? Si no hubiera estado allí, no habría podido protegerte contra Aleksander y ahora tú no estarías aquí –me dijo sin rodeos.

Tragué saliva haciendo demasiado ruido, pero acababa de encajar a qué me exponía en realidad y no era algo fácil de digerir.

–¿Por qué quería matarme, para alimentarse de mí? –le pregunté, asustada.

–Aún no lo sé. Las razones que impulsan a un vampiro a matar son muy numerosas y no sólo se restringen a calmar su sed. Su instinto no es sólo el de un simple cazador que busca alimento para sobrevivir, es más siniestro que eso. Un vampiro se recrea en la caza, le vuelve loco hasta el punto que disfruta matando y dándose un festín de sangre, pero también ama la perversión, la lujuria y suele aprovecharse sexualmente de sus víctimas. A veces las seduce para luego simplemente asesinarlas, otras veces su fin puede ser incluso peor que la muerte. ¡Créeme!, los vampiros son los peores criminales de la historia –dijo, atormentado. 

–Eso es lo que le ocurrió a Tania, ¿verdad? –le pregunté para asegurarme.

–Sí, así es. No sabes cómo lo siento, Giulia. Comprendí que Aleksander iba a por ti y me propuse protegerte fuera como fuera, pero no creí que tu amiga corriera peligro. Ya he apartado a otras chicas de su camino antes, aunque no puedo vanagloriarme de haberlas salvado a todas. En algunos casos, como en el de Tania, he fracasado enormemente –me confesó.

–¿Por qué me quería justamente a mí? –le pregunté, confusa.

–Él es implacable, escoge bien a sus víctimas y tú dabas el perfil perfecto: eres joven, no tienes familia ni amigos que te echen en falta, se lo estás poniendo muy difícil y además eres sumamente hermosa –me explicó.

–Pero Tania tenía familia –me lamenté.

–Aleksander debió perder el control en esta ocasión, no creo que su intención fuera matarla, pero el asunto se le fue de las manos. Cuando me confesaste que ibas tras él, casi me vuelvo loco. Pensé que tendría que secuestrarte y amarrarte para que no te pusieras en peligro de ese modo. Comprenderás que no podía contarte la verdadera amenaza que suponía Aleksander y no sólo porque temiera que no me creyeras, sino porque quería mantenerte alejada de este mundo, es demasiado peligroso para ti. Como ves, no puedes encarcelar a un tipo como él por asesinato, no pagará su crimen del modo que tú pretendías hacérselo pagar –me dijo.

Las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas y Tristan, vacilante, se acercó y acarició mi rostro con su mano, intentando secarlas.

–¡Eh!, tranquila. Yo te protegeré, no dejaré que él se acerque a ti, te lo prometo –dijo él, mirándome con ternura.

–También me prometiste que me ayudarías a que pagase por su crimen, ¿lo harás? –le pregunté, anhelante.

–Por supuesto que lo haré –admitió, sujetando mi rostro entre sus manos e inclinándose hacia mí.

Hablaba en serio, lo leía en sus elocuentes ojos grises. Confiaba en Tristan, él me había salvado la vida, de no ser por él, ni siquiera estaría aquí. Él era algo más, alguien que velaba por chicas desamparadas como yo, matando a esas criaturas de la noche y mandándolas al infierno desde el que sin duda provenían. Pero entonces, ¿qué era él?

–Tristan, ¿eres un ángel? –le pregunté entonces, confusa.

¿Un ángel? –repitió él, sorprendido.

–¿Lo eres? –insistí.

Él soltó mi rostro y sus ojos se oscurecieron. El preludio de una tormenta enturbió su semblante y sentí miedo.

–No, Giulia, tú eres un ángel, yo… soy un vampiro –dijo, dejándome petrificada.