CAPÍTULO I
Conducía en dirección a Nueva York consciente de que ante mí se presentaba un mundo repleto de posibilidades. Me preguntaba si mi madre experimentó la misma sensación hacía veinte años, cuando tras acabar el instituto, dejó atrás a sus padres y su pequeña ciudad natal y se trasladó también a la Gran Ciudad con la intención de comerse el mundo. Quería ser actriz, pero no lo consiguió, pues tuvo un destino trágico, propio de un drama cinematográfico. Se quedó embarazada siendo demasiado joven y el tipo la abandonó a su suerte. A pesar de todo, ella decidió seguir adelante con el embarazo y gracias a eso yo estaba aquí. Debió de ser una mujer valiente porque, a pesar de que atravesaba dificultades de todo tipo, no se rindió. Desgraciadamente las cosas no le pudieron ir peor, murió en un pequeño apartamento del Bronx al darme a luz hacía dieciocho años. Al parecer el parto se complicó y no pudieron trasladarla a tiempo a un hospital. Fue un milagro que yo sobreviviera, pero lo hice y como nadie sabía quién era mi padre, fui entregada a mis abuelos, que no sólo perdieron a una hija, sino que tuvieron que hacerse cargo de mí, una gran responsabilidad para ellos a su avanzada edad.
Había llegado el momento de que yo también abandonara nuestra ciudad, pero yo no dejaba a nadie atrás, sólo la nostalgia de los recuerdos de mi infancia junto a mis abuelos. Ellos me criaron, eran toda la familia que había tenido y que había amado y ahora también se habían ido, de modo que tendría que valerme por mí misma.
No había tenido una vida opulenta, sino sencilla y modesta, pero no podía quejarme, el taller mecánico de mi abuelo había dado lo suficiente para que viviésemos sin pasar penurias. Mi abuela había fallecido hacía tres años y desde entonces mi abuelo y yo habíamos aprendido a sobrevivir sin ella. Acababa de perderle también a él, sufrió un ataque al corazón mientras trabajaba reparando un vehículo. Al menos murió haciendo lo que le gustaba y con la firme convicción de que se reuniría con sus seres queridos. Yo no tenía la fe que tenían mis abuelos, aunque me habían educado en ella, sin embargo me gustaba pensar que tras la muerte había algo más. Sería demasiado injusto de no ser así así, sobre todo para aquellos que han sufrido mucho en el transcurso de su vida. A mi parecer, los justos tendrían que recibir una recompensa por sus actos en la otra vida y a juzgar por la expresión de felicidad en el rostro de mi abuelo cuando expiró, sospeché que él lo había conseguido.
En resumidas cuentas, a mis dieciocho años estaba sola y sin blanca. Los ahorros de mis abuelos no habían dado para mucho, por lo que me vi obligada a traspasar el taller y a vender la casa para cubrir deudas. Pero de nuevo no podía quejarme porque mis cartas eran mejores que las que le habían tocado jugar a mi madre. Mis años de esfuerzo en el instituto se habían visto recompensados y había sido admitida en Columbia, a lo que se añadía que había conseguido una beca para mi primer año de estudios, renovable si obtenía buenas calificaciones. Ahora dependía sólo de mí hacer mi sueño realidad. Quería convertirme en periodista y viajar por todo el mundo como corresponsal de los más prestigiosos periódicos. Sabía que era una meta ambiciosa, pero no imposible de alcanzar, y me había propuesto luchar por ella. Me consideraba muy afortunada de tener esa oportunidad y desde luego iba a poner todo mi empeño en conseguir mi objetivo.
Me habían prestado una vieja furgoneta para hacer la mudanza, aunque en realidad no tenía mucho que transportar: un par de maletas con ropa y libros, mi ordenador portátil y unas cajas con fotos y recuerdos, constituían todas mis pertenencias. Aunque mi compañera de piso me había advertido de que nuestro apartamento no era muy grande, mis escasas posesiones encajarían en cualquier sitio.
Me mudaba con mi mejor amiga, Tania Andrews. Nos conocíamos desde niñas y éramos como uña y carne. Ella se había trasladado a Nueva York hacía ya un par de meses, tras la graduación del instituto, pero yo no había podido seguirla inmediatamente a causa la burocracia que sucedió a la muerte de mi abuelo. Mi verano había sido complicado, pero por fin acababa y me animaba pensar que las clases empezarían pronto. Tania durante esas semanas se había encargado de patearse la ciudad hasta encontrar un lugar decente para vivir y sobre todo que pudiéramos permitirnos e incluso había conseguido trabajo para ambas, de modo que le estaba sumamente agradecida. Era cierto que contaba con una beca de estudios, pero tenía que trabajar si quería subsistir en Nueva York. Tenía que pagar el alquiler y mi manutención y, a ser posible, tener algo de dinero para comprar libros, una de mis mayores aficiones, y salir. No era de las chicas que amaba sobre todas las cosas ir de marcha, al contrario que Tania, pero tampoco quería pasarme toda la juventud amargada, sin disfrutar un poco de la vida y para todo eso se necesitaba dinero.
Tania no estaba tan desesperada económicamente como yo. Aunque procedía de una familia de clase media, sus padres le habían ayudado con los primeros plazos de la matrícula, pero aun así había tenido que pedir un crédito que tendría que saldar en algún momento, de modo que ambas tendríamos que trabajar duro para poder costearnos los estudios. Viviríamos esta experiencia juntas, pues ambas estudiaríamos Periodismo y como nuestro origen era humilde, éramos conscientes de la importancia de no desaprovechar esta oportunidad para progresar en la sociedad.
Encontré mi nuevo barrio gracias a la aplicación GPS de mi móvil, pero tuve que callejear bastante hasta encontrar un lugar donde aparcar. Finalmente encontré un hueco libre frente a nuestro bloque de apartamentos, el típico inmueble neoyorkino. Tenía cuatro alturas y balcones metálicos que daban a una escalera de incendios. La entrada era amplia y estaba separada por un tramo de escaleras de la acera. Salí de la destartalada furgoneta y estiré un poco las piernas, que tenía adormecidas tras conducir durante casi cuatro horas desde la otra punta del estado.
Inspiré con fuerza, llenando mis pulmones. Una mezcla de olores me invadió, no todos ellos agradables, pero eso no era lo importante en este momento. Era muy sensitiva y solía relacionar muchos de mis recuerdos con olores que retuve en su momento en mi memoria. Esta mezcla de humo de tubo de escape, comida especiada, humedad por la proximidad del río Hudson y pan recién hecho quedaría grabado en mi mente junto a mi recuerdo de mi llegada a Nueva York. Sonreí, sintiéndome animada, y abrí las puertas traseras del vehículo para comenzar a descargar mis cosas.
–¡Gigi! –gritaron de pronto a pleno pulmón.
Miré a ambos lados de la calle, buscando su procedencia. Tenía que tratarse de Tania, nadie me llamaba así a excepción de ella.
Cuando nos conocimos en la guardería, ella aún no era capaz de pronunciar bien mi nombre completo, Giulia, y comenzó a llamarme Gigi. Se había dirigido a mí con ese diminutivo cariñoso desde entonces.
–¡Gigi, aquí! –repitió, doblando el volumen de su voz.
Levanté la vista y la localicé. Me saludaba con entusiasmo desde el balcón del cuarto piso. ¡Increíble!, las probabilidades estaban en mi contra, ¿por qué nuestro apartamento tenía que estar precisamente en el piso más alto del inmueble? De pronto apoyó todo su cuerpo sobre la inestable barandilla de la balconada y me invadió una sensación de pánico. Le devolví el saludo tímidamente con la mano, temerosa de que perdiera el equilibrio y se precipitara al vacío. Sabía que exageraba, pero no podía evitarlo, desde niña padecía un miedo terrible a las alturas que solía bloquearme, incluso cuando no lo experimentaba en mis propias carnes.
–Espera, bajo a ayudarte –gritó de nuevo mi amiga y me alivió comprobar que desaparecía en el interior del apartamento.
En seguida se reunió conmigo en la acera y nada más vernos, nos fundimos en un abrazo. Me sorprendió lo mucho que me emocionaba rencontrarme con ella. Desde que vino a Nueva York, sólo nos habíamos comunicado por teléfono cuando nosotras estábamos acostumbradas a vernos a diario. Le había echado mucho de menos, pero por fin nos habíamos reunido. Me sentía muy feliz de compartir esta nueva etapa de mi vida con mi mejor amiga. Ambas iríamos a Columbia y nos cuidaríamos la una a la otra en esta gran ciudad. Tenía el presentimiento de que todo nos iría bien y de que nuestra convivencia nos uniría incluso más, aunque ya la consideraba como la hermana que nunca tuve.
Nos miramos un instante e inexplicablemente nos pusimos a girar cogidas de las manos, dando saltos de alegría, ambas demasiado contentas por nuestro rencuentro como para actuar de un modo coherente. La gente que pasaba por la calle se nos quedaba mirando y decidimos serenarnos y dejar de dar el espectáculo.
Contemplé a Tania con detenimiento. La encontraba diferente, con un look más cosmopolita.
–¡Estás muy cambiada! –observé–. ¿Qué te has hecho en el pelo? –.
–Mechas californianas –dijo ella, agitando sus espesos mechones de pelo–. ¿Te gustan? Se llevan mucho por aquí –.
A Tania le apasionaba ir a la última, incluso en nuestra pequeña ciudad siempre había sido un referente en cuanto a estilismo se trataba. Era una apasionada de la moda, ésa era la razón por la que quería estudiar periodismo. Su sueño era trabajar en Vogue o una publicación similar. Nueva York era el lugar indicado para meterse en ese mundo y ella tenía muchas posibilidades de triunfar. Además de su creatividad, también le ayudaba su innato don para crear y promover tendencias. Su aspecto también la ayudaría, era una chica guapa: altura media, curvilínea, melena larga, ojos color miel,… Sin embargo ahora estaba distinta, había pasado de ser una chica resultona a una chica chic. Me fijé también en que había cambiado su modo de vestir, ahora era más sofisticado, al igual que su peinado, e incluso sus manos estaban embellecidas con una manicura perfecta.
–¡Vaya!, ¡te veo genial! –tuve que admitir.
–¡Tú estás tan guapa como siempre! –dijo, mirándome con cariño–. ¿Cómo estás? Estos meses tienen que haber sido muy duros para ti, ¿no es así? Lamento no haber estado allí para acompañarte –.
–Ya ha pasado todo, pero es cierto que ha sido duro. Estaba deseando dejar atrás todo aquello y reunirme contigo, necesito desesperadamente pasar página –admití con tristeza.
–Lo harás. Ahora estamos juntas de nuevo y no permitiré que te vengas abajo –me dijo, abrazándome con fuerza–. ¡Vamos dentro!, te enseñaré nuestro estupendo apartamento –.
Sonreí, impaciente, y descargué mis maletas, mientras que Tania me ayudaba con el resto del equipaje. Un hombre de color de mediana edad se cruzó con nosotras en la entrada del bloque de apartamentos y nos miró con curiosidad.
–¡Leroy, qué suerte encontrarte! Ésta es la amiga de la que te hablé, Giulia Myers. Giulia, éste es nuestro casero, Leroy Bane –dijo Tania, volviéndose hacia mí–. ¿Podrías ayudarnos con su equipaje? –le preguntó sin tapujos, cargándole con las cajas que transportaba sin esperar una respuesta.
–Tenemos que hablar, Tania –dijo el hombre, cogiendo diligentemente las cajas y siguiéndonos escaleras arriba–. Quedamos en que debías pagar el alquiler antes de inicio del mes, ¿tienes algún problema para recordarlo o es que no tienes mi dinero? –.
El comentario del casero hizo que me sintiera violenta, aunque el asunto no fuera directamente conmigo. Miré a Tania, alzando las cejas en un gesto de sorpresa, mientras que ella se apresuraba a abrir la puerta de nuestro apartamento, sin ofrecer inmediatamente una respuesta. Entró en primer lugar y la seguí de cerca, dejando las maletas dentro y apresurándome a retornar al recibidor para descargar a nuestro improvisado ayudante del peso de mis cajas. El hombre fue respetuoso y no entró en el apartamento, sino que nos esperó en el recibidor.
–Gracias por su ayuda –dije con timidez.
–De nada, cielo –dijo el hombre mirándome con resignación–. ¿Tania? –.
Tania suspiró sonoramente y se reunió con nosotros, mirándole avergonzada.
–Dame hasta mañana, Leroy, por favor. Pediré un adelanto en el trabajo y podré pagarte –le suplicó con una expresión de cordero degollado.
Leroy resopló y asintió con resignación y a primera vista tuve la sensación de que se trataba de un buen tipo.
–Gracias –dijo Tania, sonriéndole–. ¡Eres el mejor casero de Nueva York! –.
–Sí –afirmó él–. Y también el más estúpido, ¡así me van las cosas! –.
Tania le guiñó un ojo y volvió a la tarea de meter mis cosas en el apartamento.
–¡Bienvenida a mi bloque, señorita Myers! –dijo él, ofreciéndome su mano.
La tomé y la sacudí con energía.
–Espero que se sienta confortable en este lugar –me deseó.
–Seguro que sí. Gracias de nuevo por su ayuda –repetí, mientras él se alejaba hacia la escalera.
Cerré la puerta tras él y entonces me encaré con mi amiga. Ella, con sólo ver mi rostro, supo que le iba a echar una reprimenda. De las dos, yo era sin duda la más sensata.
–No puedo creer que no tengas nada ahorrado, ¿en qué estabas pensando? –le reproché.
–He tenido muchos gastos últimamente –admitió con cara de culpabilidad.
Conocía bien a mi amiga, era caprichosa, pero como siempre estábamos sin blanca, su defecto no solía ser un problema. Sin embargo ahora se había independizado y tendría que empezar a administrar su dinero responsablemente si quería llegar con desahogo a fin de mes.
–Tus padres no pueden pasarte mucho dinero y lo sabes. Deberías contenerte un poco… –la sermoneé.
–Lo sé, pero no he malgastado su dinero, lo he utilizado para pagar mis cuotas de matriculación. En realidad me he gastado el mío –admitió.
–¿Y qué hay del trabajo que habías conseguido? Me aseguraste que ganaríamos lo suficiente para mantenernos… –dije, con miedo a que hubiera exagerado en ese tema.
Necesitaba rápido un trabajo, de lo contrario en un par de meses estaría sin fondos.
–Y así es, no debes preocuparte. Trabajaremos en un bar de copas, empezarás mañana mismo –me aseguró.
–¿El trabajo es de camarera? ¡Oh, Tania!, llevo trabajando de camarera desde los dieciséis –protesté, fastidiada.
–Y justamente por tu sobrada experiencia en el sector no te costará en absoluto adaptarte a este trabajo –apuntó mi amiga.
–Pensé que siendo universitarias en una ciudad como Nueva York, podríamos optar a mejores ofertas de empleo. Tampoco es que pida demasiado, sólo es que estoy harta de aguantar a tipos que no saben controlar lo que beben –admití, fastidiada.
–Giulia, ese lugar no se parece a ninguno de los antros en los que has trabajado antes, te aseguro que no te decepcionará. Empecé allí hace un par de semanas y el trabajo es mejor de lo que esperaba. Sólo trabajamos los viernes y sábados por la noche, de modo que estaremos libres el resto de la semana. Ahí tienes la primera ventaja, pues no intercederá con las clases, pero aún hay más. Lo frecuentan tipos de negocios, educados y muy generosos con las propinas. Y lo mejor de todo es el sueldo, en una sola noche puedes sacarte unos trescientos dólares limpios, ¿no suena bien? –dijo, sonando persuasiva.
–¿En serio? ¡Es mucho dinero! Si es así no tendré que buscarme otro trabajo entre semana y podré dedicar más horas a estudiar –dije, empezando a ver la parte buena de ese club de copas.
–De nada –dijo, fingiendo afectación.
–¡Oh, Tania!, no quería parecer desagradecida –admití, rodeándola con mis brazos–. Me has conseguido un apartamento genial y un buen trabajo, ¡eres estupenda! –.
–Lo sé –admitió, dejándose adular.
–Creo que podré soportar servir unas cuantas copas si las condiciones son tan buenas –convine.
–Te aseguro que somos afortunadas por haber encontrado algo así. Me ahorraré contarte cuáles eran las alternativas que teníamos, ¡te deprimirías! Y aquí todo es más caro que en casa, si queremos pagar nuestros gastos necesitaremos al menos ochocientos dólares al mes –dijo, gesticulando con las manos.
–¡Dios!, ¿en serio? –pregunté escandalizada.
–Yo este mes he gastado mil quinientos, aunque he de confesar que me he dado unos cuantos caprichos. Tenía que renovar vestuario y aspecto, ¡me sentía fuera de onda en este lugar con mi aspecto de pueblerina! –dijo, muy afectada.
Tania era única justificándose, siempre conseguía convencerse a sí misma de que lo que había hecho tenía que hacerse por pura necesidad. En el fondo me gustaba que fuera así, ella tenía muy claro lo que quería e iba a por ello, sin importarle las consecuencias. En eso éramos polos opuestos, yo era más prudente y reservada, sólo me sentía valiente con mis propios propósitos, siempre y cuando no implicaran mover a otros. Tenía mucho que progresar en mi relacional con la sociedad, pero ése era otro de mis retos para los próximos años y mi mejor maestra sería Tania. No pude evitar sonreír.
–¿Por qué te ríes? Es normal que no le veas el punto a lo que estoy contando porque tú no necesitas encontrarte a ti misma, ¡ya sabes de sobra quién eres!… Los demás piensan que eres rara y antisocial y que te aíslas en ti misma porque te crees mejor que ellos, pero yo sé que lo que ocurre en realidad es que no necesitas que nadie te acepte para sentirte segura de ti misma –me dijo.
–¡Vaya! Has encontrado una forma bastante sutil de decirme que todo el mundo me ve como una friki –dije, enarcando una ceja.
–¡Gigi, no he querido decir eso! Sólo te ven así los que no te conocen y por supuesto esas malas pécoras del instituto que en realidad se mueren de envidia. Eres inteligente, misteriosa y muy guapa. Incluso has creado tu propio estilo, ese look punk-gótico tan original, y ahí sigues, fiel a él desde siempre. ¿Cómo consigues que a pesar del tiempo siga siendo tan genuino? –me preguntó.
–Tania, no intentes arreglarlo, sé de sobra que estoy fuera de onda en lo relativo a la moda, aunque a estas alturas me conoces lo suficiente para saber que no me importa en absoluto. Me fascina tu capacidad para seguir todos esos blogs, leer todas esas revistas de moda y usar con extrema facilidad esa complicada jerga sobre las nuevas tendencias que para mí resulta un jeroglífico encriptado… Quizás ésa es la razón por la que no estoy demasiado interesada en cambiar de estilo, no supone ningún aliciente para mí –admití, sonriendo.
–Pero tú, al contrario que muchas otras chicas, tienes la suerte de que no necesitas ropas caras ni peinados modernos para tener estilo, has nacido con una buena dosis de glamour en ti. A veces te envidio, tú no tienes que esforzarte para ser original, mientras que yo empiezo a estar obsesionada con mi aspecto. A este paso acabaré convirtiéndome en una fashion victim, como todas esas blogueras que copian cualquier idea, por absurda que sea, con el único afán de conseguir aumentar su número de seguidores –dijo con un mohín.
–¡Serás boba! Tú gustas a la gente, Tania, no se te irá la pinza de ese modo. Y no lo digo porque seas mi amiga, sino porque tus ideas gustan –le dije para animarla.
–No sé, a veces pienso que no estoy preparada para meterme en un mundo así –dijo.
A veces la inseguridad de mi amiga me desarmaba, ella por alguna razón necesitaba que reforzaran su autoestima, pero yo a estas alturas sabía manejarla bastante bien.
–Si aún no lo estás, lo estarás, para eso vamos a ir a la universidad. Además ya te he dicho en varias ocasiones que deberías animarte a crear tu propio blog y dar a conocer tus ideas, seguro que tendrías a tus propios seguidores –le sugerí.
–¿Tú crees? –me preguntó.
Asentí. Ella sonrió y se sentó en el sofá, invitándome a que la acompañara.
–Bueno, ¿y qué novedades traes de nuestra ciudad? –me preguntó con curiosidad.
–¿Y me lo preguntas a mí? Sabes que no suelo ser muy sociable y quizás en estas últimas semanas lo he sido aún menos –le expliqué–. Sin embargo quizás te interese saber que mientras cargaba la furgoneta esta mañana, me he cruzado con tu exnovio y me ha preguntado por ti, aunque le ha costado bastante decidirse a hacerlo, ¡ya sabes el miedo que me tienen algunos desde lo ocurrido con Kevin! –dije, con una sonrisa maliciosa.
–Les gustarías más a los chicos si no fueras tan intimidante, Giulia. Posees todas las cualidades que hacen que un hombre se sienta inseguro: eres muy guapa, no eres frágil y estás en buena forma física, por lo que no les dejas hacer su mejor papel, el de protectores… Por otro lado eres inteligente, independiente e incluso sabes más de mecánica y automóviles que muchos de ellos. Has de comprender que les resultas desconcertante y enfrentarse a una mujer así desestabiliza a cualquier tío. Además, por mucho que se hable de igualdad, a ellos les sigue gustando creerse los más fuertes en la relación y por eso tú les das miedo… –me explicó con una sonrisa.
–Si lo que dices es cierto, aún me pregunto qué vemos las mujeres en ellos –dije, encogiéndome de hombros.
–¡Oh, vamos, Gigi!, ¿tengo que explicártelo? –preguntó Tania entre risas.
–¡Déjalo estar! –dije, poniendo los ojos en blanco.
No era que aborreciera a los hombres, pero no era una de esas chicas para las que era fundamental tener pareja para sentirse realizada. Me gustaba mi independencia y aunque no descartaba el hecho de tener algún día una relación amorosa, por el momento no había conocido a ningún chico lo suficientemente interesante como para arriesgarme a iniciarla. Los chicos del instituto siempre me habían parecido demasiado inmaduros y esa cualidad no me atraía en absoluto en el sexo masculino. Quizás en la universidad conocería a alguien más afín a mis expectativas, aunque por el momento no tenía ninguna prisa por iniciar una relación, de hecho nunca me había sentido demasiado deseosa de hacerlo. Otras chicas soñaban desde niñas con conocer a su príncipe azul, pero yo por el contrario no tenía esa visión tan idílica de las relaciones. Mi madre se había complicado la vida enormemente por tener relaciones siendo demasiado joven y yo era de lo más precavida al respecto, incluso a veces pensaba que era justo por lo que le ocurrió a ella por lo que me había vuelto tan susceptible en este tema. Estaba mentalmente predispuesta a no dejarme engatusar por los hombres. En mi temprana adolescencia, me habían pedido salir un par de chicos del instituto y no los acepté, de modo que me busqué fama de antipática y nadie volvió a pedírmelo hasta el pasado año, cuando un chico del equipo de fútbol se encaprichó conmigo y comenzó a perseguirme. Se atrevió a invitarme a salir y le rechacé porque no era mi tipo. Él no se dio por vencido, tal y como yo esperaba, sino que insistió aunque le repetí por activa y por pasiva que no estaba interesada. Pero mi querida amiga Tania me persuadió de que aceptara salir una vez con él, sólo porque se acababa el instituto y dejaría pasar la oportunidad de probar una experiencia por la que, en su opinión, todos los adolescentes tenían que pasar. Fue tan insistente que finalmente accedí a tener una cita con Kevin. Tal y como había previsto, resultó ser un desastre. Se creyó con total derecho a meterme mano en el autocine sólo porque había aceptado salir con él y consecuentemente acabó en urgencias con un hombro dislocado tras hacerle ver que nadie me ponía una mano encima si yo no quería. Debió de extenderse el rumor por el instituto de que atizaba al que intentaba algo conmigo y desde entonces no tuve demasiados admiradores… Pero, francamente, no me arrepentía. Le volvería a retorcer el brazo a cualquiera que me faltara al respeto.
El apartamento no era tan pequeño como me había imaginado, aunque el precio del alquiler me seguía pareciendo prohibitivo. Disponía de un salón con cocina, un cuarto de baño y dos habitaciones. La habitación de Tania y el salón daban a la fachada exterior, mientras que mi habitación y el baño daban a un patio interior, pero no me importó que fuera así, en general el piso parecía bastante luminoso.
Me dirigí a inspeccionar mi habitación y descubrí que Tania había preparado una sorpresa para mí, le había pedido ayuda al casero para colgar del techo un saco de boxeo. Practicaba aerobox con regularidad y me agradó mucho que mi amiga lo recordara, ¡era un cielo!
No tardé mucho en colocar mis escasas posesiones en mi nueva habitación y seguidamente nos dirigimos al centro de la ciudad. Tenía que presentarme en la Escuela de Periodismo para entregar unos papeles y formalizar mi matrícula. Las clases comenzaban la próxima semana y no quería dilatarlo más. Aprovechamos el viaje para entregar la furgoneta prestada a un amigo de mi amigo que residía en la ciudad y que se encargaría de devolvérsela el fin de semana. Desde allí tomamos el metro hasta nuestro destino, la universidad de Columbia.
El campus era mucho más impresionante en vivo de lo que había imaginado. Lo había visitado cientos de veces por internet, pero la reacción que experimenté cuando lo pisé por primera vez me abrumó. La emoción que me embargó me puso el vello de punta y tuve que detenerme frente a la entrada de mi nueva escuela y pellizcarme a mí misma un par de veces para asegurarme de que no estaba soñando.
–Gigi, estás temblando –advirtió Tania, mientras me miraba con una expresión divertida.
–No es cierto –dije, avergonzada.
–Te conozco demasiado bien para saber que llevas mucho tiempo esperando este momento –dijo.
Por naturaleza era muy introvertida, intentaba no dejar ver mucho de mí a los demás, de ahí que tuviera fama de chica dura, pero con Tania eso no funcionaba, ella me conocía demasiado bien. Sonreí y me di por vencida, a ella no podía mentirla.
–Sí, es un sueño hecho realidad –admití, suspirando.
–Bien, y ¿a qué esperas para empezar a disfrutarlo? –me animó.
Asentí, cogí aire y atravesé la entrada de mi futura escuela. Inmediatamente supe que éste era mi lugar, mi vida a partir de este momento sólo podía ir a mejor y me sentía emocionada con sólo pensarlo.
Después de entregar la documentación, recorrimos el edificio y posteriormente hicimos la visita guiada del campus. Estaba demasiado entusiasmada y todo me pareció maravilloso. Éste sería otro de los momentos que retendría para siempre en mi memoria, junto con su maravilloso olor.
Tania continuó haciendo de cicerone por la ciudad el resto de día y al anochecer salimos a tomar algo por nuestro barrio, la zona oeste de Harlem. Las calles y los bares estaban abarrotados de estudiantes que, como nosotras, aprovechaban el buen tiempo y los últimos días de vacaciones de verano para sociabilizar. Volvimos a casa tarde y caí rendida en la cama, sin detenerme demasiado tiempo a pensar en nada. Me sentía bien, entusiasmada por primera vez en mucho tiempo, y deseé que éste fuera el primer día de la etapa más feliz de mi vida.
Me levanté temprano y decidí salir a correr. Solía hacerlo cada día y sabía que estaría de vuelta antes de que Tania se despertara. Yo era madrugadora, mientras que ella odiaba levantarse pronto, pero eso facilitaba las cosas, de otro modo, meter a dos chicas a primera hora en un cuarto de baño tan pequeño sería un caos… Abrí el frigorífico, buscando una fruta o un poco de zumo para tener algo en el estómago antes de emprender la marcha, pero sólo había leche, de modo que bebí un sorbo directamente del cartón y decidí que compraría algo para el desayuno en mi camino de vuelta a casa.
El barrio ya estaba en pleno movimiento a esas horas de la mañana del viernes. Atravesé las calles en dirección al río y corrí a buen ritmo junto a su margen durante un par de kilómetros. Siempre me había gustado mantenerme en buena forma física y ese verano en especial había hecho bastante deporte en los huecos libres que me quedaban entre mi trabajo como camarera y mi preparación para la universidad. Cuando hacía ejercicio me concentraba sólo en eso, cuidándome mucho de controlar la respiración y afianzar bien mis pies contra el pavimento a cada zancada para evitar lesiones. Era como una terapia para mí, corriendo olvidaba todo aquello que me agobiaba y siempre conseguía relajarme… Cuando empezara las clases dispondría de menos tiempo libre, pero no pensaba dejar de correr, eso era algo que necesitaba tanto como respirar. Sabía que el primer año en Columbia sería duro, la universidad se vanagloriaba de reclutar a los mejores estudiantes del país y para mantener su reputación, exigía mucho nivel. Me había estado preparando, ya había leído la mayor parte de los programas que impartirían en el primer trimestre y los había encontrado sumamente interesantes. Estaba deseando comenzar las clases, aunque sabía que en cuestión de días, cuando estuviera hasta arriba de trabajo, extrañaría estos momentos de relax.
Cuando regresé al apartamento comprobé que, tal y como había previsto, Tania aún seguía en la cama, de modo que me di una ducha rápida y preparé el desayuno, reponiendo la nevera con mis compras básicas del supermercado de la esquina.
–Despierta ya, dormilona. El desayuno está listo –grité, mientras me servía una taza de café.
Tania apareció en la puerta de su habitación unos minutos después y se acercó a la cocina tambaleándose.
–¿Qué hora es? –preguntó, ahogando un bostezo.
–Las nueve y media –dije, sirviéndome unas tostadas y un vaso de zumo.
–¿Y por qué me despiertas tan pronto? –se quejó, estirándose con pereza.
–Te recuerdo que el próximo lunes las clases empiezan a las ocho y media. No me obligarás a tener que sacarte a rastras de la cama todos los días, ¿verdad? –le pregunté, sorbiendo mi deliciosa taza de café con leche, mientras leía en mi Tablet la versión digital del New York Times.
–Mi pobre madre lleva dieciocho años intentando que desayune en familia y no lo ha conseguido. Siempre voy con el tiempo justo, de modo que será mejor que no pierdas tu tiempo conmigo, ¡soy un caso perdido! –admitió, sentándose frente a mí en la mesita de la cocina y sirviéndose un café.
Seguí leyendo el periódico mientras que Tania se entretenía observándome.
–¿Qué? –le pregunté con interés, mirándola por encima de mi Tablet.
–Estaba pensando en qué ropa te iría bien esta noche para tu debut en el club –dijo ella.
–¿Es que exigen ir arreglado? –pregunté, recordando que en todos los bares en los que había trabajado hasta el momento siempre había vestido con vaqueros y camiseta.
–Bueno, este sitio es un poco selecto, las camareras debemos ir bastante arregladas –me aclaró.
–No tengo nada elegante y de tenerlo no me lo pondría para ir a trabajar a un bar –admití, fastidiada.
–No tienes que preocuparte por la ropa, te dejarán elegir un par de conjuntos de tu talla –me explicó ella–. No se trata en absoluto de un uniforme, sino de ropa exclusiva. Eso sí, todo en negro. Los propietarios quieren asegurarse de que encajamos con la exclusividad del lugar –.
–Está bien, si es negro ya sabes que no le pondré ninguna pega –dije, puesto que era uno de mis colores habituales.
–Como te dije, el lugar es frecuentado principalmente por hombres de negocios. Suelen ir al club a tomar una copa después de sus importantes reuniones o incluso realizan encuentros de trabajo allí mismo, en reservados habilitados al efecto. Es importante que sepas que en los reservados están los clientes más interesantes porque dan las mejores propinas –dijo, guiñándome un ojo.
–No entrará en el contrato el derecho a roce, ¿verdad? –le pregunté para asegurarme.
–No, no es de esa clase de sitios. Los clientes no pueden tomarse confianzas con las chicas y a nosotras no nos está permitido intimar con ellos en el local, pero si lo haces fuera es problema tuyo –me explicó.
–Ya, lo tendré en cuenta –dije, poco convencida de que el lugar fuera a gustarme demasiado–. Y no habrá ningún problema porque tengamos sólo dieciocho, ¿no? No querría meterme en líos –.
–No, tranquila, ya me he asegurado de eso. Eso sí, no podemos beber alcohol, es motivo de cese de contrato –dijo.
Había trabajado de camarera desde los dieciséis años en varios bares y hamburgueserías de mi ciudad y sabía de sobra que en este trabajo las cosas podían complicarse porque a veces los clientes pensaban que estabas a su entera disposición. Alguna que otra vez había recibido algún pellizco o azote por parte de algún tipo que había bebido más de la cuenta y sabía cómo manejar la situación, pero me temía que en un sitio así, esa clase de tipos, ricos e influyentes, pensaran que podían sobrepasarse con las chicas cuando les viniera en gana. Si era el caso, dejaría ese trabajo, por muy necesitada de dinero que estuviera…
Era mi primera noche en el club y me sentía nerviosa, lo que me había contado Tania esa mañana acerca de ese lugar no acababa de convencerme y quería conocer el ambiente por mí misma para poder sacar mis propias conclusiones.
Abandonamos el apartamento a la caída de la tarde y nos desplazamos en metro hacia Manhattan. Callejeamos unos minutos hasta encontrar el local. Estaba al final de una calle poco transitada con vistas al río Hudson. Contaba con un parking bastante amplio, que de momento estaba casi desierto, lo que era normal pues no abrían las puertas para la clientela hasta las nueve de la noche. Tania golpeó con los nudillos en la puerta de servicio, situada en uno de los laterales del local e inmediatamente nos abrió un tipo del tamaño de un armario ropero, que parecía ser el portero.
–¡Buenas noches! –saludó Tania.
–¡Hola, rubia! –le respondió el tipo–. ¿Quién es tu amiga?–.
–Es Giulia, hoy es su primer día –dijo ella–. Éste es Harry, se ocupa de la seguridad. Si tienes problemas, avísale, él te echará una mano –me informó.
Le dediqué una escueta sonrisa mientras le miraba con atención. Además de ser enorme, ese tipo era puro músculo. Tenía la nariz deformada, como si le hubieran partido el tabique en repetidas ocasiones, por lo que enseguida deduje que o bien se había metido en muchas peleas o se había dedicado antes al boxeo profesional. Rondaría la treintena y esto me hizo concluir que era muy probable que tras una carrera breve y poco exitosa como boxeador, hubiera decidido trabajar como personal de seguridad.
–Sí, nena, acuérdate de avisarme si me necesitas, esos ojos pueden llegar a revolucionar el local –dijo con una sonrisa torcida–. Ten cuidado dónde los fijas –.
–Lo haré –dije, no sabiendo muy bien si sus palabras eran un elogio o una advertencia.
Sabía que mis ojos llamaban mucho la atención, eran grandes y de un azul intenso, casi irreal. Nadie en mi familia los tenía de ese color, de modo que deduje que debía tratarse de una herencia paterna. No tenía nada que agradecerle a un hombre que abandonó a mi madre a su suerte tras dejarla embarazada, pero no iba a negar que mis ojos eran hermosos. Mi abuela siempre me había dicho que cuando fuera mayor, con una mirada podría hacer que cualquier hombre cayera rendido a mis pies, pero yo solía pensar que ella exageraba porque me quería, lo que no quitaba que estuviera muy satisfecha con mis ojos y que los supiera sacar el máximo partido. Como mi cabello era negro y mi piel muy pálida, destacaban mucho en mi rostro y solía maquillarlos con delineador negro y sombras oscuras para potenciarlos aún más. Eso, combinado con mi melena lisa cortada a capas y mi flequillo que caía hasta casi cubrirlos, me daban ese look gótico-punk como lo llamaba Tania, que resultaba tan peculiar. Sabía que mi aspecto infundía respeto a muchos, pero ésa era yo y no me importaba demasiado lo que pensaran los demás al respecto, como bien decía Tania.
–Harry, ¿sabes dónde está Grace? –preguntó mi amiga.
–Creo que con las demás chicas, en los vestuarios –nos informó el portero.
–Bien, ¡hasta luego! –se despidió, tirando de mí hacia el interior del local.
Atravesamos un par de salones y llegamos a un pasillo que conducía a los vestuarios de empleados. Entramos en el de mujeres y comprobé que no eran unos simples aseos, parecía más bien un camerino de artistas de cine. Contaba con vestidores y taquillas individuales para guardar tus cosas. En una de las paredes había un armario lleno de ropa y complementos que estaba abierto de par en par para que las chicas eligieran su vestimenta. Un par de chicas que se maquillaban frente a los espejos se volvieron para saludarnos cuando entramos. Ambas vestían vestidos negros ceñidos y calzaban salones con unos tacones altísimos.
–¿Habéis visto a Grace? –preguntó Tania.
–Estoy aquí –dijo una voz procedente de uno de los vestidores–. ¿Quién pregunta por mí? –dijo una cuarentona rubia bastante sexy que emergió de pronto frente a nosotras.
–Grace, ésta es mi amiga Giulia. Estaba previsto que empezara hoy, ¿lo recuerda? –dijo mi amiga, visiblemente nerviosa al dirigirse a aquella mujer tan intimidante.
–¡Por supuesto que lo recuerdo! –dijo la mujer, observándome con atención–. Tania, ayuda a tu amiga a elegir indumentaria, aunque con ese cuerpo cualquier cosa le sentará bien… Giulia, en cuanto te arregles tienes que pasar por la oficina a firmar tu contrato, el gerente querrá conocerte –.
–Bien –dije, un tanto cohibida.
Seguí a Tania hasta el pasillo de los vestidores donde habían instalado un perchero con ruedas como el que usaban en las pasarelas para preparar las colecciones, repleto de ropa de noche aún con la etiqueta puesta. Todo parecía demasiado corto para mi gusto, pero entonces descubrí varias perchas con pantalones y me enamoré de un par imitación cuero. Me hice con ellos y decidí echar un vistazo al resto de prendas es busca de una camiseta que combinara. Entonces Tania localizó para mí una blusa de tirantes con un escote pronunciado, casi de vértigo, pero que contaba con un bustier de encaje incorporado.
–¡Pruébatelo, es muy de tu estilo! –dijo mi amiga.
–Sí, tiene buena pinta –admití, constatando nuevamente el don natural de Tania para la moda.
Me introduje en uno de los vestidores y me quité mis zapatillas All Stars negras. Deslicé mis vaqueros hasta los tobillos y me los quité también, doblándolos después con cuidado sobre un pequeño banco. Los pantalones me sentaban como un guante. Tenían la cinturilla baja y me dejaban al descubierto las caderas y buena parte del vientre, pero no tenía que preocuparme demasiado porque la blusa era lo suficientemente larga para cubrirme esa zona. Lucía un escote generoso, pero el encaje del bustier era tupido y aunque mis pechos, de por sí voluptuosos, se ponían de manifiesto, no era algo escandaloso.
De pronto Tania entró en el vestuario con un par de sandalias de piel negra y hebillas plateadas. Eran bonitas, pero tenían unos tacones altísimos.
–No aguantaré en pie con ese calzado toda la noche –le advertí.
–Lo harás, son unos Manolos auténticos y son de tu número. Están usados, pero poco y te aseguro que te resultarán tan cómodos como tus zapatillas de correr –me aseguró.
La miré con desconfianza, pero opté por seguir sus indicaciones, ella sabía más de estas cosas que yo. Cuando me miré ante el espejo me encontré espectacular… Era mi estilo, pero realzado, de modo que me sentía yo misma pero elevada a la enésima potencia. Salí del vestuario y busqué a Tania. La localicé frente a uno de los espejos, maquillándose.
–¡Guau!, estás increíble –me dijo.
–Gracias a ti. Se nota que sabes lo que haces –admití–.Tú también estás estupenda –.
Llevaba un vestido negro con un solo tirante y unos salones de plataforma. Se había soltado su nueva melena a mechas y tenía que admitir que estaba realmente guapa. Nunca solíamos ir tan arregladas a ningún sitio, ni siquiera cuando salíamos por ahí, pero imaginé que las chicas neoyorkinas se preocupaban más de su aspecto. Sabía que ésta sería una de las ventajas que le vería Tania a este trabajo, acceso a un vestuario estupendo sin coste alguno, ¡su perdición!
–Aplícate un poco de brillo de labios rosa claro –me sugirió, echándome un vistazo rápido–, con eso bastará–.
Seguí su consejo sin cuestionarlo y a continuación la seguí hasta el piso superior, a la oficina del gerente. Se trataba de un tipo de unos cuarenta y tantos años con pinta de mafioso. Aunque le expliqué que tenía mucha experiencia como camarera, parecía más interesado en mi apariencia y en que encajara en el lugar. Me hizo una breve visita guiada al local antes de firmar el contrato y pude comprobar que en efecto el sitio era muy elegante, como me había dicho Tania. El salón principal contaba con mesas en la zona común y también con pequeños reservados, separados del resto de la estancia mediante biombos forrados con exquisitas telas. Al fondo del salón había un pasillo con salas privadas a ambos lados para celebrar reuniones en un ambiente más íntimo. La música que sonaba era buena y estaba al volumen justo para permitir conversar sin dejarse la voz. Como había imaginado, las camareras éramos todas chicas. Grace me dio una pequeña charla, explicándome que ella era la encargada del local y que se ocupaba principalmente de recibir a los clientes, asignándonoslos de acuerdo a sus criterios. Nuestra tarea era acompañarlos hasta su mesa y por supuesto servirles las bebidas.
Tras la breve explicación, el gerente me extendió la copia del contrato encima de la barra y me ofreció un bolígrafo, señalando con él el lugar donde debía firmar.
–Quiero servir en la barra –le dije antes de que me despachara.
El tipo se me quedó mirando, sorprendido por mi atrevimiento, pero tenía claro que no me agradaría andar con las bandejas por todo el local o aguantar como un florero al lado de una mesa a que los clientes terminaran su botella, ¡eso no iba a conmigo!
–Aquí todas las chicas hacen de todo –dijo con autoridad.
–Lo mío es la barra –insistí.
–La barra no es muy frecuentada, sacaré mejor partido de ti si sirves a los reservados y tú también lo agradecerás, las propinas son mayores –me dijo.
–Quizás consiga que su barra esté más frecuentada y entonces ambos saldremos ganando –le propuse.
Se me quedó mirando, pensativo, y al fin asintió, con una ligera sonrisa en sus labios.
–Bien, me gusta la gente que sabe negociar. Empezarás con un sueldo de doscientos dólares por noche. Las propinas que te den son cosa tuya, pero las cuentas han de cuadrar, si me engañas te pondré de patitas en la calle –me advirtió–. Y si de veras consigues animar más la barra, quizás considere darte un aumento –añadió.
–De acuerdo –accedí, satisfecha de haberme salido con la mía.
Leí con detalle la copia del contrato mientras el local se preparaba para la apertura. Aparentemente no era un acuerdo demasiado vinculante, podían echarme cuando quisieran, pero yo también podría dejarlo siempre que avisara al menos con un día de antelación. Contaba con un seguro laboral sólo si sufría un accidente en el local del que no fuera directamente responsable y no especificaba nada más, de modo que firmé y se lo entregué al gerente, que se retiró de nuevo a su oficina. ¡Este trabajo parecía demasiado ideal! Si era así, esperaba que durara, mi vida sería mucho más fácil.