CAPÍTULO IV

 

 

Esa noche se me hizo más dura que de costumbre. Tras mi apasionante semana en la universidad, el ambiente en el club se me hacía sórdido y poco atractivo. Además Reed no apareció por allí y por el contrario Aleksander Black pasó gran parte de la noche sentado en mi barra, lanzándome miradas inquietantes mientras hablaba de negocios por su móvil. Sus miradas, al contrario de las de Reed, me resultaban molestas y acosadoras y consiguió hacerme sentir muy incómoda. Sin embargo Tania no pensaba lo mismo, pues se acercó a conversar animadamente con él cuando vino a por su pedido. Comprendí por su forma de actuar que estaba colada por él y supe que cuanto antes nos alejáramos de ese lugar, sería mejor para ella. No quería que intentara algo con un tipo como Black y que saliera dañada. Ella no estaba preparada para una relación así, por mucho que intentara convencerse de que incluso se conformaría sólo con una relación física con ese hombre. Yo la conocía demasiado bien para saber que ella buscaba algo más. Black era guapo y rico y se veía de lejos que era un cabrón, por lo que desgraciadamente tenía todo aquello que le hacía irresistible a ojos de una mujer. A Tania siempre le habían atraído los chicos rebeldes, pero en este caso se le iba de las manos, Black tenía una parte oscura, podía sentirlo cada vez que estaba cerca de él, ¿por qué ella no lo captaba si resultaba tan evidente?

Me apresuré a preparar su pedido y corté bruscamente su conversación con Black, incitándola a volver a su zona en la sala. Por el modo en que me miró, supe que a ella no le había gustado nada que los interrumpiera así, pero no me importó, me repugnaba contemplar cómo la miraba ese tipo…

Cuando por fin llegó mi hora de salida me sentí aliviada y deseosa de marcharme de ese lugar. Llamaría a Reed sin falta por la mañana. Él se había ofrecido a ayudarnos a buscar otro trabajo y estaba convencida de que estaba en su mano hacerlo. Me sentiría mucho más tranquila cuando tuviéramos otra opción y pudiéramos dejar el club.

Esperé a que mi remplazo, Laura, ocupara mi puesto para abandonar la barra. Cuando me dirigía hacia los vestuarios, Tania vino a mi encuentro. Parecía nerviosa.

–¿Nos vamos ya? –le pregunté, observándola con atención. Quizás aún estaba molesta conmigo por lo de antes con Black.

–Gigi, me voy a quedar hasta la hora de cierre. Han fallado un par de chicas del siguiente turno y Grace ha pedido voluntarias para prolongar. Monique y yo nos hemos ofrecido. No te importa, ¿verdad? –me preguntó.

–¿Estás segura de que quieres quedarte? Mañana estarás machacada –le advertí.

–Eso no me preocupa, podré dormir hasta tarde y creo que me compensa, pagan muy bien. Si sigo en esta racha podré permitirme la cazadora de cuero que vimos el otro día en esa tienda del Soho, ¿qué te parece? –me dijo.

–No sé, ambas volveremos solas al apartamento, eso no me convence –dije.

–Coge un taxi, hoy es más seguro hacerlo así. Yo también lo cogeré o volveré con Monique, no vive lejos de nuestra calle –me aseguró.

–Podría quedarme yo también, total son sólo un par de horas, creo que sobreviviré –dije, pensándomelo mejor.

–Grace ya ha completado el turno con nosotras dos, no necesita más chicas –dijo Tania y parecía nerviosa de nuevo.

–De acuerdo, entonces te veo luego. Recuerda coger un taxi, ¿vale? –le sugerí, no demasiado convencida.

Ella asintió y nos despedimos con un beso en la mejilla. Ella volvió al salón y yo me encaminé a los vestuarios. En realidad esa noche estaba muy cansada, no me apetecía en absoluto prolongar, pero tampoco me hacía gracia dejar a Tania sola. Mientras avanzaba pensativa por el pasillo, me percaté de que Aleksander Black estaba apoyado contra la pared, junto a la entrada de los vestuarios de las chicas. Sentí la tentación de volver sobre mis pasos para evitarle expresamente, pero no me dio tiempo a hacerlo, él me vio antes.

–Julia, ven aquí, por favor –me pidió, empleando un tono bastante autoritario conmigo.

Me armé de valor y continué avanzando en su dirección. No sabía qué diablos quería de mí, pero me inquietaba la idea de que hubiera entrado a la zona exclusiva para el personal, buscándome.

–Señor Black, ¿ocurre algo? –le pegunté intentando aparentar serenidad.

–Me han informado de que has rechazado la oferta de servir en mi reservado –dijo, escrutándome con la mirada–. Quiero saber por qué lo has hecho –.

De modo que se trataba de eso, no era de los que aceptaban un no por respuesta.

–No es nada personal, señor. Sólo trabajaré en la barra, fue mi condición cuando acepté este empleo –le dije con naturalidad.

Él no debía esperar esa respuesta porque pareció sorprendido.

–Eres la mejor chica del local y siempre quiero lo mejor –dijo, como si yo fuera un caballo al que apostar. Sólo le restaba examinarme los dientes para hacerme sentir aún peor–. Te daré mil dólares por noche sobre lo que te paguen aquí si trabajas en exclusiva para mí –me propuso.

¿Mil dólares?, ¿es que estaba loco? Estaba claro que le gustaba salirse con la suya.

–Lo siento, señor, pero no es cuestión de dinero. Simplemente va en contra de mis principios –admití.

–¿Principios?, ¿qué principios? –dijo él, furioso.

No sabía qué más decir para que me dejara en paz, podía confesarle que le aborrecía, que nunca aceptaría una oferta de un tipo como él porque me sentiría mal conmigo misma, pues cada segundo que tuviera que soportarle sería un infierno, pero si lo hacía, temía las consecuencias.

De pronto Grace apareció en el pasillo y al contemplar la escena su rostro se alarmó, aunque pronto pasó a su habitual expresión de severidad. Aceleró el paso y sus tacones sonaron estridentes en el pasillo, mientras se acercaba a nosotros.

–Giulia, tu novio está ahí afuera montando un escándalo y amenaza con entrar a buscarte si no sales inmediatamente. ¿No te dije que no quería líos en mi local? ¿Por qué le has dicho que trabajabas aquí? –me preguntó, llena de ira.

Enmudecí, no sabía de qué diablos me estaba hablando.

Pero entonces lo comprendí, me estaba intentando ayudar a salir de ésta y no sabía cuán agradecida le estaba.

–Lo siento, necesitaba que viniera a recogerme esta noche. No sabía que se pondría así, es que es muy celoso –me excusé, fingiendo preocupación.

–Mira, Giulia, si esto sigue así tendré que despedirte. Sal inmediatamente y llévate a ese tipo lejos de aquí, está espantando a mis clientes –me ordenó levantando la voz.

–De veras que lo siento –me excusé de nuevo–. Sólo cogeré mis cosas y me iré–.

Me apresuré a entrar en el vestuario. No había tiempo para cambiarse, de modo que cogí mi bolsa y me dispuse a salir, pero desde allí dentro se oía la conversación del pasillo y me vi tentada a escucharla.

–Aleksander, sabes que no puedes estar aquí –decía Grace en ese momento.

–Quería presentarle mi oferta a la chica personalmente, Grace. Temía que no hubieras sido un buen mensajero en esta ocasión –dijo él.

–¿Eso crees? Te recuerdo que llevo años trabajando para ti y que siempre he sabido transmitir bien tus mensajes –respondió ella con acidez.

–Bien, de todos modos es una lástima, esa chica me gusta. ¿Por qué no me dijiste que había un maldito novio? –preguntó.

–¿Crees que lo sabía? Intuía que había algo cuando se negó a salir de la barra, pero yo no puedo forzarlas a hacerlo. A Terence le gustó y a los clientes también les gusta. No me dejará despedirla –se justificó ella.

–No te he pedido que lo hagas, los novios vienen y van y ella puede cambiar de idea. Soy un tipo paciente –dijo–. Aunque no me gusta que me digan que no, ya sabes que eso me frustra –añadió entonces y sonaba amenazante.

Creí que era el momento oportuno de salir y abrí la puerta de los vestuarios, bajando la cabeza, excusándome de nuevo y saliendo del local tan rápido como me permitían los tacones.

Cuando atravesé el parking, un coche arrancó, cegándome momentáneamente con sus faros. Me detuve y entonces el vehículo avanzó lentamente en mi dirección. Me asusté e iba a lanzarme a la carrera, pero entonces comprobé que se trataba del BMW i8 de Reed y me quedé clavada donde estaba. El vehículo se detuvo a mi lado y de pronto la ventanilla del conductor descendió, mostrándome a su propietario.

–Sube, te llevaré a casa –dijo en un tono grave.

Ni siquiera vacilé ante su propuesta, rodeé el vehículo y ocupé el asiento del copiloto. Él ni siquiera me miró, en cuanto oyó el clic de mi cinturón de seguridad pisó el acelerador a fondo y abandonamos a toda velocidad el parking. No le había dicho dónde vivía, pero eso no le detuvo. Condujo a través de la ciudad sin decir palabra y yo no quise romper el silencio entre nosotros, al fin y al cabo me sentía segura con él, aunque no sabía muy bien por qué. Apenas le conocía, pero tenía la convicción de que él no me haría daño.

De pronto me di cuenta de que rodeábamos Central Park para después internarnos por uno de los carriles menos frecuentados que lo atravesaban. Entonces me empecé a poner nerviosa, quizás había sido demasiado imprudente aceptando tan a la ligera su oferta de llevarme a casa.

–¿Dónde me llevas? –le pregunté, preocupada.

–Tranquila, sólo quiero hablar contigo a solas –dijo, mirándome de reojo.

Le miré con detenimiento. Llevaba el pelo húmedo y peinado hacia atrás, pero un mechón de su flequillo caía rebelde sobre su frente y tuve la tentación de llevarlo a su sitio peinándolo con mis dedos. Por supuesto me contuve. Su perfil se recortaba con la luz intermitente de las farolas, que teñía su rostro de un tono dorado. Sus ojos brillaban como si fueran de plata, hipnóticos. Parecía enfadado. Inesperadamente detuvo el coche y pegué un respingo. Estaba asustada, ese hombre me fascinaba, pero no le conocía lo suficiente y si intentaba algo en un lugar así, nadie acudiría en mi auxilio.

Él se giró hacia mí, con las manos aún en el volante y advirtió mi miedo.

–¡Hey, tranquila! –dijo entonces, extendiendo una de sus manos hacia mí.

–No me toques –le pedí, asustada.

Llevé mi mano al tirador del coche, dispuesta a salir de allí a la carrera si me daba motivos para hacerlo.

–No voy a hacerte daño, Giulia –dijo en un tono que inexplicablemente consiguió que me calmara.

Quedé atrapada en sus maravillosos ojos grises, que me infundían de nuevo confianza. Solté el tirador y me relajé un poco en el asiento y él pareció relajarse también.

–Grace me ha dicho que Aleksander te ha ofrecido trabajar para él –dijo entonces, sorprendiéndome por el tema de conversación elegido–. Sé que has rechazado su oferta y has obrado correctamente, pero eso no le detendrá, si se ha encaprichado contigo no parará hasta tenerte –dijo, haciendo que me estremeciera por las connotaciones implícitas de la palabra tener.

–¿Cómo lo sabes? –le pregunté, nerviosa.

–¡Créeme!, lo sé –dijo él, mirándome a los ojos con intensidad–. Ya te advertí que ese sitio no te convenía, pero ahora es evidente que no puedes volver, tu vida está en peligro –.

Su expresión era apremiante y severa y no dudé de él, sabía que me estaba avisando de buena fe, que sólo intentaba ayudarme y comprendí que tenía que seguir su consejo.

–De acuerdo, no volveré –dije y él pareció satisfecho.

–Bien –dijo, relajándose.

Hasta el momento había estado tenso y su cuerpo había permanecido rígido, sus manos agarrotadas sobre el volante, pero entonces lo soltó y se dejó caer sobre el respaldo de su asiento de cuero.

–Grace inventó que mi novio me esperaba para que pudiera salir de allí, ¿no es así? –le pregunté.

–Sí, se me ocurrió que si Aleksander sabía que tenías a alguien, sería más precavido –me confesó.

Asentí, mirándole a los ojos y sintiéndome inexplicablemente avergonzada.

–Gracias –dije con sinceridad–. De nuevo –.

–Giulia, ¿no tienes familia? –me preguntó él de pronto.

–No, ya no me queda nadie –admití, mirándole con tristeza–. Bueno, excepto mi amiga Tania, ella es como una hermana para mí –le confesé.

Él asintió y me hizo sentirme comprendida. Me sentía segura a su lado, me hacía sentir bien…

–Bien, entonces tienes que sacar a tu amiga de allí. ¿También estudia Periodismo? –me preguntó.

Asentí. No recordaba haberle dicho qué carrera estudiaba o quizás sí, no estaba segura en ese momento.

–Os ayudaré a encontrar otro empleo –me aseguró.

–No tienes por qué hacerlo, de veras, ya has hecho bastante por mí –le dije.

–Quiero hacerlo –insistió, inclinándose sobre mí y atrapándome en su mirada–. Sé lo difícil que es estar solo y mucho más si atraviesas dificultades económicas –.

–El dinero no es lo que más me preocupa en este momento –admití.

Él arqueó una ceja, sorprendido.

–No estoy diciendo que no lo necesite –comencé, intentando explicarme–, desgraciadamente lo necesito, pero mientras tenga para pagar lo básico no me preocupa demasiado, sobreviviré. En cambio la soledad es devastadora, estoy contigo en eso –admití, sin saber muy bien por qué compartía algo tan íntimo con él.

–Alguien como tú nunca estará sola –dijo él, alcanzando con su mano mi mejilla y acariciándola con suavidad.

Su tacto era divino, suave y electrizante. Mis ojos se detuvieron en su sensual boca y deseé que me besara. Busqué sus ojos y creí leer en ellos que él también lo deseaba. Desabroché mi cinturón de seguridad y me incorporé ligeramente en el asiento, inclinando mi rostro hacia el suyo. Nuestros labios casi se rozaban, el corazón me latía desbocado y cerré los ojos, esperando que él se ocupara del resto.

Pero no sucedió nada. Cuando abrí los ojos, él estaba de nuevo aferrado al volante.

–Abróchate el cinturón, es hora de llevarte a casa –dijo con gravedad.

Me sentí decepcionada, pensé que él también sentía algo por mí, incluso había llegado a pensar que ésa era la razón por la que se preocupaba tanto por mi seguridad, pero debía estar equivocada, quizás tan sólo lo hacía porque era un buen tipo…

Volví a sentarme y me apresuré a abrocharme el cinturón como me había pedido. En cuanto lo hice, le miré y él arrancó el coche, evitando deliberadamente mi mirada.

Circulamos en silencio a través de la ciudad, ambos ensimismados en nuestros propios pensamientos. No me pasó desapercibido que no me preguntó mi dirección, conducía como si supiera a dónde se dirigía. Antes de lo que deseaba llegamos a mi barrio y él se detuvo frente a mi bloque y salió del vehículo, apresurándose a abrir mi puerta. Nunca había estado con un tipo que abriera la puerta para mí, en estos pequeños detalles era dónde se notaba que Reed tenía clase.

Me sentía avergonzada tras su rechazo e intentaba disimularlo, pero me preguntaba qué era lo que le ocurría a él. Parecía sumamente turbado y disgustado. Salí del vehículo y él tomó mi bolsa, cargándola en su hombro y cerrando el vehículo.

–¿Cuál es tu bloque? –me preguntó.

–El que está justo enfrente –le indiqué.

–Bien, vamos –dijo, poniendo su mano en mi espalda e instándome a cruzar la calle.

Bajé el escalón de la acera y pisé mal con el tacón, torciéndome el tobillo. Él me sujetó por la cintura, evitando que me cayera.

–¿Estás bien? –me preguntó, buscando mi rostro.

–Sí, no estoy acostumbrada a andar con tacones –admití, avergonzada.

Él sonrió y me rodeó la cintura con su brazo hasta llegar a la entrada del bloque de apartamentos. Nos miramos en silencio durante unos instantes y entonces él me devolvió mi bolsa.

–¿Conservas mi tarjeta? –me preguntó.

Asentí.

–Bien, entonces llámame a ese número al inicio de la semana. Espero encontrar rápido algo adecuado para vosotras –me propuso.

–Bien, gracias –le dije, extrayendo las llaves del bolsillo de mi cazadora y subiendo el pequeño tramo de escaleras que me separaban de la entrada.

–¡Buenas noches, señor Reed! –me despedí, con una sonrisa burlona en mis labios.

–No me llames así, haces que me sienta mayor –dijo él, revolviéndose el pelo.

Reí sin poder evitarlo. Era mayor que yo, pero no tan mayor...

–¿Tristan, entonces? –le propuse.

–Sí, eso puedo soportarlo –añadió

–Bien, pues que pases buena noche, Tristan –le deseé.

–¡Cuídate, Chica Blue! –dijo él, con esa mirada hipnótica.

Asentí y entonces él me dio la espalda y avanzó lentamente hasta su deportivo. Le seguí con la mirada. Era demasiado perfecto, el prototipo de mi hombre ideal. Si tuviera unos años más no le dejaría escapar, pero en mi situación actual no tenía mucho que ofrecerle. Tenía que ser consciente de que estaba muy fuera de mi alcance, pero ¿por qué me costaba tanto hacerme a la idea?

Introduje la llave en la puerta y la giré. Él arrancó su deportivo, pero no se marchó de allí hasta que entré en la seguridad del portal. Subí las escaleras hasta el cuarto piso y entré en el apartamento. Habría ido a asomarme al balcón para asegurarme de que él ya se había ido, pero mi miedo a las alturas me disuadió de hacerlo.

Me puse el camisón y me acomodé en el sofá, decidida a esperar a Tania despierta, viendo algún programa de la televisión… e, inevitablemente, pensando en Tristan Reed.

 

 

 

Cuando desperté había amanecido. La televisión seguía encendida y me pregunté por qué Tania no la habría apagado cuando llegó. Busqué el mando a tientas por el sofá y en cuanto di con él, la apagué. Consulté mi reloj, eran las ocho y media de la mañana.

Me puse en pie de un salto, tenía un mal presentimiento… Avancé lo más rápido que pude hasta su habitación, abrí la puerta y mis temores se hicieron realidad, ella no había vuelto a casa. Volví al salón, buscando mi móvil. ¿Dónde demonios se había metido? El club cerraba a las cuatro de la mañana, hacía horas que debería haber vuelto.

Marqué su número y creí morir cuando no dio señal. Busqué de inmediato el teléfono del club en la tarjeta que guardaba del local, pero nadie contestaba. Era normal, el club estaba cerrado a esas horas y hasta las siete de la tarde no llegarían los primeros empleados, de modo que no servía de nada llamar allí. No tenía ni el teléfono de Terence ni el de Grace, de modo que comencé a desesperarme. Me vestí rápidamente, cogí mi bolso y me lancé a la calle en busca de mi amiga.

Tomé la parada de metro más próxima, decidida a seguir la ruta que habríamos hecho ambas la noche anterior si hubiéramos regresado juntas a casa. Habíamos convenido que regresaríamos en taxi al apartamento, pero si yo no lo había hecho, quizás ella tampoco y podría haberle ocurrido algo en el trayecto. Tania llevaba esa noche bastante dinero encima, por eso era una locura no volver en taxi, pero quizás no encontró ninguno disponible en la parada y al final se decidió a volver en metro. Empecé a temer que la hubieran atracado de camino a casa y que estuviera herida o inconsciente en cualquier esquina.

Me detuve en cada estación, verificando los andenes por si acaso la encontraba allí, pero llegué a mi destino sin dar con ella. Continué hasta el club, donde llamé repetidas veces a la puerta, pero como sospechaba no había nadie a esas horas. Ni siquiera quedaban vehículos en el parking, estaba claro que allí no tenía nada que hacer. Volví sobre mis pasos y revisé cada calle y callejón de los alrededores con la esperanza de encontrarla, pero sabiendo que era una esperanza vana. De cuando en cuando telefoneaba a su número, deseando que respondiera y que esto no quedara más que en un susto, pero su móvil seguía fuera de cobertura.

De pronto se me ocurrió que quizás la habían encontrado herida o desorientada y la habían trasladado a un hospital. Busqué en mi móvil los teléfonos de los hospitales y centros médicos de los alrededores y comencé a llamar a uno tras otro preguntando por una joven de sus características, pero no habían ingresado a nadie en esas condiciones esa noche.

Entonces recordé que se había quedado a prolongar con Monique y que ellas eran amigas. Quizás decidieron ir a tomar algo juntas, bebieron más de la cuenta y se fueron a dormir a su apartamento. Ésa era una explicación bastante razonable y me sentí un poco más tranquila. Estaba exagerando las cosas, seguramente Tania aún dormía y no se había dado cuenta de que su móvil no tenía batería. Sólo tenía que llamar a Monique y comprobarlo, pero no tenía su teléfono…

Esperé en una cafetería el resto de la mañana, llamando cada poco tiempo al móvil de mi amiga, que continuaba sin dar señal. Llamé a Leroy también para que subiera al apartamento y comprobara si Tania había vuelto y cuando me confirmó que allí no había nadie, comencé a desesperarme. A mediodía me presenté en una comisaría de policía dispuesta a denunciar su desaparición. Un agente tomó nota de mi denuncia, haciéndome las preguntas de rigor, pero me informó de que no se consideraría una desaparición hasta que transcurrieran cuarenta y ocho horas desde la última vez que mi amiga fue vista.

–¿Me está diciendo que van a estar de brazos cruzados todo el fin de semana esperando a que pasen las cuarenta y ocho horas estipuladas antes de empezar a buscar a mi amiga? –le pregunté al tipo, indignada.

El agente dejó de teclear en su ordenador un instante y se volvió a mirarme.

–Señorita, lo más probable es que su amiga se fuera de fiesta después de acabar su trabajo y que cuando despierte, allá donde esté, decida volver a casa. Lo más sensato que puede hacer usted es volver a su apartamento y esperarla allí y cuando aparezca, le recuerdo que lo primero que ha de hacer es telefonearnos y retirar esta denuncia –me dijo en un tono monótono y rutinario.

–Al menos podrían intentar localizar al dueño del club en el que trabajamos, quizás él o alguno de los empleados pueda aportar alguna información que nos ayude a encontrarla. Ella se quedó hasta que cerraron el local, quizás la vieron salir con alguien –dije, empezando a pensar en lo peor.

–Señorita, sabemos muy bien cómo proceder. Vuelva tranquila a su apartamento y permanezca a la espera –me indicó, entregándome un impreso y señalándome el lugar en que debía firmarlo.

Abandoné la comisaría sintiéndome aún más nerviosa que cuando había entrado allí. Me sentía impotente, no tenía a quién acudir y dudaba si debía o no llamar a los padres de Tania para advertirles. Si lo hacía les daría un susto de muerte y quizás fuera para nada, puesto que intentaba aferrarme a la idea de que Tania estaba bien, que simplemente había ocurrido como decía el agente y se había ido de fiesta, aunque lo veía muy improbable, debía de estar muy cansada y con pocas ganas de fiesta después del trabajo,… salvo que bebiera. Tania se recargaba de energía cuando tomaba unas copas, aunque luego sufría un bajón espantoso.

Resignada, volví al apartamento, deseando entrar y encontrarla allí. Todo quedaría en un susto, le echaría una buena reprimenda y no volvería a dejar que volviera sola a casa a esas horas de la noche. Necesitaba que fuera así, esto tenía que ser sólo un aviso, nada más, pero cuando entré en el apartamento y no la encontré allí, se me cayó el alma a los pies.

Registré su habitación en busca del teléfono de Monique o de la peluquería en la que trabajaba. Si encontraba una tarjeta del lugar, podría telefonear y pedir su número, pero mi búsqueda no tuvo éxito. Tania no era de las que guardaban los tickets de sus gastos, de modo que deseché la idea de encontrar la factura de sus mechas por algún lugar del apartamento.

Pasé toda la tarde sentada en el sofá hecha un ovillo, meciéndome hacia delante y hacia atrás en un movimiento nervioso. La había telefoneado cientos de veces, de hecho seguía haciéndolo cada diez minutos, pero su teléfono no daba señal… A estas horas, de estar bien, ya se habría puesto en contacto conmigo. Empezaba a estar muy asustada.

A las siete de la tarde comencé a telefonear al club, pero hasta las ocho no respondieron a mi llamada. Lo cogió Grace, que pareció sumamente conmocionada con la noticia. No me dio el teléfono de Monique, pero me aseguró que ella misma preguntaría a las chicas si sabían algo sobre Tania y que por supuesto me mantendría informada. Estaba claro que no deseaba que me presentara allí en esas condiciones y que le arruinase la noche, pero si no me llamaba antes de que abrieran el local, eso era justamente lo que pensaba hacer.

Esa hora se me hizo eterna, pero Grace cumplió su palabra y me devolvió la llamada. Al parecer habían visto salir a Tania del vestuario a eso de la cuatro y cuarto de la mañana, pero no sabían nada más de ella. No le había dicho a nadie que fuera a dirigirse a algún lugar diferente de su casa y me aseguró que eso era todo lo que había averiguado por el momento, aunque me prometió que seguiría investigando. Me pasó un instante a Monique, que me aseguró que tampoco la había visto desde que se despidieron en los vestuarios y eso arrojó al vacío mi última esperanza de que ella estuviera bien.

No podía quedarme allí por más tiempo esperando de brazos cruzados, el tiempo en esto casos siempre corría en contra. Me presentaría de nuevo en la comisaria y esta vez me escucharían de veras, no iba a permitir que no hicieran nada por encontrar a mi amiga. Mientras iba a por mi bolso, sonó mi móvil y volé a descolgarlo. Era un número desconocido, quizás era ella que me llamaba desde un móvil prestado…

–¿Quién es? –pregunté, llena de ansiedad.

–¿Es usted Giulia Myers? –me preguntó una voz de mujer al otro lado de la línea.

–Sí, soy yo –dije con el alma en un vilo.

–La llamo del Departamento Forense de la Policía de Nueva York en relación con una denuncia de desaparición que cursó usted esta mañana. Necesitamos que venga cuanto antes a realizar una identificación a nuestras instalaciones en First Avenue –me informó en un tono profesional, carente de tacto.

–¿A identificar un cadáver? –pregunté, sintiendo cómo todo mi cuerpo temblaba al pronunciar esa palabra.

–Sí. Le ruego apunte la dirección y un número de teléfono –dijo.

Apunté la dirección con dedos temblorosos en un bloc de notas y en cuanto colgué la llamada, arranqué la hoja y salí del apartamento. Cogí un taxi y me acurruqué contra el cristal de la cabina y sin saber por qué, empecé a rezar. Nunca había rezado antes, ni siquiera me consideraba una persona religiosa, pero había oído a mi abuela hacerlo cientos de veces. Ella se pasaba horas pronunciando en voz queda aquellas oraciones hermosas y sumamente tristes frente a nuestra chimenea y, sin ser consciente de ello, aparentemente yo las había memorizado. Siempre pensé que rezaba por mi madre y no entendía por qué lo hacía, puesto que ella ya estaba muerta, pero por alguna extraña razón, yo ahora recitaba mentalmente esas mismas oraciones con la esperanza de que el cuerpo que iba a identificar no fuera el de mi amiga, pero tenía el terrible presentimiento de que lo sería…

Llegué al edificio de la OCME en First Avenue en torno a las diez de la noche, pero supuse que este tipo de lugares estaban permanentemente abiertos, pues la muerte no tenía horarios. En la entrada me indicaron que subiera al primer piso y, una vez allí, una mujer con bata y mascarilla vino a buscarme a la recepción y me indicó que la siguiera. Un agente de policía trajeado me recibió en cuanto llegué.

–Señorita Myers, lamento tenerle que hacer venir a un lugar como éste a estas horas de la noche, pero hemos encontrado un cuerpo hace unas horas de una joven que coincide con las características de su amiga desaparecida y necesitamos su ayuda para realizar la identificación –me dijo.

–¿Dónde la han encontrado? –pregunté con un hilo de voz.

–En el río Hudson –dijo, mirándome con pesar.

Suponía que él había hecho esto cientos de veces, pero al menos este hombre parecía que tenía cierta sensibilidad, no como los otros agentes con los que había tratado durante la jornada.

–¿Ha muerto ahogada? –pregunté de nuevo.

–Creemos que no ha sido así, que ya estaba muerta cuando cayó al río, pero eso sólo lo confirmará la autopsia –admitió–. Señorita Myers, será mejor que procedamos a la identificación, podría no ser su amiga y estaría torturándose innecesariamente –.

Asentí, recobrando una mínima esperanza. Sí, este hombre tenía razón, podía no ser Tania. Les había dejado una foto, si fuera tan evidente que se trataba de ella, no me habrían llamado para identificarla. Quizás no era ella, en Nueva York había casos como éste todos los días, ¿por qué tendría que ocurrirle algo así precisamente a Tania?

La mujer con bata y mascarilla, que debía de ser la forense, nos indicó que entráramos en el depósito. Me tranquilizó que el agente de policía viniera conmigo, de algún modo su presencia me reconfortaba. Había visto lugares como éste en muchas series de televisión y sabía lo que venía a continuación. Los cadáveres estarían clasificados en esos nichos de las paredes que no eran otra cosa que cámaras frigoríficas. Se me empezó a revolver el estómago sólo de pensar que Tania podría estar encerrada allí.

La forense se detuvo frente a una camilla que estaba en un extremo de la sala y descubrí que sobre ella había un cadáver cubierto con una sábana. Podía ver cómo los pies sobresalían por debajo. El agente me cogió del antebrazo y me instó a acercarme más, pero yo ya había identificado a mi amiga. En cuanto vi sus pies, reconocí el tono de su esmalte de uñas, un granate oscuro que le había aplicado yo misma la tarde anterior, tras pintar las mías de negro.

Entonces la forense levantó la sábana y pude contemplar su rostro, hinchado e inerte. La vida me había golpeado con dureza en el pasado, pero esto era lo más horrible que me había ocurrido nunca. Ver a mi amiga sin vida en un lugar así fue terrible, me sentí morir.

–Señorita Myers, ¿se trata de su amiga? –me preguntó el agente, escrutando mi rostro.

–Sí, es ella –admití.

–Lo siento –dijo él entonces, mirándome con compasión–. Está muy pálida, será mejor que espere fuera, me reuniré con usted en unos instantes –me aconsejó.

Asentí, con lágrimas en los ojos, pero no podía moverme de allí ni apartar la vista del cuerpo de mi amiga. El olor a antiséptico y desinfectante empezaba a aturdirme, seguro que lo odiaría por la eternidad, pues lo asociaría a este terrible momento. De pronto sentí que mis oídos pitaban y que mi cabeza se volvía pesada y comenzaba a dar vueltas. Me sentí inestable y busqué algo dónde agarrarme, pero no me dio tiempo a hacerlo, sentí cómo me desplomaba y después me sumergí en la más inmensa oscuridad.