CAPÍTULO XVII
Yacíamos abrazados en la cama de su apartamento de Brooklyn tras hacer el amor apasionadamente. ¡Por fin ese día desquiciante había acabado! y no podía haberlo hecho de mejor modo, con una reconciliación inmemorable piel contra piel.
Tristan, tumbado boca arriba, contemplaba pensativo el falso tragaluz, mientras que yo, enroscada a su cuerpo, acariciaba su pecho con las puntas de mis dedos. Me costaba aún asimilar que ese hombre misterioso que se había sentado hacía un mes en mi barra, conquistándome con sólo una mirada, se había convertido en el amor de mi vida. Nunca podría olvidar nuestra primera conversación, ni cómo me llamó aquella noche, cuando no pudo identificarme por mi nombre: Chica Blue.
–Tristan, ¿por qué me llamaste aquel día Chica Blue?, ¿fue por mis ojos? –le pregunté de pronto.
Había querido hacerle esa pregunta desde que se dirigió a mí de ese modo por primera vez. Al principio me había parecido un apodo extraño, aunque no podía negar que me gustaba, ¡me hacía sentir especial! Sentía curiosidad por saber si tenía algún significado ulterior para él.
Él giró su rostro hacia mí y su mirada se volvió penetrante e intensa, tanto que inspiré profundamente, abrumada como de costumbre e impaciente por conocer su respuesta.
–Sí, definitivamente me inspiraron tus ojos –me aseguró–. Tienes la mirada más evocadora que jamás haya visto, Giulia, y ya te he confesado que soy adicto a ella. Pero no es sólo belleza lo que veo en tu rostro cada vez que te miro, sino algo más valioso para mí. Tus ojos son mi amanecer, el cielo azul en un día despejado, el mar bañado por los rayos del sol, la luz de la vida… Llevo tantos años privado del placer de contemplar el día, que cuando te vi por primera vez, la luz de tus ojos me deslumbró y quedé atrapado en tu mirada, totalmente hechizado, porque esos ojos eran lo más parecido que recordaba a un amanecer… –dijo con una sonrisa soñadora–. Esa noche en el club no podía dejar de mirarte y no sólo no podía, la verdad es que no quería dejar de hacerlo. Sabía que mirarte era tan arriesgado como contemplar un amanecer siendo un vampiro. En cuanto el alba despunta, simplemente te desintegras, pero no podía apartar mis ojos de ti e inevitablemente mi corazón se incendió. Deseaba conocer tu nombre, pero no llevabas la placa identificativa como el resto de las chicas del club y entonces improvisé, Chica Blue –.
Sonreí, maravillada con su confesión, pero a la vez comprendí lo duro que tenía que ser para Tristan ser un habitante de la oscuridad cuando se amaba tanto la luz. Pero había una posibilidad de subsanarlo, quizás él podría volver a ver la luz del sol si yo le ayudaba y por infinitesimal que fuera esa posibilidad, debíamos luchar por conseguir que fuera una realidad.
–Podrías utilizar mi sangre para buscar el suero de la luz –le propuse entonces.
–¿Cómo dices? –preguntó él, sorprendido, volviendo a buscar mis ojos.
Me incorporé, apoyando mis manos sobre su pecho para poder mirarle a la cara.
–Si la clave para que un vampiro soporte la luz está en mí, quiero que la encuentres y que la utilices en tu beneficio, Tristan. Si alguien puede lograrlo, ése eres tú –le dije.
–Giulia, ya sabes que la Comunidad y en especial Bastian desean ese suero sobre todas las cosas. Si lo descubro y llega a su poder, tendrán un arma muy poderosa en sus corruptas manos. No puedo correr ese riesgo –admitió.
–No tiene por qué descubrirlo nadie, será nuestro secreto. Podrás inoculártelo tú y entonces podrás ver la luz de nuevo –le propuse–, ¿no sería magnífico? –.
–Sí, sí que lo sería. Tener que esconderse de la luz del sol es una de las peores secuelas del virus. Recuerdo que de niño pasaba los veranos en la granja de mis abuelos. Amaba ver el amanecer y cada mañana escalaba las torres de balas de heno apiladas en el campo y me tumbaba cómodamente en la parte más elevada para ver despuntar el sol. ¡Era increíble! Es curioso que no valoremos lo suficiente las cosas simples hasta que se nos priva de ellas –admitió con nostalgia.
–Desarrolla ese suero y podremos contemplar juntos el amanecer –insistí.
Tristan se incorporó, apartándose de mí, y salió de la cama.
–No sé, Giulia, no creo que sea una tarea fácil, me llevaría su tiempo y ahora debo centrarme en la misión –dijo, vacilante.
–Prométeme al menos que lo intentarás –insistí, incorporándome y sentándome sobre mis talones encima de la cama para no romper el contacto visual con sus ojos.
Él arqueó sus cejas, sorprendido por la urgencia de mi petición. Bajó la mirada para alcanzar su ropa y comenzó a vestirse, sin responderme.
–Por favor –le supliqué.
Se subió los pantalones y se me quedó mirando, indeciso. Le dediqué una de mis miradas más persuasivas.
–De acuerdo, lo intentaré –accedió finalmente con una sonrisa.
¡Bien, me daba por satisfecha! Él lo intentaría, eso era lo más importante y sólo restaba confiar en que lo consiguiera, pero yo tenía fe en él, sabía que antes o después sería capaz de hacerlo.
Mi móvil comenzó a vibrar sobre la cómoda anunciando un mensaje entrante y Tristan se hizo con él, acercándomelo a la cama, no sin antes echar un vistazo a la pantalla.
–¿Un mensaje de ése tal Lewis a estas horas de la madrugada? No te acosará, ¿verdad? –me preguntó, torciendo el gesto.
–Simplemente estará preocupado porque ayer abandoné precipitadamente la redacción en compañía de un tipo guapo y peligroso. Creo que no le caíste demasiado bien, ¿sabes? Lewis al parecer es inmune a tus encantos –bromeé.
–Por norma general no le suelo caer bien a la gente, Giulia. De hecho intento que los humanos me teman, es más fácil así, evitas que intenten intimar –me explicó sin captar mi nota de humor.
–¿Bromeas? Ninguna mujer en su sano juicio permanece inmune a tu presencia y tu comportamiento esquivo es un plus en este caso, aunque no lo creas. ¿Es que no te diste cuenta de cómo babeaba la secretaria de la redacción? Es usted simplemente irresistible, señor Reed –dije, dejándome caer melodramáticamente sobre el colchón con las manos en el pecho.
–Pues yo pienso que ese chico está loco por ti –dijo Tristan en un toco acusador, obviando por completo mi insinuación sobre su divinidad.
–No lo creo –dije–. Lewis es así, se siente un caballero andante y se entromete en todo lo que considera injusto. Se atrevió a intervenir en mi defensa cuando Aleksander trató de intimidarme y se llevó una buena paliza por hacerlo y estoy segura de que si esta tarde le hubiera dicho que me molestabas, se habría encarado contigo a sabiendas de que llevaba todas las de perder. Simplemente es una buena persona, aunque tiene un problema serio, no tiene en absoluto desarrollado el instinto de supervivencia y eso en su profesión le acarreará problemas –.
–No te discuto que sea un buen tío, pero ¡entiéndeme!, está loco por mi novia e inevitablemente nunca podrá caerme bien –dijo, alzando una ceja.
¡Su novia! Sonaba bien. Me quedé mirándole mientras terminaba de vestirse, preguntándome por qué lo hacía, ¡eran apenas las dos de la mañana!
–Voy a bajar al laboratorio a trabajar un poco. Tú deberías dormir. Si lo haces, prometo traerte el desayuno a la cama a una hora razonable, ¿te parece bien? –me propuso.
Asentí, encantada, y me incorporé de nuevo para seguirle con la mirada mientras esperaba el ascensor.
–¿Necesitas ya mi sangre para tus investigaciones? –le pregunté entonces, retirándome mi melena para ofrecerle mi cuello.
–Deberías tener cuidado con tu atrevido sentido del humor, Giulia. En ocasiones olvidas que estás con un vampiro sediento de ti –me amenazó, provocador.
Solté una carcajada y me tapé hasta la cabeza con la sábana de raso, ocultándome deliberadamente. Le sentí acercarse a la cama y entonces me descubrió y se inclinó sobre mí, besando mi sien.
–Te quiero, Giulia –susurró mirándome a los ojos.
–Lo sé –admití, feliz–, pero puedes recordármelo cuantas veces quieras, ¡me encanta escucharlo! –.
–Lo haré cada día del resto de mi vida si eso te hace feliz. Ahora duerme, cielo, y ten dulces sueños –dijo, cubriéndome con la sábana con suma ternura.
Estábamos dedicados en cuerpo y alma a preparar la operación contra Bastian. Tristan me consiguió la documentación necesaria para poder acceder a los laboratorios como empleada y mientras él trabajaba sin descanso en la producción del suero exterminador y en la distribución de las vacunas, Oliver me ayudó a preparar la logística de la operación. Tristan había hablado con él con toda franqueza, confesándole el propósito de nuestra misión y su repercusión y él se había unido a nosotros libremente, a sabiendas de que sacrificaría su vida. Tenerle en el equipo resultó muy ventajoso, porque era un técnico excelente.
La secretaria de Excelsior había contactado a Tristan para confirmar la reunión. La fijó finalmente para ese jueves, lo que nos dio un poco más de tiempo para perpetrar nuestro plan. La reunión tendría lugar a medianoche en una de las salas de reuniones del último piso. Nuestro plan era confinar allí a Bastian, aislándole del resto del edificio e impidiendo así que el personal de seguridad acudiera al rescate. Esto dejaría vía libre a Tristan para acabar con él. No me convencía demasiado la idea de dejarle que se ocupara de la parte más complicada del plan, pero sólo estábamos nosotros tres y mientras él se encargaba de nuestro blanco, Oliver y yo misma tendríamos que impedir que los refuerzos accedieran al lugar.
Éramos conscientes de que estábamos ante una empresa difícil de conseguir, pero no imposible. Contábamos con que la seguridad del edificio se reforzaría deliberadamente por la visita de su líder, a lo que se añadía que Bastian siempre se rodeaba de los mejores guardaespaldas, pero nosotros teníamos un as en la manga: nuestra arma secreta. Las posibilidades de éxito de Tristan radicaban principalmente en que pudiera aplicar el suero exterminador a Bastian durante la reunión. Era una apuesta arriesgada, pero confiaba en Tristan y si él pensaba que era el movimiento de apertura que necesitaba para iniciar su misión, yo no lo pondría de nuevo en duda. Él y yo nos habíamos hecho una promesa, si alguno de los dos no salía con bien de ésta, el que sobreviviera tendría que continuar con la misión e intentar erradicar el virus. Ahora mi único deseo era que pudiéramos continuar en esto juntos, eso significaría que ambos habríamos sobrevivido a esa noche.
Era aún de madrugada cuando me dirigí al laboratorio. Sabía que si no iba expresamente a buscar a Tristan y a Oliver, ellos ni siquiera pensarían en tomarse un descanso, puesto que ambos tenían el mismo defecto, eran unos fanáticos del trabajo. Esa misma noche tendría lugar la reunión con Bastian y quería que todos estuviéramos al cien por cien. Sabía que ellos, al ser vampiros, no necesitaban dormir tanto como yo, pero aun así quería que descansaran unas horas. Ahora eran mi familia y me preocupaba por ellos.
Entré en el laboratorio de Genética y vi filtrarse la luz a través de las persianas de la oficina e Oliver. Me acerqué y giré el pomo de la puerta, comprobando que no estaba cerrada con llave. Esa mañana su despacho estaba repleto de monitores y de cachivaches, hasta el punto que me costó abrirme paso entre ellos para llegar hasta él. Imaginé que estaba ultimando los detalles de su sistema de vigilancia, puesto que tenía previsto monitorizar todo el edificio desde allí. Su despacho sería nuestra base y desde allí nos informaría de lo que ocurría en las distintas zonas de los laboratorios. Yo me encargaría de interceptar a todo el que se aventurara a acudir al rescate de Bastian. Teníamos que concederle el tiempo suficiente a Tristan, manteniendo la sala de reuniones infranqueable.
En ese instante Oliver estaba instalando un nuevo dispositivo en su ordenador y aunque estaba tentada a preguntarle para qué servía, me abstuve. Me había intentado explicar en anteriores ocasiones lo que tramaba con alguno de sus inventos y siempre acababa perdiéndome entre tanta jerga técnica.
–¿Cómo lo llevas? –le pregunté, instalándome en la silla contigua a la suya, cuidándome bien de no tocar ninguno de sus chismes.
–Casi lo tengo todo listo –me dijo, mientras se afanaba por acoplar una serie de chips en la placa base del ordenador.
–¿No estás nervioso? –le pregunté, mientras admiraba la enorme pantalla táctil que había instalado estratégicamente frente a nosotros.
Él dejó por un instante su tarea, meditando mi pregunta.
–No –dijo, tras reflexionarlo un segundo.
–¿En serio?, ¿ni un poco? –le pregunté asombrada–. Yo lo estoy –
Oliver me gustaba, era un tipo sumamente inteligente, pero de fácil trato. Habíamos congeniado bien desde que nos conocimos y el episodio en el almacén nos había hecho formar equipo.
–¿Por qué iba a estar nervioso, Giulia? ¡Por fin empiezo a trabajar en algo interesante! Luchamos por una causa justa y estamos en minoría frente a la corrupta Comunidad, podría decirse que en esta ocasión nosotros somos los superhéroes –dijo, emocionado.
Oliver era un entusiasta de los comics, los videojuegos y los juegos de rol. Me temía que en estos momentos estuviera mezclando ficción y realidad, pero si él era feliz así, yo no iba a ser quien cambiara su forma de ver las cosas.
Mientras él concluía la instalación, repasé mentalmente toda la operación. Esperaríamos a que Bastian se reuniera con Tristan en la sala y a continuación Oliver cortaría todos los accesos desde su torre de control. Sólo yo podría usar el montacargas o abrir las puertas a mi antojo. En primer lugar sellaría las entradas a esa planta, me aseguraría de eliminar a los agentes de seguridad y me trasladaría inmediatamente a la sala para ayudar a Tristan. Acabaríamos con Bastian y con sus hombres de seguridad, algunos de ellos también importantes miembros de la Comunidad, y si todo salía bien y vivíamos para contarlo, habríamos conseguido la primera victoria. Tras la caída de su líder, la Comunidad se sumergiría en una tremenda inestabilidad. No serían capaces de formar un frente común contra nosotros durante un tiempo y si aprovechábamos la oportunidad y actuábamos rápido, les llevaríamos ventaja. Podríamos acabar con los vampiros del país antes de lo que Tristan había previsto y después tendríamos que organizarnos para dar con los demás.
–¿Se puede saber por qué estás nerviosa? –me preguntó entonces Oliver, sacándome de mi reflexión.
–¡Uhm!, no conozco a Excelsior y eso me inquieta, porque no puedo prever sus reacciones. Con Black era diferente, sabía a qué atenerme con él, pero en este caso me siento insegura, me da miedo que descubra las intenciones de Tristan y que acabe con él. Eso es algo que no se me va de la cabeza –dije, confesándole a él mis más oscuros temores cuando no había sido capaz de compartirlos con Tristan.
–Giulia, lo importante es que nos ciñamos al plan. Si lo hacemos bien y mantenemos la planta superior aislada, nada tendría por qué salir mal. El Doctor Reed sabe cuidar de sí mismo. Además, llevará las cápsulas con el suero con él y no he visto mejor arma contra nuestros congéneres. Y te conozco lo suficiente como para saber que tú encontrarás la forma de tirar la puerta abajo si intuyes que está en apuros, de modo que no has de estar nerviosa, sino concentrada en la misión –me aconsejó.
–Sí, tienes razón –dije, un poco más tranquila al verle tan convencido de nuestro éxito.
–Voy a buscar a Tristan, necesita descansar, y tú deberías hacerlo también. Recoge todo esto y vete a casa unas horas –le aconsejé, apoyando mi puño en su hombro y apretándolo en un gesto cariñoso.
–¿Sabes qué? Todavía recuerdo con nostalgia algunas vivencias humanas. Cuando pasaba toda la noche estudiando, mi madre me traía a la habitación un café bien cargado y un croissant de mantequilla para reponer fuerzas. ¡Era uno de mis tentempiés favoritos! Por la mañana me obligaba a acostarme para que descansara unas horas y no había forma de contradecirla, siempre se salía con la suya. No te imaginas cómo echo de menos ciertas cosas, incluso algo tan ordinario como una humeante taza de café. ¡A veces esta realidad resulta frustrante! –se quejó.
–Puedo imaginarlo y no sabes cuánto lo siento –le dije.
–No es culpa tuya, es de ese bastardo de Excelsior, pero estoy a punto de vengarme de él, de modo que saborearé mi dulce venganza, como si se tratara de un humeante capuccino –dijo con una sonrisa malévola.
Asentí y le di una palmadita en la espalda antes de levantarme.
–Prométeme que te irás a casa antes de que amanezca –le pedí.
–En cuanto acabe con esto, te lo prometo –dijo, guiñándome un ojo.
Le dejé seguir con su trabajo y salí silenciosamente de su despacho. Me encaminé a la famosa escalera transparente que conducía al piso superior, contemplando a través de los ventanales ahumados del laboratorio una ciudad oscura y aún durmiente. Comprendía bien a mis amigos, vivir eternamente confinados en la oscuridad, alimentándose de esa sustancia que imitaba a la sangre y llevando una vida a medias debía de ser claustrofóbico, especialmente cuando estabas solo, sin nadie con quien compartir ese sino… Pero eso les ocurría solamente a los vampiros que, como ellos, añoraban su vida humana, no al resto, a los depredadores de humanos. Sin embargo me resistía a creer que no hubiera más como ellos y esa incertidumbre me seguía atormentando. Seguía pensando que tomarnos la justicia por nuestra cuenta, exterminando a diestro y siniestro a todos los vampiros, no era ortodoxo. Por pura probabilidad, habría más tipos como Oliver y Tristan y pensar en eliminarlos me revolvía las entrañas porque me hacía sentir como una asesina sin escrúpulos… Intentaba no pensar demasiado en el asunto, pero seguía ahí, subyacente en mi mente, y me daba miedo que no pudiera actuar como se esperaba de mí cuando llegara el momento. Era cierto que se lo había prometido a Tristan y quería creer que él no se equivocaba, pero pese a que confiaba en él, aún tenía mis dudas. Pero me había propuesto no dudar esa noche. Excelsior era un tipo horrible, Oliver me había hablado también de él y la información que me había transmitido no hizo más que ratificar lo que ya me había contado antes Tristan. Llevaba siglos al frente de la Comunidad, era inmensamente rico y poderoso porque tomaba lo que quería, sin respetar un ápice la vida humana. Creía que los vampiros eran la raza suprema y que los humanos eran además de su alimento, sus sirvientes. Tenía a los mejores científicos trabajando para él porque quería mejorar su especie y sabía que Tristan era una de sus mejores herramientas para conseguirlo, por eso le había transformado y le había puesto al frente de sus laboratorios. Desgraciadamente estaba en lo cierto, si alguien podía mejorar su raza, ése era Tristan, de hecho él pretendió hacerlo desde un principio, humanizándolos, pero eso no era lo que tenía en mente Excelsior. Pero seguramente él sabía que Tristan no era afín a sus principios, de ahí que le supervisara tan de cerca.
Entré en su despacho y comprobé que no estaba allí, con toda seguridad estaría trabajando aún en su laboratorio. Apostaría a que no había dejado de trabajar desde que vino al laboratorio y de eso hacía ya casi veinticuatro horas, por eso venía decidida a que volviera conmigo al apartamento para descansar el resto de la jornada.
Golpeé con mis nudillos suavemente en la puerta metálica del laboratorio y pronto oí unos pasos que se aproximaban.
–Tristan, soy yo –le anuncié.
El sonido del cierre automático de la puerta al desatrancarse era una evidencia de que estaba siendo precavido. Aparentemente nadie sospechaba de nosotros, pero todas las precauciones eran pocas en estos momentos. Tristan me abrió la puerta y me miró con interés. Llevaba su bata de médico y tenía el pelo alborotado y no sabía si era porque hacía más de un día que no le veía o porque estaba especialmente atractivo con su aspecto de científico chiflado, pero sentí cómo mi estómago se contraía en un puño.
–¡Hola!, ¿qué haces aquí? Pensé que nos veríamos en el apartamento –dijo, sorprendido.
–Temía que se te olvidara volver, de modo que he decidido venir y secuestrarte –admití–. Volvamos a casa, te quiero sólo para mí hasta el anochecer –le confesé.
Él sonrió y pasó su mano por su pelo, alborotándoselo aún más. Parecía que no se iba a resistir a mi secuestro, lo cual me relajó. Necesitaba estar con él unas horas antes de la operación de esa noche. No quería pensar que algo podría ir mal, pero si me equivocaba, al menos quería haber pasado el último día de mi vida con el hombre al que amaba…
–Soy todo tuyo, pero permíteme unos instantes para que recoja esto un poco, ¿de acuerdo? –dijo, inclinándose y besando mi frente.
Decidí sentarme en su escritorio mientras le esperaba. Su cazadora estaba sobre el respaldo de su sillón de piel y olía a él. No tardó demasiado, al cabo de unos minutos se reunió conmigo y volvimos a nuestro refugio en Brooklyn.
El tiempo parecía volar ese día y antes de darme cuenta cayó la tarde, poniendo fin a mi tiempo en exclusiva con Tristan. No nos habíamos separado ni un instante, intentando aprovechar al máximo ese día, pero no había sido suficiente para mí, nunca lo era cuando se trataba de Tristan. Necesitaba pensar que tendríamos un futuro en común por delante y no dejaba de repetirme que lo nuestro no acabaría esa noche. Me grabé eso en la mente, convirtiéndolo en un mantra, y me preparé para la misión.
Oliver llegó a las ocho de la tarde como previsto con una de las furgonetas del laboratorio. Sabía cómo se había hecho con ella, había interceptado al verdadero repartidor y había acabado con él para que no alertara a la seguridad del laboratorio. La misión ya se había cobrado a su primera víctima. Intenté no comerme la cabeza con eso, esa noche habría más bajas y en esos momentos me bastaba con que no fueran de nuestro bando. La introdujimos en el garaje y procedimos a cargar en su interior nuestro armamento: pistolas y cartuchos del suero exterminador, que camuflamos entre el resto de mercancías habituales del laboratorio.
Tristan y Oliver se dirigirían por separado hacia el laboratorio, accediendo como de costumbre por el parking del personal, mientras que yo conduciría la furgoneta de reparto y entraría por la zona de entregas. Oliver se había ocupado de que tuviera autorizada la entrada en la dársena de recepción de mercancías. Iría vestida con el uniforme del personal del laboratorio para suplantar al verdadero conductor. Tenía que hacer llegar mi carga letal hasta el laboratorio de Tristan antes de su reunión. Una vez superada esa fase, él podría prepararse para su cita mientras que Oliver y yo le cubríamos las espaldas.
Oliver partió enseguida en su Mustang azul y Tristan se quedó unos instantes más conmigo para ayudarme con la mercancía y especialmente para despedirse a solas de mí.
–Ten mucho cuidado –le dije, mirándole con suma preocupación.
–Lo tendré –me aseguró, acercándose a mí y tomando mi rostro entre sus manos–. Y espero que tú seas más precavida que de costumbre. Recuerda que eres lo más valioso que tengo, ante la duda recuerda que siempre te elijo a ti –.
–Has leído mis pensamientos, no arriesgues demasiado –le pedí.
Rozamos nuestros labios con suavidad y nos miramos a los ojos. Había tantas cosas que quería decirle antes de que partiera esa noche y sin embargo no era capaz de articular palabra. A él parecía ocurrirle lo mismo y en lugar de hablar, compartimos esa intensa mirada, que hablaba por nosotros.
Volvió a besarme, esta vez con intensidad, y me grabé también esa sensación en la mente, ¡me infundiría valor! Acto seguido se dirigió a su automóvil, lanzándome una última mirada desde el volante antes de abandonar el garaje.
Cuando me quedé sola, inspiré con fuerzas y me propuse concentrarme en la misión, como me había sugerido Oliver. Me subí al volante de la furgoneta, poniendo rumbo a los laboratorios Excelsior.
Accedí al área de entrega de mercancías, situada en la parte trasera de los laboratorios y activé mi micro, intentando comunicarme con Oliver.
–Acabo de llegar, ¿cuál es mi muelle de descarga? –le pregunté.
–¡Bienvenida! Tu llegada está prevista en el muelle 2. Recuerda que has de presentar el albarán que te entregué al personal de recepción antes de descargar la furgoneta. No es habitual que registren la carga, pero tienes que estar preparada por si lo hacen –me explicó.
–Entendido –dije.
Cuando me aproximé al muelle 2, la puerta automática detectó mi presencia y se abrió, permitiéndome el acceso. Avancé lentamente hasta el área de descarga marcada en el suelo y apagué el motor. Eché un vistazo alrededor antes de bajar de la furgoneta. En un extremo vi una garita, debía de ser la oficina de recepción, de modo que tomé el albarán y me dirigí hacia allí para entregarlo. Decidí ponerme la gorra que acompañaba al uniforme, cuanto menos se fijaran en mi aspecto, mejor.
Bajé del vehículo y me aproximé a la garita, comprobando que no había demasiado movimiento en los almacenes a esa hora. El tipo de recepción levantó la mirada en cuanto me vio acercarme. Extendí el albarán hacia la ventanilla, ofreciéndoselo con desgana.
–¡Buenas noches! –dije, con aire desenfadado.
–¡Buenas noches! –respondió, perdiendo pronto su interés en mí y concentrándose en el documento.
Sólo esperaba que todo fuera conforme y no tuviera contratiempos. Observé cómo el tipo leía con todo detalle el albarán y procedía a sellarlo, quedándose con una copia. Diligentemente pasó por la ventanilla el resto de copias, entregándomelas de nuevo.
–Eres nueva, ¿no? –me preguntó.
Asentí.
–Puedes proceder a descargar la mercancía. Basta con que la dejes en el muelle y le entregas el albarán al almacenero –me indicó –, él se encargará del resto –.
–De acuerdo. Gracias –dije.
Volví sobre mis pasos, acercándome a la furgoneta y abriendo las puertas traseras. Comencé a descargar las distintas cajas de plástico con el material usual del laboratorio. Entre ellas estaban las tres que tendría que hacer llegar al laboratorio de Tristan. El almacenero fue cogiendo con la ayuda de una transpaleta el material que había sobre el muelle y mientras tanto, yo apilé mis cajas en una carretilla de mano y avancé con ella hacia el montacargas.
–Un momento –me dijo el tipo desde el muelle.
Me detuve y giré la cabeza hacia él, apretando la mandíbula a causa de la tensión. El almacenero se acercó a paso rápido.
–¿A dónde llevas esas cajas? –me preguntó.
–Me indicaron que esta mercancía era urgente y que tenía que entregarse directamente en el laboratorio del Doctor Reed –dije, simulando fastidio.
–No he recibido ninguna información al respecto –dijo el almacenero.
Me encogí de hombros y extraje otro albarán del bolsillo de mi cazadora, tendiéndoselo. Lo hojeó, al tiempo que miraba la numeración de los bultos para asegurarse de que coincidían con la documentación.
–De acuerdo, puedes entregarlo –dijo, devolviéndome el albarán.
Lo cogí y volví a guardarlo en mi cazadora y subí al montacargas, respirando con alivio cuando las puertas se cerraron y comencé a ascender rumbo al laboratorio.
Llegué sin contratiempos a la décima planta e incliné mi carretilla para salvar el desnivel del ascensor. Recorrí el pasillo a paso raudo en dirección al laboratorio, ¡ya casi estaba hecho! Al torcer la esquina me topé con uno de los agentes de seguridad del edificio. Bajé mi mirada ligeramente para que la visera de mi gorra me cubriera parcialmente el rostro y seguí caminando como si nada, con la esperanza de pasar desapercibida. Pero él se detuvo frente a mí, cortándome el paso, y tuve que frenar en seco, lo que provocó que mi mercancía se desestabilizara, amenazando con caerse. Las cápsulas eran sumamente frágiles, no sobrevivirían a una caída, de modo que me apresuré a asegurar la torre con mis brazos antes de encararme con el vigilante.
–Identificación, por favor –me pidió en un tono autoritario.
¡Maldita sea! Si el vigilante intentaba detenerme no me quedaría otra opción que eliminarle, pero intentaría que fuera mi última opción. Oliver aún no había tomado el control de las cámaras y había varias a lo largo del pasillo. Si alguien me veía atacar a ese tipo, pondrían en aviso a la unidad de seguridad de Excelsior y él no haría acto de presencia esa noche. Tenía que intentar salir de ésta sin llamar demasiado la atención.
Extraje mi pase de seguridad y el carnet de empleado que me había facilitado Tristan y se lo entregué al vigilante. Mi frente comenzó a perspirar a causa de la tensión y agradecí llevar puesta la gorra del uniforme para que él no pudiera advertirlo. Tenía que contenerme y aparentar tranquilidad, en caso contrario pronto sospecharía de mí. Él echó un vistazo rápido a las tarjetas y después pareció interesarse por las mercancías.
–¿Dónde llevas esto? –me preguntó.
–Al laboratorio de Genética –murmuré, entregándole el albarán.
Me atreví a levantar la vista para echar un vistazo. Ese tipo no parecía formar parte del equipo de seguridad del laboratorio, obviamente tenía más galones y maldije por lo bajo. Seguramente estaba allí por la visita de Bastian. Era alto y fuerte y en ese mismo instante levantó sus ojos de la documentación y me sorprendió mirándole. Sus ojos eran azules y penetrantes y su expresión me hizo pensar que había leído mi mente, adivinando lo que me proponía hacer esa noche. Bajé mis ojos inmediatamente, dispuesta a actuar si me daba motivo para hacerlo.
–Bien, proceda –dijo entonces, apartándose de mi camino y siguiéndome con la mirada mientras continuaba avanzando por el pasillo.
Sentí cómo se enfriaban las gotas de sudor en mi frente. Llegué a la puerta del laboratorio y miré a mi espalda para asegurarme que no me había seguido antes de introducir el código de acceso en el panel. ¡Había estado demasiado cerca!