CAPÍTULO XVI

 

Tristan yacía convaleciente en la cama de su apartamento de Brooklyn mientras yo recorría minuciosamente cada centímetro de su cuerpo haciendo una evaluación de daños. Él había insistido en que no merecía la pena curarle, que se recuperaría con rapidez como cualquier vampiro, pero yo no podía dejarlo pasar sin más y pacientemente había desinfectado y vendado cada uno de sus cortes y había puesto compresas frías en cada uno de sus hematomas.

–¿Ya estás más tranquila? –me preguntó cuando acabé con las curas.

–No, en realidad estoy furiosa –admití, molesta–. Aleksander se ha ensañado contigo, tienes contusiones por todo el cuerpo. Ahora es cuando empiezo a alegrarme de haberme cargado a ese bastardo –.

–Estoy vivo y ha sido gracias a ti, es más de lo que podía esperar dadas las circunstancias –dijo, incorporándose y apoyando su espalda en el cabecero de la cama–, aunque has de saber que estoy realmente disgustado contigo, Giulia. Lo que has hecho hoy ha sido sumamente arriesgado. Has puesto tu vida en peligro sólo por salvar la mía y  esta vez me quedaría corto si sólo calificara tu comportamiento como temerario, más bien ha sido suicida. Si te hubiera ocurrido algo, no habría podido vivir con ello –.

–¿Y qué querías?, ¿qué te dejara morir a manos de ese monstruo? –le pregunté, dolida por su reproche.

–No me malinterpretes, como te he dicho me siento muy agradecido por lo que has hecho por mí, pero mi vida no es nada en comparación con la tuya y has estado a punto de perderla sólo por salvarme. Giulia, eres tan joven y tan increíble, tienes toda una vida por delante y la tienes que vivir. No quiero que vuelvas a ponerte en peligro de ese modo –dijo, acariciando mi rostro.

–Tu vida también es sumamente importante para mí. Eres todo lo que tengo y todo lo que quiero y sin ti, ya nada tendría sentido. ¿Cómo crees que me sentí cuando supe que habías caído en las manos de Black? En ese momento creí que moriría de desesperación. Estaba hundida y sólo la esperanza de recuperarte me impulsó a seguir adelante. Pensé que si lo lograba, que si te rescataba, quizás tendría la ocasión de estar en tus brazos una vez más, que volvería a sentir tus labios en los míos y que haríamos de nuevo el amor rodeados por un mar de nubes… Y sí, es cierto que he arriesgado mi propia vida al intentar rescatarte, pero como te he dicho, no quiero vivir si no es contigo, para mí eso no sería una vida y por lo tanto cuando luchaba por recuperarte a ti, en cierto modo también estaba luchando por mi propia supervivencia, ¿es que no lo entiendes? –le confesé.

Tristan me miraba como hipnotizado. Sus pupilas estaban dilatadas y en sus irises, las motitas oscuras titilaban en un mar de plata. Nunca le había encontrado tan cautivador como esa noche, pues a pesar de las heridas y las contusiones, me mostraba el alma a través de su mirada y era hermosa y noble, como el hombre del que me había enamorado.

–¿Hasta ese punto me amas? –me preguntó entonces él, en un tono que revelaba que estaba emocionado.

–Tristan, ¿acaso lo dudas? Te amo más que a mi vida –le aseguré–. Recuerdo que tú me dijiste que sentías lo mismo por mí y ahora lo entiendo, me he probado a mí misma que no es sólo una forma de hablar, sino que estaría dispuesta a morir por ti –.

Él me rodeó con sus brazos y me sentó en su regazo, acunando mi rostro en la palma de su mano.

–Cuando te conocí no podía entender cómo la vida había tratado tan mal a un ser tan angelical como tú, Giulia. Que me enamorara de ti era inevitable porque sencillamente me fascinabas. Posees todas las cualidades que vuelven loco a un hombre: belleza, inteligencia, valentía, perseverancia, perspicacia,…, pero ahora estoy convencido de que no me sentía atraído por ti simplemente por cómo eres, sino porque como tú me dijiste, mi destino estaba entrelazado con el tuyo. No esperaba que me amaras, pero cuando me dijiste que lo hacías, me devolviste a la vida. Me prometí a mí mismo que me quedaría a tu lado para siempre con el fin de cuidarte y protegerte y que haría todo lo que estuviera en mi mano para hacerte feliz por el resto de tus días porque ante todo, te mereces ser muy feliz. Por eso cuando me atraparon en el laboratorio lo que más lamenté fue incumplir mi promesa y dejarte sola de nuevo… Sabía que Aleksander me mataría y lo acepté estoicamente, porque si sólo caía yo y él no te encontraba, pensé que acabarías superándolo y que podrías continuar con tu vida. Pero entonces te ofreciste para cambiarte por mí y casi enloquecí. Intenté provocar a Aleksander para que me matara, sabiendo que si lo hacía, tú no te entregarías y vivirías. Y es que necesito que vivas, amor, porque siento lo mismo que tú, que este mundo sería muy triste si tú no habitaras en él. Como ves yo también te amo demasiado, pero lo que más me sorprende es que acabo de descubrir que aún no he llegado ni por asomo al límite de mi amor por ti. He visto con mis propios ojos de lo que eres capaz y mi admiración por ti ha aumentado exponencialmente. No dejas de sorprenderme, Giulia, eres la mujer más increíble que he conocido y quiero que sepas que mi corazón te pertenece y te pertenecerá por siempre, incondicionalmente –dijo, acariciando mi labio inferior con su dedo pulgar.

–El mío también te pertenece –admití.

–Y no sabes lo dichoso que me hace saberlo –dijo, mirándome con devoción.

Me incliné hacia él, buscando sus labios. Le necesitaba demasiado, quería amarle hasta el amanecer para resarcirme de la angustia que había sentido cuando creí que le perdería. Quería que me hiciera sentir viva y me entrelacé con su cuerpo, rodeando su cintura con mis piernas. Comencé a acariciar su boca, explorando cada recoveco, disfrutando de cada sensación. Apoyé mis manos en su pecho firme y le acaricié con desesperación y pronto su respiración se volvió más pesada y rápida.

Sus manos desabrocharon los escasos botones que cerraban mi camisa prestada y después rodearon mi torso hasta encontrar el broche de mi sujetador. Me quitó ambas prendas a la vez, deslizándolas lentamente por mis hombros. A continuación sus manos acariciaron mis pechos, haciendo que me estremeciera mientras intentaba seguir concentrada en nuestro beso. Le quería más cerca de mí y me apreté más a él y sus manos descendieron por mi cintura y se detuvieron en mis muslos, apretándolos contra sí. Enterré mis dedos en su cabello y lo acaricié, mientras continuaba besando sus maravillosos labios. Entonces él me aupó, poniéndome de rodillas sobre la cama un instante para rasgar mis braguitas y acariciarme con sus manos, suaves y expertas. Deseaba fundirme con él y en esta ocasión no esperé a que él tomara la iniciativa, sino que yo le guie hasta mi interior. Tristan gimió cuando nos unimos y se dejó caer de espaldas contra el colchón. Comencé a moverme encima de él, apoyando mis manos en sus perfectos abdominales y recreándome con su contacto. No dejaba de mirarme, devorándome con sus seductores ojos grises mientras respiraba agitado y aunque pensé que me sentiría avergonzada, sorprendentemente no lo estaba, deseaba hacerle perder el control. Se agarró a mis caderas, impulsándose hacia mi interior para aumentar su penetración y comprendí que estaba llegando a mi límite. Y entonces elevó su cuerpo, abrazándose a mí y el contacto con su piel fue suficiente para que mi cuerpo explosionara sobre el suyo.

 

 

 

Estaba tan agotada que dormí durante horas, pero mi sueño no fue en absoluto reparador, pues se vio perturbado por horribles pesadillas. Soñé que estaba trabajando de nuevo en el club. Buscaba desesperadamente a Tania entre la multitud y finalmente la localicé entrando en uno de los salones de la mano de Aleksander Black. La llamé, pero mi voz se perdió entre el tumulto de conversaciones. Entonces corrí en su auxilio, pero cerraron la puerta del salón, impidiéndome el paso. Y de pronto Tania gritó al otro lado. Era un grito desesperado, agónico. Comencé a golpear la puerta con todas mis fuerzas, intentando echarla abajo, pero mi fuerza era la de un humano, no podía llegar hasta ella. Sus gritos perforaban mis tímpanos, mientras que torrentes de adrenalina bombeaban por mi sangre. Avisté un botellero de pie metálico y lo agarré para golpear con él la puerta. Arremetí contra el pomo, intentando partirlo. De pronto mis zapatos patinaron al pisar algo resbaladizo y estuve a punto de perder el equilibrio. Bajé la mirada hacia el suelo y descubrí con horror que un reguero de sangre salía por debajo de la puerta, formando un charco bajo mis pies. Los gritos de Tania cesaron súbitamente y me quedé paralizada un instante, sintiéndome impotente. Me abalancé contra la puerta, que por fin se vino abajo y descubrí a mi amiga sin vida en el suelo, sobre un reguero de sangre. Entonces fui yo, quien desesperada, produje un sonido desgarrador que salía del interior de mi alma.

Reviví en mis sueños una y otra vez la muerte de Black, recreándome en ello, como buscando en su agonía el consuelo que necesitaba por la muerte de Tania, pero este sueño tampoco alivió mi desesperación. De pronto el rostro de Black se transformó en el de Oliver y aun así, yo seguía adelante y le disparaba, contemplando su rostro de horror instantes antes de convertirse en polvo ante mis ojos.

Me desperté sobresaltada y empapada en sudor. Me sentía desazonada y terriblemente confusa. Recorrí la habitación con la mirada en busca de Tristan, pero él no estaba allí. En su parte de la cama había una rosa de color azul y tallo largo. La tomé entre mis manos, inhalando su exquisito aroma. Su gesto consiguió aliviarme un poco e intenté dejar mis pesadillas con la almohada.

Me di una ducha rápida y me vestí con mi propia ropa para variar: unos vaqueros y una sencilla camiseta. Tomé inmediatamente el ascensor, quería reunirme cuanto antes con Tristan y compartir con él mis inquietudes. Seguía sin estar convencida de que fuera necesario exterminar al cien por cien de la población vampírica. No todos los vampiros eran un riesgo para la humanidad y acabar con esa parte de la población más humana, por ínfima que fuera, nos convertiría en asesinos.

Probé a buscarle en primer lugar en la planta baja. No le veía por allí, pero sobre la isla de la cocina había un jarrón con al menos una docena de rosas del mismo intenso color azul. Me acerqué e introduje la que llevaba en la mano con el resto. Había un sobre con mi nombre enganchado en el ramo, de modo que lo tomé y lo abrí, extrayendo una nota en un papel color crema escrita de su puño y letra.

“Para mi súper chica”

De Tristan

 

Me asombró descubrir una cosa nueva acerca de Tristan, ¡era romántico! Me incliné para oler de nuevo su delicado aroma y entonces sus brazos rodearon mi cintura y me atrajeron hacia sí. Me giré y me encontré con su rostro, ya libre de hematomas y tan hermoso como de costumbre. Iba de sport, con vaqueros y una camiseta de algodón negro y llevaba el pelo húmedo y alborotado.

–¿Te gustan? –me preguntó, regalándome una sonrisa.

–Mucho. Las rosas son mis flores preferidas y ese color es tan evocador e inusual… –admití.

–Tan inusuales y exquisitas como tú, Chica Blue –susurró.

Sonreí, azorada.

–¿A qué se deben? –pregunté.

–Principalmente a que te amo, pero también para agradecerte que me salvaras la vida anoche –me confesó, sonriendo.

–Gracias, son realmente preciosas –admití–. ¿Le has enviado otro ramo a Oliver? Me pregunto si le habrá emocionado tanto como a mí –bromeé.

–¡Muy graciosa! –murmuró él, revolviéndome el pelo–. ¿Has conseguido descansar algo? Has estado bastante inquieta esta noche –me dijo, recorriendo mi rostro con sus maravillosos ojos grises.

–No estoy cansada –le aseguré.

–¿Seguro? Te noto un poco apagada –musitó, acariciando mi rostro con las yemas de sus dedos.

Empezaba a conocerme muy bien. Seguía dándole vueltas a la pertinencia de nuestra misión y cada vez me sentía más insegura. Quería sacar el tema, pero no quería hacerlo abruptamente, sólo esperaba el momento adecuado.

–No funciono demasiado bien si no duermo al menos cinco horas y últimamente estoy muy por debajo de mis necesidades –admití, intentando desviar su atención de la verdadera causa de mi inquietud.

–Creo que eso es sólo culpa mía, debería atender más a tus necesidades –dijo, excusándose.

–No es culpa tuya, con todo este lío incluso yo olvido lo básico –admití–. Tú tampoco duermes demasiado, ¿no estás agotado? –le pregunté, sorprendida.

–Suelo funcionar bien con un par de horas de sueño. Nuestro cuerpo no consume tanta energía como el de los humanos, de modo que no nos cansamos tanto –me explicó.

–Me haces sentir una dormilona en comparación –admití.

–Eres medio humana, amor, no debes descuidar tu descanso, del mismo modo que deberías comer más a menudo. Tienes que estar hambrienta –adivinó.

Sí, sí que lo estaba, ni siquiera recordaba cuándo había comido por última vez. Mientras Tristan preparaba café, me hice unos huevos revueltos con bacon y unas tostadas y me senté en uno de los taburetes de la cocina, dando buena cuenta de mi desayuno.

–He hablado con Oliver –dijo de pronto.

–¿Y qué te ha dicho? –le pregunté entonces, interesada.

–Ha regresado de madrugada al laboratorio y todo allí estaba dentro de la normalidad. Aparentemente nuestro altercado con Aleksander no ha trascendido. Por si acaso, ha recuperado y borrado las grabaciones de lo ocurrido en el laboratorio, eso nos concederá una cierta tranquilidad. No quiero confiarme y bajar la guardia antes de la cuenta, pero es posible que salgamos bien de ésta. Oliver está intentando asegurarse de que efectivamente no van tras nuestra pista, pero es probable que, como sospechábamos, Aleksander no remontara la información sobre mi descubrimiento a la Comunidad para usarlo en beneficio propio. Creo que iba en serio cuando dijo que pretendía desbancar a Bastian y por eso debió ocultarle mi traición. Si es así, podré continuar con mi tapadera en la organización y retomar mi plan original, aunque habrá que actuar rápido, antes de que la desaparición de Aleksander se ponga de manifiesto y comiencen a investigarla. Me aseguraré de que Bastian mantenga nuestra cita y aprovecharé la oportunidad para acabar con él –dijo.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Por un momento había pensado que habíamos superado la parte más complicada y que tras deshacernos de Black, nos fijaríamos objetivos menos peligrosos, pero estaba equivocada, seguíamos inmersos en una pesadilla, que de hecho no había hecho más que empezar…

–¿Qué ocurre, Giulia?, ¿he dicho algo inconveniente? –preguntó él, acercándose más a mí.

–He perdido el apetito –dije, cogiendo mi plato y arrojando lo que quedaba en él al contenedor de basura.

Tristan me siguió con la mirada mientras dejaba el plato en el fregadero y lo limpiaba. Volvía a sentir ese desasosiego interior y de pronto me vino a la mente mi pesadilla: Oliver desvaneciéndose ante mi mirada, mis dedos aún en el arma homicida…

–Cuéntame qué te ocurre –insistió, inclinándose para leer mis ojos.

Su pregunta me sobresaltó y dejé caer el plato, que chocó contra el fondo del fregadero, provocando un estruendo.

–Giulia, ¿estás bien? –me preguntó él de nuevo, alarmado.

–¿Es que no puedes esperar un poco más? –le pregunté sin rodeos.

–¿Esperar? –se extrañó.

–Sí, ¿por qué tienes tanta prisa en empezar una guerra? –quise saber.

–Giulia, creí que comprendías por qué lo hago –respondió él, confuso–. Los vampiros matan gente cada día, cuanto más lo retrase, más inocentes pagarán las consecuencias –.

–Eso lo entiendo, pero ¿por qué quieres ir a por Bastian en primer lugar? En cuanto lo hagas, toda la Comunidad se levantará contra ti y entonces ya no habrá tregua, no estaremos nunca más a salvo –dije, angustiada.

–Tengo que ir a por él antes de que descubra lo que me traigo entre manos, si lo hace se me escapará y toda la misión se pondrá en riesgo. Bastian es un tipo listo y sumamente escurridizo, prueba de ello es que lleva vivo cientos de años. Él es el símbolo del vampirismo, cree que los humanos son una especie inferior que existe sólo para servirnos y prueba de ello es que o los utiliza como esclavos o para alimentarse de ellos, dependiendo de lo que puedan ofrecerle. Mientras él siga imponiendo esos principios a la Comunidad, el virus seguirá extendiéndose e incluso me temo que si se ve amenazado, será capaz de infectar masivamente a la población con el único objetivo de crear un gran ejército y entonces sí que será invencible. Él sabe bien cómo servirse de las mentes más privilegiadas para salir victorioso. Por eso, Giulia, él es el primer muro que he de derribar –me explicó.

–¿Y no será que tu sed de venganza te impulsa a ir a por él? –le pregunté.

–¿Eso crees? Como te he dicho, hace tiempo que comprendí que lo perdido no se recupera derramando sangre. Yo prefiero pensar que lo hago porque si elimino a Bastian, salvaré a las nuevas generaciones de jóvenes promesas de la ciencia, además de otras tantas vidas humanas. No puedo esperar más, Giulia, Bastian investigará la desaparición de Aleksander y acabarán encontrando pruebas que le lleven hasta mí y entonces atará cabos. No puedo arriesgarme a que mi misión sea descubierta –me explicó.

–Entonces ¿seguirás adelante?, ¿hasta el final? –le pregunté, temblando.

–Es necesario que lo haga –dijo.

–¿Y eliminarás a todos los infectados? –le pregunté.

–Sí, Giulia, ése es el plan –repitió.

–¿También a mí? –le pregunté a la defensiva.

–No, ya te dije que tú no portabas el virus –me respondió, ahora tenso.

–Pero soy medio vampiro… –añadí.

–Tú no tienes colmillos y tu sangre no está infectada. Giulia, no puedes infectar a nadie –me aclaró.

–¿Acabarás con Oliver? –insistí.

Él entonces enmudeció, mirándome con sus ojos abrasadores, ahora intranquilos por mi interrogatorio.

–¿Acaso no se lo piensas decir? –le pregunté, desafiante–. Él confía en ti, ha arriesgado su vida para ayudarnos –le reproché.

–Giulia, él no se opondrá, odia tanto como yo en lo que se ha convertido –dijo.

–No puedes elegir por él –le recordé.

–De acuerdo, entonces se lo explicaré –convino.

–No es sólo Oliver. ¿Es que no te das cuenta? Habrá muchos más como vosotros dos, vampiros con un lado humano que no merezcan morir –musité.

–¡Créeme!, ese tipo de vampiros no abunda –dijo él, convencido.

–Eso no lo sabes –le dije.

–Llevo mucho tiempo en esto, Giulia, sé lo que me digo –insistió.

–Sigues pensando en quitarte de en medio tú también, ¿no es así? –le pregunté, dolida.

–No tengo otra opción –dijo él, exhalando como si le resultara tedioso seguir hablando de este tema.

–¿De qué vale entonces tu promesa de quedarte a mi lado? –le pregunté.

–Giulia, estaré contigo mientras cumplo con mi misión. Puede que me lleve años acabar con la totalidad de nuestra población y mientras tanto podemos pasar una larga vida juntos. Te prometo que me quedaré contigo mientras viva y si tú te fueras antes que yo, entonces en cuanto concluya mi misión, te seguiré. Intento convencerme de que habrá algo más allá y de que nos reuniremos de nuevo –me explicó.

–¿Crees que eso es lo que yo deseo?, ¿estar huyendo toda la vida y vivir con miedo, sabiendo que en cualquier momento puedo perderte? Ciertamente no es un futuro muy alentador, Tristan –admití, enojada.

–Giulia, no sé a qué viene esto ahora, yo no te he mentido en ningún momento respecto a mis propósitos. Te expliqué la situación y fuiste tú quién quiso unirse a mi cruzada –me dijo con cautela.

–Sí, lo hice, pero eso era cuando pensaba que todos los vampiros eran como Aleksander Black. Ahora ya no estoy tan convencida de que todos ellos merezcan morir –dije a la defensiva.

–No hay otra forma de controlar el virus, la única solución es erradicarlo –admitió.

–Comprendo, estás enfocando el problema desde un punto de vista estrictamente científico –dije, alterada.

–Es posible, pero es la única forma de hacerlo –insistió.

Estaba confusa, dolida, enfadada… y necesitaba distanciarme de Tristan para esclarecer mis ideas, de modo que cogí mi bolso y mi cazadora y me dirigí hacia la salida. Tristan se movió veloz y me bloqueó el paso.

–¿A dónde vas? –me preguntó, confuso.

–Necesito que me dé el aire para poder pensar –admití.

–Es de día, no puedo acompañarte –me advirtió.

–Lo sé, no esperaba que lo hicieras. En realidad necesito estar sola –admití.

El rostro de Tristan se nubló, parecía dolido por mi comentario.

–Me preocupa que andes sola por la ciudad –dijo.

–Tú mismo has dicho que no había peligro inmediato y Black ya no puede hacerme daño, de modo que creo que disfrutaré de mi libertad mientras pueda –le reproché, sorteándole y avanzando hacia la puerta.

–¿No quieres llevarte uno de mis coches? –me ofreció.

–No, gracias –dije–. El metro es lo mío –.

Y sin mirar atrás salí del apartamento.

 

 

 

Empecé a andar a paso rápido calle abajo sin saber a dónde ir. Eché un vistazo a mi cartera y comprobé que afortunadamente me quedaba algo de dinero en efectivo del préstamo que me había hecho Tristan el otro día. Llegué hasta la avenida y, sin pensármelo demasiado, me dirigí a la estación de metro. Decidí ir en primer lugar a la universidad, llevaba más de una semana sin pisar las clases y necesitaba desesperadamente conectar con la realidad para recuperar un poco la cordura.

Llegué a tiempo para asistir a las dos últimas clases de la mañana, pero fue una mala experiencia, parecía que habían avanzado bastante temario durante mi ausencia y me sentí completamente desubicada. Además no conseguía concentrarme, no dejaba de pensar en Tristan. Ni siquiera fui capaz de responder a las preguntas que planteaba el profesor y me invadió la angustia. Yo era una alumna aplicada, normalmente estaría furiosa conmigo misma por no estar a la altura, pero sorprendentemente ahora eso no me importaba en absoluto, lo que me hizo sentirme aún más confusa.

Hasta hacía sólo unas semanas mi gran sueño había sido estudiar en Columbia, sumergirme en el mundo del periodismo y forjarme un futuro seguro e interesante, pero algo había cambiado desde entonces. Ahora me sentía fuera de lugar, como si aquello no fuera conmigo, como si mi destino fuera otro, uno mucho más trascendente del que había imaginado.

Tras las clases vagué por los pasillos, sintiéndome perdida. Había luchado mucho por llegar hasta aquí como para arrojarlo ahora todo por la borda. Mis estudios lo eran todo para mí, eran los que me convertirían en alguien de peso, proporcionándome seguridad y estabilidad en la vida. Sin embargo ahora eso no parecía bastante para mí, era un enfoque demasiado tradicionalista de mi futuro y, en definitiva, demasiado humano… Y yo ya no era una simple humana. Había otro mundo ahí fuera, peligroso y misterioso a la par, del que todos esos jóvenes con los que me cruzaba en esos momentos eran ajenos, pero en el que yo había vivido, sintiéndome fuerte y poderosa.

No era cierto que quisiera una vida tranquila, cuando lo pensé esa misma mañana me había equivocado. Eso era lo que habría querido la chica que llegó hacía un mes a Nueva York, pero la actual Giulia había experimentado cosas increíbles en las últimas semanas, como descubrir la existencia de un mundo oscuro y peligroso, enamorarme de ese ser tan excepcional que era Tristan Reed o irrumpir en un almacén lleno de vampiros arriesgando mi vida por la persona amada... Si yo era capaz de hacer algo así, sería por alguna razón…

Cuando volví a la realidad, me encontré sentada en las escaleras del la estación de metro, llorando desconsoladamente… Los transeúntes ni siquiera reparaban en mi presencia. Incluso los humanos estábamos deshumanizados en cierto modo, era un mal de la sociedad, nos dejábamos llevar por el egoísmo y nos volvíamos cada vez más individualistas, preocupándonos sólo por nuestro bienestar y obviando el sufrimiento de miles de personas en el mundo. Yo no quería formar parte de ese lote, yo quería ayudar de algún modo a crear un mundo mejor y entonces comprendí que eso era lo que pretendía también Tristan. Él se preocupaba por los humanos, prueba de ello era que se había volcado en ayudarme desde que me conoció y me había salvado la vida en varias ocasiones.  En definitiva, él se preocupaba por una sociedad que le temería si supiera de su existencia, pero a pesar de eso, él estaba dispuesto a sacrificarse por ellos. Por esa razón le amaba, por eso me resultaba un hombre tan fascinante. Tristan era un héroe y yo había sido tan egoísta como para reprocharle que no se fuera a quedar conmigo para siempre cuando su destino era otro, uno más relevante para el mundo.

Me descubrí en la puerta de la redacción sin ser consciente de que me había dirigido hacia allí. Dudaba si entrar o no, quizás ya no sería bienvenida tras faltar al trabajo durante una semana sin ni siquiera justificar mi ausencia. Al menos quería recoger mis cosas, pero no me decidía a entrar. De repente la puerta se abrió y me encontré frente a frente con Lewis.

–¡Giulia!, ¿qué haces aquí? –me preguntó, sorprendido.

–¡Lewis, estás bien! –exclamé y sin pensarlo demasiado me lancé a sus brazos.

Él me recibió un poco abrumado. Me aparté, imaginando que mi efusivo saludo le podía haber incomodado, y me le quedé mirando con una sonrisa. La última vez que le vi estaba en coma y aunque su vida ya no estaba en peligro, no se sabía si sufriría secuelas al despertar. Al parecer estaba bien y fue un alivio comprobarlo.

–Sí, tengo la cabeza dura. El tema sólo quedó en un par de contusiones y unos cuantos rasguños –dijo, quitándole importancia.

–No sabes cuánto me alegro de que te hayas recuperado tan pronto. Lo siento mucho, no debería haberte dejado solo esa noche –admití, sintiéndome muy culpable–. Cuando te vi en coma en el hospital, me sentí terriblemente mal conmigo misma –.

–Giulia, no fue culpa tuya. Cuando volvía a la discoteca me crucé con un par de matones de barrio y se ensañaron conmigo. ¡Menos mal que tú ya no estabas!, te libraste de una buena –me explicó.

Lo que él no sabía era que tuvo ese percance justo por estar en mi compañía… Al menos ese monstruo había pagado por todos sus crímenes y eso me reconfortaba.

–¿Cuándo has vuelto de tu viaje a Canadá? –me preguntó de pronto–. El jefe no supo decirme cuando te incorporarías de nuevo y como no has respondido a mis mensajes, pensé que todavía estarías fuera –.

Me quedé mirándole, perpleja, quizás durante demasiado tiempo, intentando asimilar que alguien se había preocupado de justificar mi ausencia. Y entonces lo comprendí… debió ser Tristan.

–¿Qué ocurre?, ¿ha empeorado tu tía? –me preguntó.

–¡Ah, no! –dije, recomponiéndome–. Llegué anoche y he venido a trabajar en cuanto he podido –.

–Bien, ¿has almorzado ya? –me preguntó.

–No –admití, dándome cuenta de que había vuelto a olvidar la hora de comer.

–Bien, pues para celebrar nuestro rencuentro hoy invito yo. Conozco un sitio aquí al lado donde ponen los mejores sándwiches de Nueva York –me propuso.

Lewis me agarró del brazo y nos fuimos a almorzar juntos, mientras me contaba animadamente todo lo que había ocurrido en la redacción en mi ausencia.

 

 

 

No había mucho trabajo para mí ese día y pronto descubrí la causa. Habían contratado a un nuevo asistente, un chico que parecía haber acaparado mis anteriores obligaciones. Aunque el jefe no dijo nada al respecto cuando me vio ocupar mi escritorio en la oficina, intuí que no había confiado demasiado en que volviera a aparecer por allí y que si todavía me aceptaba, debía de tratarse porque Tristan era uno de sus benefactores. No me importó que nadie me mandara tareas, me ocupé en ponerme al día con el correo y de investigar mis propios asuntos. Rebuscando en mi bolso, encontré la llave USB que me había pasado Tristan con el censo de los vampiros de Nueva York y comencé a revisarla, intentando cotejar con las bases de datos de la policía que había obtenido Lewis si sus identidades eran reales. Para mi sorpresa, descubrí que casi todos los nombres estaban en la base de los ciudadanos y me pregunté si los vampiros conservaban sus verdaderas identidades tras morir o si por el contrario suplantarían las de sus víctimas a conveniencia.

Era tarde y el personal empezó a abandonar la redacción, pero yo quería acabar de revisar el listado. Además aún no había decidido a dónde ir después, de modo que continué con mi trabajo. Lewis continuaba también en su puesto y de vez en cuando me miraba de reojo, sin interrumpirme. Supuse que estaba extrañado por mi comportamiento, pues nunca me quedaba hasta tan tarde en la redacción.

De pronto la secretaria del director apareció por el pasillo, andando a la máxima velocidad que le permitían sus tacones de aguja. A juzgar por su expresión, traía información interesante que contar. Se acercó a mi escritorio y se apoyó dramáticamente en él, como si le faltara el aire.

–¡Madre mía, Giulia! En el hall hay un guaperas que pregunta por ti, un tal Reed. Dime que está soltero y que es hetero y me harás feliz –dijo, babeando.

–¿Tristan está aquí? –musité, sorprendida.

–¿Tristan? Hasta su nombre es potente, ¿no era un guerrero griego o algo así? –me preguntó, simulando que se abanicaba con la mano.

–No, en realidad era un caballero de la mesa redonda que se enamoró de la mujer equivocada –dije, divertida.

–También me vale –admitió ella.

Recogí mis cosas lo más rápido que pude y avancé hacia el hall, seguida de cerca por Laura y sus persistentes tacones. Tristan estaba apoyado contra una de las columnas de la sala y, como si presintiera que me acercaba, levantó su rostro hacia mí y me atrapó en su mirada. Parecía turbado y me puse nerviosa, quizás las cosas se habían complicado en mi ausencia.

–Hola –me dijo con voz grave en cuanto me reuní con él.

–¿Qué haces aquí?, ¿ha ocurrido algo? –le pregunté, inquieta.

–Estaba preocupado, llevo todo el día sin saber de ti –dijo, cauteloso.

Era cierto, no le había llamado a propósito, quería distanciarme y pensar. Cuando estaba con él era difícil no dejarse obnubilar por su mirada. Me fui porque quería pensar con la cabeza bien fría sobre mis próximos pasos y lo había hecho, ahora estaba convencida de cómo proceder.

–Podías haberme llamado –dije y advertí que mi brusquedad le sorprendió.

–Me dijiste que necesitabas alejarte de mí, quería concederte tu tiempo –respondió con cautela.

–¿Entonces qué haces aquí? –le presioné.

Él exhaló y se acercó más a mí, hablando en susurros.

–En realidad he salido en tu busca en cuanto ha anochecido. Giulia, tenemos que hablar –dijo, desesperado.

Era frívolo pensarlo, pero intuía que Tristan Reed estaba sufriendo por mi indiferencia. Nunca habría imaginado que tendría ese poder sobre él.

–De acuerdo, vámonos –le propuse.

–¡Giulia! –escuché a mi espalda–, ¿algún problema? –.

Lewis estaba junto a Laura y mientras ella nos miraba, babeando aún, mi amigo parecía estar en tensión.

–No, todo está bien –le tranquilicé.

Pensé que eso le disuadiría de inmiscuirse y lo dejaría estar, pero, para mi sorpresa, avanzó a nuestro encuentro y extendió su mano hacia Tristan.

–Lewis Grant –se presentó, altivo.

Tristan estrechó su mano y lo hizo con más fuerza de la necesaria porque a mi amigo le costó mantener la compostura y estuvo a punto de retorcerse de dolor. Miré a Tristan con desaprobación, pero él sonreía exultante, como un crío haciendo una travesura divertida.

–Encantado –dijo con ironía antes de soltar su mano.

Lewis tuvo que hacer un gran esfuerzo para no gemir de dolor y me sentí furiosa con Tristan, había abusado de su fuerza deliberadamente.

–Tristan ha venido a recogerme, te veré mañana –le dije a Lewis, dándole un beso en la mejilla.

Avancé hacia la salida y Tristan me siguió y se adelantó para abrirme la puerta. Cuando pasé junto a él, descubrí que seguía mirando a mi amigo con una expresión homicida en su rostro. Se reunió conmigo enseguida y se me quedó mirando fijamente, de nuevo con esa mirada extraña.

–¿Quién es ese tipo? –me preguntó, arrastrando las palabras.

–Un compañero –dije, obviando su mal humor.

–¿Un compañero del que te despides con un beso? –preguntó, ahora mosqueado.

De modo que era eso, ¡estaba celoso! ¿Cómo podía ser tan bobo al pensar que podría interesarme otro hombre cuando le tenía a él?

–No me gustan los hombres posesivos –dije para llevarle al límite.

Él se detuvo delante de mí y tomó mi rostro en sus manos, haciendo que mis ojos se clavaran en los suyos.

–Giulia, no me hagas esto. ¿Es que pretendes arrancarme el corazón y pisotearlo? Sabes que tienes ese poder sobre mí –dijo, devastado.

–No, Tristan, nunca te haría daño intencionadamente –le confesé, avergonzada.

Su mirada pareció dulcificarse, pero seguía tenso, como preparándose para entrar en acción en cualquier momento. Estaba consiguiendo ponerme nerviosa a mí también.

–He aparcado el BMW cerca de aquí –dijo, rodeándome con su brazo y reanudando la marcha.

Fuimos juntos hasta su vehículo, sin romper el tenso silencio que se había impuesto entre nosotros.

–¿Dónde quieres ir? –me preguntó una vez frente al volante, de nuevo mirándome con cautela.

–Había pensado en pasar por mi apartamento –le dije.

Él no hizo ningún comentario, pero puso la llave en la ignición y arrancó el motor. En cuestión de segundos circulábamos por las ajetreadas calles de la ciudad. Había dicho que teníamos que hablar, pero por el contrario se mantuvo en silencio todo el trayecto. Hubiera dado cualquier cosa por saber lo que rondaba por su cabeza en esos instantes, pues nunca le había visto tan taciturno… Apoyé mi cabeza contra la ventanilla y guardé silencio yo también. De vez en cuando me daba cuenta de que me miraba, pues percibía el brillo de sus magníficos ojos sobre mí, pero continuaba sin decir una palabra, de modo que yo tampoco lo hice. La situación era un poco absurda, nos estábamos comportando como adolescentes contrariados en lugar de como adultos…

Tristan aparcó el coche junto a mi bloque de apartamentos. Al salir del vehículo y mirar hacia la fachada sentí un escalofrío, pues recordé la última vez que había estado allí, cuando huíamos tras acabar con el vampiro que me atacó. Él fue hacia el maletero del coche y lo abrió. Extrajo de él mi bolsa de deporte y mi ordenador portátil.

–He pasado por mi apartamento, pensé que querrías recuperar tus cosas –dijo.

El modo en el que lo dijo volvió a provocarme un escalofrío. Si Tristan se había molestado en traerme mis cosas, sólo podía significar que él también había estado pensando sobre lo nuestro y que había sacado sus propias conclusiones, como por ejemplo apartarme de su vida. No me había dado cuenta hasta ese momento de que la discusión que había iniciado era como un arma de doble filo, yo había presionado a Tristan para que abandonara su misión o al menos para que la retrasara y eso le había dado pie a pensar que quizás yo no era la compañera que necesitaba si después de todo no iba a apoyarle.

–Gracias –dije, tomando las cosas que me ofrecía y sintiendo una opresión profunda en mi pecho.

Me encaminé hacia el portal mientras tanteaba mi bolso en busca de la llave. Él me miraba desde la acera.

–¿Puedo acompañarte? –me preguntó al fin.

–Daba por supuesto que íbamos a hablar –respondí, aliviada.

Tristan subió los escalones que nos separaban en un par de saltos y tomó de nuevo mi equipaje, mientras sujetaba la puerta para mí.

–Gracias –dije, entrando en primer lugar y encaminándome a la escalera.

Él me siguió en silencio y no dejó de mirarme mientras abría la puerta de mi apartamento. Una vez dentro, encendí las luces y de nuevo me sentí incómoda allí, era como si aquel lugar no fuera ya conmigo, como si hubiera quedado enterrado profundo como un mal recuerdo.

–¿Qué ocurre? –me preguntó, acercándose.

–No me siento cómoda en este lugar –admití, estremeciéndome de nuevo.

Él se acercó y me rodeó con sus brazos y aproveché la oportunidad para apoyarme en su pecho, sintiéndome aliviada de que estuviera a mi lado.

–No tienes por qué quedarte aquí si no quieres –me susurró al oído.

Le miré, sorprendida.

–No pensaba quedarme, sólo quería pasar a recoger mis cosas. Avisé esta mañana al casero de que dejaba el apartamento –le aclaré, confundida.

Él estaba perplejo y se quedó en silencio unos instantes, mirándome con atención.

–Cuando te fuiste así esta mañana pensé que tu intención era dejarme –me confesó.

Entonces comprendí la intranquilidad de Tristan y por qué estaba siendo tan cauteloso conmigo esa tarde.

–Tristan, no podría alejarme de ti –susurré–. Te necesito –.

Sus pupilas se dilataron al escuchar mis palabras, haciendo que sus hermosos ojos grises fueran aún más intensos y mágicos.

–Pero dijiste que un futuro a mi lado no era alentador y… tenías razón. Tú podrías llevar una vida normal y conseguir todos tus sueños. Si te alejaras de mí, te convertirías en una gran periodista y podrías tener a tu lado a quien tú quisieras. Cualquier hombre en su sano juicio perdería la cabeza por ti –dijo él, pronunciando cada palabra con esfuerzo.

–Tristan, esta mañana estaba enfadada, no sentía de veras lo que dije sobre nosotros –le expliqué, mirándole angustiada–. Mira, lo único que sé es que te amo demasiado y que no quiero compartir mi vida con nadie que no seas tú. Lo que ocurre es que no me hago a la idea de que antes o después tenga que perderte. Creo que tu propósito es muy noble y no te voy a poner en la tesitura de abandonarlo por conservarme a mí, ha podido parecer que era así, pero nunca te obligaré a hacerlo, no lo dudes –le expliqué.

–¿Estás segura de lo que dices, Giulia? Entenderé que quieras algo más en tu vida. Me dolerá si me dejas, pero lo entenderé –dijo, escrutando mi rostro detenidamente.

–Sí, lo estoy. Dime que no es demasiado tarde y que aún me quieres a tu lado –le supliqué.

–¿Bromeas? Pensé que ibas a abandonarme. Llevo todo el día desesperado intentando pensar en algún modo de retenerte, pero no se me ocurre qué puede merecer la pena lo suficiente para que te quedes conmigo –dijo, frustrado.

–Tú, Tristan. Tú eres todo lo que quiero –admití, aferrándome a su cuello y buscando sus labios.

Él me atrajo hacia sí y me besó, haciéndome olvidar el terrible día que había pasado, la angustia de sentirme fuera de lugar en el que hasta hacía sólo unos días había sido mi mundo, pero que ahora se me hacía una cárcel opresiva. Él era mi nuevo hogar y ahora estaba convencida de que no necesitaba nada más mientras le tuviera a él.