CAPÍTULO XIX

 

Efectivamente el tema no pintaba bien en la sala de reuniones. Dos tipos le sujetaban, mientras que él se esforzaba por mantener la compostura, luciendo imperturbable a pesar de su situación.

–¿Qué ha pasado? –pregunté, alarmada.

–Excelsior acaba de preguntarle al doctor por el paradero de Black –me explicó Oliver–. Él ha puesto cara de póker y ha dicho que no sabía nada al respecto. Sin venir a cuento, el viejo ha ordenado a esos tipos que le retuvieran –.

–Me dijiste que no corría peligro –le reproché a mi padre, que me había seguido de vuelta a la oficina.

–Puede que me equivocara –respondió él, sin apartar la vista de la pantalla–. Aumenta el volumen, Jones –le pidió a Oliver.

Oliver siguió sus instrucciones, ajustando el sonido para que todos pudiéramos escuchar la conversación. Jones debía de ser su apellido, ésa era una información que ni siquiera yo conocía, pero al parecer mi padre nos había investigado a todos.

–Tristan, eres un tipo brillante, por eso te elegí a ti entre todos esos estudiantes de Columbia. Está claro que no me equivoqué contigo, puedes dar a la Comunidad todo lo que necesita, pero hay una cosa con la que no contaba… y es que nunca valorarías lo suficiente que te transformara en un vampiro –dijo Excelsior–. Especialmente tú, un científico extraordinario, tenías que haber sabido apreciar el don que te ofrecí, convirtiéndote en un ser superior e inmortal. He puesto a tu disposición los medios más punteros y te he brindado la eternidad para que puedas investigar, tu gran pasión, ¿por qué me lo agradeces así? –.

–No puedes reprocharme nada, Bastian. He trabajado sin descanso en este laboratorio desde que me infectaste –comenzó Tristan, arrastrando las palabras– y creo que no puedes quejarte de los resultados de mi trabajo. Querías el maldito suero y he desarrollado en el plazo que me has impuesto las primeras muestras. No sé a lo que viene ahora tu insinuación sobre Aleksander, que yo sepa no me pagas para ser su niñera –añadió, cabreado.

Excelsior se levantó y avanzó a paso lento hasta quedar enfrentado con él. Era ligeramente más bajo que Tristan y le agarró de la nuca, inclinando su cabeza para que sus ojos quedaran a la misma altura que los suyos.

–No seas cínico, Tristan –espetó Bastian–. No soporto a los mentirosos, la mentira es la cualidad más rastrera que conozco, incluso más que la traición –.

–No sé a qué te refieres –respondió él, inamovible.

–Bien, como quieras. Veamos entonces ese suero –dijo de pronto el líder supremo, soltando a Tristan y volviendo hacia la mesa donde se encontraba el maletín con las muestras.

Tristan se envaró al momento y los tipos le sujetaron con más fuerza. Excelsior alcanzó el maletín y lo abrió, recorriendo las cápsulas iridiscentes con las yemas de sus dedos. No iba a contemplar la escena con los brazos cruzados durante más tiempo. Excelsior sabía lo que hacía ese suero y podía emplearlo en cualquier momento para hacer hablar a Tristan, pero él no hablaría por mucho que le amenazara, a estas alturas le conocía lo suficiente para saberlo. Haría lo que fuera por protegerme y yo no iba a permitir que se sacrificara de ese modo. Revisé mis pistolas y cogí otro par de cargadores de la caja de las municiones, introduciéndolos en mi cinturón.

–¿Qué se supone que vas a hacer? –me preguntó mi padre, reteniéndome por el brazo.

–Te dije que él era mi prioridad –le expliqué.

–Y tú eres la mía –dijo él, reteniéndome aún.

–Bien, nadie te impide acompañarme –apunté, alzando una ceja.

Él asintió y se armó también con un par de pistolas y varios cargadores. Les hizo una seña a los suyos para que le imitaran. Salí de la oficina y los tres vampiros me siguieron.

–Seguirás mis indicaciones, ¿entendido? –me advirtió él.

Asentí. No tenía sentido hacerlo de otro modo, él tenía más experiencia que yo en esto.

–¿Cómo se supone que funciona esto? –me preguntó entonces, revisando el arma.

–Como una automática. El gatillo es bastante sensible, intentad no ejercer demasiada presión o liquidaréis varias cápsulas en un solo disparo, ¡sería un despilfarro! –les expliqué.

–¿Hay que apuntar al corazón? –preguntó uno de sus hombres.

–No es necesario, funciona en cualquier parte del cuerpo –les indiqué.

–He visto lo que le hace a un vampiro –apuntó mi padre–, de modo que si vuestro último deseo no es esparcir vuestras cenizas por el edificio, aseguraos de no dispararos a vosotros mismos –.

–Muy gracioso, Steel –dijo uno de ellos.

–¿Steel?, ¿ése es tu apellido? –pregunté mientras entrábamos en el montacargas.

–Ajá –dijo él, mirándome de reojo.

–Entonces conservaré el de mamá, es más interesante –bromeé, arrugando la nariz mientras me ajustaba el comunicador–. Oliver, ¿cómo va Tristan? –.

–Tienes que darte prisa, me temo que Excelsior va a inocularle el suero –me dijo.

–¡Mierda! –bufé, impaciente por que se abrieran las puertas del maldito ascensor–. Cubridme, tengo que entrar como sea en esa sala –.

–Te mantendrás detrás de mí. Vosotros dos, abridnos paso y organizad al resto del equipo, todos a la última planta –les ordenó Steel a sus hombres.

El montacargas abrió finalmente sus puertas y un par de tipos vinieron hacia nosotros, alertados por nuestra llegada. Disparé al primero de ellos y dejé el otro a mis compañeros, mientras me lanzaba en un sprint hacia la sala de reuniones, seguida en todo momento de cerca por mi padre.

La puerta estaba vigilada por un grupo de vampiros que levantaron sus armas hacia nosotros y abrieron fuego en cuanto nos vieron doblar la esquina. Mi padre tiró de mí y me hizo retroceder, refugiándonos tras la pared.

–Te dije que te mantuvieras detrás de mí –me sermoneó.

–Se me acaba el tiempo –dije.

–Esperaremos aquí –me dijo y parecía una orden.

Entonces se oyó un estrépito en el hall. Me aventuré a mirar hacia allí y descubrí que los ascensores habían llegado hasta el último piso y al parecer venían con refuerzos, que se ocuparon de los que vigilaban la puerta.

–Ahora –dijo con urgencia–, yo te cubro las espaldas –.

Asentí y me lancé a la carrera, con una pistola lista para disparar en cada mano, pero intenté contenerme, pues temía alcanzar por error a alguno de los nuestros. La puerta estaba ahora despejada, pero imaginé que estaría cerrada.

–Giulia, ¡date prisa! Tiene el suero contra su yugular –me susurró Oliver a través de la línea.

–¡Maldita sea!, he de derribar esa puerta de inmediato –grité.

–Eso déjamelo a mí –dijo mi padre avanzando hacia allí.

Le propinó una patada con fuerza y las puertas temblaron, pero no se abrieron, de modo que se acercó y procedió a colocar una carga explosiva en el tablero de madera, junto a la cerradura.

Se apartó un par de pasos, haciéndome retroceder con él y la hizo detonar. Una explosión agitó las puertas, que crujieron y se abrieron con fuerza hacia el interior. Me lancé hacia la sala sin pensármelo, buscándole con la mirada, ahora presa de desesperación.

Agradecí que mi padre estuviera conmigo y me cubriera en ese momento, porque ni siquiera vi a los tipos que se abalanzaron enseguida contra mí, pues toda mi atención era para Tristan. Entonces sus ojos grises repararon en mí. Hasta ese momento había permanecido sereno e imperturbable, pero mi aparición pareció alterarle.

–Giulia, ¡no! –se lamentó con un grito ahogado, mientras forcejeaba por liberarse.

Excelsior se giró y me vio, sin apartar el suero letal del cuello de Tristan.

–Detente –me ordenó.

Algo en su voz hizo que me detuviera en seco y él aprovechó ese impasse para situarse estratégicamente detrás de Tristan, manteniendo la inyección de suero en todo momento en contacto con su piel. Le iba a utilizar de escudo, ¡maldito cobarde! Mi padre me seguía de cerca y sin que pudiera detenerle, levantó sus pistolas y disparó a los guardaespaldas de Excelsior, que se hicieron polvo en cuestión de segundos, cegando momentáneamente a Tristan.

–¡No! –grité, presa de pánico, agarrando sus brazos y forzando a mi padre a que bajara el arma.

Excelsior cogió a Tristan por el cuello aprovechando la situación y le arrastró hacia sí para cubrirse, sin retirar el suero letal de su cuello.

–Dispara –dijo Tristan, mirándome a los ojos con intensidad.

No me salían las palabras, tan sólo pude negar con la cabeza, contemplando con horror la situación.

–¿Tan poco valoras tu vida, Reed? –dijo Excelsior con ironía.

–Valoro aún menos la tuya –siseó él, encolerizado.

Excelsior rió, apretando más la inyección contra su piel. Las puertas se cerraron detrás de mí y descubrí que mi padre era quien lo había hecho, bloqueándolas para evitar que llegasen refuerzos del exterior. De pronto se adelantó, situándose a mi lado. Tanto Tristan como Excelsior le miraron sorprendidos.

–Estás acorralado, Bastian. Si sueltas a Reed y te entregas, te dejaré vivir –le propuso, sonando muy autoritario.

–Mi confianza en ti está extinta, Steel. Mi jefe de seguridad ha resultado ser quien estaba detrás de esta rebelión… ¡Qué curioso!, siempre pensé que sería Reed quien encabezaría la revuelta, pero por lo que veo él ha sido más práctico, pretendía eliminarnos a todos nosotros –dijo, reculando con Tristan aún en su poder.

–¡Detente! No tienes escapatoria –le ordenó Steel.

Bastian aferró el maletín de Tristan cuando pasó cerca de la mesa, al parecer contaba con llevarse las muestras del suero con él. No sabía qué diablos pretendía, estaba acorralado y más le valía rendirse. Mi padre continuaba con el arma en alto, apuntando en su dirección, mientras ambos retrocedían hacia la pared.

–Dispara –volvió a repetir Tristan.

Entonces Bastian llegó hasta la ventana y la abrió. ¡Pretendía escapar por la escalera de incendios! Todos comprendimos cuáles eran sus intenciones al mismo tiempo y los acontecimientos se sucedieron a tal velocidad que me costó reaccionar.

Tristan trató de liberarse, golpeando con fuerza a Excelsior, que apretó la cápsula de suero, inyectándola en su cuello. Tristan se derrumbó en el suelo. Mi padre disparó contra Excelsior, que antepuso el maletín metálico que contenía el suero para protegerse, deteniendo el disparo, al tiempo que yo me abalanzaba en auxilio de Tristan, agachándome a su lado y abrazándome a él.

Las lágrimas anegaban mis ojos, mientras me aferraba con fuerza a él, pero Tristan no se desintegró, sólo parecía un poco aturdido mientras se frotaba con insistencia la zona del pinchazo. Le miré, confusa y aliviada, y él me sonrió, acariciando mi rostro con el dorso de su mano.

–Tranquila, es inocuo –me dijo, tranquilizándome.

Exhalé, aliviada, pero en ese momento Excelsior me atrapó por el cuello y me arrastró con él, haciéndose con una de mis pistolas y apuntándome con ella en la cabeza.

–Bien, ¿éste también es inofensivo? –preguntó con ironía.

Me quedé paralizada, pero Excelsior pronto me arrastró con él a través de la ventana. Tristan intentó seguirnos, pero él le arrojó el maletín con violencia, haciéndole retroceder, mientras seguía ascendiendo, arrastrándome con él casi en volandas. Intenté liberarme y me asió con más fuerza, incrustándome el cañón del arma en la sien. Sabía lo sensible que era ese gatillo y sabía que ese suero también sería mortal para mí, al menos para mi parte vampírica, aunque siendo realista, un humano tampoco sobreviviría con un enorme agujero en el cerebro...

–Te estás jugando la vida, pequeña –dijo él.

–Suéltame –gruñí, mientras me resistía a que me arrastrara hacia la azotea.

Las hélices del helicóptero comenzaron a girar en cuanto el piloto nos vio aparecer y entonces comprendí que Excelsior tenía prevista su escapada de emergencia después de todo. Estaba claro que lo tenía todo bajo control.

Uno de sus hombres nos acogió, haciéndose cargo de mí en cuanto su jefe me arrojó al interior de la cabina.

–Espósala –le ordenó y se dirigió a dar instrucciones al piloto.

Las hélices comenzaron a girar con más fuerza y pronto empezamos a elevarnos. Eché un último vistazo por la ventanilla y de pronto vi aparecer a Tristan en la azotea, seguido de cerca por mi padre. En un sprint Tristan saltó y trató de aferrarse al patín del helicóptero. Estuve a punto de gritar, pero me contuve, no sabía si los demás se habían dado cuenta de la presencia de Tristan y si no lo habían hecho, lo mejor era que no le descubrieran. Traté de comprobar si él lo había conseguido, pero no era capaz de ver nada desde mi asiento. Excelsior se giró desde la cabina y nuestras miradas se cruzaron un instante. Bajé los ojos hacia mi regazo, tratando de esconder la ansiedad que sentía al pensar que quizás Tristan ahora mismo estaba suspendido a cientos de metros de altura, agarrado únicamente al patín del helicóptero. Al parecer nadie sospechaba que llevábamos compañía, pero temía que si Excelsior lo descubría, sería bien capaz de intentar que se soltara y se precipitara contra el suelo.

Ascendimos, ganando en altura sobre la ciudad aún durmiente. A cada poco intentaba mirar disimuladamente por la ventanilla, pero no conseguía ver a Tristan. Quizás él, después de todo, no había podido aferrarse al patín... y en definitiva que no lo hubiera conseguido era lo mejor en nuestras circunstancias, sería muy arriesgado para él, por mucho que deseara en este momento su compañía.

Nos dirigíamos hacia la costa, de eso no cabía la menor duda, pero no sabía qué pretendía Excelsior dirigiéndose hacia allí.

De pronto se sentó frente a mí y me contempló unos instantes en silencio. Sus ojos eran de un azul pálido, casi transparente, y su escrutinio me hizo sentir incómoda. Ahora que podía apreciarle más de cerca, descubrí que ese tipo me ponía tensa, como si mis sentidos advirtieran que era peligroso y que convenía mantener las distancias. Había sentido algo similar en presencia de Black, aunque en su caso la sensación de peligro estaba mezclada con un sentimiento de repulsión. Este vampiro, sin embargo, desprendía un fuerte magnetismo, era un ser ancestral y oscuro y no pude evitar sentir una tremenda curiosidad por él.

–Dime, ¿qué interés pueden tener todos esos vampiros en una simple humana? –me preguntó él entonces.

No respondí, me limité a mirarle con una expresión vacía en mi rostro. Al parecer no conocía mi secreto, lo que era una suerte, teniendo en cuenta que estaba al tanto de todo lo demás. Al parecer me había tomado como rehén por pura necesidad. Se había dado cuenta de que los demás no le dispararían mientras hubiera la posibilidad de que saliera herida.

–Responde –me ordenó, tajante.

–No lo sé –respondí.

–Si Black iba tras tu pista sería por una buena razón –dijo.

–Me proponía asesinarle, quizás temía por su vida –sugerí.

Excelsior arqueó sus cejas y acabó por sonreír. Se atusó la barba, que de cerca se veía muy encanecida.

–Ciertamente Black era de los que provocaban ese tipo de reacciones en la gente, pero dime ¿qué te hizo exactamente para que quisieras acabar con él? –me preguntó, interesado.

–Asesinó a sangre fría a mi mejor amiga –le dije.

–Uhm, imagino que sería un daño colateral. Mira, pequeña, los vampiros necesitamos alimentarnos. No matamos con frecuencia, al contrario de lo que narran en esas mediocres historias sobre nosotros que los humanos se empeñan en seguir escribiendo,… pero cada cierto tiempo necesitamos sentir la calidez de la sangre humana circulando por nuestras venas. No hay nada que se compare con eso, te lo aseguro, ni siquiera un buen vino o un coñac de gran reserva… –comenzó a explicarme.

–No necesitáis matar para alimentaros –respondí, asqueada.

–Los asesinos de vuestra propia especie causan más bajas entre los humanos que la población de vampiros existente en el planeta –apuntó él.

–En ambos casos se trata de un asesinato –dije.

–Black también ha muerto y eso también os convierte en asesinos, ¿no crees? –dijo.

–Es posible, pero asesinar a un asesino como él, no me hace sentir tan mala persona –admití.

Una sonrisa se dibujó de nuevo en su rostro y se inclinó en su asiento, acercándose un poco más a mí.

–Me caes bien, pequeña, a pesar de ser una insignificante humana… Entiéndeme, hay cosas que valoro entre los de vuestra especie, como por ejemplo el ansia de conocimiento, la perseverancia, la fuerza, el carisma,… todas esas cualidades humanas se ven exacerbadas cuando el individuo se transforma en vampiro. Por eso elijo muy bien a los sujetos que transformamos, no me vale cualquiera. Todos mis vampiros saben cuál es la ley, pueden alimentarse de los humanos con mesura, pero no pueden transformarlos, eso está castigado con la muerte. Sólo yo decido quién engrosará nuestras filas y por supuesto quién ha de abandonarlas… –me explicó, dejando la frase en el aire.

Nos miramos en silencio. No sabía que pretendía contándome todo eso, ¿creía que me sonsacaría información de ese modo?

–Reed me ha decepcionado, ha quebrantado una de mis leyes fundamentales y por lo tanto está condenado a morir –dijo, mirándome con atención, como si esperara mi reacción.

Me mantuve imperturbable, deseando ahora que Tristan se hubiera quedado en la azotea del edificio, lejos de ese asesino que sin duda esperaba rencontrarse con él para matarle con sus propias manos.

–No fue Tristan quien asesinó a Black, fui yo –dije con contundencia.

–¿Black?, ¿crees que estoy cabreado porque os cargarais a Black? –dijo él, levantando un poco la voz.

No respondí, sabía que él no esperaba que lo hiciera, de modo que esperé a que continuara.

–Black era un ser pusilánime. Reconozco que fue un error transformarle. Vivía tras la estela de Tristan, pero no era ni la mitad de brillante que él. Sin embargo era un buen asesino, de modo que le utilicé para lo que servía, encargándole el trabajo sucio, pero nunca confié demasiado en él, sabía que me traicionaría a la primera de cambio y al parecer no me equivocaba. Con Reed el tema es diferente, sabía que era un idealista, pero siempre pensé que me sería leal. Me indigna descubrir que estos dos últimos años ha estado investigando exclusivamente con el fin de encontrar el modo de acabar con mi especie. Ha osado traicionarme del modo más ruin posible, utilizando mis medios y mis recursos para levantarse contra mí, con la intención de destruir el imperio que me ha costado tantos siglos construir –dijo, alterado.

–Un imperio de asesinos –murmuré entre dientes.

Excelsior me fulminó con la mirada. Parecía furioso con mi interrupción, pero no me importaba. No estaba para aguantar que ese demente se desahogara conmigo después de lo que le había hecho a Tristan y a muchos jóvenes como él, arrebatándoles su humanidad.

–Los humanos no sois más que diminutas partículas de polvo arrastradas por el viento. Vuestra existencia representa un instante en la historia del planeta, no puedo esperar que entiendas lo que es la eternidad –me excusó, condescendiente.

Apreté la mandíbula, intentando morderme la lengua. Si tuviera a mano mi pistola, él sí que iba a convertirse en polvo que se lleva el viento…

Finalmente me dejó por imposible y se levantó a dar instrucciones al piloto. Aproveché esos instantes para hacer un análisis de la situación. Sobrevolábamos la bahía y no quedaba demasiado tiempo para el amanecer, a lo sumo una hora. Los cristales de la aeronave eran ahumados, de modo que los vampiros estaban resguardados en la cabina, pero si Tristan había conseguido aferrarse al patín de aterrizaje y amanecía antes de acabar nuestro viaje, la luz del día acabaría con él. No sabía cuánto más se prolongaría nuestro viaje, pero estaba empezando a ponerme realmente nerviosa. Mi único consuelo era que un helicóptero de ese calibre no contaba con mucha autonomía, de modo que Excelsior no se iba a alejar demasiado de la ciudad, tendríamos que aterrizar de un momento a otro en nuestro destino.

El guardaespaldas que nos acompañaba se había trasladado hasta el asiento contiguo del piloto y ahora estaba sola en la cabina. Recorrí el habitáculo con la vista y descubrí que mis pistolas y cargadores estaban en un cajón sobre el asiento de mi izquierda. Me habían esposado las manos al frente, lo que restringía mis movimientos, aunque no podía quejarme, habría sido peor que lo hicieran a mi espalda. Si me liberaba ahora, a lo sumo podría intentar derribar el helicóptero, lo que acabaría seguramente con todas nuestras vidas, de modo que decidí tener un poco más paciencia y actuar cuando tocáramos tierra. Excelsior volvió a la cabina y se sentó frente a mí, revisando su teléfono móvil sin prestarme ahora demasiada atención.

Cada vez nos alejábamos más de la bahía, adentrándonos en el mar.

–¿A dónde nos dirigimos? –pregunté, impaciente.

Excelsior levantó la vista, enfocándome de nuevo con sus pupilas de cristal.

–A uno de mis barcos –dijo sin más–. Allí mantendremos una conversación en privado y me contarás qué hay de especial en ti, Giulia Myers –.

–Podemos ahorrarnos la conversación, no hay nada de especial en mí –le aseguré.

–¿De veras? Eso ya lo veremos, si no eres nada del otro mundo siempre podré utilizarte para atraer a Reed, parece que él opina que sí que hay algo en ti que merece la pena. De lo contrario no arriesgaría su vida una y otra vez por ti, ¿no crees? –me preguntó.

De nuevo preferí no responder. Sentí cómo un escalofrío recorría mi columna, era como si ese tipo presintiera las cosas, suponiendo que antes o después Tristan vendría a buscarme… Quizás no anduviera desencaminada y la clarividencia fuera uno de sus dones… Quizás precisamente eso era lo que le hacía salir siempre con vida de las emboscadas.

Pronto divisamos un barco de grandes dimensiones en cuya cubierta había un helipuerto. Oteé el exterior, intentando escudriñar la parte baja del helicóptero y a Tristan, pero no era capaz de ver nada desde allí. Quedaba poco para que amaneciera, pero estábamos cerca de nuestro destino.

Estuve en tensión cada uno de los interminables segundos que nos separaban del aterrizaje. Cuando el helicóptero se aproximaba a cubierta, me pareció sentir un ligero impacto contra el fuselaje bajo mi asiento y contuve la respiración un instante, imaginando que podría tratarse de Tristan y deseando que nadie más lo hubiera notado. Aparentemente nadie lo hizo, Excelsior estaba ocupado hablando por su móvil en ese momento y el resto de la tripulación seguía con atención las indicaciones de la torre de control. Escudriñé de nuevo la noche a través del vidrio ahumado de mi ventanilla, pero no pude ver más que las luces de la pequeña pista que se encendían y apagaban intermitentes marcando la zona de aterrizaje.

En cuanto aterrizamos, el guardaespaldas de Excelsior abrió la puerta y él bajó, agachándose para evitar las hélices, aún en movimiento. Después el vampiro me agarró con fuerza por el brazo y me arrastró con él con brusquedad, haciendo que casi perdiera el equilibrio al bajar de la cabina. El viento en cubierta era fuerte y desagradable y arrastraba un intenso olor a mar. Miré hacia atrás y comprobé que no había señales de Tristan junto a la aeronave y al parecer tampoco en los alrededores, de modo que lo más probable fuera que no consiguiera acompañarnos en el vuelo…

Era mejor así. Si él estuviera aquí, estaría atrapado como lo estaba yo. No había forma de escapar de un lugar así, estando rodeados de agua, a kilómetros de la bahía y a punto de amanecer… Respiré hondo, intentando calmarme. Tristan estaría bien y yo tendría que cuidarme de estarlo hasta que él o mi padre me encontraran. Sólo tenía que resistir.

Excelsior hizo una seña a su guardaespaldas para que le siguiera y nos introdujimos tras él en la cabina del barco. Nos cruzamos con el capitán, que dio la bienvenida a su líder, y después continuamos por un pasillo estrecho que casi nos llevó hasta la proa, donde al parecer estaba el camarote principal. Excelsior entró en él y su guardaespaldas le siguió, deteniéndose junto a la puerta conmigo, esperando órdenes.

El camarote era amplio y lujoso. Contaba con un ojo de buey como única fuente de luz al exterior, pero el cristal era casi opaco. Excelsior atravesó una puerta que parecía separar la pequeña sala de estar del dormitorio y unos minutos después apareció de vuelta y le hizo un gesto a su guardaespaldas para que me ayudara a tomar asiento. Éste lo hizo sin muchos miramientos, arrojándome contra una mecedora de caoba con unos labrados exquisitos. A continuación se agachó a mi lado y estuve tentada a meterle un rodillazo en la cara para agradecerle su exquisito trato, pero el muy bastardo me esposó los tobillos, reduciendo considerablemente mi movilidad y mis opciones de escapar. Miré a Excelsior con odio mientras él tomaba una silla y se sentaba frente a mí.

–Quiero asegurarme de que no tendremos contratiempos –me dijo a modo de excusa–. Ryan, puedes dejarnos a solas –le indicó a su guardaespaldas.

El vampiro asintió y abandonó la estancia en silencio, cerrando la puerta tras de sí y dejándome expuesta a los ojos pálidos de Bastian Excelsior.

–¿Puedo ofrecerte algo para beber? –sugirió él, mirándome con atención.

Negué con la cabeza, inquieta. Tenía que escapar de allí, sabía lo suficiente de ese tipo para imaginar que no pretendía ser hospitalario conmigo aunque sus maneras mostraran lo contrario. Pronto llegaría la parte en la que se le acabaría la paciencia y me torturaría con el objetivo de sonsacarme información. No iba a desvelarle los planes de Tristan, aunque él parecía conocer ya bastante sobre sus intenciones, pero no saldría de mí nada que le pudiera llevar hasta él, por mucho daño que me hiciera para conseguirlo.

Me sentía impotente. No tenía mis armas para defenderme y aunque las tuviera, estaba esposada de pies y manos, de modo que no lo tendría nada fácil para escapar.

–Mira, Giulia, he tenido una noche complicada y quiero acabar con esto cuanto antes. Podemos hacer que esto sea muy fácil, sólo tienes que responder a mis preguntas con sinceridad y así me evitarás tener que sedarte y torturarte para obtener la información que de todos modos me darás. Piénsalo bien, de este modo también ganas tú, los sueros de la verdad suelen ser bastante nocivos para el organismo humano, podrían originarte desagradables efectos secundarios. Colabora y todo será mucho más fácil para ambos, ¿qué me dices? –me preguntó, intentando parecer persuasivo.

Le continué mirando, desafiante, sin abrir la boca ni un instante y esto pareció cabrearle. Se levantó bruscamente y avanzó hasta detenerse delante de mí, tomando mi barbilla en su férrea mano e inclinándola hacia arriba para que le mirara a los ojos.

–Vas a contarme todo lo que sepas sobre los planes de Reed y de esa panda de renegados, pequeña. Si no lo haces por tu propia voluntad te inocularé suero de la verdad. Tú decides –me amenazó.

–Inocúlame lo que te dé la gana, pero no lograrás que diga nada –dije, furiosa.

Excelsior me soltó y de pronto me abofeteó con fuerza. Sentí un dolor extremo en el pómulo y comprendí que me había herido con su anillo, un grueso pedazo de metal, posiblemente platino, que llevaba engarzado un diamante. La sangre brotó rápido de la herida y pude ver cómo sus ojos se tornaban peligrosos y hambrientos. Extendió su dedo hacia la herida y lo hizo resbalar por toda su longitud, manchándose con mi sangre. Después se lo llevó a la boca y lo succionó, haciendo que se me revolviera el estómago.

–Excelente –dijo, como si acabara de catar un vino de buena añada–. Al fin y al cabo si no cooperas, podré darme un buen festín contigo –.

–Ojalá te siente mal, bastardo –dije entre dientes.

Él levantó de nuevo su mano para golpearme, pero en ese momento se oyó un golpe seco fuera y de pronto algo impactó contra la puerta, que se abrió sin oponer resistencia. Tristan hizo su entrada en el camarote entre una nube de polvo, procedente de los restos del guardaespaldas de Excelsior. Sus ojos buscaron los míos y tras asegurarse de que estaba bien, levantó su arma contra Excelsior, que estuvo rápido y voló hacia el interior de su dormitorio, cerrando la puerta tras él.

Me puse en pie inmediatamente y Tristan cruzó la distancia que nos separaba en una zancada y me abrazó, besando con fuerza mi sien mientras me miraba.

–¿Estás bien? –me preguntó.

–Sí –admití.

–Bien, tenemos que irnos de aquí, se nos acaba el tiempo –dijo él, tirando de mi brazo.

–Pero ¿y Excelsior?, escapará –dije.

–Ahora sólo me importas tú. Tenemos que irnos antes de que descubran que estoy aquí, si lo hacen estamos acabados –me dijo él.

Asentí, pero cuando intenté seguirle, mis piernas me recordaron que estaban amarradas y casi perdí el equilibrio. Tristan se dio cuenta de mi problema y me aupó para cargarme en su hombro, apresurándose a retornar al pasillo, de vuelta a popa, no sin antes bloquear la puerta de Excelsior.

–¿Cómo escaparemos? –le pregunté.

–Nuestra única posibilidad reside en hacernos con el helicóptero. Estamos a kilómetros de la costa, no llegaríamos a nado antes del amanecer –me dijo.

–Tienes razón –admití, pero sabía que sería difícil robar el helicóptero sin que nadie lo advirtiera.

De pronto en el pasillo apareció un oficial y Tristan le disparó de inmediato, convirtiéndole en polvo.

–Dame un arma –le pedí.

No iba a ser nada fácil disparar yendo boca abajo y esposada, pero era mejor que nada y al menos podría cubrirle las espaldas a Tristan.

–Llevo una de sobra en el cinturón, ¿puedes alcanzarla? –me preguntó, saliendo al exterior.

La tomé y me erguí para cubrirle, pero no había oficiales a la vista por el momento. Tristan llegó hasta la pista y me dejó allí en pie.

–Voy a arrancar el helicóptero, escóndete en la cabina –me pidió.

–Será mejor que vigile mientras tanto, así podré mantener alejado a quien se proponga detenernos –le propuse.

–De acuerdo, tardaré lo menos posible –dijo él, avanzando hacia la cabina.

El amanecer se acercaba. Ahora podía sentirlo, era como si mi cuerpo lo supiera. Aunque la luz no fuera dañina para mí, desde que evolucioné, mi biorritmo había cambiado también. Me sentía mucho más activa que antes durante las noches, seguramente por el despertar de mi lado vampírico.

Apenas fui consciente del primer impacto de bala, sólo sentí que algo me golpeaba con fuerza en el estómago, haciéndome retroceder. Levanté la vista, atónita, y descubrí a Excelsior sobre el torreón de cubierta. Empuñaba un arma automática mientras me dedicaba una mirada fría. Levanté mi pistola, pero no llegué a utilizarla. La siguiente bala me impactó en el pecho y fue mucho más dolorosa. Me llevé la mano hacia allí y retrocedí unos cuantos pasos más. Había soltado el arma en algún momento sin darme cuenta y estaba completamente indefensa. La tercera bala se incrustó en mi hombro, esta vez hiriéndome de veras, y súbitamente perdí el equilibrio, chocando contra la barandilla perimetral de proa y cayendo por la borda. En cuestión de segundos impacté con la superficie gélida del océano y me hundí en sus aguas grises sin que pudiera evitarlo. Traté de salir a flote, pero mis manos y piernas estaban esposadas y no era capaz de nadar. Pronto las corrientes submarinas me arrastraron a su antojo, volteándome una y otra vez hasta que llegué a un punto en el que ya no sabía en qué dirección se encontraba la superficie. Mi pecho ardía, no sólo por la falta de oxígeno, sino también porque las balas se habían incrustado contra el chaleco de titanio, que ahora presionaba con fuerza mis pulmones. No iba a aguantar mucho más y eso me desesperaba. No podía creer que después de todo lo que había ocurrido, mi vida acabara aquí.

Debería estar muerta de miedo, pero sólo me sentía furiosa. No podía rendirme, no sin verle una vez más. Intenté liberarme de las cadenas que amarraban mis tobillos. Me saqué una bota y a continuación la otra y las cadenas resbalaron hasta mis tobillos para luego perderse en el fondo del océano. Empecé a agitar mis piernas con fuerza y comencé a avanzar, el problema era que no sabía cuál era la dirección correcta. No podía resistir más e inevitablemente traté de inspirar. El agua salada invadió mi garganta, abrasándome. Comprendí que llegaba mi fin y entonces cerré los ojos y traté de visualizarle en mi mente. ¡Adiós, Tristan!