CAPÍTULO II
Una vez tras la barra, comencé a inspeccionar los diferentes estantes para familiarizarme con la ubicación de las bebidas. Las demás chicas estaban colocando botelleros de pie junto a las mesas y rellenándolos con hielo picado. Había otra barra más pequeña al fondo del local desde donde se servía a los salones privados y que ya ocupaba otra camarera y me relajó comprobar que no tendría que abastecer yo sola todos los pedidos del local. Tania pululaba de un lado para otro, verificando que todo estaba en perfecto orden en su zona y entonces Grace se dirigió hacia la escalera enmoquetada en terciopelo azul que llevaba hasta la entraba del local y dio unas palmadas para captar nuestra atención. Debía de tratarse de la señal de aviso de apertura porque todas las chicas se dirigieron a sus puestos de inmediato.
Tenía ante mí un turno de cinco horas, pero no tendría por qué ser extenuante si según el gerente la barra no era muy frecuentada. Además yo estaba acostumbrada al estrés de una hamburguesería en plena hora punta, esto no podía ser peor que aguantar las interminables colas, los clientes impacientes y el terrible olor a fritanga que se te acababa incrustando en la ropa y en el pelo día tras día. Grace de pronto se acercó y me entregó una chapa con forma de corazón.
–¡Póntela!, los clientes tienen que poder identificaros por vuestros nombres –me dijo, para después ocupar de nuevo su puesto al pie de la escalera.
Cuando la revisé, comprobé que mi nombre estaba mal escrito, habían grabado Julia en lugar de Giulia, un error que la gente parecía cometer con demasiada frecuencia. Me gustaba mi nombre, pues mi madre lo había elegido para mí y no soportaba que lo confundieran, de modo que decidí no ponerme la placa hasta que lo corrigieran. La puse en el primer estante de las bebidas para no extraviarla y volví a mi puesto.
Los clientes comenzaron a hacer acto de presencia y observé cómo Grace les daba la bienvenida personalmente con una sonrisa radiante. Era una mujer atractiva, rubia y curvilínea. Aunque aún era relativamente joven, ya se adivinaba algún que otro retoque de estética en su rostro, casi con toda seguridad en la nariz y la boca. Parecía de esas personas que se preocupaban mucho por su aspecto, pero en su caso era comprensible, su profesión se basaba en mantener esa imagen sexy y juvenil. Me pregunté a qué se dedicaría dentro de diez años cuando la cirugía no fuera suficiente…
Grace asignaba los grupos de clientes a mis compañeras, que les acogían a la entrada del salón y les acompañaban a sus mesas. Tras observar el proceso durante un rato, comprendí que ella no sólo distribuía los grupos en función de las mesas disponibles, sino que también parecía atender a las preferencias de los clientes en lo referente a las chicas. Incluso me di cuenta de que los clientes habituales tenían pre-asignada a una camarera en concreto, puesto que las chicas les conocían y les saludaban por sus nombres.
Tal y como me había dicho Tania, pude comprobar que la clientela estaba formada fundamentalmente por hombres de negocios. Vestían con trajes de ejecutivo y algunos incluso cargaban aún con sus maletines o sus ordenadores portátiles, como si acabaran de salir de la oficina. Por norma general, en cuanto se les ubicaba en sus mesas continuaban con sus conversaciones sobre economía, bolsa y política y sólo después de unas cuantas copas, comenzaban a relajarse y surgían otros temas más mundanos, como los deportes y las mujeres.
Tania se aproximó sonriente a la barra y apoyó sobre ella su bandeja.
–Una botella de champagne, un vodka con naranja y un par de gin-tonics, por favor –me pidió.
–¡Marchando! –dije.
Extraje el champagne y los refrescos de la nevera y llené los vasos de tubo con hielo para preparar las copas. Tomé el vodka y la ginebra de la estantería y empecé a preparar los combinados.
–¿Qué tal vas? –me preguntó.
Por el modo en el que ella se apoyaba en la barra, deduje que estos eran los únicos momentos en los que podía descansar un poco las piernas.
–De momento bien, nada que no haya hecho antes –admití.
–Ya te lo dije. ¿Qué tal los zapatos? –me preguntó.
–Te lo diré a las dos de la mañana cuando acabe mi turno –le respondí, arqueando una ceja.
–Bien, tendrás que darme la razón por una vez –dijo ella, confiada –. Gigi, ¿por qué has insistido en quedarte en la barra? Casi todos los clientes se instalan en las mesas, no recibirás apenas propinas –.
–Es posible, pero pasearme entre las mesas para alegrarle la vista a esos tipos no va conmigo –admití, colocando las bebidas en su bandeja.
Tania puso los ojos en blanco, como si lo que acabara de decir fuera una inmensa tontería. Sin embargo para ciertas cosas yo era muy tajante y entre ellas estaba todo aquello que creía que vulneraba mi dignidad. Me negaba a ser tratada como una mujer objeto y a estas alturas no iba a cambiar mi forma de ser.
–¡Tú misma!, pero deberías de saber que algunos de nuestros clientes también son dignos de contemplar y tras la barra serás tú la que no podrás alegrarte la vista –dijo, guiñándome un ojo con picardía.
Sonreí ante su comentario y la despedí para atender a otra compañera, que ya esperaba tras Tania para que sirviera su pedido. Estaba ultimando la preparación de sus bebidas cuando registré por el rabillo del ojo que alguien se instalaba en uno de los taburetes altos de la barra. ¡Mi primer cliente!
Me giré y me encontré súbitamente con unos ojos grises y profundos que me miraban con intensidad. Me quedé paralizada al instante, atrapada inevitablemente en ellos. Olvidé quién era y qué hacía en ese lugar, pues todos mis sentidos estaban concentrados en contemplarle. El golpe de una bandeja sobre la barra me hizo reaccionar y entonces pude apreciar el resto de su persona. Se trataba de un tipo increíblemente apuesto: joven, alto, fuerte y con el porte de un actor de cine. Aparte de los ojos más increíbles que jamás había visto, el resto de sus rasgos también eran muy atractivos, destacando sus labios, sumamente sensuales, que le daban a su boca un aspecto muy apetecible. Su pelo era oscuro y lo llevaba húmedo y perfectamente peinado hacia atrás, formando un ligero tupé. Vestía una cazadora negra de un cuero muy fino que parecía carísima y una camisa azul entallada, bajo la cual se intuía su fuerte musculatura.
Normalmente no me sentía tan impresionada por un chico guapo, pero quizás eso era porque nunca antes había visto uno tan guapo como éste. Me aproximé a él, sintiéndome acalorada, y sin poder evitarlo me quedé mirándole con fascinación.
–¡Buenas noches!, ¿qué desea tomar? –le pregunté, intentando mantener la calma a pesar de que mi corazón se empeñaba en acelerarse.
–Aún no me he decidido –dijo él sin apartar sus ojos de los míos.
¡Qué voz! Grave, sensual, profunda… De momento todo en él era perfecto.
Recorrió mi rostro con detenimiento, al parecer sin preocuparle que me incomodara su inspección, pero para mi sorpresa no lo hizo, sino todo lo contrario, deseaba que continuara mirándome tan intensamente. Que un tipo así se fijara en una era cuando menos gratificante. Por mi parte yo tampoco podía dejar de mirarle, esos ojos eran hechizantes y no sólo por su rareza, sino también porque eran misteriosos, y hermosos. Nos contemplamos el uno al otro en silencio y fue una experiencia fascinante.
De pronto una de las chicas llamó mi atención desde la zona de la barra reservada a las camareras. Al parecer estaba impaciente porque sirviera su pedido.
–Disculpe, caballero, pero si no le importa, atenderé a mi compañera mientras decide lo que desea –le propuse, intentando no parecer descortés.
–No me importa –dijo él sin apartar sus ojos de los míos y conteniendo una sonrisa.
Me costó bastante apartarme de él, era como si me viera atraída por su magnetismo y tuviera que vencer esa atracción para alejarme de allí, pero me obligué a apartar mi mirada de sus ojos y me reuní con mi compañera. Me apresuré a preparar el pedido y, mientras lo hacía, le seguí de reojo con la mirada. Para mi satisfacción, comprobé que él continuaba mirándome fijamente. Estaba consiguiendo ponerme cada vez más nerviosa, pero en el buen sentido, ¡resultaba excitante tenerle en mi barra! Despaché a la chica lo más rápido que pude y volví a enfrentarme a él.
–¿Sabe ya lo que desea? –le pregunté con un tono sensual, asombrándome a mí misma.
–Desde luego, pero por desgracia tendré que conformarme con un whisky con hielo –dijo con una sonrisa torcida que hizo su rostro mucho más atractivo.
Sus ojos ahora tenían una expresión burlona, ¿se estaba quedando conmigo?
–¿Desea alguna marca en concreto? –le pregunté, intentando prolongar la conversación.
–¡Sorpréndeme! –dijo, sonriendo con la mirada.
Asentí y le di la espalda, rumbo a la estantería de las bebidas. No sabía qué bebería normalmente ese tipo, pero parecía tener pasta, de modo que seguro que apreciaría un buen whisky escocés. Localicé el que buscaba en la balda superior y a pesar de los taconazos, tuve que estirarme para alcanzarla. Mi top se levantó, dejando a la vista mi cintura y buena parte de mis caderas y me apresuré a estirarlo, preguntándome si él lo había advertido y sonrojándome al pensarlo.
Aún dándole la espalda, eché un par de hielos en un vaso ancho. En los anteriores establecimientos en los que había trabajado no tenían este tipo de hielo tan compacto y por lo tanto el whisky acababa aguándose, pero había supuesto que en un sitio con clase como éste lo tendrían, de lo contrario sería un robo cobrar veinte dólares por un buen whisky escocés y después dejar que se estropeara de ese modo. Procedí a servirle el whisky en la barra, frente a él. Levanté la mirada para que me indicara hasta dónde se lo llenaba y de nuevo comprobé que no me quitaba la vista de encima, siguiendo con detalle cada uno de mis movimientos.
–¿Así está bien? –le pregunté, acalorada, mientras levantaba la botella.
Él desvió la mirada un instante hacia la bebida y comprobé que sus pestañas eran largas y curvadas, de un intenso color negro, al igual que sus cejas, pobladas y perfectas, de manera que hacían destacar aún más sus ojos.
–Así está perfecto –dijo él.
Intentó hacerse con el vaso al mismo tiempo que yo trataba de acercárselo y nuestras manos se rozaron un instante y fue una sensación increíble, su contacto resultaba electrizante. Retiré la mano, avergonzada, mientras él continuaba mirándome con interés.
–¡Que disfrute de su whisky, señor! –dije y aunque intenté sonreír, se quedó en un amago de sonrisa, pues estaba demasiado nerviosa.
–Gracias,… –dijo él, desviando su mirada hacia mi escote descaradamente y deteniéndose allí. De pronto volvió a mirarme, con una sonrisa cautivadora en su hermosa boca–Chica Blue–añadió entonces, sorprendiéndome.
Me sonrojé y él lo advirtió y se rio para sí. Sentí la tentación de esconderme de su mirada y estuve a un tris de agacharme detrás de la barra, como cuando era una niña y me sentía avergonzada por algo. Él me ponía demasiado nerviosa y me mortificaba que lo advirtiera. No quería que pensara que me sentía fascinada por él, aunque eso era exactamente lo que me sucedía… Estaba desconcertada, nunca imaginé que ningún hombre, por muy impresionante que fuera, me desestabilizaría de ese modo, pero él había derrumbado todas mis defensas sólo con el poder de su mirada.
–Giulia, por favor, identifícate con la placa –dijo entonces en un tono severo Grace, acercándose de pronto a la barra y reuniéndose con mi cliente.
–¡Buenas noches, Señor Reed! –le saludó con una sonrisa encantadora mientras le ofrecía su mano–. Lo siento, no le he visto entrar, ¿quiere que le asigne un reservado? –.
¿Entonces le conocía? Quizás era un cliente habitual, lo cual resultaría decepcionante. Pensaba que los tipos que frecuentaban un lugar así no serían en absoluto de mi agrado, pero eso fue hasta que llegó él...
Tomó la mano de Grace entre las suyas y la besó con delicadeza y sentí una punzada de celos sacudiendo mi estómago.
–¡Buenas noches, Grace! No se preocupe por mí, estoy justo donde deseo estar –respondió él, mirándome de reojo.
–Entonces le dejo que siga disfrutando de su noche. Giulia, atiende bien al señor Reed, nos encantaría que nos visitara con más frecuencia –dijo Grace, guiñándome un ojo casi imperceptiblemente y señalándome con la mano su pecho, el lugar donde debería llevar la identificación.
Entonces comprendí que antes él había buscado mi nombre, no fisgar en mi escote y me sentí de nuevo avergonzada. Retrocedí hasta las estanterías y me prendí la placa en el tirante de la blusa.
Seguí atendiendo mis pedidos mientras él continuaba sentado en la barra, siguiéndome con la mirada. Entre el ajetreo y su presencia me sentía un poco alterada y aunque otros clientes se fueron acercando a la barra, ninguno de ellos resultó ser tan interesante como el señor Reed.
Cuando terminó su whisky, vi la oportunidad de acercarme a él de nuevo, de modo que me apresuré a hacerlo y retiré su vaso.
–¿Le apetece que le sirva otro, señor? –le pregunté, mirándole fijamente a los ojos porque sentía la inexplicable necesidad de hacerlo.
–Por favor –me pidió él y sólo con esas palabras consiguió que se me acelerara la respiración.
Fui a buscar de nuevo la botella de whisky y aproveché un instante para tomar un sorbo de agua helada, no podía creer que me estuviera alterando de ese modo sólo porque un tipo guapo me mirara.
Cuando le estaba sirviendo su whisky, otro tipo se acercó a la barra, deteniéndose junto a mi cliente especial. En cuanto él llego, la expresión de Reed cambió y percibí que se ponía tenso.
–¡Tristan, no sabía que habías llegado! –dijo el otro tipo, dirigiéndose a él como si le conociera bien.
¡Tristan! ¡Un nombre épico!
–Aleksander –le saludó mi cliente con voz grave.
Toda la sensualidad de la que había hecho gala hasta el momento se había esfumado y ahora proyectaba una imagen de tipo duro y peligroso. Este cambio me resultó interesante, incluso le encontraba más atractivo que antes.
Su amigo también era un tipo bastante impresionante: alto, increíblemente guapo, rasgos orientales, traje de firma,… ¡Ahora comprendía lo que quería decir Tania con alegrarse la vista!
–¿Por qué no le has pedido a Grace que me avisara de tu llegada? –le preguntó.
–Estaba disfrutando de mi copa –le dijo, mirándome a mí y entonces el otro tipo reparó en mi presencia.
La mirada que me dedicó no fue en absoluto agradable, sino especialmente libidinosa.
–¡Vaya!, Grace va mejorando sus fichajes –dijo, focalizando su mirada en mis pechos y, en su caso, no precisamente para leer mi nombre.
–¿Quiere que le sirva algo, caballero? –le pregunté en un tono cortante que pareció divertir al señor Reed.
–En otro momento, preciosa, ahora tengo otro asunto entre manos –dijo, rodeando con su brazo los hombros de su amigo–. Pensé que no acudirías a la cita, Tristan, ni siquiera me has enviado un mensaje de confirmación –le dijo y sonaba molesto.
–Querías verme y aquí estoy, aunque sabes que cuando quieras hacerlo, siempre puedes encontrarme en mi laboratorio –dijo Reed en un tono serio.
–Estoy muy ocupado, por eso te pedí que vinieras aquí. Vamos a mi reservado, hay algo importante que tenemos que tratar –dijo su amigo.
Reed asintió y extrajo un billete de cincuenta de su cartera que puso sobre la barra.
–Guarda eso, invito yo –dijo su amigo–. Nena, apúntalo en mi cuenta –.
Asentí e iba a preguntarle su nombre para anotarle los dos whiskys, cuando Reed se adelantó, tomando el billete de nuevo en su mano y ofreciéndomelo.
–¡Te lo has ganado!, hacía tiempo que no disfrutaba tanto de un whisky –dijo con esa sonrisa tan sensual y dejó el billete de nuevo en la barra.
Su amigo soltó una carcajada y le instó a que le siguiera. Se atrevió a guiñarme un ojo, lo que pareció molestar al señor Reed, que me dedicó una de sus intensas miradas antes de seguirle, sin siquiera llevarse con él el whisky que acababa de servirle. Me sentía desconcertada, no sabiendo si alegrarme por conseguir una propina tan buena o deprimirme por perder de vista a un cliente tan fascinante…
–¡Gigi! –me llamó entonces Tania desde la zona de las camareras.
Me acerqué, siguiendo aún con la mirada a los dos tipos, que de pronto se esfumaron en el interior de uno de los reservados.
–¿Te has fijado en esos dos? –me preguntó mi amiga con una sonrisa pícara.
–¡Ya lo creo que lo he hecho! –admití elevando los ojos al cielo–. ¿Son habituales por aquí?–.
–El de rasgos orientales sí, se llama Aleksander Black y es uno de los clientes más importantes del club. Al otro no le había visto antes –admitió–, pero ambos son impresionantes, ¿no crees?–.
–El tal Black no me ha dado muy buen feeling, es de esos que parecen querer desnudarte con la mirada –le confesé.
–Pues a mí me vuelve loca, no me importaría en absoluto que lo intentara conmigo –dijo, guiñándome un ojo.
Abrí la boca, haciéndome la escandalizada. Sabía de sobra que Tania podía ser muy locuaz, pero que en el fondo era una chica sensata.
–¡Ya!, pero te recuerdo que eso va contra las reglas –le advertí.
–Cierto, pero seguro que es realmente bueno en la cama, quizás merezca la pena arriesgarse –dijo, mordiéndose el labio.
Me quedé mirándola, perpleja, ¿de veras iba en serio?
–Tania, pon esos piececitos de vuelta en la Tierra –le aconsejé–. Esa clase de tíos sólo se relaciona con chicas como nosotras para pasar un buen rato y luego si te he visto no me acuerdo, no creo que eso sea lo que te convenga en estos momentos–.
–¿Es que una chica no puede soñar? Imagínate cómo sería salir con un tío así. Está forrado y es guapo, seguro que hasta se mezcla con la élite de Nueva York, ¡imagínate a qué clase de fiestas asistirá! –me dijo.
–No necesitas a un tío para conseguir ese tipo de vida. Si te esfuerzas, tendrás una exitosa carrera en el mundo de la moda –le dije–y cuando lo consigas, te relacionarás por ti misma con la élite de la ciudad. Entonces es muy probable que encuentres a un tío interesante con el que tener una relación en unas condiciones equilibradas, ¿no te parece mejor esta versión de la historia? –.
Ella puso los ojos en blanco y adelantó su bandeja para que sirviera su pedido.
–Gigi, esos son mis planes a largo plazo, pero mientras tanto quiero disfrutar un poco de la vida –dijo.
–Bien, pues hazlo, pero sin meterte en problemas, ¿de acuerdo? –le pedí, alzando una ceja.
–Está bien –convino–. ¡Dios!, en ciertos temas eres más prudente que mi madre –dijo, mirando hacia el techo.
Le salpiqué el rostro con unas gotas de agua fría para relajar el ambiente y ella huyó con su bandeja de vuelta al salón.
El resto de mi turno fue bastante monótono, aunque la barra estuvo más frecuentada de lo que había previsto, ninguno de mis otros clientes consiguió entretenerme tanto como Tristan Reed. Todo en él era peculiar, incluido su nombre. Desde luego era todo un espécimen masculino que no me importaría investigar, pero si quería ser consecuente con mis propias palabras, bien me vendría seguir mis propios consejos y no complicarme la vida con un desconocido, por muy sexy que fuera.
A las dos de la madrugada acabó mi jornada laboral y me retiré a los vestidores, deseando llegar a casa y meterme en la cama. Mientras me cambiaba, Grace entró en los vestuarios y me llamó. Me apresuré a calzarme mis zapatillas y salí a ver qué quería.
–Toma, Giulia, tu primera paga –dijo, entregándome un sobre–. Son los doscientos dólares de los que te habló Terence, aquí pagamos al día y en metálico –.
–Gracias –dije, cogiendo el sobre y guardándolo en mi bolso.
–¿No lo compruebas? –me preguntó, extrañada.
–Me fío de usted –le aseguré.
Grace sonrió y me miró con detenimiento.
–Eres muy hermosa, Giulia. Si juegas bien tus cartas, te irá muy bien por aquí –me aseguró–. Hoy lo has hecho muy bien, varios clientes se han interesado por ti. En tu primera noche ya me han hecho ofertas para que sirvas sus reservados, ¿qué te parece? –.
–Por el momento me siento más cómoda en la barra –admití, encogiéndome de hombros.
Grace me miró con detenimiento, parecía confusa y quizás un poco decepcionada, pero había ganado doscientos ochenta dólares esa noche sin ir demasiado en contra de mis principios, no necesitaba ir más allá.
–Bien, piénsalo entonces –dijo y giró sobre sus talones, largándose de allí.
En ese momento Tania salió de su vestidor, ya en ropa de calle.
–¿Nos vamos? Estoy cansada –admití.
–Tengo que esperar a Monique, me debe cincuenta pavos –me explicó–y es más manirrota que yo, de modo que es mejor que me los dé hoy que tiene dinero, tengo que pagar a Leroy mañana sin falta –.
Nuestro casero se había quedado más tranquilo cuando esa misma mañana pagué mi mitad del alquiler, pero Tania aún esperaba su sueldo de esa noche para poder cubrir su parte y efectivamente cuanto antes le pagara esa chica, mejor.
–Vale, pero te espero fuera. Me estoy agobiando aquí dentro, necesito respirar un poco de aire fresco –le dije.
–Bien, no tardaré –me prometió.
Me despedí de Harry, que permanecía vigilante en su puesto en un lateral del salón y me dirigí a la salida de personal. Fui a dar al parking, donde ahora había toda clase de cochazos abarrotando el lugar. Me gustaban los coches y el responsable de mi afición había sido mi abuelo, a quien también le apasionaban. Desde niña, había pasado tardes enteras en su taller contemplando cómo reparaba automóviles, escuchando las discusiones que se traía con sus clientes sobre la potencia y prestaciones que ofrecían los mejores constructores y viendo por televisión las carreras de Fórmula 1 con sus colegas. Mi abuela solía decir que ésas no eran aficiones para una chica, pero, como decía mi abuelo, sí que lo eran si a mí me gustaban y en realidad me apasionaban tanto como a él.
Decidí darme un paseo para admirar los vehículos. Identifiqué varios Porsche e incluso localicé un precioso Ferrari de color rojo. Nunca había conducido un deportivo, pero me gustaría sentir algún día en mis propias carnes la sensación de pasar de cero a doscientos por hora en cuestión de segundos, tenía que provocar un subidón increíble. De no haber elegido convertirme en periodista, habría optado por algo relacionado con el automóvil, mi otra gran afición. De niña había deseado trabajar a pie de pista en un equipo de Fórmula 1 o pilotar yo misma un bólido, pero con el tiempo me volví más realista y me decanté por un oficio más práctico y menos peligroso. Sin embargo, tampoco descartaba la opción de trabajar algún día como reportera de Fórmula 1.
De pronto divisé un BMW espectacular. No conocía el modelo, pero era un deportivo precioso. Me acerqué para verlo más de cerca, apreciando que tenía un diseño muy atractivo y aerodinámico. Me preguntaba qué velocidad alcanzaría. Incluso me gustaba el color, negro con unos detalles azules en los laterales, en el frente y rodeando el paragolpes trasero. Tenía los cristales tintados, lo que no era una opción muy normal en este tipo de vehículos, pues sus propietarios los solían comprar para llamar la atención sobre sí mismos. Sin embargo el propietario de este flamante BMW debía buscar proteger su intimidad. Imaginé cómo sería conducir por la ciudad contemplándolo todo desde el volante de ese coche espectacular, pero sin ser visto. Desde luego ése sería mi estilo si pudiera permitirme un coche así.
Me incliné para mirar a través de la ventanilla del conductor, quería saber si de cerca se podía apreciar el interior, pues tenía la sospecha de que los acabados serían en cuero. En ese momento los intermitentes del vehículo se encendieron y sonó el pitido de apertura, haciendo que diera un respingo y me apartara, alarmada.
Entonces el propietario del vehículo se aproximó con la llave en la mano, satisfecho por haberme pillado por sorpresa. Por supuesto no era otro que el señor Reed, que se acercaba lentamente hacia mí, escrutándome de nuevo con sus increíbles ojos grises. Debí imaginar que un coche así de fascinante tenía que pertenecerle, era de su estilo.
–¿Te gusta? –me preguntó, señalando el vehículo.
–No está nada mal –admití, intentando simular que no me afectaba su proximidad–. ¿Qué modelo es? –.
–Es el i8, acaba de salir al mercado –dijo, mirándome con interés.
–¿El híbrido? –me interesé. Estaba segura que había leído un artículo sobre ese vehículo recientemente.
–Así es –admitió y parecía sorprendido de que supiera de qué estaba hablando–. Lleva un motor de gasolina de tres cilindros combinado con un motor eléctrico, puede decirse que además de rápido es eficiente –me explicó.
–Está bien que le interese la sostenibilidad del planeta, señor Reed –dije con sorna–, pero supongo que a doscientos kilómetros por hora, el motor de combustión estará trabajando a toda potencia e inevitablemente enviará emisiones nocivas a la atmósfera –.
–Efectivamente, estoy muy concienciado con el respeto del medioambiente, por eso no abuso de la velocidad salvo cuando es estrictamente necesario. Está en manos de todos contribuir a la preservación del planeta, especialmente cuando tienes en mente vivir en él durante mucho tiempo –admitió con una sonrisa misteriosa.
–¿Cuánto consume? –me interesé, intentando prolongar la conversación.
–Unos dos litros a los cien kilómetros –dijo.
–¿Sólo? –me sorprendí.
Asintió.
–¿Quieres probarlo? –me preguntó, mirándome con atención.
Entonces me puse alerta, no era tan estúpida como para aceptar una oferta así. Ya había sido muy imprudente charlando con un desconocido a esas horas de la madrugada en un parking desierto y justo al lado de su coche, no iba a ir más allá.
–¿Cree que estoy tan loca como para montarme en un coche con un desconocido? –le pregunté, molesta.
–He deducido que si lo estás para trabajar en un sitio así, también lo estarías para largarte con cualquiera de sus clientes –admitió con franqueza.
–No soy de esa clase de chicas –dije furiosa, alejándome de vuelta a la seguridad del club.
–Entonces no deberías estar sola en plena calle a estas horas de la noche. Este lugar es peligroso –me advirtió, andando en post mía.
–No estoy sola, espero a alguien –le dije, deteniéndome y girándome hacia él para que dejara de seguirme.
–¿A tu novio? –me preguntó entrecerrando los ojos.
–¡Gigi! –oímos ambos de pronto.
Me giré y comprobé que Tania me esperaba junto a la entrada del local.
–Es mi amiga, tengo que irme –le dije y sonó como una excusa.
–Buscad otro trabajo, este lugar no es seguro para vosotras –me dijo él con una expresión grave.
Sonreí sin poder evitarlo, ¿se preocupaba por mi seguridad?
–Tampoco es seguro conducir después de beber alcohol –le advertí.
–En mi caso eso no supone un problema –respondió él, con una sonrisa torcida.
–La temeridad es uno de los signos evidentes de los efectos del alcohol, señor Reed –le advertí, andando de espaldas en dirección a Tania, no queriendo apartar mis ojos de él.
Conseguí que de sus labios brotara una sonrisa genuina y me sentí orgullosa de mí misma, contemplarle sonriendo era aún más fascinante.
–Sí, lo es –admitió–. Dime una cosa, ¿trabajas aquí a diario? –se interesó.
–No, sólo los fines de semana. En realidad este trabajo sólo es algo temporal, estudio en Columbia –le confesé.
Quería que supiera que no hacía esto por gusto, que en realidad mis miras eran más altas que ser una camarera de por vida.
–Gigi, ¿vienes? –insistió Tania.
–Sí, ya voy –le indiqué, girándome hacia ella.
–Lo siento, debo irme. Conduzca con precaución, señor Reed –me despedí, mirándole a los ojos una última vez.
–¡Buenas noches, Chica Blue! –dijo él, con su mirada enigmática.
¡Chica Blue!, ¿por qué me llamaba así? Le miré unos instantes, sintiéndome tentada de pedirle una explicación, pero Tania se estaba impacientando y tampoco quería parecer demasiado interesada en él, de modo que me giré, dándole la espalda, y me alejé a la carrera, no pudiendo quitarme de la cabeza esos increíbles ojos grises que sentía aún fijos en mí. Tania me esperaba en la acera, totalmente intrigada.
–¿De qué hablabas con ese tipo? –me preguntó.
–De coches, tiene un deportivo de ensueño –admití, acelerando el paso.
–¿En serio?, ¿te dirige la palabra un tío así y te pones a hablar con él de coches? Desde luego Giulia, no tienes solución –dijo, rodeándome con su brazo como si se compadeciera de mí.
Y nos apresuramos a alcanzar la estación para tomar la línea de metro que nos llevaría de vuelta a casa.