CAPÍTULO XIII

 

–¿Estás insinuando que mi padre era un vampiro? –le pregunté, conmocionada.

–Sí, así es –respondió.

–Tú me dijiste que eso no era posible, que los vampiros no podían engendrar vida –le recordé.

–Lo sé, ahí también me equivoqué, puesto que tus genes demuestran lo contrario –me dijo.

–Lo sospechabas, ¿verdad? –le pregunté.

–Sí, pero no podía aventurarme a decirte algo así sin asegurarme antes, las probabilidades estaban en contra. Giulia, como te he dicho, los vampiros no son fértiles, pero tú eres la prueba de que hay excepciones, desde luego tu padre lo era –admitió.

–Soy la hija de un vampiro –musité para mí, intentando asimilarlo–. Yo no era un bebé normal, ¿crees que fui la responsable de la muerte de mi madre? –le pregunté entonces, temiéndome la respuesta.

Él era médico, seguro que tendría una respuesta.

–No puedes culparte de la muerte de tu madre, Giulia, eras sólo un bebé y estoy seguro de que viniste al mundo como cualquier humano. Pasarías por humana si no fuera porque tu ADN oculta algo más. Soportas la luz, te alimentas como un humano y ni siquiera eres transmisora del virus. Al contrario que el resto de nosotros, tu sangre no lo porta, de modo que tampoco lo puedes transmitir, simplemente forma parte de ti. La muerte de tu madre fue una tragedia, pero se debió a una complicación del parto que posiblemente se habría podido evitar si hubiera sido atendida por profesional cualificado. Siento ser tan directo, pero no quiero que te atormentes por algo que no has hecho –me dijo.

–Tristan, ¿qué soy exactamente? –pregunté, aturdida.

–Tu naturaleza aún es un enigma para mí, pero tu ADN es la prueba de que eres un nuevo ser, una combinación de vampiro y humano. Hasta el momento tu evolución ha sido más parecida a la de un humano, has seguido sus pautas de crecimiento y desarrollo. Sin embargo ninguna de las cualidades vampíricas predomina en tu naturaleza, ¡qué extraño! –dijo, perplejo.

–En cierto modo siempre he sabido que era diferente, pero nunca imaginé algo así, esto es… bastante difícil de asimilar –me lamenté, dejándome caer dramáticamente sobre el taburete contiguo al de Tristan.

Él me agarró por la cintura y me atrajo hacia sí, sentándome sobre su regazo.

–Eres sencillamente perfecta, Giulia –dijo, mirándome con ternura.

Acerqué mi rostro al suyo, buscando consuelo en sus labios y nos fundimos en un beso apasionado. Tristan conseguía que le quitara importancia a todos mis problemas, a su lado incluso este mundo de terror se hacía soportable.

–Doctor Reed –interrumpió de pronto Oliver, irrumpiendo en el laboratorio.

Me puse súbitamente en pie y Tristan se levantó y salió al encuentro de su asistente.

–¿Qué ocurre? –le preguntó, un poco molesto.

–Aleksander Black viene de camino –susurró–. Le dije que estaba ocupado, pero insistió en verle –.

Tristan apretó la mandíbula y me miró, tenso.

–Bien, entretenle abajo, me reuniré contigo enseguida –dijo.

Oliver se retiró y Tristan en dos zancadas vino a mi encuentro.

–Quédate aquí, me desharé de él y volveré a buscarte –me pidió.

Asentí, asustada, y Tristan se alejó, cerrando la puerta de la sala tras de sí y posteriormente cerrando también la de su despacho.

Aleksander debía de estar vigilando de cerca a Tristan por orden de Excelsior, su plazo para entregarle el nuevo suero terminaba en unos días y posiblemente quería asegurarse de que tenía algo que ofrecerle.

Pasaron unos minutos y mi tensión fue en aumento y entonces no pude soportarlo más y decidí comprobar qué estaba ocurriendo en el laboratorio, quizás Tristan necesitaba mi ayuda. Abrí la puerta sigilosamente y me colé en su despacho. Me disponía a salir al hall cuando desde la puerta divisé a Aleksander, que ascendía por las escaleras seguido de Tristan. Instintivamente oculté mi cazadora bajo el escritorio, no debía descubrir que estaba allí.

–Aleksander, detente –le pidió Tristan.

Retrocedí de inmediato y volví a encerrarme en el pequeño laboratorio, buscando un escondite. Me colé en un armario y cerré la puerta tras de mí, intentando no hacer ruido mientras me hacía hueco.

–Bien, muéstrame lo que tienes –le ordenó Aleksander desde el despacho.

–Llevo más de un año investigando sobre este suero, ¿crees que porque Bastian me ponga un ultimátum voy a encontrar en una semana lo que no he encontrado hasta ahora? –respondió Tristan, notablemente tenso.

–Últimamente los laboratorios no están al nivel que Bastian espera, Tristan. Deberías saber que el Consejo está planteándose destituirte como Director Técnico. Si realmente te interesa conservar tu puesto, deberías esforzarte por dar más a la Comunidad, los resultados de los últimos meses han sido bastante mediocres –dijo, haciéndolo sonar como una amenaza.

–Los ingresos de este año han aumentado de nuevo, Aleksander, ¿a eso lo llamas mediocridad? –espetó Tristan.

–Bastian no necesita aumentar más sus ingresos, ¡está podrido de dinero! Lo que necesita es aumentar su poder y eso sólo se consigue evolucionando. Ésa es la causa por la que se rodea de los mejores científicos del mundo, aunque posiblemente en tu caso se ha equivocado, no estás demostrando estar al nivel que se espera de ti –dijo, levantando el tono de voz.

–Lo que resulta evidente es que en tu caso sí que se equivocó –dijo Tristan con acidez.

Se hizo el silencio entre ellos durante unos instantes y de pronto la puerta del laboratorio de genética se abrió.

–¿Qué diablos haces? No te he dado permiso para que entres en mi laboratorio –gritó Tristan.

–Apártate –le ordenó Aleksander.

Entreabrí la puerta del armario lo justo para ver que ambos estaban junto a la entrada del laboratorio. Tristan se había adelantado, entrando en la sala y apoyando sus manos en el marco de la puerta para bloquearle el paso a Black.

–He dicho que te apartes –repitió.

Tristan estaba demasiado tenso, temía que perdiera la compostura y acabara por descubrirse, si lo hacía, nuestra situación se complicaría aún más. Barrió el laboratorio con la mirada, seguramente para asegurarse de que yo no estaba a la vista y pareció relajarse un poco cuando no me vio. Finalmente se retiró de la puerta, permitiéndole el paso a Black, que entró en el laboratorio y lo recorrió con la mirada.

–¿En qué estás trabajando? –le preguntó.

–¿Tú qué crees? –respondió Tristan tratando de ser impertinente.

–Aquí las preguntas las hago yo –le amenazó Black, que parecía encolerizado.

–En el maldito suero, ¿en qué si no? –le respondió y comprendí que le estaba costando mucho contenerse.

–Entonces muéstrame tus progresos –le pidió.

–Lo siento, pero sólo le mostraré mi trabajo a Bastian –afirmó Tristan con rotundidad.

–Soy su mano derecha y estoy aquí porque me ha enviado a supervisarte. Si le informo de que te has negado a obedecerme, tendrás serios problemas –le amenazó de nuevo.

–Me arriesgaré –dijo Tristan, inamovible.

Black estaba furioso y sabía que era de los tipos que no se rendía hasta salirse con la suya.

–Te ruego que abandones mi laboratorio, Aleksander. Ahora –le pidió Tristan, dirigiéndose hacia la puerta e indicándole que saliera.

Black estaba bastante cabreado, pero parecía que iba a ceder, pero entonces algo atrajo su atención. Su mirada estaba clavada en la pantalla del portátil donde habíamos visualizado mis resultados.

–¿Qué es esto? –preguntó entonces–. Esta cadena de genes no pertenece a un vampiro –dijo, alterado.

El rostro de Tristan se tornó grave y avanzó a grandes zancadas hacia allí, cerrando de golpe la pantalla del portátil.

–¿Qué diablos haces? –estalló Black–. Muéstrame de nuevo ese genoma –.

–No. Abandona inmediatamente mi laboratorio, Alek, o tendré que llamar al personal de seguridad –dijo Tristan, tajante.

–Esta vez sí que has dado con algo importante, ¿no es así? y pretendes llevarte toda la gloria del descubrimiento. Crees que después de esto Bastian te recompensará devolviéndote tu antiguo puesto en el Consejo, ¿verdad? –insinuó Black.

–Piensa lo que quieras –dijo Tristan.

–Muéstrame inmediatamente esos resultados, ¿cómo has logrado hacer evolucionar nuestro genoma? –preguntó, furioso.

–No –dijo Tristan.

–Bien, tú lo has querido, llamaré a Bastian –le amenazó Black, extrayendo el móvil de su chaqueta.

Y entonces Tristan actuó rápido, lanzando el móvil de Black por los aires de un manotazo a la vez que giraba sobre sí mismo y le sacudía una patada en el pecho que consiguió derribarle. Mi corazón comenzó a latir más deprisa y sentí el efecto de la adrenalina extendiéndose por mis venas. Mis músculos se tensaron y todo mi cuerpo se preparó para atacar. Mis labios se ensancharon inconscientemente y me sorprendí emitiendo un bufido tenue y prolongado, como la señal de advertencia de un felino enfadado.

Aleksander se levantó con un salto espectacular, pero Tristan ya le esperaba y chocaron el uno contra el otro, produciendo un estruendo. A continuación ambos comenzaron a moverse tan rápido que me sorprendió que mis ojos pudieran seguirles, hasta que comprendí que esta habilidad también era nueva en mí.

Se tanteaban, emitiendo un rugido parecido al que yo acababa de hacer y mostrándose los dientes, ahora afilados y prominentes. Aleksander se abalanzó sobre Tristan, derribándole y sujetando su cuerpo contra el suelo, mientras intentaba herirle con sus afilados dientes, pero Tristan le agarró con fuerza por el cuello y le propinó una patada en el estómago, lanzándole por los aires. Para mi sorpresa, Aleksander se quedó adherido al techo como lo haría una salamandra y comenzó a gatear por la superficie, suspendido boca abajo. ¡Era una visión espeluznante! Tristan saltó a por él, soltando un rugido, y consiguió derribarle de un manotazo. Ambos cayeron al suelo de pie, aterrizando con la habilidad de un gato. La pelea estaba muy igualada y me propuse ayudar a Tristan de algún modo, pero ¿cómo?…

Oí un ruido de cristales rotos y volví a espiar por la rendija del armario para comprobar con horror que Black había estrellado a Tristan contra la ventana y le sostenía con medio cuerpo fuera del edificio. Temí que en cualquier momento le dejara caer.

“¡Mierda!, piensa algo, ¡rápido!”, me dije a mí misma.

Empecé a registrar el armario en busca de algo que pudiera utilizar como arma. Entonces encontré un punzón de gran tamaño y sin pensármelo dos veces salí del armario, corriendo lo más rápido que podía en dirección a Black. Parecía que todo alrededor transcurría a cámara lenta. Empuñé el punzón en dirección al corazón de mi enemigo al mismo tiempo que él se giraba sorprendido y advertía mi presencia, pero demasiado tarde para evitar que hendiera el objeto punzante en su espalda con todas mis fuerzas. Tristan aprovechó la oportunidad y se agarró a los bordes de la ventana y, tomando impulso, entró de nuevo en el laboratorio, golpeando a su paso a Black, que cayó hacia atrás, derrumbándose sobre mí.

El punzón seguía en mi mano y lo sujeté con fuerza para mantener ensartado en él a Black, pero aunque no supiera mucho de anatomía, sabía lo suficiente para comprender que no había conseguido atravesar su corazón, había errado por mucho.

–Julia –susurró él, girando su cuello hacia mí y rozándome el rostro con su pelo, lo que me provocó un escalofrío.

Su sangre escurría por el punzón, empapando mi mano y colándose por debajo de mi blusa, lo que me resultó sumamente desagradable. De pronto Tristan se acercó y me quitó de encima a Black, arrojándolo de espaldas contra el suelo y pisando su pecho con fuerza para mantenerle prisionero.

–Dame el punzón –me pidió, mientras intentaba inmovilizarle.

Se lo lancé al vuelo, pero en ese momento Aleksander se incorporó, desviando el objeto de su trayectoria de un manotazo. El punzón rodó hasta colarse debajo de uno de los muebles del laboratorio. Me disponía a ir a recuperarlo cuando Aleksander empujó a Tristan con fuerza, arrojándole contra una estantería que se le vino encima y me quedé clavada en el sitio.

Entonces se giró y vino a por mí. Intenté retroceder ante su avance, pero no tenía muchas opciones de escapar. De pronto sacó sus colmillos, amenazándome, pero en contra de lo que podía imaginar no me amedrenté, sino que me lancé contra él. El impacto contra su cuerpo me dejó sin aire y caí de rodillas frente a él. Aprovechó que me rendía a sus pies y me sujetó con fuerza por el cuello, apretándome tanto que me costaba respirar. Por el rabillo del ojo vi cómo Tristan se incorporaba, abría un cajón y rebuscaba algo en su interior. Seguidamente comenzó a avanzar silenciosamente hacia nosotros. Black pareció presentirlo, porque se volvió, tirando de mi cuello hacia arriba con tanta fuerza que pensé que me lo rompería. Me ahogaba y me esforcé en retirar su mano, intentando liberarme de su férreo agarre.

–Suéltala –gritó Tristan, al que ya no veía porque Black me hacía de pantalla.

–¡Ni lo sueñes!, ahora que ella está con nosotros el asunto empieza a ponerse interesante –siseó.

–Bien, tú lo has querido –respondió Tristan.

Escuché un silbido atravesando el aire y Black se movió lo justo para permitirme ver que Tristan le apuntaba aún con una pistola que acababa de disparar. Black me soltó e intentó apartarse de la trayectoria del arma, pero no se lo permití, anclé mis pies en el suelo y le agarré con todas mis fuerzas y entonces el proyectil impactó en su cuello.

Comenzó a tambalearse, de modo que me aparté y le dejé caer a plomo, mirándole con repugnancia.

–Le he inyectado un tranquilizante, pero su efecto no durará demasiado –me advirtió.

–Tenemos que matarle, de lo contrario nos delatará –dije.

–Este lugar cuenta con cámaras de vigilancia, verán todo lo que ha ocurrido. Si le mato a sangre fría frente a las cámaras nos perseguirán hasta dar con nosotros –dijo.

–¿Qué sugieres entonces? Nos perseguirán de todos modos, Tristan. Él lo hará –le increpé.

El rostro de Tristan era pura indecisión. No sabía a ciencia cierta si lo que le ocurría era que no se sentía capaz de matar a Aleksander a sangre fría porque habían sido amigos o si sólo quería aplazarlo y matarle de una forma más agónica con su suero exterminador. Pero Black era un tipo horrible, merecía morir y no podíamos arriesgarnos a que saliera bien de ésta y nos persiguiera para poner fin a nuestras vidas.

–Si tú no lo haces, lo haré yo –dije, recorriendo con la mirada la sala en busca del punzón.

–Lo haré yo, tú no debes meterte en esto, pero no tengo el suero aquí, tendrá que hacerse del modo tradicional –dijo y se alejó a uno de los armarios, seguramente a buscar un arma.

De pronto oímos un estrépito de pisadas irrumpiendo en el laboratorio de la planta baja.

–¡Mierda!, no hay tiempo, tenemos que salir de aquí –me dijo.

Se apresuró a alcanzar su ordenador portátil y extrajo la tarjeta de memoria, haciendo inservible el resto del equipo. Después vació la probeta con el resto de mi sangre en el contenedor de residuos y volvió a mi lado.

–¡Vámonos! –dijo, agarrándome por el brazo y tirando de mí en dirección a la ventana.

–No, por ahí no –dije, sintiendo cómo mi cuerpo se bloqueaba.

–Giulia, tenemos que salir del edificio por la escalera de incendios, es la única vía de escape –me dijo.

–No puedo hacerlo, me dan miedo las alturas –murmuré, presa de pánico.

–Pues tendrás que superarlo, si nos quedamos aquí, moriremos –dijo.

Salió por la ventana y me tendió la mano, apremiándome para que le siguiera. La tomé y salí al exterior. El aire azotó mi cuerpo y me sentí inestable y mareada. Tuve el descuido de mirar hacia abajo y me invadió el pánico. Me agarré con fuerza a la barandilla mientras que Tristan descendía el primer tramo de escaleras a toda velocidad. Entonces se dio cuenta de que no le seguía y volvió sobre sus pasos.

–Giulia, tienes que hacerlo –me animó–. Dame la mano –.

Estaba bloqueada, el miedo paralizaba mis extremidades. Tristan rodeó mi mano con la suya y tiró de mí y empezamos a descender los escalones metálicos, al principio a un ritmo más lento y después más deprisa. La escalera comenzó a oscilar bajo nuestros pies y volví a agarrarme al pasamano.

–¡Más deprisa! –insistió.

–No puedo –grité, atemorizada.

–Está amaneciendo, Giulia, si no nos damos prisa la luz me quemará… –me dijo.

Entonces sonó un “clic” en mi cerebro y reaccioné, él no iba a morir quemado por la luz del día sólo por mi estúpido miedo a las alturas. Reanudé la marcha a toda velocidad con Tristan siguiéndome de cerca. El amanecer era inminente y comprendí que no lo íbamos a conseguir y entonces divisé su deportivo aparcado abajo y no perdí la esperanza. Estábamos aún a varios pisos de altura del suelo, pero él podría saltar una distancia así y quizás yo también.

–Saltemos. ¡Ahora! –le dije y sin pensármelo, salté.

Tristan me siguió y ambos aterrizamos en el suelo, él de pie y yo cayendo agachada y rodando sobre mí misma.

–¿Estás bien? –me preguntó.

–Sí, corre hacia el coche –grité.

Y él lo hizo, a toda velocidad, al tiempo que los primeros rayos de luz despertaban a Nueva York. Creí ver humo saliendo de su cabello y de su cuerpo y grité, presa de pánico. Tristan alcanzó el deportivo y se coló en su interior. Pasaron unos segundos y me quedé paralizada, esperando cualquier señal que me indicara que él lo había conseguido. Entonces el BMW arrancó y suspiré con alivio. Vino a mi encuentro y subí al vehículo, escrutándole con la mirada para asegurarme de que estaba bien. Acto seguido pisó el acelerador a fondo y nos alejamos del laboratorio a gran velocidad.

 

 

 

Tristan conducía sin dejar de mirar al frente, dominado aún por ese estado de tensión que no le había dejado desde que Aleksander Black irrumpió en su laboratorio. Parecía estar bien, pero no me quedaría tranquila hasta que pudiera inspeccionarle con atención y comprobarlo por mí misma. Yo no dejaba de mirar por los espejos retrovisores, temiendo descubrir en cualquier momento que nos seguían.

–¿A dónde nos dirigimos? –le pregunté.

–No podemos volver al apartamento de Manhattan, nos encontrarían –dijo, sin apartar su mirada de la carretera–. Iremos a otro lugar, tengo algo parecido a un búnker en Brooklyn –.

Dicho esto, Tristan guardó silencio y no quise forzarle a hablar, de modo que apoyé mi cabeza en la ventanilla del automóvil y contemplé el despertar de la ciudad a través de los cristales ahumados. Íbamos por la autopista en dirección al puente de Brooklyn, circulando junto al río Hudson, cuyas aguas plateadas reflejaban el cielo plomizo de esa mañana de otoño. No sabía hasta qué punto se había complicado nuestra situación, pero a juzgar por la expresión de Tristan, el tema parecía serio.

Continuamos hasta uno de los barrios más bohemios de Brooklyn y Tristan detuvo el vehículo frente a un edificio rehabilitado, que en una época anterior debió haber sido un pequeño almacén. Extrajo de la guantera un mando a distancia y presionó uno de los botones. Acto seguido, la puerta metálica del garaje se abrió frente a nosotros y Tristan aparcó en su interior, cerrando de nuevo la entrada. Se apresuró a bajar del vehículo y yo le seguí. En la penumbra pude comprobar que nos encontrábamos en un garaje espacioso en el que había otros dos coches aparcados. Tristan accionó el interruptor de la luz e identifiqué un Porsche y un Ferrari, ambos también de color negro. Después mi mirada volvió hacia él.

–Aquí estaremos a salvo –dijo, apretando la mandíbula, aún tenso.

Sin poder contenerme por más tiempo, me acerqué y me abracé a él. Rodeé su torso con mis brazos y escondí mi rostro en su cuello. Mis manos se aferraron a su espalda, para asegurarme de que él continuaba allí conmigo. El temor a perderle me había hecho ver las cosas de otra forma, ahora era consciente de que él era todo lo que me importaba y de que lo demás no tendría ningún sentido si no le conservaba a él. Lágrimas de alivio empezaron a rodar por mis mejillas. Cuando él lo advirtió, tomó mi rostro entre sus manos y comenzó a secarlas con sus dedos.

–Giulia, no llores, por favor –susurró.

–Si te hubiera perdido no sé qué habría sido de mí...– comencé y el llanto no me dejó continuar.

Tristan entonces me besó, acariciando mis labios con intensidad y consiguiendo que deseara que ese beso fuera interminable. Su boca era cálida sobre la mía, su cuerpo protector me envolvía y pronto la desesperación que sentía me abandonó y me sentí feliz por estar a salvo y juntos. Él parecía al fin más relajado, mientras me contemplaba con adoración con esos ojos fundentes del color de la plata.

–Cuando saliste en mi ayuda empuñando ese punzón, casi me da algo. Sé que eres una chica valiente, Giulia, pero tu comportamiento en esta ocasión ha sido más que temerario, deberías haber esperado a que yo me ocupara personalmente de Aleksander –me dijo con una mirada reprobatoria–. No obstante, me has dejado bastante impresionado. No sé si te has dado cuenta, pero has experimentado una evolución increíble en las últimas horas. Es como si tus habilidades sobrenaturales hubieran estado aletargadas durante todo este tiempo y de pronto hubieran despertado. Casi podría asegurar que esto ha de ser una consecuencia de la vacuna. Tu lado vampírico ha despertado y ahora está latente en ti –me explicó.

–¿Crees que eso es lo que me está ocurriendo? –le pregunté, sorprendida–. Es cierto que desde que me inoculaste el suero me he sentido un poco extraña e incluso es posible que mi cuerpo esté cambiando. Mis sentidos se han agudizado, ahora están siempre alerta y desde luego poseo una fuerza extraordinaria. Hoy he hecho cosas de las que no me creía capaz, pero mi instinto me aseguraba que podía hacerlas. Incluso he superado mi miedo a las alturas, pero creo que en eso has tenido tú mucho que ver. Casi mueres por no dejarme, Tristan. ¡Eso sí que ha sido temerario! –le reproché.

–¿Cómo te iba a dejar? Ya te he dicho lo que significas para mí –admitió, mirándome con devoción–. ¡Anda, acompáñame!, será mejor que intentemos tranquilizarnos. Te enseñaré esto –dijo entonces, rodeando mi mano con la suya y tirando de mí.

Asentí y le seguí al interior del edificio. Estaba a oscuras, pero mis ojos se adecuaban ahora mejor a la falta de luz. Se trataba de un loft con techos altos y decoración minimalista. Supuse que era el tipo de concepto de vivienda que le gustaba a Tristan, amplia y espaciosa, y ahora comprendía el porqué, tenía que pasarse las horas diurnas aislado de la luz y buscaba para hacerlo lugares que fueran lo menos claustrofóbicos posibles.

Accionó el interruptor de la luz y ante mí se presentó un apartamento increíble, menos lujoso que el de Manhattan, pero más confortable y bohemio. Los techos eran muy altos y la mitad de la planta tenía un sobrenivel, aunque no había una escalera a la vista para acceder a él. Tampoco había ventanas, era como si se hubieran eliminado a propósito en la remodelación del edificio y en realidad eso era una ventaja para su inquilino, podía evitarse la molestia de tener que cubrirlas cada amanecer.

–Ponte cómoda –dijo él.

–Necesitaría ir al cuarto de baño –dije, un poco avergonzada por admitir mis necesidades humanas.

–¡Por supuesto!, sígueme –me indicó.

Se acercó a una de las paredes y pulsó un interruptor y descubrí que lo que había tomado por una simple puerta, era un ascensor, que abrió sus puertas para nosotros. Me invitó a entrar y me siguió, presionando el botón del primer piso en el panel. Me resultó curioso que instalara un ascensor para salvar un solo piso, pero no hice preguntas, quizás el edificio ya contaba con la instalación y decidió aprovecharla…

Ascendimos y cuando el ascensor abrió sus puertas de nuevo, nos encontramos ante un dormitorio amplio y confortable. Contaba con una cama enorme y sobre ella, en el techo, había un falso tragaluz circular en cristal opaco, decorado con aves volando sobre un fondo azul vibrante. ¡Su cielo privado!

–¡Qué maravilla! –exclamé, asombrada.

–Me alegro de que te guste, éste es mi verdadero hogar –me explicó.

–¿Y el apartamento de Manhattan? –le pregunté.

–Sólo es mi vivienda oficial de cara a la Comunidad –dijo, quitándose la bata blanca y arrojándola sobre la cama–. Este loft, por el contrario, es mi refugio, donde realmente soy yo mismo. Y para tu información, este lugar sí que tiene su historia. Cuando vine a estudiar a Columbia me enamoré de este barrio y uno de mis sueños fue conseguir tener algo en propiedad en la zona cuando tuviera ingresos suficientes. Al final lo hice realidad, aunque no fue exactamente como había planeado que ocurriera –.

–¡Es un lugar magnífico, Tristan! –admití, recorriendo con la mirada la habitación.

–El cuarto de baño está justo ahí, Giulia. Tómate el tiempo que necesites –dijo, señalando una puerta.

Me dirigí hacia allí y entré, cerrando la puerta tras de mí. Era pequeño, pero funcional y moderno. Contaba con una ducha amplia, rectangular y acristalada en vidrio transparente. Imaginé el espectáculo que sería ver a Tristan duchándose allí y sólo de pensarlo sentí que me acaloraba, de modo que intenté sacar esa imagen de mi cabeza por el momento. Tras usar el inodoro, me situé frente al lavabo para ver mi imagen reflejada en el espejo. Mi pelo estaba revuelto y despeinado y mi rostro estaba manchado de suciedad y de sangre. Abrí mi boca y palpé con mi dedo índice mi dentadura, mientras inclinaba la cabeza para intentar verla reflejada en el espejo. Esto era algo que había querido hacer desde que abandonamos el laboratorio. Aparentemente mis colmillos no sobresalían como los de los vampiros. Había visto cómo Aleksander y Tristan habían descubierto unos afilados y amenazantes colmillos mientras luchaban y había temido que en cualquier momento también brotaran en mi boca. ¡Ni siquiera sabría qué hacer con ellos! Incluso me repugnaba la idea de morder a alguien, aunque fuera en defensa propia. 

Continué con la inspección. Mi blusa estaba desgarrada y manchada de sangre, al igual que mis vaqueros. ¡Estaba hecha un desastre y no tenía otra cosa que ponerme! Aun así, intenté adecentarme un poco. Me metí en la ducha y dejé que el agua caliente relajara mis músculos. Revisé mi cuerpo detenidamente y no encontré magulladuras ni roces, ni siquiera me sentía cansada. Mis nuevas capacidades físicas eran sin duda un plus, pero me sentía extraña con mi cuerpo, estaba en plena evolución como decía Tristan, y eso me asustaba.

Cuando salí del cuarto de baño, Tristan no estaba en el dormitorio. Me dirigí a su amplio vestidor, tan grande como mi dormitorio, y paseé la mirada intentando localizar algo que ponerme. Abrí un cajón y osé tomar prestada una de sus sudaderas y aunque me venía enorme, pude ajustarla a mi medida recogiendo las mangas. Sin embargo no había nada que hacer para sujetarme sus vaqueros, de modo que me apañé con los míos, limpiando como pude las manchas más visibles con una esponja. A continuación tomé el ascensor y volví a la planta baja.

Tristan estaba sentado en un escritorio, frente a su ordenador y cuando me acerqué, se giró hacia mí, valorándome con la mirada.

–Necesitas ropa –dijo.

–Sí, creo que saldré a hacer algunas compras. Me haré con comida y algo de ropa y volveré enseguida –le aseguré, sabiendo que no le haría mucha gracia que saliera sola a la calle.

–No es necesario que salgas ahora, Giulia. Puedo pedir comida al supermercado y cuando anochezca podremos salir juntos a comprar ropa –me sugirió.

–Es de día, Tristan, no pasará nada porque dé una vuelta por el barrio –insistí.

A juzgar por su expresión, intuí que le dolía no poder acompañarme, pero yo necesitaba airearme. Me invadía de nuevo una sensación de claustrofobia, pero no quería que él lo supiera, le entristecería saber lo que me estaba costando permanecer encerrada. Era algo necesario y podría soportarlo, pero eso no quitaba que se me hiciera duro. Me acerqué y me senté en su regazo.

–Tristan, estaré bien y volveré enseguida –le aseguré, mirándole a los ojos.

–Está bien –dijo, cediendo al fin–. Hay un pequeño supermercado nada más cruzar la calle y un poco más abajo encontrarás una tienda de ropa. Te daré dinero en efectivo para que puedas pagar, no conviene que tracen tu tarjeta bancaria. Y, Giulia,… no tardes, por favor –me pidió.

Asentí y me puse en pie. Tristan me dio unos cuantos billetes de cien dólares y me trajo una de sus cazadoras para que me cubriera con ella. Me venía también grande, pero era perfecta, olía a él. Después me entregó una copia de las llaves del loft.

–¿Llevas tu móvil? –me preguntó.

Extraje el móvil del bolsillo trasero de mis vaqueros y se lo mostré para que estuviera más tranquilo. Me puse de puntillas y le besé en los labios para despedirme y él me atrajo hacia sí y me besó con intensidad. Sus ojos me miraban llenos de preocupación, de modo que decidí salir de allí cuanto antes por temor a que se lo pensara mejor y me retuviera con alguna nueva inquietud.

En cuanto estuve en el exterior, respiré profundamente el aire fresco de la mañana y crucé la calle, en busca la boutique que había mencionado Tristan. Quería comprar algo cómodo y que me permitiera libertad de movimientos. Se trataba de una tienda bastante pequeña y aunque no había mucho donde elegir, yo tampoco era muy exigente. No tardé demasiado en decidirme, me compré dos pares de pantalones, uno imitación cuero y otro de tejido vaquero de color negro, unas camisetas también oscuras y una cazadora de cuero. Necesitaba también ropa interior y tuve que conformarme con un par de conjuntos sencillos de lycra negra que adquirí en el supermercado, donde compré también algo de comida y un cepillo de dientes. Busqué una cafetería y me hice con mi desayuno: un café para llevar y un croissant, y volví dando un paseo, sorbiendo lentamente mi mocaccino caliente y delicioso. En cierto modo mi sesión de compras me había hecho volver un poco al mundo real, lo que me vino bien para alejar de mi mente lo sucedido en el laboratorio.

Entré en el apartamento y me aseguré de cerrar bien por dentro. Dejé las bolsas con mis compras sobre la isla de la cocina y busqué a Tristan en la planta baja, incluso en el garaje, pero no estaba allí. Imaginé que estaría en el dormitorio, de modo que tomé el ascensor y subí al primer piso.

Enseguida oí el agua corriendo en el cuarto de baño y deduje que estaría tomando una ducha. No me lo pensé demasiado y decidí unirme a él. Me quité la ropa y la arrojé al suelo. Inspiré para reunir valor y a continuación me colé en el cuarto de baño.

Tristan estaba de espaldas, sus manos apoyadas contra la pared de la ducha y miraba hacia abajo mientras la cascada de agua le caía de lleno en la cabeza y le resbalaba por su escultural cuerpo. Se le veía tenso, incluso bajo el agua caliente, y comprendí que él era quien estaba soportando todo el peso de la situación. Se sentía responsable de mí, quería protegerme y a la vez cumplir con su misión y yo quería ayudarle, no serle un estorbo, pero no sabía cómo serle de utilidad.

Entonces advirtió mi presencia y se volvió hacia mí, sorprendido. Estaba condenadamente sexy, mojado y desnudo bajo el agua. Se me quedó mirando embobado y me sentí satisfecha de mí misma. Yo, Chica Blue, había conseguido dejar boquiabierto al impresionante Tristan Reed.

Su reacción me envalentonó y caminé decidida hacia la mampara. Él la abrió para mí, aún hechizado por mi presencia.

–Estás muy tenso, creo que te convendría relajarte un poco –le dije, acariciando su rostro húmedo con las puntas de mis dedos.

Tristan inspiró con fuerza e intentó atraparme, pero le detuve, poniendo mis manos sobre sus esculpidos abdominales y manteniendo las distancias.

–Todo a su tiempo –susurré, acercando peligrosamente mi boca a la suya.

Él sonrió, torciendo su boca tal y como me gustaba y no pude contenerme, me puse de puntillas y atrapé entre mis dientes su labio inferior, estirándolo con suavidad para después soltarlo de golpe. No sabía qué efecto le había provocado a él la experiencia, pero yo estaba encendiéndome por momentos. Acaricié su pecho, fuerte y ancho, y le empujé hacia la cascada de la ducha, sumergiéndome con él y mojando mi cabello y mi cuerpo ante su atenta mirada. Le estaba costando mantener las manos quietas, de modo que atrapé sus muñecas y llevé sus manos hacia arriba, obligándole a que las entrelazara detrás de su nuca. Al verle así, totalmente a mi disposición, empezó mi juego. Aferrándome a sus hombros le di un beso de calentamiento en los labios, para luego descender hacia su mentón y su mandíbula, dejando un rastro de besos húmedos y suaves mordiscos en el trayecto. Su barba empezaba a salir y pinchaba mis labios y era una sensación muy estimulante. Él empezó a respirar más rápido e imaginé que no lo estaba haciendo del todo mal, a pesar de mi escasa experiencia, pero estaba convencida de que podía superarme.

Acerqué mi cuerpo al suyo, rozándole con mis pechos primero, para después apretarme contra él. Comencé a besar su cuello, suave y divino, mientras mis manos aferraban su cintura y ascendían por su espalda, masajeándola a la vez que le atraía hacia mí.

–Giulia –gimió él, llevando sus labios hasta mi oreja y besando mi oído.

–¿Qué? –susurré, sabiendo que mi resistencia también llegaba a su límite.

–Déjame tocarte –me pidió, abrasándome con su mirada.

–De acuerdo, hazlo –accedí, encendida.

Al instante estaba en sus brazos, incrustada contra su pecho y su boca me devoraba. Besó y acarició cada centímetro de mi cuerpo mientras yo jadeaba, incapaz de controlarme. Después me izó en sus brazos y entró en mi interior lentamente. Me apoyó contra la pared de la ducha, resbaladiza a causa del agua y comenzó a moverse, entrando y saliendo de mí con una lentitud exquisita. Después aceleró y comenzó a comportarse con menos delicadeza que otras veces, pero no me importó, deseaba que me amara con toda su energía. Mi cuerpo también era más fuerte ahora y disfrutaba con cada una de sus embestidas. Estaba al borde del clímax, pero esperé a Tristan y cuando sentí que llegaba el momento, me dejé llevar. Entre jadeos, Tristan logró pronunciar mi nombre y escuchar su sonido, íntimo y desgarrador, me llevó al límite y me desbordé entre sus brazos mientras él se vertía en mí, relajándose al fin.