COMO TERMINÓ
DAVID R. BUNCH
En nuestro segundo número publicamos un relato al que muchos de nuestros lectores llamaron «atroz» y ante el que alguno en particular dijo que, de seguir así, preferiría volver a leer la colección Futuro para hallar la «buena vieja ciencia ficción». Pero nosotros, impenitentes, y animados por las peticiones de otro sector de nuestro amado público, volvemos a ofrecerles aquí una excursión al asombroso mundo de Moderan, en el que habitan los hombres recambiados con metal nuevo.
ilustrado por ALFONSO FIGUERAS
El fin del mundo empezó pequeño aquel día. Casualmente, en pleno verdiazulado verano...
Recuerdo bien lo que estaba haciendo —hasta lo que estaba pensando— en aquel preciso instante en que empezó. Era el tiempo de las Treguas Estivales. Habíamos terminado tarde nuestras grandes Guerras Primaverales aquel año y estábamos todos algo exhaustos, aunque deliciosamente contentos. Muchos honores habían sido conquistados, muchas Fortalezas reducidas a escombros y muchas eran las troneras de las que colgaban cañones silenciosos y las murallas que gritaban ser reeregidas. Pero éramos un grupo colmado aquel último verano, nosotros los que habíamos sobrevivido, odioalegres hasta el extremo, preparados para los Placeres y, en cualquier caso, planeando malas jugadas en los complejos de nuestras fortalezas. ¡Ajá! ¡Treguas Estivales!
Entonces una bomba boom cayó lejos al norte. La escuché en mis detectores e hizo un raro ruido seco. Supe que había alcanzado algo que no era propiamente un blanco para una bomba boom. Y con toda verdad Moderana les diré que no debería haber caído en ningún caso, no en las Treguas Estivales. ¿Y qué eran esos extraños pequeños blips y bleps que atravesaban mi Pantalla Visora? Habría pensado que eran tiras y astillas de delgado metal nuevo, pero esto era inimaginable. Nadie que estuviese en su correcta mente Moderana usaría una bomba boom en un frágil objetivo metálico. Las boom eran para destrucción definitiva y las mayores oleadas de aniquilación. Estaban pensadas para las Fortalezas y los refugios subterráneos de cemento y acero de nueva factura.
Habían muchos puntos de conjetura. Aquí fuera, pensándolo todo de nuevo sobre esta última pequeña montaña de plástico, dejando estas notas en las permocintas de mi mente como último documento, contemplando a los imitantes de carne que están acabando de destruir nuestra tierra hasta dejarla como antes que todo empezara, no puedo estar seguro. Tan solo puedo rememorar las conjeturas. Particularmente, yo pienso que pudo haber sido un accidente. Creo que pudo haber sido que algún loco bombardero de entre los Dueños de Fortalezas estaba simplemente explosionando en el lejano vacío una alegre boom sobrante en conmemoración del fin, al fin, de la larga estación primaveral de guerras; se había extendido bastante en los principios del verano. Y esta boom pudo haber colgado de la rampa de lanzamiento por un solo demasiado largo instante (sucede a veces, pero generalmente sucede en la guerra, y, ¿a quién le importa entonces?). En lugar de planear en una bella trayectoria lejana que un disparo normal hubiera asegurado, cayó entonces, locamente fuera de curso, realmente sin curso alguno, en el jardín de lata de un vecino. Y en este jardín estaba algo más precioso para él que las Fortalezas... De acuerdo, esto solo es rumor y conjetura. Pero tantas veces en la historia del mundo ha sucedido que un accidente ha sido más pertinente que todos los planes cuidadosamente trazados. Y yo creo que esto ha pasado de nuevo.
Recuerdo, y recuerdo bien todo lo que pasó en aquellos pocos cortos instantes que determinaron el destino de todos nosotros... recuerdo un frenético parloteo en mi Teléfono de Aviso. No pude comprenderlo, pero recuerdo que tuve el pensamiento de que no se trataba de un aviso lleno de odio sino que sonaba más como una excusa o una argumentación pidiendo comprensión. «Perdonad. Perdonad, y disfrutemos de las Treguas Estivales», recuerdo que eso es lo que pensé en aquellos primeros segundos, aunque estaba muy ocupado. Naturalmente, no tenía forma de conocer entonces ni siquiera una conjetura de la enormidad de la transgresión que podía haberse producido, y mi única pista eran esos extraños blips y bleps fuera de lugar en mi Pantalla Visora.
La Fortaleza transgredida replicó, naturalmente. Ni aún en los momentos placenteros de las Treguas Estivales podía uno dejar que las viejas Fortalezas vecinas, de la derecha o de la izquierda, de enfrente o de detrás, le dieran a uno con una bomba boom. La Represalia, rápida y segura era nuestro derecho en cualquier estación. La Represalia trajo una respuesta muy adecuada, pero aun así, en aquellos primeros momentos, podríamos haber limitado la guerra. Podríamos haber disfrutado de un pequeño espectáculo en nuestras Pantallas Visoras de dos calenturientos e irritados Dueños dándole gusto al gatillo cuando deberían haber estado en profunda tregua. Pero no actuamos cuando la acción era la esencia. Digamos simplemente que la política estaba en un punto bajo entre nosotros aquel día. Lo dejamos correr. Jugamos con nuestras amantes de metal nuevo; acariciamos los gatitos de metal nuevo, nos alimentamos con las fichas de indiferencia y «bebimos» el cocktel de la introversión cuando deberíamos haber estado salvando al mundo.
Los tratados fueron cumplidos, cumplidos y cumplidos. ¡Oh, como cumplen con esos tratados en el norte! Y la guerra se extendió rápidamente al sur. En cinco minutos todos habíamos entrado, y Moderan se despertó al terrible conocimiento de que la marea estaba alta y aún seguía creciendo. (Diré una cosa: Yo, muy al sur, fui el último que entré en la destrucción. Pero la honestidad, siempre y siempre, me hace apresurarme a admitir que no fue por una política deliberada)... ¿Dónde está ella ahora? ¡Oh!, ¿qué montón de metal chamuscado tirado ahora en algún lugar perdido es aquella con quien jugué en aquellos trágicos instantes cruciales en los que debiera haber estado salvando al mundo? Pero diré que con su control de animación en Encendido y yo apalancado a pasión frenética, se portó muy bien aquel día. ¡Oh, por todo el amor del mundo!.. ¿bien?
Nuestro mundo se fue abajo. Abajo, aquella guerra fue el fin. De un pequeño inicio, casual, y yo diré que accidental, con una bomba boom en el lugar equivocado en aquel día, escaló rápidamente por momentos a un incremento de total destrucción. Pensando en ello ahora, lejos en el último rincón al que me puedo retirar en nuestro mundo perdido, no puedo decir por qué llegó hasta tan indecible ruina. Habíamos luchado muchas muchas guerras en nuestro glorioso pasado y habíamos salido de ellas con nuestros grandes muertos en batalla, honores, y nuestras Fortalezas tan sólo parcialmente convertidas en desechos. Pero, esta vez, en diez minutos, Moderan desapareció.
La mayor parte de nosotros, bastante pronto, pensando rápidamente y haciendo lo correcto aún en medio de la apremiante guerra final, habíamos liberado de penas a nuestras familias. Y aquel puede que realmente fuera nuestro momento más glorioso. Yo, tras profundo autodebate, hasta solté la boom dirigida al Valle de la Bruja Blanca, donde Esposa vivía y planeaba con los últimos de sus hombres de plástico. Los disparos de gracia ya habían caído sobre los territorios de Hermanito y Hermanita, largándolos a los cielos y dispersándolos por los vientos de aquella provincia en la que esperaban las horas del «recambio». Y, hecha la misericordia, nos dedicamos a la guerra.
Era un cañoneo definitivo definitivo, con la maquinaria de odio definitiva a pie o con alas. Dígase lo que se diga, lo cierto es que llevamos al mundo a un alto estrellado estado de desarrollo no sólo en actitud de odio sino también en la maquinaria necesaria para hacer que esa actitud fuera algo más que un sueño o un gesto vacío. Y yo siempre, hasta el fin de mi clara sangre verde, justo hasta el último momento en que mis tiras de carne mueran de hambre y me convierta en unas pocas partes de metal torneado en algún polvoriento museo de baladronada de los mutantes de carne, recordaré aquel bello instante. Un instante cuyo igual quizá jamás vuelva a ver el mundo, cuando la atmósfera sobre el orbe era casi una capa sólida de explosivos. Los cohetes estaban impactando contra sus hermanos cohetes en las alas y originando tremendas detonaciones. Las enormes boom, diseñadas para resistir tales colisiones en el aire y seguir dirigidas hacia su objetivo programado, estaban esquivándose mayestáticamente entre sí en el aire. Las bombitas caminantes, esas mágicas miniaturas de horror destinadas a tomar el camino del suelo hasta su encuentro con la destrucción, luchaban unas con otras en el plástico. Algunas pasaban indemnes y llegaban bien hasta su destino programado de busca-y-destruye; algunas en la densidad de este tráfico se enfrentaban entre sí tan decididamente por obtener el derecho de paso que gastaban todo su horror y se dejaban su impacto allí entre ellas. Algún poderoso dios de la guerra que hubiera estado sentado a lo lejos tras el escudo de vapor de una nube con forma de murallas, habría probablemente tenido aquel día el espectáculo de su vida. (Todos los vanagloriados hechos de destrucción y potencial armado de los Viejos Días... hasta Dresde bajo los bombarderos. Tokio con sus bombas incendiarias e Hiroshima y el Fat Boy... todo eso reunido en una sola llama-y-bang debió haber sido tan sólo como el moverse de la pata delantera de una luciérnaga enferma comparado con esto. ¡Sí!, ¡realmente estábamos explosionando aquel día!). Pero estoy convencido de que no hubo ningún dios que nos contemplase aquel día... tan sólo hubo el enfermizo verdiazulado escudo vaporoso del envenenado agosto colocado en un cielo que se había convertido de repente para nosotros en interminable y terrible, omnipresente e indiferente testigo de la autodestrucción de un mundo.

Y viendo que el juego había ido hasta el extremo de convertirse en un enfrentamiento final, al fin me volví hacia mi gran gran definitiva. ¡Era la ENORME BOOM!, un arma tan terrible que tuve que colocar mi cerebro en Pensamientos Fríos, Máxima Potencia y Sin Preocupaciones para ser capaz siquiera de soportar el conocimiento de que tenía tal poder de aniquilación en las palmas, por así decirlo, de mis manos de metal nuevo. Esta cosa la había descubierto mi Cuerpo de Ingeniería para las Soluciones Finales a los Problemas hacía algunos tiempos atrás, y yo la había estado guardando sin usarla durante toda la primavera como una sorpresa, o para cualquier necesidad práctica en el futuro. O tal vez como un argumento para la conquista que había estado preparando. Pero ahora la conquista parecía imposible: la gran gran me fue arrancada de las manos. El salir con vida, en un mundo en el que aún quedase alguna semejanza con los tiempos de antes, era todavía mi intención. Tan sólo quedaría mi Fortaleza, y hasta ella estaría bastante maltrecha, pero a partir de ella, podríamos reconstruir. Así que le di al botón que la soltaba de donde anidaba en su equipo de lanzamiento en las tripas de mi gran Fortaleza, ¡la Enorme Boom!, una cosa tan superior a la boom normal que la comparación podría ser establecida entre una pluma de los Viejos Días cayendo sobre una montaña y otra montaña cayendo sobre esa montaña. ¿Entienden?
Para guardar bien el secreto de la Enorme Boom, que yo estaba seguro que era la única e inigualada de su clase en el mundo, la había instalado muy profundamente en el centro de mi gran complejo ofensivo-defensivo. Naturalmente, me daba cuenta de que su lanzamiento reventaría pisos y hasta quizá se llevase todo el techo de mi Fortaleza. Pero, para tener el más absoluto de los secretos y ser el único poseedor de un tal poder, yo estaba dispuesto a pagar un tal precio. ¡Sí!, casi cualquier precio. El momento de apretar su botón, tenía que ser un momento exhilarante para mí: mi corazón de metal nuevo, sin efectuar ningún cambio en la disposición de sus controles, se alzó hasta un latir desacompasado con unos bams y bums como jamás le había oído. ¡Poseer el mundo!, es lo que mi cerebro y corazón pensaron juntos mientras mi pulgar oprimía el botón de lanzamiento.
¿Qué pasó? ¿QUÉ PASÓ?.. Tener el mundo y luego no tener el mundo. ¿¡QUÉ PASÓ!? No lloro pidiendo comprensión, no lloro pidiendo simpatía, no lloro. ¡Oh dios, dios o dioses, no lo hago! Pero tengo que dejar esto en mi grabación: ¿QUÉ PASÓ?
El segundo en que la solté de un botonazo, ya lo supe. ¡Oh, cómo lo supe!: cuando el aire comenzó a llenarse de techos. Palabras y sonidos me fallan para hablar de esta despreciable acción con el menosprecio que merece; esta cosa es superior a cualquier lenguaje del mundo. Pero debo tratar de hacerlo... para las cintas: Envidiosos, traicioneros, tramposos, deshonestos, mentirosos, indignos de confianza, faltos de honor, bajos BAJOS, repletos de carne y con poco metal nuevo, los despreciables Dueños de Fortalezas que lo robaron. ¿Cómo lograron hacerlo? ¡Oh dios de dioses, o cualquiera otra, si es que existe, entidad o tribunal de superior juicio que se encuentre en cualquier parte: júzgalos, júzgalos ahora! Machaca su memoria bajo las más pesadas ruedas de la Justicia; arráncales cualquier acto bueno, si es que alguna, alguna vez lo hicieron, que tengan y contemplen a esas trivialidades fuera de lugar como pertenecientes a la categoría de los más abominables chistes negros que jamás hayan existido. ¡Oh, este lenguaje tan limitado! Con sus más fuertes palabras de acusación demasiado débiles, no puedo empequeñecer a esa gente ni siquiera en una milésima parte de una diminuta fracción de lo que se tienen más que merecido. Pero pidamos a esas entidades de Justicia, si es que hay alguna o si es que existe la más remota posibilidad de que alguna vez exista alguna, y dejemos que esas entidades persigan a los fantasmas de las tiras de carne de esos viles Dueños de Fortalezas, ahora fallecidos, a través de todos los universos del próximo tiempo y les pregunte, les pregunte como gélidos vientos bajando por gélidos valles de nieve: “¿Cómo robasteis el secreto de la ENORME BOOM de la honorable Fortaleza 10?” (Yo era la Fortaleza 10).
Sí, mundo que has de venir, ellos hicieron eso. Cuando mi techo se fue con la Enorme, y casi de inmediato comencé a ver como otros techos se largaban a los cielos, lo supe. No sólo habían robado mi secreto, sino que traicioneros, traicioneros hasta el fin y calculadores, aparentemente habían instalado instrumentos detectores para robar mi momento de disparo. ¡Oh, cuán cercano estuve a dejarme coger desprevenido entonces! ¿Qué hubiera sucedido si ellos hubieran disparado primero? Le da a uno que pensar eso, ¿no? ¡Hombres monstruosos!
Porque creo con certeza que el diminuto instante por el que les aventajé en el disparo fue el que me salvó. No puedo explicarlo en otra forma, o fue eso o la más extraordinaria extraordinaria suerte y un milagro, y, deben ustedes de saber que yo no creo ni en la una ni en los otros. Yo creo en el material de guerra, en la potencia de fuego abundante y en el impactar el primero a una Fortaleza. Pero, ¿qué gano con estar a salvo, con ser el último Dueño de Fortaleza sobreviviente? Mi mundo está acabado, arrasado y hecho trizas, hasta mi Fortaleza; todo acabado por el arma más sofisticada jamás construida: la Enorme Boom.
Desde alguna parte, al cabo de unas horas, llegaron los pequeños mutantes de carne, aullando por sobre las ruinas. ¿Dónde habían estado? Sí, habíamos sabido que existía un cierto número de ellos. Aún en los más brillantes tiempos del brillante Moderan habían rondado algunos mutantes por el plástico, escondiéndose en agujeros profundos, viviendo en los desgarrones y las fisuras de nuestras huertas de plástico. Algunos de nosotros los habíamos llevado de vez en cuando a nuestras Fortalezas, para reírnos, para divertirnos mientras charloteaban sus insensateces por unos agujeros silbantes en lugar de comunicarse por nuestros modernos métodos Moderanos de cajas de voz mecánicas y botones phflug-gee-phflaggee en las manos. Pero ninguno de nosotros los consideramos seriamente, creo, ni pensamos en lo más mínimo en la forma en que debían vivir. Al menos yo no lo hice. Yo, uno de los brillantes Dueños del mundo, grande en los porcentajes de mis «recambios» de metal nuevo, con mis tiras de carne pocas y sojuzgadas... yo no tenía tiempo para dedicarlo en serio a tales sucias, blandas y legañosas criaturas.
¡Y ahora los mutantes salen de todas partes! Derribándolo todo, desmenuzándolo todo hasta la nada. En un aullante asalto, sólo por su existencia, están rechazando el Sueño hasta las muy pasadas oscuridades que habían existido mucho más atrás del primer día del brillante Moderan. El contemplarlos debe de ser mi castigo, supongo, mientras espero en la última montaña de plástico (aunque no sé porque debo de ser castigado). Yo el más grande y el último de los grandes GRANDES Dueños de Fortalezas (en otro tiempo muy sólido en mis «recambios» de metal nuevo), el ser más bien elaborado que nunca haya existido... cayendo frente a esa oleada de sucia carne que viene y sigue viniendo...
¡Pero esperen! Antes de que lleguen a esta totalmente expuesta pequeña fortaleza que me queda, mi pequeña montaña de plástico, y la despedacen con ese aullante ímpetu bestial que parece ahora incontenible, déjenme establecer una cosa bien clara en mis cintas. Si hubiera habido honor en mi mundo, entre mis vecinos, si no hubieran recurrido al traicionero robo de mi secreto de guerra, tal vez para salvar sus despreciables personas, yo habría ganado la guerra. Entonces mi Fortaleza hubiera quedado en pie, y esas legañosas criaturas de ahí fuera no hubieran representado nada. En cualquier momento en que lo hubiese deseado, las podría haber rechazado a sus profundos huecos de abajo y a sus grietas con un Fuego Máximo. Me habrían servido como payasos y diversión, y no como mis ejecutores que serán ahora. ¡Oh, tendrían que haberse quedado en su sitio, claro! Así que ya ven, es la maldad de los otros lo que le aniquila a uno, especialmente los vecinos ladrones que le roban a uno los secretos de guerra.
Y otra cosa, ya que mi mente se aclara en eso y al fin estoy pensando en todo: ¿qué era lo que había en aquel jardín de lata cuando la bomba boom lo alcanzó?, ¿qué había en él que el Dueño de la Fortaleza apreciaba aún más que su propia Fortaleza? ¡No se rían, no se rían! Yo creo que era su amante de metal nuevo que estaba allí para dar un pequeño paseo estival por entre los parterres de lata, y eso antes de que él hubiera gustado sus Placeres. Y esto explicaría los fuertes blips y bleps en mi Pantalla Visora. Pequeños trozos de metal nuevo se hubieran visto así, pequeños trozos de latón de las flores de latón no hubieran sido siquiera registrados.
Así que les dejo, porque la montaña se agita ahora por su base... Si estas cintas sobreviven, y si hay alguna criatura en cualquier parte, en los tiempos futuros, que tenga una máquina lo bastante sofisticada como para reproducirlas, tal vez le sirvan para conjeturar porque finalizó Moderan. ¡Fue a causa de la maldad en el mundo y por un vulgar latrocinio! O, ¿quizá prefieran pensar que todo fue culpa de una mujer que debía de haber estado cumpliendo con su función en las grandes alcobas de su Dueño en lugar de pasear por los parterres de flores? Aunque si son ustedes de una mentalidad más simple tal vez vean el fin como algo inevitable a la corta o a la larga, el resultado natural de toda aquella potencia de destrucción. Pero yo digo ¡NO!, no a eso... no al final... ¡no si mis vecinos hubieran jugado limpio! ¡Desde la seguridad superior de mi especialmente protegida Fortaleza, yo habría sido capaz, con la ENORME BOOM, de volarlos a los más altos cielos y dispersarlos por los vientos y quedar en una relativa seguridad, con lo que hubiera ganado la guerra para MI, y hubiera salvado TODO el mundo!
Título original:
HOW IT ENDED
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Traducción de M. Sobrevida