Uno de los hechos curiosos que se aprenden al inicio de los estudios fisiológicos es que, cuando se aprieta o daña el nervio óptico, no registra dolor, sino visiones, y el nervio del oído protesta con sonidos y voces. Esto es lo que pasa con el señor Dyson, que responde a todas las terribles presiones de esta guerra con dibujos. Percibe en la monarquía militarista y en el orgullo militar una amenaza al mundo, a la civilización, y a todo lo que cree valioso, e inmediatamente se dispone a luchar con su lápiz, al igual que yo, si pudiera, mataría con mi pluma. Enfrenta su apasionada habilidad contra Berlín.

Por algunos años, muchos de nosotros hemos seguido el inexhaustible comentario de este extraordinario artista con creciente admiración; hemos llegado a darnos cuenta de la consistencia de su actitud y de las peculiares convenciones que se ha establecido para sí mismo. Tiene una extrema distinción personal, una simplicidad y una lucidez mental de sorprendente altura; cree tanto en las cosas generosas y buenas de la vida que no puede aceptar que nadie siga por caminos mezquinos y escuálidos una vez ha sido comprobada la certidumbre de su ruindad. Aunque su trabajo ha sido publicado principalmente en un periódico laborista, su llamada ha estado encaminada principalmente al dirigente, al patrono, al hombre responsable. ¿No veis, ha dicho en un millar de dibujos, lo repugnante que es ser un «hombre obeso» en un mundo de ventajas poco nobles? ¿Podéis realmente seguir como hasta ahora después de que os he dibujado así? Y su representación del diablo es intensamente característica de él; nada de esos Satanás de alcurnia. Su diablo es una burda bestia, con pequeña caja craneana y un gran estómago y nalgas... un repugnante diablo. Si tuviera un gran cerebro, entonces el señor Dyson estarla seguro, tal cual yo lo estoy, de que dejaría de ser un diablo y lograría reducir sus nalgas y estómago hasta unas dimensiones normales. El enemigo de la humanidad es el abandono y la locura mantenidas por el tonto universal.

Así que, en estos dibujos de la guerra, el señor Dyson toma una figura basada en la del Kaiser, pero que esencialmente es un símbolo, en la que concentrar su odio hacia las presunciones estúpidas, las vanidades crueles, el repugnante desperdicio de la oportunidad, la perversión y la destrucción, que es lo que tiene en contra de la monarquía militarista. Me agradaría que le dieran el puesto de pintor de cámara del Kaiser, pues realmente realizarla unas obras que matarían las ambiciones reales hasta el fin de los tiempos. Y soportando a este Kaiser dysonizado hay una representación de la estupidez obesa alemana. Uno puede argüir que es un libelo en contra de la dignidad y la inteligencia del leal y capaz equipo de Berlín, y la naturaleza de la lealtad germana, pero el señor Dyson nunca lo creería. Él ha penetrado mucho más profundamente. La estupidez y la obtusidad del espíritu deben de hallarse allí; la lealtad a cosas malvadas es la revelación de una similar maldad. ¿Para qué manteníais vuestra lealtad y obediencia, alemanes?, diría. Lo que deberíais de haber hecho en estas condiciones era una revolución. Y como una obra de este repugnante diablo al que Europa se ha abandonado, mirad a esa caricatura de unos monos en un aeroplano lanzando bombas. ¿¿Ha existido alguna vez una repudiación más completa y justa de la teoría beligerante de la vida?

H. G. WELLS.

Londres, 1915.