Claude Seignolle

EL GÂLOUP

(1959)

PARA cerrar la antología he aquí un cuento en apariencia muy tradicional en su estructura y en su lenguaje, casi folklórico, que no obstante da otra vuelta de tuerca al tema del hombre-lobo, presentándolo desde el punto de vista del propio mutante, con un final que, para no desvelar anticipadamente, calificaré de sorprendente y desmitificador. Sin duda no debe de ser casual que esté escrito en francés, totalmente al margen de la tradición anglosajona, por un francotirador inclasificable que a pesar de ello, y gracias a su sentido muy particular de la poesía, el misterio y la ironía, se ha ganado un merecido puesto en la escasa nómina actual de los cultivadores de lo que nuestros vecinos llaman fantastique.

Su autor, Claude Seignolle, nació en Périgueux, en la Dordoña francesa, el 25 de junio de 1917. Interesado desde muy niño por la prehistoria (a los 13 años era miembro de la Société Préhistorique Française), pronto se inclinó por la etnografía y se dedicó a recorrer su país con un cuaderno de notas en busca de antiguas leyendas locales, que recogió en su primer libro Le folklore de Hurepoix (1937), y sobre todo en su obra más ambiciosa, Les évangiles du Diable selon la croyance populaire (1963), que le consagraría como el más original y perspicaz demonólogo de posguerra. Más conocida que su labor erudita, altamente apreciada por los especialistas, es su vertiente de escritor, tan alabada por Lawrence Durrell, Blaise Cendrars o Jean Ray, en la que su temperamento curioso y altamente positivo ha sabido captar convincentemente mediante una prosa suelta, viva y natural la inquietante realidad de sus extraños aunque cotidianos descubrimientos antropológicos.

Además de sus archifamosas «nouvelles» La malvenue y Marie la Louve, basada esta última en un hecho real que le confesó una meneur de loups o lobera que todavía vivía en 1944, Seignolle escribió varios cuentos sobre licantropía, entre los que destacaría «Comme une odeur de loup» y sobre todo «Le gâloup» (incluido más tarde en el volumen Un corbeau de toutes couleurs, 1962), cuyo título alude al nombre con que se conoce al hombre-lobo en la Gironda (donde también se le llama galipaudé), pues en Francia está tan extendida la creencia en estos seres que cada zona tiene su propia denominación. Ambientado, como la mayoría de sus relatos, en las landas salvajes de la Sologne, en él surge en todo su esplendor ese misterioso y fascinante microcosmos, silencioso e inalterable al paso del tiempo, que sirve de clima admirable a su implacable descripción del mal en todas sus formas.