Sutherland Menzies

HUGHES, EL HOMBRE-LOBO

(1838)

UN año después que el cuento pionero de Marryat, la revista neoyorquina Lady’s Magazine and Museum publicó en su número de septiembre otra excelente muestra del género de licántropos, que a partir de entonces pareció afianzarse y recuperar el tiempo perdido, anunciando la avalancha de nuevos títulos que se produciría en las décadas siguientes, con la inclusión de alguna que otra novela como Wagner, the Wehr- Wolf (1846) de G. W. M. Reynolds.

La gran novedad de «Hughes, the Wer-Wolf», hasta ahora inédito entre nosotros, reside en que por vez primera presenta un hombre-lobo inglés, personaje bastante ajeno a la tradición anglosajona, ya que en las Islas Británicas los lobos se extinguieron mucho antes que en otros países europeos, siendo sustituidos en las metamorfosis por gatos y liebres, y posteriormente por zorros, como puede verse en la novela de David Garnett Lady into Fox (1922). Típicamente gótico tanto en su estructura como en sus ingredientes y desarrollo, el cuento constituye una hábil adaptación de una leyenda medieval inglesa, y su mayor mérito estriba en haber conseguido desplazar la figura del licántropo de su casi obligada ubicación centroeuropea (preferentemente la Selva Negra), tópico que todavía se mantendría bastantes años en otros títulos señeros, como el clásico relato de Catherine Crowe «A Story of a Wer-Wolf» (1848) o la novelita de la pareja alsaciana Erckmann-Chatrian Hughes, le loup (1860). Aunque no alcanza su alta calidad literaria ni se ve enriquecido por esa insólita mezcla de pormenorizadas descripciones de costumbres e ingeniosísimas referencias lingüísticas, el cuento parece un antecedente directo de la soberbia nouvelle de Merimée Lokis, en donde el protagonista, más acorde con la tradición nórdica en que se inscribe (la acción transcurre en Lituania), en lugar de un lobo es un oso.

Sobre su autor, Sutherland Menzies, poco se sabe, salvo que su firma aparece profusamente en la mayoría de revistas americanas de la época, especialmente como autor de relatos góticos o de terror. Montague Summers, que trató de seguirle la pista e indagó bastante en las publicaciones originales, opina que en realidad fue una mujer, una tal Elizabeth Stone, que al igual que otras escritoras góticas o victorianas se vio obligada a utilizar un seudónimo varonil para dar salida a sus cuentos fantásticos.